Semanal

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SEMANAL

(1930-2018)

MARÍA LUISA

SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA DOMINGO 22 DE JULIO DE 2018 NÚMERO 1220

LA CHINA MENDOZA Historias de liberación y desencanto

Los nuevos inquisidores Vilma Fuentes

Elena Poniatowska Juan Domingo Argüelles José María Espinasa

Entrevista con la cineasta chilena Marcela Said Paulina Tercero


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Entrevista con Marcela Said

Foto: Rogelio Cuéllar

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MARÍA LUISA LA CHINA MENDOZA (1930-2018) Historias de liberación y desencanto La propia María Luisa Mendoza lo dijo en repetidas ocasiones: “Todos me olvidan. No me mencionan, no me invitan, no me incluyen en las antologías, no existo...” No obstante ser una periodista y narradora vigente hasta hace no demasiado tiempo, quien fuera bien conocida como la China no gozó a plenitud del éxito y el reconocimiento que confesó anhelar. Autora de tres novelas de excelente factura –Con él, conmigo, con nosotros tres, De Ausencia y El perro de la escribana-, su larga incursión en el ámbito político le pasó factura y su nombre fue asociado más al ejercicio del poder que al poder de la literatura. La entrevista y los textos aquí reunidos reivindican a la mujer de letras nacida en Guanajuato, recientemente fallecida. ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| DIRECTORA GENERAL: Carmen Lira Saade DIRECTOR: Luis Tovar EDICIÓN: Francisco Torres Córdova y Ricardo Yáñez COORDINADOR DE ARTE Y DISEÑO: Francisco García Noriega FORMACIÓN DE DOSSIER: Marga Peña FORMACIÓN DE COLUMNAS: Juan Gabriel Puga RETOQUE DIGITAL: Felipe Carrasco y Jesús Díaz PUBLICIDAD: Eva Vargas y Rubén Hinojosa 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. CORREO ELECTRÓNICO: jsemanal@jornada.com.mx PÁGINA WEB: http://semanal.jornada.com.mx/ TELÉFONO: 5604 5520. ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauhtémoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cuitláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Semanal núm. 04-2003-081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor.Títulos y subtítulos de la redacción

Marcela Said. Fuente: flickr.com

En esta conversación, la directora chilena de cine documental y de ficción afirma con sencillez y contundencia que en “todas las ficciones hay una recreación de la realidad”, y que su cine es social y político, no “para pasar el rato”

Marcela Said dirige I love Pinochet, su primer documental de autor, en 2001, al que le siguen Opus Dei y El mocito, realizados en colaboración con Jean de Certeau. La cineasta ha recibido importantes premios dentro y fuera de Chile y sus filmes han ido a Cannes, Venecia y la Berlinale. En años recientes, Said se lanza al largometraje de ficción con El verano de los peces voladores y Los perros, películas que se estrenaron –en 2013 y 2017 respectivamente– en Ginebra, Suiza, en el Festival Filmar en América Latina, donde la cineasta habla en exclusiva para La Jornada Semanal. En los filmes de Marcela Said existe siempre el propósito de no rehuir la realidad. Ella va al encuentro de la sociedad chilena y nos la muestra en toda su gama de grises, aquí no hay un relato todo negro o blanco. La visión cinematográfica de Said se asemeja a su propia mirada, clara y observadora sutil. Muy pronto la gente se siente cómoda en presencia de la directora y documentalista chilena nacida en 1972, como si la cámara no estuviera rodando. El resultado es revelador, porque el entrevistado termina compartiendo sin ambages cosas que normalmente se guardaría muy adentro. El 4 de abril pasado, la cineasta fue invitada a la Casa de América, en Madrid, para explicar su método en la charla “Abordar el proceso creativo desde lo íntimo y transformarlo en una obra de interés público, más universal”, que puede verse en internet.

ENTRE EL DOCU Y LA FICCIÓN Paulina Tercero ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

–Al salir de ver Los perros, una mujer se toca la garganta y dice de la protagonista: “Se me quedó aquí, atravesada. ¿Dónde está la directora, para hablarle?” ¿Ya te había tocado una reacción tan visceral? –Mariana, la protagonista, nunca fue una heroína. El personaje fue escrito como una antiheroína que va a hacer lo incorrecto. La actriz Antonia Zeger y yo hablamos mucho durante el proceso de creación del personaje. Mariana es una mujer muy insegura y un poco víctima de la situación de todos esos hombres. No tiene la fuerza necesaria para hacer lo correcto, sobre todo. Así que es normal que suscite esa reacción. –En El verano de los peces voladores, de 2013, y ahora Los perros, tocan temas vivos. ¿Es que se borra la línea entre documental y ficción? –En casi todas las ficciones hay una recreación de la realidad, a menos que estemos hablando de películas de ciencia ficción o ese tipo. La diferencia es que yo me baso en cosas a lo mejor puntuales. Todos mis personajes son muy posibles, de hecho, son muy reales, sí. La verdad es que no sé dónde la gente a veces ve el lado documental,


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Fotograma de Los perros, 2017 Fuente: flickr.com

Cartel del largometraje de ficción El verano de los peces voladores, 2013. Fuente: flickr.com

MENTAL yo no lo veo. A lo mejor lo veo más en el lado realista, o en la crítica social que subyace en ambas películas, ¿no? Efectivamente, el mío es un cine que –sea de ficción o de no ficción– sigue siendo un cine social y político. –¿Cómo se origina la historia para Los perros? –Mientras filmaba el documental El mocito, conocí al coronel, al tipo en el cual está basada la historia de Los perros. Él era profesor de equitación en un centro y estaba procesado. Entonces, tomé clases con él durante dos años –hasta que me dio la entrevista para El mocito– luego él se fue a la cárcel. Más tarde, me basé un poco en esa historia y escribí algo que pensé que era interesante, que tenía que ver no sólo con él sino con la complicidad de los civiles de la dictadura, más que nada. –Tú ya tenías una trayectoria de varios documentales ¿Cómo fue pasar al campo del filme de ficción? –Se dio naturalmente. Me encontré con esta historia y me di cuenta de que no era una historia para retratarla en documental. Además, tenía ganas de hacer otro tipo de cine, digamos, de ir un poco más hacia el lado cinematográfico y sentí que después de El mocito tampoco había un tema documental que en ese minuto me interesara. Entonces las cosas se dieron solas.

El documental El mocito tiene ya una mirada cinematográfica. –En tus películas de ficción, ¿cómo fue trabajar con actores y con no actores? –Filmando me di cuenta de que ya tengo una cierta experiencia y, porque vengo del documental, tengo capacidad de improvisación, cosa que es buena cuando se filma con presupuestos reducidos y tienes que inventar cosas a veces, ¿no? Y yo creo que el hecho de venir del documental hizo que a la hora del casting optara por esto de mezclar actores y no actores y tratar, en esta recreación de la realidad, de lograr algo que realmente a mí me satisficiera. –¿Influye en algo el venir del documental político, había que decir algo que quede como documento? –Sí, siento que de ahí viene y que lo que hago siempre va a ser un cine que tenga contenido, que no sea algo, no sé… No es un cine que sirve para pasar el rato. –A la generación joven chilena, los hijos de quienes vivieron esta historia de dictadura y que tienen una herencia dura, ¿también a ellos les toca tomar posición? –Sí. Ahora supe que en Argentina hay hijos de militares que se vuelven contra sus padres y los denuncian. Pero eso es algo muy nuevo, está pasando recién. Eso en mi país no ha pasado todavía; al revés. O sea, los hijos de militares defienden a sus padres en Chile, todavía. –¿A qué se deberá esto?, ¿a que la dictadura chilena fue más larga que la argentina? –Puede ser. O porque es una dictadura que en Chile fue percibida menos dura que la de Argentina, tal vez. No sé. –Parece haber temas que ofenden a un sector de la sociedad, mientras que otro sector los celebra, ¿qué opinas? –En todo caso es algo que todavía genera mucho roce en Chile, cuando tú pones este tema en la mesa. Hay mucho conflicto, inmediatamente tú notas que es un tema que pone incómoda a mucha gente. Y si pone incómoda a tanta gente, es porque

hay algo que no está conversado. Me parece que está bien que se hablen las cosas. –En ese sentido ¿el cine cumple una función social? –A veces, no siempre. Pero en este caso, con Los perros yo creo que sí. Esta película llama a un debate y una reflexión. Yo creo que uno sale del cine hablando, con cosas adentro. Al menos genera eso.

Estudiante de cine en París –Viví en París diez años. Después me fui a Chile ocho, y ahora estoy de vuelta en París desde hace tres años. –Diez años y con todo lo que da París. ¿Cómo fue la vuelta a Chile? –Al principio la vuelta a Chile fue dura. No es un país que me agrade del todo, la verdad, pero al mismo tiempo, uno se reconcilia con las cosas. Lo bueno de Chile todavía está: está mi familia, están mis amigos, eso y yo digo: “es mi territorio, son mis paisajes”. Creo que yo estoy habitada sobre todo por los paisajes de Chile más que por otras cosas. Chile es un país que está convulsionado todavía, con mucho sufrimiento. Los chilenos están endeudados, la gente trabaja mucho. Es un país que todavía está en vías de desarrollo. Es tan distinto, ahora cuando yo miraba Suiza, Ginebra, son contrastes muy fuertes. Ahí yo creo que albergo sentimientos contradictorios, me gusta mucho Chile y al mismo tiempo no me gusta vivir allá todo el tiempo. Creo que allá la vida es dura y hay violencia, mucha violencia social, sí. –¿Cuál fue tu impresión al regresar a Francia? –Después de ocho años, no es la Francia que dejé. París es una ciudad más violenta. Está el problema de los refugiados, hay mucha más pobreza, mucho desempleo. Hay mucha migración –bueno, en Chile también. Siento que París está también cambiado. No sé si el mundo en general está más cambiado, está todo más duro, siento yo. En Francia al menos tengo más oportunidades: puedo trabajar, es donde están mis productores princi/ PASA A PÁGINA 4


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Fotograma y cartel del largometraje de ficción Los perros, 2017. Fuente: flickr.com

pales, es más fácil. Gracias al sistema francés de seguridad social para los artistas intermitentes del espectáculo, se me permite trabajar y, cuando no tengo empleo fijo, me ofrece un seguro de desempleo con el que logro sobrevivir, mientras que en Chile no hay ningún tipo de protección para los artistas. Se hace mucho más complicado, más complejo. En Chile no se puede vivir del cine. –Has hablado de la relación hija-padre. –Bueno, yo tengo una relación un poco conflictiva con mi padre, pero por lo mismo, yo creo que mi padre también sabe… Un padre machista, ¿no? Me acuerdo que no dejaba que mi mamá condujera un auto. Y pensaba que nosotras estábamos hechas para estudiar apenas, pues la idea era casarnos. Entonces en la relación con mi padre hay un poco de conflicto en ese sentido y también en el sentido político. Porque, de alguna manera, mi padre pensaba que la dictadura no era algo tan horrible, que no le había hecho daño al país, entonces es difícil crecer con un padre así. Pero también están estos lazos que son emocionales. Mi papá está viejo, tiene ochenta y cinco años, entonces ¿qué le dices a un hombre ya de ochenta y cinco años? No hay mucho que hacer. –¿Cómo fue que te definiste tan alejada de las ideas de tu padre? –Yo creo porque crecí más con los pies en la tierra, en un colegio público, mirando todo tipo de realidad. Y luego cuando me fui a Francia me tocó conocer el mundo del exiliado, ver mucho y enterarme de cosas que habían pasado, que no tenía idea porque en Chile tampoco circulaba toda esa información tan certera ¿no? Hoy en día hay internet, ahí está lo que quieras, pero en mi época, principios de los ochenta, no había mucho.

I love Pinochet, documental de autor –Sobre I love Pinochet, que filmaste en 2001, has dicho que no querías hacer un documental desde el punto de vista de las víctimas de la dictadura, sino que fuiste al encuentro de personas que se declaraban a favor de Pinochet. –Bueno, en ese tiempo era fácil encontrarlos, porque Pinochet venía de vuelta de Londres y ellos estaban muy exaltados. Era el buen momento de hacer el documental porque yo sentí, sobre todo, que este discurso políticamente incorrecto –del que ellos no se daban cuenta– en

En casi todas las ficciones hay una recreación de la realidad, a menos que estemos hablando de películas de ciencia ficción o ese tipo. La diferencia es que yo me baso en cosas a lo mejor puntuales. Todos mis personajes son muy posibles, de hecho, son muy reales, sí.

algún momento iba a cambiar, cosa que ya sucedió. Quince años más tarde es mucho más difícil encontrar pinochetistas confesos y dispuestos a hablarle a la cámara, porque ya saben que lo que ellos dicen no es necesariamente correcto ni bienvenido. En Chile en ese tiempo todavía se sentían muy dueños de país. Digamos que hay esta violencia, ¿no?, que tienen los pinochetistas de pensar que ellos tienen la razón y que es muy normal apoyar a un dictador. Entonces fue… bueno, fue difícil para mí porque había que, digamos, callarse y poner la cámara. Pero yo sabía que lo que yo quería lograr era una película, entonces no estaba discutiendo con ellos, estaba filmando, la verdad. Más bien los dejé a ellos mostrarse, sí. –Y, las personas que entrevistaste ¿cómo recibieron I love Pinochet? –No, a ellos no les gustó. Por supuesto se dieron cuenta en algún momento de la ironía, pero en Chile fue muy bien recibida, eso me dio mucho gusto. Se rieron mucho –cosa que en Europa no pasó: en Europa la encuentran inquietante y terrible y les duele el estómago–, en Chile se reían mucho con la película, se reían de sus compatriotas. Eso habla también de América Latina, o de nosotros. Para mí, bueno, fue una película importante. Fue mi primera película que yo siento de autor, política, en la cual yo estaba preguntando cosas importantes: ¿cómo es posible apoyar a un dictador en conocimiento a lo que hicieron a los Derechos del Hombre? –En 2012 hubo gran revuelo porque en los libros escolares se quería cambiar el término “dictadura” por “régimen militar”, que diluye las cosas… –Bueno, siempre en Chile hay quilombo por estas cosas, porque siempre están tratando de limpiar la imagen de la dictadura. Ahora, yo creo que ya no hay vuelta atrás. A mí no me preocupa que alguien trate de cambiar un término en un libro, porque los chilenos ya saben lo que pasó. En 2013, para los cuarenta años del golpe, la televisión chilena por primera vez mostró documentos, imágenes de archivo muy fuertes. Mucha gente quedó muy sorprendida y hubo un verdadero debate por primera vez en la historia del país. Me parece que ya no hay vuelta atrás. Ya se sabe, ya quedó claro quiénes son las víctimas, quienes son los victimarios, quedó claro que el gobierno de Pinochet no es algo que haya que celebrar y eso lo entienden los niños desde los siete años hasta los adultos l


Ensayo Elena Poniatowska

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LA CHINA MENDOZA,

MARÍA LUISA:

La O por lo redondo Colegas en más de un modo, la Poni y la China son protagonistas insoslayables de la literatura y el periodismo mexicanos; con la calidez de la memoria compartida, la primera habla aquí de la segunda, recientemente fallecida.

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ON ÉL, CONMIGO, CON NOSOTROS TRES es el inicio de la literatura de 1968. María Luisa Mendoza fue la primera en hablar de la masacre del 2 de octubre en esa excelente novela y nadie parece recordarlo. Marcela del Río, sobrina de don Alfonso Reyes, es otra autora del ’68 que hemos olvidado. Los líderes estudiantiles escogieron el periódico El Día para publicar sus manifiestos y María Luisa Mendoza habló incontables veces del Movimiento en su columna “La O por lo redondo”. Fundadora y gran colaboradora del periódico El Día, en un momento dado dirigió al suplemento cultural El Gallo Ilustrado e hizo una columna muy celebrada: “El buen llantar”. Quise mucho a la China Mendoza. Se parecía a Jesusa Rodríguez en sus reivindicaciones, sus gritos, su inventiva y su capacidad de imponerse con su ingenio y su seducción. La conocí en un departamento pequeño con vista al Paseo de la Reforma, casada con Eduardo Deschamps, de Excélsior. El lujo de la pareja era un sillón rojo de alto respaldo: “Ahí hacemos el amor”, me lo señaló la China. Alberto Gironella y “Bambi” (Ana Cecilia Treviño) la festejaban y la China empezó a vestirse con trajes Chanel que cortaba y cosía “Bambi” con muchos botones y galones de general. Monsiváis y Sergio Pitol visitaban a “la Mendoza”. Crítica de teatro, la China Mendoza cubrió toda una época con su ingenio, su barroquismo y su creatividad. Su columna “La O por lo redondo” era lo primero que leíamos en El Día en aquel ’68 y sus editoriales al lado de los de José Alvarado y Francisco Martínez de la Vega fueron el sostén del Movimiento Estudiantil. Enamorada del presidente chileno Salvador Allende, lo siguió durante todo su periplo en México al lado del entonces presidente Luis Eche-

Fuente: rogeliocuellar.mx

verría Álvarez. También viajó a Chile, invitada por Salvador Allende, e hizo sobre él un documental: Compañero presidente. Enamorada de su lugar de nacimiento, Guanajuato, le fue leal a su barroquismo, a sus calles empinadas, a la Presa de la Bulla, la casa de Diego Rivera y la iglesia de Nuestra Señora de Guanajuato. Nunca dejó de ponderar a su estado, por el cual resultó diputada a mucha honra, porque su padre también lo había sido. Joaquín Mortiz publicó sus tres novelas: Con él, conmigo, con nosotros tres, De Ausencia y El perro de la escribana, que innovaron con su peculiar talento una forma del lenguaje que le surgía de las entrañas. Con su voz reclamadora y sonora, solía gritarle desde la calle a Joaquín Diez Canedo, antes de subir la escalera de la editorial Joaquín Mortiz: “¡Joaquín, te amoooooo!”, los vecinos salían a ver qué diablos podía estar pasando y Joaquín se escondía tras su sillón catedralicio para luego advertirle con su pipa todavía en la boca: “China, por favor no hagas eso. ¿No te has dado cuenta de que soy tímido?” La China se quejaba con él: “Nadie me quiere, nadie me publica, nadie me paga, nadie me pela. Nadie me mira, le hacen caso a Zutanita que es una tarada, imbécil. Ayer, en la exposición de Cuevas, Fulanito se hizo el que no me conocía… ¿Tú crees? Todos me olvidan. No me mencionan, no me invitan, no me incluyen en las antologías, no existo… Me va tan mal como a Elena Garro. Oye Joaquín, vamos a tomarnos un tequilita…” -China, son las once de la mañana… Gran compañera de viaje, de conferencias y exposiciones de Sergio Pitol y de Carlos Monsiváis, se separó de ellos al acercarse al entonces

presidente de la República Luis Echeverría Álvarez. Héctor Azar, Gabriel García Márquez y el arquitecto Manolo Larrosa, a quienes ella consideraba sus hermanos, murieron antes que ella no sin reconocer su talento, su ingenio, su originalidad, su capacidad amatoria y su Volkswagen. Inventó palabras como “gentedad” y otras muchas memorables. Escucharla fue un privilegio, el estallido de infinitas luces de Bengala, ocurrencias que enriquecían el lenguaje y hacían felices a sus oyentes. Alberto Gironella y Carmen Parra la adoraron y la China conservó en los muros de su casa en la calle de Sabino obras de Pedro y Rafael Coronel, Cuevas, Corzas y Parra, así como iconos y santos traídos de París, Varsovia, Barcelona, Madrid, porque hasta San Petersburgo conoció, siempre a la búsqueda del tiempo perdido de Proust. Su casa revelaba su personalidad avasalladora, sus conocimientos de pintura y literatura, sin olvidar el teatro del que fue crítica y puntal en un momento de su vida. Las dos amamos a los perros y ella me llevó a un psicoanálisis de grupo con un médico que usaba un horrible traje rojo vino, Jaime Cardeña (a mí el que me gustaba era Ramón Parres), quien me corrió porque yo no soltaba la sopa y sólo recortaba al prójimo y de paso también a él. Ahora ya todo eso se lo llevó el viento y pienso en la China volando en el cielo, cometa de papel de china, a quién pronto iré a alcanzar para planear las dos envueltas en periódicos invisibles, acompañadas por el sonido hoy también inaudible de un batallón de aguerridas máquinas Remington de las que ya nadie tiene el menor recuerdo l


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MARÍA LUISA LA CHINA MENDOZA (1930-2018): historias de liberación y desencanto Aquí se estudian los ejes principales de la narrativa en que se inscribe la obra de la autora fallecida el pasado 29 de junio y sus diferencias con Jorge Ibargüengoitia, lo mismo que sus contrastes con autoras como Elena Garro e Inés Arredondo. La condición femenina, una peculiar mirada a la familia, el deseo y la vejez son algunos de los temas centrales de la narradora de De Ausencia y El perro de la escribana, que la sitúan entre las escritoras que Guadalupe Dueñas llamó “las viudas de López Velarde”.

José María Espinasa ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

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n los primeros años setenta del siglo pasado, una periodista de talento, que había llamado la atención, irrumpe en el panorama de la novela con una sensibilidad a flor de piel, más cercana a la poesía que a la narrativa, y con un lirismo menos asfixiado que el que habían puesto sobre la mesa Guadalupe Dueñas, Amparo Dávila e Inés Arredondo. Si las mencionadas habían abrevado ampliamente en la veta abierta por Katherine Mansfield en el cuento, Mendoza ha leído con atención a Marcel Proust y a Virginia Woolf, y toma de los poetas sus claves para encontrar el tono –Gorostiza, Sabines, sor Juana– y además desplaza el peso del entorno familiar y lo centra en sus protagonistas femeninas, claramente trasuntos de un yo personal, y en su relación con la familia y el terruño, de una manera muy distinta de la de Jorge Ibargüengoitia, ambos oriundos de Guanajuato. Su primera novela, Con él, conmigo, con nosotros tres (1972), tomado de José Gorostiza, plantea de otra manera una idea de la convivencia en esa santísima trinidad con algo de profano, y como había hecho Elena Poniatowska con Lilus Kikus y Hasta no verte Jesús mío, abre el cerrado y enrarecido universo que parecía ser el ámbito femenino, y como en ella, aunque de manera muy distinta, Mendoza se interesa en el contexto político. Y en la novela, la matanza del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas se volverá una especie de leitmotiv de la narración, una especie de monólogo interior en el que se avanza y se avanza sin aparentemente moverse del lugar o, mejor dicho, del momento pesadillesco en que se desata la represión, pero todo interiorizado, sin ninguna intención épica o heroica. Así, esta autora despliega los temas y registros que narradoras como Arredondo y Dávila plantean, pero les da un ritmo diferente, heredero de algunos pasajes de Los recuerdos del porvenir, de Elena Garro, y emparentado con el tono vertiginoso de Andamos huyendo Lola. Se trata, el conjunto de los tres libros –Con él, conmigo, con nosotros tres, De ausencia, El perro de la escribana– de una extraordinaria trilogía en la que el sentimiento femenino asfixiado en la mojigatería y los sobreentendidos de la provincia respetable, las convenciones de una burguesía que le confiere un lugar más que secundario extraño a la mujer y a su sexualidad. La más lograda –De ausencia– se centra en un solo personaje que está poseída más que por el amor por el deseo sexual y en el que la muerte irrumpe como un elemento que cierra el dilema. En realidad el tema, en cierta manera, de las tres novelas, es el envejecimiento de la mujer como un infierno al que la condena ese deseo, porque no se trata de la irrupción de la enfermedad sino del deterioro de la belleza, como si la ventaja que tuviera una mujer fea o envejecida fuera no sentir de la misma manera ese paso del tiempo.

La narradora usa la atmósfera acumulada en la ciudad de su infancia y juventud, los rumores, los dimes y diretes, las leyendas, la relación con los objetos –telas, muebles, casas– y las costumbres casi vueltas liturgia de la vida diaria. Pero así como el cuerpo se vacía de sentido al envejecer, esa misma sociedad pierde su estructura interna y se derrumba. El contexto es el mismo, por ejemplo, de las novelas de Ibargüengoitia, la mirada está teñida de un cínico escepticismo que les da su tono de aguafuerte. En cambio, en María Luisa Mendoza hay, sin duda, un cariño y una ternura por ese “terruño”, pero eso no hace menos cruel la mirada. La diferencia estriba en que se trata de una mirada femenina asumida por ella y no del humor quirúrgico del autor de Las muertas. Por eso también los estilos son tan distintos –la frase corta y sintética en él, la de ella sinuosa y proliferante, como si nunca fuera a acabar, con una libertada rítmica asombrosa y con una arquitectura casi imperceptible, frente a la muy evidente de su coterráneo. Hay que aclarar que las novelas son claramente diferentes en su tramado anecdótico, pero que su tono y ritmo es muy similar. En Con él, conmigo, con nosotros tres el disparador es la matanza en Tlatelolco, pero de allí se proyectan vectores al pasado dejando el hecho histórico como un horizonte o como un ancla que impide que se pierda el contacto con la realidad. O como un lastre para el zepelín que sirve de disparador para su segunda novela, De ausencia, en la que el cambio más importante es la acentuación del desencanto en el destino prometido. La muchacha de provincia adquiere un cinismo que era hasta hace poco imaginable que no fuera constitutivo al medio y a ella misma en su origen. La narrativa escrita por mujeres se construyó en esas anécdotas tópicas que encontraron su verdadera dimensión en el tratamiento literario. Mendoza le otorga un cierto lirismo y digamos que sitúa el punto de vista narrativo y el tono que de él se desprende un poco antes, en el tránsito de la niñez a la juventud. La ronda de amigas, la familia, el impulso amoroso, están menos cons-


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Fuente: rogeliocuellar.mx

truidos y eso le permite desatar su lirismo. Otra vez el ’68 es visto como un juego de niños, una travesura, que es castigada de manera excesiva por el padre autoritario. Por eso la prosa toma a veces un tono de canción infantil en la repetición de palabras, tiene el juego como horizonte, la seguridad de un mundo intocable por el mal que, sin embargo, es el blanco de esa oscuridad que lo hace posible: lo crea para malversarlo. La ausencia de hijos en la vida de la autora se refleja en una angustia central en sus novelas. De hecho, las dos últimas –De ausencia y El perro de la escribana– serán como una variación de esta primera formando una trilogía realmente fascinante de una de las apuestas más personales de nuestra narrativa. A pesar de que fueron bien recibidas por los lectores, en la obra de esta escritora perjudicó su militancia política en el pri –fue diputada federal por Guanajuato en la liii legislatura, 1985-1988– y poco a poco fue dejando de escribir (o al menos de publicar sus textos), limitándose a algunos cuentos y a antologías diversas de sus escritos. La lucha contra el tiempo es una guerra perdida como lo es contra la muerte –y hay que diferenciar una de otra, son dos luchas distintas–, pero la manera en que se manifiesta –la vejez– la hace terrible y desoladora. Los personajes de sus novelas parecen empezar a ser viejas apenas acaban de ser niñas. La juventud ya es un proceso de deterioro. Por eso De ausencia puede tener mil historias que se reducen a una: envejecer. Y sus amantes –el árabe, el minero– son excusas en que se manifiesta ese envejecimiento. Y todo envejecimiento es tan doloroso porque tiene sobre todo futuro: siempre se puede envejecer más. Por eso, la muerte en todo caso resulta un alivio. Y si llevamos esto hasta el extremo: las mujeres nacen viejas por esa misma condición social que les impone la extrañeza. Por eso la literatura mexicana, que había reconocido en años anteriores la condición de otredad del indio, del rebelde, del revolucionario, del religioso incluso, se encuentra con una otredad doble: la de la mujer, más radical y en cierta manera inexpresable en el lenguaje de los

hombres. De allí la distancia que tienen no sólo con la narrativa anterior sino incluso con la de sus propios contemporáneos (pongo un ejemplo: en Juan García Ponce, la mujer es siempre joven, incluso cuando envejece). En Mendoza, la familia, por ejemplo, es contexto y horizonte, pero pasa a segundo plano, no es un asunto central, mientras que el deseo sí. En eso se diferencia de Luisa Josefina Hernández. Incluso no representa algo que hay que proteger, la considera ya perdida, incluso aunque sus personajes hablen o añoren los hijos, la descendencia. La institución social, religiosa, moral e ideológica que representa la familia en sus novelas ya no tiene una presencia conflictiva y no adquiere su destrucción o derrumbe ningún rasgo trágico. Mendoza abre una vía que después tendrá sus secuelas en narraciones tan distintas como Arráncame la vida y Como agua para chocolate al dar carta de identidad a ese monólogo de conciencia que, sin embargo, suma muchas voces diferentes gracias a la identificación con lo femenino arquetípico, y que tampoco tiene conciencia de sí mismo sino que es un torrente aleatorio, a veces casi surrealista, y con dejos psicoanalíticos, dispuesto al arrebato. De allí que pueda pasar de la ronda infantil al bolero y de allí a la poesía de sor Juana, sin miedo a las cursilerías. En sus narraciones se ve claramente el dilema entre el arrebato de la intensidad y el dolor del silenciamiento de los impulsos. En esa encrucijada conquista su tono y a la vez accede a la novela (los cuentos de esta autora son piezas bastante menores) y a la mudez. Después de El perro de la escribana, Mendoza guarda un silencio que ha sido poco atendido. ¿Percibió que su tono se agotaba en la repetición de claves nostálgicas y recursos líricos o la angustia la enmudeció? Es probable que el mismo ejercicio de liberación que significó su uso del monólogo interior le limitara los registros. El paso, entre las escritoras mujeres, del cuento, que les cuadró también en un período –Guadalupe Dueñas, Amparo Dávila, Elena Garro, Inés Arredondo–, a la novela no fue fácil: el dique lo rompe Los recuerdos del

porvenir por su calidad, pero ya antes Luisa Josefina Hernández, y una autora de la generación anterior (Ana Mairena) habían propuesto una nueva sensibilidad narrativa. Mientras la novela de la Revolución desemboca en una dirección en la novela urbana –La región más transparente (Fuentes), Los errores (Revueltas), José Trigo (Del Paso)– en otra lo hace en Los recuerdos del porvenir o Balún Canán. Mendoza se sitúa equidistante de esas corrientes apelando únicamente al universo interior femenino que se manifiesta, sí, en un contexto, pero que va más allá. En palabras de Guadalupe Dueñas, algunas de estas escritoras configuran lo que ella llamó “las viudas de López Velarde”. Y en efecto, Mendoza pertenece a esa línea: la mirada sobre Genoveva o sobre Fuensanta ya no es la de sus admiradores sino que son ellas mismas las que se describen. Ausencia es un personaje arquetípico y su vivencia más que descrita es encarnada en palabras y ritmos. Como el zacatecano, la China presta oído al habla de la calle, a las consejas del vecindario, a los tiempos de las casas señoriales de esos pueblos mineros –San Luis Potosí, Zacatecas, Guanajuato– que conforman un microcosmos diferenciado. Lo que en los cuentos es veladura, en estas novelas es ya puesto a la luz. Insisto en que esto provoca a la vez una liberación y una angustia, sentimientos simultáneos en que al menos en Mendoza provocan un silencio posterior (ella dijo en diversas ocasiones que se encontraba trabajando sobre otras novelas, incluso señaló que una de ellas es sobre el exilio español en nuestro país, pero es probable que se tratara de otra manifestación de lo que se podría llamar el síndrome de Rulfo con “La cordillera”). Así, Mendoza es heredera más bien de La suave patria que de los poemas de Zozobra. De hecho, hay una voluntad paródica en su retrato social que recuerda el tono de la “gota categórica” o de las “campanadas como centavos”. Incluso en cierto momento su manera de adjetivar y su sintaxis se vuelcan sobre una libertad que resulta más precisa e intensa que el vocablo aceptado l


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LA CHINA MENDOZA: Entrevista con María Luisa Mendoza |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

Dueña de un estilo y de una voz peculiares a lo largo de sesenta años de vida literaria, la autora de las novelas Con él, conmigo, con nosotros tres (1971), De ausencia (1974) y El perro de la escribana (1980), del libro de cuentos Ojos de papel volando (1985) y los ensayos La O por lo redondo (1971), Las cosas (1976) y de Trompo a la uña, volumen que compendia lo más destacado de su labor periodística, la nacida en Guanajuato hace 88 años falleció recientemente en Ciudad de México. Dura crítica de la crítica literaria mexicana, en esta entrevista se declara deudora de Alejo Carpentier, Juan Rulfo, Julio Cortázar, Carlos Fuentes y Marcel Proust, y con gran vitalidad afirma que le temía a la vejez y, acaso con cierta coquetería, que le hubiera gustado ser una “escritora con éxito”.

Arriba: Archivo personal de la escritora y periodista. Izquierda: ilustración de Jesús Díaz Hernández


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AUSENCIA BAUTISTA SOY YO Juan Domingo Argüelles

La pasión por escribir

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Hacia fines de la década del ochenta y hasta mediados de los noventa, busqué y entrevisté a los escritores mexicanos cuya literatura me interesaba o había despertado en mí alguna seducción. Fue así como conversé con varios de ellos, y este fue el caso de María Luisa la China Mendoza, cuya novela De ausencia (1974) me parece notable. No la traté muchas veces, pero coincidimos en varias actividades literarias. En una de las últimas compartimos mesa, en la Sala Manuel m. Ponce del Palacio de Bellas Artes, en julio de 2012, durante la presentación del libro Nahui Ollin: Sin principio ni fin, de Patricia Rosas Lopátegui, con la autora y con Beatriz Espejo, Silvia Molina y Nadia Ugalde. María Luisa Mendoza murió el 29 de junio de 2018. Rescato esta entrevista que realizamos en mayo de 1990, con motivo de sus sesenta años de edad. Al recordar su infancia, se define como voraz devoradora de libros, en lo cual mucho tuvo que ver la debilidad de su organismo. “Fui una niña enfermiza –dice–, siempre estuve en cama, tuve todo el inventario de las enfermedades infantiles y ello provocó en mí a la ávida lectora, lo mismo que debió provocar a la escritora. En mi infancia, mientras mis primos jugaban al sol y se metían al mar o al lago, yo leía; porque estaba encerrada, maniatada por alguna enfermedad que podía ser tos ferina, rubeola, anginas, tifoidea, eczema nervioso, reuma, en fin una de tantas enfermedades que hicieron nacer en mí la vocación de lectora y escritora”. Es María Luisa Mendoza, a quien sus amigos del medio literario conocen El crítico como la China; autora de tres novelas significativas en nuestras letras, la estadunidense segunda de las cuales es, sin duda alguna, su obra más destacada: Con él, John s . Brushwood conmigo, con nosotros tres (1971), De ausencia (1974) y El perro de la escriha escrito: “El bana (1980). Ha publicado también un libro de cuentos: Ojos de papel volando lenguaje de María (1985) y dos volúmenes de ensayos: La O por lo redondo (1971) y Las cosas (1976). En 1989 apareció un tomo que recoge una parte sustancial de su obra Luisa Mendoza trastoca la realidad periodística: Trompo a la uña. Guanajuatense (nacida el 17 de mayo de 1930), María Luisa Mendoza ejercon sus largas ció el periodismo muchos años, sin descuidar su vocación de narradora. Con oraciones, con un estilo inconfundible paladea las palabras, las arracima y luego las va desvarias reflexiones granando en la página para llegar a donde desea. Huye de la línea recta; preintercaladas, con fiere el camino oblicuo. A propósito de esta actitud, el crítico estadunidense John s. Brushwood ha escrito: “El lenguaje de María Luisa Mendoza trastoca sus juegos de la realidad con sus largas oraciones, con varias reflexiones intercaladas, con palabras y su ritmo sus juegos de palabras y su ritmo coloquial que genera un efecto de canto sin coloquial que fin, su proustianismo popularizado”. genera un efecto de Con voz segura y por momentos enfáticamente disgustada por el trato que, canto sin fin, su a decir de ella, le han dado los grupos intelectuales de México, María Luisa Mendoza les reclama y les advierte: “Es increíble la misoginia que hay en proustianismo México. A las escritoras nos ningunean; desde luego ya no nos pueden evadir popularizado”. o ignorar, pero sí ningunear. Yo soy una gran ninguneada de la literatura de mi patria y a veces mis más íntimos amigos me ningunean. Pero no me importa, porque no soy monedita de oro, pero sí voy a ser muertita de oro, porque cuando yo me pele, mi obra será validada cuando toda la runfla de mafiosos desaparezca de la faz de mi tierra, de la faz de mi país.”

–¿Cómo se inició en la literatura? –Escribiendo mis diarios; los prodigiosos, llevados y traídos, cursilones, diarios. Un diario es siempre cursi, pero escrito por una mujer es aún más cursi. Sin embargo, cuando releo esos diarios, avergonzadísima de la cursilería espeluznante de toda mi adolescencia, veo que hay en lo profundo de toda aquella hojarasca la pasión por escribir. Los diarios son deleznables, nada de ellos es recuperable, salvo el ejercicio mismo de la escritura. Por otra parte, yo aprendí a escribir leyendo. Si no se lee no se puede escribir, es inútil. –¿Qué es para usted la literatura? –Es mi geografía real, el mapa de mi destino, donde me desenvuelvo mejor que en otro lugar; porque allí no envejezco, no carezco de belleza, soy un ser feliz. La literatura es el universo de la imaginación. A mí no me importa estar sola, no ir a un viaje o no recibir una presea, pero sí me importa carecer de un libro o perder la vista. Dejar de ver es terrible, pero dejar de leer es peor; mejor es morirse. (Hace cinco años yo estuve a punto de perder la vista y fue algo realmente angustiante.) –¿Dentro de qué generación literaria se inscribe? –Formo parte de la generación del ’30. Y tengo tanta importancia como escritora en esta generación, como las moneditas de oro que se echan los críticos al aire para ver si sale águila o sol. Yo soy un águila o un sol y les aseguro que siempre estaré presente aunque los críticos no me nombren. –¿De qué escritores se siente deudora? –De Alejo Carpentier, Juan Rulfo, Julio Cortázar y Carlos Fuentes, que fue la gran revelación de mi vida literaria urbana. De Marcel Proust, quien junto con Carpentier es mi punto de apoyo literario, y de muchos otros aventadores de oro, del oro de las palabras perfectas: Virginia Woolf, Thomas Mann, Henry James, Scott Fitzgerald, Simone de Beauvoir, Georges Simenon y, desde luego, Cervantes y Pérez Galdós. También del teatro de O’Neill y García Larca. Y entre mis preferencias poéticas están Gorostiza y Sabines. –¿Qué tanto cree en la disciplina y qué tanto en la inspiración? / PASA A PÁGINA 10

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–Creo que son más importantes el método y la disciplina que la inspiración, aunque la pobre inspiración está tan desprestigiada que hay que defenderla de nuestros antirrománticos y cursilones contemporáneos que la consideran como una tomadura de pelo. La inspiración existe, no es un acto de fe, existe, pero no puede llegar al escritor que no está ejercitándose en una técnica y en un plan preconcebido. Sin esto último sencillamente no se puede hacer literatura. Hay que tener entrega y escribir todos los días. Los escritores de fines de semana no existen. Yo he mermado mi literatura pretendiendo escribir nada más los fines de semana. El sueño de mi vida sería dejar todo y nada más escribir. Admiro mucho a los escritores como Gabriel García Márquez que escriben a diario. En una ocasión él me dijo: “Si no sientes la necesidad de escribir todos los días, no eres escritor.” –¿Cuál es su relación con las palabras? –En mi literatura jamás voy directamente a las cosas, voy bogando en un mar revuelto para poder llegar al punto. Esto también lo he tenido que domar. A veces no quisiera barroquear tanto. En mi literatura las palabras pesan y cuelgan mucho de las ramas. En mis últimos libros me he exigido no ser tan glotona y atascada en el paladeo de las palabras. Me he puesto a dieta de palabras. Con todo, este paladeo refleja la recuperación de una sensualidad que en mí es evidente. Lo que nunca podré es escribir como Voltaire o como Ramón Xirau, que es mi ideal en severidad.

La literatura femenina no existe –¿Cuál es su libro más satisfactorio? –De ausencia. Ese es mi amor. Es la novela que escribí con más gusto y con más plenitud. Puse en la protagonista todo cuanto yo hubiese querido ser. Ausencia vivió un tiempo que a mí me hubiera gustado vivir: el final del siglo pasado y el principio de este. –¿De dónde tomó las características de Ausencia Bautista? –Todos los escritores tomamos a nuestros personajes de nosotros mismos: de lo que quisimos ser o de lo que quisiéramos llegar a ser. Desde luego, también de la observación de personajes reales. Yo no me juzgo Proust ni mucho menos, pero en mi pequeñísima circunstancia hay una recuperación de la historia. Ausencia Bautista surge de la recreación, de un caso real de una mujer que, junto con su amante, mata a un inglés. Esta crónica se halla en un libro del padre Marmolejo y corresponde a un hecho de fines del siglo pasado. En un principio, la idea fundamental era el crimen, el hecho de sangre, pero al final de mi novela quedó tan sólo como un episodio más. En De ausencia ni siquiera se sabe a ciencia cierta si ese crimen se realiza, y esa es la duda que yo quise dejar en el lector. Desde luego, y parafraseando a Flaubert, Ausencia Bautista soy yo. Claro que sí. –¿Existe la literatura femenina? –No, existe la literatura escrita por mujeres, que es distinto. Y es muy buena literatura. En el medio literario mexicano hay graves omisiones. Por ejemplo, dos mujeres de las que nunca se habla son Martha Robles, muy buena novelista e investigadora universitaria, y Marcela del Río, que es una dramaturga muy respetable y una novelista de muy buena factura. Jamás se habla de ellas. Se empieza a hablar de Ethel Krauze, que también solía omitirse. Desde luego, estas omisiones no son privativas para con las mujeres. Ahí está el caso de ese grandísimo escritor que es Ricardo

Fuente: rogeliocuellar.mx

En mis últimos libros me he exigido no ser tan glotona y atascada en el paladeo de las palabras. Me he puesto a dieta de palabras. Garibay, del que muy poco se habla. En los resúmenes de fin de año, que sin falta se hacen en las páginas culturales de los diarios, se omite. ¿Cómo es posible? Entre estas omisiones agrégueme a mí, porque mi precioso nombre, castellanísimo, no lo registran por lo visto. –¿A qué escritores mexicanos admira? –A Octavio Paz, Carlos Fuentes, Jaime Sabines, José Gorostiza, Miguel Guardia y su poesía íntima y cerrada y de la que tampoco nadie habla, Margarita Michelena, Vicente Leñero y Ricardo Garibay que, como ya dije, me deslumbra. –¿Qué es lo que más admira en un escritor? –En primer lugar el hecho de que pueda dejar la pompa y la carne de este mundo para escribir con asiduidad. Desde luego, la palabra y el estilo. Por eso adoro a Sabines, porque me devuelve una palabra prístina, tremendamente sensual y con una alegría y una libertad extraordinarias, además de una formidable carencia de esnobismo. Creo que lo que más admiro en un escritor es la vocación, la disciplina y el estilo, junto con la palabra. Por eso sor Juana Inés de la Cruz es otro de los personajes de mi vida; adoro a sor Juana, porque también fue una escritora con las palabras preñadas: todos los hijos que no tuvo están en cada una de las sus palabras. Además, vamos a ver quién duda de su inteligencia. –¿Y qué me dice de Rosario Castellanos? –Ella tuvo todo eso de lo que le estoy hablando: vocación, fidelidad a la escritura, disciplina. Ahí está su gran obra. Como poeta me parece formidable y me gusta mucho como novelista. Hay quienes la ven como perdonándole la vida por sus novelas. Pero Balún Canán es una gran novela. En general, toda la obra de Rosario Castellanos es magnífica, como lo es también la de Elena Garro, en quien igualmente hay una espléndida vocación.

La ingratitud de la crítica en México –¿Cuál es su relación con el poder? –Muy cercana, muy plena. Yo vengo de una familia política. Mi padre era un político bastante sobresaliente, y me refiero a su brillantez y a su honradez, a su honestidad intachable. Yo crecí entre políticos, y cuando tuve la posibilidad de una actividad política protagónica la ejercí. Me gusta mucho la política en sí. Lo que me cansa es la batalla dentro de la política, ese intríngulis en el cual yo no entro y que tiene que ver con la adulación y el sobajamiento de dignidades. –¿Cuál es su opinión de la crítica literaria mexicana? –La crítica literaria en México es muy ingrata, muy poco generosa, muy atada a las convenciones de los papados ya sea del Kremlin o del Vaticano o, en fin, de los símbolos que usted quiera de un poder circular. Los críticos mexicanos están metidos en su propia y pequeña visión y no quieren salir de ella porque les da miedo estar fuera del rebaño. Cometen adulación o estragos en el honor de los escritores. A los que no formamos parte de ese cogollo poderoso sencillamente nos silencian. Como verá, no tengo buena opinión de la crítica literaria mexicana, si es que se le puede llamar así. –¿El problema, entonces, son los grupos literarios? –Es lo mismo. Los grupos literarios son pedantes, racistas, interesados. No es un edén tratarlos. A mí, quizás, lo que me falta es pedantería y vanidad. –¿Le preocupa la vejez? –Sí, profundamente. La rechazo, me asusta mucho lo que habrá de ser esa carencia de eficacia, de cuerpo rápido, de movimientos inmediatos, de pensamientos ágiles, de posibilidades amorosas, en fin, de futuro. Lo contrario, precisamente, que mueve a la juventud: tener un futuro, saber que mañana todavía hay tiempo. La carencia de tiempo es lo que más me asusta de la vejez. Claro que es preferible llegar primero a la vejez que a la muerte. –De no ser escritora, ¿qué le hubiese gustado ser? –Escritora, nada más. O sí, tal vez me hubiese gustado ser guapa. No es cierto, es mentira; sólo escritora. Eso sí, me hubiera gustado ser escritora de éxito l


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EL ARTE DE LOS ÍNDICES Alfonso Reyes en una nuez: índice consolidado de nombres propios de personas, personajes y títulos, en sus Obras completas, Adolfo Castañón, El Colegio Nacional, México, 2018.

David Noria ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

He aquí ya el arco y la flecha; dagas, leznas, sierras, escoplos […] He aquí la primitiva alfarería de barro cocido, que un día inspirará la industria del pan. He aquí la candorosa agricultura de la cebada, el trigo, el mijo, el lino, y la lenta domesticación de otras plantas útiles. Alfonso Reyes, “Un paseo por la prehistoria” ES UN ÍNDICE EL IMÁN que diera con las agujas del pajar. Y entre más copiosa sea la obra que glosa, más copioso será también éste. Rufino José Cuervo no pudo menos de elaborar el índice de la Gramática castellana, de Andrés Bello, para la esmerada edición que le hizo, con notas y comentarios, en la inteligencia de que si la filología y la lingüística estaban requeridas por el rigor científico, éste pasaba por la ardua y a veces piadosa labor de hacer catálogos. Tanto realzó la gramática del caraqueño con estos servicios, que ya es tradición referirse a ella, con propiedad, como de Bello-Cuervo. Pero los índices no sólo remiten a palabras o conceptos en tratados y gramáticas. Son las relaciones que permiten a los filólogos y estudiosos saber cuántas veces, por ejemplo, Montaigne menciona a Horacio en sus Ensayos. Cuatro apariciones: libro i, cap. 26; ii, caps. 10 y 12; iii, cap. 5. Hoy, cuando los índices están aparejados a los corpus (mejor, corpora) digitales en forma de buscadores, ofrecen los pasajes en cuestión, la referencia de la cita e incluso facsimilares de ciertas ediciones o manuscritos, como el ejemplar “Bordeaux” para el caso de Montaigne, a partir de todo lo cual pueden emprenderse investigaciones rigurosas de miras más anchas y que tocan ya los estudios de literatura comparada, tradiciones literarias y la historia de la cultura.

No sólo la Concordance des Essais de Montaigne campea en estas batallas de los altos estudios literarios –verdaderas empresas nacionales–, sino los seis volúmenes del Goethe-Handbuch publicado por la casa Metzler en Stuttgart y Weimar por Bernd Witte y otros sabios, donde pueden consultarse índices acerca de lo que se quiera: temas, obras, personajes literarios, personajes históricos, geografía, etcétera (Agradezco la referencia al germanista y clasicista Raúl Torres Martínez). La altura del andamiaje auxiliar alrededor de la obra de los escritores nacionales más importantes es la altura de la cultura letrada de una nación. El libro Alfonso Reyes en una nuez: índice consolidado de nombres propios de personas, personajes y títulos, en sus Obras completas, realizado por Adolfo Castañón y sus colaboradores, y editado por El Colegio Nacional, es la herramienta que dará un nuevo aliento de profesionalización a los estudios alfonsinos y a la crítica literaria en México. Instrumento de precisión, este índice requiere una práctica de la técnica crítica que, por otro lado, no está en pugna con un uso “recreativo” o espontáneo. Pero a poco que se manipule el volumen se verá que, entre 614 páginas con 6 mil 626 referencias de nombres propios, 200 personajes y 5 mil 111 obras, será el estudioso quien haga valer y hablar a estas perpetuas columnas de nombres: “Hacer los índices de un libro o de una obra –apunta Castañón– equivale a dibujar su estructura secreta. Quien los maneja está en posesión de las claves ocultas capaces de abrir de par en par las puertas de la obra.” No en vano la obra de Alfonso Reyes se ha convertido en México en el lote experimental de la crítica literaria y las ediciones: así lo ha demostrado la publicación de sus obras completas, diarios, labor diplomática, epistolarios, antologías, estudios, versiones digitales y, ahora, el índice consolidado. Vendrá pronto el momento de la unificación. Como ya lo sugiere el propio Adolfo Castañón en la “Advertencia”, será preciso, por un lado, ampliar el alcance del índice: acaso a ejemplo de los de Goethe hacia la historia, la geografía y los temas; la exhaustividad para cada palabra o el acceso digital a manuscritos como en Montaigne; e integrarlo finalmente todo en un corpus perfectamente interreferenciado, acompañado además de su irrecusable versión electrónica y gratuita a la manera del “Diogenes” grecolatino y el corde de la rae. Bien en‑ tendida esta empresa, no será de extrañar que diversas instituciones e investigadores se sientan llamados a llevarla conjuntamente a buen puerto. Cuando la nave de un país zozobra parecería difícil hacer comprender la utilidad de este tipo de labores. Pero si es cierto que la cultura da identidad, esto equivale a decir

que puede darnos también tentativas y orientaciones para la navegación. La cultura mexicana ha situado a Alfonso Reyes en el centro porque ha visto en él un paradigma del afán industrioso de civilización, tradición y modernidad, nacionalidad y universalidad. Estos y más valores decantarán de trabajos como Alfonso Reyes en una nuez y, sin confundir los dominios ni ensanchar los términos, serán la brea que mejor selle el barco de nuestra cultura. Eventualmente, aplicadas técnicas similares a otros autores mexicanos, tendremos textualmente domesticados importantes períodos de nuestras letras. Entretanto, es la hora de catalogar, pues para proseguir el rumbo hace falta, primero, relatarnos en voz alta cuál es el contingente que nos secunda, nos arma y enorgullece. No es otra la intención, en el segundo libro de la Ilíada, del “Catálogo de naves”.


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SOR JUANA O LA FILOSOFÍA DE LA LIBERTAD Approaches to the Theory of Freedom in Sor Juana Inés de la Cruz (Aproximaciones a la teoría de la libertad en Sor Juana Inés de la Cruz), Virginia Aspe, Aliosventos Ediciones,

Fanny del Río ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

Fe de erratas Por un lamentable error, en el número pasado esta reseña, apareció incompleta. Aquí se reproduce íntegra. Pedimos una disculpa a los lectores y a la autora.

Leer EN ESTE LIBRO, Virginia Aspe emprende una aventura hermenéutica que explora el “clima de ideas” en que se desarrolla la obra de Sor Juana y, en particular, su teo‑ ría de la libertad, y realiza una interesante reflexión sobre el pensamiento filosófico mexicano. Con una multiplicidad de perspectivas que permite una exhaustiva comprensión de Sor Juana, en cierto sentido el estudio de Aspe es por cuenta propia un ejemplo del barroco, pues los capítulos que lo componen se hilvanan –cual capas perladas y hermosamente sincrónicas– para culminar en una mirada caleidoscópica en la que podría uno perderse de no ser porque la autora riega de amables luces el interior del laberíntico siglo xvii mexicano, y orienta, así, a sus lectores. Aspe construye este texto a golpe de láminas de nácar, sin las cuales la perla no es la perla, ni el barroco es el barroco, ni Sor Juana es la inteligencia más brillante del firmamento novohispano. Al tiempo que recorremos la complejidad narrativa propia de Sor Juana, Aspe nos introduce en otro dédalo de contexto filosófico y ahí coloca el hilo conductor que devela el sitio que ocupa aquélla en un cauce más amplio: el del pensamiento mexicano, que surge en la lírica precortesiana de los tlamatinime, se renueva en la escritora novohispana y culmina en el siglo xx con la obra de José Vasconcelos y su “poesía con sistema”. Tres hitos de la historia de las ideas en México que son la trenzada trama de nuestro reflexionar filosófico más propio. La visión de la sabiduría de Nezahualcóyotl y Nezahuapilli, reyes tutelares de la “paideia náhuatl”, conecta inteligencia intelectual con los sentidos y afectividad con pensamiento. La tarea del tlamatinime es educativa, “pone un espejo delante de los otros” mediante la formulación poética de la sabiduría: ‘Flor y Canto’ –in xóchitl in cuícatl–, y no mediante teoría o especulación racional. “La realidad humana –dice Aspe– se pervierte al servir intereses aislados… una persona jamás podrá ser sabia sólo a través de la razón, de la pasión, o separada de su cuerpo.” La racionalidad poética de los antiguos mexicanos, permeada por el conocimiento mítico y el lenguaje metafórico, entrará en choque frontal con la cultura española, pero de la tensión entre estas dos formas de comprender la realidad surgirá la filosofía de Sor Juana. Primero sueño es el poema filosófico por excelencia y uno de los más acabados ejemplos de lírica hermética del barroco mexicano. Aspe apunta que, con él, Sor Juana nos conduce a través de la noche del alma en “una experiencia poética similar a la de los místicos”, pero en vez de Dios aspira alcanzar el entendimiento

humano. El poema comienza en la pirámide –soberbia estructura intelectual– pero termina a ras del suelo, en la “circunferencia luminosa de la tierra”. Es un final celebratorio: al sortear los obstáculos de la noche, en su aparente derrota la razón preludia el alba: “el mundo iluminado, y yo despierta”. Ninguno de los comentaristas previos de Primero sueño ha llevado a cabo una labor más detenida en cuanto al contenido filosófico del poema, ni lo revisó a la luz de los más recientes hallazgos documentales que permiten a Aspe explorar la influencia de diversas escuelas filosóficas, pero también reflexionar sobre la huella de Suárez, Molina y autores leídos en la época, pese a la censura de la Inquisición. Sobre todo, Aspe conduce nuestra atención más allá de lo que el poema dice para examinar cómo lo dice: Sor Juana emplea la formulación filosófico-poética del México prehispánico e incorpora metáforas y símbolos en un juego de métrica que evoca a los tlamatinime, lo que prueba que, para ella, la razón tiene un movimiento incluyente. Aspe también examina el debate con Viera, pero aclara que éste no representaba a toda la Iglesia, pues el obispo de Puebla instó a Sor Juana a seguir con sus escritos y Molina le dio motivos para continuar su exploración filosófica hasta su magistral culminación en Primero sueño: resulta crucial la interpretación de Aspe sobre la influencia de De Concordia en ese poema, pero también en la Carta atenagórica y en la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz. Gaos lo señaló como el primer filósofo mexicano de fama internacional, la cual mereció en parte por su lectura musical del universo: enfrentó el ritmo a la idea mecánica e intelectual de la fenomenología y defendió el principio emocional en la sabiduría, con lo que también llevó a cabo una labor de paideia. Hoy Vasconcelos ha caído en un olvido injusto: su obra impacienta a los académicos actuales por su vehemente pasión y el enfoque coloquial de sus escritos, pero al trascender su retórica se logra apreciar verdaderamente sus aportaciones. Aspe conecta las tres estaciones filosóficas resaltando el papel de la emoción en el conocimiento y concilian do la pluralidad de contrarios. “Filosofar es –dice la autora– horadar la superficie hasta dar con la raíz donde las diferencias se armonizan, no como una suma de verdades, sino mediante la penetración subjetiva de la realidad.” Este libro obliga a un examen diferente del vínculo entre filosofía y poesía en el marco conceptual del pensamiento mexicano, esto es, de lo característicamente nuestro, y a ver bajo una luz nueva nuestras aportaciones a la historia de la filosofía mundial •

EN NUESTRO PRÓXIMO NÚMERO

Centenario de Los heraldos negros, de César Vallejo

MARCO ANTONIO CAMPOS

@JornadaSemanal

La Jornada Semanal


Arte y pensamiento

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Artes visuales Germaine Gómez Haro

germainegh@casalamm.com.mx

La Talavera poblana; un periplo de Bagdad a Puebla RECIENTEMENTE RECIBÍ el maravilloso libro Cerámica entre dos mares. De Bagdad a Puebla de parte de su autora, la historiadora iraní Farzaneh Pirouz-Moussavi, conocida coloquialmente como Farsi, quien a lo largo de quince años se ha dedicado a investigar los orígenes y el desarrollo de la preciada producción de la cerámica glaseada, desde su lugar de nacimiento, en lo que hoy es Irak, hasta nuestros días. Este libro es el resultado de su tesis de doctorado en el Instituto Oriental en la Universidad de Oxford (Inglaterra), una investigación exhaustiva que la ha catapultado como autoridad en arte islámico y su preponderancia en la historia universal. El volumen, profusa y bellamente ilustrado, apareció bajo el sello de Planeta para acompañar la exposición de cerámica vidriada que se presentó primero en el Museo Franz Mayer, después en la Crow Collection of Asian Art, en Dallas, y finalmente en el Museo Internacional del Barroco en Puebla. Se trata de mucho más que un catálogo de exposición, pues narra con lujo de detalle, a lo largo de doce capítulos, la fascinante historia de este arte. Esta historia comienza a principios del siglo ix dc en Bagdad, en la Corte Abasí del califa Harun al-Rashid, desde donde se inicia un periplo de siete siglos hasta lle-

gar al Virreinato de la Nueva España. Farsi nos lleva de la mano a recorrer esta audaz y venturosa travesía a través de parajes diversos entre Medio Oriente, China, África y Europa, hasta la recién fundada Puebla de los Ángeles, donde se origina la tradición de la Talavera poblana que pervive hasta nuestros días. La investigadora subraya que el verdadero parteaguas de este viaje se dio a principios del siglo xiii, cuando los alfareros fatimíes llegaron a Andalucía, portadores de los secretos sobre la aplicación de los pigmentos azul cobalto y dorado a la cerámica vidriada y la temperatura ideal de cocción para obtener los resultados de óptima calidad, procedimiento que era celosamente guardado y transmitido a través del aprendizaje de generación en generación. Según las crónicas de la época, los primeros alfareros, procedentes de Talavera de la Reyna (España) que llegaron a la Nueva España, realizaron una producción pionera a su paso por Ciudad de México en 1537-1538, pero muy pronto se instalaron en Puebla por ser un territorio por demás fértil en recursos naturales, entre ellos sus extensos yacimientos de minerales en los que sobresalía la arcilla de varios tipos: negra, roja, blanca. Las primeras piezas producidas en Puebla siguieron los patrones decorativos y las formas de la tradición hispanomusulmana, utilizando primordialmente el azul cobalto y el negro manganeso. Además de la cerámica utilitaria y los objetos decorativos, surgió también la moda de recubrir superficies en la arquitectura, como fachadas en mansiones e iglesias, cocinas de casas y conventos, domos, fuentes y campanarios, entre otros. Con la llegada de la porcelana china en los galeones de Manila, proliferó la decoración inspirada en motivos de chinoiserie, combinados con elementos locales, como vemos en el soberbio lebrillo de la colección Franz Mayer que ostenta la figura de un hombrecillo chino

Talavera de la Reyna, Francisco Toledo

parado sobre una guirnalda de nopales (siglo xvii). Hacia fines del s. xviii sobrevino la decadencia de la industria de Talavera poblana, que sufrió una serie de altibajos en el xix y hasta bien entrado el siglo pasado. En 1990 un grupo de alfareros poblanos decidió establecer nuevas ordenanzas y rotoamar las originales de 1563, para elevar el nivel de calidad de la producción con denominación de “Talavera”. En la actualidad, además de los diseños convencionales, se ha desarrollado una importante producción de obras de arte contemporáneo con artistas como Francisco Toledo, Sergio Hernández, Juan Soriano, Jan Hendrix, Luca Bray, Gustavo Pérez, Vicente Rojo, entre muchos otros. Amante y profunda conocedora de la Talavera poblana, Farsi concluye: “Resulta extraordinario que una forma de arte iraquí se haya convertido hoy en una artesanía mexicana auténtica por excelencia.” •

Lebrillo con motivos de chinoiserie Fachada de “La Casa de los Muñecos”, Puebla

Bitácora bifronte Jair Cortés

jair_cm@hotmail.com twitter: @jaircortes

Robert Herrick: Ámame poco, ámame siempre DE ENTRE LA ABUNDANTE obra del poeta inglés Robert Herrick (1591-1674) hay dos poemas en los que podemos descubrir el doble filo que un mismo ser experimenta a la hora de amar y ser amado. En “A su amada (porque le reprochó que no hablara ni retozara)”, Herrick escribe desde la perspectiva de quien ama, exponiendo el porqué de su actitud mesurada: “Dices que no te amo, porque ya no juego con tus rizos, ni me paso el tiempo besándote; también me reprochas que no pueda inventar algún juego que divierta las niñas de tus ojos. Juro por la religión del amor: cuando menos lo digo, más amo. Solamente los dolores leves pueden expresarse; se sabe que los toneles llenos hacen poco o nada de ruido. Las aguas

profundas son silenciosas; los arroyos más ruidosos tienen poca hondura. Por eso, cuando el amor es mudo, expresa una profundidad y esa profundidad es infinita. Y ya que mi amor es tácito, comprenderás que hablo poco porque amo demasiado.” Aquí encontramos al amor (comparado con el agua) como una práctica que sólo puede enunciarse a través de su misma acción. Robert Herrick, un hombre de palabras, concluye que entre más silencioso, más intenso es el amor. Por otra parte, en “Ámame poco, ámame siempre”, el poeta se dirige a quien lo ama: “Dijiste que tu afecto hacia mí era grande; por favor, ámame poco, pero ámame mucho tiempo. Despacio se va lejos; el término medio es mejor: el deseo violento, o muere, o cansa.” Herrick desea, a la hora de ser él quien recibe el “afecto”, un amor como una compañía perdurable, encontrando en el tiempo un aliado, y enalteciendo la calma como una cualidad que puede ser cultivada entre los amantes para su beneficio. La distinción que Herrick hace entre amar y ser amado deriva de dos motivos: mientras él ama tiene el control del amor, mismo que depende de él; pero si él es el objeto del amor, entonces aparece el miedo a dejar de ser querido y por ello implora a quien lo ama que tenga la voluntad necesaria para dosificarle su amor, prefiriendo la duración a la intensidad. En los dos poemas

(como amante y amado) amar se presenta como una facultad con cierto dominio de las emociones, en la que no sólo se elige a quién amar sino cómo amarlo, sin que ello demerite la legitimidad de un amor verdadero, equilibrando así el impulso instintivo y la serenidad de la razón en un amor que dirige sus fuerzas de manera consciente y plena •


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Arte y pensamiento

Tomar la palabra Agustín Ramos

De caciques y deudas (i de iii) EL UNIVERSO VARGUEÑO: arte popular. Esta última frase parece un oxímoron, es decir unión de contrarios que la poesía de don Luis de Góngora ejemplifica –entre otras muchas revelaciones– con Cupido, ciego que además de apuntar atina en los corazones y que, siendo un dios niño, ha caducado por cuestiones de la edad, de edades. Pero más adelante me referiré a la contradicción entre el arte y la creación denominada “popular”, porque necesito mencionar aspectos básicos de la obra más conocida de Gabriel Vargas, La familia Burrón. Todas las observaciones coinciden en la maestría representativa de los Burrón, una historieta que apareció en 1948 y cumple sesenta años de vida –casualmente la edad real de doña Borola– y que se mantuvo en circulación durante medio siglo. Cincuenta y un años de andar, la historieta y Borola, vivitas y coleando en puestos de periódicos; Borola, para zozobra y contrariedad de don Regino Burrón, de la misma edad de su exorbitada cónyuge; la historieta, para deleite de innumerables lectores. Medio siglo en que marido y mujer saltaron de unas páginas a otras, de un formato a otro, con sus tres hijos y un perro, Regino chico, Macuca, Foforito Cantarranas (adoptivo) y la mascota Wilson. Todos de aquí para allá, de las páginas del Pepín como parte de la serie Los superlocos en la que el astro rey era Jilemón Metralla

y Bomba, a la historieta independiente, digamos propia, que aparecía bajo un rótulo contundente: Paquito presenta a La familia Burrón. Y ya en la década de los setenta del siglo xx solamente como La familia Burrón, editada por gyg, para continuar en el siglo xxi en catorce tomos de Editorial Porrúa. La familia Burrón llegó a consolidar el cosmos alterno como la galaxia culminante del universo vargueño. Escribo así, “vargueño”, para rendir homenaje a una obra de arte a la que una valoración excluyente insiste en llamar “artesanal” por su carácter colectivo y anonimizado. Ese objeto es el bargueño, gentilicio de Bargas, provincia de Toledo, que además de adornar sirve como armario, cómoda, estantería, cajonera, alacena e infinitamente etcétera. También se escribe “vargueño” en una ortografía menos usual. El bargueño o vargueño, pues, constituye en cada una de sus presentaciones y representaciones dignas de tal nombre, una obra de arte en

Gabriel Vargas

madera taraceada (no necesariamente preciosa), es decir con incrustaciones de metal, concha o lo que se le antoje al artista o artesano (como el artífice creador decida llamarse), una obra artística, sin duda, por más que a contrapelo de las definiciones, je je je he he he, hegemónicas del arte. Los Burrón en sus diferentes ciclos permanecieron dialécticamente suspendidos en una misma edad, estancados en una situación económica y en un domicilio, Callejón del Cuajo número Chocho. Dialécticamente, digo, porque si bien los personajes seguían fieles-a-símismos, en el plano de la realidad del autor y de los lectores el mundo cambiaba; y esos cambios de moda, atmósfera y época, se proyectaron fielmente en una historieta que podría resumirse así: visión divertida y jocosa de la clase social que para Vargas fue la más representativa de los mexicanos; visión pesimista y realista, también, pues ni el recto y conservador Regino ni su disparatada y revoltosa mujer encuentran salidas viables a su situación de estrechez, que además se acentúa cada vez más insinuando la merma de dignidad y calidad de vida popular a consecuencia del tlc. La familia Burrón aportó, en suma, una descripción crítica y empática con las clases pobres de la capital de un país como México. Con este ánimo tierno de complicidad, el autor y sus personajes caricaturizaron manifestaciones de la desesperación por carencias económicas. Borola caza gatos, se entierra para aprender a vivir como los gusanos, de pura tierra, elabora croquetas de llanta y encabeza a sus vecinas para asaltar mercados y boquetear tiendas de abarrotes • (Continuará...)

Biblioteca fantasma Eve Gil

La prohibida LAS HIJAS DE ZALMAN es el simplón título con que editorial Salamandra reemplazó el original, hermoso y preciso para esta primera novela de Anouk Markovitz, I am forbidden, “Estoy prohibida”. Al igual que Atara, una de las protagonistas, Anouk fue parte de una comunidad jasídica satmer, y huyó de su casa a los diecinueve años para evadir un matrimonio arreglado. Atara Markovitz desaparece antes de que alguien pida su mano, impulsada por la necesidad de estudiar una profesión, privilegio vedado a las mujeres de su comunidad, que a lo más que pueden aspirar es a aprender la Torá sin cuestionarla, cosa que Atara hace continuamente. Esta novela podría ser La letra escarlata de nuestro tiempo. Su autora logró graduarse como arquitecta en Columbia y posiblemente nunca la hubiera escrito de no ser por los sucesos del 11 de septiembre de 2001, que la llevaron a reflexionar sobre los fundamentalismos. Menos esperó que los mismos rabinos –como Jack Riemer– y las revistas en yiddish recomendarían su lectura, equiparándola con Isaac Bashevis Singer. En ninguna parte se especifica dónde nació Anouk. Probablemente en Rumania. Se crió en Francia, pero eligió vivir en Nueva York, geografía que recorre su novela. Zalman Stern es un rabino rumano de noble corazón –pese a ser terriblemente estricto en hacer cumplir los más de seiscientos mandamientos de la Torá– que acoge en su de por sí numerosa familia a dos huérfanos de guerra: Mila y Josef. Éste ha presenciado el asesinato de Anouk Markovitz

sus padres y de su adorada hermanita a manos de un guardia de hierro rumano. Es adoptado originalmente por Florina, una mujer católica que lo renombra Anghel. Justo entonces él rescata a la pequeña Mila, que presencia cómo cuelgan a su padre. Aunque Anghel se ha encariñado con su madre postiza, comprende que, para acceder al hogar de los Stern junto con la niña, debe presentarse como hijo de Yekutiel Lichenstein. Cumplidos los trece, el niño es enviado a estudiar la Torá. Mila, por su parte, se ha encariñado con Atara, hija mayor de Zalman, al grado de hacerse pasar por hermanas con la complacencia de la maravillosa señora Stern. Una reciente resolución rabínica, que decreta a las mujeres como aptas para estudiar la Torá, les permite ser enviadas a un seminario femenino donde Mila reforzará su fervor religioso, mientras que Atara, seducida por la lite-

ratura, da inconvenientes muestras de precoz sabiduría que disgustan profundamente a sus maestros. Mila será requerida en matrimonio nada menos que por Josef, casi al mismo tiempo Atara desaparece del hogar donde ha sido tan feliz, optando por una muerte simbólica a cambio de aprender una profesión en el mundo de los gentiles. Mila y Josef se aman de una manera que los abochorna, aunque sigan al pie de la letra los mandatos referentes a la santidad matrimonial. No obstante, las escenas de sexo pudoroso, cuya finalidad es la procreación, son recreadas con extraordinaria sensualidad. El tiempo pasa y Mila no queda preñada, pero el sexo con Josef se torna cada vez más apasionado, y su amor más intenso, conscientes de que, pasados diez años, habrán de divorciarse si Mila no concibe. Ella busca en la Torá algún argumento que le permita justificar la solución extrema y lo encuentra en la historia de Tamar. La vida de la abnegada esposa y el virtuoso esposo se transforma en una perpetua tortura de conciencia, aunque Josef llegará a amar profundamente a Rachel, única hija de Mila. Han conservado su matrimonio a costa de nunca volver a tocarse, pese a lo mucho que se desean, a manera de penitencia, y ven crecer a sus nietos sin que Josef supere su sentido de culpa por no denunciar que Rachel es una mamzer, algo así como “intrusa”. Será la mayor de sus nietas, Judith, quien descubra la verdad leyendo El libro de Días, donde su abuela llevó un impecable registro de sus menstruaciones y algo más. Sólo la reaparecida Atara podría impedir que Judith pague por el pecado de amor de sus abuelos. Las hijas de Zalman posee, sin duda, el hálito y la atemporalidad de un clásico •


Arte y pensamiento Bemol sostenido Alonso Arreola

En el bar suena Luis Miguel DOS IDEAS IMPERARON en nuestra cabeza durante un viaje reciente. Inoculadas en distintos momentos por amistades que gustan de madrugadas laberínticas (mujer y hombre), ambas se complementaban en torno a la clasificación musical de nuestros días. Ella es fotógrafa. Él es productor. Ella dispara tesis como: “Me valen madre los tipos de música, en lo que me fijo es en el nombre de una pieza y de su compositor… para mí el género no importa.” Él, por su lado, derrama sesudos comentarios: “Con la homogenización de las audiencias la industria musical perdió el beneficio de géneros más pequeños que el pop, pero saludables y bien diferenciados, como el metal, el rap, el reggae y el progresivo, cuyos consumidores ayudaban al ecosistema completo mientras fortalecían su propia identidad.” Veamos: aunque estos géneros siguen existiendo y sus seguidores son fieles –atendiendo a nuestro amigo–, también es verdad que muchos escuchas, y más en las nuevas generaciones, no sienten ninguna obligación de exclusividad –como dice nuestra amiga. El fenómeno se exacerba en medios visuales e interactivos. Entonces cabe la pregunta: ¿siguen las músicas prescritas o determinadas subrayando rasgos específicos de quienes las disfrutan, contribuyendo a la creación de tribus? En un momento gobernado por las apariencias, cuando tantas voces se suicidan en el abismo de la aprobación global, pareciera que las fronteras auditivas pier-

Cinexcusas Luis Tovar @Luistovars

Ausencias, carencias y otras falencias (i de ii) LA RECIENTE PARTICIPACIÓN de este juntapalabras en el programa Banda Sonora 101 –que se transmite cada miércoles a las 22 horas por la estación cibernéticoradiofónica Rock 101, rock101online.mx–, estupendamente conducido por Roberto Garza, hizo obligado volver a un asunto abordado aquí más de una vez, aunque más bien poco en tiempos recientes: las ausencias temáticas en el cine mexicano, lo mismo en ficción que en documental. De suyo enormes, dichas ausencias causan sorpresa cuando se intenta enumerar, así sea someramente, lo que no se ha filmado. Puesto que en el programa de radio del querido Roberto se habló de quince filmes mexicanos cuya trama tuviera relación directa o influencia notable del rock –y ahí, entre otras, De veras me atrapaste, Rita, el documental, Y tu mamá también, No tuvo tiempo, Gimme the Power y Ciudad de ciegos–, lo primero que salta es la carencia ingente de filmes que se ocupen, de manera exhaustiva o al menos a título de suficiencia, de la música y los músicos mexicanos. Quizá los haya, sobre todo en el género documental, pero ¿recuerda usted, querido lector, si ha visto algo digno y memorable sobre la vida y obra de Silvestre Revueltas, Ricardo Castro, Consuelito Velásquez, el caraefoca Dámaso Pérez Prado, Manuel m. Ponce o Agustín Lara,

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@LabAlonso

den sentido. Si durante años la radio, los festivales, las tiendas físicas y los sellos discográficos compitieron por descubrir diversos géneros y dentro de ellos diferentes estilos y dentro de ellos individuos singulares, a últimas fechas apuestan por limar ángulos buscando la suavidad de un pop esférico y terso, incluso cuando viene del mestizaje. Eso trae peligros. Aunque la homogeneidad parece algo bueno relacionado con la justicia y la igualdad, en la creación artística –como en las razas– es un reflejo de quienes evitan trances estéticos o ideológicos apostando a un solo color. Enfrentar el arcoíris exige más trabajo para los mercaderes que explican al producto, para los patrocinadores que se asociarán con ellos, para los promotores y curadores que exhibirán su ser sobre el escenario y que prefieren inclinarse hacia un fascismo sonoro. La banda se les hizo demasiado ancha y ahora quieren un solo tipo de agua. ¿Ejemplo?

Luis Miguel

por mencionar sólo unas cuantas figuras enormes de una pléyade ídem? ¿Algo sobre el movimiento de rock rupestre en general, no sólo en torno a Rodrigo González, que incluya a Rafael Catana, Armando Rosas y muchos otros? ¿Y un documental dedicado a Jaime López, que de sobra lo merece? No hay uno solo que abarque la trayectoria de Caifanes, Santa Sabina, Javier Bátiz… Ya existe uno sobre Café Tacvba, otro sobre Molotov, otro sobre el Tri, además de esa cosa horrenda titulada Cuatro labios, sobre el abominable grupillo ov7, pero las carencias en este sentido son tan amplias como la memoria de cualquier melómano. Qué ganas de ver en pantalla, por ejemplo, la historia semiclandestina de un cantautor originalísimo como León Chávez Teixeiro… Y yendo un poco más atrás en el tiempo, ¿por qué no hay nada cinematográfico en torno a cómo el rock mexicano fue refundido en la década de los años setenta en lo que se conoció como hoyos funky por culpa de la

Redactamos esta nota, precisamente, en el aeropuerto de Miami, cuna de la música latina homogenizada. En el bar suena Luis Miguel. Sin haber visto un solo capítulo de su afamado culebrón, escribimos en Twitter: “¿Ver la serie de un intérprete anacrónico, desconectado de quienes aplauden su victimizada ignorancia, cuando hay tantas veredas por transitar? Güeva.” Algunos celebran la ocurrencia, pero hay quien responde: “Autolimitarse por una pose intelectual anacrónica, hueva también. Las personas no se definen por ver una serie, escuchar un cierto tipo de música o leer determinados libros, cada quien tiene herramientas para interpretar lo que ve y decidir qué tanto pesa en su vida.” Nunca discutimos con quienes responden contradictoriamente, pero como estábamos pensando en la relación entre géneros e intérpretes, escribimos: “Por supuesto que las personas también se definen por ello. ¡Faltaba más! El colmo de la ignorancia... Allí la victoria de la pereza acomodaticia, la justificación dominguera y la perpetuidad de lo chafa. Pero disfrútalo. Que tus herramientas te ayuden.” ¿Nos pasamos de agresivos? Tal vez. Pero nos molestó ver con tanta claridad a uno de quienes afirman que escuchar, leer, ver y comer mierda te mantiene oliendo a rosas. En fin. Los géneros musicales echan luz en el camino, sí, pero son ruletas agrupadas por la industria en casinos controlables. El artista, en cambio, es casilla en la que cae el tímpano momentáneamente. Una es movimiento, el otro detenimiento. Ambos giran. Ninguno garantiza calidad, belleza o entretenimiento. Existen y nos orbitan, si tenemos masa suficiente. De lo contrario damos vuelta nosotros y nos embrutecemos, tristemente. Buen domingo. Buenos sonidos. Buena semana •

moralina uruchurtiana y subsecuentes? ¿Por qué no un documental sobre el Festival Rock & Ruedas de Avándaro, y no sólo pedacitos del concierto regados por ahí? ¿Y un documental sobre Chava Flores, Óscar Chávez, los hermanos Toussaint? ¿Se estará preparando algo sobre ese flautista notable que es Horacio Franco? Como se ve, aun pergeñada nada más de botepronto, la lista es interminable, y si de manera natural se piensa en documentales al respecto, entonces faltaría que esas y las demás personalidades de la música tuvieran sobre sí una mirada correspondiente desde el cine de ficción, donde las ausencias son absolutamente oceánicas. ¿Qué más se recuerda, aparte del Juventino Rosas interpretado por Pedro Infante hace poco menos de siete décadas, en Sobre las olas?

De anemias varias

El salto es tan sencillo como obvio: de la música puede pasarse a la pintura y las artes visuales en general, a la literatura –poesía y narrativa–, la arquitectura, la política, más un etcétera inacabable, y un recuento igualmente somero arrojará resultados parecidos por lo lamentables, pues las carencias son siempre más que las presencias. Salvo Diego Rivera, Frida Kahlo, Rufino Tamayo y unos cuantos más, cuya inexistencia fílmica sería un total despropósito, nada registra la memoria acerca de Rafael Cauduro, Ricardo Martínez, Juan Soriano, Roberto García Ponce… –y puede que haya algo, pero si es así, su exhibición y por lo tanto su existencia parecieran nulas. Similar panorama se ve en el mundillo literario: aparte de Jaime Sabines, Juan Rulfo y Octavio Paz, sobre todo, ¿de quién más hay una película? Nada sobre Jorge Ibargüengoitia, Ricardo Garibay, Alfonso Reyes, Ignacio Manuel Altamirano, Salvador Novo, Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska… • (Continuará.) Sobre las olas


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Ensayo Vilma Fuentes

LOS NUEVOS INQUISIDORES Lo políticamente correcto, esa forma moderna de la tiranía y la censura, con sus eufemismos y susceptibilidades ha mutilado o deformado el lenguaje, lo cual a su vez ha generado que la vida misma se trastoque. De eso trata, con ejemplos atinados, este lúcido comentario.

MUCHAS SEÑALES PARECEN indicar que nos encaminamos hacia una época de censura perfecta: la del pensamiento, a través de la represión de su principal instrumento: el lenguaje. La tiranía de la política correcta avanza a paso acelerado. Política conforme y uniforme. En nombre de la salud física y moral. Del cuerpo y del alma. Ya no se trata de simples herejías condenadas por la Inquisición cuando los incrédulos eran quemados en una buena hoguera. Brujas y poseídos eran torturados para obligarlos a confesar sus crímenes y salvar sus almas gracias a la purificación por el fuego. En la pregunta misma está la respuesta esperada. El interrogatorio no

tiene otra meta que la de escuchar del supliciado la confesión dictada por ese mismo interrogatorio. Michel Foucault analizó de manera profunda este doble giro de la cuestión en su obra; la “cuestión”, como se llamaba a la tortura. Cierto, la censura ha existido en todas las épocas. En Memorias de Adriano, Marguerite Yourcenar dice, por la boca del emperador, no sin ironía, que hubo un solo momento en que el hombre ha sido libre. A quien ayer se llamaba esclavo, se llamará más tarde siervo, proletario y tantas otras denominaciones eufemísticas como sujeto o ciudadano. No puede negarse que las distintas civilizaciones se fundan en la existencia del tabú. Más allá del análisis estructuralista de Lévi-Strauss, quien considera al tabú del incesto como intercambio parental y principio de la propiedad, el mito, anterior al lenguaje, brota de los sueños y los miedos, expresado a través de gestos rituales para invocar lo sagrado. En una época donde la concepción de lo sagrado se desvanece y deja su lugar al escepticismo, los hombres buscan nuevos tabúes y formas inéditas de censura para cubrir y enmascarar ese vacío espiritual. A la quema de brujas sucede la de libros y obras de arte ordenada por todos los dictadores del planeta. Se trata de acabar con el viejo mundo e iniciar una civilización moderna. Hoy día, mientras el Estado Islámico trata de imponer los principios de la charia y califica de “demonios colonialistas” a los occidentales, el Fuente: questiondigital.com

expresidente estadunidense George w. Bush se considera “eje del bien” y acusa a los islamistas de ser el “eje del mal”. Cada quien ve las cosas desde su punto de vista, creyéndolas distintas cuando son las dos caras de la misma moneda. Mucho más sutil y peligrosa es la actual imposición de la política correcta. En nombre de la higiene, pues debe morirse en buena salud, se prohíben el cigarro, el alcohol. El anacronismo interfiere y se pasa a suprimir el cigarro en el cine de ayer. Los ejemplos de censura se multiplican. Militantes del nuevo orden moral encuentran otros motivos de censura. La comida debe ser sana y bio. El ejercicio obligatorio, la esbeltez un deber. Desde luego, los libros son censurados desde que comenzaron a imprimirse. Ahora, en nuestra moderna época, Alicia en el país de las maravillas es condenada en 1931 en China, pues no debe darse la palabra a los animales e igualarlos con el noble género humano. Sherlock Holmes se prohíbe en la desaparecida Unión Soviética, en 1929, pues promueve el espiritismo y el ocultismo. Robin Hood, en el Estado de Virginia, en 1954, porque un hombre que roba a los ricos para dar a los pobres no puede sino representar la ideología comunista. No se diga libros como Lolita, de Nabokov, en muchos países durante el siglo pasado pues incita a la pedofilia. Para no hablar de Sade, Orwell, Voltaire, a lo largo y ancho del planeta en tantos países. Hoy mismo, Harry Potter en ciudades canadienses como Ontario y otras ciudades de Estados Unidos, pues hace creer en la magia y en seres fabulosos que atentan contra principios religiosos de un catolicismo arcaico. Desde hace tiempo hay partidarios militantes de la censura retrospectiva. La fierecilla domada, de Shakespeare, ¿no sobaja la condición femenina? Hamlet es el protagonista de un matricidio. Dante mete al infierno a infalibles Papas. El Quijote es un peligro para la razón. La censura va hoy más lejos. Se trata ahora de expurgar cualquier palabra o frase que pudiese herir la sensibilidad de un ciego, un sordo, un paralítico, un gordo, los miembros de una minoría cualquiera, racial, sexual, trabajadora u otra. Se acude a los eufemismos: no vidente, no oyente, incapacitado motriz, persona de color, transexual, asistente doméstica. Y si no se encuentra un eufemismo, se procede a la supresión de la palabra. Se empobrece y se castra el lenguaje, se censura cualquier pensamiento original, se prohíbe pensar lo que no entra en la dictadura correcta y perfecta. Así, en Estados Unidos se ha creado una “Agencia de salud americana” para expurgar futuras publicaciones. La “Novlengua” de Trump ha prescrito de los documentos oficiales términos como “feto”, “vulnerable”, “transgénero”, “diversidad”, “prestación social”. Por fortuna, censurar una palabra no hace desaparecer una idea l


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