Carmen Parra y la música de los ángeles Vilma Fuentes
Precocidad y talento: la grandeza truncada de Bernardo Couto Marco Antonio Campos
PROPAGANDA, SEMANAL
PUBLICIDAD Y MANIPULACIÓN DE MASAS Mario Campuzano
SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA DOMINGO 25 DE JULIO DE 2021 NÚMERO 1377
LA JORNADA SEMANAL
Portada: collage Rosario Mateo Calderón.
2 25 de julio de 2021 // Número 1377
PROPAGANDA, PUBLICIDAD Y MANIPULACIÓN DE MASAS
CARMEN PARRA y la música de los ángeles
“La propaganda se dirige, fundamentalmente, a generar ciertas emociones en el público donde la racionalidad no importa”, sostiene en su espléndido y clarificador ensayo el psicoanalista Mario Campuzano, al explicar los mecanismos psicológicos de la propaganda y la publicidad, convertidos desde hace más de medio siglo en el arma predilecta de quienes buscan mantener sus indebidos privilegios, ya sea en el orden social, político, empresarial o mediático. La manipulación de masas, como plantea Campuzano, ha sido la herramienta básica lo mismo para la explotación laboral que para el acallamiento de la protesta colectiva, e históricamente ha significado incluso el derrocamiento de gobiernos democráticamente elegidos. En estos tiempos de fake news con destinatario claro y propósitos inconfesables, el manejo insidioso de la información debe no sólo ser denunciado, sino que sus mecanismos deben conocerse a fondo, para evitar su nefasta influencia.
||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| DIRECTORA GENERAL: Carmen Lira Saade DIRECTOR: Luis Tovar EDICIÓN: Francisco Torres Córdova COORDINADOR DE ARTE Y DISEÑO: Francisco García Noriega FORMACIÓN: Rosario Mateo Calderón LABORATORIO DE FOTO: Adrián García Báez, Israel Benítez Delgadillo, Jesús Díaz, y Ricardo Flores. PUBLICIDAD: Eva Vargas y Rubén Hinojosa 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. CORREO ELECTRÓNICO: jsemanal@jornada.com.mx PÁGINA WEB: http://semanal.jornada.com.mx/ TELÉFONO: 5604 5520.
Recientemente, quiso el azar que el templo de Santiago Apóstol de Nurío fuese pasto de las llamas, pero quiso la voluntad de Carmen Parra, pintora que sabe de ángeles, arcángeles y serafines, restituir con nueva música celestial transfigurada en pintura aquello que el fuego había extinguido.
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Vilma Fuentes ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
E
n el interior de la joya del arte barroco que es el templo de Santiago Apóstol de Nurío era acaso posible escuchar los ecos de la música de los ángeles. Cargados con sus instrumentos, querubines y putti revoloteaban en círculos, formando volutas al elevarse desde el sotocoro hacia las techumbres. Quienes decoraron esta iglesia con sus pinturas de ángeles, serafines, arcángeles y angelillos, si bien obedecieron a la idea de transmitir a los feligreses los principios religiosos, sin duda aspiraron en un supremo anhelo, tarea imposible, a pintar la música y plasmar no sólo los sonidos de los instrumentos y el canto que escuchan los oídos humanos, sino pintar también la música celestial, la cual, según el pensamiento religioso de la época, es la música de los astros en el espacio estelar y que, si el oído de los hombres no alcanza a escuchar, expresa la armonía del universo y se asocia a lo divino. La aspiración de los pintores de la iglesia Santiago Apóstol de Nurío es quizás la misma que inspiró a Dante Alighieri los cantos de la Divina Comedia. Pero los trazos de la pintura no siguen los mismos caminos que se abren a la escritura. En los muros del templo, el vuelo de los ángeles los va elevando hacia la cúpula donde aparece el sol, la luz, al centro de un círculo encuadrado. Dante comienza por descender al fondo de los círculos del Infierno: la iniciación sucede en un silencio absoluto. Ningún ruido natural, las bestias no aúllan, el león no ruge, ni siquiera sale sonido alguno de la boca del poeta mientras desciende ahí, “donde el sol calla”. Silencio
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absoluto, silencio de muerte, silencio del “sueño” donde Dante se hunde. Silencio también del sol, de Apolo, dios de la luz y de la música. Largo viaje por los infiernos donde los aullidos resuenan y las blasfemias aturden, no hay deseo en ese inframundo cerrado como no hay tampoco esperanza. La errancia prosigue en el Purgatorio, donde los suspiros cesan de ser quejas. Virgilio, su guía, lo deja en manos de Beatriz, con quien emprende el camino de la ascensión hasta el lugar donde se escucha cantar a los ángeles: Escuché el “Hosanna” pasar de coro en coro hasta el punto fijo que los mantiene en su lugar, y los mantendrá siempre, donde siempre fueron.
Música aún instrumental que el oído humano escucha en su interior. Armonía de la comunión consigo mismo, los ecos de la música resuenan en el espíritu. Entre los millares de ángeles, al centro, un pájaro en llamas, fuego sagrado, revolotea y baila. Dante escucha de nuevo el silencio. Sus oídos no pueden percibir la música celestial mientras su alma no trascienda. El viaje de Dante acaba en silencio en el último Canto del Paraíso. En un destello, el secreto del orden universal se le revela cuando su mirada se sume en la luz eterna del “amor que mueve el sol y las otras estrellas”. La música misma es impotente para decir esta llama. Todo es luz y silencio. El Ave Fénix, consumida por su fuego, renace de sus cenizas. Resurrección que trasciende la muerte. Los ecos de la música celestial seguirán sonando en la iglesia de Santiago Apóstol. Sus notas se escuchan ya en las pinturas donde Carmen Parra recupera de las llamas el canto de los ángeles. ¿Quién mejor que esta artista para recoger los carbones ardientes del templo de Santiago Apóstol esparcidos por el fuego y el viento? Carmen Parra tiene una larga frecuentación con querubines, ángeles, arcángeles y serafines. A su manera, con sus pinceles, ha escalado los peldaños del Paraíso. Creadora de un estilo neobarroco que le es propio, escucha palpitar en su pintura las ánimas del mundo prehispánico que resurge en el interior del arte colonial. Sus vírgenes de Guadalupe brotan de esa fusión de dos civilizaciones. Sincretismo y vita nuova. No en vano, Carmen Parra dedicó varios años a explorar la Catedral de Ciudad de México. Ningún rincón, ningún recoveco, le son desconocidos. Pintó sus campanarios, sus terrazas, sus torres, sus
columnas y sus techos. Reprodujo en su pintura Cristos y tantas otras imágenes de cuadros pintados antaño, a veces dañados o perdidos. Convirtió su órgano en un géiser de rayos de luz que se elevan hacia el Cielo. Carmen sabe que el pentagrama de la música de los ángeles son los rayos de la luz donde danzan los sonidos. Hace ya más de dos años, el 15 de abril de 2019, vi, a través de las lágrimas, el incendio de la catedral de Notre Dame de París. El techo en llamas, se temía por las dos torres. Los bomberos luchaban contra el fuego: trepados en sus altas escalinatas, desafiaba las llamaradas. La gente, de pie en las banquetas de la calle al otro lado de muelles del Sena, miraba la catástrofe en silencio, los ojos húmedos. Cuando la flecha de la Catedral se inclinó antes de caer, sentí el estremecimiento humano temblar a mi alrededor. Las cámaras de televisión filmaban lo impensable y lo transmitían al mundo entero. Estaba sucediendo lo inimaginable ante nuestros ojos. Recordé la primera vez que vi Notre Dame. La contemplé de lejos, bloque monumental. Al irme acercando, iban apareciendo las figuras de las estatuas que pueblan su fachada. Lloré, en ese entonces una tarde de 1975, con el sentimiento que se tiene ante la revelación. Ahora, ante las llamaradas que devoraban la Catedral, pensé en el altar de la Virgen de Guadalupe, con su profusión de veladoras encendidas. Las llamas no lo tocaron como tampoco quemaron ningún otro altar. Hoy, una grúa que rebasa la altura de lo que fue el techo y de sus torres, se yergue sobre Notre Dame con sus luces encendidas cada noche. Cuando supe que la iglesia de Santiago Apóstol de Nurío se había incendiado, me asaltó una emoción viva, personal, de dolor y de rabia. Telefoneé desde París a Carmen Parra. ¿Quién mejor que ella para informarme de esa joya barroca? Bellefroid le pidió que recuperara sus pinturas con la suya. Carmen pasó al acto. Acto de salvación, de renacimiento y de hallazgo. A lo largo de su obra, esta original y prolija artista ha pintado pájaros y ángeles en su obsesionante voluntad de pintar el vuelo. El aire que suspira cuando revolotean cantando criaturas invisibles al ojo de los hombres. Cuando la vida se detiene para escuchar al viento. Como lo escuchó, ensordecido por la música del silencio, Ezra Pound: Dejad al viento hablar, ése es el Paraíso ●
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Imágenes de la obra de Carme Parra.
Ave Fénix Jacques Bellefroid
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erremoto o estragos de un incendio, el destino no perdona vida alguna sobre la Tierra. La catástrofe acaecida en la iglesia Santiago Apóstol de Nurío destruyó los preciosos frescos pintados sobre los maderajes del coro. Este desastre habría podido causar una desesperanza sin fin en los espíritus amantes del gran arte, pero la amargura de la desesperación será siempre, por desdicha, una reacción estéril. Más vale escuchar a René Char cuando escribe: “A cada colapso de las pruebas, el poeta responde con una salva de porvenir.” No falta valor al orgullo de esta declaración que llama a seguir de pie frente a la desgracia. Tal es la opción escogida por Carmen Parra, quien reacciona a la destrucción causada por el fuego con otro fuego: el de la creación. La artista retoma sus tintas y su pincel: la obra que realiza da nuevo nacimiento a estos ángeles músicos que cantaban sobre las paredes del coro destruido hoy por el incendio. Este impulso irresistible del espíritu y del corazón constituye el acto de homenaje más auténticamente fiel para celebrar la memoria gloriosa debida a estos pintores de antaño cuya obra ardió. “En lo más fuerte de la tempestad, hay siempre un pájaro para tranquilizarnos”, dice también mi amigo René Char. Para dicha nuestra, en el mensaje de fraternidad enviado más allá del tiempo por Carmen Parra, el pájaro salvador ha vuelto a levantar su vuelo. Las alas desplegadas de este fénix que renace de sus cenizas lanzan un desafío a la muerte. Muerte que nunca tendrá la última palabra mientras el pájaro, gran artista, despliegue la esperanza de subir a lo más alto del cielo. Traducido del francés por Vilma Fuentes.
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Frente a la historia oficial de la Revolución Mexicana, en la segunda mitad del siglo pasado hay una producción cinematográfica en nuestro país que retoma el tema y lo trata de una manera atípica, con desenfado a veces y otras con fallido dramatismo o con dosis de un esoterismo a la mexicana. Algunas de las películas de ese cine se comentan en este artículo.
MISTERIO, FANTASÍA Y ESOTERISMO
EN TIEMPOS DE LA REVOLUCIÓN
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a inmaculada visión de la Historia Patria no sería la misma sin sus extrañas válvulas de escape: un cúmulo de obras que aluden a contextos sociales y políticos bien definidos como, por ejemplo, la Revolución Mexicana, observada desde géneros cinematográficos atípicos que proponen una revisión paralela de aquella época de traiciones, carabinas 30-30, corridos y caudillos como Villa o Zapata… Así, en 1954, tocó a un luchador enmascarado (Fernando Osés), con el rostro de Armando Silvestre, otorgar la alternativa a un olvidado paladín de las clases de Historia y Civismo: el Centauro del Norte, presencia revolucionaria por excelencia en El secreto de Pancho Villa y El tesoro de Pancho Villa, dirigidas por Rafael Baledón, con Víctor Alcocer en el papel de Villa, cintas en donde La Sombra Vengadora dejaba atrás la urbe y los encordados para dar el salto a un atemporal universo míticorural fantástico y de suspenso, y alternar con la imaginería villista. En la primera parte del filme, durante los años del fin de la Revolución Mexicana, un médico (Rafael Banquells) necesita encontrar las cinco balas que le lleven a descubrir el tesoro de Pancho Villa, que éste ha escondido. La Sombra ayuda a una familia acosada por malvados, que, al igual que La Sombra, son propietarios de una bala que llevará a los villanos a conseguir sus fines. La segunda parte es una variante donde La Sombra impone sus técnicas acrobáticas y de lucha para derrotar a unos rufianes que acechan el tesoro del Centauro del Norte: dinero del pueblo, que hombres sin escrúpulos desean robar. Al final de El secreto de Pancho Villa, La Sombra y el niño Gabriel Sánchez Tapia en el papel de Polilla, disfrazado como aquél (con su capita, mascarita y montando un pony blanco), se lanzan por la pradera y dicen adiós a la cámara. El personaje de La Sombra, interpretado por Fernando Osés, reaparecerá tangencialmente en el universo del chili western y el cine revolucionario una vez más en El correo del norte y La máscara de la muerte –ambas de 1960–, dirigidas por Zacarías Gómez Urquiza, con Luis Aguilar y Rosa de Castilla. La idea era crear la imagen folclórica y espectacular de un nuevo cine revolucionario que
Rafael Aviña ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
aún se confundía con el melodrama ranchero y su despliegue cancionero, e incluso con el cine de aventuras bravías y tema revolucionario, como lo muestran las referidas El correo del norte y La máscara de la muerte, con Aguilar como el misterioso Zorro Escarlata, trastocado en el correo de Francisco Villa. El propio Luis Aguilar en el papel de Reynaldo, acompañado de Flor Silvestre y Pascual García Peña, se convertía en héroe de ese cine de caballitos a partir de El jinete sin cabeza (1956), una serie de tres películas seguidas por La marca de Satanás y La cabeza de Pancho Villa, dirigidas por Chano Urueta, filmadas en la Hacienda de la Encarnación y en San Pedro Atzcapotzalco. Aguilar era doblado precisamente por Fernando Osés (La Sombra Vengadora) y su personaje intenta localizar la testa extraviada de Francisco Villa, en un relato de horror y misterio en el que se mezclan decapitaciones, satanismo y folclor revolucionario. Más inquietantes aún resultan La mujer del carnicero, de Ismael Rodríguez, y El escapulario, de Servando González, realizadas ambas en 1968. La primera es un relato rural de terror y locura – exhibido junto con La puerta, el cortometraje de 26 minutos de Luis Alcoriza–, protagonizado por un castrador de puercos (Ignacio López Tarso), su mujer, una madura exprostituta (Katy Jurado) y un hombre que transporta varias monedas de oro (Manuel López Ochoa) en tiempos de la Revolución. Ismael terminó supliendo al realizador original Chano Urueta para narrar las incidencias de una trama de avaricia y sexualidad, que alterna con imágenes de sus películas revolucionarias. Asimismo, acudió a ridículos efectos visuales para mostrar la descomposición mental de López Tarso, a quien el anciano cura (Chano Urueta) le hace beber una infusión de peyote y mezcal. Sin embargo, la película vale por la sólida presencia de Katy Jurado y sus deliciosas escenas eróticas, en una de las cuales acaricia el revólver de López Ochoa y luego revienta en su amplio escote las cuentas de su collar, para que aquél se dé vuelo manoseándole los pechos. El escapulario, protagonizada por Enrique Lizalde, Enrique Aguilar, Carlos Cardán y Alicia Bonet, se desarrolla en 1910: una mujer agonizante relata a un sacerdote la historia de sus cuatro hijos, salvados por el milagro de un escapulario. Servando González –realizador de Viento negro y también de las imágenes filmadas el 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco desde la Secretaría de Relaciones Exteriores– consiguió una atractiva
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mezcla de cine de horror y suspenso alrededor del escapulario del título, en medio de ambientes tenebrosos de provincia con fotografía de Gabriel Figueroa: mucha niebla, ahorcados y fusilamientos, filmado en Tepoztlán, Morelos, en un relato más solemne y sombrío que terrorífico.
Revolucionarios y chamanes en el túnel del tiempo HACIA 1976, RAFAEL Corkidi, notable cinefotógrafo y uno de los más entusiastas y eficaces seguidores de Alejandro Jodorowski, dirigió Pafnucio Santo, escrita por él mismo y el poeta Carlos Illescas: Pafnucio Santo (Pablo Corkidi) baja a la tierra para encontrar a la pareja ideal que pueda fecundar al nuevo Mesías; entre los personajes con los que se involucra se encuentran Hernán Cortés, la Malinche, Emiliano Zapata (interpretado por Gina Morett), El Demonio y Patricia Hearst, entre otros, en este relato surrealista. Asimismo, en Santos peregrinos (2004), de Juan Carlos Carrasco, curiosa y entretenida comedia social ambientada en una vecindad, aparece el fantasma de Emiliano Zapata que encarna Alberto Estrella. Otra rareza esotérica es Los muertos que nos dieron vida (2003), escrita y dirigida por Guillermo Lagunes, que narra la historia de Juan Pueblo (Gary Rivas), nacido en la década de los sesenta, quien por obra y gracia de su abuelo (Manuel Landeta) se traslada de la época actual a la Convención de Aguascalientes, en 1914, donde conoce a Zapata, Villa y otros jefes revolucionarios, y vive varios eventos clave en la historia de México, como la masacre del 2 de octubre de 1968 y el asesinato de Luis Donaldo Colosio, en esta extraña aventura fantástica-revolucionaria, muy en deuda con la añeja teleserie El túnel del tiempo (1966-67), con José Carlos Ruiz como chamán que regresa a Juan y a su abuelo a su presente. Más insólita aún resulta Zapata, el sueño del héroe (2003), de Alfonso Arau, un realizador que trastocó al caudillo del sur en una suerte de revolucionario místico, más cercano a los ideales de Carlos Castañeda que a los planteados por el ideario de la Revolución. Al igual que Salma Hayek en Frida, Arau apostó por una obra de exportación para lucir en el extranjero toda una ideología indigenista esotérica del México revolucionario. Desde el arranque mismo, en donde el héroe encarnado por el cantante Alejandro Fernández observa su propio nacimiento en Anenecuilco,
Morelos, en 1879, y es señalado como el nuevo Tlatoani descendiente de Cuauhtémoc que liberará al pueblo de la opresión, el Zapata de Arau se transforma en una suerte de fantasía sobrenatural en la que caben ritos indígenas, alucinaciones fantasmales, realismo mágico al estilo de Como agua para chocolate (1991) y una extraña y espiritual visión de la Historia con mayúscula. Finalmente, en Revolución (2010), diez episodios dirigidos respectivamente por Carlos Reygadas, Fernando Eimbcke, Rodrigo Plá, Rodrigo García, Diego Luna, Gael García, Mariana Chenillo, Patricia Riggen, Gerardo Naranjo y Amat Escalante, la idea era generar una reflexión contemporánea sobre la Revolución Mexicana a un siglo de su existencia, de manera muy libre. Se trata de ofrecer distintas miradas sociales o personales alrededor del concepto Revolución desde esta época; un proyecto tan atractivo como disparejo y decepcionante en su conjunto. De entrada, lo que salta a la vista es la incapacidad de varios de los autores para contar una historia breve de manera coherente y efectiva. Así, algunos de los episodios con ideas o arranques intrigantes se caen muy rápido o concluyen sin fuerza alguna, lo cual los lleva no sólo a esquivar el tema, sino a demostrar franca falta de eficacia narrativa. En Revolución coexisten trabajos más cercanos a los modelos que impone la televisión comercial, como los de Chenillo y Riggen, con cortos inquietantes y con ideas interesantes, pero con resultados inconexos (Escalante, Naranjo, Luna, García Bernal), entre los que destacan 30/30 de Rodrigo Plá, amarga e irónica reflexión sobre los ideales convertidos en discurso oficial; Este es mi reino, de Carlos Reygadas, que recuerda a Rubén Gámez y a Archibaldo Burns en su alegoría sobre el caos, la destrucción y el divorcio absoluto entre una clase pudiente y superficial –el mismo medio donde Reygadas ha crecido– y el pueblo, siempre explotado y humillado. En cambio, con La bienvenida, Fernando Eimbcke ofrece una historia sencilla, contada de forma excepcional, en la que relata con gran inteligencia el abandono y la orfandad del pueblo emanado de la Revolución. El conjunto cierra con un relato abrumador de enorme carga poética: La 7th y Alvarado, de Rodrigo García. Apoyada en una dramática cámara lenta, muestra el paso de un grupo de revolucionarios invisibles para el público del barrio latino angelino: fantasmas de una gesta traicionada y olvidada… ●
Página anterior: fotograma de la La bienvenida, de Fernando Eimbcke, 2018. Cartel de La sombra vengadora, de Rafael Baledón, 1956. Arriba: Como agua para chocolate, de Alfonso Arau, 1991. La 7th y Alvarado, de Rodrigo García, 2011. Abajo: carteles de El secreto de Pancho Villa, de Gabriel Sánchez; Zapata, el sueño del héroe, de Alfonso Arau, 2003 y Revolución, de Carlos Reygadas, 1991.
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Una mirada atenta y generosa, pero no complaciente, sobre la vida y la obra de un muy joven escritor que pudo haber sido grande. Bernardo Couto Castillo (1879-1901) vivió sólo veintiún años y dejó una obra narrativa abundante para su corta edad que sin duda vale la pena visitar.
PRECOCIDAD Y TALENTO: LA GRANDEZA TRUNCADA DE
BERNARDO COUTO “E
Marco Antonio Campos ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
ra un directorio ambulante de las literaturas en boga”, escribió su difícil amigo Ciro B. Ceballos, quien no era nada complaciente en la crítica; José Juan Tablada hablaba de su extraordinaria memoria. Murió a los veintiún años; el follaje de los árboles apenas verdecía. Desde entonces han pasado ciento veinte años. Gracias a la investigadora Coral Velázquez Alvarado, quien reunió acuciosamente su obra en 2014 y la publicó en las ediciones Ida y Regreso del Siglo XIX (UNAM), podemos leer lo que son al parecer todos los textos de Bernardo Couto Castillo (1879-1901). Couto o Coutito (como le decían los amigos) o Bernardo Couto jr. (como él firmaba) fue nieto del escritor conservador José Bernardo Couto, muy amigo de los poetas José Joaquín Pesado y Manuel Carpio, quien ocupó además varios altos cargos en el sector público. Su padre, Bernardo Couto Couto, tuvo asimismo una posición acomodada y se preocupó de un hijo que hizo todo lo posible por alejarse de lo que suele llamarse la buena sociedad o la gente de bien. Gran lector, Couto empezó a publicar jovencísimo, cuando apenas contaba catorce años, y lo hizo con una asiduidad que sorprende. Casi cada semana publicó por temporadas una narración breve, bien redactada, con prosa limpia y un léxico sencillo y correcto pero no rico, en el que quizá al principio abusó del énfasis y de la previsibilidad. Esa perentoriedad hebdomadaria vuelve repetitivos los esquemas y los asuntos de buen número de sus narraciones. Sería injusto valorar esas primeras ficciones tratándose de un muchacho de entre catorce y dieciséis años. En general en sus ficciones cayó en la frase hecha o en inevitables cursilerías. Sus lecturas habituales fueron de autores decadentes o malditos del siglo XIX, más cerca del infierno que del cielo, y lo influyeron, entre otros, Poe, Baudelaire, Barbey d’Aurevilly y Gabrielle d’Annunzio. Pero sus afanes de lector llegaron mucho más lejos. En una carta, con observaciones agudas, que le envía desde París a su amigo Alberto Leduc,1 escribe que está engolfado en los clásicos franceses, y estudia a Molière, Corneille, Racine, Boileau y La Rochefoucauld. De nadie se siente más próximo que de Molière, “un gran triste, su risa es del que llora, la risa del que ha llorado mucho”, quien fue grande –apoteósico– hasta en la manera de morir; Corneille es magistral, pero “algunas veces demasiado severo”; Racine “sublime, dulce, poeta en todo… hasta en sus asun-
tos”. Molière y Racine son genios. En crítica prefiere a Paul Bourget y en el teatro del siglo XIX, con mucho, a Alexandre Dumas hijo.2 Gustó mucho de la poesía, y José Juan Tablada recuerda que podía contar detalladamente a los amigos las pinturas que vio en el Museo del Louvre. Entre los músicos menciona a Beethoven, Chopin, Haydn y Bellini. Después de su regreso de Europa en 1896, donde aprendió tanto, su prosa se volvió más ligera y sus desarrollos de los temas, notoriamente en los ocho relatos donde narra los pasos desdichados del payaso Pierrot, mejoraron de manera notable. Ya sabía dejar señales en los árboles del camino y las situaciones eran más complejas. A los dieciocho años editó su único libro; lo tituló, con insensata lógica, Asfódelos. Los protagonistas descollantes de Couto por lo regular acaban hundidos en las cuevas oscuras de la insania, de la muerte o de la miseria. Encontramos a lo largo de sus breves narraciones al artista fallido e incomprendido, la mujer y/o el hombre o la mujer y el hombre que acaban destruidos por la relación amorosa, el perturbado psíquico, el asesino gratuito, el convidado diabólico, el suicida por aburrimiento o por la incapacidad de querer, el envidioso que es capaz de la última bajeza con tal de aniquilar al envidiado (“La venganza”), el que las bellezas de la naturaleza en vez de alegrarlo o engrandecerlo lo atormentan (“Día brumoso”), el que regresa de la tumba porque no soporta seguir pensando incesantemente en el tiempo sin tiempo de la muerte sobre aquello que hubiera podido hacer y no hizo (“Lo que me dijo la vida”), la mujer que acaba en la prostitución porque no se acostumbra a la pobreza o al abandono de la pareja (“Esbozo del natural”)… En su introducción a la obra reunida, Coral Velázquez Alvarado observa con notoria claridad que entre la femme fatale y la femme fragile, salvo excepciones, Couto se inclinó más por la criatura sumisa. En eso tenía el gusto por las sublimadas vírgenes prerrafaelitas. Si a Couto le hubieran preguntado si prefería ir al cielo o al infierno, hubiera contestado que al cielo, porque el infierno ya lo había vivido en la tierra. Si no fue un expulsado del Paraíso, así lo creyó y lo sintió.
Los antihéroes y el mal del siglo LOS TORTUOSOS PROTAGONISTAS no conocen siquiera de lejos la casa de la felicidad, o si la conocen, sólo es por fulgores súbitos o la pierden porque no creen merecerla o se dan cuenta demasiado tarde que tal vez hubieran podido conseguirla, como el del joven que es invitado a las nupcias con Dios con
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aquella muchacha que pudo ser de él. Hombres y mujeres en los cuentos se bañan en las aguas cenagosas del horror o bajan los peldaños de la escalera del hastío o padecen el sol negro de la melancolía. Conocen el dolor, el desasosiego, el tedio, el abandono, la miseria, la soledad, las “visiones negras” y terminan en la locura o en la muerte o en el desesperado alcoholismo o habitados por “el demonio de la perversidad”. Casi todos los personajes centrales están destinados a que les vaya mal o hacer el mal a quienes están próximos. Es un mundo de victimarios y víctimas, donde los victimarios acaban a menudo también siendo víctimas. Si algo puebla las narraciones de Couto son los antihéroes. Como el escritor de su juvenil relato “El encuentro”, Couto se identificó, menos o más, con sus propios protagonistas, ésos que sufrieron le mal du siècle, como decían los franceses. El ambiente que prevalece en los cuentos es claustrofóbico: los hechos ocurren en días grises y lluviosos, o en la vaguedad del depresivo crepúsculo, o en la oscuridad ciega de la noche, o en las madrugadas en trizas… Muchas de las narraciones pasan en espacios cerrados o acotados: un estudio, casas, la celda carcelaria, un convento. Pero quizá los centros del centro de sus ficciones, figurada o realmente, sean el manicomio y la tumba del cementerio. Couto, hundido en el alcohol y probablemente la droga, no dejó de elogiar el ajenjo, “la diosa verde de la quimera”, que ardió la bohemia de los poetas y artistas del siglo XIX que lo bebieron hasta las heces para olvidar la desventura por breves momentos y les hizo soñar fugazmente el sueño de lo que no tenían. El único retrato que del joven Couto nos queda es de 1901, año de su muerte, gracias a la mano extraordinaria del zacatecano Julio Ruelas. Al verlo nos hace pensar que si tuviera un sombrero negro y vistiera y se maquillara de blanco, sería una espléndida imagen de Pierrot como lo retrató el extraordinario fotógrafo francés Félix Nadar a mediados del siglo XIX. Es sabido que ambos, Couto y Ruelas, proyectaban hacer un libro ilustrado con los cuentos con tema de Pierrot. Si me dieran a escoger entre sus cuentos, sin duda elegiría, no aisladamente sino en conjunto, el ciclo de los ocho sobre Pierrot, el payaso triste y desdichado de la Commedia dell’arte, con quien Couto se identificó y sus amigos a su vez lo identificaron con él. Ya se ve en esas tristes ficciones al escritor maduro que se había vuelto Couto. Las andanzas europeas, sobre todo su temporada en París, sirvieron para adentrarse en el fenómeno Pierrot y para poner como escenario de sus ficciones a rincones y sitios de la mal llamada Ciudad Luz. Curiosamente, aparecen el rufián de Arlequín y la infiel y encantadora Colombina. En uno de ellos es inolvidable la imagen final con Pierrot seguido por tres gatos negros, “cuyas miradas fulguraban como chispas de carbón encendido”. Luego de que Couto muere, en la Revista Moderna, la cual fundó y de la que fue colaborador, apareció un obituario, la segunda quincena de mayo de 1901, que escribió algún amigo (tal vez Alberto Leduc): “Sobre su losa funeraria, que bordearán sus cuentos como ramilletes de Las flores del mal, Pierrot, el personaje más querido por el artista, murmurará en las noches su elegía de gratitud y de lágrimas.” En una época marcada por el afrancesamiento, él asimiló esa honda influencia. Un añadido: en esas andanzas europeas, en este caso en Zurich, conoció a una muchacha suiza, a la que recuerda y llama bellamente Nina en un par de cuentos. Si hacemos a un lado el conjunto de los Pierrots, quizá sus mejores cuentos sean “Cleopatra”, donde la sensualidad salvaje llega hasta el bestialismo;
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Página anterior: Bernardo Couto, de Julio Ruelas, 1901. Entrada de Don Jesús Luján a la Revista Moderna, de Julio Ruelas, 1899 (al centro sentado, segundo plano, Bernardo Couto).
Gran lector, Couto empezó a publicar jovencísimo, cuando apenas contaba catorce años, y lo hizo con una asiduidad que sorprende. Casi cada semana publicó por temporadas una narración breve, bien redactada, con prosa limpia y un léxico sencillo y correcto pero no rico, en el que quizá al principio abusó del énfasis y de la previsibilidad.
“Blanco y rojo”, que tiene pinceladas para un autorretrato, donde el antihéroe en la cárcel describe lo que podríamos creer que son puntos autobiográficos; “El perdón de Caín”, variación del pasaje bíblico, en el cual Eva deja caer sobre el hijo homicida el peso diario de la culpabilidad del asesinato de su hermano Abel hasta que lo rompe mentalmente. El grado de autodestrucción de Couto era terrible y sistemático. La muerte, que tanto lo obsesionó, a la que tanto trató en sus ficciones, lo alcanzó el 3 de mayo de 1901. Dos años antes había fallecido su padre. Murió de pulmonía, en una habitación del Hotel Moro, que pertenecía a su familia. De allí trasladaron el cuerpo a casa de su amante, una prostituta de nombre Amparo. En su libro El bar, Rubén M. Campos describe cómo un grupo de amigos (Alberto Leduc, Ciro B. Ceballos, Pedro Escalante Palma y él mismo) llegaron al cuarto sórdido donde estaba el ataúd negro con el cuerpo sobre un catre de fierro. Se le enterró en el Panteón Francés con el auspicio monetario de los amigos. Pese a su extremada juventud, Couto dejó una obra que alcanza trescientas páginas, de las cuales, la tercera parte, la publicó entre los catorce y quince años. No es poco. Dio varios indicios que apuntaban para llegar a ser un gran escritor. Tenía todo para serlo: inteligencia, sensibilidad, cultura y la experiencia de la (mala) vida. No hay nada que cause tanta incomprensión y compasión como aquel a quien las hadas dieron todo y aún más, y él, en cambio, se aboca hasta lo imposible para destruirlo y destruirse. Couto es un ejemplo ●
Notas 1 Se publicó póstumamente en El Universal del 26 de agosto de 1901. 2 Habría que añadir a los flamencos de la transición de siglo que escribieron en francés: Verhaeren, Rodembach.
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PROPAGANDA, PUBLICIDAD Y M El poder de la propaganda y la publicidad es bien conocido, sobre todo durante el siglo pasado y en lo que va de este incipiente siglo XXI, en que los medios masivos de comunicación y las redes sociales han hecho crecer exponencialmente su ya de por sí enorme capacidad de penetración en la mente y la psique de la población. En este artículo se pasa revista a los mecanismos que utilizan tan eficazmente el llamado “cuarto poder” y la famosa “guerra psicológica”. Mural Gloriosa victoria, de Diego Rivera.
El inicio de las relaciones públicas y la propaganda
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n su última novela, Tiempos recios, Vargas Llosa aborda no sólo el tema del golpe de Estado estadunidense contra el presidente de Guatemala, Jacobo Arbenz, sino el de los entretelones de la conjura, tanto en Estados Unidos como en Guatemala, generada por la búsqueda de democratización del país de los presidentes Arévalo y Arbenz tras la Revolución cívico-militar de 1944 que siguió el modelo estadunidense de democracia, y que, al dar derechos a los trabajadores, tenía un gran potencial de afectación de los intereses monopólicos y explotadores de la United Fruit, comercializadora de banano para Estados Unidos y otros países que en Guatemala, toda Centroamérica y lugares cercanos era conocida como “el pulpo”, por su dominio sobre grandes extensiones de tierra, la mayoría inactivas pero que evitaban la competencia y mantenían el control del único puerto al Caribe, Puerto Barrios, de la electricidad y del ferrocarril que cruzaba de un océano a otro. Inicia la novela con el encuentro de “las dos personas más influyentes en el destino de Guatemala y, en cierta forma, de toda Centroamérica en el siglo XX… Edward L. Bernays y Sam Zemurray.
Activistas en una protesta contra el gobierno pidiendo la renuncia del primer ministro, en el centro de Londres el 7 de septiembre de 2019. La cámara alta de Gran Bretaña dio la aprobación final a una ley que obligaría Boris Johnson para retrasar el Brexit. Foto: AFP / Daniel Leal-Olivas.
Mario Campuzano ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
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ANIPULACIÓN DE MASAS Ambos eran emigrantes europeos a Estados Unidos. El segundo, un aventurero con pobre educación formal que había logrado construir esa próspera y millonaria empresa, trabajando día y noche, sin mayores prejuicios morales en las formas. El segundo, en contraste, proveniente de las clases educadas europeas y sobrino político de Sigmund Freud (su esposa era Marta Bernays) que “se jactaba de ser algo así como el Padre de las Relaciones Públicas, una especialidad que, si no había inventado, él llevaría (a costa de Guatemala) a unas alturas inesperadas, hasta convertirla en la principal arma política, social y económica del siglo XX”. El primer encuentro fue en 1948, donde Sam Zemurray fue al despacho de Bernays en New York para contratarlo como director de relaciones públicas de la empresa a fin de quitarle la mala fama que tenía tanto en Centroamérica como en Estados Unidos. Edward Bernays en su libro Propaganda (1928) había escrito esta frase profética por la que, en cierto modo, pasaría a la posteridad: “La consciente e inteligente manipulación de los hábitos organizados y las opiniones de las masas es un elemento importante de la sociedad democrática. Quienes manipulan este desconocido mecanismo de la sociedad constituyen un gobierno invisible que es el verdadero poder en nuestro país… La inteligente minoría necesita hacer uso continuo y sistemático de la propaganda.” Tesis que es
Propaganda, de Edward Bernays. Donald Trump en un mitin de campaña, Manchester, 2016. Foto: AP / Charles Krupa.
Este fenómeno de infantilización que generan los medios de difusión masiva da lugar a un incremento de la credulidad y la emocionalidad en el público, lo cual inhibe el análisis racional de los contenidos. La propaganda se dirige, fundamentalmente, a generar ciertas emociones en el público donde la racionalidad no importa y, de hecho, se utilizan las emociones para impedir que aparezca la racionalidad.
clara negación del sentido de la democracia, pero que desnuda la necesidad del control oculto de esas masas por una minoría que las manipula mediante la propaganda, tema que viene desarrollándose desde inicios del siglo XX, pero que en la actualidad es el medio privilegiado de control social, razón por la cual el filósofo Byung-Chul Han, continuador de la obra de Foucault, la estudia en toda su profundidad y amplitud bajo la denominación de psicopolítica, propia de la etapa neoliberal-postmoderna del capitalismo. En el período presidencial de Juan José Arevalo (1945-1950), producto de las primeras elecciones realmente libres en Guatemala, se promulgaron, entre otras, dos leyes que alarmaron a la United Fruit: una ley del trabajo que permitía a los obreros y campesinos formar sindicatos o afiliarse a ellos, cosa no permitida en los dominios de la
compañía, y una ley antimonopolios copiada de la estadunidense. Por ello, el directorio decidió enviar a Bernays un par de semanas a Guatemala para evaluar la situación. A su regreso, en nueva reunión del directorio, planteó que el peligro que Guatemala se convirtiera en un enclave comunista era inexistente, pero que convenía mantener y estimular esa idea en la opinión pública y los políticos estadunidenses. Y Vargas Llosa pone, como final de su discurso, una cínica declaración: “Pero, por paradójico que les parezca, su amor desmedido por la democracia representa una seria amenaza para la United Fruit. Esto, caballeros, es bueno saberlo, no decirlo”, y además existe el peligro de que estas ideas de democracia moderna se extiendan a otros países, con lo cual “la United Fruit tendría que enfrentarse / PASA A LA PÁGINA 10
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VIENE DE LA PÁGINA 9 / PROPAGANDA, PUBLICIDAD Y...
a sindicatos, a la competencia internacional, pagar impuestos, garantizar seguro médico y jubilación a los trabajadores y a sus familias…” El remedio: convencer a la opinión pública y al gobierno del peligro de Guatemala como un caballo de Troya de la Unión Soviética en el patio trasero de Estados Unidos, a fin de que realice una intervención drástica. ¿Quién realizaría esa delicada tarea? Bernays y su talento de manipulación; manipulación facilitada por el hecho de que en Estados Unidos se vivía el macartismo con su amplia persecución de todos aquellos ciudadanos de pensamiento progresista. Fue la época dorada de los soplones en todos los ámbitos, hasta en el cinematográfico, donde destacaron Walt Disney y Ronald Reagan. La época que en México aparecían en los vidrios de las ventanas exteriores de las casas calcomanías o letreritos que manifestaban: “Este hogar es católico y anticomunista.” Debe agregarse el hecho de que en esa época se iniciaba el desarrollo de los medios masivos de comunicación que, por su efecto regresivo, infantilizador, aumentan enormemente la capacidad de influencia y manipulación de las masas. Así quedó sellado el destino imposible de una Guatemala democrática y, si bien Arévalo pudo terminar su gestión presidencial, su sucesor, el coronel Jacobo Arbenz Guzmán, que realizó una tímida reforma agraria, fue quien sufrió los efectos desestabilizadores de la conjura que dio lugar a la intervención de la CIA en Guatemala. Arbenz renunció antes de terminar su gestión y salió al exilio, pero fue cruelmente perseguido por la CIA para que ningún país le diera asilo, hasta que la Cuba revolucionaria concentró su atención y lo liberó de la persecución y pudo establecerse en México, cerca de su amada Guatemala, para finalizar sus días.
Las agencias de publicidad ESTE FENÓMENO DE infantilización que generan los medios de difusión masiva da lugar a un incremento de la credulidad y la emocionalidad en el público, lo cual inhibe el análisis racional de los contenidos. La propaganda se dirige, fundamentalmente, a generar ciertas emociones en el público donde la racionalidad no importa y, de hecho, se utilizan las emociones para impedir que aparezca la racionalidad. Por eso en la propaganda política no son sustantivos los programas de gobierno, ni las posturas ideológicas, sino la generación de emociones descalificadoras o esperanzadoras, muchas veces sin sustento objetivo alguno, pero eficaces para manipular al crédulo público. Por eso también en el voto dominan las emociones, en vez de la racionalidad sustentada en datos objetivos. En su agencia de publicidad, Bernays inició una tradición: la de hacer negocios tanto de tipo comercial como de tipo político. Y así como fue un factor decisivo para generar el golpe de Estado contra Arbenz, realizó muchas campañas publicitarias comerciales exitosas, como la de difusión de los cigarrillos marca Camels entre las mujeres, o el uso generalizado de los relojes de pulso entre la población.
La propaganda electoral y las agencias de publicidad EL TEMA DE las agencias de publicidad y sus objetivos logró mantenerse fuera de una discusión pública hasta los años recientes en que explotó un
La consciente e inteligente manipulación de los hábitos organizados y las opiniones de las masas es un elemento importante de la sociedad democrática. Quienes manipulan este desconocido mecanismo de la sociedad constituyen un gobierno invisible que es el verdadero poder en nuestro país… La inteligente minoría necesita hacer uso continuo y sistemático de la propaganda.
Toma de posesión de Ernesto Zedillo. Foto: La Jornada / Antonio López.
gran escándalo por la intervención de una agencia publicitaria inglesa, Cambridge Analytica, para manipular el voto de la población en un determinado sentido, mediante sofisticadas y novedosas técnicas de análisis de la personalidad de los usuarios de Face Book y así realizar propaganda selectiva a distintos sectores según su personalidad e intereses. Su participación en la votación sobre el Brexit en Inglaterra y en las elecciones estadunidenses para que ganara Trump fueron los grandes detonadores, si bien sus directivos expusieron su intervención en muchos otros lugares del mundo, como Nigeria, Kenia, República Checa, Argentina, Brasil y México. Debido a la dimensión del escándalo, Cambridge Analytica desapareció, pero otras agencias de publicidad han tomado su lugar para hacer la misma tarea en todo el mundo, dondequiera que intereses económicos poderosos se ven amenazados, aunque sea en pequeños o medianos países, como Haití o Dominicana, Ecuador o Bolivia. En el marketing electoral del pasado se recurrió mucho una técnica utilizada originalmente por los militares como parte de la guerra psicológica o de propaganda. En esta técnica se busca encajonar a las personas en un falso dilema centrado en el miedo, una emoción primaria y poderosa, trasladada a la propaganda política negativa a fin de orientar en un sentido la decisión de los ciudadanos. En México, en la elección presidencial de Ernesto Zedillo después de los magnicidios del final de la presidencia de Carlos Salinas que cimbraron al país y generaron una grave preocupación sobre su estabilidad, se planteó el dilema: o Zedillo, o caos. En una elección posterior, la de Felipe Calderón, se desarrolló una ligera variante, instrumentada por la asesoría de un publicista español especializado en la guerra electoral sucia: o Calderón o caos, ya que López Obrador es un peligro para México. Estos dilemas muestran el desplazamiento de usos de la psicología militar al campo políticoelectoral mediante formas de “guerra sucia propagandística”, mismas que fueran probadas antes en otros lugares, como Nicaragua en las elecciones que perdieron los sandinistas. Ahí, en un país acosado por la guerra de baja intensidad realizada por Estados Unidos, donde los jóvenes tenían que ir a reclutamiento obligatorio en el ejército, el dilema que se planteó en las elecciones fue: o Violeta Chamorro o continuación de la guerra y la conscripción obligatoria.
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Guerra de baja intensidad y propaganda EN EL ESTADO de Chiapas, al sur de México y frontera con Guatemala, se inició el año de 1994 con intensos enfrentamientos armados producto de una insurrección indígena. Desués de estas rápidas operaciones del Ejército Zapatista se produjo su retiro a la selva lacandona y se inició la ocupación militar de la región circundante por el Ejército Mexicano, así como el inicio de negociaciones con un acuerdo de alto al fuego. La amplia participación de la sociedad civil, sobre todo expresada a través de organismos no gubernamentales y de organismos religiosos, nacionales e internacionales, fue muy intensa en el área, con la pretensión de favorecer salidas políticas en vez de la continuación de la confrontación militar. La situación en Chiapas, a un año de iniciadas las hostilidades, se mantenía en un clima angustiante e incierto, que no era casual sino producto del paso de la guerra convencional (armada) a la no convencional, en una particular versión mexicana de la “guerra de baja intensidad” concebida por el gobierno de Estados Unidos como una guerra contrarrevolucionaria prolongada (tan prolongada, que persiste hasta la fecha, veintisiete años después), de desgaste, para enfrentar a los movimientos de liberación y a los gobiernos del Tercer Mundo definidos como enemigos (por ejemplo, la Nicaragua sandinista en tiempos de la administración Reagan y Bush). Esta estrategia de la “guerra de baja intensidad” parte de la revisión crítica de los errores políticos y militares cometidos en Vietnam y abarca un abanico amplio de opciones: diplomacia coercitiva, funciones policíacas, insurgencia, guerra de guerrillas, actividades contraterroristas, despliegues paramilitares, e inclusive, intervención militar directa, siempre con el uso de medidas psicológicas y propagandísticas, la llamada “guerra psicológica”. La estrategia comprende tres ejes básicos de acción: la contrainsurgencia, la reversión de procesos y el antiterrorismo. Lilia Bermúdez (Guerra de baja intensidad. Reagan contra Centroamérica. Siglo XXI Editores, México, 1989, 2a. edición) describe esos tres ejes tal como se veían en esa época: “la contrainsurgencia en aquellos países en donde exista una amenaza evidente al orden establecido (El Salvador), o una amenaza potencial aunque sea incipiente (Honduras) o hipotéticamente potencial (Costa Rica); la reversión de procesos populares y revolucionarios triunfantes (Nicaragua, Angola, Mozambique, Afganistán), y el anti o contraterrorismo, no porque el terrorismo sea revolucionario sino porque a los movimientos populares o a los gobiernos ‘enemigos’ se les ubica como patrocinadores del mismo de una manera maniquea” (el discurso utilizado en la guerra contra Irak, años después, es ilustrativo de este último punto). Hasta en su definición de victoria destaca el enfoque político: “Victoria es el logro de los objetivos políticos por los que fue hecha la guerra.” En México, buscó incidir sobre la opinión pública nacional e internacional para lograr una visión negativa de los zapatistas, así como producir el desgaste de los insurgentes y de la población que les brindaba apoyo, de los grupos de civiles que ayudaban a las víctimas de la guerra y la ocupación militar, el enfrentamiento entre grupos locales o entre facciones de grupos que en otro momento coincidieron en sus metas o que siempre han estado enfrentados entre sí. El propósito se orienta a aislar a la dirección del movimiento de sus aliados, desprestigiarla y quitarle base social, desvita-
Zapatistas. Foto: La Jornada / Raúl Ortega.
Esta estrategia de la “guerra de baja intensidad” parte de la revisión crítica de los errores políticos y militares cometidos en Vietnam y abarca un abanico amplio de opciones: diplomacia coercitiva, funciones policíacas, insurgencia, guerra de guerrillas, actividades contraterroristas, despliegues paramilitares, e inclusive, intervención militar directa, siempre con el uso de medidas psicológicas y propagandísticas, la llamada “guerra psicológica”
lizar a los grupos creando tensiones y divisiones entre ellos, para generar las condiciones de una derrota política apoyada por enfrentamientos sectoriales paramilitares. La creación de un clima de incertidumbre y terror es uno de los ejes principales de la llamada “guerra psicológica”. El Manual de Campo del Ejército 100-20 (sobre G. B. I.) afirma que, en operaciones de contrainsurgencia, “las operaciones psicológicas están dirigidas a explotar resentimientos y levantar expectativas, para influir en la población y para promover la cooperación de miembros de la insurgencia”. Cultural e históricamente, Centroamérica empieza en Chiapas, y otra cita de Bermúdez respecto a Centroamérica puede arrojar más luz sobre el tema: “Dos son los objetivos de la psicología militar: modificar las relaciones entre los mismos soldados, y cambiar la conducta y la percepción de la población y de los insurrectos sobre la guerra y las operaciones militares. Dentro de los aspectos que se explotan para lograr ventajas militares se encuentran –como el caso de Centroamérica evidencia– las diferencias raciales, étnicas y religiosas. Cámbiense los personajes y situaciones de hace veintisiete años y compárense con los actuales y se comprenderán muchas cosas, fundamentalmente la importancia de la propaganda en la manipulación de la población a fin de apoderarse, como dicen los manuales militares, “de mentes y corazones”. De mentes, que por el efecto infantilizador de la propaganda en los medios de comunicación, las regresa a la etapa de los niños de siete u ocho años que tienen acendrada credulidad en vez de racionalidad crítica, y por una división maniquea de los personajes públicos en “buenos y malos”, como en las películas de vaqueros. En otras palabras, la propaganda potencializada por los modernos medios de comunicación incrementa sus efectos de influencia manipulatoria al actuar no sobre la mente racional, sino sobre las emociones, orientándolas en un determinado sentido, esperanzador o desesperanzador, que influye en el actuar de los sujetos sin que ellos perciban su origen. Pero la inmediatez de los acontecimientos no permite todavía ir mucho más lejos ●
* Médico, psiquiatra, psicoanalista.
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CONTRA LA VIOLENCIA Y EL MIEDO MASCULINOS El invencible verano de Liliana, Cristina Rivera Garza, Editorial, México, 2021.
E
n su novela de no ficción de 2020, Autobiografía del algodón, impresionante, épica y no solo histórica, una quirúrgica recreación de hechos vinculados a la genealogía de su autora, la tamaulipeca Cristina Rivera Garza, aparece por primera vez su hermana menor, Liliana. “Su cabello lacio. Su sonrisa. Las piernas que, con el tiempo, van a ser tan largas”, sobre la cual arroja una súbita revelación que deja frío al lector no puesto en antecedentes: “Mi hermana murió asesinada un 16 de julio de 1990. Para mí la guerra inició ese día (…) Un depredador, un ex novio celoso que prefirió verla muerta a libre, la asfixió en su cuarto de estudiante en la Ciudad de México…” Un año más tarde, paladeado apenas el grato sabor dejado por aquella novela, se publica El invencible verano de Liliana, donde ese personaje que tanto (nos) dolió se vuelve centro de una narración polifónica, entre periodística y detectivesca. A partir de la tragedia, cuando CRG era una joven autora en ciernes, ganadora de un par de premios, comenzó a reunir toda la documentación de Liliana, correspondencia, libretas escolares, diarios, recados –tinta morada- dibujos, música… tarea facilitada por la pulcritud de la joven. CRG clasificó, escrupulosa, todo el material y, finalmente, recogió los testimonios de aquellos que la conocieron, que la amaron. La madre, el padre, la amiga posesiva, las muchas amigas y amigos, los pretendientes, el que pudo ser su novio, incluso aquel que la conoció muerta, el reportero de nota roja que consignó primero el crimen. Casi treinta años de amorosa reconstruc-
Eve Gil |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
ción que le permitieron devolverle su voz a Liliana. Más que ejercicio de devoción por su hermana, restaña la verdad de los hechos expuestos, algunos por fuerza conjeturados, y nos brinda además un retrato físico y, más que nada, psicológico del feminicida que calza perfecto con la gran mayoría de los hombres que incurren en violencia extrema contra las mujeres. Inevitable sacar a relucir la muy informada máxima de Margaret Atwood: “Los hombres tienen miedo de que las mujeres se rían de ellos, las mujeres tienen miedo de que los hombres las maten.” El hombre acomplejado, lastimado en su fragilísima “hombría”, pues la mujer que lo obsesiona (y dice que “ama”) se ha burlado de él, que es como nombra al hecho de que ella ha decidido realizarse profesionalmente en otro lugar. Liliana, recién salida de la adolescencia, toma la decisión de terminar su relación con Ángel, un joven sin aspiración ninguna cuando éste ya había dado señales de alarma. “Le dio su primer jaloneo, creo que una cachetada, cuando ya tenían como un año de salir (…) le decía que estaba gorda.” De esto se entera la autora a través de cartas y diarios de su hermana que, hay que decir, no era muy específica con sus desahogos. La distancia entre Toluca y Azcapotzalco –Liliana se ha matriculado en la UAM para estudiar arquitectura- no frenará el enfermizo acecho del ex novio. La espía, la embosca cuando está con sus amigos, soborna a terceros para mantenerse al tanto de quién entra y sale del cuarto alquilado. La razón por la que Liliana no fue lo suficientemente firme para cerrar ese capítulo de manera definitiva sólo tiene una explicación: miedo. A principios de los años noventa estaba por crearse el término “feminicidio” para denominar los asesinatos por odio de género, tras la reiterada desaparición, tortura y muerte de jóvenes mujeres, casi todas trabajadoras de la maquila, en Ciudad Juárez. “(No) tuvimos a nuestra disposición un lenguaje que nos permitiera identificar las señales de peligro. Esa ceguera, que nunca fue voluntaria sino social, ha contribuido al asesinato de miles de mujeres en México y en el mundo.” Pero entonces todavía no existía definición para tal horror… asesinada, violada. “Crimen pasional”, le decían, y la mayoría daba por hecho que “algo” tenía que haber hecho la víctima para provocar
tanta violencia. Odio. La justificación del Asesino. Al dolor de la muerte de la amada hija y hermana se suma el de la humillación por la que pasa la familia en su legítima búsqueda de justicia. “Los empleados que se cubrían las bocas y las narices canturreaban entre ellos mientras manoseaban los brazos y las piernas de los cuerpos desamparados”, luchando acaso por no pensar, por no imaginar que aquel cuerpo podría ser el de una hija o una hermana… o sencillamente porque se trata de una más… o seguro se lo merecía, si no, no hubiera terminado así. Como cientos, miles de padres, esposos, hermanos e hijos que perdieron a una amada en tales circunstancias, la autora vuelve a clamar justicia a través de lo que mejor sabe hacer… porque Ángel González Ramos continúa libre. Y si bien no está en manos de CRG encontrarlo y ajusticiarlo, sí lo está alertar a quienes se abismen en esta historia, de que existen muchas Lilianas… demasiados Ángeles, no precisamente alados, que arrastran un miedo atávico que históricamente se ha inculcado a los hombres contra las mujeres que no los necesitan ●
En nuestro próximo número
SEMANAL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA
VIRUS Y PANDEMIAS CAPITALISTAS
Arte y pensamiento Las rayas de la cebra / Verónica Murguía
De heridas y ausencias HAY RETRATOS FAMILIARES en los que el puesto de honor lo ocupa una ausencia. Alrededor de este vacío se acomoda todo: se le hace lugar, se trata de llenar el espacio, se le interroga e interpreta. En la más reciente novela de Rosa Beltrán, Radicales libres, la narradora, que tiene catorce años cuando comienza el relato, hace todo lo mencionado y más. La novela principia con un abandono y sobre él se construye. Una huida que hubiera podido ser libertaria si no hubiera dejado a los demás atados a una acción incomprensible: la madre, montada sobre una Harley Davidson, se va a Guatemala con su amante. No hay drama, apenas un leve adiós. La protagonista entiende que lo que ha pasado sólo le deja preguntas y se hace las que su edad le permite: ¿tenía algo que ver con la escapatoria de su madre lo que había pasado en mayo del 68' en París y que la chica escuchó comentar en las sobremesas familiares? ¿Que a su madre le gustara la música de Moustaki? Y, de pasada: ¿no arruinará esa ausencia sus perspectivas de tener novio? Una escritora menos avezada que Beltrán exploraría solamente las posibilidades cómicas de esta voz, tierna, inocente y sagaz, pero Beltrán enriquece su registro con actos conmovedores. En contraste con el discurrir mental de esta adolescente entregada al pensamiento ‒“... mi madre me convirtió en Sherlock Holmes” dice‒, Beltrán nos muestra su desamparo. La chica entra en la habitacón de la madre: se enfrenta a las huellas de una decisión sin retorno. Se mete en la cama y se envuelve en las sábanas olorosas a perfume. Una parte de ella determina que, para sobrevivir, tendrá que relevar a la ausente. ¿Qué gesto se puede contraponer con más énfasis a este monólogo que busca la madurez que taparse con la ropa de cama y aspirar el olor de la madre que se fue? Este es uno de los múltiples mecanismos que impulsan la narración de forma irresistible: la niña que quiere ser la madre ausente y que llena con respuestas hilarantes e inesperadamente acertadas el dolor de su ausencia. Como telón de fondo de esta maduración a trompicones, tan variable como los cambios en el cuerpo de esa muchacha que quiere vivir pero no sabe cómo, se vislumbra un país en el que se estaba gestando el presente violentísimo que apenas soportamos. Pues Radicales libres no es sólo una crónica de familia. Es la bitácora de la fisonomía cambiante de México, las ilusiones fallidas, las promesas incumplidas. Por sus páginas desfilan los espejismos que muchos perseguimos: el de la izquierda auténtica e incluyente, el del amor sin machismo, el de una conciencia más clara y solidaria. Claro que no todo es fracaso: quedan el amor, el arte, el feminismo, la tolerancia, pero Radicales libres consigna la historia de una pasión colectiva traicionada: la del amor patrio, la promesa de un suelo donde echar raíces y poder vivir sin que el crimen se cebe con los inocentes. Más adelante el lector atestiguará el vínculo epistolar entre la narradora y su hija, esta última fuera del país debido a la violencia que la afectó en un asalto y un intento de secuestro. No se puede más que sentir dolor ante las interrogantes planteadas: ¿qué hacer cuando una niña se entera de que hay niños sicarios que son asesinados “porque se meten al narco”? Beltrán ha escogido con tino y sin caer en sensacionalismos ciertos episodios recientes que dejan al lector con la misma sensación límite que atormenta a la narradora: ¿estamos en un país donde la obligación de quien ama es salvaguardar la huida de quien pueda escapar? La novela comienza con una huida y termina con otra en un círculo de preguntas y ausencia. Quizás así es. Pero la madre ha escogido quedarse. Decidió echar raíces en este suelo envenenado y convertirlo en un lugar habitable. Y en la novela se cumple la promesa. En páginas como éstas se puede vivir, pensar, llorar y, sí, libremente reír a carcajadas ●
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La otra escena / Miguel Ángel Quemain
Meditación, una propuesta de contenido textual explícito MEDITACIÓN, DIRIGIDA POR José Alberto Gallardo y escrita a tres manos, en trío (la sexualidad y el erotismo siempre es una cuestión de tres, Freud dixit), con Osvaldo Sánchez e Itzhel Razo, es un punto de llegada escénico a un alto grado de experimentación en el terreno de la interpretación, la construcción del personaje, desde varias perspectivas complejas y de enorme riqueza artística, en este decidido retorno al teatro por incosteable que sea cumplir las reglas del aforo. Los tres artistas que protagonizan en lo visible esta apuesta han trabajado desde hace muchos años sobre la interioridad: la que crea como proceso de subjetivación, la que busca ir en pos de nuevos lenguajes, destronar las fronteras entre ejecutante y creador, fronteras que se busca derruir cuando se piensa en la clasificación por géneros, tan útil para periodistas, críticos, académicos e incluso el propio público, que busca ponerle nombre a sus ansiedades con las equidistantes clasificaciones comerciales y enciclopédicas. Los tres son intérpretes y de alta tensión. Itzhel Razo es una bailarina reconocida, pero eso no le basta. Esto no quiere decir que “dé para más” o que la danza le sea insuficiente; lo que ha demostrado es que dan para más los lenguajes que ha mostrado cómo atraviesan su instrumento corporal y traducen de un modo distinto lo que haría un bailarín o un actor en la convención de lo que suponemos hace un bailarín, bailar y no actuar, actuar y no bailar, o moverse, o trazar, como nos los han demostrado coreógrafos que saben hacer moverse a los actores. Justamente José Alberto Gallardo puso a prueba su instrumento con una de las grandes maestras de la danza y el teatro, Rossana Filomarino. La amplitud del registro de la coreógrafa supo tomar lo que Gallardo le ofreció y pudo darle lo que seguramente Gallardo ignoraba de sí mismo, de la danza en ese altísimo nivel y de su sentido coreográfico/actoral/ autoral (porque Gallardo está tocado por ese demonio de la escritura escénica que busca cauces, pero no ésos tan restrictivos como los exigidos en los talleres de creación escénica o los que pueden pedir en las escuelas de escritores, tan necesarias para muchos que no logran escuchar esa voz de la que hablan quienes escriben y narran sin haber tomado cursos). En un mundo con tantas opciones eróticas, ofrecer una Meditación desconstructiva sobre la pareja es un gesto de valentía. Muchos dúos se quedaron juntos a esperar que la pandemia terminara, otros se fueron en el ahora o nunca, y otros se quedaron en los hogares fraternos o parentales a imaginar esas mieles. A propósito de las pasadas elecciones políticas se habló mucho de la clase media,
Imagen del cartel de Meditación.
sus representaciones y ambiciones. Me atrevo a preguntar si la pareja mexicana actual no será una invención de la clase media. Por lo pronto, no encuentro una pregunta sobre su naturaleza entre quienes están por debajo de la línea de pobreza. En la pirámide socioeconómica, esas preguntas sólo se las hacen los abogados que separan o ejecutan legados. Es difícil pensar el teatro mexicano sin ese tema: la pareja como imaginario e invención de un mundo del que muchos intentan rebelarse e imponer sus propias reglas y desdecirse de los mandatos conyugales, de la emocionalidad como patrimonio que termine por gratificarnos con una forma de pensión sentimental y una indemnización frente a los sinsabores continuados del matrimonio. En el corazón de esta pandemia hemos visto una reflexión permanente sobre la pareja, su fortalecimiento y derrumbe. La violencia que la rodea con sus infancias periféricas dependientes y maltratadas por la insatisfacción y el agobio de quienes hacen extensivo su infierno personal e incendian todo a su alrededor. Esta Meditación, de lunes y martes a las 20 horas en el teatro experimental El Milagro, es una propuesta de “desmantelamiento de la intimidad” y propone la certeza de que los roles hombremujerhombre son absolutamente dinámicos ●
LA JORNADA SEMANAL
14 25 de julio de 2021 // Número 1377
Arte y pensamiento
Galería / Guadalupe Calzada Gutiérrez
Rosario Castellanos, verde sombra de rocío LEER A ROSARIO Castellanos Figueroa (1925-1974) implica remontarnos a nuestras raíces. Es entender el significado de la naturaleza, donde verdes sombras y taciturnos robles despiertan en el alma recuerdos, porque ellos saben que los primeros hombres nacieron de la corteza abierta para crecer duros e indiferentes a la oscuridad. Rosario amaba la belleza silenciosa de la selva. Entendía el canto de los árboles, el sufrimiento purificado en el monte que está en comunión con el todo y los hombres. Probablemente esa comunión la llevó a entender para escribir: “Estoy aquí, sentada, con todas mis palabras/ como una cesta de fruta verde/ Intactas/ Los fragmentos de mil dioses antiguos derribados/ se buscan por mi sangre, se/ aprisionan… Pero yo no conozco más que ciertas/ palabras/ en el idioma o lápida/ bajo el que sepultaron vivo a mi antepasado.” Esta sensibilidad, vuelta palabras, se refleja en toda su obra donde la opresión social y la represión femenina son los protagonistas. En 1950, Rosario Castellanos obtuvo el título de maestra en Filosofía por la UNAM. Fue becada por el Instituto de Cultura Hispánica para cursar en la Universidad de Madrid un postgrado sobre estética y estilística. Al siguiente año, después de su regreso, realizó varias actividades culturales en Tuxtla Gutiérrez y obtuvo la beca en novela de la Fundación Rockefeller. Recibió el Premio Chiapas por su novela Balún Canán y el Premio Xavier Villaurrutia por Ciudad Real. Posteriormente, recibió otros galardones entre los que destacan el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, el Premio Carlos Trouyet de Letras y el Premio Elías Sourasky de Letras. Probablemente, el reconocimiento más importante de todos consista en ser considerada una de las mujeres feministas más importantes de México. La feminidad es un tema frecuente en su obra, refleja la condición femenina de la mujeres indígenas y la desigualdad social: “Soy hija de mí misma./ De mi sueño nací/ Mi sueño me sostiene…/ En mi genealogía no hay más que una palabra:/ Soledad.” Su poesía tiene la característica de la dualidad: debilidad y fuerza, entrega y resistencia, erotismo e ingenuidad, que giran en torno al amor. Ese amor que en Rosario se convierte en diálogo, a veces sarcástico, como en: “Yo soy una señora:/ tratamiento arduo de conseguir, en mi caso, y/ más útil/ para alternar con los demás que un título/ extendido a mi nombre en/ cualquier academia./ Así, pues, luzco mi trofeo y repito:/ yo soy una señora. Gorda o flaca/ según las posiciones de los astros,/ los ciclos glandulares…/ Soy más o menos fea./ Eso depende mucho/ de la mano que aplica el maquillaje…” Otras veces refleja soledad: “Me quedo en las palabras/ igual que en un remanso, contemplando/ cielos altos, profundos y tranquilos./ Por nada cambiaría/ mi destino de sauce solitario/ extasiado en la orilla.” En una entrevista le hacen esta pregunta: ¿Y usted, por qué escribe? Ella contesta que escribe porque un día se miró al espejo y no encontró nada: “Cuando abro los periódicos (perdón por la inmodestia, pero un poco de verdad es más alimenticia y confortante que un par de huevos a la mexicana)/ es para leer mi nombre escrito en ellos./ …¡Bah! ¡Qué importaba! ¡Estaba ahí! ¡Existía!/ Real, patente ante mis propios ojos…” Tal vez por eso, su vida y su obra están íntimamente vinculadas de tal manera, que esto ha impedido valorar su extenso trabajo, pues no sólo escribió novela y poesía; también publicó ensayo y teatro, además de su labor como profesora. Sus biógrafos, al tratar de exaltarla, la pierden entre sus desdichas sin lograr extraer el sentimiento característico de la feminidad. Ella sabía que la palabra nace de la humedad; rocío de lágrimas, secreciones saladas que colman pantanos para purificar y sublimar; poder de borrar toda mancha, porque llorar es el pago de toda deuda y la prueba de ser ●
Cuando se ennegrecen los sueños María Kendrou-Agathopoúlou
Busco mi propia bandera Estos harapos descoloridos Por el sol Se volvieron vendajes sucios Se pegaron a mi cuerpo Penetraron mis entrañas
Busco mi propia bandera Observo la composición de los colores Observo sobre todo el mar Cuando anochece Y no sé cómo nombrarlo Cuando todos los sueños se ennegrecen
María Kendrou-Agathopoúlou (Thesalónica, 1930) es hija de padres provenientes de Anatolia, península de Asia, entre el Mar Negro y el Mediterráneo. Es autora de más de quince libros de poesía, una novela y cinco libros de cuento. Ha colaborado con las principales revistas literarias de Grecia. En 1964 recibió el Premio de la Alcaldía de Tesalónica; en 1994, el Premio Nikiforos Vretakos, por el gran poeta griego contemporáneo; en 2003, el Premio de la Academia de Atenas y, en 2019, el Premio de la Sociedad Cultural Chipre-Grecia por el conjunto de su obra. Ha sido traducida al inglés, alemán, italiano, polaco, rumano, español y serbio. Versión de Francisco Torres Córdova.
Arte y pensamiento Bemol sostenido / Alonso Arreola
T : @LabAlonso / IG : @AlonsoArreolaEscribajista
LA JORNADA SEMANAL 25 de julio de 2021 // Número 1377
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Cinexcusas/ Luis Tovar @luistovars
Nada nuevo bajo el sol (III y última)
Escuchando a Jenny Beaujean CANTA CON GARGANTA, mente y rostro entero. Tiene esa filosofía. Es de las personas que deben creer y sentir lo que sale de su boca, aunque esté prestando su talento a la imaginación ajena. Lo supimos en el ensayo que hicimos con ella hace unos días. Entonces le agradecimos su disposición, pues pocos cantores tienen ese punto de partida. Intención y personaje. Sentido y credibilidad. Un diálogo íntimo antes de lanzarse a la piscina del aire. Porque muchos músicos exhiben una preocupación cerrada, una inseguridad inicial que nace del cuidado técnico y no del desempeño dramático. Ella no. Ella sabe escuchar, transformar las intuiciones en certezas funcionales distantes de la pirotecnia. Recibe una idea, mira de frente y sonríe disparando saetas que amplifican la meta. Todo lo puede con su voz; hasta echarse porras a sí misma cuando lo amerita. Digamos que pisa delicadamente, mas con seguridad de fiera. Se llama Jenny Beaujean. Egresada de la licenciatura de Jazz en la Escuela Superior de Música, ha dado clases en esa misma carrera pero para la Universidad Veracruzana (y tiene numerosos alumnos por su cuenta, si es que le interesa aprender a cantar, lectora, lector). Con ello ha formado, además, una ruta como entrenadora y asesora vocal. Así fue como la conocimos personalmente, hace poco tiempo; apoyando a un colega con quien preparábamos una grabación de alta exigencia. Sea con su hermana gemela Ingrid o en otros combos, Jenny ha editado álbumes a los que debe acercarse ya mismo. Allí están el Beaujean Project, con el que se dio a conocer en el circuito nacional de jazz, pero también sus colaboraciones con la Zinco Big Band, la Orquesta de Pérez Prado, Las Billies (sexteto de mujeres) y, a últimas fechas, con JAB y con su dueto a voz y contrabajo. Sobre estos últimos quisiéramos decirle algunas cosas. JAB actúa bajo el liderazgo de Jenny, compositora y arreglista principal, pero también con la imprescindible complicidad creativa de Benjamín García en el bajo y de Jorge Servín en la batería. Ambos constituyen una base rítmica de gran actualidad y fuerza. La tímbrica ronda los cánones del pop alternativo, así como de la electrónica y el neo soul. Junto a ellos suenan guitarras y teclados de genética retro a cargo de Aarón Flores y Christian Balderas. Efímero, su último álbum, es un reloj con quince joyas atinadamente breves (algunas son apenas bosquejo, lo que también se agradece); una ofrenda chispeante que mantiene la atención en vilo y en la que participan numerosos amigos notables. Paisaje gris, por otra parte, es el dueto que Jenny tiene con su mayor cómplice vital y sonoro: el mismo Benjamín García, quien aquí prefiere el contrabajo para exhibir sus enormes dotes de compañero. Con un tema original más once prestados, Beaujean canta en español, inglés y portugués al son de letras clásicas acunadas por Jobim, George Harrison, Cole Porter o Gismonti, por no hablar de melodías imprescindibles del Real Book. El entendimiento de la pareja llega a sitios de sabroso escalofrío. Una aventura afortunada y de gran acústica que nos deja con la intención encendida para escuchar Cíclico (2018), el trabajo solista del propio García timoneando un quinteto en el que, además de él, hay otros dos compositores activos: Gustavo Nandayapa y Diego Franco. Una obra intensa que bien pudiera ser hija del Down Town de Nueva York y a la que igualmente han sido invocados Jacob Wick (trompeta) y Brian Allen (trombón). Espléndido en interpretación, su captura sónica responde a una estética de garaje o club pequeño. Finalmente, además de escuchar a Jenny Beaujean, puede sintonizarla los miércoles de ocho a nueve y media de la noche en Horizonte 107.9, estación del Instituto Mexicano de la Radio. Allí, junto a su hermana Ingrid, conduce el programa Ejazz dedicado al lado femenino de la música. Un espacio que felizmente ha cumplido diez años al aire. Buena semana. Buenos sonidos ●
LAS DESAFINADAS “afinidades” con las que Netflix hace un intento muy desventurado por mantener e incrementar su número de abonados y, por ende, el monto de sus ganancias monetarias, no es privativo de esa compañía multinacional: todas las plataformas streaming cinematográficas adolecen de la misma tara, y aunque se haga el recorrido completo –Netflix, Amazon Prime Video, Disney Plus, etcétera–, de todos modos habrá de hallarse una oferta magra, repetitiva y cansona, si se le compara con el corpus cinematográfico histórico mundial, evidentemente, pero lo mismo si se le coteja con la simple producción reciente. (Como en todo, por supuesto que hay excepciones, verbigracia el documental netflixeano Red Privada: ¿quién mató a Manuel Buendía?, que próximamente será abordado en este espacio.) Cierre este breve y sucinto análisis de los mecanismos y la naturaleza última de los medios hoy predominantes en materia de disponibilidad fílmica con dos últimos botones de muestra, ejemplos perfectos de la distancia que separa a sus programadores de cualquier asomo de interés o mínimo conocimiento del cine en sí, fenómeno que, inevitable y tristemente, es trasladado al usuario común del streaming fílmico.
Como Godinez por su casa DIRIGIDA POR CARLOS Morett, con guión de él mismo y Omar M. Albores, La rebelión de los Godínez (México, 2020), pretende prolongar el éxito –nada más de taquilla y relativo– que obtuvieron filmes anteriores de similar linaje temático, si es que la piltrafa a la que se acude aquí alcanza tanta definición: para quien lo ignore, con el apellido “Godínez” quiere aludirse despectivamente a un sector laboral específico, definido grosso modo por lo que se entendería como el oficinista promedio, de clase baja con aspiraciones de clase media, consumista, desinformado, desentendido de la reali-
dad circundante, cuya economía apenas alcanza para ir al día pero es obligado –y muy pronto asimilado a la idea de que se trata de un destino inescapable– a vivir aparentando no que se es lo que no se es, sino a que se tiene lo que no se tiene. Si ese estereotipo, surgido de la sociedad misma, es ramplón y clasista, en los filmes que lo aluden y aprovechan se llega a verdaderos sótanos de simplonería y esquematismo, por más que se pretenda enfocársele desde una perspectiva dizque reivindicatoria, en virtud de un sentido del humor irremediablemente elemental, romo y no pocas veces francamente chocante. Eso y cosas peores suceden con La rebelión de los Godínez, como le sucedió por ejemplo a la previa Mirreyes contra Godínez (México, 2019). No se trata de una secuela –director y reparto son distintos, aunque idéntica sea la memez– sino, insístase, del interés por colgarse de una fórmula económicamente exitosa. Hablando precisamente de esto último, en México debe haber pocos cineastas tan infatuados con su propio éxito comercial como Manolo Caro, que lleva un buen rato medrando con su almodovarismo deslavado, mismo que parece funcionar muchísimo para satisfacer las ansias aspiracionales de un público ya bastante condicionado a gustar de ese coctel de personajes que van de la histeria sin treguas a la pedantería extrema, permanentemente puestos a vivir conflictos –siempre medio de alcoba, medio de ambición– que, sin rebasar ni un milímetro la elementalidad, son manejados como si se tratara de auténticas tragedias y descerrajados a punta de situaciones ora improbables, ora inverosímiles en definitiva, eso sí, rematados con su forzoso final feliz o lo que resulte equivalente. Eso y nada más es la versión fílmica homónima de la serie La casa de las flores (México, 2021), que en menos de dos horas logra resumir a la perfección la antipatía desplegada a lo largo de las tres temporadas de la serie que la antecede ●
LA JORNADA SEMANAL
16 25 de julio de 2021 // Número 1377
José María Espinasa
La olla de presión de la pandemia: buenas y nuevas ediciones Crónica de una visita a una librería del Fondo de Cultura Económica que pone en evidencia, por un lado, el tiempo de la pandemia bien aprovechado por la editorial para avanzar en sus propuestas, algunas de las cuales aquí se comentan y, por el otro, el entusiasmo de un crítico literario que por fortuna no llevaba su tarjeta de crédito.
E
l descenso de la pandemia en Ciudad de México y en varios estados del país ha dejado ver el proceso de calentamiento de la cultura, semejante al de una olla a presión: el vapor y el silbido son visibles y audibles. Por ejemplo: llego, después de año y medio, a la librería Rosario Castellanos del Fondo de Cultura Económica y el efecto es abrumador; la mesa de novedades está llena de buenas propuestas de diversas editoriales, en especial de la casa editora mexicana que conduce la librería. Mi primer pensamiento es claramente de tiempos de crisis: qué bueno que no traigo la tarjeta de crédito. La industria editorial no estuvo paralizada: lo que se pudo hacer en estos largos meses de cuarentena ya amenazaba con hacer estallar la olla exprés. Es evidente que, para el FCE, esos meses fueron menos lesivos que para las editoriales privadas y que su producción, ahora ya sobre la mesa de ofertas y ante los ojos del lector, no sólo sorprende por su cantidad sino también por su calidad y diversidad. Es de esto que me quiero ocupar en esta crónica. En efecto, el FCE aprovechó este tiempo para implementar el proyecto que antes simplemente eran palabras no del todo tangibles. Por un lado, proyectos que sirvieron como bandera; por otro, la de series novedosas y tal vez desconcertantes en el marco de un catálogo histórico, como las narrativas visuales, y por un lado más, la renovación de sus catálogos históricos con propuestas muy atractivas. Si bien esta crónica habla en una retórica primera persona, creo que la experiencia de los lectores al volver a las librerías será muy similar. Así, quiero empezar por un libro que supongo que se volverá bestseller: los Cuentos completos, de Leonora Carrington. La gran artista plástica surrealista que vivió tantos años en nuestro país fue también una notable escritora y sus textos circulaban en fotocopias, de las ediciones de Monte Ávila, ERA o Ciruela, pero no resultaba fácil encontrarlos. Es una gran oportunidad para los lectores que no la conocen para acercarse a ella en una edición bonita, cuidada y a muy buen precio, que incluye tres cuentos inéditos en español y en versión de la traductora y poeta Una Pérez Ruiz. Leonora Carrington pasa por un buen momento: hay varios museos que exhiben cosas suyas y este libro contribuirá a su conocimiento. Me permito recordar dos hechos casi propios de su literatura: el robo de una de sus esculturas que después apareció abandonada, y el itinerario y destino de La barca de los muertos que ahora está en Paseo de la Reforma. Un libro paralelo y complementario al de Leonora Carrington es el de Cuentos completos, de Clarice Lispector. La fama de la narradora brasileña viene de lejos, pero no era fácil conseguir sus libros. Hoy, esta edición los pone al alcance del lector mexicano en una buena traducción de Paula Abramo, también poeta notable. En mi memoria tengo las largas conversaciones con Inés Arredondo sobre la obra de la Lispector –es curioso que a ella, como a Virginia Woolf o a Marguerite Duras, se les llamaba la Lispector, la Woolf, la
Duras, para contrarrestar con cierta impersonalidad el alto contenido personal de sus escritos. También recuerdo que, al publicar hace más de treinta años una entrevista con ella en este suplemento, nos fue muy difícil conseguir fotos suyas para la portada. También me gustaría pensar que el hecho de involucrar a mujeres como autoras y traductoras responde a una política editorial. En todo caso, los dos libros son muy buena noticia para los lectores y si la pandemia hizo, como dicen que ocurrió, que se leyera más, no perdamos el ritmo y aprovechemos las consecuencias de esa pandemia-olla exprés. Otra de las tradiciones históricas del FCE es la traducción de textos. En ese camino se inscriben los dos mencionados en párrafos anteriores, y como notable complemento entre sus novedades ofrece el libro de François Ost, Traducir; aunque su edición es española, supongo que llegará a librerías en México pronto, al igual que otra novedad de sus filiales, en este caso Perú, Eternidad de la noche, las cartas de César Moro a Emilio Adolfo Westphalen, desde México. En otra dirección, pero también una lectura muy atractiva, resulta la publicación de Saavedra, un anarquismo, del periodista Aurelio Fernández Fuentes. Aurelio Fernández toma la figura de su bisabuelo, anarquista español de principios del siglo XX y hace un libro a la vez de investigación histórica y recreación narrativa, con gracia y buena pluma. Abelardo Saavedra Toro nunca estuvo en México, pero su libro nos habla en estos años de transformación social con una voz que se vuelve necesaria. No me alcanza el espacio de esta nota para dar noticia de todas las novedades notables que el FCE está ofreciendo a sus lectores en este ‒esperemos que sostenido‒ regreso a la normalidad. Pero no quiero dejar de llevar agua al molino de la poesía, señalando dos publicaciones recientes de poetas españoles muertos recientemente: Joan Margarit y Francisco Brines ●