LA INCLASIFICABLE GENIALIDAD DE
FRANK ZAPPA 1940-1993
Gustavo Ogarrio
SEMANAL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA DOMINGO 26 DE ENERO DE 2020 NÚMERO 1299
António Lobo Antunes: literatura y tendencias autodestructivas Alejandro García Abreu
Días tranquilos en Tolosa, crónica de viaje de Jorge Bustamante
Niños de Acracia, poema de Juan Manuel Roca
LA JORNADA SEMANAL
Portada: Rosario Mateo Calderón
2 26 de enero de 2020 // Número 1299
Crónica
DÍAS TRANQUILOS EN TOLOSA
LA INCLASIFICABLE GENIALIDAD DE FRANK ZAPPA (1940-1993) “Inclasificable”: este es el término que mejor define al compositor, cantante, letrista, productor musical, guitarrista e incluso director cinematográfico llamado Frank Zappa, muerto de manera prematura, a consecuencia del cáncer, cuando apenas contaba cincuenta y dos años de edad. Conocedor profundo de Edgard Varèse, Igor Stravinsky, todo el rock, jazz, el rhythm & blues y otras corrientes musicales cultas y populares, con toda seguridad Zappa es el más notable y singular músico de aquellos que jamás pisaron un aula de educación musical, autodidacta virtuoso en guitarra, percusiones, bajo y teclado eléctricos, creador de unas seis decenas de álbumes, crítico implacable de la chabacanería, defensor absoluto de la libertad de expresión… A ese genio contemporáneo, que este 2020 habría cumplido ochenta años, dedicamos esta entrega. ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| DIRECTORA GENERAL: Carmen Lira Saade DIRECTOR: Luis Tovar EDICIÓN: Francisco Torres Córdova COORDINADOR DE ARTE Y DISEÑO: Francisco García Noriega FORMACIÓN: Rosario Mateo Calderón LABORATORIO DE FOTO: Jorge García Báez, Ricardo Flores, Jesús Díaz y Felipe Carrasco PUBLICIDAD: Eva Vargas y Rubén Hinojosa 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. CORREO ELECTRÓNICO: jsemanal@jornada.com.mx PÁGINA WEB: http://semanal.jornada.com.mx/ TELÉFONO: 5604 5520.
Entrañable crónica de un verano en una vieja y moderna ciudad, abierta y concentrada en sí misma, donde al “paseante sin rumbo en las ciudades ajenas” que sabe perderse como es debido, y acaso bajo la tutela del gran George Steiner, le salen al encuentro personajes como Tomás de Aquino, Voltaire, Caravaggio, Antoine de Saint-Exupéry, Carlos Gardel, Toulouse-Lautrec y Augusto Roa Bastos, para saber de su historia real y la otra que incita.
||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauhtémoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cuitláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Semanal núm. 04-2003081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.
Jorge Bustamante García ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Para la Vikinga, allá, en Tolosa
N
unca he estado inmóvil en ninguna parte, pero en Tolosa he pasado meses engañosamente apacibles, en continuo diálogo con los sucesos de cada día, con los duendes que merodean los lugares y la imaginación irredenta de los caminantes, con los pocos libros escogidos para el viaje: un Steiner y sus razones para la tristeza del pensamiento (pequeño gran libro), un Vallejo, pero no el poeta, un Philip Roth lleno de erotismo abierto en la herida de la edad que es la vejez. Tolosa de Occitania, o simplemente Toulouse, es una acogedora ciudad que puede ser sorprendente. La he visitado varias veces y durante el último verano vagabundeé por sus entrañas intentando arrancar hojas a su larga vida de centurias, a sus fantasmas enredados en historias que no quieren morir Partida a la mitad por el río Garona, es una urbe de respiración joven, a pesar de su añeja estructura de más de veinte siglos. Es una suerte de muñeca rusa capaz de albergar varias ciudades, una dentro de otra. En una de ellas, en un nicho del medievo tolosano, se conservan los supuestos restos de Santo Tomás de Aquino, el padre de la escolástica que alguna vez aconsejó contemplar, para dar a los demás lo contemplado. En otra de ellas, veinticinco años antes de la revolución que cambió la historia de Occidente, la injusta ejecución del comerciante protestante Jean Calas, aprobada por jueces inquisitoriales, dio origen al Tratado sobre la tolerancia de Voltaire. Gran paso, en una ciudad de mochos y cruzados. En enero de 1914, en una casa céntrica donde ahora está el café Bibent, a un costado de la plaza del Capitolio, se fraguó uno de los complots más funestos del siglo XX. Allí se reunieron conspiradores serbios con la intención de
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planear atentados en Sarajevo, que culminaron con el asesinato del archiduque Francisco Fernando y su esposa Sofía, suceso que se convirtió en uno de los detonadores principales de esa barbarie que conocemos como primera guerra mundial. Algunas de estas historias me las ha contado, mientras callejeamos sin paradero ni rumbo fijo, el historiador caleño-tolosano Rodolfo de Roux, maestro jubilado de la Universidad de Toulouse, paseante infatigable de la añeja metrópoli, autor del singular volumen Diccionario para malpensantes. Uno de los sucesos más conmovedores es el del comerciante Jean Calas y su familia. Lo cuenta el propio Voltaire al inicio de su imprescindible tratado. La familia Calas era protestante y Tolosa un centro católico, donde los protestantes eran apenas tolerados. Reinaba el oscurantismo religioso. Louis, uno de los hijos del comerciante, se convirtió al catolicismo en 1756. Todo parecía ir bien, pero cinco años después, el 13 de octubre de 1761 MarcAntoine, otro de los hijos, desencantado por una serie de situaciones que lo inquietaban, se suicidó en la planta baja de la casa familiar. Al filtrarse la noticia comenzaron los rumores y se montó la monstruosa versión de que Marc-Antoine también pretendía convertirse al catolicismo, a lo que el padre y la familia se oponían, por lo que habían decidido asesinarlo. El fanatismo convirtió al suicida en mártir, y a toda su familia en inculpada. Pierre, otro de los hijos, fue desterrado; las hijas y la esposa de Calas enclaustradas en conventos, y el infortunado padre condenado a morir lentamente en el suplicio de la rueda, donde se le despedazarían los huesos a palazos y luego se le estrangularía. La sentencia se ejecutó el 10 de marzo de 1762 en la plaza Saint-Georges, no muy lejos de la residencia familiar. Voltaire conoció todos los detalles de la macabra historia directamente por Pierre, el hijo desterrado. El Tratado sobre la tolerancia con motivo de la muerte de Jean Calas se publicó en 1763 y fue tan decisiva su influencia que, dos años después, se reconoció la inocencia del comerciante protestante y su memoria y la de su familia fueron absolutamente rehabilitadas. En el número 50 de la calle Filatiers me he detenido varias veces frente a la casa de los Calas, que se conserva intacta, y parado ahí imagino todo el delirio que por allí corrió. Me quedo pensando y recuerdo, de pronto, lo que dice Steiner en su joya de librito que estoy leyendo sobre la tristeza del pensamiento: “Pensar es quedarse corto.” No quiero quedarme corto y decido irme despacio a la Plaza SaintGeorges, la plaza de los descuartizamientos, donde dos siglos y medio después sólo queda una placa conmemorativa y alrededor una multitud de cafés donde la gente charla despreocupada. Uno de esos días tranquilos de junio en Tolosa mi mujer, mi hija y yo nos topamos con un Caravaggio de verdad. Paseando por el bulevar Michelet, cerca de la iglesia de Saint Aubin, advertimos una pequeña multitud que intentaba entrar a una casa. Al acercarnos una placa en la pared indicaba Maison des ventes Marc Labarbe y se anunciaba una visita gratuita para conocer el cuadro de Caravaggio Judith y Holofernes que se subastaría a finales del mes. La obra es impactante, llena de un realismo brutal, representa el tema bíblico de la decapitación del general asirio Holofernes por la viuda judía Judith, para salvar a la ciudad de Betulia del asalto inminente. El cuadro se exponía al público mientras en una sala aledaña se mostraban videos que documentaban la pintura con el análisis de expertos y especialistas de varios países. La historia de este Caravaggio de Toulouse parecía inverosímil. El autor la pintó en Nápoles en 1607, pero la obra estaba desaparecida desde 1617. Un buen novelista
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Arriba: ilustración inglesa de la ejecución de Jean Calas.
Es una urbe de respiración joven, a pesar de su añeja estructura de más de veinte siglos. Es una suerte de muñeca rusa capaz de albergar varias ciudades, una dentro de otra.
podría llenar el vacío de cuatro siglos de desaparición del cuadro desde 1617 a 2014. El 23 de abril de ese último año el subastador Marc Labarbe recibió en su despacho una llamada de un cliente al que meses antes le ayudó a vender varios objetos pequeños encontrados en el desván de su casa. El cliente le dijo que aún le quedaba una pintura en el ático que quería que el subastador valorara. Al llegar a casa de su cliente, Labarbe encontró la pintura en un rincón del desván, apoyada contra la pared. Estaba cubierta de una pátina blanquecina de polvo que le impidió obtener una foto clara, pero le llamó la atención la expresión increíblemente fuerte de los tres personajes del cuadro. Con ayuda de su cliente limpió lo mejor que pudo la pintura, tomó fotos de mayor calidad y las envió a especialistas y expertos conocidos suyos. Las respuestas que recibió fueron entusiastas: se empezó a sospechar que se trataba de un Caravaggio. Se iniciaba así un trabajo duro de cinco años en que la pintura se sometió a todo tipo de análisis por parte de especialistas y conocedores de distintos países para determinar si la sospecha era cierta o no.
Resultó que sí. La subasta sería a finales de junio pasado, pero un coleccionista privado la adquirió antes por una suma entre 100 y 150 millones de euros. De esa cantidad ¿cuánto le correspondería al cliente que la tenía en su desván, cuánto a Marc Labarbe de la casa de subastas, cuánto a otros involucrados anónimos? No se sabe. Tampoco se sabe cómo viajó la pintura desde Nápoles a Toulouse durante cuatrocientos años para caer empolvada en el ático de una familia tolosana, que quizás durante generaciones no supo de qué se trataba. Historias de ciudades viejas, nunca se sabe lo que puede salir de los desvanes. Y mi mujer, mi hija y yo no nos hubiéramos enterado sin intermediarios, de no pasear distraídos uno de esos días tranquilos de junio por el poco concurrido bulevar Michelet. Un mes después de lo de Caravaggio pasó por Toulouse el Tour de Francia. Ya casi terminaba el último libro de Fernando Vallejo, pero lo dejé para ver pasar en la avenida de Castres a los ciclistas colombianos Nairo Quintana, Rigoberto Urán y Egan Bernal, que estaban dando una gran faena. Mi paisano zipaquireño Egan Bernal, un joven de veintidós años, iba en ese momento en el tercer lugar de la clasificación general. Desde temprano la avenida de Castres comenzó a llenarse, gente de todas las edades se acomodaban en las aceras, vibraba en el aire un colorido candente. Fue una espera de cinco horas bajo un sol abrasador de 35°C, cuando aparecieron a lo lejos los primeros ciclistas y los vehículos acompañantes y tras ellos, a unos trescientos metros, el pelotón compacto. La emoción creció a medida que se acercaban, la avenida era una ola de aplausos, miles de miradas acribillaban a los ciclistas multicolores que parecían danzar sobre sus máquinas, y mi mujer y yo experimentamos quizás un recóndito orgullo de que ahí sobre la avenida de Castres en la que vivíamos, ocurriera para nosotros una experiencia de singularidad, de desprendimiento, al percibir que esos ciclistas nuestros / PASA A LA PÁGINA 4
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VIENE DE LA PÁGINA 3/ DÍAS TRANQUILOS...
flotaran en la imaginación de todos, aunque fuera sólo por unos instantes. Once días después, Egan se coronó campeón del Tour, la prueba ciclística más importante del orbe, se paseó triunfante por los Campos Elíseos y conquistó París aunque sea por un solo día. Hazaña memorable, porque París es inconquistable. Y ahora mi ciudad natal, Zipaquirá, es visitada por tres razones principales: porque allí estudió García Márquez, porque guarda en sus entrañas un verdadero prodigio, una majestuosa catedral de sal labrada a docientos metros de profundidad y porque es la tierra de Egan, Pasada la algarabía mediática del Tour logré terminar con esfuerzo el último libro de Vallejo, que lleva un título que ya no espanta beatas: Memorias de un hujueputa. Llegué a su última página mirando el Garona, sentado en una banca en la mitad del verano. Me dijo poco este libro, ya la aparente ferocidad vallejeana se ha vuelto monótona. He leído una buena parte de sus libros, porque me parece que son realmente buenos, debidos al espíritu de un escritor soberano. El que más me llegó fue El desbarrancadero, magistral, y El mensajero sobre el poeta Barba Jacob es una joya. Mi hermano el alcalde es muy divertido de tan irónico. Pero este dictador vallejeano insulta mucho, porque cuando camina piensa, y cuando piensa insulta, y cuando insulta se siente bien. Y de tanto insulto quedan menos quintaescencias que tediosos rollos. Así que el paisaje que me rodeaba en el Garona me indujo a dar un salto casi inverosímil, dejé a ese dictador latoso y pensé en un personaje muy distinto y cautivador, un personaje absolutamente liberador. Leí El Principito apenas hace unos años, me encantó como si yo fuera un niño. Puedes leer diez kilos de literatura chatarra y quedar vacío, pero si sólo lees El Principito, probablemente encontrarás ahí lo que no hallaste en volúmenes y volúmenes de verborrea banal, descubrirás ahí lo que “las personas mayores nunca comprenden por sí solas”. En ese pequeño volumen está todo: la soledad, el absurdo, lo ridículo, lo grandioso, lo utópico y fascinante de las empresas humanas. El hombre que escribió ese prodigio vivió en Toulouse por temporadas entre 1926 y 1929. Era un piloto de la naciente Aeropostale, la primera empresa francesa que se lanzó a transportar correspondencia en pequeños aviones considerados por entonces de alto riesgo. Antoine de Saint-Exupéry se hospedaba siempre
Puedes leer diez kilos de literatura chatarra y quedar vacío, pero si sólo lees El Principito, probablemente encontrarás ahí lo que no hallaste en volúmenes y volúmenes de verborrea banal,
en la habitación 32 de Le Grand Balcon, un hotelito de ladrillo rojo en una esquina de la gran plaza del Capitolio. El hotelito se convirtió en cuartel general de arrojados pilotos que llevaban el correo a Dakar, con paradas intermedias en Barcelona, Alicante y Málaga. Me he sentado varias veces en el bar de ese hotelito. Las paredes están cubiertas de fotos y motivos de los intrépidos aerocarteros: Latécoère, Mermoz, Guillaumet y Saint-Exupéry. Me los he imaginado bebiendo ahí, jóvenes todos, fiesteros, ligando a punta de tango chicas que los admiraban. Se sabe que Exupéry amaba el tango, era buen bailarín, afición que seguro perfeccionó cuando lo nombraron director regional de Aeropostale en Buenos Aires hacia 1929, donde permaneció casi tres años.
Sentado en el bar de ese hotel me pasó por la cabeza el extraño paralelismo entre Saint-Exupéry y Carlos Gardel, quien nació en Toulouse a finales de 1890. Su madre se lo llevó a Buenos Aires cuando apenas tenía dos años, pero hay evidencias de que el cantante regresó a Tolosa al menos cinco veces. Ya muy reconocido realizó giras en Francia en 1928-1929. Me gusta fantasear que quizás alguna vez estos dos personajes se cruzaron en la vida ya sea en esta plaza del Capitolio, frente al hotel, o en alguna avenida o salón de la capital argentina donde se oía y bailaba tango, tal vez “Adiós muchachos” o “El día que me quieras”. Extraño paralelismo: ambos amaron el tango, ambos caminaron por calles de Tolosa y Buenos Aires, ambos murieron cumplidos los cuarenta y cuatro años de edad en percances de aviación y ambos quedaron inmortalizados por su obra. Esta crónica sonaría incompleta si no mencionara, así sea de paso, la visita a parques como el Jardín de las Plantas y el Jardín Japonés, o a museos como les Abattoirs donde admiramos el Guernica traído expresamente del Reina Sofía de Madrid para la exposición Picasso y el exilio, o el viaje en tren a Figueras para perderse en el imaginario de Dalí en el legendario taller de Salvador y Gala, o la excursión con nuestros amigos parisinos Jorge Silva y Benedicte a Albí, donde contemplamos los siete pecados capitales expuestos en la regia catedral de ladrillo rojo de Santa Cecilia y en la obra de Toulouse-Lautrec que impregna esas calles. Espectros de otros seres se esconden todavía en las calles tolosanas, como el del escritor paraguayo Augusto Roa Bastos que fue transeúnte de esta ciudad por veinte años (de 1976 a 1996) dividiendo su tiempo entre la escritura y la cátedra, y en donde extravió el manuscrito de la novela de aire surrealista La caspa, relato que a lo mejor aparezca empolvado –al modo del Caravaggio de Toulouse– en algún ático, en otros días tranquilos de algún otro verano. Siempre he sido un paseante sin rumbo en las ciudades ajenas, me he perdido en ellas sin remedio, como si estuviera desorientado en el bosque que amo. A lo lejos, más allá de ese bosque, me parece percibir ecos de otros lugares, contradictorios y complejos, duros y hermosos a la vez: su presencia bulle en mi pensamiento. Y es a través del pensamiento como residimos en el mundo, según lo cree George Steiner en su pequeño gran libro l
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MÁS QUE METÁFORA: BORRADA DE DUBLÍN Una aproximación crítica a una novela que plantea, mediante cuatro formas narrativas distintas, el complicado y peligroso transitar de una mujer “sexualmente deseducada”, en el ámbito de la Universidad de Sonora permeado por una misoginia que condona su violación y donde, como en todo el país, la consigna “si no digo que sí es no” por desgracia aún no se comprende.
Francesca Gargallo Celentani ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
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ara ubicar la novela Borrada de Dublín en la literatura mexicana actual es necesario recordar que su autora, Eve Gil, es una prolífica escritora sonorense que reside en Ciudad de México, con un reconocimiento público que se amplía cuando propone la “novela mánguika” y se restringe cuando toca las venas más sutiles de la injusticia misógina, en sus facetas emotivas, sociales, legales y culturales. Borrada de Dublín es la cuarta novela que Eve Gil ha escrito sobre una violación donde la frontera entre sexo forzado, relación sexo-afectiva y estupro se desdibuja y confunde con elementos del entorno, como el poder que por admiración una estudiante otorga a su profesor. Se abre con un símil que se ha escapado a la literatura escrita por hombres, pero que aparece en la denuncia de la normalización de la violencia misógina en los estudios feministas. Eve Gil acomuna el juicio moral, la discriminación y la mirada acosadora de la sociedad libre hacia las personas encarceladas con la revictimización social que sufre una mujer violada en un ambiente propicio al violador. “Altos Estudios”, como en la novela y en el pasado reciente se llamaba la Facultad de Humanidades de la Universidad de Sonora, es el lugar del señalamiento cotidiano y la humillación por haber acarreado el desprestigio a un claustro que no acepta una denuncia de violación a uno de sus miembros. La protagonista cruza por cuatro formas narrativas, en una de las cuales son otros los personajes que hablan de ella en primera persona, y se presenta de entrada como “la superviviente de una guerra perdida”. Una guerra con muchos frentes y más de una víctima: estudiantes críticos, creadores literarios, un directivo gay y una niña producto de la violación. No son secundarios a la protagonista, la rodean y dan carne y aspecto social a una historia que es voz de denuncia y literatura, crónica, introspección psicológica de un personaje con síndrome Asperger que ha sido deseducado sentimental y sexualmente por madre y abuela. La novela no avanza hacia un hecho sorpresivo, sino desentraña sus características que lo vuelven ambiguo para la ley patriarcal, sus jueces y verdugos –mujeres y hombres, aunque sólo los segundos sean sus privilegiados y las primeras gocen ape-
nas de las concesiones que éstos les dan a cambio del servicio que les brindan. La anécdota se reproduce cada día en todas las universidades del país. La deseducación sexual, emotiva, y la imposibilidad de recurrir a aliadas reales y ubicables en el sistema educativo exponen a las estudiantes a enamoramientos, docilidades y confianzas que pueden llevarlas a no saber consentir explícitamente una relación sexual. El abusador, el violador en estas condiciones aduce que las circunstancias y actitudes dan a entender un consentimiento implícito. Las estudiantes que han tomado la Facultad de Filosofía de la UNAM hoy lo tienen claro: “Si no digo que sí es no.” La protagonista de Borrada de Dublín (Camelot América, 2019) nunca dijo que sí, aunque el terror al sexo y la expresión violenta del deseo genital le impidieron gritar que no y no y no. ¿Qué provoca el desconocimiento de la sexualidad y las emociones en una mujer mayor de edad que llega a la universidad? Primeramente, la pésima relación familiar entre mujeres: madres y abuelas tradicionalmente sexófobas que en lugar de datos concretos ofrecen prejuicios morales como si fueran conocimientos. Ahora bien, esa depurada célula de control social que es la familia, debería ser reubicada por la escuela, los servicios sociales, la cultura, las artes, lo cual no sucede porque la entera estructura social es misógina y defiende las enseñanzas ocultas de las familias cerradas, moralistas, anafectivas, señalándolas como su primera organización. A una mujer sexualmente deseducada la intimidad abruma, pero tiene derecho a una vida libre de violencia y abierta al placer tanto como una mujer que goza del despertar de sus deseos, temblores y expresiones lúbricas. La misoginia difusa facilita la violación de la primera y la criminalización de la segunda. Borrada de Dublín no es sólo la novela que devuelve su persona a la protagonista, cancelada de la identificación con los personajes y lugares predilectos de las lecturas del maestro y, literalmente, del paso por la institución educativa, la memoria paterna, la pertenencia a la sociedad de su tiempo. Recupera para la construcción subjetiva de la felicidad femenina la denuncia de la violencia misógina que la ley oculta l
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ANTÓNIO LOBO LITERATURA Y TENDENCIAS ANTUNES: AUTODESTRUCTIVAS La obra de António Lobo Antunes –el escritor portugués más importante en la actualidad– se caracteriza por diversas aproximaciones a la idea del suicidio. El autor de obras maestras como Fado alejandrino y Las naves afirma que en él hay una parte autodestructiva y que lo persigue el concepto de la muerte voluntaria.
Yo no soy vanidoso, pero pienso que cambié la literatura. Pero qué importancia tiene, me voy a morir. Entonces hay que relativizar todo esto. Quizás el éxito no sea más que un fracaso que llega más tarde. No sé, no me preocupa. La vida no tiene importancia. Son sola António Lobo Antunes sobre su inclusión en La Pléiade de Éditions Gallimard
Shakespeare, Faulkner ANTÓNIO LOBO ANTUNES (Lisboa, 1942) piensa en el suicidio como una reformulación de la libertad. Fuma sin descanso y observa una reproducción de Ofelia (1851-1852), óleo sobre lienzo de John Everett Millais. La escena representada es del acto IV, escena VII, de Hamlet, en la que Ofelia, perturbada cuando su padre es asesinado, cae en un arroyo y se ahoga. Tras observar la pieza que apunta al suicidio, el escritor portugués recuerda que el comienzo de El ruido y la furia corresponde a una densa niebla que se disipa. Esa percepción de la novela de Faulkner atañe a algunos libros del propio Lobo Antunes. ¿Por qué ruido y furia?, cuestionó Agostinho de Morais. Respondió con la evocación de Macbeth de Shakespeare: “una historia [...] llena de ruido y furia”. Lobo Antunes confesó: “El ruido y la furia tiene la cualidad de ser una novela que, como la gran poesía, se relee con la maravilla del descubrimiento: a cada paso encontramos detalles que pasaron inadvertidos, en cada página nos emocionamos. He visitado este libro más de treinta veces, y ciertamente continuaré haciéndolo con el mismo entusiasmo.” La triada es clara: Shakespeare, Faulkner, Lobo Antunes. Un volumen de los Sonetos shakespearianos está siempre al lado de Lobo Antunes, encima de su mesa de trabajo. El escritor portugués recuerda que los suicidas proyectaban sus sombras de manera incesante en la literatura de Shakespeare.
Seres saturninos
Alejandro García Abreu ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
SUS LIBROS SON piezas de un mundo traumático que tiende a la desolación. Condenados por la bilis negra, los seres saturninos son propensos al suicidio. Saturninos, diversos personajes de Lobo Antunes, se inclinan a la muerte voluntaria. La perspectiva del escritor implica una discordia con el mundo. La visión trágica de Lobo Antunes es el destino de quien se siente turbado por los acontecimientos trágicos. “Una historia del suicidio no es más que una historia del dolor”, escribió Ramón Andrés en Semper dolens. Historia del
suicidio en Ocidente. “El suicidio está latente en un rincón de nuestra mente, pero también de nuestra cultura”, asevera Andrés. Para Lobo Antunes también es una historia individual y social del dolor, una historia del abatimiento y, simultáneamente, de la resistencia del ser humano. En una entrevista con Antonio Lucas, Lobo Antunes fue cuestionado sobre la muerte voluntaria y la enfermedad: –¿De qué le ha salvado la literatura? –Probablemente del suicidio. Yo lo he volcado todo en las palabras. Y la idea del suicidio siempre me ha rondado. Es algo que no es ajeno a mi familia. Quizá de eso me hayan salvado los libros. –¿Tuvo miedo a la muerte en los días del cáncer? –¿A qué llamas miedo? –Al miedo. –Hay muchos miedos. Era una mezcla de muchas cosas. Yo no sabía cómo iba a salir. Mi mayor temor era a la noche. Las noches en un hospital son terribles. Pasas las noches mirando a la ventana hasta que llega la mañana. Creía que ver amanecer me impedía morir. Sobre la soledad afirmó: “Como escritor me siento muy solo. No encuentro compañeros de viaje.” En torno al arte dijo: “La literatura, como la pintura, la música o el cine, son la única manera que tenemos de vencer a la muerte.” Y en una conversación con Manuel Llorente narró: “Me hice muy amigo de Reinaldo Arenas. Un día me llamó para decirme ‘António, voy a matarme’. Pensé que era una broma porque era un hombre muy teatral. ‘Mátate’. Y se mató.”
Repertorio de sombras suicidas EN CONOCIMIENTO DEL infierno “un extenso cortejo de mendigos se acerca a la puerta de vidrios opacos del banco, pretextando imaginarias locuras, extrañas dolencias, suicidios inventados, con la esperanza de una cama”. Hay “incluso quien intenta suicidarse lanzándose con los brazos abiertos sobre su propia imagen”. Lobo Antunes se aproxima al sufrimiento: “Eran las cinco de la mañana y el suicida acababa de morir después de mucho tiempo de desesperadas convulsiones ante nuestros ojos espantados.” Y presta atención a la mirada, que revela demasiado: “La mirada del suicida, llena de indiferencia y de rencor, perforaba el tabique de la pared y se fijaba en nosotros como el paso leve, oblicuo, atento, de un gato.”
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Manual de inquisidores incluye “la respiración de guijarros y cantos rodados del río que mi tío Zé Francisco se empeñaba en que tenía suicidas de muchos años atrás que nos hablaban desde el fondo”, a un “ministro [que] tanteaba los cigarrillos en la alfombra parecido a un ciego que tantea en la acera la limosna que ha perdido, sofocándose en el cuello de la camisa en un suicidio resignado”, y a alguien que “sufría en silencio planeando suicidios, que fueron lo único que jamás proyectó”. Y “escaparates con piernas y brazos artificiales y maniquíes desnudos como suicidas dispuestos para el médico forense en las mesas de piedra” es la imagen vinculada a otro pensamiento en el gesto final: “la señorita Paula, que vivía sola desde que la madrina se suicidó, subió a un banco, colgó una cuerda de la lámpara”. En El orden natural de las cosas Lobo Antunes escribe: “su solicitud palabrera me empujaría a un suicidio con pastillas, metiendo el cuello dentro del horno de la cocina”. Después se lee: “Me acuerdo, mi amor, del suicida en el cascajo de las traviesas y de mi asombro por su rostro intacto y la paz y compostura de las facciones.” Avanza, precavido sobre el tema de la muerte por agua: “y mi hermana Teresiña No hables de Jorge, no te atrevas a hablar de Jorge, Jorge, que se suicidó en el mar”. Sobre los ríos que van es la narración de aliento poético de su estadía en el hospital en 2007 para someterse a la cirugía que eliminó el cáncer que padeció. En una conversación con Antonio Jiménez Barca, Lobo Antunes confiesa: “[Me sorprendió] La inmensa dignidad de la gente, de los enfermos de la planta de oncología. Todos eran príncipes. Era un hospital del Estado, así que había gente pobre, portándose con una dignidad de aristócratas, con coraje, nunca les oí una queja, a
“La literatura, como la pintura, la música o el cine, son la única manera que tenemos de vencer a la muerte.”
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nadie oí rogar, o pedir ‘sálvame’. La gente aguantaba callada, sonriendo, saludándote, deseándote que mejoraras, muchos de ellos con metástasis por todas partes. Sabías que se iban a morir, y se morían sin quejarse, sin miedo. Yo he visto a gente borrarse de miedo en la guerra. Y el espectáculo de la cobardía es horrible. Vi a un teniente así: todos los oficiales le daban puntapiés y le insultaban, y el tipo no hacía otra cosa que llorar. La cobardía, físicamente, es fea. Te reduces a un ser miserable, despojado de toda dignidad.” Memoria de elefante contiene un diagnóstico: “El médico leyó en el informe de ingreso ‘esquizofrenia paranoide; intento de suicidio’, hojeó rápidamente la medicación del Servicio de Urgencias y buscó un bloc en el cajón mientras un sol súbito se adhería, jovial, a los cristales.” Vincula el mar con el subcontinente indio como tierra misteriosa y lejana, con la muerte voluntaria y con la niñez: “Todas las estatuas apuntaban el dedo hacia el mar, invitando a la India o a un suicidio discreto, según el estado de ánimo y el nivel del deseo de aventura en el depósito de la infancia.” La muerte de Carlos Gardel implica el desdén: “y la viuda plantada en el porche, con la familia alrededor, rechazó el ataúd, el ahijado alzaba ante mi tío los puños cerrados, olía a hulla, olía a cerdas quemadas, cavaron una fosa para las ovejas y las vacas, cavaron una fosa para las gallinas, pero no cavaron ninguna fosa para el suicida”. En Acerca de los pájaros abunda la tragedia: “–El cáncer de la primera mujer y el suicidio del hijo trastornaron mucho a mi marido –dijo la mujer alta y rubia, elegante, agitando una multitud de pulseras que se entrechocaban con un tintineo agudo de metal.” La especulación es inminente: “En lo que concierne a los motivos del suicidio, si tal hipótesis se comprobare conforme a los elementos hasta ahora reunidos y el informe del médico forense así lo deja entrever, la deponente dijo que los desconocía por completo, aun teniendo en cuenta la obvia ansiedad de la víctima y la extraña conducta de las personas en el momento de su estancia.” Y se propone un acto exaltado y grotesco: “El Gran Circo Monumental Garibaldi os ofrece en vivo el número único, no televisado, del suicidio de su principal artista. La dirección recomienda a los cardíacos, a las embarazadas, a los deprimidos y a las personas sensibles en general que abandonen la sala para evitar incidentes emocionales desagradables.” En Conversaciones con António Lobo Antunes de María Luisa Blanco, el escritor afirma: “en Acerca de los pájaros empiezan a surgir otras voces. En ese libro cuento un suicidio un poco obsesionado, supongo. El abuelo de mi padre se suicidó. Y en la novela contaba un suicidio narrado como si fuera un espectáculo de circo”. También confiesa a Blanco: “Escribir es una tarea muy difícil, también es una actitud frente a la muerte, escribes contra la muerte. En mí hay una parte muy autodestructiva, eso está muy claro y siempre me persigue la idea del suicidio.”
Domingos grises EL ESCRITOR LISBOETA Carlos Reis recuerda los “domingos grises que destiñen hacia dentro de nosotros” evocados por el autor de Esplendor de Portugal. La escritura de Lobo Antunes, según Reis, es modo de vida. Asimismo, desde otra perspectiva, es tentativa de superación de la muerte l
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LA INCLASIFICABL Atinada semblanza de la vida y la obra del controvertido y genial músico italiano-estadunidense nacido en 1940, su incesante y vigorosa vocación experimental que transformó la música popular de su tiempo, la energía y contundencia de sus posturas políticas, por cuya ironía y feroz irreverencia también fue famoso, y que son notorias en las letras y el sonido de su extensa discografía. Murió el 4 de diciembre de 1993. para Camila y en memoria de nuestro Zappa Alondra López Vargas y de Miguel Ángel Jaramillo Rubacha in memoriam
Pólvora con azufre: una infancia dedicada a las explosiones Frank Zappa (1940-1993) se narra como un niño casi atómico, hijo de un meteorólogo que trabajaba en la base militar de Edgewood y en donde se fabricaba gas venenoso durante la segunda guerra mundial: “Por lo que supongo que su labor consistiría en saber en qué dirección soplaría el viento cuando iban a soltar el gas.” Esto lo cuenta en sus memorias, La verdadera historia de Frank Zappa (Malpaso, 2014), en las que también describe sin ternura que sus primeros juegos infantiles eran con materiales de laboratorio en una habitación impregnada de esa “mugre” de mercurio. De padres sicilianos, Zappa pone énfasis en la anomalía permanente con la que padecía la excepcionalidad de ser un hijo de italianos en Estados Unidos: al quejarse de un dolor de oídos, los padres le ponían, en el cuenco de la oreja, aceite de oliva caliente para curarlo. Lo que más bien producía eso era un dolor permanente y el ridículo; el infante Zappa se paseaba con sus bolas de algodón amarillas en las orejas sin poder curarse. También padecía asma y sinusitis. Sufrió con médicos delirantes que le metían radio en las fosas nasales con un extenso alambre. La vida química de Zappa en sus primeros años fue un fracaso, hasta que llegó la sulfamida, la cual apareció de una manera dramática: su hermano se quemó el cuerpo al prendérsele el pijama cuando se acercó a la estufa de carbón para calentarse. La sulfamida le curó la herida y lo dejó sin marca alguna.
Gustavo Ogarrio ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
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LE GENIALIDAD DE FRANK ZAPA 1940-1993 Después vendría el traslado del enfermizo niño y la familia Zappa de Maryland a California, con una breve estancia en Florida; con ello aparecería también la imagen del old garage en Pacific Grove: un amigo lo sacó de sus juegos todavía infantiles de muñecos, maquetas de aviones y explosivos caseros para internarse juntos en el viejo garaje de un vecino en el que encontraron balas de metralleta, de las que extrajeron la pólvora sin humo. Frank quiso fabricar una pequeña bomba que le estalló entre las piernas, dejando un gran hueco en el piso y que lo arrojó varios metros atrás. El último gran experimento fue el de una “bomba fétida” en el colegio: pólvora con azufre. Fue expulsado de la escuela y puesto bajo vigilancia policíaca, con lo que terminó su “carrera científica”. Sin embargo, en Frank Zappa ya estaban girando, en su propia estela de asociaciones químicas y estéticas, la imagen del garage, la irreverencia explosiva contra las instituciones y el gobierno estadunidense, la complicidad de los amigos frikis. A lo doce años, en 1952, Frank Zappa sintió el llamado de los tambores. Todavía no existía el rock and roll. La percusión orquestal se mezcló con la pólvora del rhythm and blues. También estaba presente una inquietud por las anomalías, por la música atractivamente inarmónica; leyó en una revista un artículo sobre una tienda de discos que vendía de lo mejor y de lo peor, por ejemplo: en cierto álbum titulado Ionisation, de Edgar Varese, no había más que una batería “disonante y horrible, la peor música del mundo”, al menos eso decía el articulista. A lo que Zappa se dijo: “¡Eso es lo mío!” Un ensamble de ruidos contemporáneos, percusiones con piano, la conexión entre los sonidos cotidianos del garaje en la cabeza de Frank y la posibilidad de organizarlos en sinfonías disonan-
Abajo: portadas de tres álbumes de Frank Zappa.
tes… fue el primer álbum que compraría Frank; en realidad eran los trabajos completos de Varese y se integraban por varias piezas, entre ellas Ionisation. Músico francés que vivía en ese momento en Estados Unidos, Varese le abrió a Zappa las puertas de la irrupción de lo vivo, el todo cotidiano de la existencia entrando por el oído: “en el disco se oían sirenas, tambores, el rugido de un león y todo tipo de sonidos extraños”, afirma Frank; su madre le prohíbe volver a hacer sonar el álbum en el tocadiscos familiar. Después vino una carta escrita por el joven Frank a Varese; el segundo disco comprado: Stravinsky… la música dodecafónica; una “educación típicamente americana”; las bandas con nombres al estilo de un “corazón de vaca” (Captain Beefheart), la vida enferma de blues.
“Frikis hambrientos”: de los que esconden un vacío americano “Mr. América try to hide the emptiness that´s you inside” (“Mr. América trata de esconder el vacío que llevas dentro”): tal parece que, desde sus primeras letras, Frank Zappa y su grupo, The Mothers of Invention, se colocaron en la perspectiva agria de un humor seco y transgresor, por no decir que abiertamente político y cuyo performance crítico se hacía escuchar a través de un rock de guitarras contundentes. The Mothers le habla de tú a esa invención identitaria y conservadora que será “Mr. América”, el lado oscuro de la American People que va a parir mucho más tarde, en los años ochenta, en la era puritana de los dos gobiernos de Ronald Reagan, el neoliberalismo estadunidense. En su primer disco, titulado Freak Out!, lanzado en junio de 1966, The Mothers parece que también inaugura la música conceptual y nombra por primera vez a los “frikis hambrientos”: “Will not forestal the rising tide of Hungry Freaks…”, la creciente
marea de los extravagantes, el carnaval de los fuera de lugar. De un gesto impopular, que acompañará a Zappa durante toda su trayectoria, nace un espíritu lúdico, absolutamente experimental, en abierta actitud de demolición de la frívola cultura de masas estadunidense. En el origen de los Mothers se combina el hambre con la transgresión llevada a la provocación directa, tal y como relata el mismo Zappa: “Pasamos hambre durante unos diez meses porque tocábamos un tipo de música que era tremendamente impopular en esa área. No se podían identificar con ella. Así que cogimos el hábito de insultar al público. Nos ganamos una gran reputación con eso. Nadie venía a oírnos tocar, venían a ver cuánto abuso podían soportar”. El músico de la infancia química no ingería “sustancias recreativas”; por lo que estuvo a punto de ser echado de The Mothers. Sin embargo, las metáforas químicas en la vida de Frank Zappa pueden ser vistas como un modo de comprender su extenso camino por el mundo propio de las aleaciones sonoras: su lenguaje, como él mismo lo llamaría, perforó con amalgamas disruptivas el orden melódico y rítmico de la música de masas de su tiempo. Un músico al que no le gustaban “las cosas en las que creían los demás”, los músicos de su época, los fervientes buscadores de la hegemonía musical que brotaba de los años cincuenta y sesenta del siglo XX; un compositor al que no le atraían las escuelas y los maestros: “Hoy, al igual que en el pasado glorioso, el compositor tiene que amoldarse (por muy malo que sea) al gusto concreto de El Rey, reencarnado en figuras como el director del cine o televisión, el director de la compañía de ópera, la señora del ´comité especial´ con el pelo espantoso o su nieta Debbie”, decía el mismo Zappa en un “discurso” que en realidad era un auténtico manifiesto de sus posturas musicales y políticas, pronunciado en 1984 en la Sociedad Norteamericana de Compositores Universitarios. / PASA A LA PÁGINA 10
Ilustración: Rho Mateo
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Su lenguaje, como él mismo lo llamaría, perforó con amalgamas disruptivas el orden melódico y rítmico de la música de masas de su tiempo.
Izquierda: portada de un álbum de Frank Zappa. Derecha: cartel promocional de The Grand Wazoo, Frank Zappa. VIENE DE LA PÁGINA 9/ LA INCLASIFICABLE GENIALIDAD...
Frank Zappa siempre fue duro y contundente con las críticas, injustificadas para él, que algunos periodistas especializados hacían a su música. Pete Johnson, de Los Angeles Times, en agosto de 1966 afirmó que los temas del primer disco de The Mothers of Invention eran “pinturas surrealistas”, “un quinteto con talento pero retorcido”; también se decía: lo que Zappa hace es una “forma perversa de teatro político”. Loraine Alterman, del Detroit Free Press, en julio del mismo año, fue más lejos: afirmaba que “los Beatles eran malos”, que Sonny y Cher daban vergüenza, pero los Mothers eran la última expresión de lo horrible, esto con un tono de absoluta discriminación y prejuicio: “Huelen mal”, escribía Alterman sobre el grupo de Zappa. Sin embargo, Frank Zappa avanzará, primero con The Mothers, después con una solitaria multitud de músicos acompañantes, hacia una crítica feroz a las acciones e ideas de los republicanos, bajo la batuta de una música absolutamente libre que lo mismo producía álbumes conceptuales, satíricos o instrumentales, que óperas-rock, a veces marcadamente progresivas, otras casi sinfónicas, en las que el juego de aleaciones sonoras iba de las disonancias organizadas, de las percusiones orquestales y de los sonidos de la vida diaria que ya habían asimilado de una manera casi ritual a Varese, a la dislocación del funk, el rhythm and blues, el rock and roll, el doowop, el blues y el jazz o el mismo surf, como en la sublime entrada del álbum Lumpy Gravy (1967).
Frank Zappa y la mecanógrafa inglesa 1967. HOTEL ROYAL Garden, 2-24 de Kensington High Street, Londres, habitación 412… Frank Zappa solicita los servicios de una mecanógrafa a la agencia Forum Secretarial Services, ubicada en Dover Street. Los trabajadores de la agencia transcribían textos de personalidades que iban del nieto del Emperador de Etiopía, que se desplomaba de borracho en el baño ante la copista, hasta la afligida duquesa de Argyll, Margaret, para contar su historia después de un escándalo propiciado por la publicación de una serie de fotos
en las que aparecía desnuda, en medio de un séquito de morbosos aristócratas que bebían gintonic. Era el 16 de agosto de aquel año en el que Estados Unidos vivía “el verano del amor” como un torbellino cultural y político y en el que Frank Zappa preparaba un nuevo disco con The Mothers of Invention, con el antecedente de su primer y magistral álbum: Freak Out!. La mecanógrafa inglesa que fue designada para acudir a la solicitud de Zappa fue Pauline Butcher, que se encaminó al Hotel Royal Garden con cierta desgana y con su máquina de escribir, papel carbón, bolígrafo y lápiz; al encuentro con quien creía que era un comerciante de especias, por el apellido que no le sonaba a algo parecido a la grandeza de un Gregory Peck, un Terence Rattingan o un Marcel Marceau. Pauline, sumergida en el paisaje de escritorios que de cuatro en cuatro albergaban mecanógrafos fugaces de empresarios, estrellas del espectáculo y personajes menores de una rancia monarquía británica, renunciaba poco a poco al sueño de ser periodista; atravesaba por un período de aburrimiento y monotonía, por lo que el inminente encuentro con Frank Zappa no le generó ninguna expectativa. No imaginaba que de ese apellido italiano brotaría para ella el mundo torrencial de la música, ni que se convertiría en la amanuense de Frank Zappa, quien le confesaría que quería ser Presidente de Estados Unidos. Butcher escribió un libro, ¡Alucina! Mi vida con Frank Zappa (Malpaso, 2011), en el que relata lo anterior. En la introducción de este libro en su traducción al español, Manuel de la Fuente describe la odisea de Butcher cuando se traslada a Los Ángeles a trabajar con Zappa: “Con el tiempo fue conociendo a un artista de verbo afilado y cultura musical enciclopédica obsesionado con el trabajo, contrario al consumo de drogas y a quien todos calificaban de genio […] con el objetivo de apelar a la inteligencia del oyente y superar así la pasividad denunciada en las letras de las canciones. Si la cultura, la política y el sistema educativo estaban podridos, entonces había que sacar a la gente de su letargo.” Pauline regresa a Inglaterra en 1972. En 1988 lo entrevista otra vez en Londres, Zappa estaba en la
cima de su trayectoria peculiar como músico de culto que no sonaba en la radio; como el químico de aleaciones musicales que quería terminar con el conformismo musical y con el régimen neoliberal de Reagan, al que llamaba “teocracia fascista”. Zappa retomó en ese entonces la idea de publicar el libro que había trabajado con Butcher, para después postularse como candidato libertario a la Presidencia de Estados Unidos. Sin embargo, Frank Zappa no logró ser candidato y murió el 4 de diciembre de 1993.
Coda: la imaginación de Joe y el final SI HAY ALGO a lo que se haya enfrentado Frank Zappa con su música y sus posiciones políticas es a lo “prescindible y lo trivial”. Además, desde que comenzó a estudiar percusiones, hay una permanente relación, contradictoria y complementaria, con lo orquestal. Zappa entendía la dirección de orquesta como una de las acciones musicales más fascinantes: “La orquesta es el instrumento supremo, y dirigir una es una sensación increíble. No hay nada parecido […] Dirigir es trazar en la nada unos dibujos.” Pero también podía afirmar: “Ya no escribo ‘música sobre papel’. Se me fue el aliciente al tener que tratar con orquestas sinfónicas.” Quizás Zappa simplemente trasladó lo orquestal al ámbito de la música no culta, a una música que no terminaba de integrarse completamente a la música de masas, pero que sorprendía en su combinación con guitarras trepidantes y percusiones jazzísticas o en abierto funk y abanicos creados con trompetas y saxofones, quizás como en el álbum Grand Wazoo (1972) o en el Waka /Jawaka (1972) entre tantos otros: “Eat That Question”. Es probable que una respuesta la encontremos en el álbum triple Joe´s Garage (1979), en la pieza titulada “Watermelon in Easter Hay”: la vieja cochera en la que el joven Frank comenzó a dibujar en su cabeza mezclas sonoras, disonantes, orquestales y operísticas; esa voz interna que lo persigue en un solo de guitarra tan melancólico como memorable, tan autobiográfico como profético: “Joe se metió en un frenesí imaginario durante el desvanecimiento de su canción imaginaria… él sabe que el final está cerca.” l
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ESAHORAGODOTQUIENESPERA
El lugar de la espera, Sonia Hernández, El Acantilado, País, 2019.
N José María Espinasa |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
o es extraño que la pintura se vuelva personaje o protagonista de una ficción. Y desde Wilde y El retrato de Dorian Grey podemos contar por puñados las ficciones que utilizan a las artes plásticas para reflexionar sobre el sentido de la creación. La fecha se podría situar tan atrás como se quiera, pero el famoso retrato del inglés es buen momento para hacerlo, hace ya ciento treinta años. También podría hacerse con La obra maestra, de Balzac, texto que anticipa el arte actual. Y es que el tiempo, y su correlato el envejecimiento físico, es el asunto que la ficción propone al lector: la eterna juventud es en cierta manera diabólica, la creación también. ¿No es en cierto sentido lo que propone Sonia Hernández en El lugar de la espera? Muchos intentos como el happening, el performance, la instalación y la activación son protagonistas de un esfuerzo de volver o devolver a la plástica su función narratológica. No digo narrativa y utilizo la pedante palabreja porque, en efecto, no es lo mismo y la diferencia es esencial. No es la primera vez que la escritora española Sonia Hernández utiliza el arte como elemento
de su ficción. Ya su novela anterior, El hombre que se creía Vicente Rojo, tomaba al artista mexicano como protagonista prestado en la situación creada por un impostor. Aunque, si somos rigurosos, no era el impostor el protagonista, sino una mujer y su hija a quienes la pintura de Rojo, y la impostura las llevan a un reconocimiento de sí mismas. No había en el asunto ninguna trama novelesca –la sustitución era más inevitable que ingenua– ni intrigas de falsificaciones (pues éstas eran demasiado obvias y no se buscaba en último caso un beneficio económico), no se falsificaba la pintura sino a la persona. El “yo es otro” de Rimbaud se personalizaba en un extraño “yo es (o soy) Vicente Rojo”. En El lugar de la espera es una comunidad de amigos, artistas y activistas que a su manera aprenden que la búsqueda de esos géneros mencionados líneas arriba es la escansión de un instante en un hecho susceptible de relatarse. Los buenos novelistas aprenden rápido que la vida no es una novela, y que toda la vida que contienen (a veces más que la vida misma) es en función de su búsqueda de la otredad. Decir que la novela es un testimonio generacional sería, aunque lo sea, simplificarla, pues más que un testimonio es una puesta en escena. Uno de los textos más famosos sobre pintura es el que escribe Michel Foucault a propósito de Velázquez, y lo que hace es sacarle el jugo a la puesta en escena de uno de los cuadros más famosos de la historia. Sonia relata esa condición de búsqueda en la que, desde el performance hasta el activismo, se trata de encontrar un sentido a la vida. Pero un sentido colec/ PASA A LA PÁGINA 12
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Las meninas, Diego Velázquez, 1656.
VIENE DE LA PÁGINA 11/
tivo, no uno individual. Si consideramos a Las meninas un autorretrato comprenderemos la diferencia: el pintor no es el que está en el rincón del espejo, sino la suma de mundos que ese cuadro retrata. Vean por ejemplo que el ya citado “yo es otro” pierde su sentido si lo pluralizamos, nosotros es otros, pues el infinitivo no admite fácilmente pluralizarse y nos atrae hacia la forma adverbial, ese famoso ser siendo de Heidegger. En un momento el arte contemporáneo, por ejemplo la pintura de Vicente Rojo, señaló que el movimiento se demostraba al estar quieto, y no, como la frase hecha, andando. Y el happening y el performance fueron los gritos a un Lázaro desesperado al que se le pedía levántate y anda. Me he ido por el lado más metafísico del planteamiento. Regresemos ahora a lo concreto. Si en su novela anterior Vicente Rojo tenía un evidente protagonismo, en esta narración aparece varias a veces otro icono de la plástica mexicana, Gabriel Orozco, destacado protagonista de las concepciones del arte actual, marcado por esa búsqueda del instante en escansión. Esa recurrencia de temas mexicanos vuelve a Sonia un poco una escritora nuestra sin ningún afán nacionalista, tema que en su natal Cataluña hoy es un asunto quemante. La obra de artistas como Gabriel Orozco, o como lo que se proponen algunos de los personajes del grupo que retrata la novela, ha hecho de la plástica un escenario en sentido arquitectónico, es decir, un lugar
para habitar. Cuando vivimos nuestro espacio – nuestra casa– podemos decir que la usamos, igual las plazas y calles de una ciudad, que adquiere una calidad de escenario ante nuestra propia contemplación vital. Por eso me parece tan exacto y preciso el título: El lugar de la espera. Si las artes plásticas han sufrido un cierto desplazamiento hacia la creación de espacios de índole arquitectónico –eso que llamamos instalaciones– los narradores como Sonia Hernández buscan un ámbito en cierta manera teatral, en la que los espacios determinan el comportamiento –la casa, el lugar de reunión, la escuela, el trabajo– en los que se establece un sistema cartográfico del comportamiento. Así como Los Pinssiboni es una fábula sobre el comportamiento familiar, El hombre que se creía Vicente Rojo lo aísla a la relación madrehija, y El lugar de la espera al del grupo de amigos, esa otra familia cuya cualidad (o defecto) es el ser elegida (aunque no del todo, porque el azar cuenta mucho). Sonia Hernández pertenece a una generación que ha vivido la España de la democracia –nace en 1976– y sus ficciones reflejan más que retratan la vivencia de una época marcada por el talante de la angustia tranquila y la desesperanza esperanzada, paradojas que encarnan bien dos de sus autores de referencia, Kafka y Beckett, en los que nada de lo que ocurre, por delirante y tránsfuga que sea, se nos presenta como absurdo. Ya en Los Pinssiboni había puesto en práctica esa estrategia de la ficción que el checo vislumbró prodigiosamente en El castillo y en El proceso, ambas mezcladas en partes iguales en su novela, pero en esta
novela prevalece más el irlandés, pues o bien todos estamos esperando a Godot o bien todos somos Godot, o las dos cosas sin que medie contradicción. Sin embargo, tal vez aquí Godot termina por llegar un día para recoger los escombros de la vida. En ella hay una particularidad llamativa: la desesperanza ya no tiene lugar, y ha quedado tan atrás como el optimismo que la antecedió. El nihilismo que se filtra por las grietas de la vida es el que alimenta esa sensación señalada antes de vivir la vida como un performance, un happening, una instalación. Digamos que no hay desencanto porque no hubo el previo encantamiento. Por eso no hay cuento de hadas posible, todos son de terror, y no hay mejor manera de expresarlo que la risa que a veces viene a nuestros labios, casi como un dejo nervioso, casi como un gesto de aceptación. Narradora sutil, Sonia Hernández hace del matiz el alimento de la escritura: ninguno de sus personajes es ejemplar pero lejos está de condenar a alguno, son esas difíciles criaturas que nos da la literatura que encuentran su razón de ser en sí mismos l
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En nuestro próximo número
SEMANAL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA
EL GENIO ARTÍSTICO DE
LAJOS SZALAY:
HÚNGARO, CAMPESINO Y DIBUJANTE
Arte y pensamiento
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Las rayas de la cebra / Verónica Murguía
La otra escena/ Miguel Ángel Quemain
La vigencia de 1984
Carretera 45, las incertidumbres y certezas de Christian Cortés
HACE UNOS DÍAS vi el documental Ícaro (2017) de Bryan Fogel. El corto me hizo pensar que la película abordaría el ascenso y caída del ciclista Lance Armstrong y las formas en que engañó a las agencias encargadas de monitorear el dopaje. Y sí, de eso trata, al menos durante los primeros minutos: después el documental se transforma en el testimonio de cómo Vladimir Putin, siguiendo la tradición política que dominó el deporte en la Unión Soviética, decretó que los atletas rusos debían doparse –secretamente, claro– para lograr el mayor número de medallas y así ayudarlo a consolidarse políticamente. No es casualidad que después de ganar casi todo en las Olimpiadas de invierno en Sochi (2014) y despertar un enorme entusiasmo nacionalista, Rusia agrediera militarmente a Ucrania. Que los atletas fueran descalificados a posteriori por dopaje no importó: el daño estaba hecho, la popularidad de Putin, quien iba de bajada, se reforzó y cada logro del deporte ruso quedó bajo sospecha. En medio de esta tormenta, a veces confusa, está la figura de Grigori Ródchenkov, el médico ruso encargado de la logística para llevar a cabo el dopaje. Una de las cosas que más me interesó de la película –buenísima a pesar de que el protagonista está tan nervioso que hace bolas al espectador– fue la veneración con la que Ródchenkov habla de 1984, la novela de George Orwell. Se sabe que 1984 fue escrita como una crítica a Stalin, pero me impresionó la forma en la que Ródchenkov la lee: como un mapa espiritual, una guía para conservar una mínima porción de verdad en medio del lodazal de mentiras, medias verdades, amenazas y ocultamientos en los que la búsqueda de medallas transformó su vida. No revelaré cómo termina el documental, pero es desolador. Putin sigue ahí, muchos altos funcionarios deportivos fallecieron súbitamente y todo parece ser parte de la novela de Orwell, cuya vigencia, me temo, aumenta en lugar de disminuir. Dos días después de ver el documental, encontré otra referencia a la novela en un artículo. En las palabras de una joven de Hong Kong que forma parte de los contingentes de inconformes que buscan para la isla un destino independiente de China continental. En el artículo se describen marchas que han reunido a millones de inconformes que se han enfrentado a una policía cada vez más agresiva. Para Princesita, como la llaman sus compañeros, 1984 es una radiografía de lo que ocurre ahora
mismo en China, donde los programas de reconocimiento facial por medio de cámaras han desatado debates (tal vez debate es una palabra demasiado fuerte, pues en China uno no debate con la autoridad) sobre la amenaza que esta tecnología significa para la libertad del ciudadano promedio. El lector podría pensar que estas sociedades orwellianas son únicamente los regímenes socialistas. Después de todo, la Stasi, la policía secreta de la desaparecida Alemania del Este, es la organización de espionaje doméstico que ha contado con más afiliados en la historia. Pero no. Después de la promulgación del Patriot Act por George Bush en 2001, el gobierno estadunidense se permitió inmiscuirse en la vida de los ciudadanos en grados que hubieran sido inadmisibles en las décadas anteriores. Si a esto le sumamos las “verdades alternativas” que han infestado los, de por sí, incoherentes discursos oficiales en EU, veremos, de nuevo, que Orwell, ese lúcido y desencantado novelista, tenía razón en todo. Y me lo volví a encontrar. La Biblioteca Pública de Nueva York cumplió 125 años y los bibliotecarios publicaron una lista con los libros que han sido más solicitados en préstamo en este lapso. 1984 ocupa el tercer lugar con 441 mil 770 préstamos. Creo que debemos leer de nuevo a Orwell. Es más vigente hoy que cuando se publicó en 1949, pues la tecnología ha hecho posible que las técnicas de espionaje del Gran Hermano sean asunto cotidiano. Ya sabe todo de nosotros, lector l
CARRETERA 45, ORIGINARIA de Ciudad Juárez, heredera de Al Borde teatro y encabezada en su inicio y hasta casi un año por el dramaturgo José Antonio Zúñiga, tiene un nuevo director y certezas e incertidumbres que definirán su condición y continuidad en el año que ya iniciamos. Justo en 2020 viene de cumplir sus primeros veinte años, aunque el espacio teatral se fundó en 2012, convencidos de hacer un teatro de barrio (Juan Lucas de Lassaga 122, Colonia Obrera) que le diera entrada al enorme talento y creatividad que han sabido construir de cerca, con la gente que los sigue, los visita y participa como actores y espectadores. Hay una moralidad profunda que Zúñiga supo colocar como un espacio ejemplar e inspirador para crear una ética de grupo, considerando aspectos que de ordinario son un supuesto saber aunque, en realidad, son los lugares más comunes de nuestra cultura paranoide, machista, asustadiza en algunos aspectos. Christián Cortés empezó a trabajar en la tarea más difícil: construir una programación semestral sin recursos, esperando que su factura atraiga las inversiones y los apoyos que les hacen tanta falta. Por lo pronto, pide apoyo al FONCA porque sabe que no pueden trabajar sin ese sostén que garantice la base de arranque: actores distinguidos con diferentes apoyos del referido FONCA, del programa México en Escena, cuya convocatoria todavía no aparece y tiene inquietos a los que no terminan de entender hasta dónde conduce el filo mutilador de la austeridad. A pesar de este nuevo marco de trabajo sin Zúñiga, Cortés dice que Carretera 45 sigue en pie y laborando desde el barrio y para el barrio. Se ha estado transformando desde su interior. Esta transformación lo llevó a tomar la decisión de asumir la dirección del espacio y la compañía a partir de este 2020. Quien conoce el trabajo de Cortés no puede pensar que sólo sea un actor. A lo largo de siete años ha recorrido de ida y vuelta todos los procesos teatrales que configuran a una compañía; se ha sostenido en la experiencia que le deja la carrera en Arte y Patrimonio Cultural (UACM) “aunque” también sea actor y director de escena, los dos puntos más importantes de su trabajo en Carretera 45. El barrio ha sido el discurso esencial de la compañía estos últimos años. Desde que C45 inició en la colonia Obrera se ha caracterizado, en su trabajo escénico y en el contenido de su cartelera, por temas que atañen al barrio, tanto de la obrera como de la ciudad. Este sello característico de la compañía “sigue, sigue, ya que para mí es importante darle continuidad a esta labor artística y estética de crear desde el barrio, todo a partir del teatro, del arte y la literatura”. Este primer semestre estará conformado por una cartelera de teatro para niños, jóvenes y adultos. Arranca el 7 de febrero con Lotte, que dirige Abraham Jurado, donde actúan los y las integrantes del taller permanente de teatro para el barrio, un taller que ya cumplió cinco años trabajando. Estará también Brackenhaus, donde actúa Manuel Domínguez, Las hilanderas y la muerte, de Itzel Enciso, Vampilovers Forever, de Luis Guerrero con la dirección de Christian Cortés, y también con los alumnos del taller de teatro, Wilma, de Itzel G. Razo y Arrullos para Benjamín, de Hasam Díaz. No se puede ocultar que, a pesar de la prosperidad artística, el espacio está en riesgo por falta de recursos. El foro está de pie con apenas un par de meses más asegurados para la renta. Son tiempos difíciles donde lo único seguro es el gusto de las compañías para venir a Carretera 45 a presentar su labor. Ahora trabajan para obtener el apoyo del FONCA en la categoría de Proyectos Comunitarios para niños y jóvenes que estará acompañada de talleres y conferencias, así como el Concurso de dramaturgia para el barrio. El apoyo económico que intentan obtener lo hacen enmarcados en la convicción de que la cultura es un derecho y que aquí, en C45, sostiene Cortés, “yo voy a acercar ese derecho a la colonia obrera. Carretera 45 sigue y con el apoyo necesario, seguirá por muchos años más” l
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14 26 de enero de 2020 // Número 1299
Arte y pensamiento
La Casa Sosegada / Javier Sicilia
Los peligros del lenguaje “LA VIDA Y LA muerte –dice el libro de los Proverbios– están en poder de la lengua. Del uso que de ella hagas tal será el fruto.” Una versión más poética, más acorde con el original, traduce: “Y el que la ama comerá de sus frutos.” La lengua, cuyo accionar es el lenguaje y sus palabras, no sólo “es la raíz y el fruto de nuestra experiencia”, como dice George Steiner, es también la realidad misma. Al nombrar, la lengua saca al mundo de sus tinieblas y, ordenándolo, le da sentido. También lo crea: los objetos que nos rodean, al igual que nuestros actos, fueron antes y después, lenguaje. Las palabras, en este sentido, no son inocentes. Hacen, como dice el versículo citado, que algo suceda: háblale con amor a un niño y tendrás un ser humano; insúltalo, humíllalo y tendrás un engendro o un suicida. El mundo hebreo que, a través del griego de la tradición judeocristiana, le dio a Occidente su carácter eminentemente verbal, es muy sensible a este hecho. De allí el valor que Freud le dio a la palabra como vehículo de sanación de la vida psíquica. De allí también el análisis que Karl Klemperer dedica a los estragos que el uso perverso de la lengua puede hacer en la vida de la polis. Karl Klemperer –hermano del gran director de orquesta Otto Klemperer– no padeció los campos de concentración a los que el nazismo condenó a su pueblo. Su condición de esposo de una “aria”, Eva, lo preservó de ellos. Padeció, sin embargo, la humillación de la segregación racial: se le despojó de su cátedra universitaria y se le prohibió el acceso a bibliotecas y libros. Proscrito de la vida académica, sin sus cartas de navegación se dedicó a observar el lenguaje de su época. De esas notas, registradas minuciosamente en su diario, escribió, al término de la guerra, un libro fundamental: LTI. La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo (Editorial Minúscula, Barcelona). Sumergirse en él es sumergirse en las formas más inquietantes en las que una lengua altamente civilizada –la lengua
de Goethe, de Hölderlin, de Bach, de Beethoven– pudo vaciarse de sus contenidos más profundos y vitales, para convertirse en una lengua de muerte y destrucción que hizo posible no sólo la persecución judía, los campos de exterminio, las cámaras de gas, la Shoa, sino también la justificación por parte de un pueblo de esas atrocidades. “Al igual que la falta de corrección en la lengua –decía Platón–, no es sólo una falta contra la lengua misma; hace también daño a las almas”, la forma en que los políticos, los medios de comunicación y, a veces, los artistas mismos, la contaminan de oscuridad, superficialidad y locura, puede, como lo muestra el libro de Klemperer, dañar a un pueblo hasta hacerlo justificar o normalizar en la cotidianidad de su vida las violencias más absurdas y las crueldades más abyectas. Cuando eso sucede, el caos, como en la Alemania nazi, vuelve para engullirse la cultura y la vida civil. La violencia que desde hace años padece México es de esa índole. ¿Cómo devolverle a nuestra lengua su poder vital, su condición de sentido y significación? ¿Cómo hacer que su uso, como dice el libro de los Proverbios, vuelva a estar del lado de la vida? No lo sé. Lo único que sé es que su fuerza vital peligra en la polis y se vuelve cada vez más insuficiente para conectarnos con las raíces de nuestra vida moral y espiritual. “Mientras no podamos –escribió George Steiner– devolver a las palabras en nuestros periódicos, en nuestras leyes y en nuestros actos políticos algún grado de claridad y seriedad en su significado, más irán nuestras vidas acercándose al caos” de una infernalidad sin retorno. Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a Morelos l
Camino privado Odysseas Elytis
III HAY VECES QUE me siento barca en un jardín. Pálidas vendas azules o moradas me cubren por un lado mientras que del otro todavía emana salmuera de siglos; diríase que de una flauta travesera llega bálsamo de jacintos y líquida dulzura de Cimótoe.* Esa barca soy yo. Y cuando digo “yo”, quiero decir mi yo interminable posterior. Sin fin. Shaykh Ahmad Ashisi dice que el Paraíso del fiel gnóstico es su propio cuerpo en el mismo sentido en el que el del infiel es su Infierno. Y continúa: “Al concebir la naturaleza humana en estado de transformación, se hace merecedora de ser algo más que, simplemente, el instrumento de una subjetividad que se opone al mundo, pues al ser su Paraíso es su mundo, su verdadero mundo. Es decir, no una realidad ajena y compacta, sino una transparencia o, dicho de otra manera, una presencia inmediata de uno mismo en uno mismo.” Y Quotbodine Shirazi: “Las formas de la imaginación no existen en el pensamiento, ya que algo grande no puede registrarse en algo menor. Y tampoco en la realidad, como se le llama, ya que, de ser así, quienquiera que disponga de sentidos en buen estado podría concebirlas. Pero tampoco constituyen puro no-ser pues, en ese caso, no habría modo de representarlas ni de distinguir unas de las otras; aún más, no podrían –las formas de la imaginación– ser objeto de juicios diferentes. En consecuencia, puesto que realmente existen y sin embargo no residen ni en la mente ni en ningún otro espacio concreto, deben existir en una zona distinta, en un mundo intermedio entre las sensaciones y las ideas. Podría decirse que se trata de un mundo en el que coexiste el conjunto de las formas y figuras posibles, volúmenes y dimensiones, así como todo lo que implican: posiciones, movimientos, transformaciones, y no solamente, pues, además, deben existir por sí mismas, suspendidas, sin formar parte de un todo o estar sujetas a algún tipo de alteración.” Hace cientos de años, cuando el hombre todavía no se había encerrado en la jaula de las causas y los efectos, la silla volaba y el mar se podía pisar. El pez aguja remontaba la corriente de los follajes y todos los demonios de las huertas zumbando se conferían el hábito del Santo. En otras palabras, cuando los duendes le robaban la voz, el hombre hablaba. Hoy se arredra y se sustenta con el masticado alimento de los medios masivos de comunicación –¿por dónde va a pasar el ángel? “Pero si es una criatura de tu imaginación”, murmuran tímidamente algunos. “Bueno. Y la imaginación ¿criatura de quién es?”, pregunto. Una res ¿nos mira o nos imagina? ¿La belleza del arte se debe a la materia o a que de ella se desprenda una representación que trasciende el modelo original? En sus Notas, Braque confiesa que para que un objeto cualquiera despierte su interés pictórico, es necesario que primero se haga ajeno a su cualidad utilitaria. Y yo, por mi parte, confieso que ante un paisaje bello no podría escribir nada. La belleza natural inhibe la intelectual, que demanda su total desprendimiento y su desarrollo hasta lo imposible. Desde este punto de vista, bien hallado el camino privado de cada quien, que lleva a un “todas partes” que es de los demás “ninguna parte”l (Continuará.) *Cimótoe. Una de las nereidas, personificación de la velocidad de las olas.
Versión de Francisco Torres Córdova
Arte y pensamiento Bemol sostenido/ Alonso Arreola @LabAlonso
LA JORNADA SEMANAL 26 de enero de 2020 // Número 1299
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Cinexcusas/ Luis Tovar
Una buena y otra no La buena
Lisboa o el asedio de la belleza “EUROPA LES DIO la espalda por mucho tiempo y eso les ha protegido de la globalización; mantienen su identidad portuaria atlántica y marinera”, nos dijo un amigo español refiriéndose a los portugueses cuando enviamos las primeras fotos desde Lisboa, ciudad de belleza decadente con peligroso auge turístico. Llevan razón sus palabras. No sólo se trata de su comida o de una historia escrita por héroes de agua salada. Desde sus miradores y antiguas colinas, el juego del sol con el río Tajo ha sembrado en las pupilas de su gente la semilla de la gracia, la melancolía de una distancia que termina siempre en sueños líquidos, como si toda la ciudad fuera isla encallada en un continente que no la comprende. Su temperamento se siente en el imponente Monasterio de los Jerónimos de Belém. A su entrada descansan, lado a lado, en tumbas de piedra tallada con sus figuras superpuestas bien ataviadas, el conquistador Vasco da Gama y quien cantara sus hazañas, el poeta y cronista Luis de Camões. Ello expresa cuánto importan el mar y la poesía balanceándose al son del fado, tranvía de dos siglos capitaneado por voces e instrumentistas notables que cuenta con su propio y precioso museo. Fado… hado, destino, azar, fortuna. Inevitable por divinidad, nació en la ciudad de Coimbra a inicios del siglo XIX. Lo signan la guitarra portuguesa de doce cuerdas, la viola o guitarra y una sola “voz fadista”, de mujer o de hombre, cuya libertad interpretativa es fundamental. Normalmente y por la influencia de grupos como Madredeus, se asocia a una sutileza, lentitud y poética melancólicas, de saudade; pero además de esos fados conocidos como menores hay otros veloces (fado corrido) o moderados (fado mouraria), más alegres, recordatorios de la música mexicana sin instrumentos de aliento. Los hay también con refranes y con una característica especial: que cambian de poema manteniendo la misma música, o al revés, que cambian de música para un mismo poema. Como sea, subiendo por las callejuelas del Barrio Alto o de Alfama, Lisboa ofrece
incontables espacios para escuchar música. Lugares como Tasca do Chico que mantienen una vieja autenticidad adoquinada, pero que claramente van cayendo en favor de turistas preocupados por encontrar “the real shit”, lo que deprime su calidad ajustándose a los criterios de la Time Out (publicación con su propio mercado gastronómico). Por otro lado, es posible visitar lugares como Clube de Fado donde el pago duele pero lo que se mira, escucha y come es de altura incuestionable. Allí pudimos conocer la voz de Carlos Leitão, artista de los que agrietan el alma plantándose en la fatalidad. Acompañado por el guitarrista Flavio Cardoso, el contrabajista Paulo Paz y el virtuoso Francisco Pereira en la guitarra portuguesa, Leitão alternó su sitio con otros tres cantantes –dos mujeres y un hombre–, todos de gran capacidad. Lo suyo, sin embargo, nos movió profundamente, y más tras una breve y sentida conversación en una de las pausas, lo que enalteció su última aparición de la noche. Búsquelo, lectora, lector, y déjese golpear por su maravillosa potestad portuaria. Dicho esto, subiendo y bajando por las colinas de Lisboa, los azulejos mantienen la sorpresa en vilo tanto como los motivos náuticos en herrerías y arbotantes, como las confiterías donde los pastelillos de nata y la ginja llaman con lujuria. En sus muchas librerías vive Pessoa, sí, pero también Cesário Verde, Mário da Sá-Carneiro y Florbela Espanca. En sus aires se pasean las guitarras de José Nunes, Jorge Fontes, Artus y Carlos Paredes, así como a la voz de Amália Rodrigues la acompañan las de Alfredo Marceneiro, Berta Cardoso, Alberto Ribeiro, Misia o José Manuel de Castro (escúchelos a todos). Finalmente, lo suscribimos: en Lisboa la hermosura asedia impulsada por el viento de relojes que van tarde al encuentro de un futuro enfermo. Eso nos hizo felices, por un rato al menos. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos l
SI BIEN GOZA de una reputación altísima, obviamente más que merecida, gracias a obras y autores que son de total conocimiento colectivo, y a pesar de que cuenta con más de un hito animado, la francesa no es una cinematografía que se recuerde particularmente por lo realizado en ese género. De botepronto, viene a la memoria el difícil de clasificar Roland Topor, autor entre otras de la magnífica y ya clásica El planeta salvaje (1973), así como Persépolis (2007), de Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud, por evocar una producción animada relativamente reciente. Si alguna utilidad cinematográfica –no mediático/monetaria, para ser más claro– tiene el sobrevaloradísimo Premio Oscar, es hacer visible una que otra obra y autor que, de otro modo, pasarían casi desapercibidos. Es el caso de J’ai perdu mon corps (“perdí mi cuerpo”), animación que el parisiense Jérémy Clapin estrenó a finales del año pasado y que podría recibir el Oscar a la mejor película animada como anticipado regalo de cumpleaños, pues los trofeítos se entregan el domingo 9 de febrero y Jérémy cumplirá cuarenta y seis años al jueves siguiente. Más allá de una exigible calidad sobresaliente en la ejecución del trazo dibujístico en clásica 2D, pero lo mismo en términos de composición de cuadro, punto de vista narrativo y otros aspectos formales, el verdadero valor de J’ai perdu mon corps consiste en la densidad de una trama imbuida de dureza y exenta de concesiones sentimentaloides, que se sirve de manera muy atinada del elemento fantástico para llegar a buen término. “Érase una mano huérfana de cuerpo” podría ser un título alternativo para esta falsa doble historia, es decir, la de un joven Naoufel y su solitaria extremidad superior, que acaban convergiendo en un solo destino tan lamentoso como las atmósferas parisinas que lo enmarcan. Sensible y delicado como pocos, el cine animado francés opone su calidad al habitual exceso estadunidense en el género.
La no EL PASADO MARTES 21 de enero murió Terry Jones, guionista, director, actor y compositor de origen galés, a los setenta y siete años de edad. Es posible que su nombre no le diga nada al lector, pero la cosa cambia cuando se aclara que Jones fue parte esencial de Monty Python, el celebérrimo equipo inglés a quien le debemos, entre otras genialidades, filmes hilarantes como Los caballeros de la mesa cuadrada (1975), La vida de Brian (1979) y El sentido de la vida (1983). Por supuesto, debe incluirse Monty Python’s Flying Circus, la serie televisiva cuyos cuarenta y cinco episodios fueron exhibidos en el Reino Unido de 1969 a 1974. Cuna mediática de esta tropa histriónica compuesta por Graham Chapman, Eric Idle, John Cleese, Michael Palin, el ahora extinguido Jones y Terry Gilliam, quien con toda seguridad es el más conocido de todos, Monty Phyton es sinónimo de irreverencia absoluta, creatividad sin límites y feroz capacidad crítica, a niveles que, en opinión de este juntapalabras, no han vuelto a ser alcanzados por ninguna cinematografía. Director titular de La vida de Brian y El sentido de la vida –si bien, como es sabido, el grupo entero participaba en todos los renglones de la producción–, Jones codirigió Los caballeros de la mesa cuadrada, y ya extinguida la célebre trouppe, escribió el guión de Laberinto (1986), de Jim Henson, y más recientemente, en 2015 dirigió Absolutely Anything (“absolutamente cualquier cosa”), que volvió a reunir, dos décadas más tarde y por última vez, a Monty Phyton. Al año siguiente Jones fue diagnosticado con afasia progresiva primaria, enfermedad que dificulta, hasta volverla imposible, el habla y la comunicación. Cruel manera de concluir la vida de un comunicador por excelencia –Jones estudió inglés en Oxford, lo cual se notaba para bien en sus guiones formidables, y también fue autor literario–, un actor que supo hacer del ridículo una categoría superior del histrionismo, y un cineasta con un sentido del humor en el que se conjuntaban, de manera increíble, acidez y ternura l
LA JORNADA SEMANAL
16 26 de enero de 2020 // Número 1299
Juan Manuel Roca
Los niños de acracia Los niños son anarquistas que huyen del presidio escolar cuando suena la campana. Los adultos lo advierten y entre tibias caricias deciden enjaularlos en corrales de nácar. Los he visto irrumpir en el velorio de la abuela, ruidosos y acezantes tras aros de hielo y caballos de madera. Los niños son anarquistas sin proclamas ni manifiestos, fundadores de pueblos y amigos imaginarios. Si se fija bien, maestro, antes que Artaud y otros impacientes borraron línderos entre el sueño y la vigilia. Si se fija bien, prefecto, antes que Carroll ellos visitaron otro lado del espejo. Si se fija bien, alarife, los niños anarquistas pintan una escalera, suben por ella a tropezones y una vez arriba borran uno tras otro los peldaños. Si se fija bien, palafrenero, son desbocados jinetes sin caballo.
Graffiti: Banksy