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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 26 de julio de 2015 ■ Núm. 1064 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
Yanna Hadatty Mora
Un cuento y un poema de D onoso P areja
Luisa Josefina Hernández:
Mis tiendas y mis toldos, J osé M a . E spinasa
26 de julio de 2015 • Número 1064 • Jornada Semanal
BAZAR DE ASOMBROS MOMENTOS GASTRONÓMICOS ( i de ii ) A los ochenta y tres años de edad, el pasado 16 de marzo murió en Guayaquil, Ecuador, el novelista, ensayista, poeta y editor Miguel Donoso Pareja. Expulsado de su país natal por sus actividades “subversivas”, Donoso Pareja vivió en México entre 1964 y 1982 y, entre otros cargos y actividades, fue catedrático en la UNAM, periodista cultural en diversos
medios, jefe de promoción literaria en el INBA, coordinador nacional de talleres y director de la revista Tierra Adentro. A pesar de esa estancia y de haber escrito más de tres decenas de libros entre poesía, novela, cuento, ensayo y antología, al autor de Hoy empiezo a acordarme y Última canción del exiliado se le conoce poco y mal en nuestro país. Para contrarrestar ese olvido y honrar su memoria, publicamos una semblanza escrita por Yanna Hadatty Mora y una brevísima muestra de la excelente pluma del gran
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na de las obras más exitosas en la historia de los Cómicos de la Legua de la Universidad Autónoma de Querétaro (el grupo va a cum plir cincuenta y siete años) fue Farsa y justicia del Corregidor, adaptación de Alejandro Casona de uno de los ejemplos, del Conde Lucanor. Al actor Paco Rabell le quedó pintiparado el papel de Corregidor y Nacho Frías hacía un secretario astuto y retorcido. En un momento el señor Corregidor afirma: “A los veinte padecí la lujuria, a los treinta la ira, a los cua renta la soberbia y ahora, con mis cincuenta cum plidos y antes de que me llegue la avaricia que es maldición de viejos, bendita sea esta gula que me libra de tantos males y me trae tantos bienes.” Es claro que la esperanza de vida en la época del Corre gidor de marras era mucho menor. Vamos a echarle unos añitos más a cada una de las etapas para poder celebrar con mayor alegría las virtudes de la gula. Enumerare algunos momentos dorados de la gu la moderada y de sus refinamientos: 1. De mi infancia, adolescencia y juventud rescato algunos momentos laguenses y tapatíos: unas tos tadas fritas en el remanente de la manteca de las carnitas que, por arte de magia culinaria, combi naban el sabor del maíz con la pecaminosa y muy sabrosa manteca porcina. Guadalajara, además de sus consabidas mexicanadas, preparaba un aperiti vo singular: una tostada crujiente hecha con el pe llejo de la tortilla y adornada con una salsa martaja da de jitomate, col rallada y sal de mar. El resultado era sorprendente y lleno de salud vegetariana.
Hugo Gutiérrez Vega 2. Se ha hablado muy mal de la cocina inglesa. Esa es una injusticia. Don Ramón Pérez de Ayala, mi nistro de la República Española en Londres, decía: “Si quiere usted comer bien en Inglaterra, desayúne se tres veces al día.” Tenía razón, pues el desayuno británico es verdaderamente delicioso. Por otra par te, las islas que están muy cerca del continente nos han regalado sus pasteles de carne, un prodigioso queso azul, el stilton, el chedar y otros quesos re gionales; el jamón de York y una galletería varia dísima para la hora del té. 3. Mucho se puede hablar de España. Evitemos caer en los maravillosos lugares comunes y citemos algu nos ejemplos notables: los chipirones de “a dedo” en su tinta, del barrio culinario de San Sebastián; el jamón de cerdo alimentado con piñones de Ampue ro en Cantabria y los alcaparrones de Murcia. 4. La comida de India tiene en sus especies ances trales la base gustativa y olfativa de muchos platos. Quiero mencionar los panes que se preparan en hor no de ladrillo: chapati, puri, paratha y naan. Todos ellos se acompañan con arroz pilaf de varios colo res, los curries de las distintas regiones y los platos vegetarianos. Detrás de la cocina inglesa está la influencia del continente indio ; pensemos en el kétchup, que es un simple derivado del tamatar chatni y en otras salsas que enriquecieron a la cocina de las islas británicas. Yo me quedo con un plato del norte de India, el ram, que es una pierna de cordero marinada en pasta de pistachos, almendras y nue ces, miel, yogurt y azafrán. La combinación de sabo res y aromas puede resultar enervante.
escritor ecuatoriano. Completa el número un ensayo sobre la dramaturga y novelista mexicana Luisa Josefina Hernández.
Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx
5. La cocina griega es hija de la autoridad clásica y de las influencias del Medio Oriente. Celebro su pan pita, su arnaki (cordero) asado, su estofado de conejo con cebollitas, los higos rellenos de nueces y miel, y el magnífico yogurt con miel del Imeto. Prometo seguir tratando estos temas fundamenta les. Por lo pronto, también celebro que mis amados griegos le hayan lanzado a los agiotistas un rotun do no. De esta manera, como en otros muchos mo mentos de la historia, Grecia seguirá siendo para digmática
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El glotón cristiano, grabado medieval
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Portada: El escritor y sus dos raíces Ilustración de Gabriela Podestá
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Luisa Josefina Hernández:
Mis tiendas y mis toldos José María Espinasa LA FAMILIA ES UNA PROTECCIÓN NÓMADA Y EFÍMERA, DICE LA NOVELISTA Y DRAMATURGA
Luisa Josefina Hernández en 1928. Foto: INBA
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los ochenta y cinco años, la prolífica dramaturga y novelista Luisa Josefina Hernández (1928) entrega a sus lectores la novela Mis tiendas y mis toldos ( fce ), asombrosa muestra de su in tacta capacidad creativa y, como en el caso del también muy activo Jorge López Páez (1922) –con A huevo, Kuala Lumpur– otro narrador longevo, se trata de un libro lentamente destilado. La historia se desarrolla en la línea central de su obra: las entrañas de la vida familiar, sus traiciones y atmósferas cerradas, sus condiciones de organismo vivo con un comportamiento propio, con autonomía de los individuos como tales. Saga familiar que asume la imposible representación total de su acontecer –ya no estamos en el siglo xix , pero seguimos en él, pensaría la autora– y que, como en sus orígenes literarios, en los años cincuenta, busca crear la unidad a partir de la intensidad. No obstante, si Hernández asume que esa intensidad es lo que da sentido a sus personajes, también sabe que ello no quiere decir en todos los casos condensación, y su novela discurre casi en tono proustiano, demorando en la página las descripciones y la construcción de las psicologías de los personajes, a través de diálogos y anécdotas, con un virtuosismo que rechaza la necesidad de la aceleración y considera que la rapi-
dez se da de otra manera, pues –como señala Paul Virilio– tiene como horizonte la inmovilidad. Es una no vela que apela al gusto de la lectura desde el mismo proceso de la morosa escritura, más allá de que podamos pensar que Mis tiendas y mis toldos es la novela de su vida, en el sentido de ser la apuesta mayor de su narrativa, de aquel en que Conolly nos habla de la obli gación del escritor: hacer una obra maestra. Así, como sucede con la novela póstuma de Francisco Tario, Jardín cerrado, obra maestra que paradójicamente es la pieza olvidada en el rescate contemporáneo de este autor, las posibilidades de que su fragmentación se asimile a una arquitectura que se niega a sí misma como tal y afirma su inacabamiento como condición cualitativa y no como circunstancia, es muy alta. Y lo que se puede objetar en ella de escritura previa, de apunte, es en realidad su condición fundamental (de la misma manera que la obra maestra de Conolly fue un “cuaderno de apuntes”, en cierta manera un libro de circunstancias: (La tumba sin sosiego) y que esto tenga, en efecto, que ver con la edad de la autora, pero también, y de forma más importante, con lo que a lo largo de sus numerosas obras de teatro y narraciones ha buscado plasmar. Ella forma parte de una generación excepcional de narradoras: Elena Garro, Amparo Dávila, Guadalupe Dueñas, Inés Arredondo, Josefina Vicens, Rosario Castellanos, hasta cerrar con Elena Poniatowska. Casi todas ellas, a su manera, sufrieron lo que aquí llamaremos la tentación escénica. En Elena Garro es evidente, sus obras teatrales son extraordinarias y una de las piedras de toque de la dramaturgia de la segunda mitad del siglo xx mexicano, caracterizadas por su angustia asfixiante que anuncian el delirio de algunas de sus obras póstumas (Andamos huyendo, Lola y Testimonios sobre Mariana). Inés Arredondo hizo crítica teatral y estudio arte dramático, Vicens y Dueñas escribieron para la pantalla, etcétera. Su contraparte es, en cierta forma, Luisa Josefina Hernández: frente al delirio de Un hogar sólido, por ejemplo, formula la condición nebulosa, evanescente e incluso mentirosa de la familia con un tono más realista. Y lo hace desde una posición de absoluta lucidez. Baste recordar las breves piezas de su juventud reunidas en La calle de las maravillas, libro formado por diálogos escénicos, casi ejercicios teatrales, verdaderas joyas literarias que en su condición de literatura menor muestran claramente la intención de su autora: comprender los resortes internos de las relaciones amorosas y familiares. No es que no esté poseída por la angustia, pero a diferencia de Garro, y también de Dueñas, Arredondo o Dávila, el universo familiar no se resuelve
en ensoñación y pesadilla, sino en sufrimiento concreto en la circunstancia vivida de los personajes. Si para las primeras es una condición de futuro, para la segunda es una condición de pasado. Es el presente el que da sentido al pasado y en esa dirección ese pasado se encuentra delante, es un futuro. Por eso todo es racionalidad y busca que sus personajes pongan los pies en la tierra. Los personajes, sobre todo los femeninos, de Mis tiendas y mis toldos, sufren de esa combinación inherente de racionalidad y realismo, que en términos sociológicos define a la novela como un género burgués, y busca comprender el funcionamiento de clase a través de los tramados sentimentales, que son también y sobre todo relaciones de poder. Por eso, por ejemplo, frente la esencia fundamentalmente de cuentistas que tienen sus contemporáneas ella reivindica la novela. En distintas entrevistas ella ha señalado que la novela la escribe por gusto y el teatro por encargo, y en algunas agrega que el cuento como género no le gusta ni convence. Y ese disgusto se debe a que no le permite desplegar esa condición de un pasado como futuro, ella necesita tiempo y espacio para sus personajes. Eso también provoca que frente a la parquedad de la obra de muchas de sus compañeras de generación ella tenga una bibliografía considerable. La novela narra desde distintas miradas y personajes (no son necesariamente sinónimos en su texto), el devenir de una familia de clase alta, las desventuras de un sigue
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matrimonio mal avenido, los distintos matices del progreso o la caída social en una época postrevolucionaria, que podemos situar hacia los años treinta y que coincide con la infancia de la autora, con un México bronco apenas intuido aunque presente, y un retrato de idiosincrasias diversas, con gran sutileza descriptiva. Sin embargo, y aquí es donde la sensación de inacabamiento de cada fragmento se vuelve importante, parece que viviéramos al avanzar la lectura en las ruinas mismas de ese núcleo social llamado familia, aunque teñido por una inmensa nostalgia por una tal vez quimérica edad de oro de su vigencia. Uno se preguntaría, con Proust, si se puede narrar la saga familiar después de él sin verla justamente como un tiempo perdido, que obtiene su intensidad de haber sido perdido. Por eso, cuando la nostalgia se adelgaza –y eso pasa en Mis tiendas y mis toldos– la narración se vuelve cruel y dura en su mirada. Y ella no cae en la ten tación –su temperamento no se lo permite– de la fantasía o la ilusión, probablemente porque intuye que esa ensoñación acaba en pesadilla. Eso provoca que, en una mirada en cierta forma antiromántica, el amor no sea un sentimiento personal sino un hecho social. No hay flechazo, o si lo hay es condicionado, lo que provoca que incluso el amor cumplido fracase más allá de su cumplimiento y le pase el costo de su fracaso a otros, en especial a los hijos, de manera que justamente se vuelve –casi en sentido marxista– un mecanismo de sobrevivencia ideológica y en modelo de comportamiento. El universo femenino, aunque también el masculino mirado desde las mujeres, deja ver ciertos rescoldos de un sentido idílico que, sin embargo, se considera ya rebasado. Por eso ellas, en esta narrativa, tienen ese trato inclemente, ya sea con sus parejas, ya sea con sus hijos o con los parientes, el nexo nunca se pierde, pero no está sustentado en el amor o en el cariño, sino en el papel que cumple en el engranaje cada individuo. Pero si la palabra engranaje nos remite a un símil mecánico, en realidad deberíamos utilizar términos biológicos para caracterizar el comportamiento familiar. Es importante subrayar que Hernández no sublima lo femenino en sus personajes, sería incluso absurdo llamarlas heroínas, más bien resalta el carácter calculador de sus pasiones, y, sin embargo, desde el título mismo de la novela no deja de sugerir el carácter evanescente de ese organismo: la familia no es un hogar sólido, ni siquiera de manera paradójica, como en Garro, sino una tienda, un toldo, protecciones nómadas, efímeras. Por eso divide de forma tan tajante el amor de lo sexual, como si fueran dos roles distintos, y, a su vez, es la reproducción lo que los distingue. Muy pocas veces los tres vértices del triángulo –él, ella, ellos– se ponen en juego simultáneamente. Lo que da un rasgo notable es que ese comportamiento familiar no está desposeído de emoción e intensidad, sino que, al contrario, ese marco le permite pasajes de enorme tensión lírica entre las parejas y los amantes, entre los familiares y los hijos, y dar una mayor riqueza de contexto. Si bien no tiene el delirio iconoclasta de Elena Garro ni el sentido poético de Arredondo, sí tiene mucho más presente ese contexto en el cual la decepción ocurre. Y eso, la decepción, sí es un rasgo común de todas ellas. Hay que agregar algo más en su caso: la decepción sin queja. La narrativa de esta autora, y en especial esta novela, no toca ni el delirio ni el melodrama justamente para darle consistencia estética a su condición narrativa. Las descripciones del matrimonio arreglado, pero no sin amor, condenado desde el principio por la distancia mis-
ma entre los universos de los dos protagonistas, con trastan con el diverso y muy rico universo circundante: parientes, amigos, relaciones laborales que forman el nido donde se cultiva la familia, como un ente con su propia lógica, su propia manera de pensarse a sí misma, supra ideológica, dinámica propia que no tiene nada de sagrada, familia que no se juega entre lo sagrado y lo profano, ni entre lo litúrgico y lo arrebatado e incontrolable, sino en una esfera donde las relaciones amorosas son, nuevamente, relaciones de poder. Por eso el lirismo que consigue no es fruto de la emotividad, sino del rigor en la comprensión psicológica de sus personajes (herra mienta fundamental, sobre todo en la dramaturgia). Ese rigor, insisto, con una mecánica cartesiana, con una precisión de relojero, crea el misterio propio de toda narración, en la intensidad de los sentimientos, misma que naturaliza a los personajes; en La cólera secreta (1964) esto se ve claramente. Aparentemente el comportamiento de los personajes es incomprensible si no se les considera enfermos, los triángulos amorosos están dibujados con precisión, pero nunca explicados o determinados por una cólera que nada en ellos explica, y cuya fuerza viene precisamente de su condición inexplicable. Cuando esa cólera se extiende a una comunidad, como en La plaza de Puerto Santo (1961), y se tiñe de costumbrismo, la cosa no cambia, el mal sigue presente (y sub rayo: el mal con minúscula, pues no hay una maldad diabólica, aunque hubo épocas en que la diferencia entre estar poseído y estar enfermo no existía). Y el mal se de-
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Luisa Josefina Hernández pertenece,
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pues, a una generación en donde al interés por el teatro se suma una convicción de que el texto
dramático tiene una enorme importancia como literatura.
fine en este universo narrativo por el daño que se causa a otros o a uno mismo, incluso (o sobre todo) cuando no es estrictamente deliberado. Cuando Luisa Josefina Hernández recurre al humor como elemento que hace evidente ese mal minúsculo, cercano a la parodia, no alcanza los registros tan hirientes y ácidos del humor de Jorge Ibarguengoitia o, en otra dirección, Sergio Pitol, precisamente porque tiene mucho más apego a sus protagonistas. Y también por eso, cuando su temperatura lírica aumenta, se debe a que esos personajes se hacen cargo del universo narrativo y no son consecuencia de él, y por eso también la construcción de sus libros tiene que ver más con un oficio que con un rapto de inspiración. luisa josefina hernández pertenece , pues, a una genera-
ción en donde al interés por el teatro se suma una con vicción de que el texto dramático tiene una enorme importancia como literatura. En autores como ella y Jorge Ibarguengoitia, entre otros, se establece una continuidad con la práctica teatral de los Contemporáneos, y con la esencial bisagra de Emilio Carballido, un poco mayor que ellos. Y en el teatro, Luisa Josefina Hernández encontró una de sus mejores facultades: la capacidad de escribir diálogos. Una recopilación de sus obras de teatro, Los grandes muertos (2007) muestra cómo para ella el teatro es también parte de la saga familiar que la novela escribe a lo largo de su acontecer como género moderno, es el gran género moral de nuestra era. Pero si escribe para la escena es para sentir su realidad física como respaldo de su realidad psicológica. No obstante, no cambia su sentido entre narrar y teatralizar, pues si bien la inmediatez del teatro (me refiero a su representación) hace más evidente su condición coral, la novela también la tiene. Por ejemplo, a pesar de que su narrativa suele ocuparse de temas y asuntos íntimos, no es una narrativa intimis-
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Luisa Josefina Hernández en 1985. Foto: INBA
Hernández no sublima lo femenino en sus personajes, sería incluso absurdo llamarlas heroínas, más bien resalta el carácter calculador de sus pasiones.
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ta; toda novela es, en sentido balzaciano, una comedia humana, un ejercicio de comprensión de la realidad. Comprender qué es lo que ocurre en el imaginario narrativo, como bien saben los médicos con las enfermedades, no significa ni tener la cura ni poder curarlas, pues la narrativa no es un género que sirva de profilaxis, sino una toma de conciencia ética y estética de la manera de estar en el mundo. Es más, no se trata de curar nada porque el dilema amoroso no debe ni puede ser visto como un asunto clínico, sino como un asunto narrativo. De allí la importancia de la novela en una sociedad que ha simplificado su idea del tiempo limitándola al fluir cronológico. En el diálogo entre el cuento y la novela tercia la dramaturgia; frente a la búsqueda del instante privilegiado, la necesidad del tiempo como lugar de la vida de los personajes. Ese diálogo alcanza un momento clave en los cincuenta con la obra de Rulfo, justo cuando Hernández empieza escribir. Hasta ahora se ha considerado el tiempo de sus cuentos y el de la novela del jalisciense como el mismo tiempo, pero la lectura de algunos de los narradores surgidos en aquella época nos ayuda a diferenciarlos. Para Luisa Josefina el realismo mágico es, si no inexistente, apenas un barniz en algunos de sus relatos. La magia es esteticismo, el misterio una elección ética. Eso es lo que produce una cierta sordina moral en el comportamiento de sus personajes. El problema del bien y del mal como elección cambia de signo, no es que sean malos o buenos, es que el bien no es posible. Pero hay que distinguir el bien de la bondad, dos conceptos cercanos pero distintos, el último relacionado con la religiosidad cristiana. Entre las narradoras de su tiempo, es Hernández la que tal vez está menos contaminada por la culpa, porque no se propone crear en sus personajes un sentimiento de culpa, ni siquiera un sentimiento de culpabilidad, que no es lo mismo. No hay juicio: esa es la más profunda actitud ética, es decir, narrativa. En general, el punto de vista narrativo, incluso cuando se da en un per-
sonaje masculino, tiene un sentido femenino. ¿Qué significa esto? No que busque un discurso de género, sino que diseña una forma de comprender el flujo narrativo en que todo se mira desde ese mundo no tanto matriarcal sino, aunque la palabra no es la adecuada, ginecocrático: el eje del mundo sensible es femenino y al hombre se le relega al fáctico como reino de la apariencia. No obstante, en esa aguda mirada no hay desequilibrio, también crea personajes masculinos espléndidos, todos necesarios al engranaje. Al tratar de entender plenamente el sentido de una novela tan importante como Mis tiendas y mis toldos pensaba en la palabra tienda en su doble sentido: la tienda en que
se vive de manera efímera, o más bien de manera provisional, la tienda de la caravana, que se levanta cuando se reemprende el camino, y la tienda donde se exhibe y vende mercadería. Me inclino a pensar en la primera acepción, pero conservando de la segunda la idea de exhibición ante el otro, ante el comprador. En cierta manera, en este universo narrativo toda otredad está definida por la compra. Por eso es un juego –en inglés la palabra play designa también a la obra teatral– de papeles, de roles dramáticos. La carga semántica, sin embargo, se desplaza de la fragilidad de los toldos y las tiendas a la contundencia del sentido posesivo de “mis”, dos veces presente en el título. En la figura del nómada el único bien, la única posesión, es el desplazamiento mismo, y en la narrativa ese desplazamiento es flujo narrativo: los personajes “agarran su camino”. Y agarrar es también una forma de posesión. Por eso no hay una comprensión racional que no sea a la vez narrativa. En ese sentido, Luisa Josefina Hernández tiene una voluntad clásica para construir sus textos. Sus alumnos admiraban su conocimiento del oficio, su capacidad para mostrar el porqué de sus libros y de los de otros, lo que no es frecuente entre los novelistas mexicanos de su generación. Esa capacidad de oficio se nota, décadas más antes, en narradores que están ligados al medio audiovisual, como Guillermo Arriaga y Enrique Serna. En La cólera secreta juega con los sobreentendidos de las relaciones amorosas, los triángulos y la decepción que el tiempo inevitablemente provoca. Se podría decir que una autora en la que el amor como sentimiento es tan importante, no cree en él, o de manera más precisa: no cree en él como duración, porque el amor, a pesar de lo que se podría pensar en sus ficciones, no se construye. Ocurre y se pierde pero no se construye, lo que sí se edifica es la vida, y más específicamente, la vida familiar. Por eso no es una narradora crispada: le interesa la arquitectura del texto. Sin embargo, aún sin crispación, el universo familiar linda con el infierno. En La cabalgata la mirada sobre el universo cerrado de las solteronas es inclemente: universo degradado no por la ausencia de hijos, sino por el resentimiento ante la condición estólida del universo masculino. No hay complicidad, hay sólo rencores, cólera. Es muy difícil escapar a ese encierro, si acaso algunas veces a través de la historia, otras a través del humor, y –definitivamente– a través de la muerte. Pero los personajes de Hernández no anhelan la muerte como una liberación, es en todo caso un castigo más. La cabalgata, escrita en 1969 pero publicada décadas después, asume esa condición de infierno del claustro familiar habitado por las mujeres, el placer es siempre insuficiente y por eso se pervierte, las niñas son mujeres viejas y las ancianas cicatrices del tiempo y el sufrimiento. En realidad, si bien esa esfera es distinta anecdóticamente de Las muertas, de Ibargüengoitia, no lo es atmosféricamente. Las solteronas, las amantes, las putas y las esposas están condenadas por un hecho anterior al pecado: ser mujeres. ¿Dónde quedó el clima de ala de mosca? Oculto tras las arrugas y la insatisfacción sobre las que se construye una tradición de amargura que sólo milagrosamente se revela. Las pulsiones sicológicas son impredecibles y funcionan de manera muy profunda, no hay una causalidad salvo retrospectivamente, es decir, cuando la narración ha concluido, pero incluso allí los personajes son opacos en su comportamiento y por eso mismo muy atractivos, poseedores de una identidad críptica. La aparición de Mis tiendas y mis toldos vuelve a situar a su autora entre los mayores narradores contemporáneos y pide a gritos una nueva lectura de las novelas anteriores de esta autora
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Lamutilación
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“COMO SI EN ESA MANO QUE LE FALTA PENDIERA UNA CARICIA IMPOSIBLE”
Miguel Donoso
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ada es más importante para el ausente que una carta. Por eso, n está todos los días ahí, al acecho, acodado en el pequeño balcón, mirando. Hacia la derecha, la calle comienza en una curva pronunciada y sube ligeramente, se equilibra frente a él y baja luego en dirección al mar que se ve, encrespado a veces, liso en otras, mientras el viento sopla con mayor o menor intensidad. Una vela triangular se mira a lo lejos, casi en el punto donde el Mediterráneo se torna azul oscuro, deponiendo ese verde esmeralda que se inicia en la playa construida, justo para el verano que termina, por esos técnicos holandeses que transforman el Maresme desde Montgat hasta Premiá del Mar. Frente a él, en el segundo piso de la casa de la vereda opuesta, un letrero dice: “En Venda”, mientras la señora joven le habla a un niño, probablemente su hijo, con una voz ligeramente estridente. La mujer es interesante, esbelta, y lleva siempre el pelo recogido atrás, rubio hasta la palidez extrema. Si se fija uno bien, se da cuenta de que tiene el brazo izquierdo trunco, que unos quince centímetros abajo del codo sólo tiene un muñón. Este detalle la hace extrañamente sensual, como si en esa mano que le falta pendiera una caricia imposible, una ternura difícilmente soportable, una especie de ausencia provocadora. n permanece ahí, agazapado, inmerso en esa ausencia suya que lo identifica con esa mano que le falta a la mujer como un ofrecimiento. Y abajo, en la calle donde se acumulan por la tarde las bolsas de basura, los gatos, sus caras redondas y suaves como el muñón de la mujer, electrizándolo. Hacia las once de la mañana pasa el muchacho. Sale por el lado derecho de la calle y ha bajado, sin duda, desde Turó del Mar, la parte más alta del pueblo. Flaco y desgarbado, camina con mucho apuro, como perseguido por alguien. n simula no verlo, aunque toda su atención está en él, en sus grandes trancos rítmicos que lo llevan de puerta en puerta, en zigzag de acera a acera. El chico, como si le temiera, nunca mira a n , mientras la mujer mutilada se dirige al niño que juguetea en el balcón, le hace mimos con esa voz chillona que, así lo supone el ausente, pronuncia cosas cariñosas, igual que la llegada del muchacho a las puertas donde toca y desaparece, para salir luego, siempre al apuro y con la mirada gacha, evitándolo a él que se acoda en el murito rojo de fierro aparentando indiferencia, mutilado porque el chico sigue de largo, ausente siempre de esa ausencia que es él allá, donde no está, de esa ausencia que es él acá, donde hace como si estuviera. El ausente desconoce, en realidad, en qué o dónde radica su ausencia, y tampoco sabe qué espera ahí, en el balcón. Tal vez espere una sonrisa de la mujer, el acercamiento de ese muñón que le parece dulcísimo, doloro samente táctil, como si los dedos se le multiplicaran en la promesa de una caricia atroz. O quizás espere que el muchacho toque un día su puerta, deje de ser esa mutilación huyendo de casa en casa, zigzagueando en la calle, desapareciendo siempre en dirección al mar, girando a la derecha y dejando, contra el verde del Mediterráneo, esa otra ausencia lejana de la vela cabeceando en el agua, flotando como un cadáver indescifrable.
n mira la hora y ve que faltan pocos minutos para que el rito de todas las mañanas se inicie, para que el muchacho aparezca en el extremo derecho de la calle y suba a grandes trancos mientras la mujer olvida momentáneamente al niño que juega en el balcón, y los mira, porque el chico está ahí ya, cabizbajo, te meroso del ausente a quien no puede cumplirle lo que, en sí, le viene ofreciendo día a día en los meses que lleva de verlo agazapado y esperándolo en el balcón, anhelante, desasosegado
Ilustración de Gabriela Podestá
frente al muñón de la mujer que le remarca una caricia lejana, una ternura que ya nunca habrá de pertenecerle y él, con toda su carga de prom esas, ofrecimiento diario, no puede darle. El chico pasa una vez más y el ritual termina desacralizado, sin magia. n lo ve desaparecer y detiene la mirada en el mar, se baña de ese verde donde el viaje es casi una sepultura, una señal de muerte. Ahora al ausente sólo le queda esperar la lluvia, hasta que en la noche se le renueve la ilusión del día siguiente con la mujer frente a él, su brazo trunco, la promesa de una caricia imposible, y el chico pase una vez más, quizá se detenga, deje de ser esa mutilación zigzagueante, pero únicamente ve el camión de la basura recogiendo las bolsas acumuladas en las aceras, los gatos retirándose a los rincones, sinuosamente malignos e indiferentes, fríos, sus pequeños ojos brillando en la oscuridad, riéndose de él, anticipando y esperando algo también. Minutos antes, el ausente está ya acodado en la ventana, mirando como a través de una gran desgarradura, al acecho. El viento sopla ahora y la noche anterior llovió varias horas. Como a las cinco de la madrugada comenzó a caer el agua, acicateada por un aire correoso, severo.
n despertó y supo que los ojos de los gatos no le habían mentido, que algo iba a suceder al fin. Reconoció el lugar, vio los libros, la máquina de escribir abandonada hacía tanto tiempo, los platos sucios en el lavadero. Caminó por el pasillo hasta la otra habitación y tocó la tarima desolada, íngrima. Desde la terraza vio el mar a lo lejos, empapándose en la lluvia, fría ya por la entrada de ese otoño tardío. Volvió a la casa y se secó, frotándose con fuerza. Como ya no pudo dormir, se acercó a la ventana. La lluvia había alejado a los gatos, pero supo que ahí estaban, que desde algún lugar se divertían mirándolo con sus rostros redondos como muñones llenos de una fosforescencia maligna. Pensó en la mujer: probablemente dormía apoyada en su brazo trunco. Cuando lo vio aparecer supo que el ritual de ese día sería distinto. Miró a la mujer jugando con su hijo y el brazo mutilado ya no fue la promesa de una caricia sino la confirmación de una ausencia implacable. El triángulo de la vela había desaparecido en el Mediterráneo que extrañamente mostraba la certeza, para él, de ser un naufragio inminente, el aplazamiento de una amenaza. Ahora el muchacho lo mira triunfante, sin la más mínima congoja, sin una gota de temor. Da unos cuantos trancos largos y se dirige a la puerta. n se estremece al oír el timbre y baja, no sin antes mirar a la mujer que lo saluda con el muñón en alto, dolorosamente tierno. El ausente responde el saludo y sabe que se está despidiendo, que el anhelo de esa caricia es definitivamente imposible, que se le perpetúa como un sueño. Una vez abajo, toma la llave para abrir el pequeño cofre que está en la pared. El muchacho va ya en dirección al mar, a grandes pasos rítmicos. El agua del Mediterráneo es de un azul oscuro, lóbrego. Los gatos están ahí, alrededor suyo, acechándolo, quietos, como dulcísimos muñones sin ojos, ciegos, sin una caricia para confortarlo, absolutamente sin piedad. n saca el sobre. No necesita abrirlo para saber que todo ha terminado
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(De Todo lo que inventamos es cierto, 1990, corregido por el autor para El otro lado del espejo. Antología personal, 1996).
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Primera canción del exiliado (fragmento) Miguel Donoso VIII La Patria estaba desnuda y encontré en ella la consumación posible del delito de morir con voluntad, inmerso en la más oscura podredumbre, gritando contra su sexo por dientes y orejas, con los ojos entre pelos húmedos y los dedos recorriendo los rincones tristísimos, palpitando solamente en la resplandeciente pelambre de sus labios abiertos, hundiéndome entre sus selvas ignoradas y negras, aspirando un olor subyugante y salvaje, como la marejada de dolor que le iba dando en cada poro, sobre su piel perfecta de Ignorada. Nunca podrá comprender, ah terrible animal, por qué la amé, tan dulcemente, ni cuántas veces el gruñido que me aquejaba iba diciendo su nombre mientras mis ojos hacían tu figura tras los párpados del condenado a la presencia de tu imagen, al tacto imaginario de tus piernas larguísimas, a la miel de tu lengua soñada bajo sus dientes en los que me perdía, muy más allá de la peor soledad imaginable. Ah infernal dolor de darse perfectamente contra nada, ineludiblemente en un vacío que únicamente podría dejar la muerte, o tal vez el odio, y probablemente mis hijos habrán de conocer mi fiebre, mis imágenes, donde una locura dolorosa recorre tus contornos aullando incesante y acezante, pudriéndose antes de morir, lamiéndote como un animal cariñoso. Ellos van a saber que por ti los olvido, que perversamente descansaba esa fiera de amor que ni siquiera es tuya, sino que persistía en la sangre, como un torrente contenido contra quién sabe qué ángel o qué extraña soledad, tal vez castigo por un mal que no hicimos, pero que nos marca, porque estábamos destinados a lo que iba más allá de la rutina o la fiebre, y demoniacamente nos arrastraba hacia las peores regiones de lo Inhóspito. Ah, qué muerte para realmente vivir, qué vibración, y la Patria seguía tan desnuda, para que yo soñara con su cuerpo; y los cuerpos de todas las mujeres se consuman y se multiplican en tus brazos anhelados, en ese rincón último que amaría, como ni siquiera a un hijo o a una madre, como ni siquiera a mí mismo, que verdaderamente te amo, y soy, el señalado y torturado. Y la Patria seguía desnuda y abierta para que la penetrara, sin gota de nada en su entrega de animal moribundo, de bravísima fiera domesticada para fornicar allí donde el amor se me negaba y donde soy negado, renunciado, odiado ahora y sin penitencia, sin culpa y sólo con amor, con la tristísima obligación de amarte como un ciego inexorablemente desnudándome y viajando hacia el templo donde toco la horrible verdad en que te habito con esta extensión de Inhabitado. (De Primera canción del exiliado, 1966).
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Miguel Dono EL CUENTISTA, ENSAYISTA Y PERIODISTA ECUATORIANO TAMBIÉN DESTACÓ EN LA VIDA CULTURAL MEXICANA
Yanna Hadatty Mora
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l reciente fallecimiento de Miguel Donoso Pareja (Guayaquil, 13/ v i i /1931-16/ i i i /2015) ha restituido su nombre a las pá ginas de cultura mexicanas. Muchos diarios de la capital y de varias regiones se condolieron por la desaparición de quien fuera un actor destacado de la cultura mexicana durante casi veinte años. Notas, semblanzas, reseñas. Sobre todo para los escritores que descubrió, formó o reconfiguró en los talleres literarios que coordinara durante este período, quienes para los medios de comunicación de Ecuador y México han brindado declaraciones sobre lo que significa su desaparición y en el fondo qué resulta de haber formado parte de sus talleres. De alguna manera los reconocimientos han empe zado. La edición de los Cuentos completos, de Miguel Don oso Pareja, publicados por el Fondo de Cultura Económica en Bogotá en 2014, representa sin duda un importante primer hito. Miguel Donoso en la Colección Tierra Firme, en un sello mexicano que sentimos sería también su casa, como lo fue el df . Una tarea pendiente para alguno de los “hijos de los talleres” sería documentar el quehacer literario y cultural de Miguel en México. Dice Juan Gerardo Sampedro, con motivo de su deceso, que falta por estudiar y dejar constancia de su paso, pues sin duda “la historia, el registro de la literatura mexicana de los setenta, no se explica sin el referente del más representativo escritor y ensayista ecuatoriano Miguel Donoso Pareja.” II Miguelón hizo suya Ciudad de México de 1964 a 1982. Militante e intelectual destacado en Ecuador, la Junta Militar lo aprehende en 1964 y lo obliga a abandonar el país, durante la represión anticomunista. A raíz de ese exilio se produce el encuentro con la que llegaría a ser su segunda patria. De inicio viaja por Cuba hacia México, aquí se reencuentra con su familia: la pintora Judith Gutiérrez (+), las hijas de ésta, Virginia y Amelia, y los hijos de ambos, Leonor (+), Miguel y Pamen. El matrimonio Donoso Gutiérrez se separa tres años después, en 1967, si bien todos permanecen en México. Judith vive y pinta en Tepoztlán, lue-
go en el df y, finalmente, se establece en Guadalajara, donde junto con el pintor jalisciense Ismael Vargas hace arte el resto de su vida, con alguna estadía ecuatoriana en los años ochenta. Miguel destaca pronto en el periodismo cultural, trabaja como columnista literario para los periódicos El Día y Ovaciones. Llega a hacer crónica cinematográfica sin saber nada de la materia, afirma él, ante la necesidad de cubrir un festival de cine y la ausencia de un especialista en El Día, para lo cual asiste a las funciones con un manual de términos de cine bajo el brazo. Importan su curiosidad, su inteligencia, la forma de relacionar lecturas, vida, cultura, teoría, crítica, su oficio. El riesgo que asume con cada lectura y página escrita. Para 1976 dirige la revista Cambio, donde comparte páginas con José Revueltas, Juan Rulfo, Eraclio Zepeda. Escribe sobre política, literatura y arte. Durante los años mexicanos publica muchos libros en varios géneros. En poesía aparece Primera canción del exiliado (El Corno Emplumado, 1966). En novela, la ex per imental Henry Black (Diógenes, 1969). En cuento, El hombre que mataba a sus hijos (Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1968). En opinión política, Chile: ¿cambio de gobierno o toma del poder? (Extemporáneos, 1971). En crí-
tica, Picaresca de la nota roja (Samo, 1973). En 1976 publica su obra consagratoria de estos años, Día tras día, novela del exilio, en la colección Nueva Narrativa Hispánica de Joaquín Mortiz. En 1981, cuando decide regresar, aparece en editorial Premiá su novela de fin del exilio, Nunca más el mar, en que la herencia marinera de su padre lo hace sofocarse lejos del puerto. Como se ve, su obra está decisivamente marcada por su inserción en el campo cultural mexicano. Acorde a su fe en la universalización de la lectura, junto con Celia Paschero se ocupa de editar y traducir del inglés la obra Manual de alfabetización para pueblos prealfabetas, de Sarah c . Gudschinsky, para la modélica colección Sep Setentas de la Secretaría de Educación Pública, en 1974. Un año después, para la colección Voz Viva de México de la unam hace el prefacio al audiolibro del cuentista y divulgador de cuentos Edmundo Valadés, en 1975. Varias ediciones breves de letras ecuatorianas seleccionadas por Miguel salieron en tiraje de alta difusión en la funcional colección de la unam , Material de Lectura, Serie Poesía Moderna; cuadernillos que a través de sucesivas reimpresiones permitieron dar a conocer a varias generaciones de lectores estudiantiles a importantes poetas del Ecuador, entre los que se encuentran Alfredo Gangotena traducido por Gonzalo Escudero, César Dávila Andrade, Hugo Mayo. En Premiá se publicó, en 1982, con prólogo de Miguel, Vida del ahorcado, de Pablo Palacio, la novela más radical de ese gran escritor de culto, vanguardista ecuatoriano, cuya narrativa de ruptura tanto atrajo a Donoso, que en muy diferentes espacios y circunstancias siempre regresaba a su divulgación y a la promoción de su lectura y su crítica. Durante los años mexicanos compiló también las antologías Cuentistas de Ecuador (Secretaría de Educación Pública, Subsecretaría de Asuntos Culturales, 1969) y La violencia en Ecuador (Editorial Diógenes, 1973); de lírica militante Poesía rebelde de América (Editorial Extemporáneos, 1971), y Todo el destino a pie: antología de poetas latinoamericanos caídos en la lucha por la liberación nacional (Editorial Pueblo Nuevo, 1979); de narrativa Prosa joven de América Hispana i y iiI (sep Setentas 53 y 54, Secretaría de Educación Pública, 1972). Para Editorial Extemporáneos seleccionó los volúmenes antológicos Las palabras de Cárdenas (1971 y Las palabras de Juárez (1972). En 1972 aparece también la Antología de la poesía erótica en Editorial Orientación, compilada por Miguel junto con el autor de la Onda Gustavo Sáinz. Vinculado con diferentes grupos, sin atender a las divisiones que imponen las generaciones, las editoriales, los periódicos o las nacionalidades, en un momento en que gracias a la política exterior mexicana el Distrito Federal era todavía el más seguro lugar de refugio y amparo de los exiliados de izquierda de América del Sur y Centroamérica, Miguel se involucra en distintos proyectos con los grupos el Corno Emplumado, la Onda, el grupo del inba, el movimiento de los poetas comprometidos y de los guerrilleros exiliados, de la prensa de izquierda, e incluso como crítico auspicioso del infrarrealismo, de los peruanos de Hora Zero, de los tzántzicos del Ecuador, y un largo etcétera. Como ejemplo, hay un prólogo de Miguel a la ya mítica antología Muchachos desnudos bajo el arcoíris de fuego: 11 jóvenes poetas latinoamericanos, de Roberto Bolaño, que
oso Pareja:
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el enigma de las dos patrias muestra su papel como crítico, divulgador, pero sobre todo como actor de un diálogo entre distintas promociones de escritores en los años setenta. Destacan como aval transge neracional de esta antología la presentación de Efraín Huerta y el prólogo de Miguel. En él asume Donoso que la antología que Bolaño publica en 1972 tiene como antecedente inmediato su propia antología Poesía rebelde de América, que viera la luz apenas un año antes y que la anuncia con tres o cuatro coincidencias. Luego discute, argumenta, refuta, al detalle, con ese respeto hacia el otro que lo caracteriza de cuerpo entero en su contacto con los jóvenes. Es conocido que su amigo Augusto Tito Monterroso le heredó su taller de literatura en la unam. Más adelante, desde la dirección de literatura del inba, Miguelón crea el proyecto de talleres literarios para el df , Zacatecas, San Luis Potosí, Aguascalientes, Puebla. Al despedirse de México, confiesa ser para entonces mitad mexicano y mitad ecuatoriano. La idea que lo anima era delegar a sus extalleristas como conductores de los talleres: David Ojeda e Ignacio Be tancourt se encargaron del de Puebla, José de Jesús Sampedro en La Laguna y Alberto Huerta en Las Islas Marías. III En alguna visita de Miguel, seguramente alrededor de 1994, ayudé a Regina Cohen, escritora, periodista de El Financiero en ese entonces, a organizar la cena de homenaje al maestro. Recuerdo de manera inexacta en la mesa del restaurante árabe de la colonia Roma a los amigos: Augusto Monterroso, Bárbara Jacobs, Saúl Juárez, Eduardo Langagne, Eraclio Zepeda, Telma Nava, Juan Villoro, Ignacio Betancourt, David Ojeda, Hernán Lavín Cerda, Otto Raúl González, José de Jesús Sampedro, Brianda Domecq. En otra, año 1996 o 1997, la sogem le hizo una recepción, después de que presentara muy exitosamente en la sala Nezahualcóyotl el libro de cuentos El otro lado del espejo: antología personal (editada por la Coordinación de Difusión Cultural, Dirección de Literatura de la unam , 1996, en edición cuidada por Julieta Sabines). Puedo documentar que el amor y el interés de los escritores de México por Miguel eran elocuentes.
Llegué al Distrito Federal el 6 de julio de 1992, en gran medida siguiendo sus pasos. Guayaquil la candente me asfixiaba. El sobrenombre que allá nos hace sentir tan honrados, de Perla del Pacífico, lo comparte Mazatlán, a donde me resisto a ir, por si acaso ese destino de puertos como perlas oceánicas determine el mío. Y cambié gustosa el Guayas por los volcanes, la contaminación, la unam, la vida. Heredé a Miguel y a Judith de la amistad con mis padres. A su manera me apadrinaron ambos. Miguel antes de venir me aconsejó como a una sobrina. Y como buena ahijada que sale a descubrirse en el mundo, desoí cada uno de sus consejos: “aunque te dediques a la Academia, mantén una columna de crítica en los periódicos (y ésta es probablemente la primera que escribo)”, “conéctate con mis amigos (y la carta dirigida a Edmundo Valadés sigue en algún cajón, remitente y destinatario ya fallecidos)”; “recuerda que si te quedas más de diez años ya no regresas (y aquí sigo)”. Pero también adopté cada uno de sus consejos tácitos de vida. Leer más que escribir. Vivir y leer con igual pasión. Escribir pero sobre todo reescribir. Estudiar y divulgar a los otros ecuatorianos destacados en las letras y el arte que hubieran vivido aquí. Sentir como propias las dos patrias. En 2010 apareció en Quito el libro monográfico Ecuador y México. Vínculo histórico e inter-cultural (1820-1970)
editado por el Museo de la Ciudad (Colección Documentos, 14). En él se incluye un excelente texto de Miguelón de donde tomo prestado el título para este artículo, “México o el enigma de las dos patrias (una visión de las relaciones culturales con Ecuador)”. En él inicia con un párrafo que bien sirve aquí de cierre: Haber vivido dieciocho años en México, todos en el DF (Desmadre Fenomenal), rodeado de capitalinos, es decir de chilangos, los seres más sofisticados, cautos y defensivos (boxean de counter, es decir a contragolpe) que uno se pueda imaginar; navegantes for ever con bandera de mensos pero definitivamente sabios, tan diferentes de los frontales, broncos e inocentes norteños, o de los cabezones y viví simos yucatecos, no sólo me autoriza sino que me obliga –dicho esto con la mayor humildad– a abordar el tema de las relaciones culturales, en particular literarias, del Ecuador con un país por el que sufrí y sufro “el enigma de las dos patrias”, como decía, refiriéndose a Venezuela, el faquir César Dávila Andrade
Haber migrado de Guayaquil y vivido veintitrés años en México, todos en el df, me obliga –esto dicho con la mayor humildad– a despedir a Miguel Donoso Pareja desde su otra patria chica, con la confesión de que yo también sufro/gozo el enigma de las dos patrias. Y agradezco infinitamente a Miguelón por haberme señalado el camino a su México, guiado en el taller literario en Guayaquil (1990-1992), ratificado en la vocación por la literatura, y apadrinado en diciembre de 2009 la presentación en Guayaquil de un libro de crítica sobre literatura mexicana. Adiós, Miguel, adiós y gracias
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Ilustraciones de Gabriela Podestá
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Dospoetas Expreso de medianoche Jorge Valdés Díaz-Vélez Dentro del sueño pasa un tren, y en sus ventanas campos, ríos, álamos, puentes y caballos se alejan para siempre. Un niño observa el viaje de las cosas hacia el pasado en que se fugan los colores. Mira también sus ojos en el vidrio, el vaho de su respiración. Vislumbra sombras, reflejos de su padre con un libro en las manos. Duerme y en el cristal también se borran sus leves párpados cerrados. Veo a mi hijo en ese niño que me contempla desde el vidrio, miro a mi padre al ras del sueño contra el temblor de la ventana. Él no me ve. No puede oírme. He nacido una vez, y muchas otras he muerto en ese tren que se detiene sólo al alba.
Vesubio Ramón Domínguez Como si el mar sobrado de límites irrumpiera en los descampados, así el Vesubio vomitó lava y marea roja desde la bahía de Nápoles. Año 79 dc , año en que los amantes perecieron abrazados y las ovejas a pesar de los dolorosos balidos no fueron rescatadas del fuego. Vesubio, nombre de origen mineral, encalado de carbones y hierbas solares, anunciador del fin y del final, echa tu manto caliente sobre nuestras huellas. Danos tu lengua bífida de lumbre para asirnos, para guarecernos del mundo. Ven sobre nosotros a auscultarnos, a defenestrarnos, a roer nuestros huesos calados de frío. Hoy cuánta falta nos hace tu vientre de aguas explosivas. Haz en nosotros el ministerio de tu ley: llévate en brazos a estos dos amantes abrazados y que así se sepa que todo perece bajo el fuego y no hay otro nombre pronunciado que provoque tanto miedo como el tuyo, Vesubio.
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LEER
Jornada Semanal • Número 1064 • 26 de julio de 2015
Judíos heterodoxos, Michael Löwy, uam Iztapalapa, México, 2015
EL INTELECTUAL COMO OBJETO RICARDO GUZMÁN WOLFFER
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ste volumen es el resultado de la recuperación, y posterior ampliación, de diversas conferencias impartidas por Löwy, el autor, mismas que giran alrededor de varios pensadores judíos de inicios del siglo xx , ubicados en la mitad de Europa, todos los cuales son productores de bienes intelectuales, ya sean culturales o simbólicos. El autor limita su estudio a la temporalidad previa a la guerra. En su trabajo, Löwy toma a los judíos como punto partida, con las variantes más inesperadas: por país, por región, por género creativo, por ser o no integracionista, por sus ansias libertarias, por su afinidad conceptual y muchos etcéteras. El autor habla de la “edad de oro” de los pensadores judíos, acaecida entre 1830 y1933, debido a los muchos creadores destacados en dicho lapso; incluso, Löwy compara dicho período con el esplend o r de la cultura judía en la España musulmana de la Edad Media. A Löwy le interesan dos polos en particular: el del judío liberal, demócrata y republicano, por un lado, y por otro, el judío conservador/revolucionario. Empero, también distingue entre quienes se sujetan a la religión y los que la rechazan. La amplitud de clasificaciones es inagotable. L o s e n s a y o s t o c a n t e m a s p re v i s i b l e s c o m o “Romanticismo y mesianismo en el pensamiento judío de Europa central a principios del siglo xx ”, “mesianismo contra progreso”, “la utopía comunitaria”, “la utopía romántica” y se trata la obra de autores inevitables: Walter Benjamin, Franz Rosenzweig, Martin Buber, Ernst Bloch y varios más. Se incluye una entrevista del autor con el citado Bloch, pensada para “esclarecer aspectos de las relaciones entre Bloch y Lukács”. Cada capítulo tiene mucho material para comentarse, pero llama la atención la personalidad de Bloch. Se le advierte prudente, casi minimiza el alcance de los trabajos hechos en conjunto con Max Weber y otros, precisa al marxismo como una opción más en los inicios de siglo, acepta sus limitaciones en la percepción de personalidades y se sorprende, a pesar de los años de distancia, por la forma en que comulgaba con Lukács, pues tenían “la misma opinión sobre todo”, hasta que llegó la guerra y Lukács optó por hacerse soldado mientras que Bloch se fue a Suiza para evitar partici-
par en el conflicto armado. Luego vendría la discrepancia sobre la obra de Schopenhauer. Bajo la narración de tales apreciaciones de temas trascendentes, Bloch precisa sus conceptos sobre la verdad y su relación con el marxismo: “los hechos sólo son momentos reificados de un proceso y nada más”. Bloch precisa los alcances del Sermón de la Montaña para justificar la violencia como corrección de la injusticia; explica la falta de necesidad “moral” en el proletariado para rebelarse a la opresión y contrapone las motivaciones éticas de los intelectuales. Este es un libro de ensayos profundos, que muestran la persistencia de un bloque intelectual que ha modificado muchas disciplinas en la historia universal y es, al mismo tiempo, una mirada sobre la intelectualidad que rebasa el nivel de mero análisis sobre un conjunto de judíos imperecederos • París df, Roberto Wong, Galaxia Gutenberg/Colofón México, 2015.
MÍNIMA BIOGRAFÍA LITERARIA JUAN GERARDO SAMPEDRO
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ecesariamente el autor de esta novela tuvo que buscar y hallar un único y exclusivo referente temático en Franco Moretti: Atlas de la novela europea 1800-1900 (Trama Editorial, Madrid, España, 2001): “La geografía es un aspecto decisivo del desarrollo de la invención literaria.” Aunque el título remite a otros como el inevitable Paris Texas, nada guardan en común. Aquí, el argumento es autónomo pero nunca novedoso. Ganadora del Premio Dos Passos a la Primera Novela, París df retoma un recurso del siglo xix europeo: Balzac y Sue trazaron sus geografías para contar sus historias. Moretti: “Otro misterio: la leyenda urbana ante litteram de la Corte de los Milagros, que hace su primera aparición […] en un mapa de París de 1652 cuando en la realidad histórica se la había suprimido mediante el Gran Internamiento de los vagabundos y mendigos de la capital.” Espacios distintos ofrecen relatos diferentes: sin la existencia de uno no se da la presencia del otro. Sucede en toda ficción, así se trate de lugares abiertos o cerrados: todo terreno es propicio o no para situar una acción. Sucede entonces que lo que pareciera un logro de la imaginación en París df no lo es: el personaje central, Arturo (estudiante de lingüística y literatura), empleado de una farmacia de mediana categoría en el df , presencia el asesinato de un hombre que de manera frustrada intenta robarse unos medicamentos para el tratamiento de una costosa patología crónica.
Obsesionado con un lejano e inalcanzable París, Arturo superpone el plano sobre uno del d f y observa las coincidencias. Meticuloso, sabe de dónde partiría el centro y comienza a otorgar a las avenidas y a las plazas del df , los nombres que llevan en París. Unos días de vacaciones en la farmacia le sirven para involucrarse en una avalancha de situaciones que cambiarán su modo de percibir la vida: robo, mujeres, alcohol y sexo, o como lo explica la cuarta de forros: se enfrenta a la ley de las “probabilidades y de la mala suerte”. La simple idea de que la bala que mató al hombre en la farmacia pudiera haberle tocado a él (observa la sangre en su ropa) lo transforma. Y todo sucede rápido entre el df y el París que añora pero que le es tan ajeno, en situaciones un tanto inverosímiles. El sustento de la narración se aferra en distractores: mención de personajes de la cultura parisina, una lectora del Tarot que sólo aparece como débil telón o la detallada y abrumadora descripción de la geografía de París. Lo interesante de la novela, en todo caso, es el intercambio que se da entre el sueño, la realidad y el delirio. Arturo retrocede en el tiempo; vive en el París que imagina aunque la realidad lo situé de pie sobre el df . La “voz osada, original, capaz de sacudirnos” del autor se extravía y no regresa y nos deja algunos cabos sueltos a los lectores •
La Jornada Semanal
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LA BIBLIA EN LA CULTURA OCCIDENTAL Leopoldo Cervantes-Ortiz
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ARTE Y PENSAMIENTO ........ Agustín Ramos
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Naief Yehya
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Viñeta de Juan Puga
UNQUE ESO ES POSIBLE –todo es posible en la paz–, no veo sinceridad en la versión oficial y mucho menos en la prefabricada verdad consensual. Desde hace veinte años he insistido en que a México lo gobiernan el latrocinio, el asesinato y la mentira: tres cualidades que garantizan impunidad. Todo gobernante mexicano que se precie de serlo consigue puesto como quien gana una trinchera, no para fortalecerla a favor del bien público, sino para rascarle y atesorar cuanto halle. “A mí no me den" –dice uno– “nomás pónganme donde hay.” “Busca primero la gracia del señor” –dice otro– “y todo lo demás vendrá por añadidura.”
Luego, para perpetuarse, esos especímenes asesinan (abaten) todo cuanto estorbe su carrera, empezando por lo humano; porque la calidad del robo no sólo depende de la habilidad de la rata sino de su rango, y mientras más cerca esté de “la gracia del señor”, más pródiga será la gloria. Sin embargo, además de ser creativos para robar y metódicos para asesinar, nuestros gobernantes exitosos son artistas al mentir de palabra, obra y omisión. Sobran ejemplos del latrocinio en el que se fatigan de incurrir nuestros gobernantes. Y no únicamente en formas habidas y por haber, en las oleaginosas y evanescentes formas de corrupción ya maduras o en proceso de cultivo político, administrativo, cultural… También abundan las pruebas de sus masacres, acentuadas hoy con la transformación de nuestras vidas civiles en cuarteles militares. Pero lo que aun con ser igualmente mortal parece hasta venial es la mentira, ese clima artificial suministrado por los medios y por la cultura parcelada, capaz de hacer sentir la tiranía como normalidad democrática (la normalidad, esa forma que adquiere la ideología hegemónica cuando la mente está vacía, el ánimo en el suelo y los consejeros del príncipe en Jauja). Cuando un buey vuela, viene el habitual despliegue administrado de la noticia para desinformar, mal informar, deformar e implantar, en la mente del vulgo, un hecho posible e incomprobable: el vuelo del buey. Para que la gente asimile esta versión oficial se elabora un guión a grandes rasgos. Voló, sí. Imágenes, imágenes, imágenes: el buey acorralado, la vía de escape, el túnel espaciotemporal inverosímil y, zaz, la desaparición para pasmo y pasto del ganado perdedor. El buey voló. Todo es posible en la paz. Tras esa versión posible e incomprobable sigue el control de daños. Comunicadores logreros o especieros, perros de presa y perros falderos de direcciones
de comunicación social, lectores y directores de noticias en prensa y medios electrónicos, devotos, todos, de la Virgen del Rosario, se afanan en difundir la noticia y promover como artículo de primera necesidad una misma línea editorial en diferentes tonos y matices. Colorean, enfatizan, especulan, torpedean la versión oficial con escepticismo asimilable y permisible –al fin que poco veneno no mata–, hasta defecar lo que puedan digerir esas masas que sufren algo más que hambre de verdades: una versión consensuada sobre la que se bordan simulacros de libertad de expresión y dudas necias o razonables. El buey voló, sí. Las urracas murmuran, fue así y asá, los jilgueros creen esto y lo otro. Sabrá Dios, silban los agudos clarines oficiosos.Y sólo pocos pájaros de cuenta saben lo que de veras sucedió. Los periodistas intentan investigar hasta donde pueden; no obstante son minoría ridícula en un reino donde informarse consiste en cerrar el cerebro y abrir la radiotransmisión o enfrascarse como gambusino en el magma de las redes sociales. Un buey voló. Se parte de la mentira y luego se le borda una verdad con espinas de chayote, una verdad irreal pero consensuada. Para contradecirla se requeriría ser dueño de la verdad. Pero no hay dueños de la verdad, cuando mucho hay reintegros y aproximaciones al hecho real o tomas momentáneas de la palabra. Tampoco la mentira tiene su contraparte en la verdad sino en la sinceridad; lo vieron Agustín en Contra mendacium, Martínez Cristerna en Del que miente al mentir, Hermann Hesse en El lobo estepario al cuestionar la sinceridad en torno a Goethe y Maquiavelo cuando justifica el incumplimiento de las promesas del príncipe. Ante el vuelo del buey, ¿cuánta sinceridad cabe en las marionetas del teleprompter, en los gacetilleros autonombrados analistas, en los capellanes del becerro de oro y en las oportunistas que siempre caen de pie, las veladoras perpetuas de las buenas causas perdidas? •
El sueño idealista de La ruta de la seda de Ross Ulbricht* (ii y última) Libre mercado La utopía libertaria de un mercado “sin fricción”, en el que cualquier producto podría ser comprado o cambiado sin dejar huella, era el primer paso de Dread Pirate Roberts para la construcción de una sociedad más igualitaria y justa. El delirante bazar llamado Silk Road en la deep web (el gigantesco espectro de internet no indexado que es miles de veces más grande que el web “superficial”) era una teoría económica puesta en acción. Este sitio, que habría de volverse un imperio (con más de un millón de usuarios registrados y en el que circularon más de mil millones de dólares), le generó en menos de tres años cerca de 20 millones de dólares en ganancias netas a su creador, Ross Ulbricht, quien bajo el nom d’internet Dread Pirate Roberts o dpr , administraba las operaciones comerciales del sitio pero también lo utilizaba como tribuna para predicar sus ideas, inspiradas en el trabajo del economista austríaco Ludwig von Mises. Ahí Ross estableció contacto con un agente de la dea, Carl Force, quien se hacía pasar por Eladio Guzmán, alias Nob, un supuesto narco puertorriqueño. A pesar de que Ulbricht sabía que numerosos agentes trataban de infiltrar el sitio, Nob logró convencerlo de la autenticidad de sus credenciales en el mundo del crimen y se ganó su confianza. Al poco tiempo tenían algo parecido a una amistad. Nob le aconsejaba cómo manejar el negocio y cuando dpr comenzó a desconfiar de uno de sus empleados, Curtis Green (primero se enteró de que había sido arrestado, por lo que temió que lo hicieran confesar, y después, porque aparentemente se había robado el equivalente a 350 mil dólares en Bitcoin), le ofreció eliminarlo por 80 mil dólares.
¿Ideólogo o demagogo? De ser esto cierto, en el momento en que el miedo y la paranoia llevaron a Ross a aceptar la propuesta de Nob, el idealismo de Silk Road se desplomó y sólo quedó una corporación criminal. Según Joshuah Bearman, en su artículo de Wired, no le tomó demasiado tiempo a Ulbricht decidir la ejecución de uno de los miembros de esta comunidad. Podemos suponer que la distancia imaginaria entre el mundo real y el digital podría hacer que parezca menos grave ordenar matar a alguien en línea; sin embargo, semejante decisión parece totalmente ajena a la naturaleza de Ulbricht, quien vivía en una austeridad extrema y jamás fue violento. Con la fama y el éxito se multiplicaron los problemas: spammers, ladrones, el fluctuante valor del Bitcoin, hackers hostiles que buscaban extorsionarlo (a veces tenía que pagar 50 mil dólares al mes por protección), sitios competidores agresivos y ostentosos, como Atlantis, y ataques rutinarios de negación de servicio. For-
ce le envió fotos de Green “muerto” y cobró el resto de su comisión. Tenía ahí ya suficientes pruebas para meterlo a la cárcel, si sólo lograba descubrir su identidad. A este falso asesinato siguieron supuestamente otros, como uno encargado a un presunto pandillero de los Hell Angels para eliminar a un extorsionador por 150 mil dólares. La paradoja es que estos presuntos crímenes no están incluidos en sus cargos, sino que fue condenado por tráfico de drogas y documentos, lavado de dinero y hackeo.
Huellas imborrables Ulbricht era un programador autodidacta y construir un sitio de esta magnitud estaba muy por encima de sus habilidades. Eventualmente el sistema filtró referencias que llevaron a investigadores del irs , dea y fbi a localizarlo a él y a los servidores de Silk Road. Una de las piezas del rompecabezas fue el descubrimiento realizado por Homeland Security de una orden de identificaciones falsas con las que Ulbricht pensaba contratar más servidores. Los agentes aseguran que descubrieron una dirección de correo en un foro especializado, una ip que coincidía con la de un café internet desde donde se había tenido acceso a Silk Road, un perfil en LinkdIn, y más pistas que, gracias a la suerte y a Google, revelaron la identidad de Ross, quien fue arrestado el 1 de octubre de 2013 en una biblioteca mientras tecleaba como dpr. No son pocos los expertos que no creen que una investigación semejante sea realista.
Justos y pecadores Después de un controvertido y tumultuoso juicio, Ulbricht fue sentenciado a cadena perpetua el pasado 29 de mayo, un evidente castigo ejemplar. Mientras tanto, el agente Force, quien precipitó el colapso de Ulbricht, se declaró culpable en junio de haber robado 820 mil dólares en Bitcoin durante la investigación. Asimismo, el agente del servicio secreto, Shaun Bridges, aceptó haber robado y lavado dinero en este caso. La familia Ulbricht creó el sitio freeross. org y sigue luchando por una apelación y un nuevo juicio • *En la anterior entrega equivocadamente me referí a Russ Ulbricht en vez de Ross Ulbricht. Pido una disculpa. Viñeta de Juan Puga
TOMAR LA PALABRA
El buey voló
JORNADA VIRTUAL
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........ ARTE Y PENSAMIENTO
Germaine Gómez Haro
Alonso Arreola
germaine@casalamm.com.mx
Presencia de México en Photoespaña
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CTUALMENTE, Y HASTA EL 30 de agosto, se presenta en Madrid Photoespaña, festival internacional de fotografía que este año está dedicado de forma monográfica a Latinoamérica. Este magno evento –uno de los más prestigiados del mundo– acoge 101 exposiciones con la participación de 395 artistas: 206 latinoamericanos, 104 españoles y ochenta y cinco de otras dieciocho nacionalidades. La presencia de la fotografía mexicana con tres espléndidas muestras ha dado mucho de que hablar. Lola Álvarez Bravo está siendo apenas descubierta en España y la exposición organizada por la Fundación Televisa con obras de su vasta colección es una de las más visitadas en el Círculo de Bellas
Artes. En ese recinto se presenta también la muestra Kinderwunsch, de Ana Casas Broda, fotógrafa nacida en Granada, España, en 1965, de madre austríaca y padre español, que radica en nuestro país desde 1974. Su trabajo ha versado sobre temas relacionados con la memoria, los orígenes, las mujeres de su familia y, a través de ellas, estudios de género. En 2006 comenzó a trabajar el proyecto que ahora presenta, inspirado en sus reflexiones en torno a la infertilidad, el embarazo y la maternidad, tribulaciones personales por las que la propia creadora había transitado. A eso se refiere el título de la serie en alemán: el deseo de tener niños. La maternidad es un tema poco habitual en el género fotográfico, y mucho menos común en el sentido en el que Casas lo aborda. La artista nos lleva por un recorrido diríase autobiográfico, a manera de diario personal, por diversos momentos vividos en la infancia en los que la nostalgia, los miedos y las inseguridades la llevan a explorar rincones recónditos de su alma. Sus embarazos tan esperados son tema de imágenes potentes, a la vez crudas por su inmediatez y altamente poéticas por la carga emocional que destilan. En las fotografías con sus niños se palpa un proceso de búsqueda de la identidad, la indagación de los afectos y de sensaciones intensas, el vaivén de la memoria entre el pasado y el presente, la conciliación entre el amor y el vacío. Ana Casas entrevera sus poderosas imágenes con textos de su autoría que, quizás a manera de catarsis, se traducen en sus fotografías como una especie de rituales introspectivos que hilvanan las diversas escenas inconexas entre sí con el frágil hilo de los recuerdos. El CentroCentro Cibeles, otrora el portentoso Palacio de Comunicaciones, alberga la exhibición Develar Detonar. Fotografía en México ca.2015, una nutrida muestra integrada por cincuenta y dos fotógrafos mexicanos en su mayoría emergentes, de diversas edades y procedencias regionales. Esta exposición fue curada por la propia Ana Casas Broda junto con Gabriela González Reyes y Gerardo Montiel Klint, creadores del proyecto Hydra, cuyo objetivo es promover la creación, la gestión y la promoTziklán, Romeo Dolorosa ; arriba: Acción iii , Ana Casas Broda
ción, tanto cultural como comercial, de la producción fotográfica emergente. Los curadores proponen una lectura abierta de esta muestra que no está dispuesta en forma temática ni estilística, sino que pretende mostrar el discurso de cada creador a partir de narrativas locales y personales y de sus propias posturas políticas, sociales y estéticas. Resulta significativo que, en su gran mayoría, los exponentes coinciden en la necesidad de plasmar aspectos de realidades de gran actualidad en nuestro país, como la violencia, con sus consecuencias que encarnan el dolor y la desesperanza; la atención sobre el paisaje ecológico y urbano planteado a partir de la tensión entre la naturaleza y la civilización, y entre lo real y lo artificial; la recurrencia a temáticas sociales complejas, como la migración y las mujeres de Juárez; la reflexión sobre el cuerpo y el género en cuestionamientos sobre la sensualidad, la sexualidad y la homosexualidad; el imaginario colectivo y el regreso a los orígenes en la dicotomía tradición/modernidad y pasado/presente. La miríada de imágenes cargadas de significados psicológicos y antropológicos nos revela el compromiso de los jóvenes fotógrafos que asumen una mirada crítica sobre su entorno para construir y deconstruir la realidad actual en todas sus facetas. Desde el punto de vista estético, se combinan sutilmente lo bello y lo obsceno en metáforas de la realidad descarnada. Hay imágenes que nos tocan en lo más hondo pues, como en un juego de espejos, nos vemos irremediablemente reflejados en ellas •
Betsy Pecanins, Ave Phoenix
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icho en plan soporífero, la voz es el sonido que produce el aparato fonador del ser humano (laringe, faringe, cuerdas vocales). Algo que también se aplica a muchos animales, pues sería un paso previo al lenguaje, a un código formal. Pero la voz es, igualmente, una posibilidad poética del mundo inanimado (se nos ocurre, verbigracia: “la piedra canta su tedio al fondo del estanque”). O es una opinión: la voz del pueblo. Hay, por otro lado, voces gramaticales y, por supuesto, voces musicales (las distintas notas de un acorde o las sierpes melódicas del contrapunto).
De sus significados, empero, el que más nos importa este domingo de julio, lectora, lector, es el de la voz como representación de lo que somos. De todo lo que somos. Nos referimos a ese hallazgo esporádico que tanto cuesta descubrir, pieza a pieza, y que al delinearse nos da un mejor lugar en el universo. Ese tesoro por el que los maestros impulsan a sus discípulos: autoconocimiento, maduración, definición de una voz individual sea cual sea nuestro arte, oficio o profesión. Esa conquista lenta y dolorosa que idealmente nos representa. Visto así, los músicos podrían poseer dos voces: la que sale de su instrumento (incluida la garganta) y la que viene de su ser artístico, de su personalidad. Una no determina a la otra aunque se comunican y reflejan. En su “independencia” encontramos el motor de discusiones acaloradas en las que luchan los nombres de virtuosos contra los de quienes, sin poder ampliar su rango ni alcanzar tesituras extremas, sin lograr las mejores afinaciones ni la dicción más inteligible, nos sumergen en abismos de mayor emoción. Todo eso pensamos el otro día escuchando a Betsy Pecanins, una cantante y compositora que ha transitado con gracia por ambos caminos y que, tras un período de renacimiento, ha recuperado los escenarios que solían albergarla. El asunto es éste: luego de décadas liderando el blues femenino de México, la nacida en Arizona se guardó por meses debido a una rara y prolongada enfermedad neurológica que la hizo desesperar (disfonía espasmódica). Afortunadamente, a finales de 2013 comenzó la reconstrucción de su voz artística impulsada por los obstáculos que se iban imponiendo a su voz de cantante. Digamos que además de acumular valor y ser perseverante, Betsy se sumó al selecto grupo de quienes se hacen mejores frente a las limitaciones. Nació entonces Ave Phoenix (alusión al mito y a la tierra que la vio nacer al norte de la frontera), un proyecto que alcanza su cenit este año. Imposibilitada de cantar como antes, decíamos, Pecanins compuso música notable, cachonda y sofisticada para sostener textos de colegas brillantes (Jaime López, Frino, Rafael Mendoza, Magali Lara, David Huerta, Guillermo Briseño, Rocío Carrillo, Roberto González), a quienes aborda con un spoken word flexible. ¿Por qué lo escribimos en inglés? Porque la traducción palabra hablada no cubre las sutilezas inherentes a un género en boga que no es rap ni hip hop, que hace rima y versifica pero que flota libre con una leve dramatización, casi siempre hija del crooner y el cabaret.
Acompañada por sus aliados-familia de siempre (Mónica del Águila en el chelo, Felipe Souza y Jorge García Montemayor en las guitarras), más Alfonso Rosas en el bajo, Héctor Aguilar en las percusiones y Julia González Larson como apoyo vocal, el Ave Phoenix, de Betsy Pecanins, sonará en el Teatro de la Ciudad el próximo sábado 29 de agosto (el boleto más caro no llega a los 250 pesos). Ello nos entusiasma pues ahora podremos conocer a una artista nueva a partir de otra bien conocida y respetada, lo que no sucede comúnmente. ¿Vamos? Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.
Colofón rupestre Hace unas semanas nos hicieron llegar el disco La Nopalera, con portada del gran Jazzamoart. Se trata de diecinueve canciones remasterizadas que compendian lo hecho en cuatro discos de vinil por aquel colectivo de mismo nombre de los años setenta y ochenta en el que trabajaran destacados cantautores e intérpretes, como Marcial Alejandro, Ar turo Cipriano, Cecilia Toussaint, Maru Enríquez y Gerardo Bátiz. Junto a ellos también grabaron Guillermo Briseño, el grupo Sacbé, la Camerata Punta del Este y muchos músicos más, todos interesados en llevar a la música mexicana los sonidos del folclore sudamericano, el jazz y la música clásica. Editado por Fonarte Latino, representa un acto de justicia histórica para melómanos nuevos y para quienes nunca pudieron conseguir aquellos acetatos. Tenerlo es fácil. Se puede escribir directamente a su productor y principal responsable, Arturo Cipriano: ciprianodonte@gmail.com •
BEMOL SOSTENIDO
@LabAlonso
ARTES VISUALES
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ARTE Y PENSAMIENTO ........ Ana García Bergua
26 de julio de 2015 • Número 1064 • Jornada Semanal
Jorge Moch tumbaburros@yahoo.com @JorgeMoch
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ACE UNAS SEMANAS PRESENTAMOS en la Cineteca Nacional, dentro del ciclo de charlas sobre cine británico, la extraordinaria película The Comfort of Strangers, del director Paul Schrader, basada en la novela homónima del escritor inglés Ian McEwan, autor de la célebre Expiación. El guión de The Comfort of Strangers fue escrito a su vez por el dramaturgo, guionista y actor inglés, Premio Nobel 2005, Harold Pinter. Y no sólo eso: en el reparto de la película figuran dos grandes actores: el estadunidense Christopher Walken, famoso por sus incontables papeles de malvado, y Helen Mirren, también inglesa, de la que conocemos su interpretación de la reina Isabel, pero más notablemente, la de la detective principal de la serie Prime Suspect. Los papeles principales están a cargo de la finada Natasha Richardson y Rupert Everett. The Comfor t of Strangers, realizada en 1981, trata de una pareja de ingleses que viajan a Venecia a dirimir el destino de su relación como amantes. Ella, Mary, tiene dos hijos de una pareja anterior y él, Colin, es un hombre callado y extremadamente hermoso, si bien ella también lo es. Ambos son actores, aunque sus carreras no parecen haber despegado y parecen encontrarse en una especie de punto muerto vital, en una encrucijada que de alguna manera detiene sus proyectos. En sus recorridos por Venecia conocen a Robert, el personaje que en la película encarna Walken, un hombre oscuro, autoritario y seductor, que toma fotografías de Colin y que junto con su pareja Caroline (Mirren), los va envolviendo en una trama siniestra. No es fácil encontrar buenas adaptaciones de novelas al cine. Por ejemplo, en esta presentación comentamos con el narrador Mauricio Montiel Figueiras, actual titular de la Dirección de Literatura del inba que organizó este ciclo con el Consejo Britanico, que la versión fílmica de Expiación (2007), aunque muy bien hecha, no pasa de ser una ilustración cuidadosa de la novela. En cambio, el trabajo de Harold Pinter a la hora de condensar la tensión ya admirablemente planteada por Ian McEwan en el encuentro de estos personajes cómodos con sus vidas, a pesar de todo, con algo que dispara una especie de locura subyacente, una oscuridad presente detrás de su relación, añade a la novela otra dimensión y hace de la película otra obra de arte, distinta de la novela que dio origen a su trama. En una de las primeras novelas de McEwan, Enduring Love (se tradujo en A n a g r a m a c o m o A m o r p e rd u ra b l e ) , u n científico que lleva una vida en apariencia tranquila es víctima de un enfermo del síndrome de Clerambault, una enfermedad mental que consiste en creer obsesivamente que la otra persona está enamorada de ti. La vida de este hombre se transforma en una pesadilla. Las novelas de McEwan abordan estas relaciones surgidas de quién sabe qué mandato inconsciente, una especie de atracción fatal, predestinadas a la tragedia. En The Comfort of Strangers, McEwan coloca un explosivo similar en la relación
entre Colin y Mary con el sombrío Robert, víctima de un padre refinado y violento, que vive con su esposa Caroline una relación de perversión en un ambiente refinadísimo. En la película, la dramaturgia de Harold Pinter intensifica el sentimiento absurdo de la tragedia, y el director incluye como personaje la ciudad de Venecia, que en la novela es un poco borrosa, planteada más como un territorio en el que Colin y Mary se van jugando la relación, una bella ruina. Quizá Schrader y Pinter aprovechan para retomar la tradición inglesa del viaje a Italia como un despertar del erotismo frente a la belleza –pensemos por ejemplo en e . m Forster–, y si bien la novela de McEwan no juega tanto en este terreno, la película no puede dejar de sustraerse a la sensualidad sombría de los personajes. Asimismo, la música de Angelo Badalamentti alterna el tono de la tragedia –en algunas partes evoca la música de El padrino, de Coppola– con el registro del humor siniestro de Twin Peaks, la serie inolvidable de David Lynch de cuya música Badalamentti es también el autor. En este sentido, la película plantea una estética propia y pone a actuar a la belleza como un elemento más de la tragedia, lo que incluye el vestuario de Giorgio Armani que, si recuerdo bien, no era tan famoso ni comercial en 1981. Comparar la novela y la película suele ser un ejercicio no sólo interesante, sino muy disfrutable. Yo les recomiendo mucho que lean y vean The comfort of Strangers. No se arrepentirán •
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UÁNTO TIENE QUE ECHARSE a perder un país para que sus ciudadanos decidan constituirse en autodefensas. Cuánta podredumbre puede soportar una sociedad cuyas fuerzas armadas, trucadas en rudas policías sin habilidad para lidiar con civiles, irrumpen en un barrio, asesinan en palmarias ejecuciones extrajudiciales, “levantan” para engrosar los índices de esa tortura que es la desaparición forzada o simplemente amenazan, golpean e intimidan a activistas sociales, periodistas, ciudadanos inconformes y a cualquiera que se oponga a los imperiales designios reformistas del papanatas de la imposición trasnacional. Cuánta corrupción necesita el tinglado para que uno de los pocos presuntos beneficiarios de esas reformas sea un cuñado del expresidente que apadrina el tianguis. Por faltas harto menores que esos lamentables espectáculos de corrupción aguda que brincan por todos lados, en muchos lugares del mundo ya hubieran consignado a funcionarios en activo o exfuncionarios cabilderos en lo oscurito. Hay países donde la corrupción se castiga con el fusilamiento. Otros, como el nuestro, son obsequiosos: garantizamos empleo y jugosos negocios a lo más granado de la porquería. Seguimos premiando la escoria. Somos indolentes, agachados y a veces lamentablemente rastreros. Tememos confrontarnos. En la mayoría de los países más o menos civilizados y boyantes cuya ruta crítica se nos dice que estamos siguiendo, los derechos humanos han logrado ser preservados y tenidos muy en cuenta como eje rector de la convivencia pública porque una sociedad que no se respeta en temas elementales no puede crecer en otros ámbitos. En muchos de esos países, por muchísimo menos que los actos de barbarie en que se han visto involucrados elementos de las fuerzas del orden mexicanas, habrían cesado fulminantemente a los símiles corresponsables de nuestro secretario de la Defensa Nacional, el director de la Policía Federal y hasta el presidente mismo. Pero acá el sello de cualquier abuso de autoridad o acto de lesa humanidad, como en los negociazos de esa corrupción mafiosa que todo enmarca, es la impunidad. Las fuerzas armadas y policíacas en México están vinculadas, directamente como perpetradoras e indirectamente como patrocinadores o por deliberadas, lamentables omisiones a terribles masacres y sus subsecuentes y concienzudas campañas de limpieza cosmética y control de daños que nada tiene que ver con restituir a las víctimas un ápice de lo arrebatado: Acapulco en 1967, Tlatelolco en 1968, el halconazo en 1971,
los muertos del Río Tula en 1981, la matanza del rancho El Mareño en 1985, la matanza de El Charco en 1988, Llano de la Víbora en 1991, Aguas Blancas en 1995, Acteal en 1997, los asesinados en El Bosque en 1998, Agua Fría en 2002 y así hasta llegar a las más recientes masacres como Ayotzinapa en 2014 o este negro 2015 que colecciona carnicerías como las de Tlatlaya, Apatzingán, Tanhuato, Zacatecas y Ostula, todo ello sin contar desde luego décadas de represión, censura, guerra sucia y de baja intensidad no contra un enemigo extranjero, explicación primordial por la que se justifica la existencia de las fuerzas armadas, sino contra la gente que protesta cuando se vulneran sus derechos y su patrimonio. Allí los Altos de Chiapas en 1995 lo mismo que San Salvador Atenco durante el sexenio desperdiciado del foxismo. En lugar de atención a los problemas de la ciudadanía, el gobierno mexicano históricamente ha contestado con la culata al hombro o echando mano del granadero y el soldado, paradójicamente salidos muchas veces de los mismos estamentos sociales que violenta. Y hay que sumar, claro, los cuantiosos daños colaterales de la guerra contra el narco. Mientras tanto, la corte mediática del emperadorcito en turno invariablemente se dedica a lavarle la sangre de la jeta, degradando el oficio periodístico a la repugnante tarea de limpiaculos del régimen putrefacto. Hace unos días el Ejército y la policía sumaron a su mecapal la muerte de un niño en Ostula; los medios oficialistas trataron de esconder el color del uniforme, “grupos armados que habrían disparado…”, dijeron. Sí, grupos armados pagados con tantísimos impuestos que nos esquilman. Grupos armados que en la teoría se juran guardianes de la paz y la integridad de los mexicanos. Pero no de todos… sólo de aquellos que tienen dinero e influencias: la “gente bonita”, la mafia política o la Nomenklatura. Para ellos carantoñas. Para el resto de la perrada, en el mejor de los casos, golpiza o cárcel •
CABEZALCUBO
Degradación
PASO A RETIRARME
La novela y la película
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Jornada Semanal • Número 1064 • 26 de julio de 2015
........ ARTE Y PENSAMIENTO
Orlando Ortiz
Luis Tovar @luistovars
¿Género en vías de extinción? (i de iii) OMO RECURSO NARRATIVO, las cartas son una técnica ya poco utilizada pero sin lugar a dudas cargada de posibilidades para alcanzar verosimilitud. La recepción de una epístola en medio de una trama genera expectativas múltiples: dentro del sobre hay ¿buenas o malas noticias?, ¿mensaje agradable o repulsivo? ¿alegría o tristeza?, ¿desgracia?, ¿buena fortuna?, ¿confirmación o disolvencia de alguna sospecha?, ¿inicio de alguna aventura, que puede ser amorosa o de cualquier otro tipo?... En fin, las posibilidades son muchas, sin ser infinitas. Algo más, la misiva es una “invitación” a husmear en la intimidad no sólo del emisario sino también del receptor. Este solo elemento es suficiente, me pare-
ce, para funcionar como “gancho” e invitar a continuar con la lectura. Un caso objetivo de las posibilidades de las cartas en las novela lo tenemos en Las amistades peligrosas, de Choderlos de Laclos; novela armada con 175 misivas, precedidas por un “prólogo” en el cual el “editor” nos comunica que la voluminosa obra “contiene sólo un reducido número de las cartas que componían la totalidad de la correspondencia de la que fueron extraídas”. (Entrecomillé prólogo y editor porque en realidad no lo son, pues forman parte de la trama, es decir, es un recurso utilizado por el autor para contarnos lo que considera conveniente que sepa el lector, para aumentar la credibilidad de su relato. Como se recordará, el recurso de “lanzar la historia y esconder la mano” fue bastante utilizado en otros tiempos por los novelistas.) Al parecer esta técnica era muy efectiva en las novelas del xviii , pues tengo referencia de otra novela, La historia de la señorita von Sternheim, de Sofía de la Roche, también escrita en forma de cartas. Esta obra la menciona Ernst Hartung, editor de la correspondencia íntima de j.w. Goethe. Victoriano Salado Álvarez, si mal no recuerdo, recurrió a lo epistolar para integrar uno de los volúmenes de sus Episodios nacionales, “aclarando” previamente que los textos llegaron a sus manos vía un mercader de libros y papeles viejos; don Victoriano, al revisar lo que le ofrecía este “papelvejero” (¿valdrá esta palabra?) distinguió algunos firmados por Fidel (Guillermo Prieto) y otros por El Nigromante (Ignacio Ramírez) y no lo pensó más, pagó por el tambache de documentos, entre los cuales halló otras cartas de interés y firmadas por personajes de su obra. Podrían citarse otras novelas pero no tiene caso. Baste con señalar que hay numerosas muestras en las que las misivas han sido utilizadas como recurso narrativo. Por otra parte, también hay libros que recogen verdaderas epístolas, es decir, el intercambio postal entre algún autor o per-
sonaje importante, con alguno o varios de sus pares, o con simples amigos o familiares. En este caso la relevancia y el interés que despiertan rebasan el aspecto literario pues se añade el carácter documental y vital del texto. Las cartas de este tipo despiertan el interés del lector porque sabe que ahí no hay florituras estilísticas ni ocultamientos, que en ellas encontramos el alma desnuda de los autores, nos asomamos a la intimidad de los corresponsales, a la sinceridad de sus sentimientos e ideas, a sus desgarramientos, así como también a las pequeñeces e insignificancias más (valga la paradoja) significativas. O también a la falsedad y los asomos de traición. Son numerosos los volúmenes que recogen el intercambio epistolar de personajes significativos en la literatura, la política o las artes en general. En todos ellos encontramos huellas de lo que debieron ser en verdad y no de la imagen armada a modo que nos han legado sus biógrafos. Habrá quienes piensen que ese es un riesgo, pues tales revelaciones pueden despojarlos del bronce que los cubre, pero... creo que también todo lo contrario: puede ubicarlos en sus dimensión humana. En pretéritos tiempos no hacían falta grandes distancias para que alguien redactara unas cuantas líneas que enviaba con un propio a la o el destinatario de sus expresiones y afanes. Todavía a mediados del siglo pasado el intercambio postal era el medio más utilizado para estar en comunicación con familiares amigos, o el ser amado. El medio era tan fuerte, que la llegada del telégrafo (el “tuiter” de entonces) no lo desplazó. Sin embargo, la llegada del teléfono redujo en gran medida la costumbre de mandar cartas a familiares o amigos, estuvieran lejos o cerca, pero no la eliminó. Última hora: El Ayuntamiento de Tampico suprimió los premios “Efraín Huerta” de poesía y “Rafael Ramírez Heredia” de cuento, también la Feria del libro. ¿Por fobia a la cultura, o le echará la culpa al presupuesto base cero? • (Continuará…)
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ODO INVITA A PENSAR que lo sucedido en Stockholm bien podría acontecer en un sitio como la otrora muy noble y leal Ciudad de México, o precisamente allá, en la septentrional ciudad capital de Suecia, pero lo mismo en cualquier otra metrópoli postfinisecular, postnihilista y postpostmoderna, póngase por caso Berlín, Ámsterdam, París o alguna otra de esa Europa que, como bien ha puntualizado Immanuel Wallerstein, hace muchos años que vive –mejor dicho sobrevive o, más rotundamente, languidece, aclararía un pesimista lúcido como el propio Wallerstein– enferma de sí misma y contagiando con el virus de su decadencia y desencanto envueltos en consumismo inmediatista tanto a la periferia de su jurisdicción territorial –dígalo si no la doblegada sociedad griega– como a otras marginalidades geopolíticas de oídos encantados por la tonada hamelinesca de un bienestar baldado por la naturaleza exclusivamente material de aquello que lo constituye. Pero es en Madrid, entonces, como puede ser en otra de tantas urbes donde lo que más medra sobre el asfalto y el cemento interminables son las flores agrias del anonimato sin remedio, la insolidaridad sin cura, la fugacidad inmensurable de tan breve, pero también, y en complemento, la disipación constante de las horas que no sean obligadamente dedicadas al trabajo o a lo que más se le parezca; también el fruto ácido de la desolación callada y oculta, pero nunca disminuida, detrás del vaso con ginebra, los pases y los porros, la antimúsica del antro, meticulosamente concebida para no hablar y no pensar; pero también, y sobre todo, el ansia que a veces no sabe de palabras sino solamente de miradas que quieren asirse del vacío, pero que cuando sabe hablar sólo es para salir de cacería, rondar la presa, tomar aquello que considera debe ser suyo y luego desechar los restos de un festín que de todos modos no la llena porque al día siguiente, más bien a la otra noche, es evidente que el agujero sigue intacto y una vez más hay que buscar con qué llenarlo, anillo de Moebius de la satisfacción individual que es copia exacta de la colectiva y, como ésta, permanece siempre insatisfecha por culpa de esa necedad vivida como necesidad y alimentada exclusivamente con materia, en este caso, la que constituye el ser del Otro, o mejor dicho al contrario: el otro Ser. Qué importa el nombre, entonces: no es ella en especial, ni es la ella, sino apenas una ella, como tampoco es él sin que al pronombre lo anteceda un artículo tan indeterminado como el propio él, de quien tampoco importa el nombre, uno que sale de su nada y a su nada vuelve y eso es lo que busca, no el apelativo de la presa porque detrás del vocablo está la gente y ésta encierra, al menos en potencia, una historia, intereses, emociones, sentimientos, todo eso para lo que no hay espacio, salvo como simulacro, en una casa que permanecerá tajantemente ajena por más que una vez se duerma en ella, en unas sábanas entibiecidas nada más a medias, en una donación del cuerpo que tal vez no llegue ni a eso porque no se trata de dar sino de tomar lo que se pueda: el tiempo, la aten-
ción, el deseo, la carne de otro u otra; qué importa, se dice el cazador, que cuando el momento de la fugacidad asediada voluntariamente haya concluido su caricatura, sobrevenga el peso de la eternidad malsana que transcurre entre que uno se levanta de la cama y una ella desaparece para siempre de la vida de uno. Por eso tampoco cabe la excepción: no se es anónimo de a gratis, los costos del aislamiento colectivo son más altos y más duros de evadir que los de una tarjeta de crédito, y por eso no se vale andar traicionando el espíritu desapegado con el que los ciudadanos de Madrid como los de Estocolmo, Berlín, Ámsterdam, París o Ciudad de México –da lo mismo–, andan por las calles provistos de una coraza hecha del resistente material conocido como simismo o unomismo, aleación indisoluble de soledades mal llevadas, negación de los fracasos, claudicación de búsquedas que sobrepasen los límites escuetos de una-noche-más, y uno que otro evento inesperado, fortuito, ajeno a la rutina, del que no se saca nada que no sea la confirmación de que más vale no comprometerse, con nada pero con nadie sobre todo, y sobre todo en estos tiempos en los que la única cosa de veras permanente pareciera ser la muerte. Stockholm (2013), dirigida por Rodrigo Sorogoyen, escrita por él mismo en compañía de Isabel Peña, protagonizada por Aura Garrido y Javier Pereira •
CINEXCUSAS
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Triunfo y derrota de unomismo
PROSAÍSMOS
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ENSAYO
28 de junio de 2015 • Número 1060 • Jornada Semanal
El Berlín de Esther Andradi L
a primera vez que tuve noticias de Esther Andradi fue por su libro Vivir en otra lengua, volumen que recopila textos de autores latinoamericanos residentes en ciudades como Lausana, París, Berlín o Roma, y que refieren su experiencia de escribir en una lengua distinta de la del lugar de su exilio. Estos autores problematizan lo que implica para su escritura una condición bífida: la de quien se aísla en la cápsula de la lengua nativa para convertirse en otro (quizás más puro), que sueña o se sumerge en las aguas profundas de sus orígenes. Es el caso de la propia Esther Andradi, argentina que reside en Berlín, ciudad íntimamente ligada a su historia. Nacida en Ataliva, en la provincia de Santa Fe, Argentina. Estudió Ciencias de la Comunicación en Rosario y en 1975 se trasladó a Perú donde se dedicó al periodismo escrito y publicó su primer libro. Allí le correspondió vivir el derrumbe de la sociedad tradicional de este país, de lo cual dejó constancia en sus crónicas. Después pasó a Berlín en 1983. Allí compartió con otros extranjeros, y con los propios berlineses, la experiencia de una ciudad herida, divida por un muro cuya caída presenció con asombro. En 1995, Esther regresó a Argentina, a Buenos Aires, donde fue testigo del estallido neoliberal que sufrió su país en 2001. En 2003 volvió a Berlín, ciudad en la que ha echado raíces y se dedica a la escritura, donde vive en otra lengua. Esther Andradi forma parte de ese crisol de pueblos y culturas que le asignan a Berlín un carácter mestizo, diverso, tan vital como debió ser la Buenos Aires a la que llegó su abuelo sirio a comienzos del siglo XX , y a quien ella se refiere en una entrevista: “Mi abuelo el árabe llegó a Argentina sin conocer una palabra de castellano. Dicen las lenguas familiares que en Buenos Aires sus paisanos le dieron una maleta con artículos para vender que él tiró por ahí porque le avergonzaba su español insuficiente y siguiendo las vías del ferrocarril llegó a una colonia de inmigrantes
Consuelo Triviño Anzola donde iba a conocer a mi abuela. La colonia se llamaba Nuevo Torino, de modo que el castellano por cierto tampoco era su fuerte […] De esa mixtura piamontesa y árabe, dialecto de Oms, nació mi padre y sus diez hermanos, a la sazón los tíos de mi infancia, de las fiestas de la yerra y de los chistes verdes en piamontés. Porque fue la abuela quien legó su lengua a la familia, mientras el abuelo relegaba su idioma y enterraba la nostalgia.” Esther Andradi ha colaborado en prestigiosas publicaciones, como Letras Libres, Página 12 y La Jornada Semanal, con textos que son a la vez el testimonio de vidas anónimas y mínimas. De uno de sus artículos rescato esta cita que da cuenta de lo que para ella representa la palabra: “Atiborrados, cansados, atribulados de mensajes publicitarios, dominicales, diarios, televisivos, estrambóticos, los consumidores de imágenes decidimos por una vez comprar aquello que instala una demanda desde el corazón. Y apretamos la letra entre los dedos. En este siglo de estridencias la palabra vale por mil imágenes. Cuidado con su fuerza. Como el boomerang, vuelve.” (Letras Libres, 2006). En reportajes, entrevistas, cuentos, novelas y testimonios Esther Anradi refiere momentos clave de su vida, de la historia y de su experiencia de la ciudad. Sus textos híbridos están cargados de sugerencias. En ellos importa tanto lo dicho como lo no dicho. El estilo es poético y de estructura precisa: una combinación de la fuerza y la belleza que conmueve al lector. Mi Berlín, que acaba de publicar en España la editorial Mirada Malva, recoge artículos suyos entre 1983 y 2014, escritos en esta ciudad o sobre esta ciudad. El primero de ellos está dedicado al hundimiento del barco llamado Amor, que cruzaba el río Spree y que pertenecía a la antigua RDA y era utilizado también por los residentes de la RFA . El libro se cierra con un texto conmemorativo, tras veinticinco años de la caída del Muro. En resumen,
Berlín es el lugar donde ha vivido lo escrito y escrito lo vivido. Compenetrada con personajes, espacios y momentos, ha sabido trasladar con maestría a la escritura la materialidad de la lengua, a través de su experiencia de los lugares y de las personas que han llamado su atención. Lo que rescata Esther Andradi es la verdad poética, tanto en sus crónicas, como en sus narraciones, como en Berlín es un cuento (Novela, 2007), donde la protagonista se apoya en un sentido de pertenencia, en la riqueza que trae desde su punto de origen: “¿Qué sería de ella sin la poesía, si le faltasen el par de libros que trajo en su maleta? ¿Qué sería de ella si nadie nunca jamás le escribiera una carta en su idioma?” Del mismo modo, en Sobre vivientes (2001) libro de progresión sutil y escritura delicada, habla de un ir y venir por los “espacios del desastre y la esperanza”, es decir, de su país, Argentina, como sugiere su compatriota Mempo Giardinelli; y en Come, este es mi cuerpo (1991) evoca la infancia a través de los sentidos, especialmente de los sabores, mientras que en Tanta vida (1998), como señala Luis Fayad, se suceden trozos de una intimidad que se les revela a los demás y que resultan ser rescate personal, un espejo para mirar los momentos que llenaron el paso de los años. Así, la elección de los temas, tanto en sus crónicas como en cuentos y novelas, parece azarosa, mientras que sus hallazgos son siempre de hondo contenido humano y excepcional sensibilidad. Comprometida con las causas sociales: feminismos, las asimetrías sociales, las contradicciones y paradojas de la vida, Esther Andradi pone en evidencia la irracionalidad de ciertas instituciones del Estado, así como la doble moral y las mentiras del discurso político. Por encima de los obstáculos a los que se enfrentan los que viven en otra lengua, ella vislumbra la capacidad de los seres humanos para sortear la pobreza o la injusticia, más allá de los estereotipos y de la demagogia que los desfiguran, cuando no los ignoran •
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