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■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 26 de octubre de 2014 ■ Núm. 1025 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

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ElEnita (EntrEvista con ElEna Poniatowska) Paula Mónaco Felipe


26 de octubre de 2014 • Número 1025 • Jornada Semanal

bazar de asombros Radio aRmenia Siempre de lado de la justicia y de la equidad, siempre en defensa de la libertad, siempre del lado de los que no tienen voz y de los que necesitan más. Así han sido la vida y los trabajos de la escritora Elena Poniatowska. Colaboradora frecuen­ te de este suplemento, cosa que nos honra y nos alegra, Elena ha sido un ejemplo de coherencia y de dignidad periodística y literaria. Paula Mónaco Felipe la entrevistó a fondo, aunque Elenita no resistió la tentación profesional de hacerle preguntas a su entrevistadora. Con esta entrevista le rendimos homenaje, no sólo por sus mereci­ dos premios sino por la belleza de su vida entregada a los que no tienen nada y tienen todo. Publicamos además un texto sobre Dylan Thomas y un poema del genial escritor Gales, así como un ensayo de Marco Antonio Campos sobre las crónicas del gran poeta peruano Antonio Cisneros. Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

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n la Unión Soviética había una estación de radio que hacía gala del clásico humor ruso y permitía a la población desahogar un poco sus tensiones y escapar de los rígidos controles del sistema. Funcionaba en Eriván, la vieja capital de Armenia, e ignoro las razones por las que, con fre­ cuencia, lograba burlar la estricta censura y di­ vertir a la población con anécdotas regocijadas y críticas encubiertas. En la época de Jruschev, el humor de este líder gordito y desenvuelto permitió a Radio Armenia transmitir con mayor libertad. Los siguientes ejem­ plos demuestran que había una complicidad no pactada entre el ingenioso líder y la radio humo­ rística. Contaban que cuando se declaró el serio problema del Canal de Suez, que obligó a renun­ ciar al primer ministro británico Eden, el dirigente soviético se encontraba en una fiesta en la em­ bajada húngara. Los periodistas lo rodearon y le preguntaron cuál era la razón de la renuncia del canciller británico. Nikita contestó: “Me han infor­ mado que el elegante diplomático de su majestad renunció por razones de enfermedad.” “¿Qué en­ fermedad?”, le preguntaron. “Yo pienso que se le inflamó el canal.” Otro día informó Radio Armenia que había sido detenido un moscovita por gritar a media noche frente a las murallas del Kremlin: “El gordo está loco.” El gritón fue encarcelado por dos delitos: armar escándalo en la vía pública y di­ vulgar secretos de Estado. Despertaron en la madrugada al Timonel de la Revolución china para informarle que las tropas del Pacto de Varsovia habían invadido Praga. Mao preguntó: “¿Cuántos son?” Más de 60 mil, le contes­ taron. “No pleocupalse, despeltal familia Chang.” Así informó Radio Armenia sobre la tragedia che­ ca. En un programa que los soviéticos gozaron en grande, reprodujeron una anécdota que el propio primer ministro contó: en el año 2050 un niño so­ viético pregunta a su madre quién fue Nikita Jruschev. La madre abre la Enciclopedia Soviética y, después de mucho buscar, encuentra el dato: “Mediocre crítico de pintura que vivió en la época del gran Mao Zedong.”

Hugo Gutiérrez Vega En un programa especial dedicado a los parti­ dos hermanos del mundo, la radio de Eriván infor­ mó que una célula del clandestino Partido Comu­ nista de España que funcionaba en un pueblo al sur de Andalucía, organizó una rifa para allegarse fondos: el primer premio era un viaje a Moscú con todo pagado, por una semana. El segundo premio eran dos semanas. Radio Armenia fue por muchos años un ejemplo de ironía sutil y de crítica habilidosa al sistema au­ toritario. Su desaparición causó una gran pena a los soviéticos, que tenían pocas oportunidades de reír y de burlarse de sus líderes, de sus limitaciones y sus tristezas. Pero es necesario decir que esta Ra­ dio, de alguna sutil manera, coincidía con el pro­ grama que Dubcek llamaba “socialismo con rostro humano”. En Leningrado circulaban clandestinamente periódicos satíricos con caricaturas muy ingenio­ sas, y en algún teatro se lograba burlar la censura con ingenio y astucia. El caso más notable fue El dragón, de Eugenio Schwartz. Esta obra, aparente­ mente para niños, describía una ciudad pequeña gobernada por un terrible dragón. El aventurero idealista Sir Lancelote llega y escucha las quejas de sus habitantes. Reta, pelea y derrota al dragón, pero queda malherido y tiene que ir a curarse a las montañas negras. El alcalde y su hijo, rateros y pí­ caros como cualquier alcalde mexicano, se apro­ vechan de la situación y se nombran vencedores. Lancelote regresa, los castiga y, en la fiesta del triunfo, contesta la pregunta de un niño: “¿Nos he­ mos librado del dragón?”“Del dragón físico sí, pero ahora hay que matar al dragón vive en sus almas enfermas.” La obra fue prohibida, aunque el autor explicó que el dragón era el nazismo, el alcalde y su hijo eran la democracia burguesa y Lancelote el pueblo socialista, pero los espectadores tenían su propia lectura: el dragón era Stalin, el alcalde y su hijo la nomenklatura, y Lancelote seguía siendo el pueblo socialista

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Portada: Elenísima Foto de José Antonio López/ La Jornada

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AntonioCisneros como cronista marco antonio Campos

Foto tomada de: www.la­razon.com

jero o en el propio país, como en “Un tazón de verde”, donde trata a unos compatriotas que trabajan en Na­ goya, Japón, pero viven en “tierra de nadie”; o en “San­ dokan o las memorias de un tour conductor”, en la cual narra sus tareas, no siempre prósperas y dichosas, como guía turístico en Perú y Bolivia; o en aquella otra, donde retrata a la irracional pareja de timadores, que ejercen de cantantes y oradores callejeros (Made in Peru), “Mac­ chu Picchu”, un “cholo descomunal”, y el diminuto “Sou­ venir”, quienes, disfrazados de incas, le toman el pelo a unos alemanes luteranamente dispuestos a creer todo lo latinoamericano que parezca exótico o guerrillero. No menos hilarante es la crónica “Mis hospitales favori­ tos”, que tiene un claro parentesco con su poema “Hos­ pital de Broussailles en Cannes”. En estas crónicas de viaje hallamos su fervor por los hospitales de Londres y Niza (que le dieron tantas alegrías y satisfacciones), sus idas y venidas a ce­ menterios prestigiosos (entre ellos el High Gate, donde yace Marx), las vivencias oscuras ante el Muro de Berlín (el cual no tenía derecho a pare­ cerse tanto, en lo sórdido y si­ niestro, a la propaganda anticomunista), su con­

Nadie que lo haya conocido olvidará a l’enfant terrible y al adolescente de barrio que se unían de una manera del todo natural con el hombre elegante y educado que nunca dejó de ser.

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uando se piensa en Antonio Cisneros (27 de no­ viembre de 1942­6 de octubre de 2012) se asocia de inmediato con el gran poeta que fue, el poeta que no conoció declive, al admirable autor de Comentarios reales (1964), Canto ceremonial por un oso hormiguero (1968), Como higuera en un campo de golf (1972), El libro de Dios y de los húngaros (1978), Crónica del Niño Jesús de Chilca (1981), Un crucero a las Islas Ga­ lápagos (2005). Pero Cisneros fue asimismo un prosista amenísimo, un autor de crónicas y de artículos de re­ cuerdos que reunió en este libro, Ciudades en el tiempo –que acaban de coeditar hace unas semanas La Otra y la Universidad Autónoma de Nuevo León–, donde son admirables su velocidad y precisión verbales, en las que la utilización infatigable del yo no molesta, porque suele ver a los otros y verse a sí mismo con una mirada irrespetuosa e irónica. Cisneros es a la vez la persona y el personaje principales y en torno de él giran los de­ más. En este libro, como en sus poemas, hay una amplia porción de sus experiencias de viaje, momentos únicos que no se borraron del país de la memoria. Cerca ante todo de Londres y Niza, las ciudades, pueblos y puertos que le sirven de fondo, son europeas y americanas, con excepción de Tokio y Nagoya: París y Calais, Berlín y Hamburgo, Budapest y Rotterdam, Nueva York y Berke­ ley, Santiago y Buenos Aires, ciudades peruanas y boli­ vianas con vestigios prehispánicos. Pero sin duda la urbe que lo selló para siempre fue el Londres de fines de los años sesenta con su “jolgorio y liberación sexual”, la ciudad emblemática del hippismo, de la beatlemanía, de las espléndidas minifaldas que robaban la respiración, de las comunas promiscuas... No está de más decir que él sintió la década de los sesen­ ta como la más intensamente suya y Londres representó la ruptura en esa década como ninguna otra ciudad en el mundo. En el libro, Cisneros nos hace familiares lo mismo a poetas y escritores con quienes trató o conversó: Allan Ginsberg, en su primera época rebelde y en la triste y patética declinación final; el poeta inglés Stephen Spen­ der, de una rebeldía honestísima, “enemigo implaca­ ble de las turbas protonazis de Mosley, combatiente de la Brigada Internacional” en la Guerra civil española; el ácido y amargo Guillermo Cabrera Infante, que conocía de memoria el Ulysses de Joyce y estaba enterado de to­ dos los chismes del barrio londinense de Fulham; la cu­ riosa bestseller japonesa, Maicha Tawara, que revolucio­ nó la tanka japonesa introduciendo elementos tan modernos y atractivos como las hamburguesas del McDonald’s y los partidos de béisbol, y opuestamente, vivales y vividores latinoamericanos en Europa. Como Arreola o Monterroso, aun quizás a pesar de sí mismos, o porque esa fue su naturaleza, Cisneros veía simultáneamente de las personas y de las situaciones la doble cara: la real y la cómica. Lo nimio, lo absurdo o lo desatinado lo volvía en ocasiones destellante literatura. Pero sus páginas más divertidas, incluso caricaturescas, suelen ser cuando aparecen los peruanos, en el extran­

movedora visita a la casa de Ana Frank (que relaciona emotivamente con páginas del Diario), sus fugaces en­ cuentros con algunos Premios Nobel (quienes tenían, aun antes de ganarlo, “cara de Premios Nobel”), su es­ quela a la revista Playboy (la cual terminó en “una Disne­ ylandia para adultos”), su culto por la buena comida, su afición por las excelentes tabernas inglesas, sus épo­ cas de esterilidad literaria, las inconveniencias sufri­ das de continuo por ser un fumador empedernido, el alto amor por la esposa Nora y las hijas Soledad y Alejan­ dra, sus soledades y culpas… Nadie que lo haya conocido olvi­ dará a l’enfant terrible y al adoles­ cente de barrio que se unían de una manera del todo natural con el hombre elegante y edu­ cado que nunca dejó de ser. Era un gran personaje que po­ día ser muchos personajes. Al final de la nota intro­ ductoria del libro, Cisneros es­ cribió dos frases que podrían verse como uno de sus po­ sibles epitafios: “Creo que alguna vez fui feliz. Eso me basta.”


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los amorEs entrevista con elena Poniatowska Paula Mónaco Felipe Elenita, como la llaman miles en México, es también Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska Amor. Nació en Francia, en una familia aristocrática descen­ diente de la realeza polaca. Cuando ella tenía diez años, su familia huyó de la segunda guerra mundial y así llegó a México con su madre Paula y su hermana Kitzia. Vio la pobreza por primera vez y dice que su vida cambió para siempre. Fue un remolino que explica todo lo que siguió: la historia de una princesa atípica que se volvió reportera en un país machista y clasista. Shadow, su perro, se cuela por debajo de su brazo. Es enorme, no puede pasar desapercibido pero se mueve con suavidad y así le roba comida del plato. El precioso labrador negro se traga una pasta gratinada y Elena ni se inmuta, es algo que ocurre seguido en su casa. Entonces entra Martina. Ordena con voz firme y el perro sale regañado, directo a su cama en medio de la sala, aunque por la noche duerme en un sillón junto al cuarto de Elena. Vigila sus sueños.

-¿S

iempre tuviste perros? –Siempre. Acuérdate de que mi abuela fundó la Sociedad Protectora de Animales. Yo viví casi con treinta perros que tenían nombres de óperas: Ri­ goletto, Norma, Tosca. A la hora del desayuno les hablaba mi abuelita; a cada uno le tocaba: “tú una flauta”, “tú una concha”, “tú un Garibaldi”, “tú una dona”, así, según los gustos de cada perro. –También has tenido gatos, canarios. –Sí, pero con los canarios sentí que era un grave error porque yo les quería abrir la jaula y parece que es lo peor que puedes hacer porque los matas, no se saben de­ fender. Cuando conocí a Rosario Ibarra de Piedra vino a la casa varias veces y como veía que los niños eran muy ani­ maleros llevaba de regalo tortuguitas chiquitas, conejos, pollitos que invariablemente se morían o se perdían, porque a las tortuguitas si las dejas un ratito en el pasto para que diz­ que les dé el sol, regresas y, despacito, pero ya se fueron.

Una mujer no identificada y las escritoras Elena Poniatowska y Elena Garro en 1968. Foto: Héctor García/ Coordinación Nacional de Literatura de la unam

–A los veintiún años publicaste tus primeras notas. ¿Por qué empezaste a escribir? –Empecé antes, en el convento de monjas en Fila­ delfia. En una revista que se llamaba The Current Literary Coin (El centavo literario corriente), la tengo por allá arriba. Escribía sobre Juana de Arco, sobre Napoleón, sobre qué significa no tener nada qué ponerse; ya ves que las niñas dicen siempre: “Ay, yo no puedo ir porque no tengo ningún vestido.”

cia y luego eran del liceo Franco­Mexicano, entonces todo era puro francés y más francés y todo el rato francés. A mí me daba muchísima curiosidad lo que decían las muchachas. ¿Cómo eran sus vidas? ¿Cómo eran sus no­ vios? ¡Sus condiciones eran tan distintas a las mías! Me daba risa que una se metía al tinaco, se tallaba con un zaca­ te y entonces el agua les llegaba toda sucia abajo a los patrones. Eso se me hacía muy chistoso. Me solidarizaba mucho con eso.

–Y luego empezaste a publicar en prensa. –De un día para otro entré al periódico Excélsior, a la sección de sociales que después Bambi, Ana Cecilia Tre­ viño, que era una periodista muy linda, le quitó eso de “Sociales” y le puso “Sección b” porque le metió entrevistas.

–¿Y luego? –Se volvió una rutina. Yo hice una cosa malísima, te voy a decir –bueno, yo siempre estoy diciendo las cosas malí­ simas que hice–, porque debí dejar el periodismo pero nunca lo he dejado. En cierto momento me agarró lo que se llama “el maquinazo” que es hacerlo a güevo, diario, en vez de probar otra cosa, decir: “Me voy a amarrar las manos y a leer más”, o me voy a lanzar a otra cosa. Ahora me digo: “Tú te lo buscaste, escribes porque escribes.” Ya no puedo cambiar de oficio.

–¿Cómo fue? –Llegué al Excélsior a ver a un señor que era el jefe de Sociales. Se llamaba Eduardo Correa y me dijo: “Hágale una entrevista a mi sobrina.” En la noche fui con mi mamá a un coctel para el nuevo embajador de Estados Unidos, que se llamaba Francis White. Excélsior era muy progringo; entonces le hice una pequeña entrevista y la publicaron. Entonces me dijo el Correa: “Tráigame otra mañana”, y yo dije: “En la torre, ¿a quién?” Porque de México yo no sabía, de veras nada. Venía de un convento de monjas, sólo sabía que quería hacer algo que no fuera sólo casarme y tener niños o tener una casa y todo muy bonito, la mesa muy bonita y que los roperos olieran a lavanda. –Pero, ¿por qué quisiste ser periodista? No había mu­ chas mujeres haciéndolo. –Porque pensé que era fácil. La verdad quise ser médi­ co y fui a la universidad, pero no me revalidaban los estu­ dios del convento. Ahí sí me faltó mucho carácter. Mi papá me dijo: “Mejor secretaria ejecutiva en tres idiomas”, y lo hice, pero era muy mala. Me pusieron de telefonista, tenía una voz súper aguda y entonces decía: “Laboratorios In­ ternacionales Insa” y todos han de haber pensado: “¿Por qué nos contesta esta rata que se está ahogando ahí?” Estuve tres meses y no me agarraba, no me decía nada lo que estaba haciendo. Ser periodista me empezó a interesar porque me em­ pezó a interesar conocer México. Yo había vivido aquí una vida muy francesa. Montaba a caballo en el Club Hípico Francés; iba al golf; mis amigas eran de las scouts de Fran­

–¿Por qué seguiste en ese ritmo? –Por coyona, porque no sé decir que no. Te piden: “¿Por qué no me ayuda a dar a conocer a mi hijo? ¿Por qué no le hace una entrevista a mi tía que tiene años escribiendo o bailando?”, así. Yo me sentía comprometida con todo el mundo porque tengo un grado de ingenuidad y creo que todo lo que me dicen es la verdad, y que todo lo que me piden es de vida o muerte. Entonces tienes que acceder, acceder, acceder. La Poni, como también la llaman muchísimas personas, es la primera mujer que ganó el Premio Nacional de Periodis­ mo en México (1979). Un año antes le otorgaron el Premio Xavier Villaurrutia por su libro La noche de Tlatelolco, pero lo rechazó preguntando: “¿Quién va a premiar a los muer­ tos?”. Ferrocarrileros, mujeres pobres, costureras, indíge­ nas, artistas, víctimas de represión, mujeres olvidadas y ac­ tivistas políticos son los protagonistas de sus textos. –Escribes sobre personas destacadas y poderosas pero también sobre marginados y olvidados. ¿Por qué? –Lo de los marginados apenas me lo permitieron. En Excélsior, cuando inicié, no se podía hablar de pobreza ni de miseria, se decía que denigrabas a México, que estabas haciendo casi un trabajo antipatriótico. Yo decía: “¿Pero


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ElEnita

La escritora en las escalinatas del auditorio del Colegio de México, mientras en el interior se realiza el Coloquio Internacional en Homenaje a Elena Poniatowska, 24 de septiembre de 2003. Foto: Carlos Cisneros/ La Jornada

cómo? ¡Si es para mí lo más inesperado, es muchísimo más creativo!” Porque podía prever lo que iban a decir las gen­ tes de determinada clase social a la que yo pertenecía, pero no podía prever a un personaje como Jesusa Palan­ cares (mujer pobre que se sumó a la Revolución, prota­ gonista de Hasta no verte Jesús mío).

–Dices que querías conocer México. ¿Algo en particular? –A mí me impresionaba y me sigue impresionando la gente. La lucha que hacían; la gente que espera el camión, la gente que no te mira en el Metro o te mira de reojo. De todo ese mundo yo quería conocer, la gente común, por­ que finalmente todos somos gente común.

y no tengo ninguna distancia, soy superapasionada. No soy objetiva, como siempre dicen.

–En tu vida, ¿qué ha significado esa imposibilidad de tomar distancia? –Es un desgaste muy grande. Dejas parte de tus bofes, como dicen, dejas tus entrañas, porque en el periodismo todo lo vuelves parte de tu vida. Fíjate que tuve muchas oportunidades. Por ejemplo, Raúl Velasco era periodista del Novedades y no sabes la cantidad de faltas de ortogra­ fía que tenía. Entonces yo lo corregía, aunque a él le en­ traba por una oreja y le salía por la otra. Pero a raíz de eso

–Pero antes la gente común no era noticia, fueron incluyéndola con el trabajo de personas como tú. –No era noticia y era rechazada. Te decían: “¿Para qué quiere usted entristecer a los lectores?” Yo me salí de Novedades porque me dijeron: “Vuelta a la nor­ malidad, usted ya no puede publicar un solo artículo sobre el ’68 o sobre el terremoto.” Por eso entré a La Jornada cuando se fundó. –La represión de 1968 y el terremoto de 1985 marca­ ron tu carrera. ¿Cómo te involucraste en esos temas? –En el ’68 tuvo mucho que ver Guillermo Haro (su exesposo), porque era director de Astrofísica en la unam . Y en 1985 empecé haciendo todo lo que hacen los ciudadanos: hervir agua, llevar agua y sándwiches, enterarme de que la gente conserva miles de medi­ cinas caducas y manda hasta pelucas y camisones peek­a­boo, vacían sus clósets de pieles viejas, cosas in­ creíbles. Una noche acompañé a los damnificados, hici­ mos una fogata y empezaron a ponerse los camisones y las pieles para bailar. Era ridículo, parecía película italiana. Me acuerdo la risa que nos dio. Empecé a hacer labor social y además me llevé a Felipe y a Paula (dos de sus tres hijos). –Mucho se dice en la teoría que el periodista debe tomar distancia: llegar, registrar y reportar. ¿Qué piensas? –Yo no tengo la menor distancia, no sé qué es eso. Ten­ go mucha capacidad de recortar al prójimo pero nunca he tenido ni tantita distancia. –¿Y es buena o no esa distancia? –No te puedo decir más que lo que a mí me ha pasado

dijo: “Es una buena cuata” y me invitó a su programa de televisión Siempre en domingo, que tenía mucho éxito. Me invitó a ser hostess, anfitriona, la que recibía a la gente. Dije: “¿Yo qué voy a hacer ahí?” Porque era cosa de presen­ tarse peinada, maquillada, con un vestido largo, strapless, todo eso. ¡Puaaaj! Y no lo hice. Todo ese tipo de cosas que luego me ofrecieron siempre decía yo que no. A lo que he sido más fiel ha sido finalmen­ te a las causas sociales, siento que tengo con ellas una obli­ gación moral que nunca he tenido con ninguna otra cosa. Atiende el teléfono cada vez que suena y su número está en el directorio. La sala de su casa parece consultorio mé­ dico porque no niega entrevistas y así desfilan desde afamados a nóveles reporteros. Su agenda nunca tiene páginas en blanco; corre de un lado al otro junto a su chofer, Conrado. Aunque los médicos le han recetado reposo por problemas cardíacos, la palabra descanso parece no existir para ella. Corazón desobediente de ochenta y dos años, asiste a cada lugar a donde la invi­ tan y no abandona las causas que ha respaldado a lo largo de su vida, sobre todo de izquierda y el feminismo. –¿Por qué te has sumado a un montón de causas? –Mane, mi primer hijo, me cambió la vida; a él le debo lo que soy. Su nacimiento me marcó para es­ tar del lado que nada tiene que ver con los triunfos. A partir de Mane supe lo que significa estar del otro lado de la barrera.

Elena Poniatowska con uno de sus nietos. Foto: Carlos Ramos Mamahua/ La Jornada

“Yo fui una niña sin papá. Estaba en la guerra, nunca vi a mi papá durante años. Recuerdo que veíamos noticieros en el cine y cada soldado que corría entre las minas yo pensaba que era él, cada soldado con casco era él. Le rezaba a Dios y creía que si me subía a la azotea me iba a escuchar más rápido y mejor.”

–¿Qué te conmueve? –Me conmueve mucho la indefensión de la gente, el hecho de que unos tengan todas las oportunidades y otros ninguna. Por ejemplo, que Martina (quien la cuida y atiende) no tenga más oportunidades siendo más in­ teligente que la mayoría de los pinches políticos mexi­ canos, porque tiene mucho más sentido de las cosas y de la realidad que ellos. Me conmueve que unos tengan todo y otros no tengan nada. –¿Qué piensas sobre el lugar de los intelectuales en la sociedad? –Recuerdo que hacían conferencias sobre el intelec­ tual en su torre de marfil, sin salir, dedicándose a su gran obra. Yo creo que en América Latina eso no funciona, por­ que la realidad es tan fuerte que te avasalla, entra a tu sigue

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De pie: Benjamín Wong Castañeda, Iván Restrepo, Elena Poniatowska, Margo Su, Héctor Aguilar Camín. Sentados: Carlos Monsiváis, Granados Chapa, Carlos Salinas de Gortari, Gabriel García Márquez y León García Soler Foto: Cuartoscuro

casa y no puedes estar aquí escribiendo versos o lo que se te antoje si afuera se está derrumbando un país. –¿Por qué te sumaste a la causa que lidera López Obrador? –Porque vino López Obrador y se sentó ahí en 2004. Me dijo que le ayudara a lo del desafuero. “¿Pero por qué yo? ¡Yo no sé ni dirigir mi casa!” Empecé a ir y entró Cha­ neca Maldonado, entonces hicimos muchas cosas juntas porque ella es muy dinámica y super organizada. Yo la miraba con mucha admiración. Luego ya hubo reuniones y los mítines en el Zócalo que me emocionaron muchí­ simo. Yo nunca había estado en contacto así con la gente, yo le entendía a López Obrador. Lo que no me gustaba nada es que hacía esperar. –Y esa militancia, ¿te ha traído consecuencias? –Sí, un montonal, un montonal de rechazo y proble­ mas personales. Una vez me chocaron el coche. Me habla­ ban por teléfono y nunca me bajaban de “puta vieja, puta vieja”. Una noche sonó el teléfono y una voz muy amisto­ sa me dijo: “Elenita, hay un hombre en su jardín, tenga usted cuidado.” Entonces prendí todas las luces. Me puse la bata. Abrí todas las puertas, hasta la de calle, y no había nadie. Esa noche me senté en la calle y lloré. Sentí que había una ola de rechazo y de odio muy grande. –¿Mucha gente se alejó de ti? –Sobre todo mucha gente del poder y de mi medio so­ cial. Consideran que me pasé de un lado que para ellos es casi una traición. –¿Y por qué has seguido de ese lado? –Voy a seguir hasta que me muera, ya no puedo dar vuelta atrás. Porque es algo que escogí y es algo que tiene que ver con el amor; es algo que yo amo. Elena es confiada y amiguera. Vive derrochando los que llama “abrazos rompecostillas”. Cuando regala un libro, es­ cribe dedicatorias amorosas y decoradas. Dibuja flores, co­ razones y hasta colorea. Tanto en la calle como en eventos a los que asiste, los lectores se arremolinan y le cuentan sus pesares. Es capaz de firmar mil ejemplares si no llega alguien para obligarla a decir basta. –¿Qué parte disfrutas más del periodismo: hacer tus tex­ tos o verlos publicados para que lleguen a otra gente? –A mí me gusta muchísimo hacerlo. Y claro, fíjate que publicar es una parte del periodismo muy gratificante, y no sucede con los libros, porque el libro lo haces y no sabes qué te van a decir, mientras que en el periódico es inme­ diato el gusto o que te digan qué porquería. Pero también el periodismo es tremendo, porque nunca sabes cómo te van a tratar, si van a cambiar la cabeza que tú pones, si te van a publicar en la página 18 o en la 35. Si te publican en pri­ mera es una enorme sorpresa y ese día te sientes la achi­ chornia, ¡qué padre! Además crees que otros se fijan en lo

La foto con Carlos Salinas: “A Salinas le gustó muchísimo Tinísima, entonces llegó con el libro a la casa de Iván Restrepo, donde nos reuníamos a comer con Francisco Martínez de la Vega, Carlos Monsiváis, Miguel Ángel Granados Chapa, Héctor Aguilar Camín, León García Soler, Alejandro Gómez Arias y Margo Su. Entonces llegó Salinas con el libro, muy entusias­ ta, yo creo que le hizo un cocowash Aguilar Camín, y dijo la quiero invitar a comer a Los Pinos. Fueron Lili, Jesu, Consuelito Velázquez, la de Bésame mucho, hasta mi mamá. A Monsiváis y a mí nos tomó del brazo y fuimos a la comida. Fue la única vez. Nunca lo volví a ver, fue sólo esa comida. Fue los primeros meses de su mandato.”

que tú haces, aunque a veces ni se enteran porque ahora lo que funciona es la televisión. A mí me dicen mil veces más: “te vi en la tele” que “leí tu libro”. –El sentido común indica que el periodista está un es­ calón o varios por debajo del escritor. ¿Tú qué crees y cómo te defines? –Si eso dicen los críticos han de tener alguna razón, pero yo nunca voy a dejar de ser periodista porque es mi oficio. Nunca digo que soy escritora para que no se va­ yan a enfurecer todos, pero personalmente no le veo tantísima diferencia. Dicen que el periodista finalmente está repitiendo lo que dicen los demás, que no es un in­ ventor, no es un creador, pero cuando estás haciendo un

Sosteniendo el Premio Valor en el Periodismo otorgado por el International Womens Media Foundation, octubre de 2006. Foto: IWMFStan HONDA

Con los Premios Nobel José Saramago y Nadine Gordimer en 2006 Foto: Carlos Cisneros/ La Jornada

libro tampoco uno es tan tremendamente original. Escribe uno a partir de la abuelita, la tía Cuquita, lo que se ve en la esquina o leíste en los periódicos; te nutres con la vida de todos los días a menos que seas et, un personaje de Marte. –¿Han sido tiranos contigo los escritores, el medio de los intelectuales? –Siempre me consideraron una pinche periodista. Y llegó el día en que la “pinche periodista” recibió el Pre­ mio Cervantes, la mayor distinción en las letras hispanas (23/04/2014). Fue la cuarta mujer de la historia en conseguirlo y en su discurso dijo ser una especie de Sancho Panza. Habló de mu­ jeres olvidadas, ninguneadas, asesinadas. La acompañaron sus hijos, su nuera, su yerno y sus nietos. Peleó para que los dejaran asistir a todos. Enfundada en un huipil mexicanísimo, recibió la figura metálica que ahora adorna su sala entre plantas, libros, fotos y artesanías.


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dice que a ella la arrulló el sonido de la máquina de escri­ bir y Felipe, cuando le dijeron que hiciera un retrato de su mamá, pintó una máquina de escribir. A mí me dolió mu­ chísimo, pero luego una mamá me consoló y me dijo: “¿Sabes a mí qué me hizo mi hija? Pintó un gran espejo y enfrente un monito y me dijo que yo era ese monito.” En­ tonces dije bueno, salí mejor parada. El premio fue como justificar frente a mis hijos que yo los dormía muy temprano, que “al arrurrú niño, al arrurrú niño, pico de coral, brr brrr, ya duérmanse”, todavía hacía luz y ya había cerrado las cortinas del cuarto para escribir.

Con Carlos Monsiváis en 2000 . Foto: Frida Hartz/ La Jornada

–Has recibido muchos premios y doctorados honoris causa, ¿cómo te sentiste con el Cervantes? –Fue muy sorpresivo porque en primer lugar me avisó el ministro de Cultura pero todo el tiempo yo creí que me estaba hablando Winston Manrique, el director del suple­ mento cultural [del diario El País], porque había muerto Doris Lessing y me pidió un artículo. Creí que le había fal­ tado un párrafo, entonces estaba todo el tiempo diciendo “Winston, Winston”, hasta que se enojó el ministro y gritó: “¡No soy Winston y es la tercera vez que le digo que usted se sacó el Premio Cervantes!” Como diciendo: “Esta vieja no entiende nada.” Era muy temprano en la mañana y le dije a Martina: “Me saqué un premio.” Al rato, cuando llegaron los periodis­ tas de veras entendí y me dio gusto. Lo dan los miembros de las academias de América Latina y España. Yo creo que las mujeres hicieron inclinar la balanza a mi favor por­ que había candidatos superimportantes que además son mis amigos. Estaban Eduardo Galeano, Fernando del Paso, Sergio Ramírez y algún otro que se me va. –¿Eso se puede decir? –Sí, tú puedes decir lo que quieras. Yo estaba sorpren­ didísima de que me lo dieran a mí. –¿Qué ha representado para ti recibir ese premio en este momento, a tus ochenta y dos años? –Mi primer pensamiento fue que era muy importante para mis hijos. Pensé: van a darse cuenta de que valió la pena esta vida atornillada frente a una máquina de es­ cribir primero y una computadora después. Porque Paula

Al recibir el Premio Cervantes del Rey Juan Carlos de España, abril de 2014

–¿De verdad no esperabas que te lo dieran? –No. De veras no entendía que era el Cervantes, porque es cierto que el periodismo sí te enseña humildad: te ha­ cen esperar para darte la entrevista, te dicen que sí pero no, y cuando llega el artículo al periódico nunca sabes qué trato le van a dar. Si lo van a poner hasta la última página, si te van a decir no hubo espacio, le cortamos la mitad, si lo van a dividir en tres partes o no se qué. Estás a merced de otros y es una lección de humildad. Además, nunca he sido una gente que digas cuánta seguridad; nunca he po­ dido decir las dos palabras que oigo que dicen todos “mi obra, ay mi obra, mi obra”. Nunca he podido decir eso por­ que pienso “qué vergüenza”. –Muchos escritores sueñan con ganarse el Nobel. ¿Y tú? –Tengo ochenta y dos años, siento que, como dicen, ya estuvo bueno. ¿Crees que sí sueñan? –Algunos tienen ansias de premios, ¿para ti son im­ portantes? –No. Ya tuve un premio muy importante, ahora pienso en algo que no pensaba antes: la muerte. En que me tengo que apurar, que me queda muy poco tiempo. Pienso en la salud, en no caerme en la escalera, en abotonarme tantos botones para que no me dé gripa. Pienso en la vejez y so­ bre todo en la muerte; no pensaba en eso antes de sacar­ me el Cervantes. –Es el premio más importante en la literatura hispano­ americana. ¿Te felicitó el gobierno? –Mandó un tuit Peña Nieto. Sólo eso. Después de ser condecorada con la Legión de Honor que le confiere el gobierno de Francia, septiembre de 2003 Foto: José Antonio López/ La Jornada

–¿Te sentiste agraviada, te importó? –Repetí en mi cabeza algo que decían; que la cultura debe estar por encima de la política. No me dolió, estu­ ve muy contenta. –De lo que has hecho en tu vida, ¿qué te ha gusta­ do más? –Me dio mucho gusto Mane chiquito, Felipe chiquito, Paula chiquita. Me dio mucho gusto mi mamá. ¿Tu mamá fue tu abuela, verdad? ¿Y sí la sientes como mamá? Elena voltea los roles a cada rato porque no puede evitar hacer preguntas. Arranca con una y ya no puedes frenarla. Bombardea con dudas que siempre hacen de la entrevista una conversación entretenida. Hace las mejores y más difí­ ciles preguntas. Sabe escuchar. –Volvamos a ti. ¿Tus hijos te cambiaron mucho la vida? –Sí, porque los hijos te enseñan una serie de cosas que tú ni sospechabas. Te llevan de la mano a cosas que tú di­ ces: “¡Híjole! ¿Qué es esto?” –¿Qué te gusta de tu vida, qué te ha gustado? ¿A quié­ nes o a qué has amado? –Me gusta mucho la gente con quien me relaciono, la que amo. Amo mucho a mis hijos, a mis nietos y por ejem­ plo a mí me enriquecen muchísimo Jesu y Lili [Jesusa Ro­ dríguez y Liliana Felipe]. Me marcó muchísimo el amar a mi mamá pero en los últimos años de su vida, que yo pude hacerla feliz, le escatimé por estar duro y dale frente a la máquina de escribir, es algo de lo que me culpabilicé mu­ chísimo. También fue importante Guillermo Haro; su rigor científico, su amor a México. Me marcó muchísimo el di­ bujante Alberto Beltrán porque me jaló hacia la gente, me abrió la puerta a un México que ni sospechaba. Marta La­ mas los domingos me invita al cine y pienso: “Qué buena gente, invita una viejita al cine.”También en general cuan­ do voy a dar una conferencia percibo el cariño de la gente porque vienen y me regalan una manzana, una bolsa de pan, cosas así. –¿Te sientes querida? –Me siento querida. Ahora en Xalapa hubo como ocho­ cientas personas y las que se quedaron afuera gritaban: “¡Elena, Elena!” Eso se lo atribuyo mucho quizás a La noche de Tlatelolco, pienso que es por eso pero no sé. Es algo que agradezco mucho. –Se te considera una periodista y escritora exitosa. ¿Eso para ti es importante? –Yo no vivo en función de cómo me ven, porque estaría muy preocupada de salir a la calle vestida de determinado modo y soy una persona que sale, hasta Martina me dice “¡Cómo se va a ir así! Le van a decir…” Que digan lo que digan. Ahorita lo que me preocupa es vivir los suficientes años,ver crecidos a mis nietos y no enfermarme. Lo que tú no puedes hacer a mi edad es estorbar o impedir que la vida de otros siga su curso. ¿O qué piensas? –Creo que no te debe preocupar eso de estorbar, más bien tendrías que pensar en pasarla bien y estar con tus nietos. –Sí, pero fíjate que yo no tengo mucha facilidad para pensar en pasarla bien o en buscar lo mejor para mí, nun­ ca he sido así y eso es malo. Buscar ser feliz o buscar co­ mer riquísimo, creo que me he negado por la educación, la formación, los complejos, la culpabilidad. Eso ya no me lo quité, ya es demasiado tarde pero también una tiene muchas cosas. ¿Verdad que una está hecha de mu­ chos pedacitos?

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Retrato de

El joven Dylan. Foto: www.poets.org

mismo, el genial poeta humorista de Bajo el bosque lácteo (Under Milk Wood, guión radiofó­ nico escrito para la bbC y publicado póstumamen­ te en 1954, aunque existen extraordinarias graba­ ciones con la atronadora voz de Dylan Thomas como primera voz y el Reverendo Eli Jenkis): jocosísi­ mo “juego de voces” en donde los excéntricos ha­ bitantes del pueblo de Llaregyb (contracción inver­ tida de Laugharne, lugar de trabajo y reposo de Dylan Thomas) han de resucitar de las profundida­ des del sueño, para luego dialogar acaloradamente entre sí o entonar deliciosas “cancioncillas” galesas.

Dylan Thomas narraDor

Mucho más familar a nosotros es Retrato del artista ca­ chorro (1940). Cálidos, transparentes y amenos, los cuen­ tos aquí reunidos evocan con profundo cariño y soterrada malicia los años de infancia del poeta en su ciudad natal, Swansea, y sus verdes alrededores, en los que retrata a la gente en su sencillez y cotidianidad. Es de notar el cambio de tono narrativo que emplea Dylan Thomas en los cuen­ tos de El mapa del amor con los del Retrato del artista ca­ chorro, y con lo que posteriormente escribirá durante y después de la guerra (alrededor de 1941 y prácticamente hasta su muerte): guiones para la radio y el cine. Así, Dylan Thomas entablará una curiosa relación entre su poesía, compleja y recargada, y una prosa más atractiva y pulcra para ser vista y oída por el gran público.

Dylan Thomas poeTa e cuando en cuando –es decir, al correr de los años o de las décadas– surgen personajes que, gracias a su inusitada creatividad, logran acceder a una nue­ va forma de interpretar el mundo: generalmente, el mundo de las sensaciones, en donde lo onírico y lo simbólico han de manifestarse en toda su complejidad y cumplir una función reveladora. El poeta galés Dylan Thomas (Swansea, 1914­Nue­ va York, 1953) pertenece justamente a este género de espíritus libres que acaso sólo perciben el mundo a través del lenguaje. El lenguaje avasallador que a su capricho parece abrazar cuanto le rodea: cortezas de árboles, es­ carpadas colinas, pájaros chirriantes, nubes multicolores y el mar extendido a sus pies. Un exuberante cuadro poli­ fónico, milagro no de la naturaleza en sí misma, sino de los sentidos del hombre que sabe ver y admirar extasiado. Poeta bucólico, ciertamente. Las fértiles tierras de Gales en su paradisíaca majestuosidad. Pero también –como to­ do bucólico– poeta bufón, soñador, parlanchín y muy dado a la bebida. Empero, no podemos hallar correspondencia donde no la hay: al mismo tiempo uno piensa en su aspec­ to infantilizado y casi, diríamos con igual ligereza, bona­ chón, sobre todo en los últimos años de su agitada vida. La complementariedad entre su “oficio o ceñudo arte” y su persona habrá de vislumbrarse en su poesía. Esa poe­ sía grandilocuente, repleta de sonidos en donde las anti­ guas voces celtas de una “nación musical” se dejan entre­ ver en un auténtico soliloquio. Guiño sonoro en la candente sonoridad de la palabra hablada, que le cauti­ vará desde niño. Poeta metafísico entonces, además. ¿No es el sonido, como la luz, uno de los ejes fundacionales del tiempo y de la primera imagen que tenemos del mundo? ¿No es por consiguiente el sonido la invención primigenia de la arcaica naturaleza? Es el festivo y dramático, oscuro y rebosante poeta de los Collected Poems 1934­1953 y de hermosos poemas co­ mo “Fern Hill”, “La mano que firmó el papel derribó una ciudad”, “Este pan que parto”, “Poema en octubre”, “Visión y plegaria” o “La luz penetra donde no brilla el sol”. Es, asi­

La prosa de Dylan Thomas rezuma poesía. Si nos atene­ mos a ciertos relatos comprenderemos de manera in­ mediata que ese lenguaje tan suyo aplasta categóri­ camente la historia a contar. Piénsese en cuentos como “The Tree” (“El árbol”), “The Lemon” (“El limón”), “The Or­ chards” (“Las orquídeas”, y en algunas traducciones como “Los huertos”), “The Mouse and the Woman” (“El ratón y la mujer”), “A Prospect of the Sea” (“Una visión del mar”), “The Map of Love” (“El mapa del amor”), “In the Direction of the Beginning” (“En la dirección del comienzo”) y, final­ mente, “The Dress” (“El vestido”). En ellos, el lenguaje al­ canza momentos verdaderamente apoteósicos, como salidos desde el púlpito de una iglesia galesa, Biblia en mano, y nos conmocionan en una experiencia cual reli­ giosa, pero pierden en originalidad, simplicidad y efec­ tividad temáticas. No así los excelentes relatos “After the Fair” (“Después de la feria”), “The Enemies” (“Los enemi­ gos”), “The Visitor” (“El visitante”), y “The Followers” (“Los seguidores”). Aunque poéticamente concebidos, nunca perdemos de vista la historia que subyace en su sólido caparazón ni su persistente misterio. Adventures in the Skin Trade (Con distinta piel, 1955) es, a pesar de ser una pieza inconclusa, una obra sumamente lúdica que se publicó por entregas. La apreciamos por ese personaje sobrada y sabrosamente thomasiano: el inge­ nuo e hiperbólico Samuel Bennet, quien se trasladará a Londres (el Gran Basurero, como le llamaba despectiva­ mente Dylan) para probar fortuna como periodista. Este joven “del dedo en la botella de cerveza” representa en mi opinión la filosofía más decantada en Dylan Thomas: el valerse de lo exterior para reafirmar lo que interiormen­ te acontece en cada uno de nosotros. Si lo exterior es de­ mencial y caótico, por lo tanto nuestra mente y nuestro cuerpo sufrirán una especie de simbiosis y alteración. No obstante, si lo analizamos con más calma, los fortuitos y disparatados encuentros con el viejo míster Allingham, el desenfadado Georg Ring, la tiesa y opresiva mistress Da­ cey y su alocada hija Polly, sospechamos que más bien son fruto de la cabeza no menos trastornada de Samuel Ben­ net y su portentosa imaginación.

Dylan Thomas guionisTa Dylan Thomas escribió un número considerable de guio­ nes de radio para la bbC y otro tanto para cine (la mayoría inconclusos y en general adaptaciones de obras litera­ rias), principalmente para la compañía británica Strands Films o la productora Gainsborough, durante su irregular estancia en Londres. De sus guiones para radio el más im­ portante es el ya mencionado Under Milk Wood. Pero, ante todo, es un estupendo poema a varias voces. De sus guio­ nes de cine nos interesa comentar sólo dos, por parecer­ nos los más originales y en cierta medida opuestos, como opuesta y contradictoria es la fascinante personalidad de Dylan Thomas: El doctor y los demonios (1953) y Las hijas de Rebeca (1948). El doctor y los demonios es un espeluznante relato ba­ sado en hechos reales, y a su vez basado en un cuento de Donald Taylor. Se da cuenta de los asesinatos cometidos por Fallon y Broom, quienes abastecen de cuerpos el an­ fiteatro médico del doctor Thomas Rock, maestro de ana­ tomía. La historia transcurre en el Londres (el Londres de Dylan Thomas siempre es un sitio réprobo, maloliente y lleno de seres desquiciados) del siglo xix , cuando la cien­ cia de la anatomía contribuía “a la gran suma de todo el Conocimiento, que es la Verdad, la Verdad entera de la Vida del Hombre sobre esta tierra giratoria”. El texto es sencillamente un prodigio literario resuel­ to con maestría por su autor. En él percibimos que Dylan Thomas manejaba a cabalidad y con toda soltura el len­ guaje del cine (las acotaciones en la cinta de 1985 se siguen al pie de la letra). El ambiente (el anfiteatro, los callejones y callejuelas, el mercado, las tabernas) es sór­ dido, tétrico e inmundo; los personajes son grotescos –a veces risibles–, banales o refinados, según su pro­ cedencia social; los diálogos, ágiles y moderadamente poéticos. La obra es particularmente extraña y nos deja una sensación de creciente angustia. Por su parte, Las hijas de Rebeca es una muy bien logra­ da y entretenida novela de aventuras con tintes románti­ cos. Aunque ideado originalmente el texto como guión


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En mi oficio o ceñudo arte Dylan Thomas

edgar aguilar

En mi oficio o ceñudo arte en la noche tranquila cultivado

de cine, Dylan Thomas, a quien le fastidiaba por lo común este tipo de encargos, elimina todo detalle técnico, in­ dica someramente la dirección de la cámara y las escenas son marcadas en una línea al inicio de cada capítulo. Es interesante ver cómo logra con esta economía de recur­ sos la evolución de la trama: un joven noble galés se con­ vierte de pronto en líder (“Rebeca”) de un grupo de rebel­ des, quienes deciden destruir los peajes que impone a los campesinos un grupo de terratenientes. La notoriedad consiste en que las “hijas” (cumpliendo un “mandato” bí­ blico) se disfrazan de mujeres y se pintan el rostro de ne­ gro. Lo que más sorprende es la habilidad de Dylan Tho­ mas para escribir este tipo de historias.

cuando sólo la luna se enardece

ToDos son uno mismo

en escenarios de marfil

Hemos omitido intencionadamente rasgos biográficos de Dylan Thomas. Ya se sabe de la afición de Dylan Tho­ mas por la bebida y de su conflictiva relación con su es­ posa Caitlin. Se desconoce sin embargo gran parte de su legado artístico. Su poesía se ubica en los terrenos más altos de la lengua inglesa de todos los tiempos. La deuda (y reciprocidad: Dylan Thomas solía recitar, generalmen­ te ebrio, poemas de Neruda) que le tiene la poesía his­ pánica es significativa (Vicente Aleixandre, Lezama Lima, Álvaro Mutis o José Luis Rivas, por hacer un mínimo cálculo). Su prosa es por mo­ mentos ardua pero las más de las veces jovial y precisa (aquí habría de conside­ rarse también su amplia corresponden­ cia). La versatilidad de sus guiones para la radio y el cine hace de él un autor moderno y camaleónico. El conjunto de su obra, aún por descubrir, ha em­ pezado a trascender más allá de su corta y prolífica vida

sino por la ordinaria recompensa

y los amantes yacen en el lecho con todas sus congojas en los brazos, cerca de la armoniosa luz me afano no por dinero ni ambición pavoneo o comercio de prestigios

de su más recóndito corazón.

En estas hojas de espuma de mar yo no le escribo al engreído que desdeña a la luna enardecida ni a los muertos altivos de salmo y ruiseñor sino a los amorosos que rodean con sus brazos las penas de los siglos y que no pagan con loas ni prendas ni dan oídos a mi oficio o arte. Versión de José Luis riVas, de “Libro de faros” en Raz de marea. Obra poética (1975­1992), Fondo de Cultura Económica, México, 1993


leer El buen lector se hace, no nace. Reflexiones sobre la lectura y la escritura, Felipe Garrido, Paidós, México, 2014.

Ser (y hacer) lectoreS Germán Iván martínez

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n otro tiempo, la principal preocupación en México respecto a la lectura fue la alfabetización. Hoy el problema no sólo radica en el número de personas que continúan sin saben leer ni escribir, sino en la enorme cantidad de gente que, aun pudiendo hacerlo, no quiere. En El buen lector se hace, no nace, un libro que recoge ensayos, conferencias y extractos de ponencias, Felipe Garrido ha escrito que nuestra “educación básica está todavía diseñada para alfabetizar a los estudiantes; no para formarlos como lectores”. Y tiene razón. La educación mexicana no ha hecho de la lectura y la escritura una prioridad, un asunto de interés nacional. Para conseguirlo, la s e p tendría que fijarse como meta formar lectores letrados y no sólo unos en sentido elemental y utilitario. Debería esforzarse por hacer que la lectura no sea actividad exclusiva de una asignatura sino tarea permanente, placentera, lúcida y lúdica, gracias a la cual los estudiantes aprenden a jugar con las palabras, a descubrir su naturaleza, importancia, sentido, significado y usos. Mediante la lectura es posible escuchar con los ojos a autores pasados y presentes, dialogar con ellos, encontrar coincidencias y divergencias, supuestos, contradicciones. Garrido nos invita a “perderles el respeto” a los libros, interrogándolos, porque sólo así se vuelven conversación, revelación y letra viva. Refiere la necesidad de que los propios maestros sean lectores. Pero no de los que se quedan atrapados en la parcela del conocimiento en que fueron formados o en el ámbito de la disciplina que enseñan. Esos lectores, precisa, son “analfabetos por especialización”, pues no logran ver la lectura como una ocupación cotidiana que va más allá de fines prácticos. No han descubierto el deleite que es ésta y el placer que trae consigo: el conocimiento (y la comprensión) del mundo y de uno mismo, el descubrimiento de personas y personajes, de lugares reales o ficticios, ambientes, situaciones, vivencias. Todo esto propicia el crecimiento del lector, favorece su aprendizaje y su transformación. Felipe Garrido sabe que lectura y escritura son dos caras de una misma moneda, actividades complementarias que amplían nuestra mirada y ensanchan nuestra conciencia; quehaceres que ayudan a conocer más y mejor. Ambas van más allá de materias y calificaciones, reportes, resúmenes y exámenes. La lectura, dice nuestro autor, debe ser entendida como actividad libre y voluntaria y, por ello, autónoma, gozosa, creativa y re-creativa a un tiempo; vinculada a la escucha, el habla y la escritura. Piensa, por ello, que la mejor manera de

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formar lectores es mediante la lectura en voz alta, el ejemplo y la imitación. Afirma que si los maestros leen tres o cuatro minutos diariamente, al comenzar un día de clases; si leen diversos tipos de textos (cuentos, ensayos, poemas, novelas) cada vez más variados, exigentes y complejos; si hacen que los alumnos estén rodeados de libros, periódicos, revistas, carteles y folletos; si los estudiantes escuchan leer a sus profesores y éstos lo hacen con intensidad, entonación, ritmo y dicción; si los ven escribir y logran que los emulen; si los alumnos son involucrados poco a poco en la lectura y la escritura a partir de su lenguaje, intereses y expectativas; si recuperan los docentes la experiencia individual y social con la que llegan éstos a las aulas y la aprovechan; si se descubre la lectura como un placer intelectual y la escritura como el vehículo de ideas, emociones y sentimientos… Si hacemos esto, piensa Felipe Garrido, podemos constituir “la revolución educativa, social y cultural más importante que haya habido en nuestra historia”. No obstante, para alcanzarla es urgente que las escuelas normales se fijen como meta hacer del maestro un lector asiduo, curioso y crítico. Objetivo que debe ser preocupación personal y profesional pero sobre todo ocupación permanente. Si nuestro sistema educativo ha fracasado en su intento de formar lectores se debe en buena medida a que no ha entendido que resulta insuficiente repartir libros (o tabletas electrónicas); no basta armar colecciones formidables que quedan empaquetadas en las escuelas, libros extraordinarios que no se les prestan a los alumnos porque los maltratan o no los devuelven. Aún hay escuelas sin bibliotecas y bibliotecas sin libros; hacen falta bibliotecarios, librerías y bibliotecas públicas; libros más accesibles, en costo, diseño y lenguaje, estrategias más sensatas para formar lectores y para atender a quienes son lectores primerizos o experimentados. En suma, se precisa que la lectura llegue a las familias, que sea una actividad vital en las escuelas y una práctica espontánea y regular en las clases. Proyectos en torno al libro y la lectura abundan; muchos son onerosos e ineficientes porque sólo simulan que se lee, inflan estadísticas o hacen que el lector llene mecánicamente cuestionarios, guías, síntesis, fichas o informes. Garrido sabe que la lectura auténtica se liga a la literatura; que leer es una habilidad que se pule con la práctica, una experiencia personal e intransferible. Entiende que leer no es descodificar sino sobre todo comprender, y está convencido de que la “costumbre de leer no se enseña, se contagia” • La mujer del novelista, Eloy Urroz, Alfaguara, México, 2014.

El primero de ellos es el de la conciencia propia. Es un lugar común sostener que nadie se conoce mejor que uno mismo. Si bien esto puede ser verdad en términos absolutos, lo cierto es que suele haber muchos elementos que empañan la percepción que uno tiene de sí. Para bien o para mal, el personaje que nos construimos está idealizado: no somos capaces de objetividad cuando se trata de nuestra persona; es tan fácil tirarse al drama y ser condescendiente como asumirse superior y volverse petulante. También es necesario tomar en cuenta la distorsión: por más que uno lo intente, los recuerdos no son lo mismo que los hechos pasados; éstos ya se han filtrado a través del tiempo. Restan aún nuestras p ro p i a s l i m i t a c i o n e s : n o e s l o mismo ser un narrador omnisciente que conoce el sentir de cada conciencia figural dentro del relato, que un espectador de esa misma puesta en escena. Pese a lo anterior, narrarse a sí mismo es una práctica que va ganando adeptos. Y aún no menciono el mayor de los retos: ser capaz de justificarse ante el lector. No es sencillo convencerlo de que la historia del autor es más interesante que cualquier otra que pudiera narrar. De nuevo la soberbia se asoma. Para evitarla es necesario abordar el asunto con mucha inteligencia. Eloy Urroz (Nueva York, 1967) la tiene. Justifica su atrevimiento a partir de su propia crisis. A saber: su novela es una suerte de diario del año sabático que le correspondía por su trabajo universitario. Así, decidió pasar ese período en el sur de Francia, junto con su esposa y sus hijos. Desde cierta perspectiva, un paraíso particular. Es entonces cuando detona la crisis. Porque la escritura es un proceso complejo. Sobre todo cuando se trata de convertirse en personaje. Así, el proceso de la novela es narrado dentro de la novela. Los antagonistas aparecen, ya sea como personajes salidos del pasado o como amigos que no han hecho lo que se esperaba de ellos. Poco a poco los nombres van cambiando, aunque no las identidades. Y es en ese preciso momento cuando sale a relucir toda la pericia narrativa que Urroz ha acumulado a lo largo de sus novelas: consigue crear un mundo conocido dentro de otro desconocido y varios más. Un extra: para quien está acostumbrado a que en las novelas de los miembros del crack aparezcan los otros como meras referencias, La mujer del novelista no defraudará sus expectativas. Más allá de los elogios, aquí encontrará parte de la historia oscura de ese grupo. Al margen de ese detalle que bien puede despertar el morbo, Urroz consiguió, con esta novela, plantear un juego y llevarlo hasta el límite sin defraudar al lector •

FIccIonalIzar la crISIS JorGe alberto GudIño hernández

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on muchos los escritores que han caído en la tentación de convertirse en personajes. De convertirse en sus propios personajes, para mayor precisión (volverse el de otro escritor no es culpa de quien, entonces, ya forma parte de la trama). Más aún, a últimas fechas hemos sido testigos de una buena cantidad de novelas dentro de lo que se llama “autoficción”. Ya sea que se opte por este recurso o se centre en la tradicional autobiografía, el autor que elige convertirse en personaje enfrenta varios retos.

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leer r

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Rojo Floyd, Michele Mari, La bestia equilátera, Buenos Aires, 2013.

del GenIo al talento enrIque héctor González

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esde que se inventó la analogía se inauguró una tentación pavorosa: la de comparar; vale decir, reducir, convertir lo diferente en similar y lo distante en semejanza oprobiosa. Sustentado en esta ley no escrita de reciprocidades, el profesor italiano Michele Mari rinde homenaje a cuatro músicos que son cinco (como los mosqueteros que, se presume, son cuatro y no tres) y formaron, hace casi medio siglo, un grupo que ha devenido esencial en la escena del rock: Pink Floyd. La bestial sugestión de confundir a cada uno de sus miembros con un animal distinto (Roger Waters es un caballo, como perro es Nick Mason, gato David Gilmour y ratón Richard Wright; Syd Barrett se cuece siempre aparte), lleva al autor a urdir una complicada trama de breves capítulos donde se confirman o desmienten los miles de dimes y diretes que la popularidad y la fama tienden alrededor de las celebridades, todo en clave de ficción. Porque, en efecto, el libro no pretende ser la biografía acabada o el testimonio preciso de las deslealtades y filiaciones que llevaron al grupo a terminar siendo sólo una banda de dos miembros (en la actualidad), sino más bien un texto híbrido donde las múltiples realidades, personales y colectivas, que activaron los mejores años del Floyd, se disuelven en la infausta locura de su líder primigenio, Syd Barrett, que nunca regresó de su lisérgico viaje para seguir al frente del conjunto, luego de los dos primeros álbumes, o en el narcisismo iracundo de su segundo adalid, Roger Waters, quien los volvió a la cordura no sin cortarles (o intentarlo) el cordón umbilical con Barrett. Pero el problema del libro no está en la poliédrica reconstrucción de este fenómeno sentimental, que quizá sólo interese a los fanáticos del grupo. El asunto es que Rojo Floyd, por más que uno lo procure, no se deja leer como novela. Del estallido de un grupo musical –y esto es ley casi newtoniana e inapelable–, de su disolución por desavenencias insuperables o caprichos de las consortes o desequilibrios en las ganancias o desacuerdos sobre si la composición debe ser prerrogativa excluyente del líder natural, se desprenden fragmentos solistas casi siempre deleznables. Con la excepción de Peter Gabriel y Genesis o Eric Clapton y la insípida Crema en la que creció, o de grupos (bandas, se dice ahora, en términos más rudos) que nunca terminaron de serlo, la farándula del rock sólo ha visto cómo instituciones musicales de altís-

mo voltaje se convierten en inmerecidas sombras indivisas a merced de la sobrevivencia comercial. El caso de Pink Floyd no es excepción porque, en buena medida y sin Barrett y más tarde sin Waters, nadie pretendió caminar por su cuenta. Rojo Floyd festeja la contumacia de este contubernio y se permite elucubraciones que no dan para la intriga literaria, pero sí para el festín del anecdotario. Es por ello que el texto termina siendo, a su manera, una crónica puntual de cómo el genio (Syd Barrett) se convierte en talento (Roger Waters). Quizá por ausencia de ambas cualidades, el profesor Mari entrega un libro cuyo alarde estructural y espléndida información no dan para reconocerlo como una ficción estimable: creo que el lector se quedará, al fin y al cabo, con la sustanciosa zurrapa, real o conjetural, de este inexacto aderezo novelesco, lo cual, dada la erudita devoción floydiana con que Michele Mari hace su tarea, no es poca cosa •

regla de excepción totalitaria y la resistencia cotidiana ante ello en Paraguay y, también, en nuestra América. Así, el filosofar da cuenta de su potencialidad y fecundidad cuando sale de las cavernas de su sola disciplina en pos de una reflexión de la dimensión pública y política, paraguaya en este caso. Uno de los puntos centrales y quizá nodales de Suciedad, cuerpo y civilización es el acento que pone en la dimensión trascendente de nuestra corporalidad como sugerente de las resistencias para una liberación colectiva. Así, la reflexión estética tiene un campo abierto muy importante, pues implica la reflexión crítica, creativa y productiva de resistencias desde lo abyecto ante los atentados ninguneadores de una vida digna tan posible como deseable. Su lectura es, por demás, imprescindible •

Suciedad, cuerpo y civilización, José Manuel Silvero Arévalos, Universidad Nacional de Asunción, Paraguay, 2014. Albamar y otros poemas. Jorge Ruiz Dueñas, Ediciones Sin Nombre, México 2013.

una eStétIca de la traScendencIa corpórea orlando lIma rocha

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l problema del racismo estructural y sus prejuicios simbólicos es añejo y, aún hoy a pesar de todo, vigente. Reflexionar en torno a ello no solamente es siempre imprescindible sino también necesario. Más aún es hacerlo desde nuestra propia cotidianidad, en la que nos desenvolvemos vitalmente. Esta es la tarea que persigue y presenta Suciedad, cuerpo y civilización, del filósofo José Manuel Silvero, quien aporta valiosos enfoques y reflexiones en torno a su patria paraguaya para resaltar la importancia de abordar un tema tan poco atendido como fundamental: la corporalidad misma y sus dimensiones público-privadas para una vida digna. A lo largo de sus páginas se puede constatar la importancia que presenta reflexionar sobre nosotros mismos desde nuestros cuerpos. Cuerpos que somos, como bien apunta Silvero, puesto que la corporalidad no es sólo un objeto, sino parte constitutiva de nosotros mismos. Toda dominación es una dominación de nuestros cuerpos. Silvero atiende muy bien este punto y presenta la triple dimensión que nuestra corporalidad tiene: como heterótrofo (come y produce desechos), como político (vive en ciudades, se organiza) y como trascendente (se ríe, administra esperanzas). Todo eso lo enmarca en la propia realidad paraguaya, la cual ha sido vigilada y dominada en la corporalidad de sus habitantes a lo largo de su historia. Las políticas higienistas producidas por el Estado paraguayo que analiza el autor dan cuenta de la politicidad de la mierda y los desechos. De un “es mejor ʻdecirʼ que ʻolerʼ” se pasa al higienismo como

La poesía no acaba nunca de acercarse al mar, ese elemento primitivo y esencial para la imaginación y la inteligencia a lo largo de nuestra historia tanto psíquica como biólogica. Esto es más que evidente en la obra de Jorge Ruiz Dueñas, poeta firmemente establecido en nuestra letras y merecedor de varios premios –entre otros el Xavier Villaurrutia, en1997– también reconocido periodista cultural, ensayista riguroso, narrador y enamorado confeso de las ballenas (Tiempo de ballenas, uam 1989), esas criaturas monumentales cuyo ojo en apariencia diminuto nos inquieta a profundidad. En este libro, Jorge Ruiz Dueñas regresa a sus reflexiones sobre el mar, pero el mar de la mañana, el que siempre empieza, según Valéry, como una condición irrevocable. Poesía de finos trazos y de ideas e imágenes que no cesan su vigencia y fascinación en el poeta y, por lo tanto, tampoco en su lector •

la Jornada Semanal

@JornadaSemanal

en nuestro próximo número

henrI matISSe o el color y la forma Germaine Gómez haro entrevista con margo Glantz

Sobre howard y lovecraft: ricardo Guzmán jsemanal@jornada.com.mx


arte y pensamiento ........

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Francisco Torres Córdova

Ricardo Venegas

mENTIRAs TRANspARENTEs Olvidos –¡Me dejaron sola! A todos se los llevaron. No sé cómo a mí no me pepenaron. Si por ahí andaba, igual que todos, y yo ni siquiera corrí, ni fui a esconderme, ni nada, y las camionetas nos aluzaban recio. Con los faros y con las luces que llevan para lamparear a los conejos. Yo los vi venir. Primero los oí, porque me había salido. Los demás estaban dentro, bailando, con la música a todo lo que daba. Venían dando tumbos porque el camino es malo. Y antes de que me levantara del tronco en que estaba sentada ya estaban allí gritando maldiciones, tirando bala. Los agarraron de las greñas, de las piernas, de las ropas, y a empujones, a patadas, a culatazos los subieron a las cajas. No les costó trabajo porque todos estaban borrachos. Y enseguida se fueron. Me dejaron sola. –Ya, Sofía, tranquila. Estabas dormida. Fue sólo un sueño. Ya déjalo. Acuérdate de cuando sueñas bonito. –Esos sueños los olvido. Yo sólo me acuerdo de los sueños que me hacen llorar •

Rogelio Guedea Al vuElO Magisterio de Temístocles Un día, yendo de camino a su casa, el político y general ateniense Temístocles fue detenido por un grupo de amigos, cerca de la plaza, una mañana de sol tierno y cielo despejado. Estuvo con ellos conversando durante un buen rato sobre política y tácticas de guerra y, antes de irse, uno de ellos, que estaba preocupado porque una hija suya estaba de novia de un joven que no le llenaba del todo el ojo, detuvo por el hombro a Temístocles y le preguntó que con quién colocaría de mejor gana a una hija suya, en caso de que tuviera elección o, al menos, posibilidad de consejo: con un hombre de bien y pobre, o con un rico de poco crédito, a lo que Temístocles, inteligentemente y sacudiéndose un polvillo que le había caído en el ojo izquierdo, respondió:“Yo más quiero hombre sin dinero, que dinero sin hombre.” Luego, y sin mayores aspavientos, se despidió de sus cofrades, se abrió paso entre una multitud que se dirigía a un convite y se perdió en la siguiente esquina •

Bradbury, Baudelaire y las hermanas de la inspiración

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ay Bradbury, en un maravilloso ensayo titulado “Cómo alimentar a una musa y conservarla” (contenido en su libro Zen en el arte de escribir) afirma: “Lo que para los demás es El Inconsciente, para el escritor se convierte en La Musa. Son dos nombres de lo mismo”, y más adelante, entre anécdotas personales que iluminan el camino de los lectores, propone una “dieta”, una lista de “alimentos” para nutrir a la Musa, comenzando por la Poesía:“Lea usted poesía todos los días. La poesía es buena porque ejercita los músculos que se usan poco. Expande los sentidos y los mantiene en condiciones óptimas. Conserva la conciencia de la nariz, el ojo, la oreja, la lengua y la mano. Y, sobre todo, la poesía es metáfora o símil condensado. Como las flores de papel japonesas, a veces las metáforas se abren a formas gigantescas.” A este consejo le siguen otros: la lectura de ensayos, cuentos y novelas, sin atender a los prejuicios de los críticos o las modas y tendencias que abundan en cada época: “no dé la espalda, por dinero, al material que ha acumulado en una vida”; “no dé la espalda, por la vanidad de las publicaciones intelectuales, a lo que usted es; al material que lo hace singular, y por lo tanto indispensable a los otros”. Este ensayo no sólo resulta fascinante por su lucidez y claridad sino también por la insistencia manifiesta en que todo escritor debe tener “hambre de vida” y, ante todo, disciplina:“La Musa debe tener forma. Escribirá usted mil palabras al día durante diez o veinte años a fin de modelarla, aprendiendo gramática y el arte de la composición hasta que se incorporen al Inconsciente sin frenar ni distorsionar a la Musa.” Estas afirmaciones me hacen recordar las palabras de Charles Baudelaire cuando, en un texto titulado “Consejos a los jóvenes literatos”, afirmaba: “La orgía ha dejado de ser la hermana de la inspiración: hemos anulado este parentesco adúltero. […] Un alimento muy sustancioso pero regular es lo único que necesitan los escritores fecundos. La inspiración es, decididamente, hermana del trabajo cotidiano. Esos dos opuestos no se excluyen, como no se excluyen todos los opuestos que constituyen la naturaleza. La inspiración obedece, como el hambre, como la digestión, como el sueño.” Ambos autores aluden al trabajo creativo como un acto fisiológico, en el que el cuerpo y sus necesidades participan de la organización de un sistema mucho más complejo, motivado por la voluntad individual, en donde la disciplina o el “trabajo cotidiano” poseen un lugar central en la construcción de una obra, resultado de un arduo esfuerzo y de una “dieta” rica en propiedades literarias y vitales. Tanto Bradbury como Baudelaire ofrecen a los escritores, en este par de textos, un puñado de oro en palabras, una didáctica y una ética que muchos autores olvidan o, simplemente, ignoran •

ftorrescordova@gmail.com

mONólOgOs COmpARTIdOs

Felipe Garrido

BITÁCORA BIFRONTE

ricardovenegas_2000@yahoo.com

Resistencia del silencio

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a plaza quieta después de la violencia y la quietud en emergencia cada día. Los muros pardos y mu-

dos y el asfalto brillante y resbaloso. Macilenta la luz de las mañanas y un manto de metales en la noche. La violencia encumbrada, sorda y bruta y lisa, uniformada y ostentosa, con fuero y con insignias, y también la desnuda y oronda en las calles, sudando las puertas de las casas, con relumbres de riqueza su miseria y dueña y señora de la ausencia que cunde en su presencia, dispuesta y disponible a todo siempre y cada vez como si nada. El silencio que levanta no se quita, no se lava, nada lima sus aristas y manchas. Las palabras no lo llenan, la rabia, el espanto y el reclamo, el grito y la protesta no lo aquietan. Es un ojo sin bordes en el aire, una ampolla de hiel que prospera en la memoria. Y uno o una, que es cualquiera que es alguien todavía, persona apenas en tiempos inhumanos muy lejos de las bestias y muy cerca del espejo ondulado de la historia, respira ese vacío que rasga el alfabeto y lo mutila, que clausura sus vocales, descoyunta sus alientos y socava sus sentidos. No lo alcanzan las palabras, su abundancia de desierto las aturde, su peso sin fisuras las asfixia. Las deja solas, atrapadas en un tartamudeo de alma y pensamiento. Y sin embargo, uno o una, maestra o panadero, hermano, hija, padre o campesino, ingeniero, arquitecto, obrero, médico o dentista, se lo lleva a casa puesto en la mirada, en la comisura de los labios; lo trae en la planta de los pies, en el eco de los pasos, bajo las uñas y en las palmas de las manos, en el temblor azuloso de la entraña, y poco a poco lo decanta, lo regresa a su semilla, a la materia inicial que acuñó en los sentidos la vasta inteligencia de la letra. Y entonces se imbrica en la fibras de la voz y de la lengua, vigila en el centro y a la orilla los discursos y promesas de pulcros oradores que invocan glorias y mandatos con la boca rebosante de advertencias y castigos; no se encandila con sus graves argumentos y salivas perfumadas. No cede, no atempera su carga en la conciencia, no entrega su sólido sentido primitivo a los ruidosos dominios del absurdo y tampoco se dispersa en la espiral de humos y cenizas. Se conserva y acendra en la sombra fecunda de las cosas y se deja tocar por su aspereza, pule los huesos que sostienen el paso de los días y abre surcos en la lengua sin palabras. Porque en este país cada vez con menos geografía habla la muerte dolosa y enferma, y resuenan las cínicas monedas del pacto del poder con el horror, este silencio insiste y se preserva, desmonta la impotencia regada de la sangre y le devuelve el calor de un nombre a las yemas de los dedos en el fondo de una fosa, y a la boca contrahecha su modo de morder el pan o de beber el agua. Es lúcido y severo. No calla y tampoco vocifera. Ya no es el silencio de la ruina o la derrota. Es una resistencia que talla de nuevo un alfabeto •

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Jornada Semanal • Número 1025 • 26 de octubre de 2014

........ arte y pensamiento lA OTRA EsCENA

Miguel Ángel Quemain quemainmx@gmail.com

Trance, de silvia Peláez: desdoblamiento y delirio

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RancE, escRiTa y DiRigiDa por Silvia Peláez e interpretada por Carmen Ramos, es una obra sobre la escisión, el desdoblamiento y una forma de delirio en busca de una identidad que ha disuelto el abuso, la violencia y la impunidad que hoy cobran esas formas oscuras del poder que se le imponen a las víctimas de las modernas esclavitudes consolidadas a través de formas culturales, mafiosas y políticas que tejen redes que las invisibilizan como a los sujetos que atrapan en una cacería de presas débiles y desprotegidas. Trance es un monólogo en el que la actriz Carmen Ramos (Tesa) se rinde a la historia del personaje para cruzar distintas dimensiones emocionales y mentales y presenta una historia que se va contando de manera alternada en asociaciones que progresan dolorosamente, para revivir una historia que no sólo no se puede olvidar sino que regresa con cada recuerdo, en cada evocación “accidental”, mientras prepara una cena en el ambiente doméstico de la vida que rehízo después de una experiencia que ha callado pero que emerge como lava a medida que avanza la noche y la representación. Con un conjunto de elementos mínimo, Silvia Peláez resuelve el breve espacio escénico en el que se desarrolla la puesta. Tesa prepara una cena especial y frente a ella se despliegan

los ingredientes de lo que será una ensalada con sus aderezos culinarios y verbales. Una mesa blanca como la del mago operador del tarot, la mesa del artista, donde tiene lugar la combinatoria de elementos que proponen una comunicación con el psiquismo de esa actriz a quien la directora conduce a través de ese umbral en el que se ha convertido el teléfono celular y ese espejo que te traga, una cámara que se monta en tripié para ofrecerle un testimonio de esa noche, del significativo séptimo año que vive Tesa con su secreto horrendo, humillante, vejatorio. Y mientras, espera la llegada de Mariano, con quien ha rehecho su vida y cree haber olvidado su pasado que se dilata como los recuerdos, como esas alucinaciones y delirios y escisiones que hacen del personaje y su manipulación (dirección) un objeto que fascina por sus incursiones, inmersiones en el dolor vivo de un recuerdo, que en la representación vive en presente a través del recurso de convertirnos por momentos en los verdugos voyeristas que se plantan indiferentes en una butaca desde la cual cualquier acción está limitada por esa racionalidad que nos enclaustra como público en unos cinturones que son los límites del escándalo que significa ver sufrir a otro sin poder/querer hacer nada. Incluso sin despertarla de ese sueño maligno que la despoja de la libertad con la que ahora recuerda su esclavitud. Son varios niveles sobre los que transita esta aventura. Uno de ellos es

la correspondencia entre la visión psiquiátrica de un personaje que está en las fronteras, en lo border. Sin embargo, en los términos artísticos que se desvinculan de la clínica, es una poética donde el sujeto de la conciencia y el de la representación, el actor, muestran el claroscuro de esa subjetividad. Silvia Peláez se arriesga a tratar un tema amarillo en los medios de comunicación, que ha sido utilizado para borrar las fronteras entre prostitución y trata de personas, y que ha suscitado polémicas en torno a la capacidad de decir sobre el propio cuerpo y, al mismo tiempo, construir una idea de mercancía que parece poseer una autonomía frente a los horizontes éticos tradicionales que consideraron a la prostitución como un vicio y, por otra parte, como una alienación y un vasallaje en la que interviene siempre un proxeneta que somete y secuestra la voluntad de la persona y al individuo mismo. La doble moral del gobierno capitalino visibilizó huecos en la ley y se ha beneficiado de los malentendidos que han agitado a diputados y asambleístas, a clientes y oficiantes voluntarios, y ha evidenciado a un abyecto líder priísta que en el df enmascaraba sus abusos con un barniz laboral y transformó revolucionariamente la selección de personal en humillantes casting. Peláez se arriesga a que su desasosiego se lea como parte de los abundantes panfletos sobre la condición y destino de los grupos vulnerables (las mujeres, por ejemplo), cuyas buenas intenciones lo que suelen vulnerar es la visión artística de las exploraciones al colocarlas al servicio de una causa. La trenza que forman Peláez y Ramos impide que la política ahogue un trabajo auténtico y que conmueve. Los lunes de octubre y noviembre a las 20:30 en el foro El Bicho •

Silvia Peláez

BEmOl sOsTENIdO Alonso Arreola

@LabAlonso

De músicos y tierras amputadas

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unca es MejOR el hombre que cuando debe resolver un problema, crecerse ante la adversidad. Ya lo hemos dicho. Motor de la evolución, superar obstáculos resulta fascinante en el proceso creativo. En tales ideas recaímos hace unos días cuando vimos los videos del cantautor chileno Andrés Godoy. Lo que este hombre ha logrado es conmovedor. Compone, canta y toca la guitarra como muchos trovadores más, pero lo hace con un solo brazo, el izquierdo, que baila en el diapasón mostrando cualidades inimaginables para quien cuenta con las dos extremidades superiores. Nos referimos a la independencia de los dedos, a lo inusual de sus mecanizaciones de rasgueo con el meñique, a las metas que se impone estéticamente. Verbigracia: tiene una pieza instrumental dedicada a dos seres alados (“Ángeles y mosquitos”). Como se imaginará nuestra lectora, nuestro lector dominical, en ella muchas notas deben tañerse imitando aleteos. Calcule cuán complejo es hacerlo con una sola mano mientras otras melodías, ritmos y armonías se entreveran. Godoy tiene cuatro discos en solitario y numerosas colaboraciones. Verlo nos hizo recordar a otros músicos que se levantaron tras una tragedia. Allí está Bill Clements. Él es un bajista nacido en Michigan, Estados Unidos, cuyo trabajo se ha vuelto popular, también, por la ausencia del brazo derecho. Una vez más llaman la atención los caminos que su cuerpo e imaginación han trazado en el aire. Hoy reconocido mundialmente por la velocidad y limpieza de sus ejecuciones, tras el accidente industrial que lo dejó incompleto hace veinticinco años el uso del pulgar y la experimentación física

han hecho de su discurso algo digno de escucharse y claro, de mirarse. Es por ello que a Bill lo patrocinan múltiples marcas y que, curiosamente, puede dedicarse a la música de tiempo completo. Más famoso que ellos es Rick Allen, baterista de Def Leppard (recientemente volvieron a México). Él ya había grabado tres discos del grupo cuando un accidente automovilístico le arrebató el brazo izquierdo. Al igual que los mencionados, remontó el sufrimiento, se rehabilitó y volvió a una batería modificada para que muchos tambores pudieran sonar con pedales en el piso. Así, apoyado por sus compañeros de banda, se preparó durante cuatro años para lanzar con ellos el álbum más exitoso de su trayectoria: Hysteria (1987). Otro célebre baterista accidentado –quien quedó paralítico del torso hacia abajo– fue Robert Wyatt, fundador de Soft Machine. Él cayó de una ventana desde un tercer piso, lo que le provocó una gran depresión seguida por su renacimiento como un compositor mucho más completo, innovador y arriesgado. Verdaderamente notable. Otros grandes instrumentistas que vieron alterados sus cuerpos son Abraham Laboriel, quien siendo niño perdió parte de un dedo en una licuadora, lo que no le impidió convertirse en el bajista más grabado de la historia; así como Django Reinhardt, magnífico guitarrista gitano de origen belga cuya mano izquierda quedó casi inmovilizada tras un incendio, lo que tampoco lo detuvo en su camino hacia el sitio de las leyendas. Asimismo, son muchos los músicos (sobre todo pianistas) que nos vie-

nen a la cabeza si pensamos, por ejemplo, en la ceguera. Algunos notables han sido los pianistas Lennie Tristano, Art Tatum, George Shearing y sus revolucionarios colegas Ray Charles y Stevie Wonder; el pianista japonés Nobuyuk Tsujii; los guitarristas de blues Willie Johnson y Willie McTell; el cantante de country Ronnie Milsap; el cantautor puertorriqueño José Feliciano y el percusionista Moondog, extravagante, extraordinario artista cuya vida y obra (de la que han sido seguidores Philip Glass, Steve Reich y Janis Joplin) valdrá la pena abordar luego a columna completa. Dicho esto, y atendiendo a México, pensamos en don Ángel Tavira, violinista guerrerense de fama reciente tras su participación en la multipremiada cinta El violín, de Francisco Vargas. A él le explotó un cohete en la mano derecha siendo joven, cuando ya tocaba la guitarra y el saxofón. Luego de un tiempo, se sobrepuso para abordar el violín, rescatar mucha de la música de su tierra, meterse en la política, triunfar en el Festival de Cine de Cannes y ser maestro en una escuela de Iguala, Guerrero... ¿Quién lo diría? Empezamos hablando de músicos que superan problemas físicos y, como por destino, terminamos hablando, una vez más, de la Tierra Caliente que ha visto desaparecer a tantos hombres injustamente. Don Ángel murió en 2008. Habrá que ver su película nuevamente para escucharlo tocar, pero también para recordar lo que sucede cuando las autoridades se convierten en delincuentes que dejan a una patria amputada. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos •


arte y pensamiento ........

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Jorge Moch

Verónica Murguía

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a se Me OlviDó cuándo fue la última vez que abrí el periódico con indiferencia o con la vaga curiosidad de antes. Ya se sabe que las buenas noticias no son noticias, pero antes podía hojearlo sin, por el susto, tirarme el café en el regazo. Recuerdo apenas esas mañanas sin sobresaltos. Es como si pertenecieran a otra encarnación, a una vida no mexicana, aunque me cuesta imaginar la existencia en otro país. Y no veo cuándo regresará el optimismo. Necesitaría renacer para encogerme de hombros y dormir en paz: de preferencia convertida en vaca y en India, donde estos animales son sagrados. Y aunque dicen que uno se acostumbra a todo menos a no comer, yo todavía no me acostumbro a la violencia y eso que llevamos años –que parecen siglos– en estado de emergencia. La falacia de los números alegres del pri está a la vista y me refe-

riré sólo a estos meses: Tlatlaya, cuando la cndh mostró su verdadera condición; Ayotzinapa –el derrumbe total de las ruinas del prd–, las muertas del Edomex, y el etcétera que no nos permite vivir ni con una mínima porción de tranquilidad. Es más, supongo que me costaría menos trabajo habituarme a no comer, pues dicen que después de meses de aguantarse la necesidad se va apagando, los dolores de estómago se atenúan y la comida comienza a dar asco. Es casi inconcebible, pero hay quien muere de inanición por voluntad propia. Por eso digo que a mí me costaría menos trabajo acostumbrarme a no comer, aunque el costo de esa decisión es que uno se muera. Para aclimatarme a la violencia, a la muerte de tantos y de forma tan cruel, no sé qué hace falta: yo no lo tengo. No me siento representada más que por mi credencial del ife . No hay partido político o institución en la que confíe. No creo más que en mi gente y entre ellos no hay políticos. Fantaseo con una marcha que reuniría a millones de personas en cada ciudad importante del país con un ultimátum para las autoridades: o dejas de matar ciudadanos o te largas. Pero ignoro qué se necesita para que muchos se salgan de la casa a protestar. Supongo que habrá quien se sienta a salvo. Les falta imaginación: aquí todos podemos ser víctimas. Ni la clase social, ni el color de piel son garantía, aunque la discriminación inclina la balanza de la injusticia del lado de los pobres, de los indígenas, de las mujeres. El chiste es que uno no se acostumbra y cada día se enoja más. El lenguaje de las autoridades, que antes me parecía vacío y, en el caso de Calderón, ridículo, ahora me resulta muy ofensivo. Detesto que después de una matanza digan que “son hechos que lastiman a la sociedad”. Oiga, no: decir eso es como afirmar que un balazo incomoda o que la tortura molesta. No lastima: humilla, tortura, mata. Durante el sexenio de Felipe Calderón la propaganda que, por cierto, parece que regresa, proclamaba haber “abatido” a jefes del narcotráfico. “Abatido”, “caído”, “eliminado”. Se le olvidó a Calderón que uno de los pocos motivos de orgullo que tiene México es que no hay, al menos en la

Constitución, pena de muerte. Ni para los narcos, ni para los presidentes irresponsables, aunque sean los causantes de miles de homicidios. Ni para los sicarios, ni para los soldados que matan civiles. Ni para los secuestradores, delito que ha repuntado. Pero bien que se ha aplicado una pena de muerte sui generis a los miles y miles de víctimas inocentes cuya suerte enluta al país. ¿Qué hacemos? No lo sé. El lector sabrá disculpar esta manifestación de incertidumbre, que, sospecho, es colectiva. En una conversación con una amiga, antes de Tlatlaya y Ayotzinapa, prometimos replegarnos un poco, dedicar más tiempo a lo privado. Ella se iba a dedicar a hornear pan; yo, a bordar, actividades con un satisfactorio halo de cosa arcaica y, en el caso del pan, indispensable. Seríamos como los músicos del Titanic, echándole ganas al arte por el arte mientras todo se hunde. Huelga decir que nos encontramos en la marcha del 8 de octubre, con caras de susto y ojeras de mapache. De repente quisiera vivir, como dicen de los escritores, en la torre de marfil. Pero en México nadie lee, así que el dinero sólo alcanza para construir una torre de unicel. Es una torre muy endeble. Un periódico enrollado basta para tirar la puerta, como el más sólido de los arietes. Entonces no hay más remedio que salir y mirar alrededor. Y pensar qué hacemos para cambiar las cosas, porque no podemos seguir así •

vigencia de voltaire

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ace un PaR De semanas encontré pavorosamente vigente la mordaz crítica de Voltaire a la sociedad de su tiempo y lo cité a propósito de tanta podredumbre que nos brota a flor de suelo, tanta corrupción como la del siglo xviii. Tres siglos y seguimos igual que el mundo del pobrecillo Cándido. Lo releo y parece que el rijoso filósofo parisino nos dicta una crónica del México de hoy en el que ante la molicie de los pobres que se rebelan las buenas conciencias arrugan la nariz y miran hacia otro lado, empezando por aquellos que deberían ser los primeros en lanzar el alarido: los gobernantes, el alto clero, los que dicen llevar las riendas.

Alguien hágale un favor a Enrique Peña Nieto y otro mayor a todos los mexicanos que nos vemos obligados a hundirnos con él. Alguien tenga conmiseración y explíquele en los más sencillos términos que no vamos por felices rumbos, ni viento en popa, ni arribando a buen puerto; que lo pierde – y de paso nos lleva a millones en el tropiezo– esa mezcla de arrogancia y narcisismo que parece que en cuanto llegan a Los Pinos causa sordera y ceguera a los presidentes en México; si siquiera le causara mudez, pero siempre va soltando obviedades y bobadas de Perogrullo. Anuncia el rumbo y nos pierde a todos… Si se perdiera solo nadie le reclamaría nada, pero lleva demasiada tripulación a bordo. Y forzada, además, porque muchos somos los pasajeros que nunca lo hubiéramos puesto al mando, aunque queda claro que para él somos carga, no pasaje. Pero tuvo suerte y amigos poderosos en la corte de la reina, esa señora de dos cabezas que tiene hipnotizado al reino entero y que lo multiplicó constantemente en las pantallas de televisión de los hogares mexicanos y lo hace aparecer hasta en la sopa: las televisoras, astutas arúspices de los negocios por venir si controlaban la Presidencia, convertidas en burdos pregoneros. Algunos hubo que sí lo eligieron por tontos, porque prefirieron cifrar su futuro en el oropel o la mísera paga de unos pesos a cambio del voto y, como dijo Lino: “la sociedad se jodió cuando decidimos que nos gobernara no el más sabio, ni el más inteligente, sino el más popular” para inaugurar otro de esos dichos breves pero certeros: carita mata futuro. Resultó además tramposillo, porque nunca enseñó en campaña sus verdaderas cartas de navegación, las que le abrirían las puertas a la flota extranjera, las que ocultaban el esquinazo de regresar en muchedumbre al vasallaje que creíamos dejado atrás porque por años nos dijeron que los sátrapas estaban en libros de historia, no en boletas electorales, y que México había cambiado desde hace quince años y las masacres, la persecución, la censura serían cosas de un ayer siniestro pero que es un hoy más torvo, más salvaje, más cruel y por increíble que parezca, más violento… Vamos como se iba a pique el barco aquel cuyo naufragio cruel inaugura el capítulo quinto con Cándido pasmado de susto, según la versión de 1848 que tradujo al español Leandro Fernández de Moratín: “La mitad de los pasajeros, débiles, moribundos, entre las convulsiones que causan los balanceos de una

embarcación agitada en direcciones opuestas, carecía del vigor necesario para sentir en aquel inminente peligro. La otra mitad daba gritos y hacía promesas. Las velas se habían hecho pedazos, caían los mástiles, el barco se iba abriendo, nadie gobernaba, trabajaban pocos, ninguno se entendía”. Acá tampoco ninguno se entiende. Muchos gritamos y otros pocos pontifican con grave, estudiado gesto, la bondad presunta pero inconsútil de los golpazos de timón. Y mientras Peña promete, y aclama, y alza los brazos y nos agradece la bondad de escucharle como si siguiera en campaña el país se sigue deslizando a la fosa común. Y ni siquiera es que escuchemos al capitán de agua dulce, es que estamos indecisos, asombrados, estupefactos porque vemos hacer agua por todos lados y él y su cohorte de rascadestos con fuero y guaruras creen que el viento está en popa y la mar propicia. Y propicia es, pero para los tiburones que circundan lo que nos queda de maderaje, saboreando por adelantado sus jugosos mordiscos, haciendo cálculos de muchos ceros porque para ellos nunca seremos patria ni raza ni efeméride, sino negocio. Nada más que negocio. Y así va este país, dividido y a la deriva en derroteros calculados pero no por nosotros, sino de diseño extranjero: la geopolítica no perdona la ingenuidad, ni las buenas intenciones, ni la ardorosa defensa del honor. Ni la ética. Ni la más elemental decencia, pues •

cabezalcubo

la torre de unicel

las rayas de la cebra

tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch


Jornada Semanal • Número 1025 • 26 de octubre de 2014

........ arte y pensamiento

Enrique López Aguilar

Luis Tovar

anotaciones marginales al salmo xvii, de Quevedo

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e cOnOciDO PeRsOnas cuyO comportamiento como lectores resulta aparentemente extravagante. Pienso en el gusto de algunos lectores de novela policíaca y me topo con sorpresas como las siguientes: se deciden a leer una magnífica novela de Luis Márquez, Al abrirse el cielo, ambientada en Ciudad de México y basada en hechos reales ocurridos en Azcapotzalco a mediados de los años ochenta. Los comentarios suelen ser: “la novela es muy buena, pero la primera escena es impresionante”, “la novela te atrapa, pero es muy brutal”, “tiene un ritmo cinematográfico, deberían hacer una película con ella, pero no la pude terminar porque es muy cruda” y cosas por el estilo: siempre hay un pero.

Esos mismos lectores leen la trilogía Millennium, de Larsson, y la fascinación recorre cuanto epíteto elogioso se pueda imaginar: “magnífica”, “seductora”, “qué personajes”, “lástima que el autor murió, yo seguiría leyendo todo lo que hiciera” y cosas por el estilo: nunca hay un pero. De compararse la crudeza de Al abrirse el cielo con la de Millennium, me parece que las redes de prostitución, la tortura, los asesinatos y la misoginia descritos por Larsson a lo largo de mil 200 páginas, hacen palidecer a las 398 de Márquez, donde sólo ocurre un asesinato y se describen las técnicas de persuasión empleadas por la policía mexicana para encontrar o fabricar culpables (descritos con minuciosidad psicológica mediante sus acciones); en ambas, además, los mecanismos de suspenso se encuentran espléndidamente trabajados. En ese momento dejo de entender: ambas novelas son atroces y describen entornos sociales precisos (el sueco y el mexicano); en ambas hay asesinos y asesinados, se cuestiona la transparencia de los métodos policíacos y hay víctimas laterales como consecuencia de los actos cruentos narrados en ellas. Al margen de la calidad inherente a cada autor y del gusto literario, ¿qué pasó con los lectores? Al hacer la indagación, aparece el meollo del asunto: “es que la novela de Larsson está ambientada en Suecia”, “es que no me gusta imaginar que todas esas cosas horribles sucedan en la colonia Del Valle”,“a lo mejor es que en una todo pasa en un lugar muy remoto y en la otra sientes como pisadas en el techo”, “ya sé que existe mierda en el mundo, pero no tengo por qué mirar la cloaca”. ¡Pácatelas! Eso es, exactamente. Si una acción violenta ocurre lejos, es tema legible, interesante y digno de comentario; si ocurre cerca, provoca esa reacción infantil de taparse los ojos frente a una escena desagradable. Estoy hablando de literatura. Dicen que cuando las discusiones acerca de la

situación política francesa decimonónica llegaban a un punto sin solución, Balzac decía:“Si no podemos cambiar el mundo, hablemos de literatura.” Ahora es al revés. Después de hablar de literatura, pasemos al mundo, a ese: “Miré los muros de la patria mía,/ si un tiempo fuertes ya desmoronados…” (prefiero la versión publicada por Quevedo en El Parnaso español que la incluida en los Salmos). No me refiero, con la cita quevedesca, a la nostalgia por un pasado priísta, ni panista, ni porfirista, sino a ese inevitable desmoronamiento producido por la violencia. Y no me refiero sólo a la violencia practicada por el narco, el ejército, la policía y los partidos políticos, sino también a la de la Iglesia y sus prácticas pedófilas, al impío asesinato de María del Rosario Fuentes Rubio (tuitera que defendía valores esenciales de orden cívico y cuya muerte fue filmada a la manera de las ejecuciones del Islam y del cine snuff), me refiero al bullying escolar y a Ayotzinapa y a la violencia que también está en la colonia Del Valle, aunque algunos no quieran verla contada en una novela. Percibo cuatro actitudes frente a la violencia: el escapismo (“mejor veo la violencia que hay en la franja de Gaza”), el cerrar los ojos (“no oigo, no oigo, soy de palo…”), la indignación informada y la indignación participativa. Los productores de intimidación prefieren y fomentan las dos primeras y, para el caso de las dos segundas, ejercen el apotegma “mata a uno y aterrorizarás a mil”. Lo que jamás podré entender es esa espiral donde se involucran políticos, narcos, uniformados y ensotanados, depredadores de todo su entorno, ignorada deliberadamente no por sus beneficiarios, sino por sus potenciales víctimas. Óscar Wilde dijo: “No hay peor esclavo que el que lame sus cadenas.” Por lo pronto, me corresponde coincidir con Quevedo:“[…] y no hallé cosa en que poner los ojos/ que no fuese recuerdo de la muerte.” •

vaciar el tintero (ii de iv)

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recoz y seguro de su vocación cineasta, el jalisciense Samuel Kishi Leopo dirigió su primer cortometraje –Memoria viva, documental– en 2006, con apenas veintidós años de edad, y aún tenía menos de treinta cuando –con la colaboración de Sofía Gómez Córdova– coescribió y dirigió su primer largometraje de ficción, titulado Somos Mari Pepa (2013), cuyo antecedente directo, el cortometraje cuasi homónimo Mari Pepa, ganó un Ariel en 2012, así como el Ojo del Festival de Morelia hace tres años. El núcleo narrativo es el mismo para el corto que para el largo: se trata de cuatro chavos, entre los dieciséis y los diecisiete años, que alentados por uno de ellos –Alex, peronaje principal e hilo conductor de la trama–, quieren participar en una “guerra de bandas” próxima a celebrarse en su natal Guadalajara. Kishi Leopo tuvo la habilidad suficiente para que esta muy reducida anécdota creciera, sin mayor cosa que reprochar, de los dieciocho minutos en los que es contada en el corto, a los noventa y cinco en los que es desarrollada en el largo. Con ello, salió indemne de una osadía que varios colegas suyos han intentado, sólo que con resultados deplorables: precisamente la que consiste en alongar una historia originalmente realizada en clave de corto aliento, sin que el ejercicio acabe en hipertrofia. Por el contrario, y visto en retrospectiva, el cortometraje Mari Pepa no sólo es el germen de la trama de su posterior extensión, sino basamento absoluto: hay escenas de aquél recuperadas en el largo, que sirven lo mismo como punto de partida para ciertos elementos de la narración, que como enlaces secuenciales para darle coherencia al todo. En otras palabras, es evidente que desde un principio Kishi Leopo concibió una historia de largo aliento, de la que previamente hizo una suerte de resumen para después desarrollarla a plenitud. Aun sin soslayar algunas deficiencias técnicas, en las que afortunadamente ya muy de vez en cuando incurre el cine nacional, son más los aciertos que las insuficiencias de Somos Mari Pepa. Entre las más evidentes debe apuntarse lo positivo que resulta tener, en nuestra cinematografía, un filme cien por ciento emanado de cualquier lugar del país que no sea la capital: guadalajareña hasta el tuétano, la cinta fue ideada, escrita, producida y dirigida en la capital jalisciense; sus personajes son oriundos de Guanatos y, desde luego, la trama tiene lugar en Guadalajara. El dato no es menor, si se considera el obcecado centralismo que no deja de ser uno de los rasgos más acusados del cine hecho en México, así como la consiguiente rareza de producciones como ésta.

Pero el acierto más relevante de la cinta rebasa conveniencias estructurales y consiste en lo que cuenta o, mejor dicho, en aquello que hace largo al largo y que en el corto es apenas entrevisto: las razones por las cuales la fracasada, la casi nonata banda de rock homónima al título de la película no puede participar en la “guerra de bandas”. Dando por descontado que son músicos realmente malos y que no logran poner ni una sola rola, el desmembramiento y la deserción parecieran consecuencia directa de tener dieciséis, diecisiete años de edad, y ser mexicano de clase media baja: de los cuatro, uno prefiere pasar el tiempo con su novia, otro prefiere o tiene que conseguir un empleo remunerado y uno más se involucra con el narco; entretanto, Alex, el único que habría querido seguir, no puede porque tiene que hacerse cada vez más cargo de su abuela, con quien vive solo. El futuro –que ya es presente– del grueso de la juventud de este país está plenamente representado en el filme, desde una perspectiva lo mismo realista que metafórica: por una o por otra causa las expectativas, los deseos, los planes y los gustos del segmento poblacional más numeroso se ven primero pospuestos y, casi de inmediato, cancelados, a cambio de lo cual se les ofrece una realidad que es como una puerta cerrada con violencia contra el rostro: el tiempo y el lugar en el que viven estos maripepos viene y les dice algo así como a ver, chamaco, ya métase a trabajar, haga algo de provecho o ya de perdida cásese, y si le toca entrarle con el narco, sea por gusto o sea por levantón, pos ya estaría de dios… De banditas de rock ni hablar, pero tampoco de estudios universitarios, de empleos gratos, de ingresos suficientes, y ni se le ocurra retobar, si no quiere acabar antes de tiempo en una tumba –legal o de las otras, de las que cada día aparecen más por todas partes • (Continuará.)

cinexcusas

@luistovars

A lÁpIz

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CienCiA

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a gran exposición Mayas, révélation d’un temps sans fin, que tiene lugar en el museo del Quai Branly en París, es un verdadero viaje en el tiempo y en el espacio. Caminar entre las esculturas, las urnas, las máscaras, los pedazos de murales, los atlantes, transporta fuera del tiempo tal como lo conocemos. Basta mirar los objetos presentados y dejarse llevar muy lejos a un país que todavía existe y que ya no existe. La experiencia es turbadora y es acaso por eso el trastorno, el desconcertante azoro, que sentimos de entrada. ¿Dónde estamos? ¿En París o en México? ¿En Yucatán o en Guatemala? ¿O bien, en un lugar extraño porque es en parte real y en parte imaginario? En efecto, si no podemos conocer a los mayas verdaderamente, tenemos el recurso de imaginarlos. La civilización maya clásica se desarrolló en la península de Yucatán desde el siglo iii y fue borrada del mapa a fines del primer milenio después de Cristo. Cierto, existen numerosas obras de historiadores que narran y explican de manera excelente lo que fueron la civilización y la cultura mayas. Existen también libros sagrados tan importantes como son el Popol Vuh y el Chilam Balam. Pero el misterio persiste, intacto. Porque al contrario de otras antiguas civilizaciones desaparecidas, las cuales dejaron textos escritos antes de su evanescencia, estos libros mayas fueron redactados después de la conquista española y, sobre todo, mucho tiempo después del desvanecimiento de estas civilizaciones, cuando los habitantes abandonaron sus ciudades. Muchos textos mayas fueron quemados o destruidos por los hombres de la conquista y no disponemos de los documentos originales y auténticos escritos por los mayas mismos para explicar la historia verdadera de su desaparición. El primer trastorno provocado por los mayas es la fuerza de su silencio. Callaron y callan todavía. Se han ido dos veces. Pero se fueron en silencio, sin explicación, sin dejar una nueva dirección. Como si se hubiesen desinteresado de nuestro mundo y nos hubieran abandonado. La abundancia, la riqueza de los objetos expuestos podría equivocar al visitante, provocar el espejismo de una civilización y una cultura vivas. El sentimiento de desaparición, ese vértigo de lo ya terminado que perdura entre ruinas, sólo puede experimentarse caminando entre los vestigios de Chichen Itzá, Tikal, Bonampak, subiendo a lo alto de sus pirámides, o lo que queda de ellas. Cómo no pensar, al visitar esta exposición, en la frase

26 de octubre de 2014 • Número 1025 • Jornada Semanal

de Paul Valéry inscrita en el frontón del palacio de Chaillot: Nous autres, civilizations, nous savons maintenant que nous sommes mortelles (Nosotras, civilizaciones, sabemos ahora que somos mortales). Nos es, así, necesario un gran esfuerzo para tratar de comprender, sin cometer demasiados errores, el mundo tal como lo vivían los mayas, tanto es diferente del nuestro desde cualquier punto de vista. Otra naturaleza, otra cultura, otro pensamiento, otras costumbres, otra historia, otra cosmogonía. Se habla de una civilización nacida en la selva virgen. Y todo atestigua cuando se admiran las cuatrocientas piezas reunidas e instaladas en el museo del Quai Branly, gracias a una notable museografía del arquitecto Jean Michel Wilmotte.

presencia y desaparición del mundo maya Vilma Fuentes

La relación constante y las múltiples correspondencias entre los mundos animal, vegetal y humano son representadas en todas las piezas expuestas: estelas, estatuas, vajilla, máscaras funerarias, frescos. Como si no hubiese separación entre estos diferentes universos. Conviven en una misteriosa armonía donde el paso de un mundo al otro se efectúa de la manera más evidente y, por así decirlo, natural. Se trata de un espacio encantado, tan sobrenatural como natural. En fin, lo más misterioso es acaso ese inframundo al cual se refieren los mayas, el cual no es ni el paraíso, ni el infierno, ni el purgatorio de la teología católica, sino un espacio inventado y que sigue siendo un enigma. Los arcanos son numerosos en la cultura maya, y el más misterioso es sin duda el fenómeno de su desaparición. Numerosas son las tentativas de explicación propuestas, pero ninguna es segura. La idea de guerras, invasiones, fue eliminada por arqueólogos e historiadores. Los geólogos proponen la idea de una sequía. Pero los expertos científicos dudan, pues una gran sequía deja huellas que serían visibles incluso siglos después. ¿Una epidemia, entonces? También en este caso, los actuales métodos de investigación científica permitirían encontrar pruebas. Ahora bien, no las hay. Nos vemos reducidos a considerar que, a pesar de los trabajos de tantos investigadores, la parte de lo desconocido de la civilización maya es aún más importante que la parte conocida. Queda la belleza de todas estas obras, estos tesoros expuestos ahora (y hasta febrero de 2015) en el museo del Quai Branly para el regocijo de los visitantes. “El arte sobrevive a las sociedades que lo crean. Es la cima visible de este iceberg que representa cada civilización desaparecida”, escribe Octavio Paz. Y esta observación parece particularmente apropiada para los mayas. Quizás no podemos comprender sino una pequeña parte de esta cultura y esta civilización, pero sí podemos sentirnos fascinados por la belleza estética de estas esculturas. De ellas emana un poder mágico que sobrevive a los siglos y, al mismo tiempo, poseen una extraordinaria fuerza moderna. Y sí, se trata en efecto de la revelación de un tiempo sin fin, como reza el título de la exposición. No puede dejar de recordarse el poema de Gorostiza: Muerte sin fin. A q u í , a h o r a , a l l á , a y e r, h o y, l o s m a y a s n o s o f re c e n u n a v i d a sin fin. El encuentro con el universo m a y a n o s c o l o c a f re n t e a u n pensamiento diferente al nuestro. Es quizás eso lo que vuelve tan precioso este reencuentro: tenemos siempre algo qué aprender de ésa, de ése o de ésos que nos son tan lejanos y cercanos •

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