■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 27 de julio de 2014 ■ Núm. 1012 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver
Poesía reciente de Michoacán Breve, por favor: la minificción, José Ángel Leyva Ser parisiense o morir, Vilma Fuentes Víctima colateral, Víctor Ronquillo
27 de julio de 2014 • Número 1012 • Jornada Semanal
bazar de asombros LA GENERACIÓN DE LA BOMBA
El Segundo Imperio Mexicano, que vio su fin el 19 de junio de 1867 con el fusilamiento de Maximiliano de Habsburgo, ilustra, “comprimido en sólo tres años, los mecanismos fatales que rigen cualquier convicción político-ideológica ignorante de que lo gobernado no es una entidad abstracta y anónima, sino una de carne y hueso”. No ha transcurrido ni un siglo y medio desde entonces, pero la nación mexicana sigue dándose el lujo de repetir el mismo error. El ensayo de Andreas Kurz que ofrecemos a nuestros lectores revisa ese período, fundamental en nuestra historia, apoyándose tanto en bases historiográficas como literarias, entre las que destacan Rodolfo Usigli, Fernando del Paso y Franz Werfel. Publicamos además una muestra de poesía reciente michoacana, una crónica de la violencia actual contra el ejercicio del periodismo, así como un artículo en torno a la minificción como nuevo género literario.
Comentarios y opiniones:
E
s difícil establecer el nombre de una generación con base en los acontecimientos que marcaron su vida, así como las costumbres, el vestuario, la música, las artes en general y las formas de entretenimiento que fueron comunes al grupo de personas en un tiempo y un espacio determinados. La generación anterior a la mía se llamó a sí misma “generación de entreguerras”. La mía vivió también, aunque en sus primeros años, la Guerra civil española, que fue un ensayo general de la segunda y la violenta etapa de la propaganda, las promesas, los llamados al heroísmo y la parafernalia decorativa de los dictadores nazifascistas. Antes de que México le declarara la guerra al Eje (Roma-Berlín-Tokio) creció una ola incontenible de propaganda, tanto en la radio como en el cine, en los carteles y en las canciones. Era posible ver en México los noticieros de la Luce italiana y los de la UFA germánica. En Guadalajara se mantenían abiertas una buena parte de las llagas cristeras y la ciudad estaba rodeada por campesinos sinarquistas; la gente se ponía de pie para aplaudir a los dictadores fascistas y denostar a Estados Unidos. La vieja contienda entre liberales y conservadores tomó otros matices: los conservadores, primero abiertamente y más tarde de manera solapada, apoyaban al Eje, mientras que los liberales daban su respaldo a los aliados y los comunistas exaltaban a la Unión Soviética de Stalin. Cuando México, después del episodio de los buques petroleros Faja de Oro y Potrero del Llano, declaró la guerra a los países del Eje, todo cambió en materia de propaganda y de información manipulada. El cine de guerra nos trajo las imágenes de los grandes divos convertidos en soldados heroicos; las caricaturas lograban que el Pato Donald, Pepe Carioca y Pancho Pistolas derrotaran y mandaran a la basura a los gesticulantes dictadores fascistas. Estábamos llenos de canciones bélicas como “Despedida” –“vengo a decir adiós a los muchachos”– y llamados al sacrificio económico o personal para lograr la unión panamericana y esperar buenos tiempos para después de la guerra. El new deal del presidente Roosevelt era
Hugo Gutiérrez Vega una buena carta de presentación de la democracia del norte de América y una esperanza para los pueblos del continente sur. Esta fue la época del panamericanismo presidido por los monitos de Disney y por varias comedias musicales, en las que los americanos bailábamos los mismos ritmos y decidíamos seguir el ejemplo de Estados Unidos. Yo me había comprado un mapa de Europa y otro del lejano Oriente y, siguiendo las noticias de la radio, iba colocando banderitas de los aliados, que avanzaban en territorio francés haciendo retroceder a las banderitas alemanas que se defendían ferozmente, pero que muy pronto fueron aplastadas por el enorme aparato militar de los aliados. Los héroes estadunidenses de la segunda guerra fueron exclusivos en su territorio y en algunos países europeos. A nosotros no nos provocaban admiración especial los generales de las tropas aliadas y, tal vez contagiados por la propaganda masiva de Washington, distinguíamos entre la larga lista de héroes condecorados a Patton y a MacArthur. México, como aliado, festejó la victoria. Soslayábamos el hecho de que nuestra única aportación y esfuerzo bélico era el Escuadrón 201, que muy pocas cosas había hecho en la Guerra del Pacífico. Desfilábamos por las calles de Guadalajara con nuestros máuseres de madera y nuestra banda de guerra. El día de la victoria hubo una celebración más bien pequeña en la Plaza de Armas, y una sombra cubría los festejos victoriosos: la sombra del feroz invento bélico. Veíamos el hongo siniestro cargado de sonido y de furia, destrozando cuerpos e inaugurando nuevas formas de terror tecnológico. Las bayonetas, los fusiles, las ametralladoras... todo pasaba a la historia. Iniciaba su reinado la guerra tecnológica, ésa que nos da una muerte que no sabemos de dónde viene y que nos borra del mapa con velocidad bárbara. Por eso a nuestra generación le dieron el nombre de ese nuevo monstruo de fuego y de sangre, que cayó sobre las ciudades japonesas y lanzó amenazas que adquirieron la forma contrahecha de la guerra fría
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Portada: Picosito el Imperio, ¿eh? Ilustración de Mariana Villanueva Segovia
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crónica
Jornada Semanal • Número 1012 • 27 de julio de 2014
Víctima
colateral Libertad de expresión, el Fisgón
Víctor Ronquillo
I
M
aría espera en la soledad de una brecha. La cita era urgente, un llamado de quien ha sometido a la ciudad al temor, los dueños de la vida de todos, los poderosos narcos y sus cómplices. El licenciado Álvarez se encargaba de las relaciones públicas de la organización. Había establecido los necesarios acuerdos políticos, representaba a los je fes en los negocios. Era el flamante socio de quienes habían entendido que las amenazas de la extorsión se cumplen. Pronto caería la tarde. Cerca del lugar donde María se encontraba, a poco más de un kilómetro, fue hallado un par de cuerpos calcinados justo cuando comenzó esta nueva era de terror, cuando ellos tomaron el control, cuando se erigieron como vencedores en la última de las guerras libradas por la ciudad, una ciudad ubicada de manera estratégica a la entrada de la sierra, donde abundan los cultivos de marihuana y amapola, cercana a la capital, centro neurálgico de las decisiones políticas y económicas, a menos de un par de horas por carretera de uno de los puertos comerciales más importantes no sólo del estado, sino del país. La ciudad es un enclave determinante en la geografía de las transna cionales del narcotráfico. María fotografió esos cuerpos irreconocibles. El horror de la muerte en versión de restos humanos carbonizados. Imposible identificarlos. En alguna parte alguien espera todavía por ellos. María escribió la nota para La de Ocho, el diario local en el que trabajaba y para Acontecer, periódico que se editaba en la capital del estado y del que ella era corresponsal. Era conocida en el gremio, buena reportera, tan buena que casi había logrado que sus colegas olvidaran que se había casado con un personaje vinculado a los sótanos del poder local: Gregorio Antúnez, quien fue jefe de la policía años antes de que em pezara la pesadilla, cuando los narcos decidieron erigir imperios criminales en cada municipio. A Antúnez lo llamaban el Gato: tenía siete vidas y siempre caía de pie. María esperó un rato más. Temía lo peor. No se equivocó. Escuchó el motor de la Hummer que apareció a la distancia en la brecha, con las luces encendidas. Se detuvo frente a ella. Álvarez se tomó su tiempo para bajar, lo hicieron primero los dos hombres que siempre lo acompañaban, su guardia. Todo estaba bajo control. Quién haya conocido al licenciado jamás olvidará su sonrisa, una sonrisa putrefacta, maligna. No dijo mucho. Habían pactado con los periodistas. María fallaba. Los jefes estaban molestos, muy molestos. Le habían pedido que hablara en persona con ella en atención a Antunez, el Gato, un amigo respetado por todos. A María debió perseguirla en sus pesadillas la sonrisa contrahecha del licenciado Álvarez.
II La oficina era fea y estaba montada en una antigua bodega, por lo que no había ventanas. A pesar de los litros de Pinol gastados, de los aromatizantes y hasta las cajas y cajas de varitas de incienso quemadas, un penetrante olor a nadie -sabe - qué, aunque se decía que a muerto, habitaba con persis tencia el lugar. Era su principal y odiosa característica. Los reporteros se encontraban ahí, media docena, todos conocidos, todos corresponsales de los llamados medios nacionales. Los había citado el comandante Ortiz, quien llevaba en la ciudad ya seis meses. Había llegado al frente de un operativo que desplegó militares y fuerzas de la Policía Federal en el punto más candente de la guerra, cuando los tiroteos en el centro de la ciudad, cuando los actos de verdadero terrorismo cobraron la vida de una docena de inocentes, cuando el caos estuvo a punto de impedir la necesaria marcha del negocio y la maquinaria del control político del crimen estuvo a punto de deteriorarse. Ahora eran otros tiempos: de paz, pero la sangrienta paz instaurada por los nuevos dueños de la ciudad. El comandante presentó al licenciado Álvarez, quien no dijo mucho, sólo amenazó. La “nómina” iba a manejarla Juan Castillo, veterano reportero de nota roja con fama de corrupto, quien gustaba de ostentarse como comandante de la policía ministerial. Algunos de los reporteros presentes en esa reunión se ofendieron cuando Álvarez dijo: “Juanito trabaja con nosotros desde hace tiempo. Es uno de los suyos. Fue quien me dijo cuál era el precio de cada uno de ustedes.”
III Plata o plomo. Lo que se publicaba en los cuatro o cinco diarios locales, la información que llegaba a las redacciones de los periódicos llamados nacionales y a las dos principales cadenas televisoras, además de a media docena de estaciones de radio, era la que convenía a los intereses de la empresa criminal que representaba Álvarez: los muertos y sus fotografías, los atentados y sus víctimas, la estrategia del incendio y la alarma con grandes titulares, o bien la del silencio donde se oculta todo. Una estrategia de medios fraguada por verdaderos especialistas que tal vez laboran en sofisticadas oficinas en Nueva York o del mismo Pentágono, vaya a saber. Pero en la trinchera de la guerra de aquella ciudad en México, de su control, algo fallaba: una reportera no se sujetaba a las indicaciones, seguía por la libre. Aquel re-
Fotos tomadas de: mediosdelsur.wordpress.com
portaje sobre los problemas del drenaje, cuando las lluvias, la denuncia de la compra de materiales de pésima calidad para el revestimiento de calles y banquetas, molestó a muchos. Lo peor era que María jamás supo que aquellos sobres de dinero con su nombre, billetes nuevecitos de doscientos pesos, Juan Castillo los depositaba en su cuenta bancaria.
Coda María desapareció. Los dueños de la ciudad le cobraron el atrevimiento de publicar información que afectaba a sus intereses. Quizás el encargado de la “nómina” decidió que lo mejor era su silencio, eliminarla, desaparecerla, ante la posibilidad de que se descubrieran los robos. Tal vez el temible Gato Antúnez decidió que una esposa periodista ponía en riesgo la alianza que había establecido con los nuevos dueños de la ciudad y prescindió de ella. Lourdes, la hermana de María, cuenta en una carta escrita con toda propiedad que no se resigna a decirles a las hijas de María, sus sobrinas, un par de niñas de ocho y diez años, que su madre ya no volverá
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Poesía recie Los autores aquí incluidos son un mínimo ejemplo de la actual vida literaria en Michoacán; su presencia corresponde a los últimos tres lustros. Ante la situación actual de Michoacán, la poesía es una manifestación indispensable y ofrece un panorama social que, naturalmente, no se restringe a la problemática agudizada a raíz del la violencia inherente al crimen organizado. Rafael CaldeRón
Poema de la noche Ernesto Hernández Doblas La noche que todo lo pudo. Cuando las estrellas fueron labios En beso de luz; Casi ramo de relámpagos Casi cascada de luciérnagas Casi rotundo cielo de uva. La noche que todo lo pudo. Bosque adentro danzaba La Diosa pagana y su cordero Con música e incienso. La noche que todo lo pudo. Nadie movió de su sitio A esos lobos que aúllan, Y recitan los nombres De la Diosa pagana.
Biografía del mexicano solo
Morelia
Miguel Ángel Toledo
Ana Aridjis
Jueves mediodía Mexicanamente triste y ebrio hace años que olvidé el sentido de mi vida que no sé pelear por las ásperas e inolvidables cosas que las penas van cambiando de lugar ni por el polvo familiar con el que esperanzadamente alimento el estómago infantil que ya sólo es una baldía propiedad que tiembla y duele. Tengo sed y ganas de reír con prójimo con familia y un nombre que nadie usa desde aquella noche enemiga que la lluvia me regresó llorando a casa y no supe preguntar para qué ni a quién llamaba Dios con sus truenos altísimos y respetables como él. Tengo una carta llena de ruidos ilegibles y una astilla de miedo en los ojos escarba una entrada al abismo del llanto. Tengo también ganas de ser buen hombre buen amigo de quien me tolera me odia o me olvida como yo, por ejemplo, aunque me hablo poco, me conozco doy nombre a mis cosas y sufro conmigo la pena de tener un muerto más y por supuesto, tengo ganas de orinar testarudamente el dolor conyugal de los riñones de que la lluvia deje de caer mientras pienso en la utilidad de los zapatos en la edad incierta de los locos en el vértigo y los nervios en el relámpago de seguir siendo Miguel Ángel y tengo ganas de que este nombre no me despierte si estoy muerto.
He recorrido en la memoria las calles de la infancia y con los ojos los edificios de cantera, todas las cosas que vuelven a encontrarse en la medida en que pierdo el hilo que tejen mis pasos entre un viento y una lluvia tenue. Recordar es volver a hilvanar lo perdido. Otro rostro más suave, una sonrisa peregrina. A esta ciudad, la dibujo en los días, y la boca que descifra los matices en una lengua que abre el alfabeto para formar raíces ávidas, en los días recuerdo algunos rostros, esqueletos de sí mismos, para buscarlos, hace falta despertar a mis muertos.
ernesTo HernÁndez doblAs (Morelia, 1971). autor de Bitácora clandestina y Oscura luz. de su obra
Miguel Ángel Toledo (Huaniqueo, 1963). Su obra inicia con Dedi-
destaca Lugar de muertos publicado por la
catoria a un poema perdido (Fondo Editorial Tierra adentro,
editora y poeta chilena Carmen avendaño en
México, 1997), a la que le siguieron Poema pequeño con futuro
El Árbol Ediciones.
grande y El libro de las últimas conversaciones (2011).
AnA Aridjis (Morelia, 1967). Este poema procede de Matices de un paisaje (Encuadernación y Serigrafía, libro “hecho a mano”, impresión de 300 ejemplares con 6 dibujos y una serigrafía original de octavio Vázquez. Morelia, Michoacán; 2004).
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ente de Michoacán De amor para Antonio (Machado)
El cazador sueña un león herido (fragmento)
Sergio J. Monreal
Leonarda Rivera
No sé cuánto pasar sin haber sido habrá que padecer y ver padecer todavía. Probablemente aún quedan mil exilios esperando el camino de regreso. Quizá hay que desmenuzarse todo el ámbar del sol en la piel antes de topar con un camino que no sea el reverso de un abismo. Tal vez para mañana nos toque ser todavía un hombre triste mirando el atardecer de cara al mar.
A esa hora en que todo espera a ser nombrado Un pájaro oscuro alza su vuelo y seguro de sí mismo abre sus alas y con una sola pluma desteje a la noche haciendo que de ella broten imágenes verdaderas y nadie sabe si es el verbo el que hace que las piedras canten o si es el pájaro oscuro el que se hace piedra al perder su vuelo Y de repente todo se queda en silencio como si nos hubiéramos olvidado de nuestros nombres como si el pájaro oscuro se los hubiera comido
Pero aun entonces (como aún ahora) el hombre triste sabrá atrapar el rumor del oleaje en un trozo de papel sin más ayuda que la fiebre elevada de sus venas y un ojo que como el sol se dispersa en colibríes. Aun entonces los caminos habrá que andarlos y los abismos que inquietarlos con semillas espirales. Y los exilios habrá que perforarlos con espejos caracólicos que envíen la carne en su reflejo de vuelta al infinito. Aun entonces habrá que forzarse a comprender como tú comprendiste que en el fondo nada puede realmente pasar sin ser. sergio j. MonreAl (dF, 1971). Radica en Michoacán desde 1984. Poeta, narrador y dramaturgo. Su poesía se encuentra en títulos como El manar de la sombra, Raíces del aire y Camlann (Cuadernos de Palabra Poesía, núm. 2).
Y sólo queda eso innombrable flotando en el centro de la noche se levanta y se detiene amenaza al viento hasta que el pájaro detiene sus alas y vuelve a ser hombre –Hermoso ovíparo ¿de qué sirven las palabras cuando el silencio ha germinado en ellas? leonArdA riverA (Uruapan, 1984). Poeta y filósofa. autora de Deshojal, obra con la que mereció en 2010 el Premio Estatal de Poesía Carlos Eduardo Turón.
Mar rojo Armando Salgado Quise vender mi alma pero nunca respondió Busqué otros caminos A diario compartí: cama carne pan mis piernas Era buen hijo: obediente manso un cordero agradable Logré encontrar el calor del infierno y un miembro que arrancara plegarias de mi boca (Cierto me gustaba naufragar ahora mi gusto por los barcos zarpa sin regreso) ArMAndo sAlgAdo (Uruapan, 1985). Su tercer título de poesía es Estancia de ánimas (Fondo Editorial Tierra adentro, México, 2013), con el que obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven Francisco Cervantes Vidal 2013.
Ilustración tomada de: desinformemonos.org
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La vida o la bolsa:
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serparisienseomorir
Vilma Fuentes
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er un auténtico parisino, o más bien parecerlo, pues en París las apariencias tienen en la calle y en sociedad la primacía, exige disciplina, vigilancia de cada gesto, ingenio y, sobre todo, ligereza. No basta nacer en París para ser parisiense. De todos modos, la época de los Gavroches (magistralmente encarnado en un personaje de Víctor Hugo) queda lejos. Es difícil encontrar, incluso en Montmartre, ese tono de guasa, esa forma del espíritu popular tan bien representado por una Arletty o un Louis Jouvet. Los poulbots que se deslizaban por los barandales de las escaleras han desparecido: los chamaquitos de un pueblo en peligro de desaparición siguen la moda y exigen los zapatos básquets, las cachuchas y los jeans que ven vestir a los actores estadunidenses, vestimentas con las cuales son ametrallados por la publicidad. Sin contar el teléfono celular al último grito de la moda. París, aburguesado, ghetto de clases adineradas, ha hecho emigrar a sus capas populares. Hoy, el parisiense debe saber escoger sus ropas para cada ocasión. No se asiste a un Salón del Libro o a la Feria de Arte Contemporáneo trajeado y con corbata. Esta última se evita incluso en donde la exigen. Se puede escamotear el ridículo de la corbata con un cuello mao puesto a la moda gracias al esnobismo de un Jack Lang, ministro de la Cultura de Mitterrand. Tampoco se viste de negro cuando se va a un entierro. Ni de blanco ni de rojo, subterfugio rebuscado, si no se quiere pasar por un maoísta en desuso, colmo de un provincialismo retrógrado. El parisino cruza la calle sin ver tráfico de vehículos ni semáforo –la calle es parte inalienable de su territorio. Sin embargo, el pobre Roland Barthes y otros famosos intelectuales han muerto a consecuencias de un accidente al atravesar la calle. Se aconseja portar algún objeto de marca pero sin la marca, no se es hombre sándwich. Debe, sin embargo, portarlo con displicencia monárquica. Son miles los extranjeros que desean darse la apariencia de aborígenes de esta ciudad que los atrae como la luz o la llama atrae una mariposa. Su deseo de conquistarla es un desafío. Convertirse en su rey es su ambición, ¿no deviene, al mismo tiempo, rey de Francia? “París bien vale una misa”, frase de Henri iV al convertirse a la religión católica para reinar en Francia. Luis xiV , en cambio, detestaba París a causa de la humillación sufrida durante su infancia a manos de la Fronda, en esa ciudad –de ahí, en gran parte, el origen de Versalles. Humillación aunada a los celos que le desató la opulencia de su ministro de Finanzas, Nicolas Fouquet, mecenas de dramaturgos, arquitectos, paisajistas, escultores
y un poeta inmortal: Jean de la Fontaine. No deja de ser extraño, aunque concebible, que el poder se funde sobre sentimientos bajos y el poder absoluto sobre los más abyectos y ruines. Quizás a causa de este doble origen, el parisiense finge no serlo: extravagante en la ciudad más extravagante, deja lo fachoso estrafalario al rastacuero personaje de La vida parisiense, al pueblerino a quien hace la mira de sus burlas, ese plouc, mezcla de naco y pachuco de tiempos caducos; él, el auténtico parisiense, el único, mira desde lo alto, con una sonrisa socarrona, los vanos intentos de imitación del recién llegado, cuando éste gesticula, ridículo a sus ojos, tratando de imitarlo, su paso, su garbo, su cariz, características inconfundible. Sus frases con las cuales da el golpe de gracia y sus réplicas tajantes, mortales como la puntilla. Unas cuantas palabras, concisas y plenas de significado, densas –dos de las tres exigencias de Pound para escribir poesía. “Esta frase no era demasiado larga para el provinciano”, ironizó Stendhal a propósito de ese lejano extranjero de
Arriba: parisinos, según Toulouse Lautrec. Abajo; otras versiones contempóraneas tomadas de internet
París, más alejado aún que un extranjero. Ese mismo Stendhal, seudónimo de Henri Beyle, quien muestra en sus novelas sus preferencias por la pasión y la profundidad italianas, quien detesta en París la superficialidad brillante de sus habitantes, escribe: “Las espinacas y Saint-Simon han sido mis únicos gustos durables, acompañados, no obstante, con el de vivir en París y una renta de 100 louis haciendo libros.” Balzac había escrito el desafío lanzado por el provinciano Rastignac: “A nosotros dos, París”, dispuesto a continuar su relación con la mujer del banquero Nuncingen: hija del abandonado por ella, su padre, a quien
sólo Rastignac acompaña a su entierro. Qué importan las traiciones frente a París. Balzac edifica las Escenas de la vida de provincia sobre las pequeñeces, las grandezas de sus personajes, y las de la vida parisina donde describe las miserias y esplendores de cortesanas y parisienses, a veces más pueblerinos que aquéllos de quienes creen reír impunemente. Víctor Hugo conduce al lector de las barricadas a las alcantarillas o a la catedral de París, lugares poblados de héroes desconocidos. Baudelaire nos arrastra, fascinante, por las calles nocturnas de París, iluminado con las chispas de champagne eléctrico de Hemingway. En sus Chroniques Parisiennes, la mirada de Alfonso Reyes mexicaniza esa ciudad: sus textos ofrecen una visión, compartida con su parisiense amigo Valéry Larbaud, que da una vuelta de tuerca a la idea del París de entonces. Aunque la imagen del parisino ha sufrido la usura de los años, barrida como el polvo por el viento, el mito de París resiste al tiempo. Acaso gracias a esa puerta abierta que ofrece al extranjero encarnar la quintaesencia del parisiense, se siguen subiendo a París –a París se sube, no se baja, dice Balzac por la boca de Rastignac– con el anhelo de conquistarla o, al menos, de verse consagrado por esa ciudad. En otra ocasión hablaré de los extranjeros en París. De aquellos que se atreven a situar sus personajes entre sus muros, como Cortázar. De quienes reconocen sólo pasar por ella: Elena Garro, Vargas Llosa o Carlos Fuentes. De Octavio Paz o Francisco Toledo. De la aventura de amor y desafío de quienes se quedan a morir. Porque sigo, analfabeta en francés, refugiada en el territorio de mi español mexicano. Pero esto requiere un vasto espacio, aunque pueda trazar algunos apuntes en las páginas de La Jornada
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El zombie
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EnSaYO
como representación Ricardo Guzmán Wolffer
M
ientras los zombies siguen de moda con películas, series de televisión y juguetes, los libros sobre el tema continúan, pues su presencia no es reciente. El tema de los muertos que reviven puede rastrearse desde el siglo xVii e incluso antes, pero en la forma en que se les representa ahora tendrá menos, desde el siglo xix , como documenta José Luis Trueba Lara en su recopilación de relatos, Zombies, historias clásicas de muertos vivientes (Edit. Porrúa). Las vetas de los muertos vivientes pueden establecerse en varias direcciones. Los muertos hambrientos pueden ser sólo una variante de los monstruos que brotan de la imaginación de buscadores de fantasías: el zombie lo mismo podría ser una bruja que un hombre lobo o cualquier otro ser fantástico clásico: sirve al texto y no conlleva mas que la alegoría de que el odio puede sobrevivir incluso a la muerte. Tema usado por Stephen King y otros autores contemporáneos para establecer la permanencia de lo maligno, en ocasiones asentado en casas, en animales u objetos: la imaginación para establecer la continuidad de la interioridad humana. En estos cuentos aparece la vena caribeña del zombie (se les adjudica origen africano): eran apología de la muerte controlada por los hombres con sabiduría en los ritos de magia: en aquellas latitudes donde la naturaleza llega a ser implacable en su fuerza e inabarcable ante su magnificencia, los hombres quieren sentirse capaces de dominar la transitoriedad de lo humano para establecer que, sin importar el precario estado mental, es posible ser eterno en lo físico: ante la imposibilidad de controlar las fuerzas ambientales y del ciclo vital, por lo menos asumen la posibilidad de disponer de los otros sujetos, quizá para ponderar que somos los únicos animales capaces de evadir los cambios universales de la vida y la muerte. Los vecinos del norte, eficaces para apropiarse de los mitos de otras latitudes, tomaron a los zombies. En la reciente película Guerra mundial Z (basada en el libro respectivo), los veloces come-gente son metáfora del odio hacia lo extranjero: podrían ser invasores musulmanes o indocumentados: la paranoia gringa busca los caminos para transmitir su mensaje de cómo tratarán a los contrarios de los intereses locales. Así sí es fácil matarlos. Mientras los zombies del Caribe son seres extraídos de la naturaleza para mostrar el dominio humano sobre la muerte, los zombies estadunidenses importan en tanto amenazan el american dream: no hay subtexto de humanidad, sólo una intimidación más a sortear para mantener el predominio de Estados Unidos. Los propios zombies son despojados de ese sentido de continuidad, pues aun sin mente o alma, los muertos caribeños que caminan bajo las órdenes del mago y sus ritos, son considerados esclavos, en una extraña equiparación a los negros que servían a los blancos cuando la esclavitud era legal (y un gran negocio), pero
los zombies de la Guerra Z sólo son enemigos a vencer. La inclinación bélica (y las ganancias de su logística) de los gringos encuentra un nuevo escenario en estos enemigos que, en apariencia, son políticamente correctos, pues sin señalarlos como musulmanes o inmigrantes ilegales o narcos, son perfectos para recibir balazos sin que el tirador tenga cargos de conciencia. Los zombies personifican esa idea gringa de que lo ajeno debe ser devastado, lo que sea distinto a sus intereses, lo que modifique sus costumbres (así sean indignas o contrarias a los más elementales derechos humanos) debe ser eliminado para mantener los privilegios y formas existentes. Como si la condición humana no fuera el cambio mismo. Los cazadores de zombies en esa guerra “z” son los nuevos paladines para luchar contra lo extraño, lo distinto, y colman un ideal dentro de la imaginería gringa: pueden matar a todos esos extraños, incluso fuera de su país, sin insultar a nadie. La perspectiva siempre es puesta en lo propio, como es su costumbre. En otras latitudes hay acercamientos distintos. Descansa en paz, de John Ajvide Lindquivst, autor de Déjame entrar, muestra que las novelas de monstruos no necesitan ser violentas. Uno que otro ataque de zombies, pues la trama gira sobre los parientes de los “redivivos” de Estocolmo. Ajvide plantea las implicaciones básicas del fenómeno zombie: ¿y si no pudieran desenterrarse solos?, ¿y la religión?, ¿y el gobierno cómo reaccionaría, a dónde llevaría a esos caminantes, cuál sería su marco legal, deben ser defendidos?, ¿y si los tratáramos como autistas, regresarían a la conciencia? El zombie como pretexto para indagar en la interioridad de sus deudos. Terrorífica en parte, misteriosa siempre, la visión de este europeo va hacia las victimas, hacia los agredidos: no sólo los directamente atacados, los “muertos”, sino también sus parientes: los come-vivos tienen familia, seres que se preocupan y sufren por ellos, detalle que no es tocado en la visión gringa de la nueva y perfecta guerra. Las ventas de libros de zombies se han disparado. Era cosa de tiempo para que esos seres comenzaran a ser metidos a narcos, a detectives y a mil cosas más. Para muestra está la saga Tom z Stone, de J . e . Alamo, mezcla del zombie con la novela negra, donde los comentarios ingeniosos y de humor negro salen con fluidez. Las dos novelas llevan la trama clásica (el crimen por resolver que lleva a los bajos fondos de la política), con zombies malísimos, fanáticos religiosos peores, gángsters y las mujeres fatales en el negocio de estupefacientes. Los adictos como un prefacio al zombie. La reciente droga cocodrilo da nota de que estos zombies literarios, como muchos monstruos, han dejado el arte para caminar en la realidad. Faltaría la revisión de los textos orientales de fantasmas (Kwaidan, de Hearn, y antecedentes, verbigracia) o los africanos (Amos Tutuola recrea las tradiciones africanas donde lo fantástico emparenta a estos zombies con otros muertos; entre otros) para establecer cómo los relatos de esos muertos que regresan, todavía tienen más historia. El zombie literario ofrece más posibilidades que el cinematográfico
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l 14 de abril de 1864, Maximiliano de Habsbur Habsburgo y Charlotte de Bélgica se embarcaron en Trieste rumbo a México. El viaje incluyó una parada de varios días en Roma para que Pío ix diera a los nuevos emperadores su bendición. A finales de mayo llegaron a Veracruz, donde empezó una serie de malentendidos, equivocaciones y errores; una cadena de conversaciones entre sordos monárquicos, liberales, mochos, republicanos, oportunistas e idealistas que encuentra su showdown el 19 de junio de 1867 en el Cerro de las Campanas. El viaje había iniciado como una fiesta de la nobleza europea: Maximiliano, el último caballero del siglo xix, miembro de una familia ilustre, archiduque de la gran monarquía austríaca y exgobernador de la Lombardía, sale con la espada en la diestra y la doncella en la siniestra para redimir a un pueblo perdido. El viaje termina con una muerte inútil y quizás un sacrificio, –¿siempre es inútil el sacrificio– que sella, cincuenta años antes de la primera guerra mundial en un país marginado y humillado por la política europea decimonónica, la caducidad de la idea monárquica y el triunfo del nacionalismo liberal que implica el éxito de otra idea imperial: la de Estados Unidos. Hay pocos viajes tan bien documentados como el de la pareja imperial. En México, Austria y Francia se publicaron, a manera de crónica casi simultánea de los acontecimientos, varios libros que describen y
Ilustraciones de Mariana Villanueva Segovia
documentan los acontecimientos desde la salida de Miramar hasta la entrada triunfal en la capital mexicana. Se trata de obras que manipulan y tergiversan los hechos, libros escritos y recopilados por autores que celebran la llegada de los emperadores como la salvación de la nación que había sido iniciada por las tropas de Napoleón iii . Por su parte, después de 1867 los escritores e historiadores republicanos tergiversarán los hechos, establecerán una historiografía nacionalista basada en el heroísmo individual que, a pesar de Francisco Bulnes y los valiosos trabajos de Edmundo O’Gorman, sigue predicándose hasta la fecha. En 1864 estaban demasiado ocupados en una guerra aparentemente desesperada.
SIN héROES NI tRAIDORES El Segundo Imperio Mexicano ilustra, comprimido en sólo tres años, los mecanismos fatales que rigen cualquier convicción político-ideológica ignorante de que lo gobernado no es una entidad abstracta y anónima, sino una de carne y hueso. Un pueblo no puede ser ni liberal ni conservador ni mocho ni republicano. Un pueblo tampoco puede dividirse entre cangrejos y puros. Quien acepta estas divisiones y pretende imponer una de ellas, asume, aunque se mueva dentro de una constitución democrática, un papel divino, es decir: basa su quehacer social y político en un mito. Ya el 3 de octubre de 1863, Maximiliano no había dejado margen de error: el Habsburgo era un monarca liberal y constitucional que quería imponer una carta magna que garantizaría un sistema modestamente democrático. Se dan cuenta Gutiérrez de Estrada a pesar de su bien estudiada hipocresía, Velázquez de León a pesar de su incondicionalidad monárquica y, sobre todo, Napoleón iii . Juntos impiden el proyecto de constitución del austríaco y le recomiendan un gobierno basado en el poder autocrático del príncipe. Durante estos tres años es imposible distinguir entre liberales y conservadores, patriotas y vendepatrias, mucho menos entre héroes y traidores, distinción que, sin embargo, requiere la historiografía decimonónica para poder inventar una nación y su parafernalia cívica. Sorprende, aunque sí es coherente, que precisamente Ignacio Ramírez el Nigromante, quizás el demócrata más radical de su época, se oponga a las ejecuciones de Querétaro. La nueva República nace, según Ramírez, con un acto injusto. El soberano –léase Juárez– violó la Constitución porque ya no había guerra. Son condenables los crímenes de los franceses, la intervención como tal y la indignación europea ante la intransigencia de Juárez, pero no es condenable Maximiliano como criminal de guerra: “la autoridad civil comete por ostentación un asesinato injustificable”. Con esta frase, Ramírez se refiere al castigo draconiano sufrido por un criminal civil anónimo. Sin embargo, las circunstancias de su escrito apenas disfrazan el verdadero objetivo del Nigromante. Ramírez sabe que después de una guerra, al inicio de un nuevo estado de
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cosas, no hay ni traidores ni héroes. En un texto de 1867, titulado precisamente “Héroes y traidores”, se pregunta si por el mero hecho de abandonar su capital, Juárez es un héroe, mientras que los que se quedaron para esperar con resignación o incluso dar una bienvenida entusiasta a los franceses son traidores… A final de cuentas, concluye sarcásticamente, todos somos tributarios del fisco, nadie tiene el derecho de distinguir entre héroes y traidores. Este derecho, agrega el lector moderno, sólo la historiografía se lo adjudicaba a lo largo de la centuria siguiente. La literatura puede ser más confiable y enriquecedora que la historiografía, precisamente porque no suele remi remitir a hechos, sino de antemano admite que los construye y falsifica. En México, dos textos ficticios sobre el Segundo Imperio superaron la prueba del tiempo: Corona de sombra, de Rodolfo Usigli; y Noticias del Imperio, de Fernando del Paso. Ambos autores se quejan en sus obras de que tienen muy pocos antecesores dignos, a la altura del tema. La queja es injustificable, pues representaciones literarias del Imperio y de sus protagonistas hay muchas a partir de 1867, dado que la cuestión de la calidad se relega a un lugar efímero si aceptamos como criterios de valoración lo circunstancial y partidario. Entonces las novelas de Mateos, Riva Palacio y Altamirano, el teatro de Antonio Guillén Sánchez, hasta la malograda épica de Luis g . Pastor, férreo defensor del heroico Habsburgo, son antecesores dignos de Usigli y de Del Paso, a pesar de las deficiencias estéticas de las obras.
REAL E IMAGINARIO, RIDíCuLO y GRANDIOSO Es imposible escribir novela o teatro histórico sin fuentes: memorias, cartas, diarios, los clásicos de la historiografía. A veces se produce un fenómeno curioso: las fuentes resultan más fantásticas y novelescas que las narraciones que impulsan. El Segundo Imperio en la literatura mexicana ilustra este fenómeno. En 1864, con motivo de la llegada de Maximiliano y Carlota, se imprimen dos documentos valiosos: De Miramar a México (Orizaba) el uno; Advenimiento de ss. mm. ii. Maximiliano y Carlota al trono de México (México), una copia parcial del primero, el otro. Se trata de recopilaciones de artículos de prensa, documentos oficiales, diarios e informes de los testigos presenciales, todos ellos conservadores, católicos y convenientemente monárquicos. Precisamente por su carácter documental, estos libros manipulan y tergiversan, es decir: escriben la historia. No cabe duda de que los liberales habrían hecho lo mismo, si en 1864 hubieran tenido más ocio y recursos materiales. Estos textos demuestran, a pesar de su muy reducida fiabilidad, que el pueblo sólo es una invención, una palabra que se usa porque sin ella no se podría hacer nada, sería imposible la actuación política: una palabra de ortografía muy variada. Por otro lado, las dos recopilaciones insertan algunas fotografías instantáneas que ilustran tanto lo chusco y ridículo, como lo trágico y grandioso de ciertos actos individuales en medio de los grandes acontecimientos históricos. La literatura saquea este tipo de fuentes para enseñarnos que lo chusco puede ser trágico, lo ridículo grandioso y que, juntos, nos acercan a una lectura de esta palabra difícil, de “pueblo”. Es tarea de la Academia rastrear los orígenes de una serie de episodios en las obras de Usigli, Del Paso, hasta de Franz Werfel, en esas crónicas. Hay otros episodios que, a mi saber, aún podrían explorarse. Reproduzco tres:
“El puente de la Novara, á nuestro regreso de las carreras, se había transformado en plaza de toros”, escribe Monsieur Chauveau, un periodista francés, desde la parada obliga obligatoria de la fragata imperial en Gibraltar. Un invitado es español organizó la corrida a bordo, sin que Kaiser alguno le hubiera pedido el favor. Casi termina en desastre, ya que el toro se suelta y… No es difícil imaginarse qué habría podido hacer el animal angustiado en el espacio reducido del barco. Tuvo suerte la tripulación, reporta Chauveau, ya que fue posible “dominar al toro, que no perdió nada en aguardar, pues fué pasado á cuchillo al siguiente dia”. La bestia prefigura el destino de los que se invitan a lugares donde realmente nadie los espera, lugares a años luz de su hábitat natural. No sabemos si Maximiliano y Carlota presenciaron esas escenas grotescas. Sí son espectadores privilegiados de los fuegos artificiales armados durante su entrada triunfal en la capital de México. La Novara, orgullo de la marina austríaca que el archiduque había salvado de ser una burla; el castillo de Miramar, este proyecto digno de los sueños desquiciados de un Luis de Baviera, se dibujan en el cielo. Un espectáculo grandioso, aunque posiblemente borroso, ya que se efectúa poco después de tremendo chubasco. Un espectáculo que demuestra la admiración y el amor de los mexicanos por el emperador recién adquirido, aunque también causa el luto de algunos pocos, ya que uno de los operarios muere y varios más resultan mal heridos… La desgracia individual simboliza, tres años antes del sitio de Querétaro, el final tragicómico de un Imperio que pensaba que las tropas juaristas se rendirían ante la representación y la etiqueta. Sus Majestades quieren ser mexicanos. Como tales deben comer chile: “ SS . mm . comieron por primera vez mole de guajolote, tortillas con chile y pulque… y los honraron (a los anfitriones indígenas) comiendo de ellos, pero no comieron mucho, porque dijeron que picaban un poco”. Me imagino gotas de sudor en la barba rubia de Max, las lágrimas retenidas de Carlota, las palabras de agradecimiento que no quieren salir de la garganta lastimada. Trataron de ser mexicanos, pero hay un hasta aquí. Se quemaron porque querían ir más allá. Estas escenas disminuyen el peso de la historia y aumentan el de los individuos que la forman, no de los héroes y traidores, sino del operador infeliz de unos fuegos artificiales, de los marineros cuyas vidas peligran gracias a un toro desubicado, de los indígenas que ofrecen sus comidas a unos paladares acostumbrados a trufas y champaña: los mismos indígenas a los que Carlos Fuentes, sin mencionarlos, daría espacio en una narración maestra: “Tlactocatzine, del jardín de Flandes”. No cabe duda que Fuentes leyó De Miramar a México. El ejemplar que se conserva en Monterrey trae el sello de la Capilla Alfonsina. Fuentes publicó el cuento en 1954, es decir: es probable que haya encontrado la recopilación entre los libros de su mentor. Sin duda, la página 114 llamó su atención: “Aquí está esta flor: mira en ella una señal de nuestro amor: te la dan tus hijos del Naranjal.” Así traduce Faus-
tino Chimalpopoca la última frase del discurso que dirigen los indios de Orizaba a su nuevo soberano. Éste promete que va a “mejorar en todo vuestra situación, y así podéis anunciarlo á los habitantes del Naranjal”. Posiblemente entrega las flores a Carlota. Un mito quiere que estas flores llegaron a las manos de Sophie, la madre de Maximiliano, la que las deposita en la Cripta de los Capuchinos, la tumba de emperadores y archiduques austríacos. En el cuento de Fuentes, la anciana Carlota las recoge en la casa del Puente de Colorado, la que el emperador había donado al odiado Mariscal Bazaine con motivo de su boda. En el espacio ficticio, el narrador sigue a la emperatriz y se queda encerrado en la Kapuzinergruft. La ingenua petición de los indios veracruzanos que reproduce De Miramar a México; y con ella las promesas de la pareja real se pudren con los cadáveres de los reyes. El triste final de la historia equivale a uno de muchos tristes finales del Imperio: los indígenas no forman parte del ideario nacional, la literatura del siglo xix no rescata sus existencias. A raíz de la creación de la nueva nación son la mayoría que calla y muere. “Tlactocatzine” es un intento de darles una presencia más allá del folklor involuntario de algunos textos indigenistas, una presencia metafórica, quizás la más real de todas, que los episodios al margen de la gran historia esconden y ofrecen al que busca
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Filosofía y filosofar en Platón, Óscar Juárez Zaragoza, Universidad Autónoma del Estado de México, México, 2013.
Formol Formol, Carla Faesler, Tusquets Editores, México, 2014.
LA ODISEA FILOSÓFICA GERMÁN IVÁN MARTÍNEZ
Esta es la primera novela de la también poeta y ensayista Faesler, oriunda de Ciudad de México, a la que asimismo se le reconoce como una notable artista interdiscipli‑ naria, sobre todo por sus múltiples trabajos en los que hace dialogar al texto, que es lo suyo, con la ima‑ gen, que en justicia debe decirse que también es lo suyo: video‑ poesía y fotopoesía, neogéneros mixtos que en su universalidad y su amplio alcance admiten por desgracia la posibilidad frecuente de toda suerte de chambonerías, en las propuestas de Faesler siempre han encontrado una ruta que no los conduce a la trampa ni a la mera ocurrencia dizque feliz. Lo mismo cabe afirmar del trabajo que la autora de los poemarios Anábasis maqueta y No tú sino la piedra, entre otros, ha realizado en conjunto con una larga serie de artistas plásticos, mexicanos y extranjeros. Lo mismo, igualmente, cabe decir de este primer ejerci‑ cio novelístico: que está hecho de rigor formal y con absoluto profesionalismo, pero que sus principales atributos no son esos, mínimos exigibles, sino los bastante más felices de la aventura verbal, la capacidad para instalar a sus personajes –comenzando y terminando por la memorable Larca, protagonista entrañable– en atmósferas que lindan entre lo real y lo irreal, así como para ir al pasado y volver al presente de tal manera que el primero explique al segundo, aunque por momentos pareciera lo contrario. Que lo diga si no el doble corazón que habita el centro de esta historia: el de Larca y el del antiguo joven gue‑ rrero, suspendido y durmiendo en su propia historia, pero poseedor de una vida que es como si nunca hubiera dejado de latir y hacién‑ dolo, de a ratos, con más fuerza que los de quienes lo custodian.
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ristocles, mejor conocido como Platón, ha sido quizá el filósofo griego más influyente de la historia. En él convergen las ideas del pitagorismo, pero sobre todo de Sócrates, aunque hay quienes afirman que más bien éste es una invención de aquél. Platón defendió la idea de que el ser humano está compuesto de alma, cuerpo y espíritu. Dijo que la primera tiene tres funciones (razón, ánimo y apetito) que ligó con tres virtudes (prudencia, valor y moderación) y tres clases sociales (gobernantes, guardianes y trabajadores). Todo esto, enlazado por la justicia y teniendo el Bien como fundamento, constituye la base de la primera utopía de Occidente: la República. En este diálogo y valiéndose del mito de la caverna, Platón distinguió un mundo material (aparente, mutable y percibido por los sentidos) de un mundo inteligible (real, inmutable y captado por la razón). Opuso con ello la materia a la idea y afirmó que nuestros sentidos no pueden ofrecernos una base sólida para nuestro conocimiento del mundo y de las cosas. Vio la doxa como opinión, creencia infundada y grado inferior de conocimiento; y la episteme como el grado de saber más alto que hace posible aprehender un mundo de Ideas que, en su sistema, es fundamento de todo lo que existe. Asimismo, Platón concibió el conocimiento como el recuerdo (anámnesis) de las ideas que un alma inmortal, encarcelada en un cuerpo pero con capacidad de transmigrar a otro para purificarse, olvida a la hora de nacer. Óscar Juárez Zaragoza ha escrito, en Filosofía y filosofar en Platón, que la obra de este pensador ateniense es una demostración de la filosofía en acción. Según él, todo en Platón es filosofía y filosofar. Filosofía como búsqueda insatisfecha, persistente e infatigable; filosofar como tarea que emerge de la conciencia de la ignorancia y se convierte en actitud de vida, ejercicio constante, condena y faena vital. En esta obra el autor intenta mostrar que seguimos viviendo en la forma de pensar platónica y que debemos volver a dialogar con el maestro de la metafísica para apreciar los rasgos indispensables de todo filosofar: la pregunta, el bien mirar, la c o r re c t a e n u n c i ac i ó n y e l e m b a t e constante contra todo aquello que pretenda instaurarse como verdadero. La filosofía, como forma de vida, no sólo intenta hacer evidente la ignorancia; recurre también a la pregunta porque ella incita al diálogo y éste genera la discusión. Con Platón, afirma Óscar Juárez, “asistimos a la fundación de la filosofía como búsqueda de la sabiduría por medio del diálogo”. Gracias a él desfilan los modelos de verdad que han de toparse con la mirada crítica del filósofo. No obstante, es el debate el que demuestra si los discursos que se presentan como verdaderos son viables o no; y aquí la argumentación acredita o desacredita el discurso. Éste ha de orientarse al desvelamiento de la esencia de las cosas, pero igualmente ha de ser sometido a la discusión razonada y el discernimiento. Óscar Juárez asegura que “Platón es un filósofo que a través de su obra aprende a pensar [y] por ende intenta
enseñar a pensar a sus interlocutores”. La filosofía, entonces, que se vale de la pregunta, el bien mirar y la correcta enunciación como herramientas esenciales, es propedéutica del bien pensar y ha de echar mano, por ello, del proceso analítico o dialéctico que la lleva no sólo a revisar los discursos emanados de otras ciencias, sino también los que proceden de ella misma. El autor asegura que la filosofía es un aprendizaje continuo y el filósofo un hombre necio que se ejercita en un quehacer quemante, frustrante, angustiante. El “dolor filosófico” brota del no saber, se perpetúa en la destrucción del saber supuesto y se aviva al descubrir que la verdad no está al alcance de nadie. Si no encontrar nada es la condena de la filosofía y la angustia el estado propio del filósofo, habremos de decir entonces que nada hay más peligroso que mostrar al hombre su orfandad, su miseria y su desamparo. Platón es el ejemplo más notable del “mal filosófico”. Se dirigió contra los poetas pero también contra los sofistas, los políticos y los creyentes. Sin embargo, es a partir de él, dirá Óscar Juárez, cuando “el filósofo ya no es el individuo que pregunta sino más bien el que explica la verdad y el camino para llegar a ella”. Este cambio de dirección en la mirada es estudiado por el autor quien reconoce que la posesión de la verdad sigue siendo un anhelo y una motivación para el filósofo. La filosofía, en Platón, es la búsqueda del principio, pero también la odisea que hace patente la dificultad de poder plantear principio alguno. Por ello su finalidad, que tiene que ver con la intuición de la verdad y su contemplación, Platón nos dice que sólo se da después de la muerte. Ésta alarga la búsqueda de una empresa inacabable que rebasa la propia vida para convertirse en preparación para la muerte; escudriñar perenne que nació, justamente, con este pensador ateniense • La sed del polvo. Antología personal 1995-2013, Ricardo Venegas, Ediciones Eternos Malabares/inba- Conaculta México, 2013.
LOS SIGNOS DEL POETA JAIR CORTÉS
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uía estética y testimonio de vida a un mismo tiempo, una antología poética personal nos indica qué camino seguir como lectores, según su autor, y también nos da noticia de la relación que el poeta establece con su propio trabajo poético. Este ejercicio de relectura es el que nos ofrece La sed del polvo. Antología personal 1995-2013, de Ricardo Venegas, poeta mexicano (San Luis Potosí, 1973, pero radicado desde siempre en Cuernavaca, Morelos) de la generación de los setenta, cuya poesía se coloca como una de las más interesantes en el paisaje de la lírica mexicana reciente. La poética de Venegas es plural, su búsqueda siempre tiene un hallazgo, cultiva el difícil arte del hai-kú con fortuna, ya sea desde la profundidad de la contemplación metafísica: “Leve en la rama/ pájaro en primavera/ dejas el alma.”, hasta la ternura lúdica: “Luna, lunita/ si bajas un momento/ vuelves encinta.” De la concentración verbal de esta antigua tradición poética, Ricardo Venegas pasa al largo aliento, sumergiéndose en una búsqueda espiritual que tiene como resultado un deslumbrante poema titulado “Turba
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de sonidos”, en donde el hombre experimenta un acercamiento a lo divino a través del lenguaje, camino señalado desde el inicio del poema: “Esta columna de voces/ que el viaje nos procura,/ el andamiaje que marinos,/ vagabundos, brahmanes y siervos de otro sol/ hallaron en el pulso que despierta,/donde el mirar diluye la presencia.” La poesía de Ricardo Venegas tiene sólidos cimientos construidos desde el dominio de su tradición. Avanza por el poema dominando las palabras y no teme explotar las propiedades de todos los recursos poéticos a su alcance, incluyendo la rima, por ejemplo en algunos versos endecasílabos tomados de su libro Trovas de ultramar incluidos en esta antología: “Si lo declaras pasan los silencios,/ abren su luz y cierran aguas sordas,/corceles mudos de livianas hordas/que miran a la muerte en sus desprecios.” He aquí a un poeta que tiene conciencia de su lengua, la poesía no es sólo un vehículo para expresar experiencias sublimes sino para sublimar al lenguaje mismo. En el prólogo de La sed del polvo, Evodio Escalante señala con justicia: “En el itinerario poético de Ricardo Venegas es posible captar un cierto tono terrestre y a la vez desencantado: todo sucede por primera vez para no suceder jamás. Lo que acontece se disuelve en el tiempo y al fin la imagen que queda tiene que ver con la fragilidad de la existencia humana.” Ese “tono terrestre” en la poesía de Venegas pronto se convierte en una voluntad por nombrar lo etéreo, lo que perdura en el corazón y la memoria del hombre: la conciencia de la soledad, el amor sagrado y el paso del tiempo sobre el paisaje humano. La sed del polvo. Antología personal 1995-2013 (publicada por Ediciones Eternos Malabares con el apoyo del Programa de Inversión para la Producción de Obras Literarias Nacionales inba /Conaculta) reúne casi dos décadas del trabajo poético de Ricardo Venegas, un autor que logra conmover desde una madurez poética entrañable y asombrosa • Velardeña, Rosalío Salas Ceniceros, Granises Servicios Editoriales y de Comunicación, México, 2013.
nio de un tiempo y un lugar, y no cualesquiera, sino su tiempo y su lugar de nacimiento e infancia, donde quedaron ancladas sus raíces. Relatos de brujas, música, alegría y sotol, de travesuras infantiles y picardías, así como de personajes que parecerían ficticios pero no lo son, recrean para los lectores una localidad minera en Durango en tiempos previos a la Revolución Mexicana, que después de su esplendor cayó en el olvido para convertirse en un pueblo casi fantasma de aquellos del norte de México, por los que ya sólo pasa el polvo. “Velardeña está vivo. No muere mientras se le recuerde con cariño y alegría”, escribe Salas Ceniceros, quien honra esta afirmación con talento a través de las páginas y por medio de letras. Es así que el volumen resulta un homenaje a la tierra del autor y a sus ancestros, sobre todo a su padre, Ponciano Salas, un connotado fotógrafo e impresor. Para el narrador, quien además de escritor es impresor, músico y guitarrista autodidacta, ese confín norteño con tintes mágicos, en donde todos los días se vivía una aventura, era “uno de esos pueblos de Dios en donde no había grandes cosas que hacer y donde todo cabía en la diversión”. En las manos de quien lo lea, Velardeña transcurrirá como el agua de un río, de manera fluida y podría decirse que incluso “de una sentada”, gracias a lo divertido de sus anécdotas, a su narración dinámica y a la brevedad de la misma. El volumen está acompañado de fotografías, algunas tomadas por el escritor, que con el paso de las décadas se han convertido en documento histórico. El libro de Rosalío Salas también inspiró una puesta en escena titulada Mi pueblo, mi universo, así lo viví, así se los cuento –interpretada por la agrupación Mujeres de palabra, integrada por Cecilia Salas del Campo–, Blanca Luz Martínez Reyes y Miriam Morales Rivera, la cual se ha presentado en diversos foros de Durango y en el Alcázar del Castillo de Chapultepec, en Ciudad de México •
RELATOS DE MÚSICA, ALEGRÍA Y SOTOL MARIANA DOMÍNGUEZ BATIS
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omo el Aracataca de Gabriel García Márquez, Velardeña –una localidad en Cuencamé, al sur de la Comarca Lagunera–, adquiere para el narrador Rosalío Salas Ceniceros (1926) la mística del lugar de origen, aquel al que siempre se vuelve con el paso de los años para entenderse a uno mismo; del que por más que uno se haya alejado físicamente, queda siempre en un entrañable lugar de la memoria: el más próximo al corazón. Narraciones casi en tono de epopeya, siempre ágiles, es lo que ofrece Chalío –como cariñosamente le llaman los suyos– en su libro Velardeña, donde reúne, a partir de lo vivido o escuchado en voz de sus mayores, el testimo-
La Jornada Semanal
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A la intemperie, Aline Petterson, Alfaguara, México, 2014.
Pedro de la Serna, Rosalía Rafull y Javier Acuña son las tres aristas en las que se desdobla esta historia que, a su modo, es muchas historias. O como lo dice alguno de estos personajes que al mismo tiempo son autores –ya el lector averiguará cuál de todos precisamente–, refiriéndose a uno de ellos: “está tomado de aquí y de allá. De la memoria de una vida –mi vida–. De gente a la que le he robado un rasgo o dos. No, no es nadie y, al mismo tiempo, es muchos o varios. Es quizá la ob‑ servación de ciertas maneras de situarse en la escritura, los amores, el tiempo y, claro, la edad”. Esa exhibición o desnudamiento de la poiesis narrativa, con la cual va puntuando su novela, le sirve a Petterson para darle una estructura y no sólo eso: también le es útil para reflexionar, a través de sus personajes, en torno a una serie de temas que son, al mismo tiempo, meollo de la atención tanto de los referidos Pedro, Rosalía y Javier, como de la propia demiurga: el mundillo intelectual en general y literario en particular; la memoria con sus aferramientos, traiciones involuntarias y pérdidas fugaces o definitivas; las relacio‑ nes personales, a las que cabría dividir exactamente del mismo modo: entre fugaces y definitivas; la imagen que de sí mismo puede tenerse para luego perderla y, quizá, recuperarla más o menos igual o radicalmente transfor‑ mada... En suma, el tiempo y su discurrir, con las consecuencias en el extremo último, las postreras, que conforman aquello que, como a Petterson, movió a la reflexión en torno y a la escritura, entre otros, a Marco Tulio Cicerón, Norberto Bobbio e Italo Svevo, y que aunque no quepa en un solo vocablo puede ser provisional‑ mente llamado senectud.
ONETTI A VEINTE AÑOS Matemáticas, redes y creencias Alejandro Michelena y Gustavo Ogarrio
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ARTE Y PENSAMIENTO ........
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Naief Yehya
Ingrid Suckaer
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IGUEL ÁNGEL REYES SE cuestionó los efectos de la señalética* a partir del hallazgo de una perforación provocada por un balazo, la cual quedó marcada en una señal de tránsito. Fue así como, a inicios de 2013, empezó el proyecto titulado Zonas, el cual consta de veintinueve dibujos realizados con bolígrafo sobre papel fabria. Los trazos aparentemente simplificados o inacabados en las siluetas constituyen el rasgo distintivo de Zonas, a la vez que establecen su coherencia formal.
Conforme progresaba, dicho proyecto se volvió una interesante intervención. Reyes reprodujo en estileno dos juegos de los dibujos realizados durante la primera etapa de Zonas, a fin de intervenir simultáneamente un número similar de éstos en diferentes sedes de Ciudad de México. Como parte del guiño que Reyes hace al espectador, cada señal carece de cédula. Además, se encuentra fuera de su contexto, con el objetivo de mostrar cómo lo que en apariencia debe ser funcional, organizativo, didáctico e informativo, muchas veces deja de serlo, ya sea porque la señalética estuvo mal planteada o porque alguien la intervino. Y aunque dicha señal sea visualmente inmediata, debido a ello, los signos supuestamente reconocibles y universales dejan de serlo; con ello, las personas son incapaces de reaccionar en forma instantánea. Zonas está dividida de la siguiente manera: a , zona de violencia; b , zona de inundación; c, zona sísmica; d, zona de incendio, y e, zona de seguridad. Desde su aparente sencillez, los pictogramas comprendidos en estas cinco zonas son representaciones de la violencia y el caos que han permeado la retina de la sociedad mexicana y se han convertido en parte de nuestra cultura visual cotidiana • * La señalética estudia las relaciones entre los signos de orientación y el comportamiento de las personas. Responde a la necesidad de orientación de la movilidad social y de mostrar los servicios públicos y privados existentes. También busca facilitar la orientación en un espacio determinado, ya sea para proporcionar mayor seguridad o para indicar los servicios requeridos.
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Bombas y goles: de Brasil a Gaza (i de ii) ¿Días De gracia? Cada cuatro años quisiéramos imaginar que el mes en que tiene lugar la Copa Mundial de la fifa fuera un período de días de gracia, como postuló Everardo Gout en su ópera prima. Treinta días en que nada nos distrajera del futbol, un sabático de las preocupaciones mundanas, de los deberes como padre, empleada, profesionista, político, decorador de interiores o criminal. Sin embargo, las catástrofes naturales y humanas tienen esa necia manía de no posponer sus planes ni siquiera si se trata del mejor Mundial de la historia. La edición xx de la Copa fifa comenzó en un momento particularmente tormentoso de la historia. Sólo en el Medio Oriente, Siria está hundida en una espantosa guerra civil; un grupo de fanáticos delirantes, el Estado Islámico de Irak y el Levante, avanza desde el oriente sirio hacia Bagdad con la intención de crear un califato sunita trasnacional; Libia se colapsa, en Afganistán y Pakistán los cotidianos atentados con bomba cobran decenas de vidas y el mundo no parece incomodarse por ello.
se distingue por la ideología antiárabe de sus seguidores. Los presuntos asesinos pertenecen a una facción extremista de los seguidores de este equipo conocida como La Familia, la cual es cercana al partido ultranacionalista Shas. Aunque el gobierno de Netanyahu y gran parte de la sociedad israelí denunciaron el horrendo asesinato del muchacho palestino, la maquinaria de guerra una vez más se había echado a andar.
La catástrofe
La escaLaDa
El día de la inauguración, en que Brasil derrotó muy dudosamente a Croacia 3 a 1, tres adolescentes israelitas fueron secuestrados en Gush Etzion, en la Cisjordania ocupada, mientras pedían aventón. Inmediatamente el gobierno israelí responsabilizó a la organización Hamas y lanzó un operativo para buscarlos que se convirtió en una campaña de castigo colectivo. Inicialmente hubo poca resistencia de parte de los palestinos. Más de 2 mil 500 soldados, policías, agentes de seguridad y de operaciones especiales confiscaron bienes y efectivo por más de 3 millones de dólares de las casas de los sospechosos (de acuerdo con la organización suiza Euro-Mid Observer for Human Rigths), arrestaron a más de 350 palestinos, todos los líderes de Hamas en Cisjordania que pudieron encontrar, y en confrontaciones asesinaron a cinco jóvenes palestinos y dejaron cientos de lesionados. Estas últimas muertes no tuvieron resonancia alguna en los medios ensordecidos por el crescendo de violencia.
La agresión militar indiscriminada y el asesinato revanchista del joven, sumados a la situación económica desesperada de la población palestina, provocada en parte por la retención del gobierno israelí del dinero de los impuestos que corresponden a la Autoridad Palestina (régimen bien conocido por su corrupción e incompetencia), el desempleo endémico y el cerco brutal que supuestamente regula la entrada y salida de bienes para evitar la importación de armas y materiales peligrosos, pero que en realidad sirve únicamente para asfixiar a la población que vive en los 360 km² de la franja de Gaza (como referencia, Ciudad de México tiene mil 500 km² de extensión), incitó a la resistencia a aprovechar el momento y emprender una intensa campaña de lanzamiento de cohetes en contra de Israel.
fanatismo y futboL
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El 30 de junio fueron localizados los cadáveres de los tres adolescentes israelíes. La espantosa tragedia de perder hijos fue reciclada por el poder con fines políticos, de la misma manera en que las muertes de niños palestinos son usadas como propaganda. El ejército israelí demolió las casas de los sospechosos. Dos días más tarde dos jóvenes israelíes de diecisiete años y un hombre de veintinueve secuestraron a un muchacho palestino de dieciséis años, lo esposaron, lo golpearon con una llave de tuercas y le prendieron fuego. Esta venganza fue llevada a cabo por fanáticos del equipo Beitar Jerusalén, el cual
espectácuLos Mientras el mundo miraba el futbol en las pantallas, comenzaron a circular por internet fotos de grupos de israelíes en las colinas cerca de Sderot, sentados en sillas plegables, bebiendo, fumando y comiendo mientras contemplaban los bombardeos de Gaza, como si se tratara de una alternativa al Mundial. Imágenes como éstas fácilmente puede usarse para la desinformación y son complementarias de aquellas en las que los palestinos celebran la muerte de israelíes. La guerra lo pervierte todo. Hace algunas décadas teníamos la ilusión de que la paz en Medio Oriente dependía de que los jóvenes se liberaran de los prejuicios y odios de sus padres y abuelos. Hoy podemos constatar que el odio sobrevive entre los jóvenes y está más lejos que nunca de ser erradicado o por lo menos mitigado • (Continuará.)
JORNADA VIRTUAL
Zonas: señalética del caos
GALERÍA
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........ ARTE Y PENSAMIENTO
Germaine Gómez Haro
Alonso Arreola @LabAlonso
germaine@pegaso.net
Gustavo Aceves: Lapidarium
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PARTIR DE UNA INVITACIÓN que le fue hecha para representar al Vaticano en la Bienal de Venecia, el pintor y escultor Gustavo Aceves (Monterrey, n. l., 1957) desarrolló un proyecto de gran aliento que, poco a poco, fue creciendo hasta alcanzar una dimensión inconmensurable. En sus inicios, este trabajo tuvo como fuente de inspiración la célebre cuadriga de San Marcos en Venecia. Su imaginario se fue enriqueciendo con la evocación de otras historias y mitos relacionados con los equinos y el mar –la barca de Caronte, el caballo de Troya, entre otros– hasta toparse con la imagen de una piragua
cargada de adultos y niños a lo largo de un viaje por las aguas del río Níger. Esta visión le dio la pauta para tejer analogías en torno a un tema de gran actualidad: la problemática de las migraciones y las consecuencias nefastas en miles de personas de estos éxodos clandestinos en todos los confines del orbe. A partir de estas reflexiones, Gustavo Aceves se aboca a construir un proyecto escultórico basado en sus tribulaciones filosóficas acerca de la deshumanización, de la injusticia social y de los derechos humanos. Para cristalizar este proyecto, Aceves decidió, hace tres años, dejar la ciudad de París, donde residió las últimas dos décadas, y trasladarse a Pietrasanta, en Italia, localidad renombrada por la importancia de su cantera de mármol de Carrara, con el cual han trabajado los más grandes escultores, desde Miguel Ángel –La Piedad y el David– hasta figuras célebres de la actualidad que viven ahí como Fernando Botero e Igor Mitoraj. La primera etapa de este proyecto se concretó recientemente con una magna exposición en esa ciudad. Aceves presentó un caballo monumental –8 × 12m,130 toneladas– realizado en mármol y bronce blanco. Hay que resaltar que esta técnica del bronce blanco es una innovación que el artista mexicano ha conseguido en colaboración con los maestros artesanos de la fundería de Pietrasanta y el resultado ha dejado embelesados a propios y a extraños. También ha desarrollado otra técnica innovadora que consiste en calentar el fierro a mil 800 grados para ser trabajado a la cera perdida, así como la combinación de resinas mezcladas con metales y madera. La presencia de este soberbio caballo, en contraposición con la sobriedad de la arquitectura románica de la plaza, es un espectáculo conmovedor. Es una pieza avasalladora en todos los sentidos: poderosa por sus dimensiones, voluptuosa por el equilibrio de sus volúmenes y turbulenta por su expresividad. Una escultura audaz y de carácter recio de la que emana una belleza estremecedora. Caballos, Gustavo Aceves
El proyecto integral contempla cuatro esculturas de estas dimensiones que representan los cuatro mares: el Mar Negro, el Mar Muerto, el Mar Rojo y el Mare Nostrum, y cien esculturas de 3 × 3m, todas distintas entre sí y realizadas con materiales diversos como metal, madera, mármol y resinas. Una vez concluidas las piezas y tras su itinerancia por lugares emblemáticos, estos equinos navegarán cual barcas que buscan “la otra orilla” hasta llegar a Veracruz y, finalmente, harán su entrada triunfal en el Zócalo de Ciudad de México. Como complemento a la pieza monumental que se exhibió en la Plaza de Armas de Pietrasanta, se presentaron tres cabezas de equinos en la Iglesia de San Agustín, cinco bronces de 3m en el patio principal del claustro, una cabeza monumental en asfalto en el Campanelle, escalera helicoidal diseñada por Miguel Ángel en 1519. Asimismo, cuatro portentosas barcas-caballo fueron colocadas a orillas del mar, como metáfora de la migración humana: el caballo, que es un animal terrestre deviene “barca”, para transportar al hombre desplazado de un lugar a otro. El extraordinario y exorbitante proyecto de Gustavo Aceves, que ya ha iniciado su periplo en Pietrasanta, tiene como título Lapidarium, término que se refiere al lugar donde se depositan los fragmentos de obras escultóricas y pedazos de construcciones antiguas, comúnmente en el patio de un museo, en el atrio de un castillo o en la plaza de alguna ciudad. Lapidarium es un proyecto ambicioso cuyo principal objetivo es sacudir la conciencia del espectador y despertar su compasión en torno a uno de los dramas sociales más dolorosos de la actualidad. En palabras del artista: “Lapidarium es un testimonio mudo. Silencioso como el silencio de los migrantes a mitad del trayecto. Cada escult u ra e s u n a e s q u e l a . E l to t a l d e e l l a s forma un obituario.” (Se puede ver la entrevista realizada a Gustavo Aceves en la Casa Lamm en youtube: http: //youtube/xQsW2C7hTaO) •
Hace diez años, un día con Charlie Haden Han pasado diez años desde ese mes de febrero. Estábamos de gira por el norte del país cuando nos llamó un amigo productor para proponernos colaborar en el concierto de Charlie Haden (contrabajista estadunidense recién fallecido) y Gonzalo Rubalcaba (pianista cubano) en Guadalajara, invitados para formar parte del proyecto Julio Cortázar revisitado: nuevas lecturas. No tocaríamos. Ayudaríamos en la organización, lo que nos entusiasmó por estar cerca de Haden algunas horas. Tomamos el primer avión que pudimos. Al llegar al lobby de un bien conocido hotel situado frente a la Minerva tapatía nos encontramos a nuestro amigo, nervioso, quejándose de la actitud de los músicos. A los pocos minutos comprobamos sus razones. Apareció Charlie Haden y, sin saludar, pidió revisar su habitación antes de subir el equipaje. Apenas entró dijo: “Aquí no duermo, vámonos al más caro hotel de Guajalajara.” Nos quedamos estupefactos. Después de algunas histéricas llamadas, conseguimos un par de suites en otro sitio, pleno de jardines y fuentes. Haden repitió la operación en cuanto llegamos, pero con una variante: llamó a recepción y, en tono retador, preguntó si el restaurante del hotel era uno de los mejores de la ciudad. Se hizo el silencio. Supusimos que volveríamos a la calle. Afortunadamente, la persona en línea dio una respuesta satisfactoria y el bajista aceptó, a regañadientes, que nos quedáramos. Lo dejamos solo. Nos fuimos a la cafetería. Pasado un rato nos llamó a través de la recepción y dijo que le urgía aclarar algo. Llegamos a su puerta. Sin dejarnos pasar señaló que no podía salir del hotel si no venía un doctor a inyectarle unas vitaminas con las que viajaba. Alguien de confianza y que hablara inglés, exigió de mala forma. Con el temor de que se retrasara el reconocimiento del Teatro Degollado –donde ocurriría el concierto– así como la prueba de sonido, nos lanzamos a una búsqueda frenética hasta que un galeno carero aceptó hacer esa visita extraña. Sucedió. Partimos luego. En el escenario del Degollado estaba un piano de cola Steinway & Sons, de los mejores del mundo. El afinador había terminado su trabajo minutos antes. Rubalcaba, dotado virtuoso avecindado en Estados Unidos desde hace dos décadas, se sentó para reconocerlo. Le gustó. Haden hizo lo mismo con su propio contrabajo. Rápidamente acordaron que las condiciones eran las adecuadas. Nos fuimos a comer estableciendo un diálogo mínimo, pues evidentemente no tenían ganas de conversar con nosotros. Llegó la hora de volver y entrar a camerinos. La audiencia comenzó su arribo. En las primeras filas estaban Carlos Fuentes, José Saramago y Gabriel García Márquez, todos convidados a recordar al gran Cortázar, húmedo Cronopio enamorado del jazz. Todavía con el te-
lón abajo, Rubalcaba quiso probar el piano por última vez. Su rostro cambió. Detectó un zumbido. Nadie, salvo él, lo escuchaba. Estaba en una tecla específica. Exigió que volviera el afinador. Quien esto escribe pasó entonces algunos de los minutos más angustiosos sobre un escenario. Tocando insistentemente esa nota mientras el especialista se deslizaba por debajo y arriba del instrumento –convertido en automóvil y él en mecánico sudoroso–, vivimos las amenazas de quienes estaban a punto de cancelar su presentación como si no hubieran tocado en los más oscuros tugurios de Nueva York o La Habana, respectivamente. Imaginábamos al público tras la tela colgante, desesperado con esa nota taladrando sus oídos. En plan “les haremos el favor”, finalmente aceptaron tocar. Haden, empero, demandó –siempre bajo la intimidación de no salir a escena– que de inmediato le diéramos dos botellitas con agua caliente, sin etiquetas, envueltas en sendas toallas, así como un capuchino. Las primeras servirían para entibiarle las manos, el segundo para animarlo. Lo hicimos. Llegó el momento de sonar. Cumplieron, como se esperaba de una leyenda del contrabajo y de un hombre superdotado en el teclado. Los aplausos redondearon su noche. No la nuestra. Ya en la cena, por más que intentaron congraciarse el daño estaba hecho. Tardamos diez años –justo hasta esta tarde lluviosa– para volver a escuchar a Charlie Haden en un disco. Simplemente sucedió. Sin rencores. Nos acabamos de dar cuenta. En el estéreo suena The shape of jazz to come, joya del saxofonista Ornette Coleman, líder de aquella banda en la que Haden era motor fundamental.“Lonely Woman” y “Focus On Sanity” son piezas impecables, originales y cálidas pese al raro experimento que las impulsa. Conmovidos por ellas podemos decirle adiós a este artista, pero sobre todo podemos darle las gracias por las horas en que estuvo gobernado por el otro y recomendárselo a usted, lectora, lector, para que goce los demonios de un hombre que ayudó a construir el jazz como lo conocemos hoy. Buen domingo. Buena semana. Buenos encuentros •
BEMOL SOSTENIDO
Jornada Semanal • Número 1012 • 27 de julio de 2014
ARTES VISUALES
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ARTE Y PENSAMIENTO ........
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Jorge Moch
Ana García Bergua
para Margo Glantz
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ESDE LA MÁS TIERNA edad, como dicen, me ha gustado pararme frente a la vitrina de las zapaterías, estudiar zapatos y en ocasiones llevármelos con cierta audacia poco práctica. Tanta pasión me ha costado caerme desde plataformas inverosímiles, torcerme o torturarme el metatarso con prendas puntiagudas o tropezarme con tacones imposibles, hasta llegar a la sensatez del botín, que es algo así como el zapato maduro, el triste paso del baile a la ortopedia. Y aun así persisto en la costumbre de mirarlos en la vitrina como si fueran el espectáculo del mundo, pues tienen su poder: pregúntenle al príncipe de la Cenicienta y, peor aun, a las hermanastras que se rebanaron los dedos para que les cupieran en la peligrosísima zapatilla de cristal. Nunca sabremos si quedaron cojas o si alguien se apiadó de ellas y las llevó al hospital del reino. “Ponte en mis zapatos”, decimos cuando queremos que alguien sienta o viva lo mismo que nosotros, pero eso es falso. Quizá no pensamos que nuestros zapatos le pueden quedar al otro grandes o estrechos, de modo que es imposible que se sienta como uno: la bailarina nunca entenderá los zapatos que sostienen al payaso, excepto que son enormes, ni la bota del minero cambiará el modo de pensar de un marqués de babuchas y borceguíes, ni la vampiresa de estiletes los tacones agrandados de los travestis. Pura patraña. Los zapatos son solos e individuales, compañeros únicamente de su par que tampoco es igual: a veces sólo nos aprieta el zapato izquierdo, a veces el derecho nos molesta. A cada quien tortura su propia piedra en su propio zapato. Hace poco mirábamos zapatos en el museo que se encuentra encima de la antigua zapatería El Borceguí; me impresionó mucho la delgadísima horma de unos antiguos botines, de los que se cubrían con polainas: ¿quién tendrá ahora unos pies que quepan en ellos, hombre o mujer? Imaginé a sus dueños, nuestros antepasados, dotados de unos pies estrechísimos, parados junto a los canales de esta ciudad –cuando nuestra ciudad estaba surcada por canales y no por tuberías– como si fueran garzas. Pasa también cuando vamos a una exposición de vestidos y trajes antiguos: admiramos unas cinturas inverosímiles, inhumanas o liliputienses. Y entonces pienso que todos, los mexicanos y el resto de la humanidad, nos hemos ensanchado hacia arriba y hacia abajo, hacia todos lados, y muy seguramente para mal. Aunque pintados valgan millones de dólares, nadie pondría en la vitrina de una zapatería los zapatos de Van Gogh; en
todo caso, Charlie Chaplin se los comería. Son los zapatos rotos del pobre. Siempre me ha llamado la atención que los pies descalzos sean al mismo tiempo la imagen de la pobreza y la imagen de la libertad. No sé dónde leí sobre una reina que murió sin haberse quitado los zapatos en mucho tiempo. Los zapatos (¿serían de hebilla, de lengüeta?) habían pasado a formar parte de su cuerpo, como la herradura que se clava en las pezuñas del caballo para protegerlas. De alguna manera estaba vestida para siempre, igual a esas muñecas antiguas que venían con la ropa cosida al cuerpo, cuando el cuerpo no era la ropa, ropa animada, y no practicaban la higiene de la Barbie y sus adláteres. El poder tiene una extraña y añeja relación con los zapatos. Luis xiv inventó la moda de los tacones rojos que sólo los nobles podían usar, y acaso algún jacobino pensaría después que ese rojo representaba caminar sobre sangre (en cambio, en el cuento de las zapatillas rojas, la heroína paga por el pecado de quererlas para bailar). Los militares pisan al mundo con negras e implacables botas y los políticos de baja estatura suelen usar misteriosos tacones que se ocultan en el zapato; también prohíben –he sabido– que las mujeres usen tacones en fiestas y ceremonias a las que acude el poder chaparro, cuando no queda sino la estatura como medida palpable de la autoridad. Los tenis de los futbolistas son, a su manera, semejantes a las zapatillas de los bailarines. Los pies de los jugadores giran, saltan, vuelan, seducen y engañan, son pies expresivos, casi autónomos. Los futbolistas cantan con los pies. Para ponerse en los zapatos de alguien más y que funcione, tienen que ser zapatos mágicos: las botas de siete leguas que llevaban a Pulgarcito dando pasos enormes, o los que usa Dorothy, la heroína del Mago de Oz, para regresar a casa con tres enfáticos y flamencos golpes de tacón •
Proverbial estulticia
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CABO DE VER EN las redes sociales una ilustración de ésas que todo mundo sube a Twitter o Facebook y que curiosamente refleja una verdad profunda: un matraz llenecito de ignorancia es calentado con un mechero que en lugar de gas quema miedo; esa ignorancia calentada con miedo destila en una retorta una depurada dosis de odio. La mecánica del gráfico es, aunque simplista, bastante efectiva porque explica cómo funciona la estupidez humana que luego nutre fanatismos, guerras y en general los muchos incordios con los que se destruye a sí mismo el hombre. Pero quizá faltó en la ilustración un elemento filtrante: distracciones o, como es el caso en México, la mala maña informativa para utilizar la materia noticiosa como elemento de distracción y aviso disuasorio (¿ya viste lo que te puede pasar si protestas o te opones?). Entre verdades y montajes se reparte una atención dispersa, vuelta deficitaria a golpes de efecto: mientras la situación futura de nuestro país se vuelve endeble a pesar del celofán de las promesas gubernamentales de que ora sí, ya merito, esta es la buena (mismas que venimos oyendo sexenio a sexenio al menos en mi caso desde hace unos ocho), pero al mismo tiempo se debilita flagrantemente la potestad de nuestra riqueza, se vulnera nuestra soberanía y se nos condena a venideras décadas de servidumbre al mercachifle trasnacional obscenamente ávido de riqueza al costo que sea, se consolida el andamiaje político y social que parecería diseñado exclusivamente para la simulación, la escenografía (lo que explicaría de una vez por todas por qué el primer mandatario de México parece salido de un casting de televisión). Se aprovecha al máximo el estímulo distractor foráneo siempre en sucesión a galope, como el reciente torneo mundial de futbol, y se reciclan las viejas estrategias intramuros del escándalo o el suceso por venir. El jaloneo mediático sobre las actividades, encomiables o dignas de condena, de una anciana que dirige un presunto hospicio en Michoacán fue suficiente para que el grueso de la gente siguiera sin interesarse gran cosa en lo que se arrebata (porque en realidad no se discute) al pueblo de México por medio de esos cabilderos que se dicen legisladores. Si no se trata de la señora Verduzco entonces las redes –que no los noticieros televisivos o buena parte de los medios, esos operan en otra dinámica– estallan con las atrocidades que comete el Estado de Israel contra el pueblo palestino en Gaza, o al unísono con el avión de pasajeros misteriosamente alcanzado por un misil en Ucrania. Asesinatos políticos allá con los que se mitiga el ruido a los asesinatos políticos de acá. La información se vuelve movediza, agua revuelta, turbiedad de la que al parecer solamente sale beneficiado el poder. Ahí la noticia del chamaco de trece años lesionado fatalmente por la policía en Puebla –el gobierno estatal y sus personeros mediáticos apurados niegan que la policía emplee balas de goma, precisamente cuando las utilizan en
actos represivos avalados por la llamada Ley Bala, emplazada y promulgada por el gobernador Rafael Moreno Valle a pesar de copiosas detracciones–, porque el monopolio de la violencia nunca ha sido sólo de cárteles y grupos criminales: el gobierno siempre ha estado allí. ¿Qué empresarios son proveedores de las fuerzas estatales de seguridad en Puebla, por ejemplo?, ¿alguno es pariente o allegado a la familia del gobernador o de alguno de sus colaboradores más encumbrados? Como digo, la turbiedad beneficia a unos cuantos. En el fondo de todo lo que alimenta esta multitudinaria ciclotimia nuestra está la pura estupidez. La estupidez colectiva que se nutre de la publicidad y la propaganda desatadas, de una masa acrítica construida a raudales de telenovelas, albures, facilismo y guapachoseo musicales, una pésima educación primordialmente cívica que se multiplica después en una pésima cultura general, un pésimo gusto, un redivivo intento de reivindicación nacionalista a partir de todas las premisas equivocadas, falsas, hechas de plástico o importadas masivamente de China desde el mito guadalupano hasta los héroes nacionales. Una estupidez colectiva y una masa acrítica alimentadas con refrescos embotellados, ríos de cerveza y comida chatarra. O sea, el paraíso para muchos empresarios sin escrúpulos. Pero no importa, que ya viene el Papa, o la champions, o un bombardeo en el Cáucaso o un carnaval, y quizá si los mexicanos no fuéramos estúpidos, seríamos harto menos felices. O consecuentes, qué horror •
CABEZALCUBO
Zapatos
PASO A RETIRARME
tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch
........ ARTE Y PENSAMIENTO
Orlando Ortiz
El Arlt desconocido Su nombre renació cuando encontré, recientemente, una edición de su Aguafuertes porteñas. Buenos Aires, vida cotidiana. Casi había olvidado esa cara de Arlt, es decir, la de un autor de altos vuelos con trayectoria periodística. No faltará quien me señale que han sido numerosos los grandes escritores que incursionaron en el periodismo; sin embargo, han sido pocos los que han trabajado cotidianamente en un diario. Muchos han colaborado como columnistas o articulistas, pero son pocos los que se han fletado al ejercicio diario, ya sea como reporteros, cronistas, articu-
listas o columnistas. Roberto Arlt (Roberto Godofredo Christophersen Arlt) publicó su primer cuento en 1918, en una revista, y a partir de ese año menudean sus colaboraciones en diarios y revistas de Buenos Aires; publica en 1926 su Juguete rabioso y aparecen ya con frecuencia relatos suyos en la revista Don Goyo. Al año siguiente ingresa al periódico Crítica como cronista de nota roja y, ya precedido de cierto nombre, se incorpora en 1928 a El Mundo, diario que transformaría la prensa periódica en Argentina. Ahí escribió día con día, entre otras cosas, sus “Aguafuertes porteñas”, hasta el 27 de julio de 1942, fecha en la que aparece su última nota, no porque haya desertado del oficio, sino simple y sencillamente porque murió el día anterior. Apunto esto porque escuchamos, un día y otro también, a poetas o narradores que se quejan de tener que trabajar en un diario. Y para ello esgrimen a Hemingway, quien declaraba que el ejercicio periodístico era una buena escuela para los narradores, siempre y cuando se alejaran a tiempo de él. Tal vez resulte oportuno mencionar que Roberto Arlt publicó varias novelas, múltiples obras de teatro y cuentos suficientes para integrar con ellos dos o tres volúmenes. En cuanto a sus cuadros de costumbres, crónicas y artículos periodísticos, seguramente completarían varios volúmenes de grosor considerable, que no desmerecerían junto a los “textos literarios”. (El entrecomillado responde a que, desde mi punto de vista, en Arlt los escritos periodísticos tienen igual calidad literaria que las novelas, dramas y cuentos.) La lectura de las primeras páginas del libro antes mencionado bastaron para traerme a la memoria que ese estilo y tratamiento ya los conocía. Y me fascinaban. Un estilo ágil, mordaz, irónico, en ocasiones despiadado y certero, así se tratara de un barrio de Buenos Aires o la gente que puebla las calles, los parajes urbanos y los suburbios. Lo anterior era el complemento de una mirada cuidadosa y sensible a los rasgos característicos y matices de los asun-
tos y gente. La óptica de Arlt es muy amplia y siempre capaz de atrapar con una mirada los pequeños mundos, e incluso las paradojas e inmundicias de nuestra sociedad. Mucho de eso era lo que había leído hace cuarenta años, por lo menos, cuando encontré en alguna mesa de remates de alguna librería, Las muchachas de Buenos Aires. En aquel entonces disfruté de su lectura pero no supe de dónde habían salido esos textos, pues la edición no daba ninguna información al respecto. Respondiendo a los tópicos del momento, lo consideré “varia invención”, y punto. Las muchachas… es una galería variopinta de caracteres femeninos. Son textos que seguramente aparecieron en su columna de los aguafuertes publicados en El Mundo… En el mismo volumen está una fascinante serie de “Pícaros sin historia” en la que, al pintarlos, Arlt se muestra mordaz y bastante despiadado; casi lo obliga a uno a tratar de averiguar qué fue primero: el tango “Cambalache” o esos cuadros que con unas cuantas pinceladas nos dan su visión de la contrastante sociedad bonaerense y del Buenos Aires mismo: “Cuatro recovas. Tiene […] cuatro y distintas” Después de especificar cada una de ellas, remata: “cuatro recovas que son como los cuatro puntos cardinales de la miseria humana; cuatro recovas que son el caldero de la roña, el paseo de la mugre…” Si en sus novelas y cuentos deambula cierta mirada apocalíptica y por momentos algo de fantasía, en sus aguafuertes prima el realismo y se siente mayor soltura y fluidez. Así descubrimos desde parajes sórdidos hasta sitios pintorescos y al mismo tiempo surrealistas (por ejemplo, los alrededores del matadero y los gauchos de nuevo cuño, que aparecen como fantasmas de Martín Fierro o de Don Segundo Sombra en la primera mitad del siglo xx ) o su comentario a quienes afirman que las plazas de la ciudad están llenas de vagos, y después de recorrer las plazas asegura que no están llenas de vagos, que están llenas de desempleados. … Textos magníficos •
Luis Tovar Twitter: @luistovars
De frivolitatis
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UIZÁ LO PAREZCA, PERO la frivolidad no es inocua. Por lo tanto, no basta con hacer caso omiso de ella, como quien prefiere mirar hacia otro lado, pensando tal vez que la trivialización –de cualquier cosa– se consume en sí misma, sin consecuencias más allá de un ámbito propio que, si fuera cierta la naturaleza según esto inane de lo frívolo, se supondría bien focalizado y de dimensiones tan discretas que ciertamente anularían cualquier interés. Si la postura frívola no rebasa los límites de lo personal, ésos sí pequeños e inatacablemente privados, ni derecho
a la intromisión ni para qué meterse: allá quien quiera consumir y consumirse metido en su muy inalienable desimportancia. Muy otra cosa sucede cuando la puesta en práctica de la frivolidad involucra a un fenómeno social, como de hecho es una producción cinematográfica de cualquier índole, desde el más costoso y promocionado de los blockbusters, hasta el más pequeño, económico y semiclandestino de los cortometrajes, por sólo mencionar dos extremos. Es tan obvio que acaba por olvidarse: la responsabilidad es la primera condición de todo producto social, es decir aquello que uno o más individuos insertan en su sociedad, sin importar el principal cometido que se hayan planteado: ganar mucho dinero, hacerse famosos, obtener premios, mover a la reflexión, sólo entretener, despertar o adormecer conciencias, etecé. Quieran o no, aquello que sale de sus manos –de sus bocas, plumas, cámaras de cine o de foto– moldea la percepción que, de sí misma en general y de este o aquel elemento constitutivo en particular, tiene un grupo social. Otra obviedad: aunque se diga lo contrario, la frivolidad no necesariamente integra, y mucho menos equivale, al sentido del humor, que camina por sus propias rutas y es capaz de funcionar como un vehículo mucho más poderoso que la solemnidad, la seriedad y otras rigideces, para la transmisión de eso otro que con el humor quiere dejarse en una audiencia. Dicho todo lo anterior queda salvada toda tentación de intolerancia para sostener, a continuación, que si se considera su importancia en términos de alcance, afectación social, gravedad y persistencia, así como parcialización y distorsión mediáticas, el problema del narcotráfico puede por supuesto –y así es manejado con frecuencia y buenos resultados– abordarse desde la perspectiva del humor, pero nunca desde la trivialización y la frivolidad. Quien así haga es un perfecto irresponsable, y cabe añadir a su cuenta oportunismo, sensacionalismo, simplismo y otros baldamientos. No que sean de poca monta las torpezas argumentales y las fallas franca-
mente groseras del guión, carcomido de inconsistencias y anacolutos. Tampoco es que no importen la dirección risiblemente enclichada, efectista a más no poder –y para peor tratándose de un thriller, género vilipendiado más que otros a la hora de aplicarle recetas archisobadas–, o la postproducción que, vaya a saber a qué podrá deberse el autogol, se obstina en embonitar algo de suyo feo y de lo cual quiere decirse eso: que es feo, como por supuesto lo es la violencia bárbara, inhumana, del narcotráfico, lo mismo que la amoralidad y el degradado ético de quien se ha corrompido. No es que se omita deplorar un desempeño histriónico rebasado por sí mismo desde el flanco de quienes creen que actuar es ir luciendo cada minuto un poco más antinatural. No es, en resumen, que en cuanto a estricta realización cinematográfica no haya sobreabundancia de rubros dignos de reproche, sino lo pronto y lo mucho que esas falencias palidecen frente a las otras, de concepto y perspectiva, cuando se ha querido no bordar ni abordar, sino aprovechar, simplemente montándose, la resonancia mediática y social que per se tiene el narcotráfico y sus miles de tentáculos aquí y ahora. Poco, nada le importa al aprovechador, al enano jinete circunstancial de un flanco dolorosísimo de una realidad que lo supera con años luz de diferencia en sus respectivas estaturas, que de la comisión de su frivolidad sólo resulte, ya en territorio del público –es decir en terreno social–, un ladrillo más para poner en ese muro escamoteador del estado de las cosas, muro paradójicamente construido con materiales –dicen los que los hacen– pensados para mostrar una visión de la realidad, no para ocultarla. Pero qué otra cosa podría esperarse de un actor, ahora metido a guionista y director, forjado en cumbres cinematográficas como La primera noche, Cabeza de Buda, ¡Gol! versiones 1, 2 y 3 y Te presento a Laura, pero sobre todo en esa magnífica escuela de representación puntual de la realidad, tan antifrívola, que es la industria de la telenovela, con joyas tipo Rencor apasionado, Soñadoras y Primer amor... a mil por hora. (Pánico 5 Bravo, Kuno Becker, México, 2014.) •
CINEXCUSAS
Jornada Semanal • Número 1012 • 27 de julio de 2014
PROSAÍSMOS
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ensayo
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n su relato “Noche mexicana”, Julio Torri hace gala de virtuosismo narrativo en menos de veinte líneas y nos pega en el corazón con una sentencia: “Los mexicanos no sabemos vivir; los mexicanos sólo sabemos morir.” Una recreación histórica, quizás, de la Decena Trágica. El hecho es que Torri escribió una joya narrativa de grandes dimensiones estéticas en menos de una cuartilla. El minicuento, microrrelato o minificción está contenido en la antología Dos veces breve, de la Biblioteca Libanense de Cultura, patrocinada por la Alcaldía de El Líbano, Tolima. Además de sus contenidos, llama la atención que sea un libro binacional: México-Colombia. El propósito literario está claro, pero no deja de ser curioso el ensamble de dos tradiciones narrativas. A su vez, Felipe Orozco, uno de los dos antólogos, la otra es Bibiana Bernal, publicó casi de manera simultánea su propio libro de minificción: Seré breve, en Cuadernos Negros. Ambos títulos fueron presentados en la Feria del Libro de Bogotá (Filbo). El cuento de Torri casa muy bien con el humor de Orozco y de paso nos impulsa a la confesión de Arturo Cova, el personaje de La vorágine, de José Eustasio Rivera: “Jugué mi corazón al azar y lo ganó la violencia.” Dos formas de reconocer el juego de la muerte, dos ojos de la misma mirada. Luego del discurso mesurado de las autoridades de la Alcaldía de El Líbano para presentar sus libros de la colección Doble fondo ‒coordinada por Juan Manuel Roca y Carlos Flaminio Rivera‒, que aloja también a un poeta local y a un poeta no colombiano, Felipe Orozco dio algunas pinceladas sobre Dos veces breve y la pertinencia de una antología binacional de la minificción. Nunca mejor dicho que viene a cuento este asunto porque asistimos a una reanimación del género en los países de habla hispana. Ya no se advierte la dramática situación que describía Edmundo Valadés en 1990: “Desestimado en mucho como creación menor la del miniaturista, el cuento breve o brevísimo no ha merecido ni recuento, ni historia, ni teoría, ni nombre específico universal.” No es fácil ni común esta labor de filigrana y relojería, precisión y belleza, como lo demuestran los textos antologados de Torri, Monterroso, Arreola, Valadés, Elizondo, Renán, Samperio, Guedea, por citar a algunos mexicanos, o de Luis Vidales, Umberto Senegal, John Jairo Junieles, o Jaime Echeverri, por el lado sudamericano. Pero sin duda el mejor de todos los colombianos es el propio antólogo que no aparece en su compilación, pero nos obsequia piezas magistrales en su libro Seré breve. Comparto
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mantenido ya durante años el programa radiofónico El peso exacto de un colibrí para emitir los mejores microrrelatos y conocer de primera mano las antologías hechas por Lauro Zavala y Javier Perucho, entre otros. La Jornada Semanal publica ya desde hace años una sección con diferentes nombres alimentada por Felipe Garrido, Rogelio Guedea y otros autores. De la mano me vienen los libros de otros amigos narradores y amantes de la micronarración, como Ana Clavel con su Corazonadas, Juan Manuel Valero con La rata de la Merced y otras pequeñas atrocidades, Luis Bernardo Pérez, del lado mexicano, y Evelio Rosero, ahora Premio Nacional de Novela en su Colombia natal, por La carroza de Bolívar, quien ha dedicado tiempo a la creación de miniaturas. No obstante las antologías y los estudios dedicados a la minificción, la mayoría de los expertos coinciden en la dificultad para establecer una preceptiva que defina límites y reglas del género. En su Breve manual (ampliado) para reconocer minicuentos (Editorial Equinoccio/Universidad Simón Bolív a r, Ve n e z u e l a ) , J u l i e t a R o j o intenta fundamentar lo que ella considera son las características fundamentales del minicuento, mientras que su prologuista, Luis Barrera Linares, anticipa y asienta su escepticismo al respecto y lo llama des-generado, aun cuando reconoce mínimos requerimientos para considerar literario a un texto que va más allá de lo ingenioso y de la sospecha de tratarse de un chiste, un juego de palabras, un poema, una ocurrencia. “La minificción –dice Barrera‒ en todas sus variantes ha logrado incluso apoltronarse cómodamente en el universo de la red de redes. Porque, para añadir más leña al fuego de la sabrosa confusión conceptual que lo ro d e a , también un minicuento es un hipertexto: sus palabras abren muchos caminos posibles hacia otros territorios de la literatura.” Collage de Juan Gabriel Puga Sin duda tenemos presente la lectura de Seis propuestas para el próximo milenio, de Italo Calvino, pues la microficción, minicuento, microrrelato, cuento breve o como prefiera llamársele responde a cabalidad a los valores o cualidades supuestas: levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad. El libro de Violeta Rojo nos recibe con un epígrafe que devela el deslumbramiento y el enigma de manera simultánea: “Lamento escribirte una carta tan larga, pero no tengo tiempo de hacerla más corta.” Carlos Marx a Federico Engels. La ironía, el humor, la inteligencia, el toque mágico hacen de este género el enigma del pájaro que Felipe Orozco coloca en el umbral de la libertad y la desconfianza, del papel y la virtualidad •
una muestra que no es con certeza la más estrujante, pero sí una de las más eficaces en su economía: “Heredé un pájaro. Su canto alegra mis mañanas. Veo su imagen partida por los barr otes de la prisión, donde no pueden desplegarse sus alas. Conmovido, quise liberarlo, pero si meto mi mano para hacerlo, se revuelve desconfiado y la emprende a picotazos. Opté por dejar su puerta abierta, pero ha sido inútil. Teme que la libertad sea otro ardid. Una trampa más.” (“Pájaro”) Editoriales de las llamadas independientes, como Ficticia, han abonado con perseverancia el terreno, y en México universidades como la Autónoma Metropolitana y la Veracruzana han puesto especial atención en la investigación del tema, mientras que la Nacional Autónoma de México ha
Breve, por favor. La minificción José Ángel Leyva
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