SUPLEMENTO CULTURAL
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DIR. JÁNEA ESTRADA LAZARÍN
Las imágenes fueron tomadas de la Biblioteca Central Manuel de Cervantes. http://www.cervantesvirtual.com
Elva Macías recibirá el Premio Iberoamericano Ramón López Velarde 2017, en el marco de las XX Jornadas Lopezvelardeanas, que se llevarán a cabo del 11 al 15 de junio, para recordar la vida, obra y legado del poeta, quien nació un 15 de junio de 1888 en Jerez, Zacatecas.
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La Gualdra No. 297
Editorial
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amón Modesto López Velarde Berumen nació un 15 de junio de 1888 en el municipio de Jerez, Zacatecas. El autor del poema nacional La Suave Patria, como muchos de los artistas del siglo XIX y XX, se vio en la necesidad de abandonar su tierra natal para continuar con sus estudios, primero migró a Aguascalientes, después a San Luis Potosí y por último –en 1914- a la Ciudad de México, en donde falleció en al año de 1921. 33 años de edad tenía cuando murió el poeta jerezano, hoy considerado como uno de los más importantes en el país. Alcanzó a ver publicados sus libros La sangre devota (1916) y Zozobra (1919). Fue en 1921 cuando escribió La Suave Patria, publicada en la revista El Maestro, patrocinada por José Vasconcelos cuando todavía era rector de la UNAM -ese mismo año se convertiría en Secretario de Educación Pública-. A la muerte de López Velarde, fue el mismo Vasconcelos quien acudió con el presidente de la república para pedirle que pagara el funeral del poeta, que hasta ese momento era desconocido para Álvaro Obregón “uno de los rarísimos presidentes aficionados a la poesía”.1 Si a Zacatecas se le ha ubicado como un espacio en el que las artes plásticas y literatura son dos de las actividades más significativas en el terreno de las artes, durante el siglo XX contribuyó a esta construcción de la memoria colectiva el trabajo de artistas como Ramón López Velarde en el área de la literatura y las aportaciones a la plástica nacional realizadas por Francisco Goitia y Julio Ruelas, sólo por mencionar algunos de ellos. Sin embargo, hemos de mencionar que si para el presidente de la república no eran conocidos el nombre y la obra de Ramón López Velarde el año de su muerte, en Zacatecas ocurría algo similar; podemos decir que fue hasta que murió cuando en nuestra entidad empezaron a reconocerse con más amplitud las contribuciones a la literatura nacional por parte del poeta jerezano. Fue hasta 30 años después de la muerte de Ramón López Velarde, cuando con el apoyo de gobierno del Estado, encabezado por el Lic. José Minero Roque, se decidió el establecimiento de un Patronato Nacional del Museo Ramón López Velarde. El escritor zacatecano Mauricio Magdaleno fue quien consignó en el suplemento cultural del periódico Provincia -que dirigía su hermano Máximo en 1951- en la ciudad de Zacatecas, que “en el XXX Aniversario del fallecimiento del poeta jerezano, ante la presencia de Alfonso Reyes, el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México e integrantes del Seminario de Cultura Mexicana”, se establecía dicho patronato. José Minero Roque, hizo mención de esto en su primer informe de gobierno ese mismo año:
Contenido Es tarea del gobierno propiciar las actividades culturales y el ambiente adecuado para que se rindan justos y permanentes homenajes a los héroes no sólo de la acción sino también del pensamiento, entre los cuales debe contarse sin duda alguna a los creadores de la belleza, y entre éstos, a los poetas, como deuda popular de agradecimiento público hacia ellos y como ejemplo y estímulo para las nuevas generaciones. Por ello, el gobierno de mi cargo, recogió el anhelo que palpitara en los corazones de los amigos y admiradores del gran poeta jerezano Ramón López Velarde, de que la casa en la que nació sea convertida en un museo que reviva el ambiente dentro del cual desarrolló su vida el poeta, con las cosas que le fueron queridas; en que se custodien devotamente las diversas ediciones de sus obras y todo cuanto se ha escrito en torno a él.2
Previamente se habían integrado la comisión jerezana y la local, el patronato nacional quedó constituido de la siguiente forma: el presidente honorario era el Lic. Miguel Alemán, presidente de la república; los vicepresidentes honorarios, Manuel Tello y Luis Garrido; el vicepresidente ejecutivo, el poeta Enrique González Martínez; y los vicepresidentes ejecutivos serían Mauricio Magdaleno, José Castro Villagrana y Agustín Yáñez. Entre los integrantes del patronato, destacan también los nombres de Alfonso Reyes, Alí Chumacero, Andrés Henestrosa, Carlos Pellicer, Salvador Novo, Fernando Gamboa, Jesús Silva Herzog, y Daniel Kuri Breña.3 En el acto protocolario de instauración del patronato nacional, Minero Roque fue contundente y abogó por la colaboración de todos los integrantes del mismo para difundir la obra del poeta. Hay que decir que anterior a esta fecha, poco se hablaba López Velarde en los diarios del Estado; hay pocas notas publicadas en los periódicos locales sobre su muerte acontecida en junio de 1921, y tampoco hay noticias de que se pretendiera hacerle un homenaje póstumo de esta magnitud hasta antes de Minero Roque. Esta semana se llevan a cabo Las Jornadas Lopezvelardeanas en Zacatecas organizadas por el Instituto Zacatecano de Cultura Ramón López Velarde para homenajear al poeta jerezano, la ocasión es propicia para acercarnos a su vida y al magnífico legado poético que nos heredó. Que disfrute su lectura.
Get Out de Jordan Peele Por Adolfo Nuñez J. El Picaporte Sustantivos colectivos Por Simitrio Quezada
Las estancias de las Estancias Por David Castañeda Álvarez
David Martín del Campo Comprender lo incomprensible Por Mauricio Flores
La población antigua de Fresnillo en las agitadas aguas del mar Chichimeca Por José Humberto Medina González
La soberbia del lector Por Eduardo Campech Miranda Lo erótico en la escritura que no habla del cuerpo: Razones para leer a Severo Sarduy Por Judith Navarro
Desayuno en Tiffany´s, mon ku 12 jours, el documental Por Sergi Ramos Alquezar
Quiroga y su influencia en el cuento hispanoamericano Por José Agustín Solórzano
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Jánea Estrada Lazarín lagualdra@hotmail.com 1 Pacheco, José Emilio, “Ramón López Velarde hacia ‘La suave patria’”, en: http://www. letraslibres.com/mexico/lopez-velarde-hacia-lasuave-patria 2 Archivo Histórico del Congreso del Estado de Zacatecas, Minero Roque, José, Primer Informe de Gobierno, 1951, pp. 44-45. 3 HBCEMM, Suplemento Provincia, Periódico Provincia, 7 de julio de 1951. El director del suplemento era Máximo Magdaleno; y el subdirector, Roberto Almanza. Daniel Kuri Breña fue el hermano mayor del escultor José Kuri Breña.
Directorio
Carmen Lira Saade Dir. General Raymundo Cárdenas Vargas Dir. La Jornada de Zacatecas direccion.zac@infodem.com.mx
Las medias tintas Por Alberto Huerta Plegaria Por Guadalupe Dávalos Tarde Por Pilar Alba
Jánea Estrada Lazarín Dir. La Gualdra lagualdra@hotmail.com Roberto Castruita y Enrique Martínez Diseño Editorial
La Gualdra es una coproducción de Ediciones Culturales y La Jornada Zacatecas. Publicación semanal, distribuída e impresa por Información para la Democracia S.A. de C.V. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación, por cualquier medio sin permiso de los editores.
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Juan Carlos Villegas Ilustraciones jvampiro71@hotmail.com
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Get Out de Jordan Peele 6 Por Adolfo Nuñez J.
Cine
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n una entrevista a raíz del éxito de su primer cinta como director, el realizador Jordan Peele mencionó que lo que buscaba la momento de escribir el guion de la misma fue realizar una historia que se sintiera tan perturbadora como satírica en medidas iguales. El resultado en Get Out (cinta que fue presentada en el festival de Sundance de este año) no se aleja mucho de sus ambiciones en ese par de aspectos, pero en ambos lo hace a fuego lento, se toma su tiempo para perturbarnos e incomodarnos al crear una atmósfera asfixiante pero también irresistible. Al comenzar la película se nos presenta a Chris (Daniel Kaluuya), un joven y ambicioso fotógrafo que accede a pasar un fin de semana con sus suegros (Catherine Keener, Bradley Whitford) en su casa de campo y finalmente conocerlos, a pesar de que no sabe cómo reaccionaran ante el hecho de que él sea una persona de color, pero se siente tranquilo ante la actitud despreocupada de su novia Rose (Allison Williams), respecto al tema. Eventualmente confirma que, en efecto, ni sus suegros ni su cuñado Jeremy (Caleb Landry Jones) tienen problema con lo que él llama de modo bromista su “maquillaje genético”. Cualquier incomodidad con la familia de su novia, Chris la relaciona con el natural nerviosismo que se puede sentir en ambas partes al momento de conocer a una persona nueva. Para la mala fortuna de Chris, su visita coincide con la reunión de varios amigos de la familia, quienes en sus intentos fallidos de mostrarse amigables con él, aparentemente sin darle importancia a su color de piel, sólo terminan por incomodarlo más. Conforme convive más con esas personas que no conoce, Chris comienza a sentir una paranoia extraña, incómoda y oscura que lo aprisiona, y que como un asfixiante trance no le permite moverse, escapar o gritar.
La ópera prima de Peele resulta un análisis a profundidad a las incongruencias raciales que todavía hoy se viven en Estados Unidos, pero que se buscan ocultar como un montón de polvo bajo la alfombra de una gran casa en un suburbio donde todo es tranquilo y jamás ocurren sucesos extraños. La cinta es de un ritmo constante y sumamente entretenido, pero también tiene lapsos oscuros y reflexivos, recordándonos que si bien es una película hasta cierto punto divertida, es reflejo de una realidad que muchas personas viven día a día y que realmente no es nada amigable. En el plano visual la cinta cobra una relación directa con series de televisión tales como The Twilight Zone o Black Mirror (donde Kaluuya de igual manera participó). Paseamos por largos pasillos desiertos con fotografías a cada lado, el oscuro silencio del bosque en la madru-
gada, así como una enorme habitación con una televisión vieja y la cabeza de un venado colgada en la pared. Todos esos espacios haciendo énfasis a la desolación que su protagonista siente de un modo desesperado y represivo. Get Out es un gran respiro a la resaca por la temporada de premios en cine, y es necesario verse en pantalla grande, a pesar de no ser un thriller convencional en casi ningún aspecto. La película es tan memorable por la sensación de cine totalmente independiente que se respira en cada uno de sus fotogramas y en el discurso que plantea; en ese sentido resulta más efectiva que muchas de las diferente cintas del género que se ofertan actualmente, pero que en este caso, como reflejo de su energía visceral simplemente no podemos apartar de nuestra cabeza, así hayan pasado días de haberla visto.
El Picaporte Sustantivos colectivos
6 Por Simitrio Quezada
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xiste en la gramática del español una regla elemental: “El verbo concuerda con el sujeto en número”. ¿Qué significa esto? Que si el sujeto es singular, también debe serlo el verbo. La trampa viene, entonces, cuando hay un sustantivo colectivo, generalmente en singular. Lea esto cuidadosamente: “Un grupo de empresarios bloquearon el acceso al edificio”. ¿Dónde está el error? Preguntémonos primero cuál es el sujeto: “Un grupo de empresarios”. De hecho “de empresarios” es el complemento nominal. El sustantivo que rige es “grupo”. Por lo pronto lo correcto sería “Un grupo de empresarios bloqueó el acceso al edificio”. Probemos ahora con esto: “El batallón llegaron cansados y pidieron de comer”. “Batallón” es otro sustantivo colectivo, como alumnado, contingente, mayoría, gente, jauría, manada, caballada, tropa, entre otros. Lo correcto es, en primera instancia, “El batallón llegó cansado y pidió de comer”. Sin embargo esto suena un tanto absurdo en la medida en que imaginamos que el batallón es un gran ser formado por pequeños seres llamados soldados. Así que podemos enfocarnos mejor en éstos: “Los integrantes del batallón llegaron cansados y pidieron de comer”. Los sustantivos colectivos, recalco, tienen esa trampa. No es “El contingente de trabajadores desfilaron”, sino “El contingente de trabajadores desfiló”. No es “La
mayoría de votantes están conmigo”, sino “La mayoría de votantes está conmigo”. No es “El 70 por ciento de huérfanos trabajan”, sino “El 70 por ciento de huérfanos trabaja”. Envíe comentarios y demás inquietudes a: siquezada@hotmail.com
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Libros
Las estancias de las Estancias
6 Por David Castañeda
Álvarez
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Qué sucede en la mente de alguien cuando llega a sus ojos u oídos palabras que lo sustraen del prosaísmo cotidiano, de los estragos del día, del oficio de vivir (como diría Pavese) de la zozobra, del cansancio o de la acidia que se dispersa como una enfermedad? ¿Qué pasa cuando esas mismas palabras nacen en el seno mismo de lo simple y cotidiano; cuando lo más elevado resulta ser lo más mundano y viceversa? ¿Qué ocurre con la crisis de la palabra que, en suma, es la crisis del hombre? En Latinoamérica existen tres nombres fundamentales para entender cómo la palabra es indisoluble de la conformación de realidades que atraviesan ámbitos políticos, éticos, morales, así como psíquicos y ontológicos. Es decir, la palabra de estos escritores es tan singular y, a la vez, tan plural, que bien puede disfrutarse a solas en una tarde tranquila o comentarse por años en los rigores de la Academia. Me refiero a Ramón López Velarde, Alfonso Reyes y Octavio Paz. Yo fui testigo de cómo las Estancias críticas de Javier Acosta y Sigifredo Esquivel nacieron precisamente de aquel espacio/ estancia/lugar que se abría mediante la palabra (el diálogo) durante horas en un
aula de la Universidad. Para quienes participamos en el Seminario dirigido por Javier y Sigifredo, hablar de Velarde, Reyes, Borges o Paz, leerlos y releerlos nos embrujaba, nos orillaban a un extraño silencio que, lejos de ser incómodo, resultaba una especie de purificación espiritual, como quien se sienta a orillas de un río para tratar de dilucidar los secretos de su afluente. Ahora que tengo en mis manos la materialización de aquellas estancias, vuelvo a pensar que los tres autores nos hablan de algo que nos sobrepasa, de un lenguaje que hemos olvidado. Paz, Reyes y Velarde no son nombres, es más, ni siquiera autores, son una especie de traductores de lo inefable; intérpretes de una voz que nosotros, medio sordos de tanto ruido, medio ciegos de tanto fuego artificial, no alcanzamos a apreciar. Ellos, casi de manera simultánea, vieron al dios pardo y fuerte del que habla Eliot en los Cuatro cuartetos, que es el tiempo del lenguaje que nunca deja de fluir, siempre en un estado presente. Estancias críticas celebra aquella memoria y aquellos espacios inconmensurables en que la obra de tres poetas y pensadores captan la esencia de la humanidad entera. Su fiesta, y no podía ser de otra manera, se materializa en la imaginación de dos formidables interlocutores, Sigifredo y Javier, que ponen de nuevo sobre la mesa el papel de la tradición literaria sobre aspectos de
la identidad, el ser, la otredad del alma y del pensamiento. Los seis ensayos contenidos en Estancias críticas revisan de un modo incisivo y amable las angustias, envidias, saberes, sabores y delirios que emanan de la escritura de los tres poetas mencionados a la luz de otros poetas como Borges, Lezama y Gorostiza, y de pensadores como Schopenhauer, Nietzsche, Freud y Bloom. Además de los temas y autores que manejan, que de por sí resultan fascinantes, lo entrañable de las Estancias (y el lector dará cuenta de ello con toda seguridad) es la forma en que está escrito el libro. Javier y Sigifredo combinan el rigor del pensamiento con la nobleza de la intuición. Su escritura nace de una armonía entre opuestos; buscan un tercer camino entre la argumentación y la imagen, una vía que, como enseña Octavio Paz en el Arco y la lira, concilia la Unidad y la Multiplicidad, y trasciende las contradicciones. Los trayectos de las Estancias son, como dejan claro en su ensayo inaugural del libro “ABC para una crítica festiva”, ejercicios de imaginación lúcida que van de y desde la poesía, pero lo más importante, desde la celebración de la vida misma como inmanencia, goce y deseo. Sigifredo y Javier le dan un puntapié al anquilosamiento académico, a la crítica del resentimiento, al conocimiento es-
cindido en gremios de especialistas. Así celebran los piques literarios, dimes y diretes entre Reyes, Paz y Velarde de cara al canon poético y su pervivencia en la memoria; celebran el pensamiento de Reyes (mesurado, sistemático, clásico, apolíneo) frente al de Paz (imaginativo, dionisiaco, creacionista), tan opuestos como complementarios; celebran en Paz la Guerra y Subversión del lenguaje que, al mismo tiempo, expresa una subversión crítica: su ensayística entre la revelación y el balbuceo, entre lo universal y lo singular, así como la unión de su poesía e imaginación en la crítica social, ética y política; celebran esa otra orilla que Paz supo asimilar con su cabeza bifronte, como la del dios Jano, mirando hacia el pasado y hacia el porvenir al mismo tiempo, hacia Oriente y Occidente. Javier y Sigifredo, en sus Estancias críticas. Trayectos desde Velarde, Reyes y Paz, comparten y celebran una literatura que revela la sublimidad y belleza de la vida y, más que nada, festejan la sensación inigualable de estar vivo mediante la palabra, el lenguaje que salva con amoroso ímpetu. Pero eso a mí ya no me corresponde decirlo. Queda al viajero-lector conocer las Estancias, quedarse un rato, saber que su lectura ahuyenta el tedio y el cansancio, descubrir para sí mismo cómo su propia mente se aclara, cómo su alma se tranquiliza y cómo su corazón se ensancha.
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David Martín del Campo
Comprender lo incomprensible gos de sus clientes, lo mismo lienzos novohispanos que de la pintora Frida Kahlo. La pareja de hermanos adolescentes (Antonio y Frida Negrín), con “madre ausente y padre espectral”, y de quienes se sospecha una “relación temeraria”.
Mujeres recién entradas en los cuarenta que, siguiendo al marido, se avecindan en la aparentemente apacible provincia mexicana, donde “todo mundo odia a los chilangos hasta que cumplimos el purgatorio de inquina”. Hombres del establishment, antes de la izquierda revolucionaria, que ya como dirigentes del partido en el poder (el Revolucionario Institu-
Contra la Fridomanía “Frida”, dice David Martín del Campo, “era militante del Partido Comunista y jamás habría consentido ser un elemento de comercialización y consumismo, en bolsas, playeras o calcetines”. Por ello el homenaje a su verdadera figura, “un personaje polémico, amado por unos y odiado por otros, pero siempre un protagonista del arte mexicano”. “Mi novela es una crítica a la fridomanía con este fenómeno de comercialización vulgar y banal, porque la gente no sabe quién fue Frida Kahlo, especie de mártir cristiano en los tiempos arcaicos del propio cristianismo”.
cional) medran con la inestabilidad financiera, devaluando la moneda y sacando costales de billetes al extranjero. Funcionarios de gobierno que vigilan periodistas democráticos y que creen que la política “concilia realidad y deseo”. Un traficante de arte, “vil ladrón”, que recorrerá iglesias y domicilios particulares para obtener los encar-
El detective martincampiano En medio de todos ellos Max Retana, ex agente del régimen al que se le encomiendan sendas investigaciones: explicar el suicidio del pequeño Antonio, primero; encontrar al traficante desaparecido, después. Algo así como “comprender lo incomprensible”. Todos ellos en un escenario de crisis, la sempiterna crisis del sistema político mexicano, que encabezada por el creciente rumor de un golpe de Estado contra el régimen echeverrista incluye una largo etcétera de registros que bien incluye el novelista. La candidatura presidencial independiente del líder ferrocarrilero encarcelado durante años, el comunista Valentín Campa; el golpe al periódico Excélsior; la devaluación de la moneda y la previa fuga de capitales; la herida abierta de la matanza de Tlatelolco en la que el propio Retana fue partícipe como integrante del batallón Olimpia; y hasta el recuerdo de “la primera vez” que nevó en la Ciudad de México, el 11 de enero de 1967. Tragos, acostones, rompimientos maritales, hijos lejanos, desveladas, viajes a Veracruz, ángeles caídos, muertes y zopilotes… Un dudoso cuadro de la Kahlo que podría revolucionar las tesis sobre su arte, a la manera de “El origen del mundo”, de Gustave Courbet. Algo de lo mucho que encontrará el lector en esta nueva novela Martín del Campo.
David Martín del Campo
Es autor de más de 20 novelas que lo sitúan como uno de los narradores más notables del país. A los 24 años publicó Las rojas son las carreteras, que lo situó como un escritor original y vigoroso. Ha sido reconocido con diversos galardones, entre otros: el Premio Internacional de Novela Diana 1990 por Alas de ángel, el Premio Mazatlán de Literatura 2012 por Las siete heridas del mar, y el Premio Nacional de Literatura Monterrey IMPAC 1997 por El año del fuego. Luego de ejercer el periodismo por varios años (fue corresponsal en Madrid y en el territorio controlado por el Frente Polisario de Liberación Nacional), se ha volcado a desarrollar una literatura que se distingue por su coraje estilístico, su exploración narrativa, su rabiosa amenidad. Ha publicado también libros de cuento, biografía, crónica y literatura infantil. Entre sus novelas más celebradas se cuentan Dama de noche (que fue llevada al cine), No desearás, ¡Corre Vito!, La noche que murió Freud y La inocencia de María. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Desde hace algunos años reside en la ciudad de Cuernavaca. *** David Martín del Campo, La niña Frida, Tusquets, México, 2017, 310 pp. * mauflos@gmail.com
Libros
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ecir que David Martín del Campo (Ciudad de México, 1952) publicó una nueva novela podría no ser una primicia. Lleva casi una treintena en cuatro décadas de oficio literario; sin contar los libros que en distinto género también son de su autoría. Una marca envidiable que se integra al sello personal alcanzado, cuantioso en historias, personajes, estructuras. Toca turno a La niña Frida, novela que debido a las diferentes riquezas contenidas resulta difícil abreviar al lector. Pongamos entonces aquí lo dicho por su autor: una especie de tributo a la pintora, desde hace tiempo un mito, ser incontrolable, de la que decían estaba poseída por el diablo. Imposible no recordar la opera prima de Martín del Campo: Las rojas son las carreteras, que entregara para su consideración, a mediados de los setenta, a Joaquín Diez-Canedo. Una novela que cuenta la aventura al mar de un grupo de jóvenes sobrevivientes del movimiento estudiantil de 1968, desencantados de la vida. Después vendrían títulos como Esta tierra del amor, Alas de ángel, Dama de noche, Quemar los pozos, Las viudas de Blanco, Después de muertos, No desearás, Las siete heridas del mar, El último gladiador…, abanico de universos, algunas de ellas premiadas. En La niña Frida, su autor enlaza historias, personajes, fórmulas y guiños ubicados todos hacia la mitad de la década de los 70, caracterizada por una serie de sucesos surgidos de una sociedad sostenida en la violencia, la corrupción y la hipocresía. Buenas dosis de hipocresía. Profesores de escuelas religiosas, del tipo Legionarios de Cristo, que identifican en los “primeros torrentes de hormonas” de sus alumnos “la exhalación del diablo”.
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La población antigua de Fresnillo en las agitadas aguas del mar Chichimeca Libros de Arqueología
Con toda mi gratitud al INAH y al Instituto Zacatecano de Cultura Ramón López Velarde 6 Por José Humberto
Medina González*
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l 7 de marzo pasado, el arqueólogo y hoy director de la Zona Arqueológica de la Quemada, Carlos Alberto Torre Blanca Padilla adscrito al INAH/Zacatecas, a quien conozco hace ya casi 30 años, compañero de generación de la carrera en arqueología de nuestra querida Escuela Nacional de Antropología e Historia y hasta la fecha un amigo entrañable, viajó a la Ciudad de México. Y como es su costumbre habitual de buscar entre los papeles viejos, pasó a mi centro de trabajo para consultar el mejor yacimiento de información arqueológica que sin lugar a dudas tiene nuestro país, el Archivo Técnico de la Coordinación Nacional de Arqueología del INAH. Una vez que entró al acervo, primero pasó a saludar religiosamente a su gran pontífice don Pepe Ramírez, “el gran guardián de la memoria arqueológica de México”. Una vez que terminó con él, inmediatamente se dirigió a mi espacio de trabajo con el fin de obsequiarme su más reciente libro titulado Población Antigua de Fresnillo, publicación que esta tarde nos reúne a todos para ser presentada aquí. En el ejemplar que me obsequió hay una dedicatoria que dice: “Charro. Te dejo una historia antigua de mi terruño producto de andanzas veraniegas, espero que te agrade. Carlos Torreblanca Padilla”. Una vez que leí esta última y mientras ojeaba rápidamente el libro no sabiendo lo que estaba buscando realmente ahí, escuché en mi mente aquellas sabias palabras que alguna vez salieron de la boca de un maestro de mi primaria oficial, quien dijo “todo al final vuelve a su lugar de origen”. Mi estimado Carlos Torreblanca -o Carlitos como te conocen tus amigos y colegas-, tu querido y añorado territorio de Fresnillo en el centro de Zacatecas, del que a finales de los ochenta y principios de los noventa del siglo pasado, nos hablaste con una gran emoción, vehemencia y mucha seriedad académica en los pasillos, las aulas o la cafetería de la ENAH (que por cierto qué malo era el café) o quizás entre risas con algo de mezcal, mucha cerveza, coca-colas muy frías y hartos cigarros en nuestras prácticas de campo; como aquélla del Río Balsas en Guerrero, cuando allá los relatos de terror que circulaban entre los lugareños no eran como hoy sobre la violencia del narco y la sistemática desaparición de personas como es el caso reciente de Ayotzinapa, sino sobre el temible y peligroso chacal de Xalitla, ese gran depredador que según nos contaron, no respetaba sexo, edad o religión, esa historia oral nos dejó tal huella que hasta en nuestra gene-
/// Arqueólogos Carlos Alberto Torreblanca Padilla y José Humberto Medina durante presentación del libro.
ración tuvimos nuestro propio chacal, ¡eso sí era un mito! Recuerdo que un chilango como yo, que en ese entonces, no conocía el norte del país -aunque mi papá es zacatecano por
nacimiento, nadie es perfecto-, que no había leído nada sobre la arqueología de este enorme territorio y cuyo diletantismo se concentraba en investigar a los mayas, Teotihuacán, los códices, las fuentes históricas
de época colonial, la etnografía o quizás nada y todo como la Nueva Arqueología, me encantaba escuchar sobre las aventuras arqueológicas de mis compañeros en esas lejanas tierras que se decían de salvajes chichimecas, ya que prefería en esos mismos periodos de ocio encerrarme en la biblioteca o los archivos pues que ahí me sentía mucho más seguro. Y cuando tú, Carlos, regresabas a la ENAH una vez que terminaban las vacaciones de verano, me contabas con una grata alegría o con una enorme decepción (ya que tú también fuiste heredero de las diferencias personales entre los arqueólogos) sobre tus andanzas arqueológicas en Zacatecas o en tu terruño y yo siempre pensaba en lo más profundo de mi interior con una enorme insensibilidad y una gran ignorancia, según recuerdo, “pues éste qué tanto le ve a esa región seca y llena de nopales que a nadie le interesa, donde no hay grandes palacios, tampoco inmensas pirámides como en nuestras antiguas urbes mesoamericanas, ni tampoco indígenas; a poco ahí con tantos problemas entre arqueólogos se puede estudiar algo o en su defecto investigar algo que sea productivo para el desarrollo de arqueología misma, pero en fin cada loco con su tema”. También por esos mismos años –y esto lo considero muy importante para lo que diré más adelante-, cuando trabajabas como encargado de la planoteca o mapoteca de la carrera de arqueología de la ENAH, tenías bajo tu responsabilidad la
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/// Dr. Arturo Burciaga y los arqueólogos Carlos Alberto Torreblanca Padilla y José Humberto Medina durante presentación del libro.
Esta publicación que contiene 105 páginas escritas, presenta una breve introducción, cuatro capítulos, bibliografía y por último una muy importante sección con imágenes que muestran mapas de la región estudiadas, croquis de sitios arqueológicos registrados, así como dibujos y fotografías de artefactos prehistóricos y precolombinos, así como de las manifestaciones gráfico rupestres que el autor registró dentro del municipio de Fresnillo. Debo decir, sin embargo, que desde mi punto de vista, varias de estas imágenes son muy pequeñas para apreciar muchos detalles que se enuncian a lo largo del libro. Antes de continuar, quiero recordar que su autor antes de ser zacatecano es un natural del municipio de Fresnillo. Ahí nació, respiró, creció y ha visto el enorme impacto de la minería y de la ganadería en el hábitat y durante muchos años recorrió los llanos potosinos-zacatecanos y la cuenca del Río Aguanaval; de ahí que su descripción de esos territorios que aparece en el primer capítulo de su publicación, no sólo resulta indispensable para comprender el entorno, los cambios y transformaciones y sus particularidades en el que se desarrollaron los diferentes grupos humanos desde 10,000 a.C. hasta la segunda mitad del siglo XVI (como los zacatecos y guachichiles para poner un ejemplo), sino también para entender los problemas sobre la fluctuación histórica de la frontera ecológica y cultural mesoamericana. Debo reconocer que este primer capítulo me recuerda a las obras sobre la geografía descriptiva de los Partidos de Zacatecas que fueron publicadas por estudiosos zacatecanos del s. XIX y de inicios del XX como Elías Amador o Matute entre otros. De igual manera la narrativa que se desarrolla en el capítulo II donde se expone la historia del pensamiento e investigaciones arqueológicas realizadas dentro y en los márgenes del municipio de Fresnillo, resulta interesante por el rastreo de las fuentes documentales inéditas y publicadas que ayudaron a construir dicha historia. Desde mi perspectiva una de las contribuciones de este capítulo, reside en utilización de la información oral y publicada de los historiadores y cronistas locales, los que el autor define como “aficionados”, término que me parece discutible a la luz de la enorme cantidad de datos que aportaron para comenzar clarificar el tipo de registro arqueológico de esta región que ellos comenzaron a coleccionar, documentar e interpretar con sus propias herramientas de la historia. Otro de los principales aportes encontrados en este mismo capítulo, se encuentra en el rastreo y la consulta de los reportes arqueológicos, resultado de los reconocimientos de superficie realizados en el territorio de Fresnillo y en sus márgenes por parte del mega Proyecto Arqueológico Frontera Norte de Mesoamérica y posteriormente por algunos investigadores del INAH. Nuestro autor como arqueólogo que se ha especializado en los territorios septentrionales de Mesoamérica, no duda en reconocer la enorme relevancia de los reconocimientos y la
información recuperada en los primeros años de la década del sesenta por el ya mencionado Dr. Walter Taylor, quien era director del sub-proyecto E y que junto con John Charles Kelley, Pedro Armillas, Román Piña Chan y Beatriz Braniff, directores de los otros cuatro sub-proyectos denominados el A, B, C y D, integraron el ya mencionado mega proyecto. Como actualmente lo hace y ha hecho en otros años, Torreblanca al haber trabajado en sitios arqueológicos que fueron considerados zonas clave de investigación para los anteriores investigadores como en Alta Vista-Chalchihuites -cuando era estudiante-, en años anteriores en el Cóporo, Guanajuato y actualmente en las ya referidas ruinas de La Quemada y ahora al publicar datos sobre el centro de Zacatecas, vuelve a homenajear no sólo a dicho proyecto de investigación sino también a esos estudiosos y a los que los siguieron en este caso los investigadores mexicanos del INAH. El cuarto capítulo es una descripción de los vestigios arqueológicos (la mayoría de ellos recuperados de superficie por la falta de excavación controlada) y su distribución espacial dentro de la región de estudio de Fresnillo, señalando que aquí en este territorio en la época prehispánica se desarrolló un patrón cultural muy diferente al reportado por otros arqueólogos en las dos regiones vecinas en el centro-sur y oeste de Zacatecas, donde se desenvolvieron respectivamente las culturas arqueológicas de Malpaso y Chalchihuites. Este capítulo sirve como base empírica y antesala al último capítulo, donde se expone el desarrollo cultural de esta región sosteniéndose en términos generales el modelo de colonización temprana y de difusión blanda que propició la simbiosis cultural entre comunidades de apropiación (grupos chichimecas), horticultores-semisedentarios (Loma San Gabriel) y agricultores sedentarios mesoamericanos (de la fase Canutillo) en la antigua frontera norte-centro que el Dr. Kelley propuso y publicó en los primeros años de las décadas del sesenta y setenta del s. XX. Sin embargo, Torreblanca es reticente en reconocer que dentro de su registro hay artefactos y elemento culturales que han sido reportados dentro del repertorio arqueológico de las culturas semisedentarias que han sido denominas por John Charles Kelley y Michael Foster como Loma San Gabriel. Pero le propongo a nuestro autor, que tengamos este debate en una cantina con unas cervezas muy frías y como sabemos los arqueólogos que cuando la marea de nuestras discusiones suba, pediremos una botella de whisky Etiqueta Negra muy costosa y brindaremos todos para celebrar, que ya por fin tenemos esta publicación en nuestras manos para continuar por muchos años más nuestro diálogo en la arqueología. Gracias. Feria Nacional de Libro en la ciudad de Zacatecas a 29 de mayo de 2017. *ATCNA-INAH
Libros de Arqueología
llave que abría un pequeño librerito de metal gris con puertas corredizas de vidrio en cuyo interior había una colección de libros de arqueología, principalmente en inglés, donados por sus autores a la escuela y otras joyas bibliográficas como los 16 volúmenes en pasta dura y color naranja del Handbook of middle american indians, obra tan monumental publicada entre los años 1964 a 1974 que hasta la fecha no ha sido superada. Asimismo recuerdo perfectamente que alguna vez al encontrarte en los pasillos de la ENAH, observé que sostenías en tus manos uno o dos de esos ejemplares empastados (quizás los números IV y XI). Días después que visité la planoteca, te vi sentado leyéndolos con mucho entusiasmo y una enorme atención, y quizás únicamente para distraerte o con el único afán de quitarte tu sagrado tiempo (tonterías de jóvenes), te pregunté qué tanto lees ahí, Carlitos. Tú con una espléndida sonrisa, una enorme educación y cortesía (la que siempre he admirado) y supongo con una faraónica paciencia y tolerancia a nuestra deficiente sabiduría sobre la arqueología del norte de México, me respondiste “Pues mira, mi estimado, estoy leyendo estos artículos en inglés sobre las culturas arqueológicas de Durango y Zacatecas del Dr. John Charles Kelley y el texto de los complejos arqueológicos de la Gran Chichimeca de Walter Taylor”. Y sin decir agua va y no teniendo una mínima piedad con tu compañero chilango, comenzaste agitar mi eterna tranquilidad y confortabilidad mesoamericana, bombardeándome con una enorme cantidad de datos y explicaciones sobre dinámicas culturales en la antigua frontera septentrional de Mesoamérica, que seguramente habías aprendido de éstas y otras lecturas, y también supongo yo, de algunos de los escritos del famoso historiador del bajío guanajuatense don Wigberto Jiménez Moreno (que por cierto al igual que José Alfredo Jiménez también nació allá donde la vida no vale nada) o de la Dra. Beatriz Braniff. Recuerdo que ante mi incapacidad de procesar ese tsunami de datos y de complejas interpretaciones, sentí mucho nerviosismo y una gran perplejidad ya que no sabía nada de lo que me estabas hablando. Creo que ante mi profunda ignorancia sobre el tema y no saber navegar en el Mar Chichimeca cuyas corrientes habías agitado fuertemente produciendo un maremoto a partir de esas interpretaciones, decidí mejor refugiarme y regresar a la tranquilidad de mi litoral mesoamericano, interrumpiéndote de manera violenta diciéndote, “Ay, Carlitos, mejor me prestas el libro de La Cuenca de México de William Sanders, Jeffrey Parsons y Robert Santley (la denominada Biblia Verde, con la que muchos de nuestra generación fuimos evangelizados en la teoría y patrones de asentamiento) y el Suplemento 1 de Arqueología de Handbook para leer el artículo del Dr. Millon sobre la ciudad de Teotihuacan y ya mejor me voy”. Y salí corriendo de ahí para ir al baño quizás para sacar el miedo. No recuerdo sí después de no ahogarme en ese sifón producido por tu respuesta, aún tuve el valor y la fuerza como cualquier náufrago de sentarme a leer esos libros, lo que sí recuerdo es que esas agitadas aguas habían trastocado algo de mi tranquilidad mesoamericana. Muchos años después y una vez que leí también esos artículos de Kelley y Taylor, como un inexperto marinero yo también decidí navegar dentro de esas agitadas corrientes del Mar Chichimeca, las que me llevaron directamente al valle de Malpaso y una vez que troqué en el puerto donde se encuentran las ruinas La Quemada, ahí en la cima del Cerro de los Edificios, pisando sus vestigios arqueológicos por primera vez pude contemplar la inmensidad de la gran meseta del norte-centro de México. Gracias a tus pláticas y a mi bitácora de arqueólogo llena con muchas notas de lectura, sabía que muchos kilómetros más al norte se extendían los grandes llanos y sierras de Fresnillo, que antes de la publicación de este libro, eran en su mayor parte una tierra incógnita para la arqueología. Y es precisamente de la descripción de las características fisiográficas y ambientales de este territorio en la antigüedad, del hallazgo de las tempranas evidencias de ocupación humana asociada a restos paleontológicos, del registro arqueológico y etnohistórico de las comunidades indígenas que habitaron en este escenario y de la interesante dinámica de fluctuación de la frontera mesoamericana acaecida aquí en la época prehispánica, es de lo que el arqueólogo Carlos Torreblanca nos habla en este modesto libro que hoy presento ante ustedes.
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LA GUALDRA NO. 297
La soberbia del lector Promoción de la lectura
6 Por Eduardo Campech Miranda
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entro del imaginario colectivo la tendencia a construir y establecer estereotipos es constante. Esto se ha acrecentado con las redes sociales: si alguien cuestiona al Estado o muestra simpatía hacia los movimientos sociales, de inmediato se cataloga de chairo, por el contrario, si la simpatía es por el grupo gobernante, la etiqueta es peñabot. Esto es sólo un ejemplo de las infinitas posibilidades de ser poseedor de, al menos, una etiqueta. Cada categoría alberga una serie de características físicas, intelectuales, políticas, psicológicas, etcétera. Si bien los estereotipos son concepciones erróneas, hay quienes se empeñan en mostrar que pueden tener algo de verdad. Los lectores tenemos fama de intelectuales, pero también de personas hurañas, engreídas, intolerantes, solitarias, por enlistar algunas características. En una sociedad tan diversa como la mexicana, pero con fuertes nudos de encuentro hay actos que automáticamente nos colocan al margen de un gran porcentaje poblacional. Leer es uno de ellos. Leer sin que se sea estudiante es aún más extraño. Es más común dialogar de futbol porque los referentes son similares, porque en la mayoría de los hogares mexicanos cada fin de semana la televisión, en particular la transmisión de los encuentros, es el pan de cada sábado y domingo. Cuando hace unas semanas los árbitros decidieron no pitar los enfrentamientos de la Liga MX, tuvimos una semana sin balompié. Algo inusitado para un par de generaciones. En Twitter alguna cuenta publicó lo siguiente: “Este fin de semana miles de cavernícolas leerán por fin un libro”, en clara alusión al conflicto arbitral y a los aficionados. ¿De verdad quien no lee es un cavernícola? Lo anterior es sólo un botón de muestra de lo riesgoso que puede ser sobrevalorar a la lectura, al libro y al
lector. La generalización descontextualizada raya en la mentira, en el engaño. Otro ejemplo de ello es un meme que circula en Facebook. Es el muy conocido dibujo de la serpiente que devoró un elefante. La imagen está acompañada de la leyenda: “Si aquí ves un sombrero te hace falta leer”. ¿Estamos obligados a contar con los mismos referentes culturales? De ser así, entonces dónde queda el pensamiento crítico, autónomo, analítico, reflexivo que propicia la lectura, ¿leer para pensar igual? Me resisto a ello. Es más, me resisto a pensar que el sólo acto de decodificar un sistema de
símbolos, en este caso alfabético, nos blinde de cometer estupideces. No basta con leer, también se debe considerar qué y cómo se lee. Pensar lo contrario resulta tan absurdo como creer que ingerir refresco de cola, pastas instantáneas, frituras, es nutrirnos; que el disfrutar de un encuentro de futbol nos hace imbéciles per se (entonces habrá que echar un vistazo a las reflexiones de Juan Villoro, por ejemplo). Lectores que descalifican a quien no lee, por el sólo hecho de su condición y postura frente al libro ponen en duda la inteligencia y tolerancia que en teoría se desarrollan con el auxilio de los libros.
Lo erótico en la escritura que no habla del cuerpo: Razones para leer a Severo Sarduy
Literatura
6 Por Judith Navarro
A
unque no ha sido un éxito editorial como los escritores del llamado boom latinoamericano, el escritor Severo Sarduy, nacido en Camagüey pero exiliado en París, es una figura clave de las letras latinoamericanas, pues dio al español una conciencia de sí mismo, una dimensión estilística inusitada en América Latina, revitalizando el barroco y relacionándolo con un concepto bautizado por él mismo como “cubanidad”. Según Gustavo Guerrero, el trabajo del cubano es un conjunto de seis elementos principales: la pintura china, las religiones orientales, el barroco, el neobarroco, la tradición mística española y la teoría del Big Bang, es posible que esta lista esté simplificando su abanico de intereses. La lectura de cualquier parte de la obra de este exiliado nostálgico (aunque esto suene a pleonasmo) representa para los exploradores de géneros literarios un gran reto: el de la relectura, de la disposición a aceptar otras lógicas, otros órdenes, otras posibilidades de inteligibilidad de los textos, que en este escritor se construyen con seis principales estrategias creativas: proliferación, teatralidad, ambivalencia, despilfarro, parodia y enmascaramiento. Si podemos aceptar que el barroco nace por una revolución cosmológica, y asumimos que hay un cambio claro en la poética y en la retórica del periodo, que implican yuxtaponer drásticamente los contrarios para obtener un mayor impacto
/// Severo Sarduy. Foto de Cibercuba.
didáctico (no hay que olvidar que nació con los jesuitas, cuyo fin principal era la educación), como dice Echeverría en La modernidad de lo barroco; el arte barroco busca la espectacularidad, el tenebrismo, el tremendismo, en síntesis, la exageración del aspecto ornamental o retórico de la obra hace que la función primordial, la de representar el mundo, quede supeditada. La relación del cubano con el barroco oscila entre el culto y la burla, entre el homenaje y la negación, entre la imitación y la sátira: eso es precisamente el neobarroco.
La escritura de Severo Sarduy es eminentemente lúdica, trasgresora de lo utilitario (que se refleja en una frase que transmite la información de modo lineal, nítido y preciso); sus frases son subordinadas, digresivas, hiperbólicas, parentéticas, tautológicas, ambiguas… Y todo esto, según él mismo explica, se da en función del placer fonético y verbal, el placer de la literatura. Al establecer estas relaciones en su escritura, su lenguaje se basa en seis principios: juego, pérdida, desperdicio, reflejo, voluta y placer, es decir, erotismo.
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12 DE JUNIO DE 2017
Desayuno en Tiffany´s, mon ku
12 jours, el documental
/// Raymond Depardon.
6 Por Sergi Ramos
Alquezar*
A
sus 74 años, el francés Raymond Depardon es una institución del cine documental y de la fotografía. Lleva estrenados veinte largometrajes y ha publicado más de cincuenta libros. Empezó profesionalmente su carrera como fotógrafo en Cannes hasta fundar la agencia Gamma en 1966 y trabajar luego para la agencia Magnum. Fuera de competición presenta su último documental 12 jours (12 días) y habla con el equipo de La Gualdra. Un documental sobre una nueva medida Desde una ley aprobada en 2013, los pacientes internados sin su consentimiento en hospitales psiquiátricos deben comparecer ante un juez antes de 12 días, y después cada 6 meses si es necesario, para que se apruebe o rebata la decisión de los médicos. Antes, la decisión de hospitalizar a una persona contra su voluntad dependía exclusivamente del psiquiatra. Raymond Depardon, quien ya había realizado varios documentales sobre la justicia y la siquiatría, decidió rodar una película sobre este nuevo dispositivo judicial: “Hice ya dos películas sobre psiquiatría, una en San Clemente y otra en Hôtel Dieu en París y también sobre la justicia, pero yo ignoraba que existía esta ley, un siquiatra y un juez vinieron a verme con la idea de rodar una película sobre ello”. La película está rodada en Bron, en las afueras de la ciudad de Lyon: “También quería alejarme de París para hacerla, porque es una ciudad excepcional, porque está el centro y los suburbios. Hay que rodar a los burgueses o a los obreros”. El documental se abre con un travelling en los pasillos del hospital, y se cierra con la salida del hospital con varios planos de
/// Fotograma de 12 jours, el documental de Depardon.
Bron sumido en la niebla. Entretanto, el espectador asiste a una serie de audiencias. Filmó 72 y se quedó sólo con diez. Las audiencias Los encuentros entre el paciente, el abogado defensor y el juez, rodados con tres cámaras: “Tenía tres cámaras, es lo ideal, dos cámaras cruzadas para los primeros planos de las cámaras y un master shot para el plano general. No sólo quería hacer primeros planos, lo que muchos hacen hoy, pero es demasiado fácil. Lo difícil es hacer planos generales, pero no pusimos los nuestros porque en las salas de audiencia salían muy feas”. Las cámaras escrutan los rostros de los pacientes: “De lo que sí me di cuenta es que a esas personas tenía que filmarlas en primer plano, porque son particulares: tienen la mirada fija, no parpadean, acaban de salir de las celdas de aislamiento cuando se ponen delante de la cámara, su rostro es impactante y conmovedor”. El juez escucha al paciente, al abogado, lee el diagnóstico psiquiátrico y luego dicta sentencia para decidir si prosigue el internamiento o no. Pero esa comunicación casi nunca es fácil: “Fue increíble para mí porque hay un diálogo de incomunicabilidad. Dos diálogos: uno institucional y otro de gente con la que me sentía muy cercano, que querían salir, con la libertad que aprecio. Un par de veces me encerraron por hacer fotos, sé que el precio de la libertad es muy alto”. Muchas veces la audiencia se convierte en un diálogo de sordos, donde el paciente parece partir siempre con desventaja. Fue muy importante conseguir la complicidad de los enfermos: “Rodábamos cinco días a la semana, había dos días de audiencias y luego tres días donde podíamos circular por el hospital. Al principio los pacientes no querían salir en
la película, acabábamos de llegar y los enfermos tenían miedo de los comentarios de los enfermeros y de los psiquiatras. Estuvimos un tiempo con ellos y al final conseguimos que dos terceras partes aceptaran, es mucho. Pero eso lo tengo que hacer yo para que se instaure una confianza, no lo puede hacer un asistente”. Mostrar lo que no se ve El montaje de estas audiencias crea un equilibrio entre los testimonios de los enfermos que se encuentran en un estado más crítico, y algunas intervenciones cuyo énfasis no puede separarse de un cierto humor combinado con la resignación del encierro. Asimismo, después de cada audiencia, Depardon introduce une serie de travellings, en los cuales deja que su cámara deambule por los pasillos del hospital, compartiendo con el espectador un fragmento de la vida cotidiana: “Ahora ya no se ve nada por el hospital, todo ocurre detrás de las paredes... Los pacientes tienen las llaves de sus habitaciones y entran y salen, y ahora son los enfermeros los que se encierran. ¿Pero qué puedes filmar ahí? Además ahora, con los derechos de imagen pública, es mucho más difícil. Tu mirada no puede ser la misma que antes. También están los clichés sobre los hospitales, hay que evitarlos. Pero a veces ocurre algo mágico, estás filmando un rincón aburrido y sin que lo hayas previsto se acerca un enfermo para darte las gracias por el café al que le has invitado”. Llegar al público Depardon estuvo muy preocupado por la reacción que iba a despertar el documental, presentándolo en primer lugar a algunos vecinos suyos: “Al principio mostré la película a mis vecinos. Un
profesor de primaria, a pesar de ser de izquierdas, me dijo ‘Pienso en mi hija. Hay que encerrarlos a todos’. Luego está el espíritu anarquista francés y otros me decían : ‘hay que dejarlos salir, liberarlos a todos’. Y otro me dice ‘Francia va mal’. ‘Espera’, le dije ‘no he filmado a Bourdieu, sino a Foucault’”. Tomar el pulso a la sociedad Y es que Depardon examina con lucidez los disfuncionamientos de las instituciones: “Francia es un país nuevo pero tiene que modernizarse. Vemos nuevos problemas porque tenemos un punto de vista nuevo, como sobre las celdas de aislamiento. En una pequeña ciudad baten records de encierro en esas celdas. En San Clemente, hace 30 años, nunca las pude ver. Tampoco podemos ser ingenuos, pero una sociedad moderna debe aportar soluciones a los problemas de estas personas”. Problemas creados por ejemplo con las nuevas formas de trabajo, como en el caso de una empleada de Orange, la operadora nacional de telefonía, víctima del acoso y de la presión laboral que crece en las grandes empresas: “Sólo tengo a una persona de Orange. Sólo tengo un burn out. Hubiera querido más personas como usted y yo, que un día pueden tener una depresión”. Y espera que su documental pueda aportar su granito de arena: “Me ha dado cuenta de que cuando paso por algún sitio para rodar una película, las cosas cambian un poquito. Sé que la Escuela Nacional de la Magistratura intervino en Lyon para decir que querían que se hiciera la película. En París llevaban a los pacientes en pijama a los tribunales. Aquí los vistieron”. *París.
Cine
[Una entrevista con su director, Raymond Depardon]
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Quiroga y su influencia en el cuento hispanoamericano Notas al margen
6 Por José Agustín Solórzano
P
ara empezar, el título de este ensayo es ya algo tramposo. Primero Quiroga, es decir, el hombre, el sujeto histórico, no influye en el cuento sino como un personaje mítico por su mala suerte, y de esta manera construye –o contribuye con la construcción de- el arquetipo del escritor abandonado a una intemperie hostil con el artista. Entre enfermedades y muertes cruza el páramo de su vida, mientras escribe una gran cantidad de cuentos y relatos, que –ésos sí- influyeron y redefinieron el género no sólo en Hispanoamérica sino en la literatura en lengua española. Habiendo aclarado las dos trampas del título, podemos adelantar ahora sí el verdadero tema de este ensayo: la ejemplificación del mecanismo Cuento a través de los artefactos narrativos de Horacio Quiroga. Para Borges, el uruguayo creador de Cuentos de la selva y Cuentos de amor de locura y de muerte no era, ni tenía el nivel de su homólogo norteamericano Edgar Allan Poe, tal vez por la preferencia que tenía el argentino por la lengua inglesa; sin embargo, para Julio Cortázar Quiroga, no sólo estaba a la altura de Poe, sino que había planteado las bases para una narrativa breve hispanoamericana; en esta opinión Cortázar no estaba solo, lo acompañaban decenas de críticos y escritores que rescataban en la obra de Quiroga una radiografía de los primeros cuentos modernos que se escribieron en el nuevo continente. Actualmente el escritor atormentado que terminó suicidándose con cianuro es considerado un semáforo fundamental en las arterias viales de la literatura latinoamericana, no hay manera de eludirlo, si como lector uno se lo encuentra en las vitrinas de las librerías, en los planes de lectura de las secundarias y las preparatorias, como escritor el semáforo se vuelve también un faro que nos señala hacia dónde y con qué herramientas debemos adentrarnos a la construcción de uno de los artefactos narrativos –sino el óptimo- más complejos que existen. Hoy las universidades y los estudios literarios se han encargado de tecnificar el cuento de tal suerte que de los géneros éste es el que con más especificidades cuenta (premisa, conflicto, personajes, etc.), realizar uno es equivalente a crear un complejo y pequeño reloj que debe funcionar con precisión y exactitud, dentro de los límites de su mundo. Así, el mismo Julio Cortázar comenta en sus Clases de literatura que el cuento es parecido a una fotografía en la que sólo vemos un instante enmarcado, mientras que lo demás, lo que está fuera de lo fotografiado, aunque no se ve es trascendental para entender lo retratado. El cuento exige al lector mayor participación que una novela, así como la imagen de una fotografía requiere de la imaginación del que la ve. Quiroga fue el primero en Latinoamérica en dilucidar esta profunda y compleja estructura narrativa de la que se podía valer el cuento. Además, el escritor uruguayo no sólo se dedicó a estructurar el cuento, sino a re-validar sus temas. Ahí tenemos uno de los dos libros de cuentos más famosos de su autoría: Cuentos de amor de locura y de muerte; tan solo el título ya nos plantea tres tópicos trascendentales e indispensables en su obra en general, pero ¿no son el amor, la locura y la muerte los temas universales por excelencia? Temáticamente Quiroga no descubre el hilo negro, al contrario reivindica lo clásico, lo renueva y hace evidente que la literatura ni habló, ni hablaba ni hablará de otra cosa más que de eso: del amor, de la vida y de la locura que entre ellas transcurre.
/// Horacio Quiroga.
Para ejemplificar lo anterior tomaré como punto de partida algunos fragmentos del famoso Decálogo del perfecto cuentista, del mismo Quiroga. “Cree que tu arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo”. Para el uruguayo la vida y la literatura eran una misma cosa, como mencioné al principio, alrededor de Horacio se encontraba una realidad hostil, que nunca lo dejó en paz y contra la cual él tuvo que luchar para conseguir lo que quería, incluso escribir. Con la literatura pasaba lo mismo, él la veía como una cima inaccesible, como aquella selva en la que transcurrían muchos de sus relatos, un sitio ajeno al hombre y que, incluso, se protegía del hombre. A pesar de ello tenía la certeza de que tanto al arte como a la selva hay que entrar, porque seguramente lograríamos conquistarla, aunque no nos diéramos cuenta. “Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia”. Aunque el mismo Borges aseguraba que la imitación es indispensable en el pensamiento creativo y él mismo echó mano de una ficción que “rescataba” otras narrativas y abrevaba de todas las tradiciones literarias, no vio en Quiroga al imitador que renovó temática y estructuralmente la cuentística hispanoamericana. Cosa que años más tarde sí vieron y apreciaron un incontable número de narradores, entre los que destaca el mismo Rodrigo Rey Rosa, un autor guatemalteco contemporáneo que imita a Quiroga de una manera evidente pero que no deja de ser sorprendente y de calidad. Harold Bloom, crítico norteamericano, cree en la estética de la imitación y en la teoría de la influencia: toda literatura parte de la influencia de una tradición más antigua, si el
inglés abreva de Shakespeare y el español de Cervantes, en el cuento, sin duda abrevamos de Quiroga, quien ya era consciente, y queda claro en su decálogo, de la importancia de la imitación y en la dificultad de una personalidad “original”. “No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra a dónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas”. Este fragmento del decálogo es el claro ejemplo de la clara conciencia de Quiroga en cuanto al mecanismo cuento como un reloj preciso. A diferencia de la novela, en el cuento vale casi cada palabra; el hacedor de cuentos debe ser un perfeccionista sintáctico, un observador obsesivo y un capaz autocrítico, pues para hacer un cuento es más lo que se borra que lo que se escribe. En este sentido también Quiroga llegó a síntesis claras y narrativamente coherentes; “El hombre muerto” es un claro ejemplo de lo anterior, una fotografía cortazariana que invita al lector a ver más allá de los márgenes, “un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea”. La importancia de quien escribió lo anterior es la de un personaje clave en la historia de la literatura; uno que supo vivir su vida como si narrara uno de sus cuentos, entre el amor, la locura y la muerte. Nunca estuvo feliz, nunca quieto, porque sabía que un cuento sólo se sostiene si existe el conflicto, así su vida fue un eterno conflicto y su ficción siempre un intento por revitalizar su realidad. Hoy, a 100 años de la publicación del libro de cuentos que lo haría convertirse en ese semáforo ineludible de la ciudad de la literatura, pensar en Horacio Quiroga y, sobre todo, leer sus narraciones, es tomar una lección de cuento que sigue vigente y que nadie, ni el más indiferente, debe darse a la desgracia de omitir.
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LA GUALDRA NO. 297 /// 12 DE JUNIO DE 2017
Las medias tintas Río de palabras
Te pusieron a lado de las oscuridades de las medias tintas dijeron que toda tú no eres más que un decir de los decires te pusieron escoba te vistieron de maga no hubo magia alguna que pueda liberarte por último dilapidaron tu voz de toda esa malversación mental saliste nueva distinta menos lejana menos ausente… Fernando Nieto Cadena Para Lilia
Por Alberto Huerta
L
a que se peina con gelatina de grosella se me quedó mirando con ojos de plato. Se aparece y desaparece como un fantasma. Anda por el pueblo como ánima en pena. La que se peina con chamoy se tiró a correr por toda la plaza y corriendo alucinada se fue haciendo chiquita hasta que desapareció por las calles retorcidas y chuecas de la ciudad. La gente del pueblo anda diciendo que es la hija de La Llorona y de El Monje Loco. Yo no sé si será verdad o un chisme más de la gente. Aquí no se sabe bien cuando es verdad y cuando es mentira. Y aparece en las escaleras de la iglesia, sentada, despatarrada cantando: don Pimpirulando/ les está enseñando/ los perritos quieren aprender/ paran las orejas/ y menean los rabos/ y se aplican mucho a leer… Y mueve los dedos nerviosa, y abre los ojos desmesuradamente, se pasa la lengua por los labios resecos, partidos, se rasca las axilas… y se ríe a carcajadas… La que se peina con Kool Aid de fresa murmura con voz delgadita una parrafada de palabras que pronuncia sin dicción con rapidez vertiginosa, entre risasysuspiros:Unelefantesecolumpiabasobrelateladeunaarañayc omoveíaquerresistíafueallamaraotroelefantedoselefantessecolumpiabanenlateladeunaarañacomoveíanquerresistíafueronallamaraotroelefantetreselefantessecolumpiabansobrelateladeunaarañaycomoveíanquerresitíanfueronallamaraotroelefante… La que se peina con congo rojo se encuentra en tal estado porque le entró con ganas a la droga más adictiva y dura… el amor…
/// Elva Macías recibirá en Zacatecas el Premio Iberomericano Ramón López Velarde 2017. Foto de Pascual Borzelli. ®Borzelli Photography.
Plegaria
Tarde
6 Por Guadalupe Dávalos A Luis David Donají Reyes In memoriam Un toque de queda para que no estés en peligro un toque de queda para que el diablo no tiente a la razón un toque de queda para que la dicha sea inexplicable un toque de queda para que no te aborde la persona equivocada un toque de queda para no ser muerto por las circunstancias un toque de queda para no ser victimizado un Toque de queda para empezar a conocerte un toque de queda para que los purpurados no digan disparates un toque de queda para que el lobo se sacie un toque de queda para dar la nota a ocho columnas un toque de queda
6 Por Pilar Alba
M
ira nomás con qué historia me acaba de salir, éste sí que no tiene vergüenza. Bien que sabía que era la última que le perdonaba. Sí, bien que lo sabía. Por eso se lució con su mentirota. ¿A quién se le ocurren esas cosas?, pues nomás a él y todo por seguir de sinvergüenza; paseándose en la vida como quien no la debe ni la teme. Pero ahora sí se sacó un diez con esa puntada, mira nada más que venirme a mí con ese cuento: que se bajó del camión, porque había mucho tráfico. Que llegó a la esquina y ahí empezó a escuchar balazos. Que había gente saliendo de todos lados a grabar con los celulares, que sólo los más cautos y precavidos se escondieron tras los carros. Según él se estuvo todo el tiempo debajo de una camioneta y que olía a alcohol porque había tirada ahí una cerveza. Que pasó más de media hora sin que llegara la policía. Que había balazos a diestra y siniestra. El muy cínico todavía me inventó que eran niños los que andaban dándose con todo, que no rebasaban los dieciséis años. Cuando llegaron los policías, todavía me dice el muy sinvergüenza, se quedaron nada más viendo, ocultándose también del fuego cruzado. Hasta que se acabó todo y nada más se dedicaron a recoger los cuerpos. Todavía me dice el muy tarado: pero no le vayas a contar a nadie, porque nos dijeron los azules que mejor no la hiciéramos de emoción sino al rato íbamos a ser nosotros los muertos. ¡Ay, este hombre!, ya no lo aguanto, ¿a poco cree que yo me voy a creer su cuento? Nada más para justificarse porque otra vez llegó tarde.