“El papel del artista es como el del vidente… ve más allá de lo que pasa y predice hasta cierto punto lo que pasará a partir de lo que está sucediendo. El artista con su quehacer además asume un compromiso político, ya no se puede ser indiferente, el país se está hundiendo. Uno de los compromisos del teatro de provincia es ése: hablar y circunscribirse a sus pequeñas realidades y criticarlas, confrontar la inteligencia con el oscurantismo. El teatro tiene que volver a decir lo que la gente quiere escuchar”. Emmanuel Márquez / Fotografía de Alejandro Ortega Neri
A Gaspar Henaine Capulina La vida está hecha de cosas simples, pequeñas, casi imperceptibles (como los neutrinos), que juntas tienen la posibilidad de construir realidades, proyectos, vidas, trayectorias, historias. La vida no es más que esa gran posibilidad de amalgamar coincidencias, casualidades, fantasías. Las historias de vida son piezas de un gran rompecabezas lleno de magia. Todos tenemos algo que contar. Todos tenemos algo que construir y en la búsqueda de ese algo navegamos todos los días. El viernes 30 de septiembre falleció a la edad de 85 años Gaspar Henaine Capulina, en la Ciudad de México, y recibí la noticia con un mensaje en el facebook: “Amiga, tienes que tomarlo con serenidad pero ya no hay Viruta... ni Capulina. Lo siento”. La noticia me impactó mientras revisaba los últimos artículos de esta Gualdra, hice una pausa, me sentí sorprendida y me puse a recordar irremediablemente mis años de infancia: Capulina fue parte de mi niñez, y seguramente de muchos lectores también. Recordé entonces que hace más de 30 años yo vivía en Río Grande, un pueblo zacatecano al norte del Estado. En aquel entonces los niños y las niñas salíamos a jugar al frente de nuestras casas y nuestros padres no se preocupaban por la posibilidad de que fuéramos secuestrados o dañados por gente mala; el personaje truculento del pueblo –el Chocolatín- era un señor que cargaba niños en su costal cuando éstos se portaban mal; nadie, afortunadamente, le conoció en el barrio… Los domingos había misa para niños, a las 9 de la mañana; los del barrio iban porque acumulaban puntos para ganarse un regalo el 30 de abril o un bolo en Navidad. En aquel entonces no se hablaba de curas pederastas; la figura del sacerdote era muy similar a la de un santo. Los que no íbamos a misa, desde las siete de la mañana prendíamos la televisión para ver a Chabelo y sus catafixias, a Cachirulo, a Burbujas y el Tesoro del Saber. El internet no existía, ni el Nintendo… pocos eran los que tenían un Atari en sus casas, así que teníamos tiempo libre de sobra. Recuerdo que tenía 5 años cuando la tarde de un domingo cualquiera, mi mamá me compró un cuento llamado Aventuras de Capulinita -en Publicaciones Guerrero, el único lugar en Río Grande donde se podían comprar
Rousseau y el ingente caldo de plástico por Manuel García Garduño
Los legados indirectos por Adso Eduardo Gutiérrez Espinoza
revistas y periódicos-. Abrí el cuento que medía apenas unos 7 cm. y lo primero que vi fue una escena de lo más surrealista: el abuelo Capuleto le jalaba la oreja a Capulina porque se había portado mal. La oreja de Capulina era como de hule… se estiraba tanto que le distorsionaba la cara por completo y tras la reprimenda, todo volvía a su lugar. Por el cuento de Capulinita empecé a leer mucho antes que mis compañeros de escuela y más pronto que tarde descubrí el mundo maravilloso de la literatura. Mentiría si dijera que mi primera lectura fue Platero y yo o El Principito, mi primera lectura fue un cuento editado por Editormex Mexicana, S.A. de C.V., que medía 7x5 cm. y que en 1978 costaba 2 pesos. A finales de la década de los 70´s Capulina, el de carne y hueso, sufrió un accidente en una carretera de Zacatecas al impactarse el auto en el que viajaba con una vaca. Inspirado en ese accidente compuso la canción “Todo por una vaca”, incluida en el LP “El Circo de Capulina”. El circo llegó al pueblo y yo tuve que decidir entre ir a ver a Capulina o tener el disco, así que fuimos al circo… Capulina hizo un concurso de baile de papás y el mío –por supuesto- se negó a participar; pero hizo otro concurso para niños y yo, con tal de ganarme el disco, bailé como nunca… y tengo su disco autografiado, guardado como uno de mis más preciados tesoros de la niñez. Capulina, entonces, me acercó a la literatura y a la danza; bailar me quitó el miedo al público y después me metí al mundo del teatro. Fue mi primer acercamiento al mundo del arte... aunque suene exagerado. Y él, como Cantinflas, Chabelo, Cachirulo y Chespirito, son una parte fundamental de nuestra cultura. Jánea Estrada Lazarín lagualdra@hotmail.com
Soledad. Apuntes sobre “Bartleby” de Hermann Melville por Mariana Ríos Maldonado
Emmanuel Márquez: el teatro como un espejo por Jánea Estrada
Los Artistas (Palabras más, palabras menos de Chucho Reyes y otros) por Indalecio Rivera y Flausebio Kalimán Diario de Mateo por Mateo Estrada Gaviria
Dejad que los libros se acerquen a mí por Eduardo Campech Miranda
Carmen Lira Saade / Dir. General Raymundo Cárdenas Vargas / Dir. La Jornada de Zacatecas direccion.zac@infodem.com.mx
Castillo de sal si puedes por Andrea Sampedro
Cortometraje OMAR en la Cineteca de Zacatecas por Marco Casillas Cine y migración por Antonio Villarreal Álvarez
Cuarenta y tres pájaros y el nido que se olvida Por Gabriel Luévano Gurrola
Jánea Estrada Lazarín / Dir. La Gualdra lagualdra@hotmail.com Sandra Andrade Trinidad / Diseño
La Gualdra es una coproducción de Ediciones Culturales y La Jornada Zacatecas. Publicación semanal, distribuída e impresa por Información para la Democracia S.A. de C.V. Prohibída la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación, por cualquier medio sin permiso de los editores.
3 4 5 6 7 8 9 11 12 Juan Carlos Villegas / Ilustraciones jvampiro71@hotmail.com
Por Manuel García Garduño* “Si nuestras ciencias son vanas por el objeto que se proponen, son todavía más peligrosas por los efectos que producen”. Hijo de un relojero ginebrino que no mostró gran interés por su crianza, fue el intelectual de la Ilustración que inauguró el movimiento romántico francés del siglo XVIII: sus puntos de vista, aunados a la estética de Lessing y las convulsiones revolucionarias en América y Europa, inspiraron una corriente cultural y artística que enalteció los sentimientos y la intuición por encima de la racionalidad, la iniciativa individual por encima del conformismo colectivo, y la contemplación de la exuberancia natural por encima del método científico para el mejoramiento de la existencia humana. No tardó en desvincularse de la creencia en la superioridad de la razón y terminó enemistándose con los filósofos ilustrados franceses de su tiempo, quienes pretendían beneficiar a la humanidad descifrando y divulgando los secretos del mundo por medio del uso metódico del intelecto, gracias al proyecto de la Enciclopedia. A contramano, Rousseau se mostró como un crítico radical de la sociedad de su época, a la que consideraba ineludiblemente corrompida. Si el hombre era bueno, irreflexivo, instintivo y ocioso en su estado natural, y el entorno le facilitaba la satisfacción inmediata de sus necesidades, la civilización se encargó, con todas sus trampas y mentiras, de enseñarle las artimañas y recelos indispensables para subsistir entre los refinamientos y buenos modales. Sin embargo, lo que más lo abrumó fue que la correlación entre el amor propio (ese “sentimiento artificial” exaltado socialmente mediante los méritos y las comparaciones) y la facultad de perfeccionamiento del hombre (“que es la que lo saca, a fuerza de tiempo, de esa condición originaria en la cual transcurría días tranquilos e inocentes”) causaba el deterioro del sentimiento natural más significativo: la piedad o repugnancia innata ante el sufrimiento de los otros. Tales circunstancias condujeron a la desigual-
dad moral y política, y no significaron efectivamente ninguna mejoría. Más bien “perfeccionaron la razón humana deteriorando la especie, convirtiendo al hombre en malo al hacerlo sociable, y acabaron por llevar al hombre y al mundo al punto en que lo vemos”. En la civilización surgieron todos los males y vicios que antes no existían: el ansia de propiedad y de lujo, la envidia, el egoísmo y la vanidad. De tal suerte que la sociedad que Voltaire, Diderot o D’Alembert concebían como progresista, produjo en Rousseau una congoja profunda, a causa del eclipse de la paz, la libertad y la igualdad naturales. Esta nostalgia por el hipotético estilo de vida del que gozaba el buen salvaje explica la ambivalencia ostensible que albergó hacia sus colegas: los aborrecía por aquello en que se habían convertido y los apreciaba por lo que eran en lo más hondo. Tal vez esta nostalgia también aclara por qué sedujo a una sirvienta analfabeta de un hotel de París, con la que se casó y tuvo cinco hijos. En última instancia, de acuerdo con Rousseau, el único recurso para subsanar los daños causados por la socialización podía ser una reforma cultural tajante, que básicamente dejó formulada en dos textos: el Emilio y El contrato social. Adelantándose a los pensadores socialistas del siglo XIX y a los filósofos de la Escuela de Frankfurt, Rousseau entrevió, pues, con demasiada precocidad, las secuelas infaustas de la Ilustración. Fue uno de los primeros intelectuales en subrayar, si se quiere indirectamente, que los hallazgos científicos por sí solos no eran garantes del avance incesante de la humanidad. Antes bien, había que ser suspicaces acerca de la pretendida autoridad de la razón y su dominio sobre la naturaleza: “Todo lo que el desorden y la corrupción tienen de más vergonzoso; las traiciones, los asesinatos y los venenos de más negro; el conjunto de todos los crímenes más atroces, […] he aquí la fuente pura de
donde han emanado las luces de que se enorgullece nuestro siglo”. Aunque Rousseau no pudo avizorar las graves repercusiones ecológicas de la modernidad, un problema ambiental contemporáneo me evocó aquella idea suya, según la cual “la depravación es real y nuestras almas se han corrompido a medida que nuestras ciencias y nuestras artes han avanzado hacia la perfección”. Me refiero a lo que algunos científicos han bautizado como el Gran Parche de Basura del Pacífico. Se trata de una sopa inmunda de unos 700,000 km2, compuesta por unos cien millones de toneladas de basura que han sido arrojadas desde las costas durante los últimos sesenta años, situada a medio camino entre México y China. La existencia de este Gran Parche de Basura del Pacífico, incluso más anchuroso que Inglaterra, Japón, Francia o España, fue predicha en 1988 por la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) de Estados Unidos (una nación que produce alrededor de siete toneladas de plástico al año y solamente recicla el 1%), al medir la concentración de sedimento acumulado en las corrientes
marítimas. Semejante caldo de desechos no biodegradables ha trastocado de manera irreversible la composición del Océano Pacífico –hay seis veces más plástico que plancton desplazándose en su marea–, ha aniquilado cerca de 267 especies vecinas y, por si fuera poco, ha funcionado como una esponja que chupa neurotoxinas, carcinógenos y hormonas sintéticas. Además, algunos peces y mariscos se alimentan de ella con asiduidad y son consumidos regularmente por más de 20,000 millones de personas. En presencia de un rasgo tan desastroso como éste, propio de una sociedad patentemente decadente,1 ¿cómo podríamos alegar que las conjeturas del filósofo ginebrino fueron disparatadas o que su interpelación a convertir la unión social en algo voluntario, beneficioso y enriquecedor fue extremada? ¿Cómo no contagiarnos de su nostalgia? No en vano, al final de Las confesiones dijo: “He dicho la verdad. Si alguien sabe cosas contrarias a lo que acabo de exponer […], sabe mentiras e imposturas, y si rehúsa profundizarlas y ponerlas en claro conmigo, mientras estoy vivo, no ama ni la justicia ni la verdad”.
* Zacatecano, 34 años. Médico, filósofo y docente universitario que gusta de caminar, escribir literatura y tomar café azucarado. juangarciacolorado@gmail.com 1
Vale la pena echar un vistazo a otros costos ecológicos y sociales del capitalismo industrial, expuestos en el libro La historia de las cosas. Su autora es Annie Leonard y ha sido publicado por el Fondo de Cultura Económica.
Por Adso Eduardo Gutiérrez Espinoza*
Pretendo hablar desde el oficio de escribir. Me inicié escribiendo porque no había otra manera de solventar mis necesidades espirituales, tal vez por un escaso o nulo desarrollo de mi concepción de los mecanismos de defensa. Quizá el escribir sea uno de ellos, pero eso no es lo importante, es explicar algo que de por sí tiene un dejo de misticismo que al explicarlo rompe el encanto. El encantamiento de lo que se escribe por sí mismo es un discurso, jugando con el concepto de Roberto Arlt, para construir una mentira que me permita desenvolverme y encontrar mi propio sendero. Las lecturas hacen al escritor, es lo que se sabe en la labor de la escritura. Orhan Pamuk es uno de esos escritores que me han formado como tal, que bajo su imperiosa nostalgia por un Estambul del pasado, me permitió redefinir mi esencia como artista. Pero ¿de qué se trata? ¿Una construcción nostálgica de un Zacatecas estambulino? Un maestro decía, en una de las tantas clases sobre literatura contemporánea, que nuestro estilo se define con base a nuestras perversiones e intereses, es un proceso que se hace solo y bajo la influencia de los terceros. A manera, en principio, de imitación para después saltar a un sello, lo que nos hace únicos frente a otros. ¿Qué es esa unicidad? Pamuk, en Me llamo Rojo, habla sobre la firma en la pintura, en la ilustración, en un pasado ya lejano, como un hacerse único, un acto de egolatría y vanagloria. Pero, esa unicidad ¿cómo definirla? Más bien, cómo
construirla, a base de qué: lecturas y experimentación. Quiero reflexionar sobre lo primero, desde la perspectiva del legado. Vuelvo a tomar el caso de Orhan Pamuk. En Otros colores, libro donde presenta su diario fragmentado, señala aquellos libros o autores imprescindibles, sus autores cánones que le permitieron la construcción de su identidad como escritor. Es sorprendente que anuncie a cuatro autores latinoamericanos: Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y Juan Rulfo. Quiero enfocarme en la presencia borgiana, puesto que es de los que mayor presencia tiene. Tomaré el caso de El castillo blanco donde pone en evidencia la dualidad, tema que trabajó Borges en su momento, y el juego entre la realidad del texto literario y la realidad. Leer la introducción permite conocer lo que ya se dijo: la novela, a manera de El inmortal o de Los teólogos, se presenta como un texto que un personaje,
Faruk Darvinoğlu, quien también es personaje de La casa del silencio, rescata de un archivo. ¿Cuál es la relación? El cuento borgiano de El inmortal se presenta como un manuscrito hallado en el último tomo de la Ilíada de Pope (considerada como una de las mejores traducciones en lengua inglesa que se hayan hecho al texto homérico), “redactado en inglés y abundante en latinismos”. Esta cercanía pone en la mesa de disección una nueva pregunta ¿algún otro paralelismo? La dualidad o la cuestión del otro (interés que vuelve loco a Pamuk, puesto que en su obra pretende dilucidar sobre el conflicto Oriente y Occidente, como ya había señalado en anteriores reflexiones), tomando el caso de La espera. Si bien en la novela hay una renuncia conforme, una aceptación entre ambos personajes del cambio de identidades, en La espera el otro desconoce, por lo poco que el narrador nos da, que el protagonista haya tomado su identidad. La haya hecho propia.
Esto, pues, conlleva a darse cuenta de las influencias y los legados en el desarrollo de los escritores. Pero ¿por qué hablar sobre ello? Si bien considero a Pamuk como uno de los principales forjadores de mi estilo literario, sin olvidar a Cortázar y a Grimmelshausen, esto conlleva a seguir un lineamiento: Borges, en cierta manera, llega hacia mí de tercera mano y esto es un descubrimiento que me ha puesto a pensar qué tan adecuada es dicha influencia para mi desarrollo cuando es más fácil acercarse a Borges. Hago una precisión: antes lo veía con ingenuidad. Ahora, con ojo crítico y observador, lo leo como una alternativa. Es decir, como una absorción del legado borgiano a su estilo, en concordancia con otras lecturas, su educación, la vida personal y su estructura mental. Este tipo de reflexiones, aventuradas tal vez, me han hecho volver los ojos hacia mi propio legado y mirar cómo se llega o la existencia de residuos de otros autores en el oficio de escribir. En este caso, concretizando, llega Borges indirectamente (ya asimilado) mediante la obra de Orhan Pamuk. ¿Será el caso de muchos autores? Apuesto a que sí, sólo que la pregunta adecuada: ¿es acertado conocer directamente a los autores o a la asimilación de los mismos? Lo cual conlleva a un segundo cuestionamiento ¿qué tan original es el autor contemporáneo? *Adso Eduardo Gutiérrez Espinoza. (Zacatecas, 1988). Vagabundo que disfruta la lectura, bajo los influjos de la buena música. Cinéfilo y todólogo.
Por Mariana Ríos Maldonado Bartleby: un nombre pudiera decir tantas cosas y a la vez ninguna. ¿Quién es? ¿Por qué es así? En pocas páginas, Hermann Melville crea un relato acerca de una oficina y sus ocupantes, cosas por lo demás insignificantes, comunes, aburridas –tales como nosotros mismos– pero que ejercen una extraña fascinación sobre el lector cuando éste descubre lo que hay detrás de esa supuesta “normalidad”. En este cuento, avanzar no es sinónimo de concretar, dado que entre más se lee, más dudas se suscitan con respecto al personaje principal, Bartleby. Lo poco que se sabe consiste en su apellido y su figura “pálidamente pulcra, lamentablemente decente, incurablemente desolada”; y más allá de la descripción anterior, sólo se le conoce por su extraño comportamiento: se refugia tras un biombo que le sirve de ermita –de santuario y fortaleza incluso–; parece no comer y no dormir, y el resto de su vida es un misterio. La única pista que en verdad ofrece acerca de sí mismo se encuentra resumida en tres pequeñas palabras sobre las cuales cifra su existencia: “preferiría no hacerlo”; sólo esta respuesta puede decir. Partiendo de lo anterior, intentar descubrir a través de la lectura las motivaciones del personaje; lo que hay en el fondo resulta ser tortuoso, porque es imposible hacer una interpretación certera sobre tan misterioso hombre. Quizá Bartleby era así, actuaba así, como una especie de forajido, desterrado, gracias a una toma de conciencia en extremo lúcida: sabía –como todos lo sabemos, pero nos enteramos demasiado pronto o demasiado tarde– de que éste no era su lugar, y que por siempre se encontraría aislado, separado del resto del mundo por esa muralla invisible e invencible que impide una verdadera aproximación o cercanía con esos otros que nos rodean. Quizá lo que buscaba era un último remanente de contacto humano, por más insignificante que fuera, por lo que decide intentar seguir de pie, quedarse unos segundos más, antes de sentir el peso completo de la soledad. En este sentido, el tormento que sufre el lector es completamente sintomático, y no es más que un reflejo del tormento que la cotidianidad le infringe a Bartlebly. No resulta sorprendente, entonces, que el protagonista se identificara con aquéllos que mueren a la expectativa de una respuesta, de un alivio, que en medio de los estertores insisten en aferrar-
se a algún tipo de esperanza hay más que esto, que este mundo y esta vida; y luego se extinguen, con la solitaria seguridad de que siempre fueron incapaces de hacer algo por ellos mismos, porque ni ellos ni otros ni nadie es capaz de mitigar el dolor, el tedio, u ofrecer una cura milagrosa para la soledad. No tenía sentido seguir: ¿cuál sería el propósito de continuar la marcha las cosas no cambiarán? ¿Si lo que queremos decir o hacer quizá no sea lo suficiente o nunca llegue a tiempo, ni siquiera tenga una causa y mucho menos produzca un efecto? ¿Debemos seguir? ¿Queremos? “La felicidad busca la luz, por eso juzgamos que el mundo es alegre; pero el dolor se esconde en la soledad, por eso juzgamos que el dolor no existe”. Frase lapidaria porque es verdad, y porque obliga al lector a preguntarse qué tan grande fue el dolor de Bartleby para que se refugiara en una soledad casi absoluta. ¿Cómo explicarlo? ¿Cómo entenderlo uno mismo? Sabemos que el dolor existe y que estamos solos, pero es mucho más fácil fingir lo contrario, y no es hasta que se padece la soledad que estas dudas se hacen inteligibles y la angustia es capaz de dar una respuesta. Fue así que Bartleby pasó de escribir furiosa y mecánicamente a detenerse, dejar de revisar documentos, dejar de moverse, de vivir. Metáfora de la existencia misma: del movimiento violento, irrefrenable al cese y desvanecimiento total; es así como se entiende lo que ese dolor y esa soledad inconmensurables significan. Y entonces se llega al final del relato, justo cuando el lector pudiese suponer que no sabe nada de Bartleby, descubre que posee toda la información necesaria para entender su manera de actuar y la forma en que decidió morir; que él también en el fondo conoce esa soledad, y ha visto lo que es capaz de hacer. La vida real, que en momentos nos parece tan insulsa, tan parca, puede llegar a ser algo tan complejo, tan sencillamente doloroso, a tal grado que se vuelve inconcebible y ridículamente triste; pasa sin que alguien se percate de que ésta, junto con sus actores, pueden contener algo singular, tan desgarrador y enigmático que sólo pueden comprenderse en el dolor y la soledad; éste es el drama humano que late en sus entrañas, esperando el momento y la persona adecuados, el catalizador perfecto, para explotar, y luego, derivar nuevamente en la nada.
Por Jánea Estrada Emmanuel Márquez es dramaturgo, actor y director teatral. Nació un 12 de septiembre de 1962, en Acapulco, Guerrero, pero se formó y ha vivido durante toda su vida en el D.F. Inicia su carrera profesional en el teatro en la década de los ochentas; desde entonces ha dirigido cerca de 50 puestas en escena, ha escrito: A peso la vida, Pac pac, Pas! Paz y Esquizoide. Desde hace 10 años realiza las vistas guiadas teatralizadas en el Festival Barroco del Museo de Guadalupe y ha mostrado su trabajo en diversos foros de la ciudad. Seguramente usted lo recordará por su emblemática actuación de Fausto, un cuento del Demonio, monólogo que ha presentado en el Teatro Fernando Calderón en diversas ocasiones; o por Alicia en el país de las alcantarillas –obra presentada en el Festival de Verano del Teatro Calderón 2001-; por Hansel y Gretel –obra dirigida por él en la Muestra Nacional de Teatro realizada en Zacatecas-, o por De la oreja al corazón –que se presentara en una emisión del Festival Cultural Zacatecas-. Este próximo Festival Internacional de Teatro de Calle, presentará El país de la Metralla en nuestra ciudad y con este pretexto y por el placer de platicar con él, lo entrevistamos. Pinoxcho Emo
Jánea Estrada: Haces teatro desde 1980. ¿Recuerdas cuál fue el primer montaje en el que participaste? Emmanuel Márquez: Sí, fue en el Teatro La Capilla, la obra se llamó El Señor Galíndez, de Eduardo Pavlovsky y fue dirigida por Jaime Meza. Fíjate que curioso, de los actores del elenco soy el único que queda vivo. Ésa fue mi primera actuación, aunque yo inicié mi carrera en el teatro como asistente de dirección, en Bellas Artes. JE: La mayoría del tiempo has vivido en el D.F., ¿eso te ha brindado más oportunidades para desarrollarte? EM: Sí, aunque yo hice de todo, desde ser payaso los fines de semana para mantenerme, fui asistente de dirección, estudiaba en la UNAM, etc. –no terminé porque tenía qué trabajar-. En 1985, a consecuencia del terremoto, me fui a vivir a Pachuca durante cinco años, luego a Venezuela, regresé a Pachuca y después me fui a vivir a España. Fue hasta cuando regresé de España que empecé a tener juego en México. Porque en México hay mucha competencia, en la capital se manejan este tipo de “aristocracias” artísticas. Hay un malinchismo extremo… si te vas al extranjero y te va bien te hacen caso en México, si no… le batallas mucho, como en todo. JE: Has dirigido y actuado en obras de diferentes géneros, pero te has enfoca-
do más al teatro infantil, al manejo de los títeres… EM: Siempre he hecho teatro infantil, en él encontré una posibilidad de juego mucho más libre, más ilimitada; te da la posibilidad de jugar más con la fantasía, con territorios más libres. Me encuentro con los títeres, y empiezo a verlos como personajes maravillosos, lúdicos, irreverentes, con los que puedes manifestar inquietudes, miedos, intereses políticos, etc. Además, los títeres tienen la etiqueta de teatro infantil, pero yo he hecho mucho teatro con títeres para adultos, y funciona magníficamente bien. Los títeres además me han dado la posibilidad de entrar en contacto con personajes muy interesantes como Mireya Cueto, Hugo Hiriart, etc., de quienes aprendí mucho. JE: Tienes 30 años de trayectoria ¿Cómo se le hace para vivir del y para el teatro? EM: Yo creo que el teatro en México está muy desestructurado, no hay canales muy claros para hacer teatro… Al ser consciente de esta situación, mi trabajo ha ido encaminado a generar estructuras alrededor de mi trabajo; por ejemplo, desde que empecé siempre he tenido un monólogo, un numerito que me quepa en una maleta y con el que me pueda ir a trabajar por diferentes rumbos. Cuando las vacas están flacas, llego con mi maleta
a una escuela o a una casa de cultura donde pueda presentarme; eso me ha dado mucha independencia. En varias ocasiones he mantenido a mis grupos con mis monólogos –incluso ahora que he tenido a mi cargo el teatro Isabela Corona-… es decir, le invierto siempre lo ganado a proyectos nuevos. Si nadie me llama, me llamo yo… siempre hay qué buscarle y no soy de la idea de quedarme en casa a esperar que un
Guillermo y el nagual
productor o una institución me llame. El teatro es un compromiso muy fuerte e implica mucho trabajo. Siempre ha sido así, genero mis propias estructuras pero este trabajo ha estado nutrido de los monólogos. La bronca que tenemos los actores es que esperas que un director te llame y te dé un camerino… y eso lo he visto en muchos compañeros que terminan por frustrarse. Hay que trabajar, producir e invertir en nuevos proyectos.
JE: Te veo además, como un empresario de tu trabajo teatral… EM: Es que así debe de ser, creo que se tiene que ver esto como una posibilidad de vivir dignamente de tu trabajo; con el teatro puedes generar dinero y darle la posibilidad a la gente de que gane también. JE: A propósito de monólogos ¿Cuántos años llevas representando a Fausto? EM: 10 años y lleva 1040 funciones; Fausto, un cuento del Demonio, me ha llevado a Taiwán, Argentina, Colombia, Venezuela, España, y por diversos rincones del país. Fausto es ya mi mejor amigo, le debo mi casa, mi coche… (ríe) JE: Pero no todo en la vida han sido éxitos como Fausto… ¿Recuerdas cuál ha sido tu peor fracaso en el teatro? EM: ¡Cómo no! Lo recuerdo muy bien porque creo que fue lo mejor que me pudo pasar. Los fracasos te constituyen como ser humano, como artista. En 1992 dirigí el Plop o cómo escapar de la Niebla, de González Caballero, producido por Héctor Bonilla, en el teatro Reforma; con actores como Ana Ofelia Murguía, María Morett y Roberto Sosa. Me dieron todo lo que pedí, fue una producción maravillosa y fue un fracaso… atronador, impresionante, estruendoso… Cometí varios errores de los que aprendí mucho: primero, aprendí que nunca debes de traicionar tu idea porque tengas mucho dinero (yo tenía la idea solucionada y me dejé apantallar por la lana, lo cambié todo, por mi inexperiencia). Segunda enseñanza: como director tú debes hacer lo que se te da la gana, tú eres el líder del proyecto. Tercero: de nada te sirve tener estrellas en el
elenco si con éstas no puedes conformar un equipo de trabajo eficiente, que comparta tu visión como director (yo me apantallé y por querer quedar bien con todo mundo el proyecto se me desarmó). Sobre todo aprendí a ser humilde, y a que el teatro y el arte son magia… en el que si Dios no habla, no se da. Las cosas no siempre salen bien, los artistas debemos aprender que el arte es una aventura y que si tienes un fracaso pues hay que levantarse y aprender de él. El teatrero tiene además que aprender a escuchar a la gente, a darle lo que necesita y sobre todo, necesita aventarse con todo una vez que tiene definido el proyecto. Y si el destino quiere que las cosas salgan mal pues ni modo: que la caguen y se sienten encima, pero si sale bien… el premio será más delicioso. Lo maravilloso es que el teatro es un fenómeno vivo con el que se pueden generar nuevos lenguajes. JE: ¿Te gusta más dirigir? Y si es así ¿cuál es la obra que más te ha gustado de las que has dirigido? EM: Sí, dirigir. La obra que más me ha gustado dirigir es Cuadros de una exposición, de Stravinsky y Mussorgsky; me gustó mucho porque fue la primera vez que tuve la oportunidad de hacer un capricho visual sin límites, en el que participaron nueve artistas plásticos –uno de ellos Alfonso López Monreal- y en donde la música fue maravillosa. JE: Regresas en unas semanas al Festival de Teatro de Calle con El país de la Metralla, de José F. Elizondo, representada por primera vez en 1913, ¿por qué hacer teatro político? EM: Mi interés por el teatro con títeres siempre ha sido político. Cuando el actor ha querido decir algo y teme
Guillermo y el nagual
Cuadros de una Exposición
que lo metan a la cárcel, ahí está el títere –a los muñecos no los encarcelan-. El títere es subversivo, irritante, irreverente… es la caricatura de una realidad política. Me gusta mucho el género de teatro de Cabaret, de Revista… siempre me ha parecido un género que se adelantó a Brecht, pero como los mexicanos siempre hemos sido despatarrados y desmadrosos nunca lo fundamentamos como lo hizo él. Pero el teatro que se hacía a principios del siglo pasado era un teatro político, didáctico, musical y divertido. Este teatro de revista es lo que nos constituyó como país. ¿Por qué volver al teatro político? A partir de todo este argüende mediático que se desencadenó con la celebración del Bicentenario, a mí me surgió el interés de hacer teatro de revista; en coordinación con el Teatro de los Sótanos, metimos el proyecto y fue financiado por el
FONCA. Adaptamos la obra a nuestra realidad actual y no sabes lo contentos que salimos de cada función: nos divertimos mucho, mentamos madres, la gente grita, se prende en la función… La gente en México está muy enojada por lo que está viviendo… entonces se involucra en la obra y en lo que se dice. Yo vuelvo a hacer teatro político porque como artista necesito manifestar mi indignación con lo que este país está padeciendo. Estamos viviendo un fenómeno en que hay dos Méxicos: uno es el que pasa en la televisión y otro el que vives en las calle. Espero que puedan asistir a las funciones, prometo que se divertirán mucho y que se desahogarán con nosotros. La historia es cíclica… en la obra un personaje se llamaba Carranza y ahora se llama Calderón, son lo mismo, pero a 100 años de distancia.
“El papel del artista es como el del vidente… ve más allá de lo que pasa y predice hasta cierto punto lo que pasará a partir de lo que está sucediendo. El artista con su quehacer además asume un compromiso político, ya no se puede ser indiferente, el país se está hundiendo. Uno de los compromisos del teatro de provincia es ése: hablar y circunscribirse a sus pequeñas realidades y criticarlas, confrontar la inteligencia con el oscurantismo. El teatro tiene que volver a decir lo que la gente quiere escuchar”.
Por Indalecio Rivera y Flausebio Kalimán
Los Artistas son esos locos que nunca ves porque estás dormido. Los Artistas son los amigos de nadie y confidentes de todos. Los Artistas, son unos locos que te sugieren cómo vivir pero no puedes ser como ellos porque te mueres, sólo ellos se dan el lujo de ser como son. Los Artistas se pasan la vida museografiando los colores de sus entrañas para exponerlas al día siguiente. y al otro, y siempre. Los Artistas viven un sueño del que no quieren despertar, si lo hacen, debe ser porque están con sus musas platicando mientras van al mercado o cuando comen, cuando se bañan, cuando viven con una novia, cuando pelean con ella por celos o se casan por andar mariguanos.
Los Artistas miran a todos los idiotas y les gritan: ¡Malditos idiotas, por qué me odian! y se van a otra mesa, a otro pan. Al refugio de otra cantina. Con otro hombre, con otra mujer que los haga soñar o bailar como nudistas, y que los haga sentirse conquistadores en un matadero. Los Artistas tienen su Estudio para reflexionar sobre lo que no han hecho, los que les falta por completar. Los Artistas, tienen su Estudio donde buscan la ambigüedad para retratarse en ella y concretar algo que les ayude a vivir y a vivir, que los ayude a mezclarse con la gente vulgar o crisantema
para no decir: ¡Por qué me odian, malditos idiotas..! Por qué... me odian. Por qué me hacen esto, por qué son así. Y entonces viene la gente a felicitarlos, a llorar con ellos y pedirles consejos porque supieron retratar en su obra... lo que otros sienten, pero no pueden decir. Los Artistas logran comunicarse sin palabras, y las gentes, ¡Se quedan ahí... paradas! ¡Sujetos ante la obra! ¡Pasmados, tranquilos, domesticados! ¡Sin decir nada! Como idiotas, pero felices (igual que los Artistas, en sus estudios, al trabajar). Los Artistas no tienen amigos cuando se van de las cantinas cuando no quieren a nadie, cuando los abandona el amor, cuando no tienen pareja,
cuando se vuelven fatales y sólo quieren pelear con los idiotas que no los dejan en paz. Los Artistas regresan, ¡y siempre tienen amigos de verdad! Que también estudiaron en la academia de la vida lo cual... me parece genial. Los Artistas son unos malvados que se mofan de TODO sin darse cuenta, y eso... no es negociable. Y al percatarse de su estado (mental), se ríen, se burlan de ellos mismos criticándolo todo ácidamente, cualquier verdad de los pobres idiotas que... ¡Huácala, que lástima dan! Y brindan con ellos. Los Artistas son la Monarquía absoluta que se brinda y degenera, que abduce y da vida a los que no padecen de libertad. ¡De rodillas Todos!
Por Mateo Estrada Gaviria Septiembre 15 [21 pm] JC es casado. La joven embarazada es su esposa. Todo el mundo les conoce. Hasta FO la saluda de beso. Creo que por eso ellos se caen mal. El día de la banda El Limón, fui con Javier y sus amigos (Aidé, Manuel y César). En la explanada encontramos a JC y “Sofía”. Todos celebraron “su embarazo”. El imbécil me trató como un desconocido. El puto ni siquiera cambió su actitud en el baño, donde coincidimos un par de ocasiones. Esa noche apuré las cervezas con fruición para emborracharme bastante y aligerar la escena. Javier y sus amigos pasarán por mí, al rato. Iremos a celebrar “el grito”. Ojalá y la reunión no sea en la calle o en la feria. Las muchedumbres me inhiben. Septiembre 20 [22 pm] No he visto a JC. Me siento el peor de todos; y, el colmo, van reapareciendo las heridas adolescentes de la culpa, los duelos y esas mierdas… Estos días me son extraños, sin el más mínimo optimismo. Septiembre 24 [11 am] El curso en el doctorado va. Me amonestaron por no entregar mi reporte escrito, pero en la exposición notaron que leí correctamente. En la noche fui a Las Quince. Al salir pasé por una tienda y compré un Jota. Regresé a la casa caminando, lo hice como si llevara un pasaporte al olvido… No tengo opciones. Septiembre 28 [20 pm] JC vino. Me regaló la revista Relatos e histo-
Emerick Rodríguez Rentería de la serie Nunca es para siempre
rias en México. Publicaron una carta que envié, donde aclaro unos datos erróneos que contenía un ensayo sobre el general Jesús González Ortega [septiembre de 2011 p. 8]. El regalo no me dio gusto. JC dice que quiere seguir; pide tiempo para “conciliar todo”. Lo hicimos, pero fue hueco, sin aliento. Al concluir se vistió y se fue. “No tengo cabeza” para trabajar. Ahora me cae “de perlas” Cuitado corazón: “Ve todo lo que has causado a mi cruel existir/ acabaste con todo aquello/ que yo ayer veía bello/ nunca hiciste nada por mi porvenir/ sabiendo que por ti daba/ lo que es mío y lo ajeno/ hasta aquí termina esto/ pero tienes que ayudar/ no puedo decir lo nuestro/ siempre estuve en soledad/ esta noche habrá un sepelio/ que no se puede evitar… [Gerardo Madrid, 2011]. Octubre 2 [¡¡No se olvida!! No me acostumbro a la violencia pública, menos la que impone la moral] Con Javier la broma alcohólica de “una, sólo una” ya rebasó los límites. Ayer iniciamos “la tomada” a las seis. Hoy cerramos cuando el nuevo día era evidente. El acto me hizo rememorar la película de Luz silenciosa [Carlos Reygadas, 2007]. Tomamos el último tequila en el lapso en que la luz empuja a la oscuridad. Fue un caballito derecho y de un solo trago. Estuvieron Manuel y Aidé. El pinche Javier es “un machín buena onda”…
Por Eduardo Campech Miranda Cien años de soledad es sin duda mi libro paradigmático. Como la inmensa mayoría de los adolescentes el acto lector (autónomo, placentero, independiente) era algo que no estaba en mi presupuesto de vida. Sería la extraña combinación de circunstancias la que me llevaría a su contacto: la extinta estación de radio, en amplitud modulada, de la Ciudad de México, “Espacio 59”; las horas que pasaba acomodando (y desacomodando) la biblioteca familiar en casa de mi abuela paterna y la suerte de que en tal acervo existiera un ejemplar de la novela en cuestión. En la radiodifusora mencionada a menudo hablaban de libros. Mi condición ajena al mundo de las letras, los libros y la literatura, propiciaba que confundiera El laberinto de la soledad con Cien años de soledad. Hasta ese entonces, en mis pletóricos 17 años, sólo había leído completo el libro Canasta de cuentos mexicanos de B. Traven; además de identificar, y saber de memoria, algunos versos de Neruda, principalmente de los poemas XV y XX. No se piense con ello que la poesía era mi fuerte. No. Porque así como confundía los títulos de las obras de Paz y García Márquez, de pronto me encontraba cantando “Nocturno a Rosario” a ritmo de “Ella”, que recitando la canción de José Alfredo Jiménez como si fuera obra de Acuña, y sospecho que más de una vez intercambié versos.
Fotografía Rulex Karamazov / www.flickr.com/photos/rulex_karamazov/
Durante las visitas a casa de mi abuela aprovechaba y pasaba horas en uno de mis espacios predilectos: la sala, puesto que allí se encontraban dos libreros abarrotados de libros y discos de acetato. Del material bibliográfico sólo me interesaban los Atlas, sabía de memoria las banderas del mundo y la gran mayoría de las capitales. En los discos supe de la existencia de Óscar Chávez, con él aprendí lo que es una parodia; tarareaba, como hoy, las canciones de The Beatles; me auto-
Por Andrea Sampedro El jueves fui al cine a ver la más reciente película de Woody Allen, Midnight in Paris. Aunque varias personas me la habían recomendado, fui a verla con cierto recelo; regularmente con este director no hay pierde porque hasta su película más mala es buena a comparación de la mayoría de las cosas que pasan en el cine; pero cuando uno se hace muchas expectativas es más difícil que se cumplan. Entonces empecé a ver la película: primero París, que para mí es un punto extra ya que es una de mis ciudades favoritas (por mucho que me guste New York, que es donde Allen suele grabar sus películas). Después del lugar, los personajes terriblemente woodyallenianos que me encantan, neuróticos y un poco snobs (o bastante). Sin embargo aunque los personajes sean parecidos a los de siempre, la película no nos recuerda a la mayoría de los films de Woody Allen,
no es como Annie Hall o Manhattan, es tal vez un poco más como La rosa púrpura del Cairo. El tagline de esta película podría hablarnos sobre las nostalgias a otras épocas. ¿Cuántas veces no hemos deseado vivir en otra época? Pensamos que cualquier tiempo pasado pudo haber sido mejor que el nuestro: Los 60’s, 50’s, 20’s, el siglo XIX, XVIII, el Renacimiento, la Edad Media, el Imperio Romano, la Grecia clásica. Pero ¿es esto verdad?, no tenemos manera de saberlo, o no tendríamos manera de saberlo si no viéramos Midnight in Paris; así que sin contarles nada más les recomiendo que la consigan y la vean, porque tal vez les pase como a mí que no pude dejar de sonreír durante toda la película, porque ésta es sin lugar a dudas como un pedacito de cielo que hay que disfrutar con responsabilidad y mucho desenfado.
flagelaba (no concibo que sea distinto) con Manuel Bernal y su interpretación del “Credo” o con una pieza larguísima de The Ono Plastic Band (que contaba entre sus integrantes a John Lennon y Yoko Ono) la cual tenía una duración de cuarenta y cinco minutos de gritos. Sería una de esas ocasiones de acomodo y desacomodo (ahora sé que se llama exploración libre del acervo), cuando di con Cien años de soledad. El encuentro fue una explosión en mi interior. Era maravilloso imaginarme a
un gitano y a Aureliano Buendía con la lupa, el imán, el hielo. Ese primer capítulo me atraparía no sólo en el libro, no sólo en su historia, sino en la lectura en general. Realmente entendí muy poco, pero lo que sucedía en mi interior, era motivo suficiente para seguir leyendo. Dios daba prueba de su existencia porque nadie me iba a preguntar de la lectura. Si en eso consistía el leer, entonces podría decir sin empacho: “Dejad que los libros se acerquen a mi”. Han pasado más de veinte años de aquel encuentro. He vuelto a tomar el mismo título en mis manos. Y han saltado sobre mí, salvajes, seductoras, explosivas, las palabras y frases que había pasado por alto en la primera lectura. Los encuentros amorosos entre José Arcadio y Rebeca; entre José Arcadio y Pilar Ternera; la historia de amor de Mauricio Babilonia y Meme, enriquecen ese recuerdo del primer capítulo. Sin lugar a dudas, mucho contribuyeron las letras de Álvaro Mutis, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Víctor García de la Concha, Claudio Guillén, Pedro Luis Barcia, Juan Gustavo Cobo Borda, Gonzalo Celorio y Sergio Ramírez. Sin dejar fuera, desde luego, al propio autor y su obra Vivir para contarla, para darle una nueva dimensión a aquella primer lectura. GARCÍA Márquez, Gabriel: Cien años de soledad, España, Diana, 2007, 666 p.
Por Marco Casillas*
El camino de Omar ha sido largo, sinuoso y de éxito rotundo. El cortometraje, seleccionado de entre casi doscientos trabajos nacionales logró su pase para el Festival Internacional de Cine de Guanajuato (GIFF) y, dentro de éste, su participación en el Rally Universitario “Expresión en Corto” en donde sólo ocho cortometrajes llegaron, proyectándose finalmente en el “Auditorio del Estado”, en la minera ciudad de Guanajuato. Llegó a Zacatecas. La Cineteca, dirigida por Gabriela Marcial Reyes, retomó con inusitado éxito y lleno total su papel de impulsora de los jóvenes cineastas locales. Presentes, Héctor Ávila Ovalle y Ari del Castillo, Director de la Ciudadela del Arte en Zacatecas y Coordinadora del Festival Internacional de Cine de Guanajuato respectivamente, testificaron la exitosa proyección de esta cinta corta elaborada por estudiantes del campus Zacatecas de la Universidad de la Vera-Cruz (UNIVER), y dirigida por Armando Alvarado, con las profesionales actuaciones de Eric del Castillo, José Ángel Bichir, Martha Claudia Moreno y Humberto Busto.
Suspenso, laberintos psicológicos, drama y humor, en la historia de OMAR, contada fílmicamente en sólo 7 minutos. Un final inesperado, y una trama que mantiene atenta a la audiencia. Guión, musicalización, edición y postproducción con el mejor nivel. Es importante, señaló Marco Eduardo Casillas Jácquez, cineasta zacatecano y Asistente de Dirección en este cortometraje, que se le siga apostando al arte, a la cultura “eso es lo que al final queda de todas las civilizaciones”, sostuvo, al tiempo de apuntar que la presencia masiva en la Cineteca de Zacatecas el día del estreno, además de emotiva, representa un compromiso fuerte para creadores y autoridades, fundamentalmente para seguir contando historias a través del mágico lenguaje universal del cine. La Coordinadora del Festival Internacional de Cine de Guanajuato, reveló que OMAR estará paseando y exhibiéndose en cinetecas y salas de arte de todo México y del extranjero, al tiempo que la directora de la Cineteca de Zacatecas Gaby Marcial Reyes signó el compromiso de proyectarlo en la
próxima Muestra Nacional de Cine de Fresnillo (MUNACIFRE), también bajo su dirección, y en los municipios más importantes del Estado. Noche perfecta de Cine, en la que hubo activa participación e interacción de los creadores del cortometraje Omar con el público asistente, lo mismo que participación de amigos y familiares de los jóvenes cineastas locales, quienes se llevaron el reconocimiento de las máximas autoridades culturales y cinematográficas zacatecanas, lo mismo que un lote de películas obsequiado por la Ciudadela del Arte y la Cineteca de Zacatecas, como especial detalle por el trabajo realizado. El camino de Omar ha sido largo, sinuoso y de éxito rotundo, y todo parece indicar que apenas inicia. Viajará por el país y por el mundo mostrando el cine que en Zacatecas puede hacerse, con o sin apoyo institucional y universitario, con profesionalismo dedicación, sacrificio, constancia creatividad y, como dijo alguien del crew “con el corazón en la mano para dar lo mejor al público”. * Periodista y escritor duranguense, radicado en Zacatecas.
Por Antonio Villarreal Álvarez Para nosotros los cinéfilos, la oportunidad de ver un cine diferente está en las muestras: internacional, cine francés, etc., las que anteriormente al sexenio amalista eran patrocinadas, en su paso por nuestra ciudad, por PROMOCULZA y que luego fueron retomadas por la Cineteca de Zacatecas; las que no sobrevivieron a la transición gubernamental, además de los diferentes festivales cinematográficos, siendo los más renombrados el de Guadalajara y el de Morelia. Éstas son oportunidades para ver cine independiente o no comercial y no precisamente buen cine, ya que a veces nos topamos con cintas de verdad terribles. Toda ciudad mexicana que se respete, tiene su particular festival; en Zacatecas se pretendió instituir hace algunos ayeres el Festival de Cine Migrante, evento que con el cambio de autoridades culturales no tuvo continuidad. En el Cineclub Universitario, y para recordar que el 12 de octubre 1492 comenzó una de las más grandes migraciones humanas -de Europa hacia América, entonces desconocida para ellos- programamos para este mes de octubre el ciclo Migrantes, presentando en esta primera semana películas que tratan de la migración más cercana a nosotros, la que ocurre a través de de la frontera México-EUA; son historias que nos narran principalmente el calvario que significa para nuestros compatriotas el cruce ilegal de dicha frontera. En las siguientes semanas veremos temas como: la vida de las diferentes comunidades étnicas en la tierra prometida, migraciones hacia los países europeos, y claro, las migraciones hacia nuestro país. Los esperamos, con su ejemplar de la Gualdra para su entrada gratuita, todos los lunes, miércoles y viernes a las seis de la tarde en el audiovisual del Museo de Ciencias, ubicado en el segundo patio de la Rectoría UAZ.
Lunes 3:BABEL (2006) de Alejandro González Iñárritu.
Miércoles 5: LA FRONTERA (1982) de Tony Richardson.
Sinopsis: González Iñárritu y Arriaga vuelven a colaborar en otro drama de historias paralelas que se desarrollan en Marruecos, Túnez, México y Japón. La historia comienza cuando, armados con un Winchester, dos muchachos marroquíes salen en busca del rebaño de cabras de la familia. En medio del silencio del desierto, deciden probar el rifle, pero el alcance de la bala es mucho mayor de lo que esperaban. En un instante, las vidas de cuatro grupos de extraños en tres continentes colisionan.
Sinopsis: La frontera de El Paso, entre México y los Estados Unidos, es un punto singularmente delicado para cualquier policía. Allí son frecuentes el tráfico de drogas y el paso clandestino de inmigrantes ilegales. La acción gira en torno a Charlie Smith, un guardia de frontera atrapado entre su trabajo y su conciencia. Jueves de Ciencia Ficción, ciclo de Cine Ruso Jueves 6: El Planeta de las Tormentas (1962) Dir. Pavel Klushantsev
Viernes: 7 SOLES (2009) de Pedro Ultreras. Sinopsis: El Negro, un “pollero” contratado para cruzar a un grupo de indocumentados a los Estados Unidos, decide que éste será su último viaje para la organización. Quiere salirse del negocio. Los jefes sospechan de él y mandan a un subalterno, El Gavilán, a vigilarlo. En la accidentada travesía los polleros se traicionan, perdiendo parte de su “carga” humana. El Negro escapa de sus ex-socios y también de la justicia. El Gavilán regresa impune a sus labores de “enganchador”. Nada detiene la maquinaria mortal del tráfico de humanos.
-Quédate quieto, quédate quieto: Si nos movemos disparan. -¿Por qué no me contestan? ¿Estás muerto? Manuscrito de Tlatelolco, José Emilio Pacheco Amanecí la tarde en tu cadáver perentorio. Camino sobre un recuerdo inventado, y los pájaros de aire parecen detener el sonido. No hubo en mí, corazón sin pasado. Ni plegaria, ni la voz uniforme de los muertos. Sólo el silencio y yo, alicaído. Sigo caminando entre el constante hilvanar de los hechos, formando una inapreciable mueca en el rostro que años atrás busqué reconocer. Estoy en tu boca pétrea, cicatriz de pasos esforzados, huída inconsumada, ceniza que nunca cantará los gritos no escuchados. No te escucho Tlatelolco, Porque un niño corre tras de una pelota, como un golpe de viento. Cierro los ojos y quiero imaginármelo con veinte años, enamorado, desdeñado por una mujer, en rauda carrera para no ser alcanzado por la muerte. Entonces parezco escucharte, pero sólo eso. Sufro y me reconvengo la mayor fuerza, de una chica que destrozó mi rebeldía y pugna por arrancarme de tu reino evocativo, Tlatelolco: Tierra de todos los ecos, de los abrazos idos, último resquicio de un doloroso trauma de un voluntario exilio. Tlatelolco, estás despierto, ¿Acaso no eres tú la costra que resultó de una vena traicionada, abierta? Recordatorio de que nuestro paso en este mundo, se resume en la palabra sangre, en el cuchillo bajo el brazo de un ardor insatisfecho. He visto al llegar tus ruinas, Tlatelolco, la iglesia construida por el miedo y el triste edificio Chihuahua, mirándome, con sus ojos de octubre. En este mismo espacio he descubierto que la sangre cuenta la historia mejor que cualquier libro. Paso revista: En un tiempo nuevo y moribundo, estas ruinas fueron un caldero de inmensa gloria. La mano del sacerdote sostuvo un corazón palpitante y el viento se llenaba de dioses. En otro tiempo llegó el extranjero, expectante, displicente.
Lo llamaron serpiente emplumada. Vino con su máscara blanca, a imponer su virgen, ingrávida a la mirada del indio. Y esta iglesia es un testigo del incauto dolor, que conformó a tus mestizos. Hace ya cuarenta y tres años el mundo no era nuevo y el único extranjero, fue un tirano, que tuvo miedo a su pueblo. Tres edades: época precolombina, colonia, matanza del dos de octubre. Tres nombres para un mismo arroyo escarlata. Pero veo tu placa sorda, coronando con su piedra putrefacta, la crudeza de esa noche cuando el cielo, este mismo cielo que ahora cubre la destemplada tristeza de los árboles, se volvió una sombra de azufre. ¿A qué sabe la sangre? Pregúntale a tu patria placa desdeñosa. A veces masticando un caramelo nos mordemos los labios y tibiamente paladeamos su sabor. No esperes respuesta. Esa noche México la probó a mares. Lo sé y no lo sé. Presiento dentro de mí la insalvable cobardía, que me impide ser como esos muchachos que dieron la vida, para crecer en la muerte. Me gustaría preguntarles sus nombres, el de sus madres, el de sus novias, pero aún no soy digno de llorarles un albatros de niebla. Sólo tengo una pregunta. A la nada lanzada: ¿Qué habrá sentido el tirano cuando cruzó el papalote negro frente al palco presidencial? Posiblemente heló su alma el fantasma. Posiblemente no. Quizá no sintió nada, porque tenía delante de sí, las olimpiadas más grandes de la historia, y la eufonía de miles de gargantas cantando los maitines del olvido. País que ha crecido muerto, desde que mató a sus ídolos, volviéndolos moneda. Ellos estarán muertos, el tirano estará muerto, los estudiantes muertos y me parece que yo sigo vivo, sobre tu cadáver hermoso, Tlatelolco. Por lo pronto, el mundo no desperdicia el tiempo, las oficinas crujen, los discursos enseñorean, y todos en ninguna parte, sentimos tu abandono.
Haciendo remembranza, de acuerdo al poema de José Emilio Pacheco, Manuscrito de Tlatelolco, encontrado en uno de los poemarios fundamentales de la literatura mexicana, No me preguntes cómo pasa el tiempo, el fuego duró sesenta y dos minutos. Lo que siguió, cosa que a veces se ignora, resultó ser un bárbaro exterminio de los vinculados con el movimiento. Uno de los pocos que se atrevieron a retar a una burocracia represiva, excluyente y repugnante. Es difícil que un libro pueda reflejar en toda su crudelísima expresión, el drama de, no sólo estudiantes, sino familias enteras que perdieron la tranquilidad de por vida. No obstante, sí tenemos una serie de testimonios literarios que nos permiten comprender buena parte de la magnitud de los hechos. Desde Postdata, continuación de El laberinto de la soledad de Paz, pasando por algunas crónicas de Días de guardar de Monsiváis, La noche de Tlatelolco de Ponia-
towska, hasta El gran Solitario de palacio de René Avilés Fabila, considerada la mejor novela sobre el 68. En esta última, y desde distintas perspectivas, el autor desarrolla una serie de acontecimientos, en donde sobresale la descripción irónica del sistema político mexicano y la figura del presidente Díaz Ordaz, perpetuada como una estampa de lo más sórdido y asqueroso de la clase política. Ésta es una invitación al recuerdo y la reflexión. Cuando nos demos cuenta de la falta que nos hace una generación comprometida y del ubicuo dolor de nuestro país, tenderemos a regresar a la crítica. Entonces venceremos esa sensación de ausencia, como la que nos muestra Avilés Fabila: Como nunca aparecieron los cadáveres, las mujeres oraban hincadas al azar, tratando de adivinar dónde cayeron los cuerpos de sus hijos, ante tumbas imaginarias. Ese recuerdo, será nuestra venganza.