SUPLEMENTO CULTURAL
NO. 298 /// 19 DE JUNIO DE 2017 /// AÑO 7
DIR. JÁNEA ESTRADA LAZARÍN
Julio Ruelas. Pierrot doctor, 1898. Colección Isabel y Agustín Coppel, A.C. Foto: MUNAL / INBA
Pierrot doctor, la obra de Julio Ruelas que presentamos en portada, fue también la imagen del número 5, Año VI, Tomo I, de la Revista El Mundo, el 29 de enero de 1899. Actualmente -y hasta el 9 de julio- se encuentra en exhibición en el Museo Nacional de Arte en la exposición temporal Melancolía. El artista zacatecano nació el 21 de junio de 1870 y así recordamos en La Gualdra; para festejar el 147 aniversario de su nacimiento los invitamos a que visiten el Museo Francisco Goitia en donde podrán apreciar más de la obra de Julio Ruelas.
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LA GUALDRA NO. 298 /// 19 DE JUNIO DE 2017 /// AÑO 7
La Gualdra No. 298
Editorial “¿Visitan la tumba de Julio Ruelas los artistas mexicanos que vienen a París? No sé; nunca hay flores sobre ella. Los cinceles de la lluvia han patinado el mármol, dándole esa última mano que es la obra del tiempo. La humedad manchó realísticamente el regazo de la musa desesperada sobre la losa tombal, y untó en su paleta simulacros de colores. Y la yedra completó el adorno de la tumba vertiendo sobre ella su inquieto esmalte. Ya no puede leerse la inscripción de la estela, oculta por las hojas devoradoras. Pero es la tumba más bella de toda la Ciudad del Reposo”.1 Hace algunos años, cuando leí este texto de José Juan Tablada –el amigo de Ruelas que estuvo junto con él en el Colegio Militar, del cual fueron expulsados ambos por hacer un periódico clandestino-, quedó en mí la misma duda, no sé si todos los artistas que visitan París lleguen a la sección 26 del Cementerio Montparnasse para encontrar el lugar en donde reposan los restos del artista nacido un 21 de junio de 1870 en la ciudad de Zacatecas, lo que sí tengo la certeza es de que algunos zacatecanos sí visitan su tumba. Escuché hablar de la majestuosidad del monumento luctuoso hace algunos años de boca de Alejandro Nava, quien le había dado el nombre del pintor zacatecano al Taller de Pintura y Grabado en la década de los 80;2 la escultura es autoría de Arnulfo Domínguez Bello, escultor veracruzano (1886-1948), quien había llegado a París en 1904 becado por el gobierno veracruzano y a quien se le dio la encomienda de tallar en mármol la pieza escultórica que cubre la tumba de Ruelas. Desde hace algunos años también, como tema de investigación doctoral en el Posgrado de Historia, elegí uno relacionado con las artes plásticas en Zacatecas durante el siglo XX y el nombre de Julio Ruelas surgió de manera natural, como uno de los artistas más importantes en nuestro Estado cuya vida y obra han repercutido notablemente en las nuevas generaciones de pintores y grabadores zacatecanos. Empecé a investigar más sobre él y lo que me queda claro es que me puedo llevar la vida entera en conocer lo que me falta sobre su vida y obra; más allá de la información que hemos recopilado sobre él y poniendo en primer plano su trabajo artístico, la historia de su vida también resulta fascinante. Rodeado de mujeres durante
esos últimos tres años de vida en París, Ruelas el artista también gozaba de fama entre el género femenino, de ahí que no resulta sorprendente saber que una de sus últimas peticiones estando ya en lecho de muerte fuera la siguiente: “Que me sepulten en el cementerio de Montparnasse. Y si no es mucho pedir, consiga usted una fosa contigua a la barda que da al bulevar para que desde allí pueda yo descansar oyendo el taconeo de las muchachas del barrio…”. El mes pasado finalmente se me concedió el deseo de visitar su tumba; debo confesar que por momentos me parecían poco creíbles ciertos datos sobre Ruelas, como esa última petición, pero al llegar al cementerio, a esa sección 26, línea 16, pude constatar que cumplieron uno de sus últimos deseos: está cerca de la barda y desde ahí seguro se escuchan los taconeos de las mujeres. Julio Ruelas murió en el Hotel de Suez, en el Barrio Latino de París, en el número 31 del Boulevard Saint-Michel, en el Quinto Distrito, muy cerca de los jardines de Luxemburgo, del Panteón de París, y por supuesto, del cementerio mencionado. Durante la gestión de Amalia García Medina, la tumba de Julio Ruelas fue restaurada y fueron cubiertos los gastos de renovación de permiso para que Ruelas pudiera seguir en ese lugar; enamorado de la Ciudad Luz, pidió también durante sus últimos días de vida, que lo dejaran ahí, “Quiero morirme en París”, comentó a sus amigos mexicanos que le acompañaban. El próximo miércoles 21 de junio se cumplirán 147 años del nacimiento de este artista zacatecano; los invito a que festejemos este aniversario visitando el Museo Francisco Goitia, en el que podemos encontrar más de la obra de Ruelas, autor de La crítica, La domadora, y de Pierrot doctor, que hoy les presentamos en portada y que se encuentra en exhibición actualmente en el Museo Nacional. Que disfrute su lectura.
Contenido Guerreros en la frontera Por David Pérez-Becerra
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La arqueología de los archivos [Comentarios al libro Antología documental sobre Alta Vista Chalchihuites, Vol. I] Por Carlos Alberto Torreblanca Padilla
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El Templo de las Musas Génesis: in principio. Una mirada contemporánea Por Violeta Tavizón
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Elva Macías: poemas para el alhajero Por Marco Antonio Campos
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Espacios para la lectura Por Eduardo Campech Miranda El Picaporte ¿Cuerdas “bucales” o “vocales”? Por Simitrio Quezada Regresión Por Humberto Mayorga Teyes Desayuno en Tiffany’s, mon ku Los Perros, la película de Marcela Said Por Carlos Belmonte Grey
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Caifanes o la música como retrato del instante Por Selene Salas Sánchez
Jánea Estrada Lazarín lagualdra@hotmail.com 1
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José Juan Tablada, “El amable Montparnasse”,
1923, en: http://www.tablada.unam.mx/poesia/ensayos/
Voraz, de Julia Ducournau Por Adolfo Nuñez J.
Notas al margen El librero carcelero y el absurdo precio de lo viejo Por José Agustín Solórzano
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amablem.html 2
Aunque sus inicios se remontan al año 1985, fue en
1986 cuando bajo la dirección de Alejando Nava el taller empezó a funcionar formalmente como un centro de capacitación enfocado a la enseñanza teórico-práctica
Directorio
de diversas técnicas de gráfica tradicional.
Carmen Lira Saade Dir. General Raymundo Cárdenas Vargas Dir. La Jornada de Zacatecas direccion.zac@infodem.com.mx
La ventana Por Alberto Huerta De ésos Por Pilar Alba
Jánea Estrada Lazarín Dir. La Gualdra lagualdra@hotmail.com Roberto Castruita y Enrique Martínez Diseño Editorial
La Gualdra es una coproducción de Ediciones Culturales y La Jornada Zacatecas. Publicación semanal, distribuída e impresa por Información para la Democracia S.A. de C.V. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación, por cualquier medio sin permiso de los editores.
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Juan Carlos Villegas Ilustraciones jvampiro71@hotmail.com
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Guerreros en la frontera
6 Por David PérezBecerra
Arte
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na vez que se ha cruzado la frontera, no se puede nunca regresar, pues la frontera es simplemente un tránsito, un espacio que significa e identifica, el sitio donde se interactúa bajo las condiciones de migrante y restricción. La frontera no sólo es una línea, es el sitio en el que surgen los identificadores de una cultura connotada por el límite; es al fin de cuentas la separación de dos espacios culturales. El término frontera es definido como la línea que marca el límite exterior del territorio determinante del ámbito espacial donde se ejerce la soberanía con exclusión de otros. En la frontera nos enfrentamos al concepto abstracto de Estado, noción que remite de inmediato al Antiguo Régimen y a esa idea de Estado ilustrado que pretendía instruir con su poder civilizador y educador, su mecenazgo y sus alianzas ideológicas o dogmáticas, y proyectar así su soberanía sobre un espacio-tiempo determinado; noción aún vigente que precisa de fronteras para cubrir la necesidad inevitable que surge inherente al propio crecimiento: el control. Si bien las fronteras son construcciones culturales, la última finalidad que persiguen es la generación de un referente que haga posible la comprensión diferencial de lo propio respecto al otro, por lo que vale la pena preguntarnos ¿qué función cumplen las fronteras? La frontera es un límite y también es una zona de flujo que denota realidades fácticas y metafóricas en constante experiencia con los referentes de exclusión, por lo que el sentido de lo fronterizo queda ceñido por la negociación y el pacto constantemente entre los códigos culturales que se enfrentan. Pero las fronteras han cambiado mucho desde 1536. En un pequeño poblado llamado Ixmiquilpan, México, se estableció la primera línea fronteriza de Occidente, los frailes agustinos que evangelizaron la zona, construyeron una portentosa cadena de conventos fortaleza para simbolizar las conquistas de la “civilización”. Los muros del templo fueron intervenidos con un singular programa mural, cuya unidad temática era la guerra, un concepto aprehendido, al menos visualmente, por elementos que provienen de un vocabulario visual amerindio: plumas, penachos, chimallis, cactlis, copillis, ichcahuipillis, vírgulas y una sin par paleta de color, elementos que se alternan, o mejor dicho, se hibridan con elementos mediterráneos: acantos, capiteles, granadas, centauros, hipocampos y criaturas fitomorfas. Es así que los tlacuilos, los viejos pintores indígenas, abrieron un lugar para una cosmogonía en construcción, permeada bajo un barniz delicado con olor a humanismo. Estas fascinantes imágenes, dentro de las que podemos observar un centauro calzando huaraches o un guerrero amerindio portando los mismos atributos que el Perseo mitológico, materializan una cuidadosa analogía que hizo de la imagen un corpus multilingüístico que afirmó con fuerza una identidad en permanente interpretación.
/// Imagen del Colectivo La Pocha Nostra
/// Un fresco del templo. Foto de David Pérez-Becerra.
La frontera no sólo es el espacio en el que una cultura ejerce su soberanía con exclusión de otras, sino que conlleva a un proceso de constante hibridación que tiene por fondo la construcción de una identidad, motivo de reflexión de la producción visual de Guillermo Gómez-Peña, un artista chicano que ha contribuido a los debates culturales en torno a la frontera durante casi treinta años; su obra es una mezcla de actuación estética experimental, política activista, ironía y spanglish que intentan cuestionar las identidades nacionales en el marco de la cultura de masa. Gómez-Peña produce en el marco de un “laboratorio conceptual”, que cuestiona de manera brutal la identidad y la otredad, como ocurre en la serie “El Mexterminator: antropología de un performancero postmexicano”, producción performática multimedia y fotográfica que nos invita a cruzar nuestra propia frontera y travestirnos en una mezcla de humor surreal y agudeza sagaz, entre representaciones
estereotipadas y racistas del chicano, una suerte de dioramas para un museo de identidades post-coloniales donde el dominante queda excluido en su propio territorio. ¿Cuál es la pertinencia de una práctica cultural como ésta? ¿Es acaso un precedente para la problemática antropológica de la frontera? Para Gómez-Peña, como para muchos migrantes latinos, lo que se podría llamar realidad fronteriza, the border line, no es más que espacio imaginario dentro del cual sus habitantes, los fronterizos, negocian una diversidad de conductas y sentidos coligados a la pertenencia de sus respectivas naciones o estados; así la parafernalia de los personajes del “Mexterminator” son fruto de las identidades efímeras e híbridas que se encuentran en proceso permanente de construcción. El chicano triunfa y luchará por mantener su hegemonía cultural para lograr un reconocimiento social negado por ambos espacios fronterizos. Por ello, el espectador se convierte
en un imperialista cultural que contempla la parodia de una cultura que considera propia, pero que es totalmente ajena a los dos lados de la frontera, una back and forth que parece estrecharse cada día más pues se vive “entre la espada del narco y la pared de la migra”. Si se acepta que “las identidades son inseparables de la memoria, porque las representaciones de la identidad son inseparables del sentimiento de continuidad a través del tiempo”, es posible afirmar que las áreas limítrofes no son lugares donde operen mecanismo de indiferencia; son, por el contrario, lugares de reacción indeleble de la memoria. Desde la construcción de imágenes en la frontera de Ixmiquilpan, hasta la serie de performances desarrollados por Gómez-Peña, son la respuesta a un mismo fenómeno: la búsqueda de pertenencia. La construcción de imágenes en la frontera, ya sea la trazada por el Tratado de Guadalupe-Hidalgo en 1848 o la del avance colonial novohispano en pleno siglo XVI, mantiene una característica constante: el diálogo a través de la producción de imágenes con discusiones específicas marcadas por lo local y lo global. Es posible tender una conexión entre “La Pocha Nostra” y los tlacuilos de Ixmiquilpan, pues ambos circunscriben su producción en torno a colectivos sociales en búsqueda de una identificación mediante la disquisición y la vida cotidiana de la frontera; ambos hacen de la imagen un mecanismo de recuperación cultural, de memoria e identidad de un grupo desplazado que puede ser la nobleza indomestiza o los chicanos desheredados. La función de quien habita la frontera es ser informante de realidades culturales ajenas, un sicario de identidades, un Perseo con AK-47 que vaga como símbolo de un mundo que pudo ser pero que no será jamás.
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Libros
La arqueología de los archivos [Comentarios al libro Antología documental sobre Alta Vista Chalchihuites, Vol. I] 6 Por Carlos Alberto Torreblanca Padilla*
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ecientemente apareció el libro denominado Antología documental sobre Alta Vista Chalchihuites, Vol. I, de la autoría de Baudelina Lydia García Uranga y José Humberto Medina González, coordinado por Lorena Mirambell Silva, y publicado por el INAH dentro de la colección arqueología, serie sumaria. Este texto cuenta con una introducción, compendio, estudio preliminar y compilación de varios documentos sobre la zona arqueológica de Alta Vista. Sus autores José Humberto Medina González y Baudelina García Uranga, me extendieron la invitación para que dentro del marco de la Feria Nacional del Libro celebrada en Zacatecas en el mes de mayo del presente año, pudiera hacer la respectiva presentación de tan magnífica obra. Al revisar el libro, recordé cuando en 1992, le ayudaba a Baudelina García, a quien conocemos como “Lina”, a montar aquella exposición sobre los 200 años de la arqueología en Mexico, en el ex templo de San Francisco, aquí en Zacatecas. En esa ocasión, esperábamos al Dr. John Charles Kelley quien impartiría una conferencia sobre Alta Vista. Al terminar su conferencia, el Dr. Kelley amablemente aceptó dar la visita guiada para explicar las piezas de la exposición. En ese entonces comentábamos Lina y yo sobre los escasos textos que existían sobre Alta Vista y lo difícil de conseguirlos en provincia. Con el paso de los años Lina se convirtió en una persona que trabajó con Kelley hasta heredar el proyecto y la responsabilidad de proteger, conservar e investigar Alta Vista, adquiriendo un conocimiento del sitio, sus materiales arqueológicos e investigadores que han trabajado en el lugar. Por otra parte, la presencia de José Humberto Medina González en Zacatecas, inicia con un viaje para conocer las famosas ruinas de La Quemada allá por 1995, y poder continuar su estudio sobre las antiguas calzadas de Cantona en Tlaxcala y Xochicalco en Morelos. Sin embargo, La Quemada así como el estado de Zacatecas con su historia y personajes, lo cautivaron al grado de que años más tarde se quedaría a residir en la ciudad de Zacatecas. En el año 2000 aparece la excelente tesis de Humberto Medina sobre las calzadas prehispánicas de La Quemada, texto obligatorio para quien se acerca a conocer este importante asentamiento prehispánico. Es aquí donde nos percatamos de la capacidad de Humberto en la consulta de archivos y recopilación de documentos de diversa índole para comprender los trabajo previos en un sitio. La mancuerna de Lina y Humberto inició con sus trabajos en Cruz de la Boca y Cerro Montehuma dando pronto excelentes resultados. En el 2010 aparece su obra A 100 años de su descubrimiento, Alta Vista, el cual también tuve la oportunidad de presentar. Esta obra es
/// Los autores durante la presentación.
el compendio más completo sobre los trabajos realizados en torno a la zona arqueológica de Alta Vista. En ella, sus autores no se limitan a señalar de manera cronológica los exploradores, investigadores y aportes realizados por cada uno de ellos, sino que es enriquecida con una novedosa propuesta interpretativa. Durante este proceso ambos investigadores lograron recopilar un basto acervo documental, el cual deciden recopilarlo y ponerlo al alcance de todos. Es así que surge este libro, Antología documental sobre Alta Vista Chalchihuites, Volumen 1, a través del cual los autores nos acercan, amablemente, a este importante corpus documental que se encontraba resguardado en varios archivos y bibliotecas de México y el extranjero. En él podemos encontrar los tradicionales informes arqueológicos o reportes de inspecciones, varios de ellos resguardos en el Archivo Técnico de la Coordinación Nacional de Arqueología del INAH, en la Ciudad de México. También se incluyen artículos de libros y revistas, algunos de publicaciones tradicionalmente
conocidas en el ámbito arqueológico, como los Anales del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología o Anales del Museo Nacional. Pero también aparecen otras publicaciones, uno no imaginaba que existieran textos afines a temas arqueológicos como “La Naturaleza: periódico científico de la Sociedad Mexicana de Historia Natural”. Situación similar sucede con los textos rescatados de periódicos, como son las noticias que aparecieron en el Demócrata de Zacatecas o El Monitor Republicano, demostrando lo valioso que resulta el explorar otras fuentes, en este caso la prensa escrita. Es digno de resaltar que se incluyen documentos poco comunes a los que los arqueólogos estamos acostumbrados a consultar, es decir, expedientes oficiales y correspondencia, todo lo anterior es una muestra de la acuciosidad en la búsqueda de información que caracteriza a estos investigadores. En otros términos, los autores no se limitarían a los textos tradicionales para la recopilación de la información, sino que fueron más allá, consultando archivos públicos y privados. Abro un breve espacio para
señalar y reconocer el gran trabajo que realizan José Humberto Medina González y Baudelina L. García Uranga, con el rescate, preservación, catalogación y puesta al servicio del usuario del archivo personal de John Charles Kelley. Retomando nuestro tema, constatamos en los documentos la visión que tenían de la región de Chalchihuites y sus antigüedades los cronistas novohispanos como Gonzalo de Segura, los frailes Antonio Tello y José de Arlegui, el bachiller Bartolomé Sáenz de Ontiveros o don Gregorio del Castillo, cubriendo el periodo del siglo XVI al XVIII. Después, para el siglo XIX aparece el explorador francés Edmond Guillemin Tarayre y una interesante etapa de personajes zacatecanos preocupados por su pasado prehispánico como lo son Carlos Fernández, Ramón Castañeda, Elías Amador, Oliverio Díaz, Buenaventura Ríos, hasta llegar con los inicios del descubrimiento de Alta Vista y la presencia de Genaro García y Manuel Gamio, así como el posterior enfrentamiento con don Leopoldo Batres. Todo ello sustentado con valiosos documentos como correspondencias y oficios entre los titulares de las dependencias, informes y reportes, así como los textos y publicaciones de esta intervención e inicio de la exploración en Alta Vista. Dentro del siglo XX encontramos los reportes de Buenaventura Ríos, José Reygadas Vértiz, Eduardo Noguera, Benali Salas, Agustín García Vega, John Graham, Agustín Delgado y Eduardo Corona Sanchez, quienes dejaron reportes de inspecciones con planos y fotografías así como algunas publicaciones. Los autores además incluyen datos biográficos de cada uno de los personajes que participaron y generaron toda esta documentación. Finalmente se da paso a los textos originales que son puestos al público interesado en el tema. Es con base a los documentos como podemos acercarnos al conocimiento de las antigüedades de Chalchihuites. Éste es el proceso de historiografiar la producción del conocimiento arqueológico e histórico, considerando que para entender a la arqueología, es necesario comprender su desarrollo histórico. En cada etapa se construyen ideas sobre el pasado, por lo cual, conocer cómo se generó esta concepción es indispensable para tener una visión que permita evaluar los avances y reconocer los temas pendientes. Agradezco a los autores por acercarnos los documentos de difícil acceso, todos ellos integrados en este primer volumen; quedamos en espera del segundo tomo, ya que como bien lo señalan sólo abarcan en este primer volumen los trabajos del siglo XVI hasta la década de 1960 del siglo XX; en el siguiente volumen sin duda alguna aparecerá el amplio aporte que nos dejará el Dr. John Charles Kelley y su equipo así como los trabajos recientes realizados por Baudelina García y Humberto Medina. *Centro INAH Zacatecas.
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El Templo de las Musas
6 Por Violeta Tavizón*
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ste año el Museo de Guadalupe celebra su Centenario. Manuel Pastrana fue nombrado como el primer director del Museo de Guadalupe y en 1919 su puesto fue ratificado a nivel federal por el presidente Venustiano Carranza. Es por ello que el Museo de Guadalupe estará vestido con sus mejores galas y siempre de fiesta durante 2017. Su equipo, consciente de que las generaciones van cambiando y atendiendo a las necesidades de los públicos más jóvenes, se está gestando una innovadora exposición que permitirá un diálogo entre el arte novohispanos, el libro del Génesis y el arte contemporáneo. Sorprender, invitar, crear una experiencia de visita diferente. John Dewey apunta que el arte es la más grande conquista espiritual en la historia de la humanidad y que la obra de arte sólo es completa si opera en la experiencia de otros distintos a su autor. Génesis: in principio, una mirada contemporánea, propone entablar un diálogo estético entre el arte novohispano -creado como un medio de persuasión pedagógica- y el arte contemporáneo con interpretaciones y expresiones individuales del artista. Esta muestra que se inaugurará el próximo 30 de junio del presente año en la sala de Exposiciones Temporales del Museo de Guadalupe, da la bienvenida a miradas polifónicas y fomenta las políticas de diálogo entre el museo y los contextos culturales, siglo XVIII vs. siglo XXI. La idea del proyecto surgido por la asociación “Amigos por la cultura” se gestó tomando como referencia 2013, cuando el cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo para la Cultura del Vaticano, propuso que la 55º Bienal de Arte de Venecia dispusiera un pabellón para la sede pontificia. El cardenal expuso que el objetivo de esta exhibición era: “Que la Iglesia estimulara el diálogo con la cultura contemporánea”. De ahí que el Vaticano lanzó una convocatoria a tres artistas: un colectivo llamado Studio Azzurro, el fotógrafo Josef
Koudelka y Lawrence Carroll quien colaboró con obras de arte conceptual. Sin importar la religión o fe que cada uno de ellos tenía, la sede pontificia sólo les pidió que su creación fuera el resultado de la inspiración a partir del primer libro de las Sagradas Escrituras, el Génesis. La muestra se dividió en tres núcleos temáticos: Creation (Creación). El origen y el caos. Uncreation (De-Creación). El pecado original y Caín y Abel. Re-creation (Re-Creación). El diluvio universal y la alianza con Dios. Retomando este ejemplo, “Amigos por la cultura” buscaba en no-
viembre del año pasado una sede que acogiera el proyecto, que proponía convocar a más de cincuenta artistas de Zacatecas y de otras partes de nuestro país, para que hicieran una reinterpretación del primer libro de las Sagradas Escrituras. Dándole un gran peso al relato y a partir de los versículos del Génesis que se le entregaron a cada artista, las obras quedan profundamente conectadas entre sí, convirtiéndose todas ellas en propuestas alegóricas y metafóricas. Los sesenta y dos participantes pusieron sobre la mesa un pasado bíblico para resignificarlo en otra cosa, sirviéndose de cualquier técnica o corriente en un estrecho o infinito espacio de cuarenta por cuarenta centímetros. La exposición, al igual que el
pabellón del Vaticano en 2013, se divide en tres núcleos temáticos: Creación, De-creación y Recreación; y el equipo del Museo de Guadalupe ha buscado exhibirlo además de una manera innovadora, con una curaduría y un montaje museográfico inesperado para el público y que busca dialogar diametralmente entre el arte contemporáneo y el virreinal. El arte contemporáneo reúne una compleja mezcla de historia y objetos históricos reconsiderados y reinterpretados liberados de formalidades estéticas en donde todo está permitido. Los objetos de pronto parecerán desordenados o eclécticos, sin embargo los sesenta y dos artistas se han dado a la tarea de alimentarse metafóricamente del pasado bíblico para transfigurarlo en otra cosa mezclada y yuxtapuesta. Los artistas participantes serán en orden de aparición por versículo interpretado: Thomas Ghislaine, Gabriela Suárez del Real, Javier Malo, Knut Pani, Rosario Guajardo, Ignacio Vera Ponce, Georgina Quintana, Laura Quintanilla, Leticia Zubillaga, Diego Montoya, Omar Lemus, Blanca Rivera Río, Inés Cusi, Nicola Parente, Emilio Carrasco, Enrique Barajas Pro, Ulises Saucedo, Sandra Pani, Javier Díaz Riva Palacio, José Luis Malo, Pedro Valtierra, Jesús Reyes Cordero, Efrén Caldera, Alberto García Nava, Ana Acevedo, José Manuel Enciso, Alfonso López Monreal, Alejandro Madrueño, Gabriela Rodríguez, Gerardo Azcúnaga, Juan Carlos Villegas, César Rangel, Imuris Ramos, Arturo Sezmer, Ismael Guardado, Rafael Ordóñez, Manuel Dena, Chantal Meza, Carlos Barragán, Sara Goaër, Georgina Gómez, Carmen Parra, Luis Carrera-Maul, Gerardo Barrios, Luis Argudín, Javier Cortés, Eduardo Santana, Susana Salinas, Diego Arellano, Lorena Rodríguez Santoyo, Lydia Lozano, Eric Nava, Sergio Mayorga, Claudia Lorena Alvarado Delgado, Juan Luis Padilla, Rogelio Aguilar Bosé, Sara Terrazas, Carlos Alberto Sánchez, Héctor Salazar, Miguel Ángel Díaz Becerra, Fernando Candber y Lisandro Baltazar. *Curadora.
Arte
Génesis: in principio. Una mirada contemporánea
Premio Iberoamericano Ramón López Velarde
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Elva Macías: poemas para el alhajero* 6 Por Marco Antonio Campos
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n 2002 Elva Macías publicó su poesía reunida con el título Mirador. El título es correcto: desde la altura simbólica de una montaña o de un edificio, como un testigo innumerable, la mujer que escribe mira en todos los sitios lo que pasa en la vida y en las vidas y se mira a sí misma. Mirador reúne los siguientes libros: Círculo del sueño (1973), Imagen y semejanza (1982), Lejos de la memoria (1989) y Ciudad contra el cielo (1993). Después el FCE le publicó Imperio móvil. Mal leída o no leída, injustamente preterida o marginada, la de Elva es, no me cabe ninguna duda, una de las más bellas voces del conjunto oral de poesía mexicana de las últimas décadas. Nacidas con una diferencia de tres años, Gloria Gervitz (1943), Elva Macías (1944) y Elsa Cross (1946) forman una notable tríada generacional femenina que no recuerdo una igual historia de la poesía mexicana. Mientras la obra de las dos primeras es breve y concentrada y da la impresión de que su obra es un solo libro con cuidadosas variaciones, la de Elsa Cross parece un río que se desborda y se ramifica múltiplemente. Asentadas en México, las tres han mirado, además de la realidad mexicana, a otras tradiciones que no son referente muy común en la poesía mexicana. Gloria profundiza su pasado familiar judío, y más precisamente ashkenazy; Elva mira en especial hacia la realidad china, sin excluir trazos japoneses y rusos, y Elsa hacia la tradición hindú. Elva vivió un año en Pekín, ha regresado brevemente un par de veces, pero por sus poemas de la impresión de haber permanecido mucho tiempo. Parte de
/// Fotografías: Pascual Borzelli Iglesias
su labor –imaginamos- podría guardarse dentro de una arquilla de marfil oriental. La levísima y exacta música de sus versos se oye como el sonido de la seda entre los dedos o el andar del insecto sobre la hierba. Lejos de esas gárrulas en las que uno debe estar abriendo continuamente la maleza para encontrar un bello árbol, un poema de Elva obliga al siguiente que a su vez ilumina el anterior. Contenidos, concentrados, los versos parecen hojas en las ramas, que, pese a su fragilidad, no podrá llevárselas la ráfaga del viento. Salvo raros instantes, Elva nunca se rebaja a la trivialidad o los juegos de palabras sin vida, tan
abundantes en el siglo que nos dejó, y las flechas disparadas de su arco suelen dar en el corazón del ave. El pretexto de que nuestra tradición poética “peca de solemne” ha llevado a buen número de poetas mexicanos a no tomarse en serio, y, con sus debidas excepciones, los ha hecho caer en divertimentos que de tan ligeros se los lleva el viento o de tan procaces terminan en el lodo. En los versos de Elva Macías todo es suave: la paz, la dulzura, la tristeza, la dicha, y aun, en su paulatina destrucción, las ciudades, el paisaje, los cuerpos… Como en López Velarde, muy de otra manera que López Velarde, asoma
en sus versos la leve llama azul del deseo, los deseos ocultos, la respiración del deseo. Adán y Eva no sienten nostalgia del jardín porque el paraíso verdadero sólo es dable conocerlo cuando se ha vivido la transgresión al probarse la manzana prohibida. Leamos esta insinuante miniatura: Camino hasta la huerta y olvido que ayer alguien limpió mi cuerpo de insectos y de hierbas. O ésta, no menos incitante, de “Ciudad prohibida”:
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La seda púrpura del palio bulle con el viento: incendio del cielo en la tierra. Y yo me esparzo como la ceniza por ti. Hay una palabra que Elva Macías suele repetir a lo largo de su obra: trazo. Muchas de sus piezas líricas parecen eso, trazos, pero trazos realizados de una sola vez en punta de plata por un dibujante japonés. En sus poemas hay pasajes asiático, la presencia del sureste mexicano (ciudades mayas, pueblos, aldeas, ríos, cerros), escenas de costumbres, la recreación de cuentos de niños y de pasajes bíblicos, la cercanía y la desaparición del padre patriarcal, los recuerdos del novio antiguo que murió demasiado joven… Si entendemos femenino en un sentido tradicional, como delicadeza y cortesía, ninguna obra de las poetas mexicanas del siglo XX me parece más femenina, en especial en sus piezas breves o brevísimas. En muchas de esas piezas líricas se atestigua cómo las cosas del mundo enmohecen, se corroen, se debilitan, caducan, desaparecen. Hemos hablado de la doble tradición de Elva: la asiática y la mexicana, o más precisamente, del sureste mexicano. Ya en su libro Lejos de la memoria nos había entregado levedades donde la concisión no arrebataba el aliento lírico, como en “Río Tulijá”, donde las aguas ondulantes del río se confunden con la visualidad del movimiento de los colores deslumbrantes del plumaje del ave:
En medio de la selva azul verde agua azul arrastra un pavorreal su cola de agua. Pero quizá donde se muestre más su compromiso con Chiapas, su región natal, sea en el libro Imperio móvil. Nunca se menciona el nombre Chiapas, pero sabemos siempre, en una lectura simbólica, pero no por eso menos dolorosa y terrible, que está siempre entre o detrás de los versos. Es un libro que no se explica sin los hechos acaecidos en Chiapas desde el estallido de la rebelión zapatista el 1 de enero de 1994 en San Cristóbal de las Casas, que tenía como objetivo la reivindicación de las causas campesina e indígena y un terminante NO al Tratado del Libre Comercio de Norteamérica y a la contrarreforma agraria del ex presidente Carlos Salinas de Gortari. La rebelión estalló emblemática y a la vez calculadamente el día del inicio del TLC. En Imperio móvil se mira la llaga de Chiapas, pero también, de manera figurada, las guerras, guerrillas, rebeliones que acaecieron antes y ocurrirán después en cualquier región o país. Es un libro que se ramifica en sus contenidos en múltiples lecturas. En la lucha cainita, nos hace ver la autora, todos resultan perdedores. El dolor que siente es por nosotros, es decir, los hermanos que se niegan entre ellos y se aniquilan mutuamente. En los versos la llaga se muestra, pero no se ahonda en ella para no acabar desangrándose.
/// Marco Antonio Campos.
Las lágrimas se contienen a fin de que el drama no termine en melodrama. La realidad chiapaneca o realidades semejantes se leen como ese lienzo al revés del imaginativo poema que da título también a una sección del libro: de un lado, el visible, “refleja lo que sucede a diario”; el revés, “o que realmente acontece”. Los habitantes del lugar se sienten acechados y todo es amenazante. Hábilmente la autora hace ver una guerra sin fechas, donde ocurren invasiones engañosas o batallas navales que se reanudan año con año y nadie sabe lo que conmemoran. En otra pieza lírica “Zona de desastre”, que en algo recuerda los poemas simbólicos de Borges y Herbert, una gota de tinta que cae en el mapa se convierte en un lago y luego se produce una inundación que borra casas, sembradíos, familiares, animales. Poemas como construcciones imaginarias que se parecen al sueño. Desde el primer poema del libro, “Paso de aves”, se anuncia un libro de contenidos estremecedores. Desde el título mismo sugiere ya a lo triste de lo que pasó en esas tierras y algo de lo que ya se fue. Los ojos de las aves parecen ser los ojos de la autora que han contemplado la aniquilación de los hombres y la pérdida del reino. Las últimas cinco líneas no dejan de oprimir el corazón: El crepitar de hoja tras hoja provee alimentos sueños y amenazas
Y a nosotros ¿en qué cielo nos tocará morir? En otro poema, “Invasión de alas”, las aves no vuelan, sino apenas dan pequeños saltos sobre los adoquines. Son una presencia que “oscurecen la plaza como papeles quemados”. Vigilan ominosamente desde los quicios. “La gente / resignada ante la invasión / ha empezado a buscar / sus mejores granos para alimentarlas”. Quizá el mejor poema del libro, o quizá de la obra de Elva Macías, sea “El reino de nunca acabar”. Si queda una memoria en la región es la del fuego: una guerra prepara a otra. Los guerreros se suceden como las generaciones de las hojas. “Nuestros animales tutelares: / tapires jaguares y aves de rapiña / ensimismados en sus ritos / parecen sacerdotes”. La región se ha vuelto una alineación infinita de lápidas donde se lee en cada una un nombre distinto. Hay “en cada hombre –dice al final del poema- una muerte que vengar”. Elva Macías Grajales nació en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, pero su verdadero entorno fue el de Villa de Flores, población que fundó su bisabuelo el coronel Julián Grajales. Su poesía es el regalo más delicado que nos ha dado como saludo a sus lectores en el adiós de los años. * Elva Macías recibió el pasado jueves 15 de junio el Premio Iberoamericano Ramón López Velarde en la ciudad de Jerez, Zacatecas.
Premio Iberoamericano Ramón López Velarde
/// Elva Macías recibió en Zacatecas el Premio Iberomericano Ramón López Velarde 2017.
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LA GUALDRA NO. 298
Espacios para la lectura Promoción de la Lectura
6 Por Eduardo Campech Miranda
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n algún estado del país una mediadora de lectura decía que la Encuesta Nacional de Lectura es una serie de datos inventados. Su suspicacia se fundamentaba en un dato: los títulos leídos por los mexicanos. En particular se refirió a la Biblia. Dicho texto es uno de los mencionados dentro de la encuesta. A esta chica le llamaba la atención que “nunca había visto a una persona leyéndola”. La Biblia, leída bajo el paradigma del dogma y doctrina religiosos tiene en los templos, los grupos de oración y los hogares de los propios creyentes, los espacios mayoritarios de lectura. ¿Tiene la lectura un espacio idóneo en función del texto, del soporte y del propósito? Sí. Pero no el mismo, éste variará de acuerdo a cada lector. Cada uno de nosotros busca el entorno adecuado para sus lecturas. Así hay quienes acuden a las bibliotecas o cafés para encontrar la tranquilidad ausente en los hogares, otros prefieren la cama, la sala, el estudio, la terraza, el jardín, siempre arropados
por la casa; hay quienes leen en el transporte público, en las plazas, plazuelas, parques; otros más en las oficinas, trabajos, escuelas. El mundo es un espacio para leer. Leer en el baño fue uno de los placeres que cultivé durante años. Al confesarlo en alguna capacitación, una bibliotecaria expreso
un sonoro “¡Guácala!”, acoté que mi expresión era una confesión, no invitación. Ahondando en mis palabras de ese momento diré que el género predilecto era la narrativa. Alguna ocasión intenté leer poesía. Realmente fue complicado. Tampoco concibo, en mi persona, descifrar filosofía o economía. El sani-
tario ha sido, según Alberto Manguel, un espacio recurrente para disfrutar de la lectura: En la Vida de San Gregorio del siglo XIII se describe el baño como “un lugar retirado donde pueden leerse tablillas sin interrupciones”. Henry Miller estaba de acuerdo: “Mis mejores lecturas las he hecho en el baño”, confesó una vez. “Hay pasajes del Ulises que sólo se pueden leer en el inodoro, si se le quiere extraer el sabor al contenido”. De hecho, el cuartito “destinado a un uso muy especial y muy vulgar” era, para Marcel Proust, el sitio “para todas mis ocupaciones que requieren una soledad sacrosanta: la lectura, las ensoñaciones, las lágrimas y el placer sensual”. Hace unos días un joven compartía su encanto por una media barda ubicada en alguna institución de educación superior. La barda no es ya cualquiera, sino su barda, la que lo recibe en las horas de lectura. De la misma manera que este joven, diseñamos, respetamos rituales: la luz, la ventilación, una bebida, marcatextos, música, una postura corporal, una compañía. En resumen, creamos nuestros espacios para la lectura.
El Picaporte ¿Cuerdas “bucales” o “vocales”? 6 Por Simitrio Quezada
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recuentemente se cae en la duda de si lo correcto es “bucales” o “vocales” al referirse al aparato fonador en nuestro cuerpo. “Debe ser bucal porque
6 Por Humberto Mayorga Teyes
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l susurro del disparo me arrulla. Cierro casi todas las llaves de mi casa, me voy por un tiempo. Que no se escape nada, que nadie entre. Antes de poner candado a la puerta que conduce hacia la calle, me detengo a contemplar las paredes. Existen descuidos. La temporada de florecitas están por nacer y todavía las ventanas visten adornos navideños ¡Al carajo las costumbres religiosas y apegos malsanos! Me retiro de prisa. Un leve dolor en el lado izquierdo de mi pecho me jala y no puedo cruzar la calle. El rápido latido de mi corazón me obliga a regresar por la última pastilla que dejé sobre la mesa humedecida de vino derramado. Volteo hacia el jardín ¿qué será del perro sin mí? Lo veo echarse maromas en el pasto todavía amarillento mientras la vecina lo ve con ternura. Quiero morir un poco más. Casi a rastras regreso y abro los candados. Entro. Me causan náuseas los desperdicios de la última cena. La cera de las velas alcanzó a maltratar la madera. Apesta a cigarrillo. Tomo la pastilla y la coloco bajo la lengua. Apenas si puedo tragarla. No hay saliva que pueda humedecer
está en la boca”, dicen unos. “Debe ser vocal porque tiene que ver con la voz”, replican otros. Lo correcto es, en efecto, “vocal”, palabra derivada de voz. “Bucal” se refiere más a la boca, entendiendo ésta como el conjunto de labios, dientes, encías, lengua y
hasta paladar. Lo “vocal”, en cambio, reside en la garganta, donde están precisamente las cuerdas que comentamos. Existe, claro, quien ha insistido en que se dice “cuerdas bucales” porque “vocales” les suena menos culto. A esos seudopuristas hay que aclararles, en todo caso, que
Regresión
/// El pintor duranguense Adolfo Torres Cabral, El Diablo, falleció este 17 de junio, así lo recordamos en La Gualdra. Foto de la Revista La Otra.
las cuerdas bucales son aquéllas con las que pueden sellarles los labios. Envíe comentarios y demás inquietudes a: siquezada@hotmail.com
mis labios. Es más fuerte la resaca emocional que cualquier otra de las muchas que he vivido desde aquella noche. Me culpo, te culpo. Maldigo a tu Dios. Observo las paredes, mi vista se dirige por la escalera. Algunas arañas juguetean en los rincones construyendo su futuro. Se burlan. Logran que las odie pero las dejo continuar el trayecto de los nuevos puentes que las llevarán por todo lo que fue mío, nuestro. Subo la escalera. La pastilla no hace efecto y el dolor no termina por largarse. Me cuesta poner los pies en los escalones que llevan hasta mi habitación, llego, la cierro. Que nada entre. Me aseguro de que ni un rayo de sol interrumpa el sueño. Sigo el paso a mi cama. El dolor se va disolviendo junto a una tos infernal debido al olor a gas. Qué descuido. Decido dejar todo en su lugar, que nadie entre. Que nada de afuera se quede, que nada de aquí se vaya. Voy desvistiendo el nido, me dejo caer. La habitación se vuelve helada. Debe ser el último viento fresco de invierno. La pared. Allí sigue la mancha roja. No puedo evitar un sobresalto cuando la imagen de unos ojos entreabiertos me suplica perdón. Me arrulla el recuerdo de aquel disparo que dio fin al dolor. Me obligó. Ella terminó por matarnos a los dos.
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Desayuno en Tiffany’s, mon ku Los Perros, la película de Marcela Said 6 Por Carlos Belmonte Grey
6 Por Selene Salas Sánchez
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secreta de Augusto Pinochet). El encuentro y la pasión la llevarán a investigar su pasado y su vida presente. Hasta aquí la sinopsis para no develar más de la gracia de la historia. Parecería ser tan solo una historia más de memoria de la dictadura ficcionalizada en una especie de pseudo-compromiso social, pero entonces, ¿cuál es la particularidad de Los Perros que la llevó a Cannes? La película está basada en la historia verdadera del coronel Juan Morales Salgado quien fue profesor de equitación de Said durante dos años y que estaba esperando su condena por su participación en la DINA. Said recuperó también parte de la historia de su documental El mocito (2011) para plantearse, en la ficción, una situación distinta. Dos elementos bañan la película: Por un lado la reivindicación de género, en palabras de Said, “de un personaje que navega
de una manera extraña, sortea obstáculos, coquetea… de utilizar su cuerpo, de traicionar o no a su clase. Una voluntad de insolencia y de hacer lo que quiere como puede. Sabiendo que no es una heroína”. Por otro, la osadía de mostrar un coronel de la DINA en un personaje encantador: “mis amigas, de un medio burgués, me criticaban, cómo era posible que tomara clases con él. Pero ellas no pensaban que sus padres fueron ministros durante Pinochet […] Los civiles que se lavaron las manos, se aprovecharon durante la dictadura, apoyaron y financiaron, y sabían lo que pasaba, y hoy en día están libres de polvo y paja. Por eso la película juega con los matices, el padre y el coronel son personajes encantadores. Pero el padre que también hizo cosas nunca le va a pasar nada y está sobre la ley”. Este último elemento es la peculiaridad de Los Perros: poner en el foco la burguesía de de-
/// Marcela Said, directora de Los Perros
rechas postpinochetista. Se habla de dictadura y se menciona a Pinochet, sí, pero no con el afán de recrearlos sino que se trata de exponer el Chile del 2016. Traspasado a México, me planteo lo siguiente y lo dejo para su reflexión: ¿cuál sería el ejercicio de reflexión sobre la memoria viva, ficcionalizar la postrevolución, el postpriismo, el postpanismo?
Caifanes o la música como retrato del instante Música
a música es, al mismo tiempo, referente generacional, testigo de una época y retrato del instante. Es, también, reflejo de un contexto social determinado y el mensaje que difunden miles de voces, que encuentran en ciertos grupos y canciones el vehículo ideal para proyectar su pensamiento y su forma de ver el mundo. Algo así sucede con varias bandas icónicas del rock latinoamericano que, sin importar el transcurrir de los años, aún continúan generando la misma música, pero ahora con una energía e ímpetu capaces de acortar las brechas generacionales y derribar las murallas ideológicas. Caifanes es un claro ejemplo de esto. Sobre todo para quienes nacimos en la última etapa de los años 70 en México y que atestiguamos la aniquilación de la clase media en los 80, económicamente a manos del gobierno y mentalmente por parte de las televisoras coludidas con el poder. A treinta años de haberse formado, la banda liderada por Saúl Hernández pisó de nueva cuenta el suelo zacatecano como parte de su gira de aniversario y para celebrar, también, un cuarto de siglo de la aparición de El Silencio, uno de los discos más emblemáticos para Caifanes y la generación a la que pertenezco. Fue como si ese 1992 (cuando se presentaron con dicho álbum en la plaza de toros Monumental Zacatecas en mancuerna con otra banda también emblemática del rock nacional
Cine
P
or fin, a casi dos semanas de que terminó el 70 Festival de Cannes y de reiterados recordatorios de la jefa de La Gualdra, Jánea Estrada, nos pudimos dar a la tarea de comentarles la nueva película de la chilena Marcela Said, proyectada dentro de la Semana de la Crítica, Los Perros. No lo hicimos en su momento, primero porque tuvimos que esperar tres días para la entrevista con Marcela Said y segundo porque para ese momento teníamos que dar actualidad a las cintas en Competición y acontecimientos del día. Los Perros está estelarizada por actores que han hecho carrera al lado del realizador chileno Pablo Larraín, Antonio Zegers y Alfredo Castro. Además, la cinta está producida por Jirafa, una compañía comprometida con el cine social contemporáneo de Chile con cintas como El verano de los peces voladores (2013) de Said y El Cristo ciego (2016) de Christopher Murray, por citar algunas producciones. La película cuenta la historia de una mujer burguesa hija de un rico empresario chileno y casada con un argentino exiliado de las dictaduras de su propio país. Ella empieza a tomar clases de equitación en un centro ecuestre que tiene por profesor a un viejo coronel de la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional, la policía
La Maldita Vecindad y los Hijos del 5º. Patio) se hubiera recreado en este 2017. El pasado 10 de junio, el Multiforo vibró cuando sonaron cortes convertidos en verdaderos clásicos como: “Miércoles de ceniza”, “No dejes que”, “La célula que explota”, “Nubes” y “Viento”. Canciones que sirvieron para unir, por lo menos a tres generaciones de zacatecanos que han encontrado en el rock el lenguaje ideal para comunicarse sin que choquen las
ideas. Esa noche, sin importar los más de veintinueve grados de calor inusual, que envolvían la primavera en Zacatecas, un concierto de Caifanes, sirvió para que miles de personas comprobáramos nuevamente que la música es una de las expresiones más fuertes y puras de la emoción humana; a lo mejor cliché, pero también nos dimos cuenta que sigue siendo el lenguaje universal.
Si en 1992 las letras de las canciones de Caifanes sonaban poéticas y hasta con tintes de metafísica; ahora nos recuerdan que fueron (y son) retratos del instante. Retratos de un país que en aquella década (y ahora) hacía todo lo posible por sobreponerse a su propia debacle, porque al final (y al principio), la música siempre salva y en eso estamos de acuerdo con Nietzsche cuando dijo que vivir sin ella es (y será) vivir en el error.
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LA GUALDRA NO. 298
Voraz, de Julia Ducournau Cine
6 Por Adolfo Nuñez J.
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no de los principales problemas cuando se lanza una película que es muy esperada, es que a raíz de una errónea publicidad o de comentarios relacionados con la naturaleza de la misma se genera cierta idea errónea por parte de la audiencia, cuyas expectativas al encontrarse hasta el tope son incapaces de llenarse. En el caso de Voraz (Raw), ópera prima de Julia Ducournau se hablaba de una película no apta para los de estómago delicado, al existir afirmaciones de que al ser proyectada en Cannes y Toronto hubo personas que ocuparon asistencia médica, debido a la naturaleza gráfica de algunas secuencias que contenía la cinta. Sin embargo, a pesar de en efecto haber algunas secuencias que pueden incomodar a más de una persona, el valor de la película no deber recaer en el morbo colectivo como resultado de una publicidad mal fundamentada, si no al tratarse de un ejercicio fílmico lleno de energía y potencia visceral, cuyas imágenes, con sangre o ausencia de la misma son altamente poderosas y reflejan tras la cámara el gran talento de Ducournau como directora. En la película conocemos a Justine (Garance Marillier) una chica de 16 años quien proviene de una familia donde todos son estrictamente vegetarianos. Al ingresar a la facultad de veterinaria, en sus primeros días Justine es obligada a comer carne cruda, como parte de su iniciación por los ya veteranos estudiantes de dicho plantel, y es especialmente presionada por su hermana Alexia (Ella Rumpf) para llevar dicho acto a cabo.
Al pasar de los días Justine comienza a notar cambios en su cuerpo y en su personalidad, que reflejan una naturaleza que encuentra aterradora, así como un hambre que no puede controlar y que sólo se logra saciar al ingerir carne humana.
AGENDA CULTURAL JUNIO 2017 SÁBADO 24 / 19:00 horas Temporada de Conciertos 2016 Orquesta de Cámara del Estado de Zacatecas Dir. Arturo García Cuéllar Auditorio del Museo de Arte Abstracto “Manuel Felguérez” Admisión $50.00 SÁBADO 24 / 19:00 horas Sábados en la Cultura Mariachi “Los Reyes de Zacatecas” Escalinatas del Antiguo
Templo de San Agustín y Plazuela Miguel Auza SÁBADO 24 / 21:00 horas Restauración Virtual del Antiguo Templo de San Agustín LUNES 26 / 19:00 horas Danza clásica, contemporánea y tap Danza para todos Danzac Dir. Georgina Ávila Dueñas Teatro Fernando Calderón Entrada libre
En el cine de horror las películas más memorables han sido en las cuales la historia representa una idea, que alejada de la ficción, es el reflejo de temas que se encuentran muy aterrizados en nuestra realidad. Dentro de todas las lecturas que se
le pueden dar a la cinta, la más clara es la metáfora al despertar sexual de su protagonista, pero también se encuentra la idea de la burbuja que es creada en la institución familiar, que al prohibir el uso de cierta sustancia o práctica (en este caso, en no ingerir carne) lejos de ayudar, perjudica a los jóvenes al encontrarse en contacto directo con éstas y no saber cómo reaccionar ante ellas. Inconscientemente también dicho acercamiento es llevado a cabo como un acto de rebeldía ante la autoridad, así como la integración a un grupo social. Como tal, en Justine y el acercamiento a su feminidad y nuevas experiencias se moldea su carácter, de manera individual, y de manera universal demuestra los instintos que todos llevamos dentro y que a veces no podemos controlar. En ese sentido, Voraz carga con mensajes actuales y necesarios al desarrollarse en contextos juveniles con los que todos nos logramos identificar, en mayor o menor medida, al momento de definir nuestra personalidad, y en los límites físicos a los que llevamos nuestro cuerpo; por ejemplo, al estar en contacto con el alcohol o al tener relaciones sexuales (ambos temas también abordados con una enorme sutileza en la cinta) y que no necesariamente tienen que ver con comer carne humana. Con un impresionante dinamismo, Voraz es una experiencia intensa y un banquete de secuencias memorables, las cuales resonarán en la mente de muchos después de haberla visto, al estar directamente relacionadas con la humanidad y los impulsos que la película plantea y que todos poseemos.
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Notas al margen
6 Por José Agustín Solórzano
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ace más de un año visité, junto con B, un bazar de antigüedades en el centro de Morelia. Nos gusta, como supongo casi a todos, entrar a esos sitios donde podemos, con una mezcla de placer ocioso y morbo inocente, echar un vistazo a las cosas viejas; porque éstas hablan, han obtenido la sabiduría que siempre le achacamos a lo antiguo, y desde aquellos objetos inutilizables nosotros, jóvenes en este mundo, podemos ver un algo que nos hipnotiza y nos seduce. El caso es que de la contemplación a la compra de lo contemplado hay siempre una línea que raramente se cruza; primero, porque esas reliquias suelen ser caras e inaccesibles a la mayoría de los paseantes y, segundo, porque realmente son pocas las cosas de ese tipo que tienen una utilidad real en nuestro mundo contemporáneo. Seamos sinceros y pongamos por caso, no sé, una bandeja vintage de Coca Cola, o un reloj de esos antiguos con un enorme péndulo dorado; aunque ambos objetos sigan teniendo una función (sostener los platos del almuerzo y marcar la hora), su utilidad se ve opacada por su carácter ornamental, ya que bien cualquier bandeja actual pudiera cumplir la misma función que la de Coca Cola de los 60’s, y así cualquier celular puede dar la hora con mayor precisión que aquel reloj sobrevalorado. ¿Pero por qué sobrevalorado? ¿Realmente valuamos en exceso el pasado? Sería estúpido dar valor a las cosas sólo por su utilidad. ¡Imposible! El mundo no funciona así y las cosas valen tanto por su funcionalidad como por muchos otros factores, como el ornamental, el sentimental, el del estatus quo, etc. Pero no nos vayamos por las ramas, ni somos filósofos, ni antropólogos y mucho menos economistas; más bien unos paseantes que miraban aquellos objetos mágicos y avejentados que se ofertaban por cantidades estratosféricas que seguro no costaban ni en sus años mozos. Salíamos del bazar con las manos tan vacías como las teníamos al entrar cuando el encargado del local nos despidió con una pregunta que mostraba ya su indignación: “¿No se llevan nada?”, “No, gracias”, contestamos. “Ah, porque éste no es un museo, eh. Las cosas se venden”. B estuvo a punto de lanzarle una mentada de madre
que en aquel mausoleo hubiera sonado atemporal, pero yo la adelanté a la puerta, ignorando al indignado vendedor que se negaba a convertirse en guardia de museo. Desde aquella ocasión hemos tenido cuidado al adentrarnos a este tipo de lugares, si decidimos hacerlo siempre preguntamos por el precio de dos o tres objetos, de los más caros por supuesto, luego nos miramos pensativos –lo hemos aprendido viendo El precio de la historia y programas similares- y al final nos decimos que habría que ver el espacio del estudio o de la sala, dependiendo del objeto, antes de agradecer con una enorme sonrisa y salir charlando sobre lo maravilloso que era aquel sitio, siempre suficientemente fuerte para ser escuchados y no tan alto que parezcamos un par de actores de televisión nacional. En fin que no hemos podido evadir del todo nuestra afición por contemplar el inútil pero seductor pasado que se deja ver tras las estanterías y las vitrinas de los bazares y, ¡claro!, de las librerías de usado. Hace una semana fuimos a la Ciudad de México a presentar un libro. El evento sería en la Condesa así que dimos una vuelta por los alrededores para visitar El Péndulo, pues habíamos oído que tenía una gran variedad de libros y, como a todo lector provinciano, aquello nos emocionó. Cerca de aquella librería comercial hay otra, pequeña, que ostenta en su entrada la leyenda de: “Libros raros y primeras ediciones”. Entramos también a ésta, desde que pusimos un pie ahí sentimos aquella solemnidad que ya conocíamos desde nuestra visita el año pasado al bazar-nomuseo del que
nos corrieron por contempladores sin dinero. Nos volteamos a ver y supimos en seguida que debíamos ir con cuidado. Saludamos al vendedor, un tipo de unos cincuenta años, serio, que apenas y volteó a vernos. Luego recorrimos las estanterías con calma y revisando con la esperanza -¡se los juro!- de encontrar un libro que nos complaciera y poder salir de ahí con al menos un ejemplar en la mano. Pero no, las primeras ediciones que presumían en la entrada debían estar bajo llave o resguardadas cerca del cancerbero que fungía de vendedor, porque lo único que encontramos fueron libros viejos, eso sí, interesantes y rara vez conseguibles en Morelia –de donde somos-, ¡pero carísimos! Algunos más caros que en El Péndulo, donde podías encontrar una edición un poco más nueva y a mejor precio. Vi unos Stanislaw Lem de los 70 que ya estaban por deshojarse. Costaban más de 300 pesos, mientras que en la librería comercial los encontrabas, en una reciente y mejor edición, a 500, pero ¡vamos!, durarían más de una lectura sin terminar como baraja. No mencionaré todas las “joyitas” que vimos, pero aquel sitio no era ni de cerca un lugar para coleccionistas –al menos no si como nosotros ibas a pie y revisabas los estantes visibles-. Más bien se trataba de un sitio que vendía lo viejo, per se, como algo valioso. Una edición del Ulises, de Joyce, vale si es la primera edición de origen, y no la primera que publicó equis traductor en una colección que se vendía en puestos de periódicos en México. Sobra decir que al despedirnos el librero ni siquiera nos regresó el saludo y permaneció con la cara de pocos ami-
gos que ya tenía cuando llegamos. En ningún momento nos preguntó si buscábamos algo o intentó convencernos, cuando nosotros nos mostrábamos interesados por algún ejemplar, de que éste valía la pena. ¿Por qué no quería vender el librero? Razones hay muchas y no es la primera vez que nos pasa algo parecido. En Morelia también hay una librería que se llama, irónicamente, La Luz, pero a la que cuando entras sólo encuentras oscuridad. Los ejemplares son, en más de la mitad de los que se alcanzan a observar, basura; otros, aunque útiles todavía, se venden a precios que no tienen sentido y superan muchas veces a las nuevas ediciones. Estos libreros no son vendedores de libros sino obsesos acumuladores de papeles que suponen sagrados sólo por ser viejos. En algún momento de su vida se olvidaron que atendían negocios, empezaron a ver su librería como un templo al que no cualquiera podía acceder y en el que quien entrara debía avalar su hidalguía con credenciales absurdas, como pagar cantidades exorbitantes por ejemplares desvencijados o creer, como ellos, que los libros son una especie de espada Excálibur que elige a su caballero andante por méritos divinos. Los libros son objetos que, sin lugar a dudas, valen por algo alterno a su utilidad física; hemos dado valor no sólo al contenido del libro, sino también a su autor, a su editorial, al de su año de edición e, incluso, a quién fue su dueño original; sin embargo, la antigüedad del objeto por sí misma no es un estándar por medio del cual podemos valuar el objeto. La doble moral a la que responde nuestra sociedad se ve reflejada en gran medida por circunstancias como ésta. Mientras las campañas institucionales en pro de la lectura fomentan el libro como algo valioso por su contenido, y prácticamente lo regalan en todos lados, generando programas para que la lectura supuestamente llegue a todos los rincones del país, hay editoriales y por supuesto libreros, como los que ya mencioné, que siguen encarcelando al libro tras una jaula de oro a la que entre menos entren mejor. El conocimiento no sólo está en los libros, y mucho menos en los libros viejos, pero actitudes como las de estos monjes de las letras sólo apartan a potenciales lectores de a pie y fomentan la mediocridad vestida de lentejuelas de los seudolectores de pretendida hidalguía.
Notas al Margen
El librero carcelero y el absurdo precio de lo viejo
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La ventana
6 Por Alberto Huerta
Río de Palabras
Entonces el cielo se adueñó de la noche Juan Rulfo
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Para Lilia
o tengo ni idea de lo tengo que hablar con usted, señora… No sé ni cómo empezar. No, no nos conocemos. Nadie nos presentó. Pero sé que tengo que hacer esto. He sentido su presencia. Me ve trabajar. La siento… aunque esté dormitando frente al televisor. Al principio me daba vergüenza que me viera llorar o caminar como endemoniado dando vueltas y vueltas.
Hablando solo. Recorriendo pasillos, bajando y subiendo escaleras, caminando por el patio, bajo las palmas, el limonero… A veces creo que hasta me cuida. Y eso se agradece. El calor no disminuye, aunque ya esté bien entrada la tarde. Él siente húmeda la ropa. La playera, los pantalones… ¿Qué quiere qué le cuente? En el pasillo se escucha el maullido de un gato. Voltea la vista y los ve estirados sobre el sofá, en el piso de mosaicos rojos, adormilados por el calor. A pesar de que nadie nos presentó yo sé quién es usted. La he mirado asomarse por la ventana. Me gustaría invitarla a pasar. Ofrecerle algo de beber. El calorón está insoportable. Tengo en la cocina una rosca mixta. Chocolate. Pasas. Nuez. Vainilla. No puedo ofrecerle café porque desgraciadamente no
bebo café. Pero una taza de té sí. ¿No se le antoja un caballito de mezcal? Tengo media botella. O root beer. Hice agua de jamaica con hielo. Estoy más que dispuesto a platicar con usted. Se ha hecho casi de noche. Aunque todavía hay luz allá afuera. Son las ocho y cuarto. Mire, yo tengo una azotea muy amplia. Un asador. Podríamos un día de éstos hacer un asadito. El súper está muy cerca y podría traer lechuga, nueces, manzanas y flecha para asar… chiles capones rellenos de queso fresco… cebolla de rabo… unas salchichas… o pollo… un guacamole… no sé qué más decirle. Bueno, eso que está pensando es cierto. Para qué negarlo. Pero no quiero hablar de eso. Sino de lo que usted me quiere decir. No, a mí no me importa que usted venga. Estoy
solo. Usted me haría… no… nos haríamos compañía. Podríamos jugar a las cartas… aunque ya se me olvidó, de joven jugué mucha canasta uruguaya… ¿Viene por mí? ¿Me viene a acompañar? ¿Quiere que le dé mensajes a su familia? Puedo hacerlo. No. No me molesta. Al contrario. Me encantaría servir de algo. No tengo nada importante que hacer. Dile a ella, que tenemos mucho que platicar. Nos quedamos con muchas cosas guardadas, tal vez esperando una mejor oportunidad. Un momento más propicio. Dile a ella que me cuente lo que no me dijo. Que yo también tengo mucho que platicarle. Y bajó la mirada, un mechón de cabello le tapó la mitad de la cara. ¿Le vas a decir a ella? Y yo le dije que sí, que a la primera oportunidad le daría su recado. Y me senté en el escalón del pasillo, de cara a la ventana… La brisa nocturna mueve a la cortina. Ella ya no está. Se fue. De pronto una ráfaga de viento abre la ventana… La cortina vuela como bandera…
/// El poeta, narrador y editor yucateco Raúl Renán falleció a los 89 años el pasado 14 de junio. En la Gualdra nos sumamos solidariamente al pesar que deja su partida. Foto de Pascual Borzelli Iglesias.
6 Por Pilar Alba
A
mí me meó un perro, me chupó el diablo. Con todititas sus fuerzas, con toda la saña me cayó encima el chahuistle. Me trataron peor que a hija de cuico, peor que a la más olvidada de los olvidados. Me cayó el mal, pues. Todas las brujas depositaron en mí
De ésos sus más viles maldiciones. Caminé por la vida como apestada, con un sanbenito puesto, con la P en la frente grabada. Descendí a lo más bajo,
a donde sólo pocos, muy poquitos han caído. Me arrojaron una y otra vez al fango. Rodé de allá para acá, como dice la canción… pero final-
mente, por gracia de no sé qué, porque seguro no fue divina: resurgí de las cenizas. Aún un poco destanteada me puse de pie. Olfateé mis alas y no quedaban rastros de olor, tampoco de dolor, lodo o sangre. En mi cabeza resonó un poema escuchando en la infancia: Hay aves que cruzan el pantano y no se manchan… y mi plumaje, ahora lo compruebo, es de ésos.