Suplemento #2 REVISTA LA MANDRÁGORA AÑO 5

Page 1

La Mandrágora del «León Felipe» -- Suplemento IV Centenario del Quijote #2 ~ Febrero 2005

LA FILOSOFÍA DE

EL QUIJOTE por Emperatriz Losada II Este escepticismo, que ya en la antigüedad había llevado a Sexto Empírico a cuestionar el realismo ingenuo, es decir, la convicción de que la realidad es tal y como la percibimos, produce ahora el mismo resultado. Descartes desconfía de los sentidos, como los racionalistas antiguos, pero desconfía también de los paralogismos de la razón y busca una verdad segura que sirva de cimiento a la nueva filosofía. Los cuerdos se burlan de la locura de don Quijote que le hace malinterpretar los datos de los sentidos en función de una realidad soñada, sin comprender que también ellos están interpretando en función de una realidad que no tiene mayores probabilidades de verdad que la otra; es, simplemente, más común. Puede que una de las razones de la inmediata aceptación de El Quijote fuera la necesidad de la gente de una literatura que hablara de la realidad común en un lenguaje comprensible para los que viven en ella. España no es un país de filósofos, sino de artistas. En España, la filosofía se ha desarrollado en el terreno de la literatura. Los centroeuropeos han sido considerados tradicionalmente como pensadores y los europeos del sur como fabuladores (a pesar de nuestra inclinación al realismo y la tendencia centro y norteeuropea hacia la fantasía). El Quijote expresa la crisis del hombre situado entre una etapa que termina y el comienzo de otra caracterizada por el escepticismo cognitivo y por la crisis del concepto de sustancia. Es decir, ya no se cree en la existencia, por una parte, de una sustancia inmutable, impuesta por la necesidad de conocer de la razón (que no puede aprehender lo cambiante) e imperceptible para los sentidos; y, por otra, de una apariencia cambiante, accesible para los sentidos, pero inasequible para la razón, que era la base de la filosofía del ser (filosofía antigua y medieval). Don Quijote es la tradición obsoleta en un mundo que ya no acepta sus valores, un mundo en el que los conceptos no se ajustan a un modelo previo, sino que los va configurando la vida cotidiana, un mundo que es hechura del hombre, en el que este ha recuperado su lugar central, pero un hombre que es, cada vez más, un ser vivo y, cada vez menos, un concepto. El Quijote pone en cuestión la síntesis, el orden establecido entre los filósofos, como, por otra parte, haría la ciencia en la Revolución Científica. Muestra al hombre como es y no como debería ser, como un producto del tiempo y no como una sustancia inalterable en la que los cambios son sólo accidentales, como un ser contradictorio, incomprensible para la razón pura. Don Quijote es un loco porque está fuera de la historia; por

I. E. S.

León Felipe

– Benavente

eso, su realidad carece de sentido en la realidad histórica. La novela no demuestra como la filosofía, sino que muestra los conflictos y contradicciones que plantea la vida, y la ironía es la manera adecuada de afrontarlos o corremos el riesgo de caer en la locura de absolutizar la razón, como es locura absolutizar la fe, que es la locura de don Quijote. La filosofía se hace novela para comprender mejor la realidad, para conocerla, no para reformarla, ni para dogmatizar sobre ella. El filósofo idealista que está empezando a formarse en la época de don Quijote es un individuo solitario que tiende al solipsismo. Don Quijote es también un solitario, pero su locura, en lugar de aislarlo más, lo pone en contacto con todo tipo de seres humanos, con el pueblo español en toda su variedad, pero, sobre todo, mantiene esta convivencia su voluntad de entregarse al prójimo, su fe en el hombre. Don Quijote cree en la nobleza del hombre y hasta los menos nobles de la especie, en contacto con él, oscuramente lo entienden y se ennoblecen. Don Quijote se hace eco ante unos cabreros de la noción de la historia de la antigüedad mítica. La historia era concebida de forma cíclica, constituida por unas etapas que se repiten eternamente siguiendo un proceso degenerativo que lleva de la perfección primera a la corrupción y la destrucción y, luego, al resurgimiento y la consiguiente degeneración; son las cuatro edades: de oro, de plata, de bronce y de hierro. Es decir, don Quijote, como representante de la caballería andante, símbolo de un pensamiento obsoleto, simple réplica, en muchos aspectos, del antiguo, defiende una concepción de la historia que ya la filosofía cristiana había dejado atrás estableciendo una manera lineal de entenderla y con una dirección de progreso. Esta idea de progreso en todos los asuntos humanos y no humanos (evolución del universo, de la tierra y de la vida) va a verse reforzada en la Revolución Científica y seguirá afianzándose hasta que las guerras mundiales del siglo XX la pongan en cuestión y los otros terribles acontecimientos que las seguirán, en el siglo más sangriento de la historia, acaben por destruirla. Pero, en el siglo XVII, la idea de la historia como un proceso lineal de progreso incesante, de mejora de los seres humanos mediante el perfeccionamiento de la razón y la acumulación de conocimientos, acaba de nacer, y nunca se desprecia tanto lo pasado como cuando acaba de ser superado. El motivo de don Quijote para hacer este elogio de la Edad de oro contraponiéndola a la actual de hierro (la actualidad siempre se encuentra en la Edad de hierro) es defender la necesidad de la orden de la caballería andante para remediar los males de un mundo corrupto. Los analfabetos cabreros, que nunca han oído hablar ni de la caballería andante ni de las edades de oro o de hierro, no entienden las razones de don Quijote. No obstante, no se ríen de él y lo escuchan respetuosamente, seguramente fascinados por la hermosa forma de expresión de que hace gala. (continuará)

! " Pág.

8

Febrero, 2005 #2 EN TORNO AL CENTENARIO por Salustiano Fernández

II (Lecturas varias) Y ¿qué vemos hoy nosotros en don Quijote? ¿O qué vemos de nosotros reflejado en esa obra genial? De eso querría hablar, pero también, y antes, de algunas lecturas que nos precedieron. Empecemos por echar un brevísimo vistazo a la lectura que hizo la gran filosofía idealista alemana del siglo XIX. Ella está en el origen de todas la concepciones de renombre habidas sobre el Quijote hasta hoy mismo. Hacia 1830, Hegel, que vivió con intensidad la recargada atmósfera del romanticismo alemán, escribía: «El espíritu caballeresco se manifestó con singular belleza en España; los caballeros germanos son más rudos y a la vez más frívolos. La caballería en España era tan pura, que pudo soportar incluso su escarnio en Don Quijote; y aun en este aparece noble y bella» (Lecciones sobre filosofía de la historia universal). Esta valoración del influyente filósofo hizo cabalgar a don Quijote por la Europa del pensamiento no sobre un mal jamelgo sino sobre el mítico Babieca. Veámoslo en imágenes (más reveladoras que mil palabras): tres años después de las Lecciones hegelianas, nacería en Francia Gustavo Doré, el más famoso de los dibujantes y grabadores que han ilustrado Don Quijote de la Mancha, y de esta guisa romántica/idealista representó al andante caballero en la escena de los galeotes (ver el dibujo de esta página). ¿Alguien llega a ver en el excelente grabado de Doré ese «rocín flaco» del que Cervantes, la primera vez que habla de él, dice que «tenía más cuartos que un real y más tachas que el caballo de Gonela [un bufón], que tantum pellis et ossa fuit [era sólo piel y hueso]»? ¿Alguien atisba la «figura contrahecha» del hidalgo que ve el ventero en la «primera salida de su tierra que hizo el ingenioso don Quijote»? Bien es verdad que no todos los grabados de Doré presentan a don Quijote con tal prestancia heroica, más bien son minoría los que lo hacen tan abiertamente, otros, la mayoría, muestran al héroe con cierta ambigüedad, pero el mero hecho de que pudiera ser imaginado de ese modo, está manifestando la traslación romántica del personaje llevada a cabo en Europa durante el siglo XIX. El eco de esa lectura resonó con diversos matices, todos muy doctos, por los ámbitos del cervantismo hispano. Leamos… Aquí, entre nosotros, la última lectura colectiva y en voz alta la hicimos durante la celebración del anterior centenario, el tercero, en 1905. Hacía sólo siete años que España acababa de perder en guerra ominosa los últimas restos del agrietado imperio ultramarino (Cuba, Puerto Rico y Filipinas). En ese

I. E. S.

León Felipe

– Benavente

momento, la nación se halla como un Quijote abatanado, recién colocado en el sepulcro y del que todos hablan según van saliendo del cementerio. Entonces se oye por encima de todas la recia voz de Unamuno llamando a ese libro de locas caballerías «la Biblia de España», e inventando en sus páginas una especie de cristianismo secularizado con el que suscitar la regeneración de las escasas fuerzas nacionales e insuflar en ellas alguna voluntad de futuro. El enérgico rector salmantino, en su Vida de Don Quijote y Sancho, quiere encabezar la cruzada intelectual que recupere lo que denomina «el sepulcro de Don Quijote», símbolo para él de una existencia arrebatada por la pasión de la vida noble y heroica, única capaz de vacunarnos contra el nihilismo entonces imperante. Y es que el nihilismo hispano, a principios del siglo XX, era mucho más que una posición filosófica, era una exhausta realidad social asentada, por un lado, sobre la ya larga historia nacional de desastres a cada cual más doloroso, y por otro, sobre una conciencia hiperestésica para los aspectos más desoladores de la patria. Esa deprimida realidad produjo dos efectos: uno demográfico y otro intelectual. Por lo que se refiere al demográfico, hizo emigrar fuera del país a miles de españoles («ir a hacer las Américas» se decía, refiriéndose a los barcos abarrotados de compatriotas que atravesaban el océano Atlántico en busca de mejor suerte y que constituyó el primer gran éxodo de españoles de los tres que se dieron a lo largo del ‘muy moderno’ siglo XX; los otros dos fueron, en primer lugar, la sangría de exiliados políticos que produjo la guerra civil, y en segundo lugar, la de emigrantes laborales que esta vez en dirección al norte de Europa empezó a darse a finales de los 50 manteniéndose hasta bien entrados los 70). Y por lo que se refiere al efecto intelectual, condujo a una febril destilación cultural de nuestra hispanidad como forma de ser únicos en el mundo y en la historia. Ejemplos de ello serían: Ganivet, inspirador del regeneracionismo nacional (cuya rotunda afirmación «In interiore Hispaniae habitat veritas» es un apremiante y concentrado programa cultural), el descubrimiento del paisaje de Castilla (sobre todo como creación literaria, por parte de la generación del 98), y por supuesto la relectura de los mitos nacionales don Juan y, especialmente, don Quijote, que vio en ellos arquetipos de nuestro carácter en los que anclar el espíritu y hacer frente a la deriva provocada por el colosal desastre. El pensamiento patrio forjó entonces una especie de hegeliana “idea para sí” de la españolidad, es decir, un volkgeist (espíritu del pueblo) al fin consciente de sí mismo y gracias a ello entroncado racionalmente con «la totalidad de lo real». Cuando el cuerpo de la nación llegó a estar famélico, castigado y negado como el de un místico o un mártir, el alma española se elevó del terruño para subirse a la parra de la historia universal (Hegel mediante). De este modo, Don Quijote llegó a ser símbolo de lo universal en lo particular (un universal concreto), momento del devenir dialéctico de la Idea cuya marcha histórica conduce hacia el Espíritu Absoluto. Nunca la obra había sido leída con tan sofisticada seriedad. Hubo excepciones. Muy pocas: Valle-Inclán, quien siempre subrayó el lado guiñolesco y humorístico (ver, por ejemplo, la entrevista en Heraldo de México, 21 de septiembre de 1921; la entrevista en Heraldo de Madrid, 4 de junio de 1926; la entrevista-conversación recogida en La Novela de Hoy, núm. 418, Madrid, 16 de mayo de 1930; el resumen de la conferencia dada en el Ateneo guipuzcoano sobre la historia de España, recogida en La Voz de Guipúzcoa, 20 de febrero de 1935), pero no viene al caso detenerse ahora en él. En fin, la lectura romántica del Quijote fue la atmósfera de siglo y medio, y (continuará) aún pervive de varios modos. Pág.

1


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.