Suplemento #5 REVISTA LA MANDRÁGORA AÑO 5

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Mayo, 2005 #5 EN TORNO AL CENTENARIO por Salustiano Fernández

yV (Lectura-s de hoy -continuación-) Íbamos hablando sobre la originalidad que Cervantes consigue con el Quijote y que él mismo subraya cuando se refiere al libro como ‘esta nueva y jamás vista historia’. Juan Valera, en el inacabado Discurso ante la Real Academia con motivo del tercer Centenario, cifró la originalidad del estilo cervantino en su vigor poético: La fuerza mágica del estilo de Cervantes… se muestra en el hacer surgir la poesía de la mínima realidad desnuda y pobre. Y es verdad que Cervantes muestra en su obra una permanente inclinación poética. Pero la poesía no es lo mejor suyo, ni lo más original. Su naturalidad poética es heredada. Está en los orígenes de la lengua española. Por su parte, Américo Castro remarca que lo novedoso de Cervantes se halla en un constante «despeñarse el ideal por la vertiente de lo cómico», es decir, en la rúbrica permanente que lo grotesco pone a los pies del héroe. Pero en este aspecto Cervantes no iría más allá de la atracción que el humanismo renacentista siente por lo jocoso y risible: Los trescientos cuentos de Franco Sacchetti, Las Facecias de Poggio, Gargantúa y Pantagruel de Rabelais, Elogio de la locura de Erasmo o el Lazarillo de Tormes, son ejemplos de obras del Renacimiento en las que los más triviales asuntos humanos, y también los más serios, podían tratarse con una refinada sonrisa, una risa franca o una burla descarada. Las chispas de ese humor iluminan la profundidad meditativa en que se hallaba y movía el espíritu renacentista. Ahora bien, la originalidad de Cervantes y del Quijote que tal vez a nosotros más nos interesa no es tanto su estilo alejado del retorcimiento retórico y avecindado al naturalismo poético, ni su insolencia cínica capaz de desenmascarar lo falso de la sociedad haciéndose el loco o haciendo hablar a un loco para evitar ser sospechosa. Lo verdaderamente actual, a mi parecer, es el

I. E. S.

León Felipe

– Benavente

repliegue del texto sobre sí mismo, la densa trama de autorreferencias que hay en el propio Quijote: un libro que habla de sí y donde los personajes se refieren a su autor y a lo que el mundo real dice de ellos, en una especie de metaliteratura. Es literatura sobre la literatura. Es la literatura más actual e inteligente. La que encontramos en las mejores y más recientes novelas de ahora en lengua española: Enrique Vila-Matas, El mal de Montano y Roberto Bolaño, 2666; o en otras lenguas: Paul Auster, La noche del oráculo. Es lo que en pintura hará Velázquez medio siglo después con Las Meninas: pintar el pintar, e integrar dentro del cuadro una simultaneidad de perspectivas que atrapa e incluye en la ficción pictórica al propio espectador y al autor de la obra. Don Quijote está enfermo/loco de literatura. Pero también los personajes del ama, la sobrina, el cura y el barbero hablan de los libros que hay en la biblioteca del hidalgo como si poseyeran un poder superior al de su mera existencia de papel, por tanto se comportan con los libros de un modo muy semejante al mismo Quijote. Los libros, en sus manos, son entes vivos, con una realidad indudable. Llegan a citar uno –La Galatea– del mismo Cervantes, de quien el barbero dice ser amigo y más versado en desdichas que en versos. ¡Los personajes nos hablan de su autor! Ya en el capítulo 2 de la Primera parte el ingenioso hidalgo se refiere al escritor de su historia invirtiendo los papeles: él, Quijote, piensa que quien en el futuro relate sus hazañas será un sabio que «¿Quién duda… contará esta mi primera salida desta manera?: Apenas habrá el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra…»; es decir, el hidalgo se pone a imaginar al escritor de su historia y le ruega que no se olvide del “buen Rocinante”; es, podríamos decir, un ‘personaje en busca de autor’. Américo Castro, en un artículo publicado en La Nación de Buenos Aires, titulado Cervantes y Pirandello, señaló que la obra maestra del escritor español es un claro antecedente de la técnica pirandelliana. El personaje de la ficción imagina a su autor y le habla, por lo que éste, el autor real, entra en la obra convertido en la ficción de una ficción. En la Segunda parte abundan los momentos en que la obra se convierte en objeto de referencia para sí misma: así, por ejemplo, cuando en casa de don Quijote el Pág.

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