Junio 2008. Año 3. Número 25. Costo: $10.00 pesos www.periodicolamanzana.blogspot.com
cine columnas poesía
Hugo Hernández Armando González Torres Luis de la Peña Martínez
ensayo
Silvia Goldman
la malsana
Fernando Carrera • Agustín Labrada Xitlalitl Rodríguez
Angélica Íñiguez
narrativa
crónica
David Izazaga
arqueología del recuerdo Diego Mejía
Ricardo Solís
huésped de papel
plástica
Patricia García
periquete requiero
Arduro Suaves
La cabeza del moro
editorial Directorio Dirección y edición Ingrid Valencia
Editorial
Consejo consultivo Armando González Torres Patricia Medina Luis de la Peña Víctor Ortiz Partida Asesor editorial Fernando de León Corrección Arturo Suárez Diseño OHM En portada Anhelo de Patricia García Coordinadores de las secciones Periquete requiero: Arduro Suaves La Malsana: Angélica Iñiguez Arqueología del recuerdo: Fernando de León Opio Óptico: Ricardo Cerqueda Corresponsales Oaxaca: Edgar Saavedra Ciudad de México: Askari Mateos Chiapas: Margarita Alegría Mérida: Armando Barrera Torreón: Julio César Félix Ciudad Guzmán: Ricardo Sigala La Manzana, arte & psique es una publicación mensual y editada en Guadalajara, Jalisco, México. Registro en trámite. Los artículos firmados son responsabilidad de los autores. La redacción no se hace responsable de los originales no solicitados con anterioridad.
periodicolamanzana@yahoo.com.mx Esta revista cuenta con apoyo otorgado por el Programa “Edmundo Valadés” de Apoyo a la Edición de Revistas Independientes 2006 del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes
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a Manzana, arte & psique es fruto de la lectura: Deckard (el protagonista de la película Blade Runner) debe leer en la pupila de los sospechosos su condición de androide y en consecuencia eliminar o “retirar” a los replicantes. El enorme peso que representa la muerte y aquello que nos hace humanos es parte del balance que el crítico de cine Hugo Hernández realiza ante la versión definitiva de este clásico del cine de ciencia ficción. Silvia Goldman, por su parte, coteja la obra poética de Delmira Agustini con la de Sor Juana y nos conduce por senderos escabrosos y apasionantes en los que la escritura (y de alguna manera también la lectura) es un acto vampírico. David Izazaga nos cuenta sus tribulaciones como lector noctámbulo que busca los periódicos del día. Armando González Torres aborda la figura de Robert Walser cuyas virtudes lo marginan y sin embargo su aparentemente diminuta literatura nos lleva a revelaciones mayúsculas. Luis de la Peña Martínez hace una relectura de su infancia y encuentra la figura de su abuelo y de los viajes en tren. Ricardo Solís escribe una memoria en la que comprende que su afición por la lectura es producto de algunos accidentes, en apariencia no muy afortunados, pero cuyas consecuencias sí lo son. Angélica Iñiguez aporta un reflexivo recuento de lo acontecido en el Día Internacional de la Danza, la cual es otra forma –más corpórea y sonora– de leer a nuestra sociedad. La revista zacatecana La cabeza del moro es nuestro “Huésped de papel” y su director, Manuel R. Montes, invita a esta iniciativa de lectura distinta, aunque también contemporánea e independiente. La obra plástica de Patricia García es una personalísima visión del mundo que comienza siempre con la mirada Y, finalmente, poemas de Fernando Carrera, Agustín Labrada y Xitlalitl Rodríguez, así como un cuento de Diego Mejía, cierran esta nueva oferta siempre abierta a ese lector múltiple y preciso que es el de La Manzana, arte & psique.
Periquete requiero periquete requiero. sarna del club de periqueteros solitarios de occidente, asociación banal, dirigido por arduro suaves • • • • • • • • • • • •
al filo del agua de jamaica (raúl bañuelos) fichera bibliográfica (sisi) patria, tu superficie es el etanol (raúl aceves) perséfones de méxico (¿es tuyo?) canadientes (curly brown) blof en la poseluisa (angélica íñiguez) concha y loro, brebaje para periqueteros (jorge orendain) agasaje grupal (alicia zúñiga) carta de farsante (karla sandomingo) chucho el rotario (óscar tagle) lorenza y pepito (mario méndez acosta) libertad bajo palanca (gonzalo tavares)
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en definitiva Hugo Hernández Valdivia [Guadalajara]
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uego de años de controversias, insatisfacciones, llamados a la lealtad y reclamos de infidelidad (y una buena cantidad de versiones), en el 2007 apareció la “edición definitiva” de Blade Runner (Blade Runner: The Final Cut). En la introducción del “flamante” último corte, Ridley Scott asevera: “Esta es mi versión favorita de la pelí-
cula. Ha sido completamente restaurada del negativo original y ha pasado por un proceso intermedio muy moderno llamado 4K digital, dando como resultado una película absolutamente hermosa. Yo personalmente supervisé y aprobé el transfer y la nueva mezcla de sonido, tomada de los elementos de los seis canales originales. También hice unos pequeños ajustes y mejoras a lo largo de la película. De todas las versiones de Blade Runner, ésta es mi favorita. Espero que estén de acuerdo”.
Difícil sería no estar de acuerdo con él: más allá de las nostalgias que pudiera aún evocar la versión en la que se escucha la voz de Harrison Ford que explica lo que se ve que está haciendo, o la del final luminoso en el que Deckard (Ford) viajaba con Rachael al infinito y más allá, a un futuro posible, aunque finito (final que seguramente recordarán los que tuvieron la oportunidad de verla en el momento de su estreno en pantalla grande, en 1982). La entrega definitiva redondea Junio 2008
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todos los ensayos de los que fue objeto la cinta desde su filmación. No es ocioso recordar que las enmiendas se hicieron, entre otras razones, porque la primera versión era incomprensible y los productores obligaron a hacer cambios, básicamente en función de la comprensión. Scott reconoce que si no los hizo muy convencido, tampoco los hizo obligado por una orden judicial, si bien es cierto que el final luminoso no dejó contento a nadie, ni siquiera a Ford. Al final de cuentas, y en definitiva, pocos realizadores tienen la oportunidad de meterle mano a sus esperpentos 25 años después del alumbramiento. En Días peligrosos: cómo se hizo Blade Runner, extenso reportaje de tres horas y media sobre las vicisitudes de la cinta (y que acompaña, como disco 2, a la versión definitiva), queda claro que Scott tuvo oportunidad de pulir muchas cosas que no tuvo claras en el momento del rodaje (o si las tuvo, nomás él sabía, o no las supo resolver): el primer corte duró cuatro horas; un corte posterior la dejó en dos, pero en los visionados de prueba que se hicieron los espectadores quedaban desconcertados y desorientados en la trama. El ritmo lento que aún pervive, así como algunos comentarios de los involucrados, hace posible adivinar que Scott filmó una cinta mucho más apacible, más reflexiva, que ya no existe, en definitiva. Desde su estreno Blade Runner fue un objeto de culto incluso para un público inculto en asuntos de cine, y hoy puede hablarse de una obra maestra, lo cual es excepcional, porque rara vez las películas de culto son buenas películas. Más allá de los ciegos fanáticos que aún se debaten sobre si Deckard es un réplico (término que aparece en el subtitulaje como traducción de replicant) o no, y de todas las ociosidades que se comentan sobre la cinta, es justo reconocer que Blade Runner no ha perdido pertinencia ni vigencia: es, ya, un clásico. Su valor se incrementa porque Scott apostó por la estilística del cine negro, decisión que hace posible que la cinta no envejezca en términos de estética (si uno ve Naranja mecánica, por ejemplo, es inevitable constatar que se trata de una cinta setentera: vestuarios, escenografías y maquillajes hacen que el cine futurista la mayoría de las veces quede “anclado” en el tiempo de su realización, y no en el que se supone que esboza), con todo y que los peinados de réplicos y humanos (sobre todo de los personajes femeninos) revelan la época de su rodaje. Una de las características más perceptibles para dar oscuridad a la propuesta es la dureza de la iluminación (rica en densas 4
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sombras y constantes contraluces), así como la bruma o la lluvia. De esta manera Scott consigue hacer visible el tema de su cinta, que ya aparecía en Sueñan los androides con ovejas eléctricas, la novela de Philip K. Dick en la que se inspira Blade Runner, pues a contraluz y con tanta bruma resulta muy difícil discernir entre un humano y un réplico: a Dick, como buen practicante de la ciencia ficción, lo que le interesa es qué es lo que confiere a la humanidad su estatus: si en el futuro (que ya casi es presente) es posible hacer máquinas que parezcan hombres, que piensen y sientan como ellos, y que incluso puedan recitar el cogito ergo sum cartesiano, entonces ¿qué nos hace y nos seguirá haciendo humanos? La ciencia ficción es un género que no ha evolucionado (sus preocupaciones son las mismas desde siempre) o, si se prefiere, que fue precoz y vanguardista desde sus inicios. Porque, a fin de cuentas, sus preocupaciones
(qué nos hace humanos) están en el origen del pensamiento, en la filosofía. En el camino hay espacio para el comentario ecológico (la contaminación hará la tierra inhabitable), para exhibir los míseros frutos de la globalización, para emular a Frankenstein y rendir homenaje a Ray Bradbury (en el edificio The Bradbury vive J. F. Sebastian, el ingeniero genético que lleva con su creador a Roy Batty, casi un superhombre nietzscheano). Al final Gaff (Edward James Olmos), policía con facha de pachuco y lengua suprahumana, grita a Deckard: “Es una pena que ella no sobreviva. ¿Pero quién sí?”. Al final, réplicos y humanos comparten el mismo destino: el tiempo es finito para todos. Ya lo decía David Cronenberg (aunque no con relación a Blade Runner, pero es igual): “Todos tenemos la enfermedad, la enfermedad de ser finitos. La muerte es la base del horror”. En definitiva.
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¿El
o el
despertar? ¿El naufragio o la eterna corona de los Cristos?
Silvia Goldman [Montevideo]
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elmira Agustini refiere, en su Libro blanco, a la“torre hundida” y a la “laguna interior”; Sor Juana, en su “Primero sueño”, a la “Piramidal, funesta, de la tierra / nacida sombra” y al “reino de Neptuno”. Si el “reino interior” de Agustini –al decir de Darío – contiene en su espacio su lago cristalino, su cisne sangrante, su Leda, su Fantasía, sus navíos, su estatua de marfil, sus esfinges, sus torres y sus vampiros, el “Primero sueño” de Sor Juana anticipa dicho escenario al inventariar el “reino de Neptuno” e identificar su “punta piramidal”, su Faro, su Fantasía, sus peces, sus quillas, sus Miniades y Nitctimenes. La recreación en ambas de una atmósfera onírica singular donde el alma inicia un sueño de in crescendos místicos y epistemológicos, y donde el binomio naturaleza / cultura es superado a través de una experiencia vital que, al religarse con la naturaleza, encuentra, en sus diferentes manifestaciones, ecos de emblemas culturales bajo la forma de mitos, leyendas y epistemologías, permiten recrear el escenario de un diálogo abierto y sostenido entre ambas poéticas. Las imágenes, y ciertas coincidencias textuales, como el “silencio dos veces mudo” de la torre en Delmira y los peces “dos veces mudos” de Sor Juana, posibilitan cartografiar las huellas en las que coinciden estos dos universos. A partir de Rubén Darío y sus Prosas
profanas, la crítica literaria del modernismo ensayó un nuevo proyecto inclusivo del binomio ‘naturaleza / cultura’. Así, Pedro Salinas propuso superar la antítesis con el concepto de paisajes culturales, espacios de absorción, por parte del poeta, del paisaje como artificio y poiesis. Para el poeta modernista, tanto da asisitir a una fiesta galante dieciochesca y ser testigo de sus fábulas, que asistir al salón de arte y ser testigo del cuadro que la representa y reconstruye. Creo que Sor Juana ya en el siglo XVII anticipó con su “Sueño” ese nuevo sentir de la experiencia vital de religamiento entre naturaleza y cultura, pues, dicho espacio –exótico, onírico e íntimo– al cual se inclina en actitud introspectiva el alma, aparece denso de fábulas humanas. Con el poema inaugural de El libro blanco, “El poeta leva el ancla”, Agustini vuelve a abrir las compuertas del universo onírico del “Sueño”cuando anuncia: “El ancla de oro canta... la vela azul asciende / como el ala de un sueño abierta al nuevo día” y señala: “Fantasía / estrena un raro traje lleno de pedrería / para vagar brillante por las olas...”(34). Este paisaje marítimo donde se leva el ancla y Fantasía emprende su viaje ontológico convoca el episodio en que la voz poética del “Sueño” nos cuenta que Fantasía “sosegada, iba copiando/ las imágenes de todas las cosas” (188) mientras que la “tersa superficie” Junio 2008
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del Faro se convertía en “cristalino portento, asilo raro” de las “imágenes diversas”, como las “distantes naves que surcaban” el “reino de Neptuno”. En el poema de Agustini, el yo lírico emprende el viaje junto a su musa y las dos navegantes advierten “en el oriente claro”, en “la tersa superficie”, a Fantasía que estrena y exhibe su exotismo mientras vaga por las olas. Su “traje lleno de pedrería” tiene la capacidad de reflejar y copiar imágenes diversas, como la Fantasía del reino de Sor Juana que, “sosegada”, recibe los estímulos del mar y los imita. Así, se detecta una definición alegórica similar respecto del proceso de creación; en ambas se identifica la presencia de una mediación-otra, principio articulador de lo femenino, que realiza un inventario del univero para dárselo ya cartografiado al poeta. Fantasía, imagen proyectada de una comunicación recíproca entre el “yo lírico” y lo informe que le rodea, no sólo transforma el afuera en un sistema inteligible de comunicabilidad, sino que además lo “forma”, exigiendo de él una suerte de racionalidad poética. En este sentido, la poética supone tanto para Sor Juana como para Agustini una reciprocidad organizada entre el yo y el mundo, una relación basada en la producción de sentido y, como consecuencia, de semiosis. En los dos casos se impone la atmósfera onírica. En Sor Juana ya se había iniciado con el advenimiento de la noche; en Agustini se introduce como una interrogante retórica del yo: “¿Sueño lo que me aguarda en los mundos no vistos?...(34)”. En Sor Juana el alma ha comenzado su ascenso místico y a medida que asciende van apareciendo distintas figuraciones de Ícaro; en tanto el alma se adentra en el sueño, se produce un in crescendo que hace cada vez más inminente la caída que, finalmente, se materializa en el despertar. En Agustini la conciencia de esta fatalidad se plantea en forma abrupta, y también como interrogante que articula su universo poético: “El naufragio o la eterna corona de los Cristos?...”(34). Pero la interrogante no se agota en la posibilidad de una 6
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decisión, más bien opera en el espacio liminal entre la segura tragedia –el naufragio– y una ambigua redención, ¿pues no es esta eterna corona una de sufrimiento también?, ¿y quiénes son estos Cristos sino las posibles sucesiones que retornan de un “mismo” y “otro” eterno sufrimiento? Así, el yo sopesa el vértigo que supone esta incursión al territorio de la poesía, advierte que puede concebirse como un exceso; intuye, también, la posibilidad del ascenso místico, la promesa de la divinidad, pero también la amenaza de su padecimiento. Para ambas voces poéticas la divinidad posee un carácter epistemológico, contiene el código para descifrar el enigma; en Sor Juana ese conocimiento es de carácter ideal, para llegar a ella el yo debe acumular y recoger todos los saberes que le sea posible, ya que cada parcela del mundo material responde a un arquetipo ideal; el universo terrenal es un doble del universo celestial; el hombre es, pues, un doble de Dios. El universo epistemológico del “Sueño” se articula según los principios pitagóricos de “la gan mónada”, los platónicos de los arquetipos y kirkerianos de la linterna mágica, entre otros; para Agustini ese conocimiento está estrechamente ligado al icono, a lo concreto, a lo sensorial; se trata de acceder al universo a través de la poesía, pues ella no hace otra cosa que reflejar y contener el enigma que le da coherencia. Así como el conocimiento es concreto en Agustini, la divinidad también lo es, es Cristo y es su corona, es el hijo de Dios y su sinécdoque. En Sor Juana, en cambio, Dios es una figura abstracta, geométrica y principio neutro. En “Íntima”, otro poema de Agustini, el alma quiere alcanzar una “vida imposible y sobrehumana” (44) y recuperar el paraíso perdido donde la noche dramatiza el sitio en el que “el yo se abrirá dulcemente para su amor” (44). El paraíso representa el locus amenus del amor y del erotismo; el yo quiere, por eso, ser “flor” de ese edén erotizado. Pero aun queriendo ser flor, el yo, en “sus sueños de odio”, sucumbe y es ser-
piente: “...Y en mis sueños de odio, ¡soy serpiente! / Mi lengua es una venenosa fuente; /...Haz de la muerte en un fatal soslayo /... vibrando eterna, ¡voluptuosamente!”(158). La serpiente, como figuración patética de lo femenino, anticipa a la mujer pecadora y a su eterno y bíblico castigo: la marginalidad. Se trata de un referente ambiguo por su vasta capacidad polisémica; representa la culpa, la humillación, el pecado, la tierra húmeda, los excrementos, pero también la sensualidad, la curiosidad, la rebeldía; y la máxima transgresión: la autoría. La composición “¡Oh tú!” evoca poderosamente la atmósfera nocturna, piramidal, silenciosa y tenebrosa del “Sueño”. Como en aquélla, las sombras se figuran como criaturas nocturnas o prefiguraciones de la mujer castigada, en este caso el búho; y como en el “Sueño” también, el silencio es –curiosamente– dos veces mudo: “...Tan mudo que el Silencio en la torre es dos veces”; dice Agustini (102); antes nos había dicho Sor Juana: “y los dormidos, siempre mudos, peces, /... mudos eran dos veces;” (185). La figura piramidal de la sombra del “Sueño”(183) es ahora “la húmeda torre inclinada a mí misma” (102) en Agustini, y la oscuridad “de la tierra nacida sombra” en Sor Juana (183), es padecida en Delmira como un naufragio: “me ahogaba en la sombra” (102). En este poema se perciben los ecos de aquellas criaturas nocturnas que habitaban las sombras del “Sueño”: “¡Oh la húmeda torre!.../ Llena de la presencia / siniestra de un gran búho, / como un alma en pena; / tan mudo que el Silencio en la torre es dos veces”. Asistimos, así, a la re-creación de ese universo nocturno y femenino que caracterizaba a la composición de Sor Juana: “... sumisas sólo voces consentía / de las nocturnas aves / tan obscuras tan graves, / que aun el silencio no se interrumpía”(183). En ambas composiciones el silencio no se interrumpe sino que se profundiza (como otro silencio del silencio) por la presencia de las aves nocturnas. El búho, en Delmira, evoca a la “avergonzada Nictimene” del “Sueño”: “la avergonzada
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Nictimene acecha / de las sagradas puertas los resquicios... /...y sacrílega llega a los lucientes / faroles sacros de perenne llama”, y también a sus Miniades: “aquellas que su casa / campo vieron volver, sus telas hierba, / a la deidad de Baco inobedientes... /... que el tremendo castigo /de desnudas les dio pardas membranas...(184)”. Tanto Nictimene como las Miniades son figuras prometeicas cuyas trangresiones / tentaciones están relacionadas tanto con lo sexual como con lo intelectual, pues, como la Eva del paraíso, y su contracara: la serpiente, su máximo deseo es acceder al conocimiento. El poema de Agustini se inicia con la evocación de otra figura prometeica y mitológica, Arácnide: “Yo vivía en la torre inclinada / de la Melancolía... / Las arañas del tedio, las arañas más grises, / en silencio y en gris tejían y tejían. (102)”. Se trata de una joven tan habilidosa en el arte de tejer que se jactó de hacerlo mejor que la diosa Minerva; ésta, sintiéndose desafiada, le propuso tejer un lienzo para ver quién lo hacía mejor; el de la joven fue tan impresionante que, Minerva furiosa, la transformó en araña. El yo de esta composición se prefigura como una nueva
quitan de esta eterna marginalidad y, a través de la palabra, las vuelven no sólo figuras centrales sino que en el centro de ambos universos poéticos. Tanto así que Delmira Agustini incluso asume el castigo impuesto a las hijas de Minias y ella misma se transforma en una variedad literaturizada del murciélago: el vampiro. En el poema homónimo, la voz poética asume este papel cambiándolo de signo, pues el vampiro es la forma que adopta el murciélago transgresor, aquel que incursiona en los espacios domésticos que le han sido prohibidos, aquél no muerto que seduce fatalmente a los vivos: “Yo que abriera / tu herida mordí en ella –¿me sentiste?”– y continúa: “Y exprimí más, traidora, dulcemente / tu corazón herido mortalmente, / por la cruel daga rara y exquisita / de un mal sin nombre, hasta sangrarlo en llanto” (66). Margaret Bruzelius sostiene que “nineteenth-century fascination with the femme fatale Arácnide replegada a sí misma y prisionera may have reached its apogee in the figure en la torre; así como la joven mítica, la joven of the Vampire...that marble white silent poeta teje (escribe) al borde del abismo (la woman, with luxuriant hair, heavy lidded torre) intuyendo la proximidad de la locura eyes and blood red lips” (51) y agrega que la (melancolía); y como las otras aves noctur- mujer-vampiro está estrechamente asociada nas que aspiraran a robarle el fuego a los a la habilidad de hablar, seducir con el lendioses, la Arácnide de Agustini recuerda el guaje, esto es, escribir. (55). En este sentido, fatal destino de las representaciones feme- la vampirización del yo supone la subversión ninas del “Sueño”: la estancia en un mundo del orden patriarcal en dos niveles: sexual marginal, siniestro que les reserva la locura (muerde, desea activamente) e intelectual eterna y obsesiva en ese “tejer” y “destejer” (dice, escribe). Bruzelius destaca el hecho de que nos recuerda el mito de Sísifo y que no que esta nueva femme fatal: “is not the creadeja de evocar, claro, a la torre a la que fue tion of male desire and fear, but of a female sentenciado también Segismundo. desire that authorizes itself...” (59).De esta Al introducir la imagen de la araña y manera, representa una liberación sexual e recuperar la del búho, Delmira Agustini se intelectual. A partir de esta persona poética, transforma en ventrílocua de su antecesora, el yo resemantiza su rol femenino; ya no es intentando dar voz a estas siniestras criaturas la niña-mujer de las cartas a Alfonso Reyes cuyo castigo se tradujo en deformación física (su esposo), tampoco es la mujer objeto del y marginalidad; personajes privados de luz deseo y la mirada masculina, sino que es la y de discurso, apenas pueden emitir sonidos mujer-vampiro, la mujer-sexo, la mujer-esy los mismos son ininteligibles; deformacio- critura, la contracara de Ícaro, o la forma que nes caricaturescas de Ícaro, “aves sin pluma éste asumiera en las tinieblas; lo que se resaladas” dice Sor Juana (184), “sin alas” o bien cata su sagaz intento por entrar de nuevo en “rotas las alas”, repite Agustini (46). el paraíso: hogar y espacio doméstico. Hay, Al evocar a estas criaturas verdugo de sí asimismo, en Agustini, “una suerte de vammismas (Sor Juana 77), ambas escritoras las pirismo erótico”, al decir de Sylvia Molloy Junio 2008
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(172), donde la figura del vampiro y la del cisne coinciden en una nueva figura mítica que se caracteriza metonímicamente: “Pico rojo del buitre del deseo” (172); erotismo que se define por su urgencia casi caníbal y también por su insinuada masculinización. Agustini establece una correlación entre el sexo y la muerte como estadios climáticos en la experiencia del yo. El cisne sangrante de placer se convierte ahora en “hambriento buitre” que “... Puso en mis manos tu cabeza muerta” (70). Su erotismo posee un carácter feroz y dramatiza la ansiedad del yo respecto de su propia sexualidad. La interioridad se vive como una batalla librada con la muerte, y la imagen ambivalente del vampiro representa la forma exterior de este conflicto. La presencia de criaturas vampirizadas en el “Sueño”, así como también de sinécdoques cuyas alusiones fálicas denotan la sexualidad masculina (“sombra piramidal”, “obeliscos” y “punta altiva”) no hacen sino sugerir la carga erótica y sexual que yace como subtexto al universo poético de esta composición. A su vez, creo que se pueden establecer ciertas analogías entre esta región engrosada sobre sí misma que nos dejara Sor Juana y la laguna interior de Delmira Agustini. Ambas
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escritoras abren su diálogo desde ese reino uterino amenazado por torres, esfinges, puntas y silencios mudos. Ambas se sumergen en ese mar onírico para descifrar el enigma y ascender místicamente (el ascenso de Sor Juana se relaciona al conocimiento intelectual y el de Agustini al conocimiento de lo sensorial). Ambas poéticas se forjan según el mismo principio: la urgencia por la articulación; ambas dramatizan un dilema, una elección: ¿El sueño o el despertar?, “¿El naufragio o la eterna corona de los Cristos (34)?”. Se trata de una retórica otra, del arriesgado raconto de un exceso y del triunfo de una voluntad; representan el drama de una marginalidad que quiere figurarse centro. Sor Juana es la monja y Agustini es “la nena”. No es casualidad que las dos escritoras emprendieran su viaje desde esa condición frígida, asexuada y estatuaria; la metamorfosis sólo podía ocurrir en el poema y el riesgo sólo podía considerarse en la escritura. Obras citadas Agustini, Delmira. Selected Poetry of Delmira Agustini. Poetics of Eros (bilingüe),
ed. Alejandro Cáceres. Southern Illinois University Press: Carbondale, 2003. Bruzelius, Margaret. “En el profundo espejo del deseo: Delmira Agustini, Rachilde and the Vampire”. En Revista hispánica moderna, núm. 46 (1993): 51-64. De la Cruz, Sor Juana Inés. Sor Juana Inés de la Cruz. Obras completas. Prólogo de Francisco Monterde. Editorial Porrúa, 13ª edición: México, 2002. Dubois, Claude-Gilbert. Le maniérisme. Presses Universitaires de France: Paris, 1979. Molloy, Sylvia. “Dos lecturas del cisne: Rubén Darío y Delmira Agustini”. En La sartén por el mango. Santo Domingo: Corripio, 1985. 57-70. Paz, Octavio. Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe. Fondo de Cultura Económica: México, 1983.
Este texto es la ponencia de Silvia Goldman; en la Conference of Hispanic and Spanish American Poetry/ Conferencia de Poesía Hispánica e Hispano Americana, realizada del 8 al 12 de noviembre de 2007 en la Universidad de Virginia, en los Estados Unidos de Norte América.
crónica
Crónica de la inconveniencia de las tiendas de conveniencia o las
manías de leer el diario media
a la
noche
David Izazaga [Guadalajara]
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on más de las once de la noche y de pronto caigo en cuenta que se me ha ido el día sin haber leído los periódicos. Mientras me asomo por la ventana a intentar dilucidar cómo estará el clima afuera, decido que sí, que sí quiero leerlos, no vaya a ser que ya me haya ganado una beca o sacado la lotería y yo aquí, en casa, aburrido, viendo tele en lugar de estar celebrando con mis amigos con una taza de horrible café ralo en el Sanborns de Tepic (quise decir: el Sanborns que está ubicado en Luis Pérez Verdía, antes Tepic, no en Tepic, Nayarit, ni que fuera yo tan aventurado). Mientras camino sobre avenida La Paz, observo que, siendo aún temprano, es decir, todavía no es media noche, son pocas las personas que caminan por las banquetas. Es raro, porque si bien esta es una calle muy transitada durante el día, por la noche resulta todo lo contrario, excepto los fines de semana, que los valet parking vienen a estacionar cuanto auto les entregan en cualquiera de los antros que están en López Cotilla. Un arbolito de navidad todo seco descansa sobre la banqueta y un perro callejero lo mira, como queriendo comprender por qué dicho árbol está ahí, tan seco, tan horizontal. Observo al perro cómo se va mejor a orinar en un árbol más digno, mientras veo a lo lejos, en lontananza, a una cuadra, pues, mi objetivo: un Seven Eleven. No me acuerdo en dónde leí
que a estas maravillosas tiendas les llaman “tiendas de conveniencia”. Y la verdad sí: es muy conveniente tener una cerca, pues están ahí, con lo que uno necesite, toda la noche. Antes, hace unos años, daban las nueve, hora a la que regularmente cerraban cualquier súper o tienda decente y ya, no había nada que hacer, hasta el otro día, a menos que tuviera uno a un vecino muy generoso al que le pudiésemos tocar la puerta a altas horas de la noche para pedirle agua oxigenada, tostadas o algodón. Pues no, la historia es otra desde que han brotado, cual honguitos en Tesistán, estas tiendas de conveniencia, por toda la ciudad. No respetan colonia, fraccionamiento ni unidad habitacional, por dondequiera que ande uno se topará con un Seven o un Oxxo que venga a salvarnos la vida, o la sed, para ser más concretos y específicos. Llego, pues, al Seven que tengo a dos cuadras de casa. Entro, los dependientes son jovencitos post o ante preparatorianos, uniformados y que están obligados a saludar a cuanto cliente, que como yo ahora, llegue. Siempre lo hacen, es muy raro que se les pase, he intentado entrar inadvertidamente o muy rápido, pero no, no fallan, saludan, si bien en algunas ocasiones no muy de buenas, sí a la primera. Pareciera como si al accionarse el resorte de la puerta de entrada un aparato les diera un toque en la columna vertebral.
Ya adentro busco el aparador donde comúnmente se colocan los periódicos, mientras pienso que antes, hace algunos años, había que comprar el periódico temprano, o de lo contrario el conseguirlo se convertía en un objetivo difícilmente alcanzable. Ahora es diferente, está ahí, en las tiendas de conveniencia, listo para que uno lo compre a la hora que se le dé la gana: o muy temprano, recién llegado, salido de la rotativa, o ya por la noche, como es hoy mi caso. Porque, ¿quién ha de determinar a qué horas se lee el periódico? Digo, si bien es cierto que leyéndolo temprano estará uno informado antes, nada pasa si se ha ido el día y uno decide echárselo antes de ir a dormir. Yo, incluso, por falta de tiempo he acumulado diarios de tres o cuatro días sin leer y de repente los leo todos de un jalón. Cada quien sus manías. Tengo de frente el aparador en donde colocan los periódicos y no hay ni uno solo. Eso sí es extraño, pues nunca me ha pasado que llegue y me digan “se terminó”; siempre sobran, pienso, y mis ojos comienzan a buscar en otros lugares. ¿Será que hubo una noticia “gorda” hoy y por eso todo mundo lo ha comprado? ¿Se habrá muerto el Papa Ratzinger “Z”? Nada de eso: volteo hacia la caja y los veo ahí todos, descansando a un ladito de donde se cobra la mercancía. Respiro, doy unos pasos y le digo a la dependienta, una güera, grandota y gritona de Junio 2008
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ojos inyectados, que quiero el periódico. “No hay”, me responde mientras mastica un chicle con desgano. ¿Qué hago yo después de esa respuesta si es que creí haberlos visto ahí, a un lado? Pues nada, que me acerco ahí, a un lado, a donde creí haberlos visto y ahí están: un puño de públicos y un puño de murales y me acerco más a verlos y sí, son del día. La dependienta, aunque me vio, finge no haberse interesado por mis movimientos y continúa una charla con su compañera que acomoda, a su lado, unas cajetillas de cigarros faros. Estoy ahí parado, observándolas sin decir palabra alguna, porque sé que tendrán que voltear en algún momento. La güera de ojos inyectados y uñas de color negro interrumpe su monólogo cuando ve que su amiga, una morena chaparrita de pelo desteñido, me observa que las observo. “Dígame señor, ¿en qué puedo servirle?”, me dice en tono enfadado, como queriendo que mejor me dé la vuelta y la deje continuar con sus historias nocturnas. Quiero el Público y el Mural, le digo señalándolos, por si no los había visto. “No hay”, me responde. Ya enfadado le respondo que ahí están, que los estoy viendo, ahí encimita, todos junto, un buen puño para escoger, que a mí no me quiera hacer pendejo. Desde la cómoda posición de quien reparte las cartas, me dice que no me los puede vender porque ya hizo “el corte”. Si hasta ahí se hubiera quedado su respuesta, 10
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muy probablemente me hubiera dado entonces media vuelta y bastante enojado habría salido de ahí y nunca hubiera escrito una crónica de este episodio. Pero sucede que, luego de que la de ojos inyectados me dijo que no me podía vender los diarios porque ya había hecho “el corte”, agregó: “además, ya es casi media noche, a esta hora ya nadie quiere leer los periódicos, para qué…”. Ahí sí que me enchilé y miren que pocas cosas en la vida me enchilan. ¿Quién era la dependienta, con un comprobable acento alteño subido que me venía a mí a decir que para qué quiere la gente comprar periódicos a las once y media de la noche? Mira, niña, le dije: en ningún lado dice aquí que el periódico sólo se venderá hasta las once de la noche, ¿pues qué es cerveza, o qué? Aquello pintaba para convertirse en toda una carnicería, porque a la güera alteña se le habían inyectado más los ojos, se había salido ya del mostrador y presta estaba ya para responderme lo siguiente, que sólo Dios sabe qué sería, porque antes de que esta hablara, su compañera, la morena chaparrita de pelo desteñido, se acerca a donde estamos, a punto de subir al ring y pronuncia las palabras que vienen a cambiarlo todo: “yo se los vendo y vuelvo a hacer el corte”. Le digo gracias a la chaparrita, le quiero decir que deseo que crezca unos centíme-
tros más, por generosa, pero no se lo digo, en lugar de eso pienso que la güera no quería vendérmelos por no volver a hacer la chamba del corte de nuevo. La veo que se va al baño, derrotada y yo, con mi pobre triunfo pasajero, le sonrío a la chaparrita que ya está entregándome los diarios. Para romper el hielo le digo que me disculpe si fui muy violento, pero que yo soy de la filosofía de al cliente lo que pida. Ella me explica que, para adelantar trabajo, para no andarlo haciendo a las cuatro o cinco de la mañana, hacen el corte de los diarios que se han vendido a una hora en la que creen que ya nadie va a comprar el periódico y que sí, que su compañera, por no querer hacer de nuevo el trabajo, no quería venderme el periódico. Mientras ella me dice esto, yo observo que en la plaquita dorada que pende de su pecho se lee que es la encargada de la tienda. Y yo pienso que Don Jorge Seven Eleven o comoquiera que se llame el dueño de estas tiendas de conveniencia, estará muy orgulloso de que gente como la chaparrita trabaje ahí. Le entrego el billete de 200 pesos y muy plantada me dice que si no tengo cambio, porque de plano, no me puede ayudar, recién ha hecho el corte de dinero y ahí sí que no hay para dónde, pues lo ha depositado en la caja fuerte. Regresa la güera desabrida del baño y me dirige una sonrisa muy parecida a la que yo le regalé hace rato, cuando la pelota estaba del lado de mi cancha. Yo me esculco todos los bolsillos, sabiendo de antemano que no voy a encontrar nada, mientras la chaparrita, quién sabe cómo, ya me ha quitado los periódicos, como temiendo que saliera yo corriendo con ellos. No hay remedio, doy media vuelta mientras alcanzo a escuchar a la alteña de uñas negras gritarme que a dos cuadras hay un puesto de tacos y que quizá me quieran cambiar el billete. Yo voy fúrico ya en la calle, redoblando el paso y pensando en cómo estarán burlándose de mí aquellas preparatorianas que seguro estarán en escuela abierta, si es que están. Veo al taquero de lejos, dudo un momento en ir, mejor me voy a mi casa de donde nunca debí salir y juro no volver a comprar periódicos en tiendas de conveniencia, mientras haya voceadores tan diligentes en la esquina o puestos como los de los hermanos Ceniza, de Morelos y Américas, a los que Dios bendiga eternamente.
columnas Zona Freak
Armando González Torres
E
n los extremos del lenguaje literario pueden encontrase, por un lado, un idioma hecho de clichés que se utiliza para la creación en serie y, por el otro, un lenguaje torturado al límite, casi un idiolecto, en el que se confunden, muchas veces dolorosamente, estilo y vida. Porque para que el estilo se vuelva una inscripción vital, no hace falta retacarlo de experiencias y confidencias, sino, al contrario, se precisa un ejercicio de despojamiento y renuncia a la vida corriente. Robert Walser (1878-1956) es un autor con todos los desdichados atributos del escritor radical, que no tiene otra opción que la renuncia: cero éxito mundano, biografía borrosa, presumiblemente desdichada, y el indispensable componente de locura. Como dice W.G. Sebald en El paseante solitario: “Las escenas que nos han llegado de la vida de Walser son tan lejanas que realmente no puede hablarse de una historia o una biografía; más bien, me parece, de una leyenda”. En esta existencia fantasmal, marcada por la pobreza, el fracaso, la errancia, la soledad y las manías, la escritura se vuelve una historia de
Apalabrados
J
Luis de la Peña Martínez
uan Martínez García, mi abuelo, fue un mecánico electricista que trabajó gran parte de su vida en los talleres de los Ferrocarriles Nacionales de México. Oriundo del pueblo de San José de Gracia en el estado de Aguascalientes, en cuya ciudad capital inició su actividad ferrocarrilera en el año de 1925, su educación escolar fue la más elemental, pues no pudo cursar siquiera completos los estudios primarios; sin embargo, su formación autodidacta le permitió desempeñarse con eficacia en sus labores hasta alcanzar el puesto de “mayordomo” en los talleres de reparación de máquinas de ferrocarril de la estación de Pantaco de la Ciudad de México, adonde llegó para residir con su familia en los años cincuenta y en donde se jubiló al comienzo de los sesenta. Fue, además, en 1933, miembro fundador del Sindicato Nacional de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana, e incluso colaboró en alguna de sus comisiones de trabajo. Desde muy chico ejerció distintos oficios: primero como arriero junto a su padre que comerciaba en los pueblos de su región de origen, llevando productos como quesos o carbón que transportaban en burros; más tarde, junto a sus hermanos, en la instalación del cableado eléctrico del servicio público, no sólo en la ciudad de Aguascalientes sino en otras zonas
Robert Walser: del uso de la letra pequeña vida no confesional. Walser practica un arte educadamente temperado, caracterizado por rasgos como la gracia infantil y profunda de la prosa; el virtuosismo de la digresión, que pareciera eludir el acontecimiento, y la naturalidad, meticulosidad y elegancia con que se plasman las situaciones más atroces y las personalidades más atormentadas. Los rasgos de estilo de Walser, ese amor por el detalle, esa compulsión y compasión por las cosas y seres menudos y raros, no son un hecho desvinculado de la vida, sino una opción por el empequeñecimiento y la anonimia. A lo largo de sus libros, príncipes idiotas, enajenados afables, marginados pacíficos, hacen de su excentricidad un paradigma moral. No son locos, sino, como dice Walter Benjamín: “Son figuras que han dejado atrás la demencia y por eso siguen siendo de una superficialidad tan desgarradora, tan completamente inhumana, imperturbable”. Quizá ninguno de sus libros revele el estilo-vida de Walser como la novela Jacob von Gunten. El protagonista es un descendiente de una buena familia que, en un acto aparentemente absurdo,
quiere anularse como individuo y aprender el olvido de sí mismo. Para ello, se matricula en el instituto Benjamenta, donde se prepara la servidumbre y cuya propaganda garantiza egresados capaces de abominar de cualquier valor propio y de obedecer órdenes contradictorias y despóticas. Se ha dicho que los alumnos del instituto Benjamenta son un retrato del hombre masa, del don nadie, del niño perpetuo que se deja dominar por fuerzas irracionales, desde la charlatanería política hasta la publicidad. Cierto, retrato aterrador del súbdito que habita en la personalidad autoritaria, Von Gunten puede ser, también, lo contrario: un héroe de la inversión de valores, que practica una ascesis, una mortificación del albedrío mediante la prueba del sometimiento y la humillación. La degradación de las aspiraciones normales para un hombre de determinada clase social sería entonces una forma paradójica de defensa y reconstrucción del individuo rebelde, una parábola irónica de la libertad y un gesto de soberanía que, con una diminuta escritura-protesta, desafía las convenciones mayúsculas.
Retrato de mi abuelo con ferrocarril En el tren de la ausencia me voy... como el puerto de Tampico. Su interés por practicar diversas ramas del trabajo manual lo convirtió, aparte de electricista, en carpintero, herrero, e incluso en arquitecto e ingeniero de su propia casa en la Ciudad de México, la que contaba con un cuarto de herramientas que construyó en la azotea. Todo ello, aunado a un incesante deseo de conocimiento que lo llevó a leer a pensadores libertarios como Pierre-Joseph Proudhom, Piotr Kropotkin y Ricardo Flores Magón, de quien era un ferviente admirador, como también lo fue de Emiliano Zapata. De este modo, la imagen que tengo de mi abuelo en la memoria siempre estará ligado a su participación en el gremio ferrocarrilero. Por ejemplo, recuerdo el mapa de la república mexicana que estaba sobre su escritorio cubierto por un grueso cristal, en el que se indicaban las distintas estaciones y las conexiones de los ferrocarriles a lo largo y ancho del país, o el relato que hacía de la acción temeraria de Jesús García Corona, el “Héroe de Nacozari”, quien sacrificó su vida al dirigir una máquina cargada con dinamita a punto de estallar, a las afueras del poblado de Nacozari, con lo que evitó una desgracia para los habitantes de esa zona. De igual manera, recuerdo su gorra azul de mezclilla y su overol, su paliacate rojo, así como una matraca de madera que conservó como
símbolos de una forma de vida que con el paso del tiempo, desgraciadamente, se extraviaron o quedaron relegados por ahí en algún secreto rincón. Existen algunas imágenes fotográficas de su labor en los talleres, como algunas que él mismo tomó, o como esas en que se le ve rodeado de sus compañeros de trabajo entre grandes estructuras de metal pertenecientes al frente de alguna máquina o entre las enormes piezas de los motores. Testimonios de largas jornadas de esfuerzo, que le permitieron sacar a flote a una familia compuesta por mi abuela Simona y tres hijas que tuvieron, ellas sí, el privilegio de poder estudiar en la UNAM. Pero también, hay otro tipo de recuerdos, como el de los viajes en tren, como ese que hicimos (él, mi abuela, mi prima, uno de mis hermanos y yo) a la ciudad de León, Guanajuato. Un viaje en el que al anochecer descubrí el brillo de las luciérnagas a la orilla de los rieles y las rápidas luces de otros trenes que pasaban frente a nosotros en dirección contraria, mientras en el interior de nuestro gabinete esperábamos la llegada del sueño. Un viaje que, creo, no habrá de terminar nunca y que continuará dentro de mí como al fondo de un vagón en el que se escucha el penetrante sonido del silbato y la marcha agitada de las ruedas de un largo tren de ausencias y de recuerdos.
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plástica
Amor
Ambivalencias
La sutil de quietud la en realidad
La pena negra
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Patricia García
Tierra fértil
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plástica
Antillano
Vuelos permitidos
Sor-tilegio
P
atricia García es una especialista de las disciplinas que explican las cosas a través de los sentidos. Emplea dos dimensiones, a veces tres, pero esencialmente altera pedazos de espacio: ahí reproduce el mundo, lo modifica, le agrega trazos y, cromáticamente, le cambia el sentido. Experimental en sus métodos, Patricia se mantiene en su búsqueda sin perder la ecuanimidad, sus modales y el cuidado que dedica a elegir sus palabras. No es casualidad que haya aprendido a tener quieta a la realidad durante horas, entretenida, mientras le quita alguna capa o la convence en quedarse sostenida sobre su pie que es tiempo, o a suspenderse de su mano que es espacio; y en esa sutil quietud, la interviene con sus óleos, con sus artes.
Ramsés Figueroa [Guadalajara]
Hechizo libre
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La malsana Recuentos de pluralidad 14
El Día de
Georges Noverre en Guadalajara
Angélica Íñiguez [Guadalajara]
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o que sucedió el Día Internacional de la Danza (DID) en Guadalajara y Zapopan fue histórico, pero al mismo tiempo nada sorprendente, pues como dice el investigador Alberto Dallal: “México es un país de danzantes”. Lo histórico fue que desde una iniciativa de gobierno se instalaran escenarios al aire libre (en la Minerva, plaza de la Liberación, estación San Juan de Dios del tren, Arcos del Milenio…) para celebrar el DID, y lo no sorprendente: la alta participación de la comunidad dancística tapatía en los cruces vehiculares más conflictivos, en algunas plazas públicas y hasta en los andenes del tren ligero Por un lado se buscaba la irrupción, la toma de espacios urbanos que normalmente le corresponden a los automóviles y los camiones, y se logró. En los puntos más conflictivos, como la Minerva, el nuevo público brindó aplausos, pero también mentadas de madre (tan de moda); algunos pasaron de largo y otros se detuvieron a mirar, a tomar fotos y grabar desde sus celulares. Pero eso sí, a los conductores no les quedó otro remedio que convertirse en espectadores de danza. Por otro lado, se quiso involucrar a los municipios del estado, con aparente buena convocatoria, y Marco Antonio Silva, coordinador Nacional de Danza del Instituto Nacional de Bellas Artes, ni tardo ni perezoso, lo anunció en la Ciudad de México como mérito propio. Abría que analizar el caso de cada municipio (desde la veracidad de que recibieran la invitación hasta de qué manera se sumaron los que lo hicieron). El tercer punto es el Día Internacional de la Danza que se celebra cada 29 de abril desde 1982, y que este año sirvió de pretexto para tomar Guadalajara. En esa fecha se conmemora al arte de Terpsícore porque nació el “padre del ballet moderno”: Jean Georges Noverre, es decir, que el DID nació desde la danza escénica, o tomando a ésta como la única y verdadera danza. Esa decisión la tomó la UNESCO.
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Fotografías: Sergio Garibay “Bubú”
La ciudad parece haber llegado a limites preocupantes con la cantidad de autos (1.5 millones de autos legalmente registrados –más los chocolate– en una ciudad de 4 millones de habitantes), la mala calidad del aire que respiramos y el pésimo servicio de transporte público, así como las muertes provocadas por éste. Lo que ha generado que la sociedad civil tome decisiones y se agrupe en diversas organizaciones no gubernamentales. En esta lógica se insertó el Día Internacional de la Danza de este año en Guadalajara, para tomar por un día siquiera el espacio del que se han adueñado los motorizados (una de danza por tantas de humo). En los municipios de Jalisco la cosa fue distinta. María Elena Ramos, directora de Fomento y Difusión Cultural de la Secretaría de Cultura, anunció con bombo y platillo que 99 municipios del estado se habían sumado al festejo. Lo que sí hemos comprobado es que en Tequila se presentaron en la plaza pública, sin escenario, dos grupos de danzantes locales: Oro Azul y La cruz del calvario y en ciudad Guzmán hubo manifestaciones más escénicas, como el folclor infantil. En Tuxpan, por ejemplo, sus habitantes presentaron –fuera de contexto- sus danzas tradicionales, por eso habría que preguntarse si en todos los pueblos tiene sentido la celebración del Día Internacional de la Danza. Los organizadores del DID –con 9 escenarios en Guadalajara– y quienes lanzaron la convocatoria para que los demás municipios se sumaran fueron las direcciones de
Danza (Nesly Mombrun) y de Actividades Culturales (Santiago Baeza), con el apoyo de Fomento y Difusión (María Elena Ramos) de la Secretaría de Cultura, y la dirección del Sistema del Tren Eléctrico Urbano ( Jorge Méndez). Hizo falta contextualizar la acción. Ese 29 de abril la gente pasaba y veía grupos bailando, se quedaba o seguía de largo, pero difícilmente pudo enterarse de que se trataba de la celebración por el Día Internacional de la Danza, pues ninguna lona, ningún letrero lo anunciaba. Otro factor que pudiera tomarse en cuenta para el próximo año es una programación más cuidadosa: esta vez bailó quien
quiso y fue, más bien, un ejercicio de democracia; la próxima quizá pudiera combinarse esta pluralidad con programas completos de grupos profesionales y un equipo de sonido más decente. Los escenarios se instalaron del centro hacia el poniente, descuidando otra vez las zonas habituales. Sin embargo, lo valioso fue que los bailarines salieran de la mediocridad en que se convierten a veces las funciones de danza en los teatros y se acercaron a la gente, pues el significado que puede tener para un niño pequeño ver danza por primera vez podrían ser profundo y llevarlo a convertirse en asiduo u ocasional espectador de danza o hasta en bailarín.
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poesía
Se abre la Idea Se abre la Idea entro en el agua de lo intangible el girasol del pensamiento baila El movimiento tiende puentes transparentes entre los trazos que dibuja el día garabato multicolor en el espacio abierto (virgen) Flor y canto de la energía de la prehistoria de la voz escapa un pájaro fruto que madura y cae Se abre la Idea Fernando Carrera [Guadalajara]
Chetumal Ignoro qué dialecto de bahías quiso esculpir más solo que una higuera este puerto azulado en su madera, donde discurre el silencio de mis días. Girando vine en mis peregrinajes, al rozar la frontera quedé atado sobre este carrusel alucinado que atomiza el destino y sus edades. Se suicidan las horas y los sueños, velámenes oscuros como leños, espejismos que encierran aventura. Nada desciende en signo de pantano, nada sube tan blanco hacia un verano, sólo flota el deseo y su amargura. Agustín Labrada [Olguín, Cuba]
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Vinil Miro el punto antes del punto que da pauta de línea: brea dispersa por la grieta horizontal de una palabra. Sé que los ojos son interferencias en el zumbido del rostro, y aún así me ciño a ellos como a dos rieles de bambú. Miro el punto antes del punto, no es el árbol insumiso del polvo. Es el punto antes del punto un paseo en la sonda invertida de la especie: ave dilatada en el contorno del estanque. Puedo seguir mirando incrustada en el ademán convexo de la memoria sin desviar la caída. Punto corre a toda vereda dibuja la línea artificial de mis palmas: soy una pieza extendida a lo largo de mis manos. Rueda en sí mismo, antes el punto, el molino erosionado de la vista inventa la secuencia antes, después. En el centro el punto antes del punto. Toda línea es lo que hay entre el sonido y la desbandada. Xitlalitl Rodríguez [Guadalajara]
narrativa
Una anécdota corta
Diego Mejía [Guadalajara]
Ll
egué al lugar a eso de las 10:30, en la entrada había algunos “de esos chicos”, ya sabes, de esos que creen que Tarantino empezó con el cine, y Green Day con el rock, todo se remonta a los años noventa. Parecía que varios eran menores de edad, tenían cara de preocupación, como pensando: “mamá me regañará por llegar tan tarde, qué hago aquí”. Y yo me preguntaba lo mismo, “qué hago aquí”. Tuve que dejar el trabajo un par de horas antes para llegar a tiempo y aun así llegué tarde. Tráfico. Qué más da, ahí estaba. Deseando estar en casa, tumbado en el sofá, cenando cereal, odio el cereal, viendo alguna de esas mentecatas, pero muy entretenidas, series californianas. Entré. Una multitud frente a mí, muchos “de esos chicos” forraban el lugar; cuando los veo realmente dudo que sea una etapa, es lo que dicen de todo estilo de vida: tatuajes, rastas, piercings, discotecas, chuparse el dedo o comerse los mocos. Tras la marea de chicos, la tarima; encima, la banda; unos treintones que fracasaron en su carrera musical. Que le echen ganas. Yo estaría muerto o dando clases de guitarra en cualquier Casa de la Cultura de cualquier municipio de cualquier estado, da igual, creo que ellos también están muertos. Fede me había dicho que estaría al frente, en la valla. Me abrí camino entre el cardumen de pubertos, tropecé un par de veces, me empujaron algunas más, y pisé más de un centenar de pies. Siempre he sido algo torpe. Llegué sin más problemas. Aún había espacio en la valla. Me esperaban. Estaba Fede con una chiquilla, no sé quién es, seguramente la conoció ahí, y Adrián, que tenía la mirada fija en la banda, cerveza en mano. Los saludé enfáticamente, me presentó a Lucía. Mua, mua. Me posé junto a Adrián y dejé
que Fede entrara en acción. Ahora Adrián y yo mirábamos a la banda, los ojos clavados en la guitarra y sus errores, el cartoneo de las bocinas, los pelos largos y pantalones ajustados, cuero escurrido, en los brazos. Cabeceábamos, el clásico ritmo de rodilla a talón, lo aderezábamos con espontáneos gritillos desentonados o afónicos, también clásicos, nunca nos veíamos las caras. Fede vino, Lucía había ido al baño. Nos ofreció un cigarro, lo encendimos, chupamos, una cerveza estaría bien. Yo me ofrecí a ir por ellas, caminé de ladito entre los alborotados, una chica se interpuso en mi camino, quería bailar, estaba fea, me hice a un lado y seguí caminando, a ella no le importó e hizo como que bailaba sola. Llegué a la barra, un viejo con gorra demasiado grande, cortesía del patrocinador, servía las bebidas. -Tres –dije. -Tengo Budweisser, Indio y Corona –dijo. -Dos Budweisser y una Indio, ¿Cuestan lo mismo? –pregunté mientras abría mi cartera buscando algún billete. -Veinte pesos cualesquiera. –contestó cuando había terminado de llenar los vasos. -Oye, -dije.- ¿No me las puedes dar en botella? –Y se me quedó viendo como si fuera yo un idiota. -No puedo, política de la empresa, por seguridad. –dijo mecánicamente Pagué las cervezas, le di un buen trago a la Indio. Espuma. Estúpido viejo, no sabía servir una triste cerveza, las otras dos parecían estar igual, con el burbujeo desbordado y seguramente con una mierda de gas en lo que restaba del líquido. Odio la cerveza mal servida, odio no sentir las burbujas calando mi garganta, no es una manera cómoda de emborracharse.
Caminaba entre la gente cuidando las bebidas, no quería tirar una gota, aunque hubiera estado bien deshacerse del exceso de espuma, pero seguramente cuando lo hiciera ya no quedaría un sorbo de cerveza. Traía los vasos por encima de la cabeza, los brazos alzados, si alguien me hubiese empujado por detrás se habrían derramado sobre mi cara y ahora si, ahora si estaría hecho un ridículo, me habría ido, apestando a alcohol, no borracho, pero completamente harto de esos conciertos. La chica fea bailaba con un gordo igualmente feo. Llegué con los chicos, la banda se había ido, pronto saldría otra a escena. La gente se dispersó un poco, teníamos tiempo de charlar. -Que tal. –Le dije a Adrián. -Pues nada, estuvo bien la banda, ¿no? –dijo. -Pues le echan ganas –dije. Estábamos de espaldas al escenario, recargados en la valla, sorbíamos la cerveza, dábamos bocanadas de humo y mirábamos alrededor. Hubo un largo silencio. -Oye, me dijo Julián que después de aquí le podemos caerle a su casa, tiene fiesta, inauguración del departamento –dijo Adrián entre que me veía y le veía las nalgas a alguna chiquilla que pasaba. -Ese Julián me caga –dije. –ojalá un día se le caiga encima el edificio. -Bueno, igual podemos ir un rato, va a haber cheve gratis y seguro podremos pescar algo –dijo Adrián mientras le veía los pechos a una chica con bastante escote. -Cerveza gratis –Pensé en voz alta. –podría soportar al Julián por un par de tragos. Fede estaba platicando con Lucía, la tenía por el cuello y le decía cosas al oído, ambos Junio 2008
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cuento
reían. Fede siempre ha tenido suerte con las chicas, nunca le falta un buen planche. Nunca ha tenido novia. Siempre le he visto tratarlas como si fuesen no sé qué, es un romántico, es una víbora, las atrae con dulzura, las toma, las envuelve en su cariño y cuando alguna de ellas se desvive, Fede corta toda comunicación con ellas, las olvida, les da la espalda y se rie. No se toma en serio a las chicas, y por ende sólo busca a las que no se lo tomen en serio, las que se lo fumen un rato y después se olviden, a él le agrada eso, no sentir responsabilidades para con nadie, disfrutar un rato y mañana a ver qué pasa. Fede le dijo algo a Lucia y ella lo vio con sorpresa y desconcierto, después se arqueó su boca y con los mismos ojos de asombro le encajó la lengua en los labios. Sólo Dios sabe qué le dijo. Ojalá yo supiera. Después de un rato, y la abucheada prueba de sonido, salió otra banda al tablado. Yo conocía a esos tipos. Un día estaban firmando autógrafos en una tienda de discos del centro, yo estaba bastante borracho. Había agarrado la jarra en una cantina con unos tipos que no conocía. Estaba sólo en la barra, tomé un par de cervezas y me llamaron a jugar al dominó, después de la décima cerveza no recuerdo mucho. Al parecer, salimos en busca de alguna chiquilla que picara fácil, pasamos por la tienda de discos y nos enteramos de la firma de autógrafos. Entramos esquivando la fila de gente que ya bordeaba al edificio, muchos niñitos chillones se quejaron, llega18
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mos a la mesa de autógrafos, apoyé los brazos sobre la tabla y dije: -Hola, quiero un autógrafo. Los miembros de la banda se miraron entre sí hasta que uno se atrevió a hablarme. -Oye amigo, estás muy borracho, además no tienes nada que te podamos firmar, te saltas la fila y esperas que te atendamos como a un verdadero fan. Me puse trecho y miré alrededor. -¡Fan mis huevos! –le grité al tipo (según me enteré) – ¡Fila mis huevos! ¡Autógrafo mis huevos! Caminé hasta un aparador donde estaba un afiche con publicidad de la banda, lo arranqué del mueble y lo llevé hasta la mesa del grupo, algunos de ellos ya se habían y retirado con algo de temor y yo dije: -Ándale cabrón, aquí ponme el pinche autógrafo para largarme de una vez. Parece que esto no le agradó a la seguridad de la tienda y sin pensarlo nos lanzaron a la calle, nos dijeron que no regresáramos y nos vetaron de por vida, hasta la fecha no puedo entrar a la tienda. Después fuimos a la casa de alguno de los tipos de la cantina a beber más cerveza. La banda estaba tocando uno de sus éxitos, la gente brincaba y rabiaba, yo con mi cerveza y cigarro en mano, les rayé la madre, después fui al baño. Los escusados no servían. En el urinario, que era uno para todos, uno muy largo, había una barra enorme de hielo con
sal. Oriné. En el mosaico frente a mi había varias leyendas, sólo recuerdo algunas: “Viktor es puto”, “y tú tanbien”, “puto el que lo lea”, y “Sandor avila se coje a tu tia”. El lavabo tampoco servía, salí del baño. Cuando regresé con Adrián y Fede la banda se estaba despidiendo sin mencionar el obligado encore. Tocaron un rato más y por fin se fueron y yo pude descansar, me tiré sobre el piso y fumé otro cigarro, Lucía se había ido. Fede se sentó junto a mí. -¿Qué pasó con la morra? –pregunté sin emoción. -Nada, pinche vieja, que traía otro ligue. –dijo Fede sin remordimientos. -Cada fichita que te hallas. –le dije en son de broma. Callamos un rato, Fede me pidió una chupada de cigarro. -¿Vamos a ir con Julián? –preguntó Fede. -Pues igual un rato, habrá cheve gratis. –dije con una sonrisa nada fingida. -Este concierto está de la verga. –dijo Fede. -Sí, ya se –dije sobándome el cabello –pero no te agüites, hoy puede ser la mejor noche de nuestras vidas. Fede soltó una leve carcajada, yo también. Eran cerca de las 12:00, y un tipo casi uniformado (traía una camisa polo con un logo bordado), saltó al escenario. Era un tipo algo pasado de peso, de esos tipos que en su juventud fueron esbeltos y atléticos y ahora en su madurez luchan por conservar la figura que han perdido a causa de sus empleos. Van al gym, corren por las mañanas y tratan de alimentarse sanamente con productos procesados, suplementos alimenticios, proteínas, químicos y sabrá Dios qué otro método para atesorar la juventud, todo con eventual disciplina. El tipo era un locutor de radio que quería publicitar su frecuencia, se sentía en la onda. Habló bastante rato, diciendo cualquier tontería que se le venía en mente, terminando cada oración con “Porque 104.5 FM es la estación para ti”, después los chavos, casi niños, gritaban y levantaban el puño haciendo el signo de “I love you”. Después de muchos aplausos y gritos ensordecedores el tipo ese se fue y nos dejó a la última banda, por la que yo había ido al concierto. Estaba algo emocionado, siempre había querido ver a los Glass of Water en acción, con esto la impertinencia de esos desagradables adolescentes habría valido la pena. Comenzaron tocando una de mis canciones favoritas, la gente enloqueció, y yo también. Fede, Adrián y yo bailábamos, brincábamos y cantábamos como cualquier crío en el lugar. Imitaba la estridente guitarra y me sacudía al compás de los acordes. Nada podía molestarme en esos momentos, cuando sentía la música tan dentro de mí. Recuerdo la primera vez que una
cuento rola me llegó así tan fuerte, era una de Santana, Europa, ya la había escuchado, pero fue hasta los quince que tuve la madurez sensorial para apreciar el escalofrío que esa guitarra me hacía sentir, y sin más ni más ese día lloré sin razón, y por vez primera, al escuchar una rola que ni una palabra decía, la escuché todo el día y toda la noche, al siguiente día me aburrí de ella. Hace mucho que no la oigo. En el centro del lugar se abrió un círculo y varios chicos hicieron el slam, nosotros nos alejamos un poco, pero Adrián no pudo escapar y fue atrapado por el torbellino, Fede y yo lo veíamos ahí tratando de soportar la golpiza que le estaban propinando y nos reíamos. A mi izquierda estaba un tipo gordo abrazado a una chica, la inmensa espalda del sujeto no me dejo ver la cara de la mujer, momentos después descubrí que era la chica fea, y él era el tipo gordo y feo. “Tal para cual” me dije, y me alegré de que el mundo se equilibrara aunque fuere en un sentido antiestético y cruel para la vista. Fede y yo bailábamos, cada quien por su lado y con su ritmo particular. En aquel momento sentí que el gordo se me acercaba constantemente y apoyaba todo su peso contra mí, eso me molestó pero la música era tan sublime que no le di importancia, seguí bailando. Me codeaban las costillas, mi pelo se movía al viento. Bailé con una chica, una niña con lentes y bonitos dientes, me grito unas cosas al oído, unas cosas que no entendí, ni tenía intención de hacerlo, sólo contestaba “sí” a gritos, o con una sonrisa. Tenía el pelo quebrado y enmarañado, apenas le rebasaba el cuello, unos mechones más largos y unos más cortos. Llevaba una blusa que descubría sus hombros. Yo tenía un paisaje hermoso de esa curva que hacía su cuerpo, del cuello alto a la esfera de sus hombros caídos, con piel apretada, aterciopelada, fresca y perfumada. Hay cosas en una mujer que atraen la atención de un hombre, por ejemplo a Adrián le atraen las nalgas y tetas grandes, pero también las uñas, le gustan las uñas barnizadas con esmalte natural, un poco largas y picudas. Detesta las uñas postizas que parecen garfios o charamuscas, esas que no les dejan hacer nada a las mujeres. A mí me gustan los hombros caídos y los cuellos altos, las cinturas finamente delineadas y los dientes. Una vez, de camino a casa en la ruta 27, una chica subió al urbano y se sentó en el asiento adelante. La tenía de espaldas, el cabello agarrado y podía ver su cuello y sus hombros con perfecta claridad a pesar de lo oscuro de la noche, había una luna blanca. Empecé a imaginar poder tocar su piel aceitunada cuando volteó y me preguntó: -Disculpa, ¿Este camión va a la Unidad Deportiva? –dijo con una sonrisa y unos dientes que brillaban con la luna. No eran perfectos, ni grandes, ni alineados, sino algo chuecos
y los colmillos eran grandes, me encantaron. Me le quedé mirando por un instante y luego dije: -Sí, sí va. -Ah, gracias –Dijo. Después se volteó nuevamente. Quince minutos después bajó del camión. Pensé en hablarle. No. Tal vez seguirla, buscarla entre las calles y la gente en la noche, distinguirla en las luces amarillas de callejones escondidos, después salir de la oscuridad y estamparle un beso, ella respondería, después la acompañaría a su casa, haríamos el amor, me la haría novia, le daría flores y le enseñaría algunos trucos en yoyo, nos casaríamos, compraríamos un helado, pasearíamos en bicicleta, yo me vería fortalecido, como los chicos de los anuncios de perfumes, fresco, le leería un libro antes de dormir, tendríamos hijos, si fuera niña la llamaría Karen, si fuera niño le llamaría Aarón. Bajó del camión, la vi caminar unos cuantos metros, luego el camión arrancó y volví la vista al frente. De vez en cuando subo a ese camión con la esperanza de encontrármela nuevamente. Bailaba con la chica de lindos dientes cuando se me vino un peso encima, tropecé y me fui contra la chica, la tumbé, tiró sus lentes, los levanté antes que alguien los pisara, me disculpé, me arrebató los lentes de las manos, se los puso y me dijo: “no te preocupes” y se fue. Me volví y ahí estaba el gordo bailando troncamente con la chica fea, calmé mi furia y me fui a la valla donde estaba Adrián. Le robé de su cerveza y cigarro. Luego vino el gordo, se posó junto a mi y recargó su obeso dorso, agitándose y haciéndome parecer una lavadora en ciclo de escurrido. -Este amigo me está empezando a molestar –le dije a Adrián. -¿Quieres que te cambie de lugar? –preguntó. -No, está bien –Le dije. -De veras, te cambio. –dijo. -No, de veras –dije. La música seguía, ya no quería bailar, el gordo empujaba, yo aguantaba, estoico, su peso, el gordo reía. -Oye compa –le dije-, aguanta la vara, llévala trancas, no me empujes. –le dije seria y sinceramente. -No te estoy empujando, estoy en mi lugar o qué me ves por allá o qué –me gritó y se le escaparon unas gotas de baba que cayeron cerca de mi nariz. -Bueno pues -le dije limpiándome las babas-, llévala tranquilo. Terminó la música, el gordo estaba hombro a hombro conmigo, empujaba y reía. Planté los pies y le seguí el juego, quería empujarlo pero sólo lograba mantenerle al ras y no ser aventado al otro extremo del lugar. Sentía el aliento caliente entre el cuello y la oreja, no volteé a verle la hinchada cara, él reía.
Fede sacó un cigarro y lo fumó, hablaba con Adrián. Yo sólo movía los pies para no caer dormido, Fede abrió la cajetilla y me ofreció un cigarro, tomé uno y le agradecí con la palma como suelen hacer algunos famosos. Apreté el cigarro con los labios, saqué mi encendedor, rasqué la rosca y dejé salir el gas, nada pasó, repetí la operación, se hizo el fuego. Acerqué la lumbre al cigarro, aún no lo encendía cuando una ráfaga de humo me irritó los ojos, levantó y apestó el cabello. Cerré los ojos lentamente. Los abrí, encendí el cigarro y le di una buena chupada, exhalé el humo, sabía tan bien. Volví a chupar mientras volteaba la cara hacia el gordo, aún se escapaban algunos hilillos de humo de su boca, hizo una mueca como de risa, y me veía con ojos taciturnos. Deje escapar el humo justo en su cara, cerró los ojos y se borró esa sonrisa malhecha. Le solté un puñetazo en la barriga, se dobló. Lo que siguió fue un rodillazo en su mentón y cayó lentamente, alcanzó a meter las manos antes de azotar la espalda. Se paró apresuradamente, me cogió del dorso y tumbamos la valla, algunas chicas gritaron, entre ellas la chica fea. Tirado en el piso, el gordo comenzó a golpearme la cara, apenas y pude meter las manos, me dio un buen golpe en la sien que purgué hasta el día siguiente. Fede se lanzó al gordo golpeándole las costillas, Adrián trató de separarnos y también recibió algunos buenos golpes. La banda paró la música, excepto el baterista que traía unos robustos audífonos. Después vino la seguridad y nos sacaron a todos, a mi arrastrando. Afuera me senté un momento en la banqueta, con los brazos apoyados en las rodillas y la cabeza viendo al piso, escupía sangre, apenas y podía respirar, el gordo me había sacado el aire, seguro por algún golpe en la boca del estómago del que no me di cuenta. Adrián hablaba por teléfono y se sobaba un brazo, Fede fue por el carro. El gordo estaba unos metros alejado, hablando con la chica fea. Me levanté y le hice una señal a Adrián para largarnos de ahí, cuando oí que el gordo gritó algo. -A ver ahora sí puto, déjate venir –gritó. Volteé y me acerqué un poco. -Oye wey, disculpa, ya no quiero problemas, ya vete a tu casa con tu mami. –Le dije con la poca voz que me quedaba y una mano en el abdomen. El gordo volteó la cara hacia la chica, luego la volvió hacia mí y soltó un escupitajo que cayó justamente en mi ojo izquierdo. Lo quité despacito y lo lancé al piso, abrí el ojo y me abalancé al tipo, lo tumbé, le di uno bueno en la panza. Fede y Adrián me jalaron y huyeron arrastrándome, mientras yo maldecía la miserable existencia del gordo que permanecía tirado y confundido en el asfalto, la chica fea le ayudó a levantarse. Junio 2008
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Arqueología del recuerdo 20
Accidentes Ricardo Solís [Navolato]
A
lguna vez le dije a alguien que debo mi afición por la lectura a una serie afortunada de accidentes. Esta conclusión, por supuesto, no le hace gracia a mi madre porque ella hubiera querido que me dedicara a cosas “más normales”, que hubiera elegido un destino menos complicado o, cuando menos, una ocupación en la que no me viera (con tanta frecuencia) agobiado por problemas financieros. Nací en un lugar no tan pequeño, una ciudad extraña en la que no hay librerías (al menos como Dios manda) y, como espejo de la nación entera, donde la mayor parte de los hogares no posee libros, ni siquiera de adorno. En mi casa sí los hubo, aunque, por lo general, se trataba de enciclopedias cuyo cometido parecía ser ilustrar cierta curiosidad no muy simple o servir de ayuda para los trabajos escolares. Hicieron mucho más que eso, sin embargo. Había, es cierto, algunas novelas o libros de poesía (nada reciente, aunque valiosa) pero, en casa de mis abuelos, la cosa cambiaba un poco. Resulta que, quiso la Providencia, en la década de los cincuenta, que ocurriera un primer accidente (de varios que habrían de sucederse a partir de entonces) por el que debo estar agradecido. Como si huyera de una maldición o un crimen inconfesable, cierta maestra argentina llegó a la ciudad en la tercera década del siglo XX. Cargada de libros (cosa rara), se hizo de una pequeña casa, a un lado de la propiedad donde mi abuela vivía, desde 1933. Ocurrió que, al morir la maestra, sola en su habitación, de vejez, sus pertenencias fueron sacadas a la calle (por designio de no sé quién) para que la basura las recogiera. Mi abuela consiguió salvar dos o tres cajas de libros de aquella injusta ocurrencia. Pero no fue cosa fácil, tuvo qué acordar con quienes “limpiaban” la casa y apenas le permitieron conservar aquello que por sí misma pudiera llevar a su terreno en lo que ellos terminaban su labor (mi abuela habría de contarme después que no consiguió rescatar ni una tercera parte de aquella biblioteca condenada). De ese lote azaroso pude leer muchas maravillas que prosiguen en su deterioro, ocupando la vieja estantería de una casa memorable para mí. En ese lugar, también, fue donde mi abuelo puso en mis manos sus libros de Salgari (¿de dónde los habría sacado?) y algunas novelas policiales (a veces creo que, en su aparente sobriedad, imitaba gestos que suponía en Poirot e imaginaba fumar como Sam Spade, sin Bogart). Otro bendito accidente fue la envidia (no me avergüenza reconocerlo). Mi hermana mayor era la celebridad lectora en casa, escribía pequeñas historias y ganaba concursos escolares, leía a Verne y a Twain (en esa misma casa). Yo deseaba ese trato preferencial, ser tomado en cuenta de ese modo.
Junio 2008
Mi hermana tomó después la senda de “lo normal” y se alejó de la literatura con mayúscula (aunque sigue leyendo, claro, novelas “románticas” de puesto de revistas); yo caí en las redes de un vicio precioso y difícil de mantener sin sacrificios (visibles e invisibles). Supongo que la escritura me vino como consecuencia, no lo sé de cierto, pero –creo– es mejor no saberlo. El hecho es simple, no puedo evitar que las historias me seduzcan (me siento como un demiurgo que disfruta, por pura curiosidad, del Teatro de los Mundos). Mi memoria prueba, a veces, que no he sido mal oído para aquello que se contó en reuniones familiares, esas pláticas que inundaron mi casa todo el tiempo. Puede que nunca llegue a explicar de manera suficiente la razón que hace necesaria la lectura, es muy probable que jamás encuentre palabras que describan lo mucho y vario que acontece en esa autopista maltrecha que conecta el cerebro con el corazón (tan llena de otro tipo de accidentes), ahí donde dibujan su ruta los prodigios cotidianos que definen lo que somos. Y es que tal explicación, felizmente, no es necesaria. Tampoco se requiere de la mente más sana o ecuánime o consecuente. Basta (ría) cierta congruencia y la voluntad de arrancar tiempo a cada día para ejercer una (tan inútil como imprescindible) actividad: leer. Simple, ¿no? Más de una vez me he preguntado por el motivo de esta (a veces ridícula) terquedad. Pude haber hecho mi vida más fácil, probablemente. Pero lo lamento, se trata de un complejo veneno cuyos efectos son incontrolables. Y he aceptado esta enfermedad como el ignaro que soy, sabiendo que en cada recaída volveré a ser feliz sin mesura ni adjetivos. En esos momentos (y también, por supuesto, al convertirnos en esa “bestia de dos espaldas” que Shakespeare nos ayuda a nombrar) es cuando creo de veras en la felicidad: ¿hay otra de intensidad semejante o menos breve?
Huésped de papel
La Cabeza del Moro Manuel R. Montes [Zacatecas]
R
evista trimestral esencialmente literaria que responde a la necesidad dialógica de la Lectura y a sus inesperadas provocaciones, La Cabeza del Moro es un proyecto colectivo de escritura fundado en 2005 por Manuel R. Montes (Zacatecas, 1981) y Aguillón-Mata (Ciudad de México, 1980). Con once números publicados a la fecha y presentada en México (Monterrey, Guadalajara, D.F., Xalapa, Puebla, Torreón, Tlaxcala, Veracruz), así como en algunos países de Latinoamérica (Argentina, Cuba, Venezuela, Chile, Perú), es financiada por el Instituto Zacatecano de Cultura «Ramón López Velarde» e incluye muestras representativas de poesía, cuento, ensayo, reseña y obra plástica de autores nacionales y extranjeros pertenecientes a distintas generaciones y registros. El título de la revista es un verso de Coral Bracho (Ese espacio, ese jardín) y alude al sincretismo estético que caracteriza a una fiesta multitudinaria, emblemática y de tema universalista que se celebra anualmente en la ciudad de Zacatecas: Las Morismas, y que empata con la tentativa editorial de consolidarse como un foro heterogéneo al que confluyan voces reconocidas en el ámbito literario y aquéllas apenas iniciadas en el oficio de la creación. Las dos últimas entregas demuestran la preocupación por parte del Consejo Editorial por abarcar en lo posible una mayor cantidad de registros en apego a la calidad de los materiales que se someten a dictamen. El número diez, deliberadamente monotemático, presenta a escritores jóvenes de la frontera norte de México, influenciados por Kerouac, Bukowski, Vallejo, y hábiles en la hibridación entre la cultura pop, las literaturas de vanguardia y el particular folclor de las ciudades periféricas, su sustancia nociva y exuberante, los himnos de música norteña y la exaltación del vicio como quimera, lo que alienta un acer-
camiento colectivo, denominado «Eje del Mal», a una estética corrosiva, descarnada, de los tópicos literarios y contextuales que provocan una búsqueda de identidad a través del ejercicio experimental de la incertidumbre y el desasosiego como posibilidades de amplitud, referencias y posturas hacia el Arte. Incluye textos de Carlos Velázquez, Juan Gerardo Aguilar, Julio César Félix, Eusebio Ruvalcaba, Bixler Arango, Jorge Téllez Vargas y Alejandro García, entre otros. El número once conforma un panorama de textos contrastantes y heterogéneos e incluye autores de distintas latitudes del país, así como al poeta chileno Omar Lara y al colombiano Ramón Cote Baraibar, cuyos poemas confrontan la visión de algunos jóvenes mexicanos de producción y calidad notables: Álvaro Solís, Jair Cortés, Abraham Chinchillas, Abril Medina Caraballo, por mencionar algunos. Destaca la colaboración del poeta brasileño Claudio Daniel, en un ensayo vertido al castellano por Jair Cortés, al ofrecer un puntual resumen de la poesía brasileña contemporánea, no sin abordar las intenciones literarias de varios grupos de creadores, sus manifiestos, sus tendencias y sus aportaciones a lo largo de los últimos quince años. Especial mención merecen los trabajos del pintor xalapeño Édgar Cano, cuya obra se muestra en forros, así como de la artista plástica Carolina Parra (D.F.) y de la fotógrafa Daniela Bojórquez (D.F.), que exponen una breve galería visual en interiores. Director de La Cabeza del Moro: Manuel R. Montes Consejo Editorial: Aguillón-Mata, Rafael Toriz, Álvaro Solís, Jair Cortés, Gonzalo Lizardo, Juan Gerardo Aguilar, Noé Morales Muñoz, Jorge Téllez Vargas, Carlos Velázquez, Carlos Reyes Ávila, Alí Calderón, Sigifredo E. Marín. Contacto: testamoruna@gmail.com.
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Escribir sobre nuestra vida es una manera de comenzar a conversar con nosotros mismos.
Curso-Taller de escritura autobiográfica Impartido por Fernando de León En la librería del Fondo de Cultura Económica “José Luis Martínez” Duración: 4 meses Comienzo: Viernes 18 de julio Sesión semanal de 10 a.m. a 12 p.m. Costo: 400 mensuales Cupo limitado
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