Mi tigre y otros animales

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Mi tigre y otros animales

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es una editorial de autopublicación que solamente publica los escritos, ensayos visuales, académicos o personales de Selva Hernández López de manera digital para que cualquiera pueda disfrutarlos, citarlos, copiarlos e inspirarse. Esta casa editorial cree firmemente en compartir el libro como forma de afecto. Esperamos que lo disfrutes.

2018

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Mi tigre y otros animales

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Selva Hernández

Mi tigre y otros animales

Mis amigas mamás y yo nos reunimos para intercambiar regalos de navidad en enero. Era 2009, y yo acababa de regresar de las vacaciones decembrinas en las que el señor Lugo me dijo: “me voy de la casa”. “No te preocupes, este año es tu año”, me dijo una de mis amigas con el libro Predicciones para 2010 de Ludovica Squirru en la mano.

El tigre está siempre al acecho, tiene la percepción y los sentidos más despiertos que el resto, dice Ludovica. Y yo, que me entero de tan poco, siempre con esa sensación de que la vida me pasa por delante sin darme cuenta; como todos esos domingos en los que el señor Lugo se iba para hacerse masajes con Gabriela. “Que bueno es tener una buena amiga, además es masajista”, pensaba yo. Mi vida con el señor Lugo no era (evidentemente) feliz; más bien era como la jaula de la pantera o el tigre de los poemas. Ah, cómo me gustaba estar casada: esos domingos de comida china elegante y paseos al mercado de antigüedades, con las niñas pequeñas y felices, él guapo y yo también. Qué importaba que en la casa no intercambiáramos palabra alguna. Yo le llamaba al señor Lugo “el fantasma con el que habito”. En una celda habitada por fantasma y tigre, el fantasma tiene ventaja. ¿Será mejor compartir la cama con un fantasma que con un tigre?

Hace un par de años hicieron la eutanasia al tigre de bengala del zoológico de Chapultepec, Girinda. Padecía de una insuficiencia renal y a pesar de que el equipo de veterinarios a cargo hizo todo lo posible por mejorar su calidad de vida, decidieron finalmente aplicarle la inyección letal. Yo no pude hacer lo mismo con mi perrito Bob. “¿Quién soy para decidir cuándo acaba una vida?” Le dije al veterinario indignada por la sugerencia. Murió

dos días después en la casa, de una anemia provocada por unas verrugas gigantes y sangrantes, muy desagradables a la vista y sin duda dolorosas para mi Bob. Ya ni siquiera me daban ganas de acariciarle. Los tigres de bengala de los zoológicos padecen de flacura, sus músculos no son los mejores, su mirada es triste. Pero su pelaje, aunque ralo, escaso y opaco, sí es del color del oro. Decía Borges que el amarillo nunca le fue infiel, en algún lugar contó que fue el último color que percibió antes de perder por completo la vista.

Para el nacido bajo el signo del tigre su carisma es un arma de doble filo. Y necesita que lo admiren, aplaudan, que estén pendientes de sus antojos y caprichos. En cambio, yo me siento mal cuando alguien me elogia alguna prenda, algún logro, alguna pertenencia. “Yo también te quiero mucho”, contesto con modestia. Un día intenté parecerme a Uzyel, “Enséñame a ser petulante”, le pedí. “Es mejor ser como tú”, me respondió. No le creí. Tampoco logré aprender a ser caprichosa, me habría encantado.

Pablo Bush Romero escribió en 1956 un libro que ahora es carísimo, Mi aventura con tigres y leones. En Quintana Roo existe un museo con su nombre, pues el señor Bush, además de cazar estupendos y hermosos ejemplares en Asia y África, traer sus pieles a su mansión en México, y escribir las crónicas de sus aventuras con notable humor –según las reseñas que aparecen de su libro en abebooks e iberlibro, yo nunca lo he leído– era un aficionado de los serios al buceo. “Tengo 58 años. Ya es hora de que abandone la manada y deambule solo como un viejo elefante macho”. El museo que lleva su nombre despliega los objetos que encontró en sus expediciones bajo el mar. Compró, según la wikipedia, “miles de hectáreas en los alrededores de Akumal dando inicio de esta manera a la fundación de la población de Akumal, sede del exclusivo club de buceo que fundó y que protege su patrimonio ambiental con un centro ecológico”. Hace pocos años Tulum absorbió el municipio de Akumal. El tigre de bengala que Borges admiraba tras las rejas también fue cazado con rifles.

Al signo del tigre le cuesta delegar, es manipulador, obsesivo, ciclotímico y muy demandante. Me parece que el Tigre de Ludovica se parece más a mis intentos de pareja que a mí, ¿será esta idea que tengo de mí misma una forma de manipulación?

El tigre medirá un metro. Su jaula tendrá algo más de un metro cuadrado. La fiera no se da punto de reposo. Judío errante sobre sí mismo, describe el signo del infinito con tan maquinal fatalidad, que su cola, a fuerza de golpear contra los barrotes, sangra de un solo sitio.

El soltero es el tigre que escribe ochos en el piso de la soledad. No retrocede ni avanza.

Para avanzar, necesita ser padre. Y la paternidad asusta porque sus responsabilidades son eternas.

Ramón López Velarde, Obra maestra, 1923.

La doctora Heyser me dice que soy la reina de la victimización. “Una Libertad Lamarque’’, me dijo Álvaro, un terapeuta Gestalt. “¿No se da cuenta de que usted no es víctima, sino cómplice?”, ¿se daría cuenta ese tigre de cola sangrante a fuerza de golpear sus barrotes y hacer ochos infinitos con sus pies? El ser humano es el único ser en la tierra que simboliza pues posee el lenguaje, ya lo dijo Freud y lo reiteró la doctora Heyser. Cada quien es responsable de su historia, el tigre no. Y la paternidad asusta porque sus responsabilidades son eternas. A López Velarde, lo tildaron de solterón los señores poetas del siglo veinte que además escribieron acerca de tigres bien fieros y bien machos.

La pasión rige su vida: estará siempre listo para salir de viaje sin boleto de retorno adonde el corazón o el deber lo llamen, para involucrarse con amigos y dar la vida por ellos. Nunca he estado fuera de la ciudad de México más de dos meses, de la colonia Roma solamente salí las dos veces que me casé. Regreso a este barrio, que ha cambiado como de ropas mis hijas en un día, como quien llega a la casa de la infancia de sus padres para comer la sopita de la abuela. ¿No regresar?

Mejor no salir. Ni siquiera imaginé estudiar fuera de México por el temor de perderme la adolescencia de mis hermanos menores.

Una fábula china narra que un zorro engañó a un tigre diciéndole que todas las bestias le temían y lo invitó a caminar detrás de él para comprobarlo. Las bestias huían despavoridas al ver al tigre; el tigre, ingenuamente pensaba que huían del zorro, cuando era él mismo quien las ahuyentaba. El zorro engañó al tigre y éste se recluyó en la selva de nuevo. En la película animada de Disney El libro de la Selva, Mowgli engaña al tigre al amarrarle una rama con fuego a la cola. Ese tigre quería también quedarse en la selva. Shere Khan, el tigre de Kipling, es una bestia detestable y mezquina. Incapaz de soportar la vergüenza que le provoca estar mal de una pata, roba ganado y mata a los hombres. Los odia. Rompe con sus actos la Ley de la Selva, que prohibe atacar al hombre:

Matar al Hombre significa, tarde o temprano, la llegada de hombres blancos con armas, montados encima de elefantes, y de centenares de hombres marrones con gongs, cohetes y antorchas. Todos los habitantes de la Selva sufren entonces. La razón que las fieras se dan unas a otras es que el Hombre es el más débil e indefenso de todas las criaturas vivientes, y tocarlo no es digno de un buen cazador.

Leí El libro de las tierras vírgenes a mis hijas pequeñas en voz alta durante varias noches. Ellas se quedaban dormidas, les gustaba más mi voz emocionada que la historia. El ejemplar que leí tenía más historias de Kipling y yo no lo había notado. Cuando la estampida de búfalos arrasa con Shere Khan y Mowgli ya no puede vivir ni en la selva, ni en la aldea, pues en ambos mundos se siente ajeno y de ambos se siente excluido, lloré con muchas lágrimas al lado de mis hijas dormidas. La noche siguiente, la historia de unas focas en el ártico me decepcionó. Quería seguir leyendo las historias de la selva.

Unirá a íntimos enemigos en una noche de nostalgia, abrazando las causas más nobles de la humanidad, aunque sepa que será en vano. Tampoco sería yo capaz de unir enemigos. En la mirada narcisista que tengo sobre mí misma, pienso en que soy la mejor de las amigas, que mi lealtad es a prueba de fuego y de tigres de fuego. Pero de esas amigas mamás de aquel enero de 2010 no me queda ninguna. Suelo ver sus fotos en facebook de los intercambios de los siguientes años y pienso: “¿será normal que ya no me inviten?” Hace muchos años que no lo hacen, ya no lo espero. Sin duda creo que las causas nobles de la humanidad jamás son en vano: tengo una librería, aunque aún no he logrado vivir de ella. Sigo esperando que salte el tigre de madera que traigo de nacimiento para lograrlo. Sigo esperando la bondad de la humanidad en mi favor: los libros son nobles, las librerías también, no las dejemos morir.

Las bestias felinas medievales parecen todo menos un tigre: combinación de leones sin pelo, perros grandes, caballos con cabeza humana. Son azules. Pero a los artistas monjes de los manuscritos iluminados del medioevo no les interesaba retratar la realidad, tampoco ilustrar el texto. Algunas veces las apariciones de estos extraños animales resguardados bajo la idea de “tigre” están a un lado de textos que nada tienen que ver, pero todo es interpretable: habitamos el mundo de los símbolos. En el folio 8r del Bestiario de Aberdeen se describe al tigre como el más feroz de los

enemigos naturales del rey de todos: el león. El león, en cambio, es una de las representaciones de Jesús. Al tigre, en cambio y especialmente a la tigresa, había que temerle.

Recibe su nombre por su rapidez en el vuelo; los persas y los griegos lo llaman “flecha”. Es una bestia que se distingue por sus variadas marcas, su valor y su extraordinaria velocidad. El Tigris toma su nombre del tigre, porque es el más rápido de todos los ríos. Hircania es su principal hogar.

En la descripción de Tigre, se incluye la estrategia para cazar a las crías, un triste engaño que devela a la tigresa como amorosa madre:

La tigresa, cuando encuentra su guarida vacía por el robo de un cachorro, sigue enseguida las huellas del ladrón. Cuando el ladrón ve que, aunque monta un caballo veloz, es superado por la velocidad de la tigresa, y que no tiene ningún medio de escape a su alcance, urde el siguiente engaño. Cuando ve que la tigresa se acerca, lanza una esfera de cristal. La tigresa es engañada por su propia imagen en el cristal y cree que es su cachorro robado. Abandona la persecución, deseosa de recoger a su cría. Retrasada por la ilusión, vuelve a intentar con todas sus fuerzas alcanzar al jinete y, urgida por su ira, no tarda en amenazar al hombre que huye. Una vez más, éste detiene su persecución arrojando una esfera. El recuerdo del truco no desvanece la devoción de la madre. Ella da la vuelta a la semejanza vacía y se acomoda como si estuviera a punto de amamantar a su cachorro. Y así, atrapada por la intensidad de su sentido del deber, pierde tanto su venganza como a su hijo.

En algún lugar de mi memoria está la imagen de un tigre robando a un bebé, un grabado medieval. Los dingos, esos perros salvajes que habitan el desierto sagrado de los aborígenes australianos, tienen fama de comer bebés por el caso de Lindy Chamberlain, una australiana condenada injustamente a cadena perpetua por decir que un dingo se había llevado y comido a su bebé. La autoridad arguyó que pertenecía a una secta satánica que sacrificaba bebés y el jurado concedió: antes que un animal salvaje, la maldad humana era la culpable de semejante barbaridad. Pero no. Las pruebas demostraron posteriormente al juicio que, efectivamente había sido un dingo. Los australianos se equivocaron, pidieron una disculpa pública a Lindsay. Ella contó su historia en un libro, fue llevada al cine y protagonizada por Meryl Streep.

El tigre aprenderá a través de la vida a graduar sus emociones y pasiones, a administrar con más diplomacia lo que nunca soportó y le hizo perder herencias, puestos de honor, trabajos, relaciones más estables que lo aburrían, y que tal vez en la madurez añora. En la narración que hago sobre mí soy una mujer apasionada, valiente, honrada y honorable. Ayer comí con mi padre, ¿habrá hecho ya un testamento? Seguramente no me incluyó, hace unos años perdí con con él todo lo que me quedaba de diplomacia. En una de mis primeras sesiones de psicoanálisis, la doctora Heyser me dijo que tendría que aceptar de una vez por todas que mis padres no me quieren y no me quisieron. Apenas logré dejar de llorar antes de dar clases, ¿para qué era que servía el psicoanálisis?

Definitivamente soy emocional y apasionada, y tengo suerte: este 2022 también es mi año. Sigo a la espera de esa sabiduría que llega con los años para graduar mis emociones y así ya no perder herencias que no me quedan. El horóscopo chino distingue a los tigres. Los hay de metal, agua, madera, fuego y tierra. ¿Habrá más? Un tigre de felpa y borra, como el Tigger de Christopher Robin o el Hobbes de Calvin; de plástico, una alcancía del mercado; de papel como las bellas artesanías chinas de delgados pliegos recortados como el de Mao Tse Tung:

En la actualidad, el imperialismo norteamericano exhibe una gran fuerza, pero en realidad no la tiene. Políticamente es muy débil, porque está divorciado de las grandes masas populares y no agrada a nadie; tampoco agrada al pueblo norteamericano. Aparentemente es muy poderoso, pero en realidad no tiene nada de temible: es un tigre de papel. Mirado por fuera parece un tigre, pero está hecho de papel y no aguanta un golpe de viento y lluvia. Pienso que Estados Unidos no es más que un tigre de papel.

“Mejor ser cabeza de ratón que cola de tigre”, dice el refrán; otro versa “Tigre no da león”. El signo de tigre es yang, masculino, por ende, con características fuertes y poderosas. Los hombres que se hacen llamar a sí mismos “Tigre” son además exhibicionistas y obscenos: El “Tigre” Azcarraga, el Tigre de Santa Julia, incluso el Tigre Toño, con sus músculos esponjados y su traje de vaquero que resulta ridículo. Existe un juguete en el museo Victoria and Albert, el Tigre de Tippoo. Se trata de un semiautómata de madera de tamaño casi natural, con la figura de un tigre sobre un soldado europeo tumbado de espaldas. Al accionarse la manija de madera del juguete, el brazo del hombre se levanta y baja y produce ruidos que pretenden imitar sus gemidos de muerte. El artefacto fue mandado hacer por el Sultán Tippoo, gobernador de Mysore, una ciudad del estado de Karnataka en el suroeste de la India, quien también se hacía llamar “Tigre”. Las decoraciones de sus palacios, posesiones, trajes, monedas y los signos de su gobierno eran estampados con rayas de color oro, blanco y negro. Los pequeños morteros de bronce fabricados para su ejército tenían forma de tigres agazapados, y los hombres que disparaban cohetes letales con carcasa de hierro contra los británicos llevaban túnicas con rayas tejidas en la tela. El sultán-tigre resistió con ferocidad los ataques del ejército de la Compañía Británica de las Indias Orientales a su reino, sin embargo fue finalmente asesinado por el coronel Arthur Wellesley, más tarde duque de Wellington. Su tigre de madera fue llevado a Londres. A los soldados que

participaron en la batalla final, se les otorgó una medalla que muestra en una cara a un poderosos león sobre un tigre que se resiste violentamente a caer al suelo. Encima de ellos, un estandarte con la bandera de la Unión proclama en árabe Assadullah al-Ghaleb, “el león conquistador de Dios”, tomando prestada la idea del tigre de Tippoo, pero sin dejar lugar a dudas de que aquí, el león británico vence al Tigre de Mysore.

Su impaciencia y su forma de marcar la cancha son contraproducentes en épocas en las que hay que intentar ser un samurái o un monje zen para convivir con el zoológico inhumano. Definitivamente esto no lo entiendo. La idea de marcar la cancha me parece repulsiva. Una vez probé ser budista y meditar, fallé. Otra vez me inscribí al cross fit e inicié el entrenamiento para un maratón, fallé de nuevo. Me habría encantado ser tigre. Existe un templo budista en Tailandia que venera a las bestias, los monjes meditan entre manadas de tigres que los rodean pacíficamente, pero muchos están encadenados. Existen hermosos tapetes tibetanos con figuras de tigre de diversos colores y formas. Según la página de Oats and Rice, una compañía inglesa que vende cashemere y lana tibetana y mongola fundada por estudiantes de arte de la Winchester School of Art en el Reino Unido, los tibetanos creen que meditar sobre la

piel de un tigre previene de la negatividad y aumenta la potencia meditativa. La evidencia del uso de estos tapetes data de hace 1 300 años.

La piel de tigre puede proteger del veneno de serpientes y escorpiones, disuadir a los espíritus malignos y proteger a su dueño, la casa y el templo de la mala fortuna. En el pasado, sólo los aristócratas tibetanos, las élites religiosas y los médicos famosos los poseían. Hoy en día, las alfombras y mantas con dibujos de tigres son más accesibles, pero la visión y el significado de su simbolismo prevalecen. En muchas regiones asiáticas, la gente utiliza las alfombras de tigre para proteger sus hogares y familias de la desgracia. En la dinastía Han, la costumbre de pintar tigres en las puertas de casa en Nochevieja se convirtió en una tradición.

Las alfombras muestran la mayor de las veces solo la piel del tigre. Se trata de animales muertos y venerados por su piel, un tigre-piel-tapete de lana. Las compañías inglesas siguen siendo iguales que las épocas imperialistas, en realidad los despojos todavía no terminan, tampoco esos imperios. Tal vez si tuviera dinero suficiente, compraría uno de esos tapetes a las estudiantes de Winchester.

Signo dotado física e intelectualmente, el tigre se rebela ante la injusticia apenas gatea y, si agradece a sus padres sus dones, tendrá un rol destacado en la sociedad y será venerado. De veras me habría encantado ser dotada de cualquier cosa. Reconozco haber heredado de mis padres el amor por los libros y la docencia. Por fin un legado-tigre. Solo me falta ponerme en los zapatos del venerado y destacar en sociedad. Pero me he equivocado tanto. A veces juego con el pensamiento a que antes, en 2010, por poner un ejemplo, tomé decisiones diferentes, una especie de Elige tu propia aventura personal, sin un final claro y con opciones variopintas. Pero la fantasía es enemiga de la determinación. Un tigre, por ejemplo, habría dejado a su enemigo sin territorio, o por lo menos muerto

de miedo. “Lo voy a dejar en la calle”, me dijo mi amiga Eduarda cuando le pidió el divorcio a Manuel. Ella sí es un tigre.

Bukowski pregunta si alguna vez has besado a una pantera y yo siempre quise tener un novio León: me llamo Selva. Llegó después de múltiples intentos fallidos de ser pantera, tras mi segundo divorcio. León fue un novio cariñoso, empático y atento. Marino de profesión, sus atenciones se disolvían cuando se iba al mar. Más que un león, o incluso un león marino, León parecía un oso. Nuestro noviazgo de tres años terminó con dulzura, agradecimiento mutuo y lágrimas. Pienso en los años que compartimos como en el poema amistoso de los ositos en la nieve. Mi novio-oso-león.

Para Francisco Hernández, el médico naturalista que recibió la tarea de Felipe II de registrar todas las plantas y animales de la Nueva España, el jaguar no era sino un tigre. Cuenta Sahagún que no había animal más sagrado y peligroso en la Nueva España. Para cazarlo, había que engañarlo, solamente se podía matar con la cuarta saeta dirigida hacia él, pues cuatro era el número sagrado, tanto en el viejo mundo como en el nuevo. “La única manera de cazarlo es poniendo una hoja en la saeta que distraiga al

jaguar y entonces tirarle otra para matarlo. Cuando esto ocurre, el animal se queda sentado con los ojos abiertos y así muere”. En algún momento de la nomenclatura animal, se desprendió al jaguar del tigre. Perdió su magia y su fuerza y ahora solamente quedan 64 mil jaguares; de las 34 subespecies que se encuentran en América, 33 están peligro crítico de extinción. Ahora miramos a los guerreros jaguares en la plancha de la plaza mayor del zócalo capitalino moviendo sus pies enconchados, y podemos encontrar sus manifestaciones simbólicas y mágicas en el Museo de Antropología. Habrá quien todavía crea en ellas. Una de las pocas citas que tuve con León fue en ese museo. También la idea del amor del siglo veinte ha perdido prestigio. ¿Cuántas subespecies del amor estarán ahora en peligro de extinción?

Amigo incondicional, exige obediencia debida y no perdona la traición. Mi perro Pierre es naranja y enorme. Me ama y lo amo. Cuando al final del día me rindo a la cama, él llega a pedirme abrazo. Lo abrazo. Nos miramos con ojos enamorados, le beso la nariz. “Mi león, mi tigre”, le digo. Me fascina mirarlo, sus movimientos son parecidos a los de un felino grande. Alguna vez pensé en pintarle unas rayas, sería un tigre perfecto. Pero en realidad es un animal de mente cachorra, se siente pequeño y es el más dulce y noble. Cuando me ha tocado limpiarle alguna herida con esos desinfectantes que sacan el alma, asume el dolor con sumisión y me mira resignado. Defiende a sus hermanas perras con ladridos que le salen de lo hondo y asustan, los humanos le temen. Sin embargo es incapaz de matar o atacar, ni siquiera a los insectos, que más bien le despiertan una curiosidad indescifrable. Alguna vez me encontró triste; asustado, se acercó a mí sin saber qué hacer ante el llanto de su humana. “Los perros perciben la tristeza como si fuera un dolor físico”, me dijo una vez una etóloga. Para mostrar la bondad de mi perro, suelo fingir el llanto. Pierre acude a mí de inmediato para consolarme. De algún modo fingir el llanto es también una forma de dolor. Siguen faltando tigres. Pienso que si yo fuera uno, sería más bien parecido a un Pierre con su disfraz de rayas pintadas.!

Referencias

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