Lugar, territorio, mapa

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2019

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Hernández
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En la filosofía, la literatura, y la historia, la asociación de memoria con un ) es recurrente. En la antigüedad, las artes de la memoria eran las responsables de conservar el conocimiento. Para su desarrollo, los sabios medievales construían lugares imaginarios en la mente para asignar un espacio adecuado con el nuevo saber. Esta relación mnemotécnica, asociada con imágenes y símbolos, se conservaba en algún lugar específico de la construcción mental, que iba creciendo según las necesidades del sabio. Algunos refugios del conocimiento eran apenas unos cuartos con estantes, otros eran enormes construcciones llenas de habitaciones, muebles y recovecos donde el erudito guardaba alguna ley, una receta, o un texto filosófico. En estos lugares de la memoria se gestaron las imágenes simbólicas antiguas: emblemas, alegorías, que fueron otorgando una imagen a conceptos abstractos de forma colectiva. Probablemente las artes perdidas de la memoria se llevaron al olvido muchos de sus creaciones del imaginario colectivo, sin embargo, muchos de los símbolos perduran hasta nuestros días: en algún lugar de la antigüedad a un sabio se le ocurrió relacionar una imagen con un concepto, la sacó de su cabeza, la compartió, se extendió, perduró y se conserva (Boorstin, 1986). Este trayecto, que inicia en un lugar imaginario y deviene en la apropiación colectiva de un símbolo, es el punto de partida para el siguiente recorrido: los lugares de lo imaginario,

Primero habrá que pensar en la idea de “lugar”, no solamente como un espacio físico, sino también como el espacio mental o imaginario que surge cuando desarrollamos una idea: “da lugar a”, “el espacio que se genera”, “su mente es un territorio desconocido”, “la dimensión de lo cotidiano”. Esta conexión entre ideas y lugares, mentes y espacio, está llena de relaciones simbólicas, apreciativas y de diversas densidades semánticas. Un grupo de personas, por ejemplo, puede hablar entre sí de lugares imaginarios comu-

nes, si entre todos conocen ese espacio que tiene lugar en la mente colectiva: “me da mi lugar”, se dice. Marc Auge define el lugar a través de la idea de “no lugar”: como “Si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un no lugar” (Auge, 2015).

Al igual que las construcciones mnemotécnicas, la idea de un lugar imaginario, de lindes difusos, geografías no planas y en constante movimiento, tiene una relación con lo material en los objetos a los que se les concede una carga simbólica:

“Son lugares efectivamente, en los tres sentidos de la palabra, material, simbólico y funcional, pero simultáneamente en grados diversos. Incluso un lugar de apariencia puramente material, como un depósito de archivos, solo es un lugar de la memoria si la imaginación le confiere un aura simbólica ” (Noira, 2008)

Los lugares de la memoria para Noria son nostálgicos y tienen una carga patética, la de fungir como soporte de una existencia que, incapaz de subsistir por sí misma, son espacios tristes: “Museos, archivos, cementerios y colecciones, fiestas, aniversarios, tratados, actas, monumentos, santuarios, asociaciones, […] cerros testigos de otra época, de las ilusiones de la eternidad.

Los lugares de la memoria nacen y viven del sentimiento de que no hay memoria espontánea, de que hay que crear archivos, mantener aniversarios, organizar celebraciones, pronunciar elogios fúnebres […] Una memoria archivista que descansa enteramente en lo más preciso de la traza, lo más material del vestigio, lo más concreto de la grabación, lo más visible de la imagen. […] Cuanto menos se vive la memoria desde lo interno, más necesita soportes externos y referentes tangibles de una existencia que vive

solamente a través de ellos. De ahí la obsesión por el archivo que caracteriza lo contemporáneo y que implica a la vez la conservación íntegra de todo el pasado” (Noira, 2008).

2. Territorio

El territorio de lo imaginario tiene, sus propias dimensiones en los lindes indefinibles de la mente. Sus límites encuentran su frontera donde la dimensión de lo simbólico termina, y son tan difusos e imprecisos como las ideas surgen, se establecen o se desvanecen. A pesar de su dimensión de imaginario, estos territorios pueden ser recorridos, transitados, marcados, descubiertos, mapeados: una entidad que surge primero al nombrarla, después al describirla y finalmente materializarla en forma de mapa.

Un territorio geográfico arroja mucho más información de la que es mapeable. ¿Cómo introducir un espacio que se puede proyectar infinito a un espacio de papel? La selección del tema es importante. ¿Qué interesa mapear y por qué? En los mapas de lo imaginario, curiosamente, la selección y los límites son más claros. Por que la intención antecede al territorio. En cambio, al mapear un espacio geográfico, poblado por tierra, mares, ríos, montañas, caminos, el cartógrafo se encontrará con una infinidad de variables de las que hay que seleccionar, eliminar, acotar, sintetizar.

Todo mapa tiene una intención. “Trazamos nuestras ciudades, así que nos trazamos a nosotros mismos. Trazar el mundo externo es revelarnos: nuestras prioridades, intereses, deseos, miedos, prejuicios. Creemos que estamos mapeando nuestro conocimiento, pero de hecho, estamos mapeando lo que queremos –y lo que queremos que los demás– crean. De esta manera, cada mapa es un reflejo del individuo o grupo que lo crea. Al “leer” un mapa, al estudiarlo, compartimos, aunque sea temporalmente, esas creencias. Esto explica por qué podemos disfrutar, coleccionar y colgar en nues -

tras paredes mapas de lugares donde nunca hemos estado y no esperamos ir, incluso de lugares que no existen. Porque el mapa mismo nos lleva hasta allí” (Turchi, 2004).

3. Mapa

Nunca había contemplado un objeto tan magnífico, tan rico de emociones y de sentido, como aquel mapa Michelin a escala 1/150.000 de la Creuse, Haute-Vienne. En él se mezclaban la esencia de la modernidad, de la percepción científica y técnica del mundo, con la esencia de la vida animal. El diseño era complejo y bello, de una claridad absoluta, y sólo utilizaba un código de colores restringido. Pero en cada una de las aldeas, de los pueblos representados de acuerdo con su importancia, se sentía la palpitación, el llamamiento de decenas de vidas humanas, de decenas o centenares de almas, unas destinadas a la condenación, otras a la vida eterna.

Un mapa señala el norte para quitarnos lo norteado. Estamos perdidos frente al mapa, el Sur abajo, el Norte arriba y entonces encontramos que a la derecha está el Este y a la izquierda el Oeste. “Es muy orientado”, dicen de los que saben leer los mapas que nos formamos en la cabeza. Es justo en esa sensación de sentirse perdido que los mapas encuentran un sentido y razón de ser, su justificación última: dar un norte, orientar, señalar una ruta, un camino, marcar una distancia. Sin embargo su creación va mucho más allá de la sensación misma de la orientación. Los mapas surgen por la necesidad de marcar un territorio ya explorado, de dar a conocer lo antes desconocido y ofrecer rutas nuevas para su exploración y conocimiento.

Crear un mapa

La creación de mapas es un recorrido que resulta mucho más interesante

El mapa y el territorio

que el destino mismo. Se trata de un camino intrincado, salvaje, desconocido, donde el cartógrafo crea senderos entre la maleza crecida para el análisis de la evidencia. La cartografía requiere de a) establecer los límites el territorio, b) definir la información, c) investigar y reunir evidencias, d) tomar medidas y trasladarlas al plano, e) dibujar y diseñar la información (Tufte, Beautiful Evidence, 2007). Es imposible, aún si se trata de un espacio geográfico pequeño, incluir toda la información que arroja. Un mapa es un esquema, imposible de ser estrictamente preciso o detallado. Si es bidimensional, está acotado por el espacio en el que pretende dibujarse, diseñarse, imprimirse; por la información que puede desplegarse sin que deje de ser legible. Hay mapas de carreteras, montañas, ríos, lagos, mares. Imposible poner todo esto en un espacio limitado, bidimensional, visible, descifrable y manejable.

Los límites del mapa

La gracia de seguir un mapa es descubrir lo que no está en él. El usuario completa el mapa con su experiencia, entonces su finalidad última está justo donde el mapa termina. Esto convierte al objeto-mapa en un proyector de infinitudes que al acotarse, señalarse, evidenciarse, otorgan al usuario la posibilidad de generar su propia narrativa. Sin embargo, caer en lo ornamental sin mostrar la evidencia puede ser un camino aparte. “Los mapas otorgan explicaciones, mientras las explicaciones nos tranquilizan, también nos inspiran para hacer más preguntas, considerar otras posibilidades. Pedir un mapa es pedir una historia. La creación artística es un viaje a lo desconocido. Las historias le dan sentido a la vida, al origen, a la creación. Un mapa puede ser hermoso, pero si no dice lo que queremos saber, o no ilustra con claridad lo que intenta decirnos, es una mera decoración” (Turchi, 2004).

Las partes del mapa

La información analítica visual se sostiene sobre la calidad, relevancia e integridad de su contenido. El contenido dictará la forma y no al revés. Edward Tuftee, en su Beatiful Evidence, señala los principios del diseño analítico (Tufte, Beautiful Evidence, 2007):

Comparación. Mide, muestra contrastes, diferencias, casualidades, mecanismos, estructuras, explicaciones: provoca pensamientos de causa y efecto. Medir es inherentemente comparativo y las comparaciones permiten razonar sobre variables y diferencias.

Análisis. Establece relaciones multivariables, causales y casuales, secuencias, relaciones, fuentes de medición, causas, efectos, secuencias.

Integra la evidencia. Palabras, números, dibujos, gráficos, tablas, integrados visualmente.

Documentación. La documentación es un mecanismo esencial de control de calidad para desplegar la información, la credibilidad de la presentación y evidencia depende significativamente de la calidad e integridad de los autores y sus fuentes. Para autentificarse, el mapa debe contener la siguiente información: Título, o de qué trata el mapa; autor y credenciales que lo autorizan; fecha y lugar de realización; fuentes documentales; escalas y medidas; editorial, institución o grupo que respalda la obra.

Prácticas del diagrama

A partir del análisis de el diagrama de la “Epidemia molecular del coronavirus que causa el síndrome de dificultad respiratoria severo”, Edward Tufte, describe una serie de prácticas para la elaboración de diagramas visuales:

1. Señalar la casualidad. Los mecanismos casuales de la transmisión, semejanza, incertidumbre.

2. Múltiples niveles de fuentes y datos. Cualquier evidencia que ayude a comprender lo que está sucediendo.

3. Ligas y flechas con anotaciones. Deben proveer datos específicos, cómo y cuándo opera la conexión, su fuerza, persistencia y credibilidad.

4. Sujetos anotados. Como las conexiones, los sujetos deben estar etiquetados, anotados, explicados, descritos.

5. Eficiencia en el diseño. Como todo buen mapa, deben eliminarse los elementos inesesarios, deben ser claros, eficientes y sin decoraciones.

El contenido debe ser intenso, explicatorio, evidenciado, sin cajas. La ubicación de la tipografía en un mapa, tiende a indicar la bidimensionalidad de cada barrio, dejando espacio para lo que importa: la ubicación de las calles.

6. Credibilidad. Una gráfica analítica debe proveer razones para creer en ella. Una historia coherente a través de diversos datos, conocimiento detallado. Los diagramas alternativos prueban la credibilidad del principal. ¿Los sujetos, datos y sus conexiones son creíbles, explicados, documentados?, ¿el editor del diagrama tomó en cuenta las variables?, El lector del diagrama debe tomarse en serio toda la información presentada en el diagrama, justamente como evidencia real.

Diagramas de la evidencia y mapas de lo imaginario

Los diagramas, mapas, esquemas, no son necesariamente legibles para cualquiera. El usuario debe estar inmerso en su lenguaje y contenido, tanto visual como textual, semántico y sintáctico para poder decodificar, descifrar y extraer información de un gráfico científico o social. La evidencia que contienen estos gráficos se sostienen en preguntas complejas que involucran múltiples niveles de discurso, por lo tanto son suceptibles de múltiples niveles de interpretación. En la investigación científica moderna, por ejemplo, el 25% de las publicaciones son gráficas, tablas, diagramas e imágenes. El otro 75% son palabras (Tufte, Visual Explanations, 2005).

Pero el ejercicio del mapa de lo imaginario dista de los esquemas y diagramas de evidencia científica. Se trata despliegues visuales que más allá de mostrar rutas, datos, evidencias, intentan esquematizar una idea que nace de la imaginación y no de la evidencia.

4. Andar el mapa, crear el territorio

Un mapa de trayectos ayuda en el acto de andar. Gracias su dirección, sabemos que avanzamos en el camino correcto. Hay recorridos de dificultad baja, media o alta; además de cumplir con la finalidad de ir de un lugar a otro, las caminatas sirven para pasear, conocer, fortalecer el cuerpo, contemplar, meditar. Los peripatéticos, “los que suelen pasear mucho”, caminaban para pensar. (Solnit, 2015). Cada vez que se recorre una ruta, sin embargo, a pesar de tratarse de la misma, es un camino distinto “Nunca se sube la misma montaña”, dicen los alpinistas. “Para aprender algo nuevo, afirma el naturalista John Burroughs, recorre hoy la vereda que tomaste ayer” (Susman, 1963). Sin embargo, un recorrido físico es lineal; un recorrido que se hace con la vista sobre un mapa, nos permite saltar trayectos, empezar por el final, brincar entre rutas, volver de nuevo, estudiar una y otra vez los pasos. También al caminar se puede volver sobre los mismos pasos, andar en zigzag, descansar en el medio, cambiar o evadir de repente el destino, pero estas decisiones implican haber “salido del mapa”.

Hay caminantes que, en la observación del territorio, ya sea en un ambiente urbano o rural, encuentran objetos, los registran, a veces los guardan. La memoria del trayecto entonces se objetualiza, el pedazo de papel, la rama, el objeto encontrado, se convierte en un punto de referencia, una bandera, un alfiler en el mapa. Objetos y territorio se convierten en uno en el mapa de nuestra mente.

El mapa de la colección

Una colección específica, viva, creciente, tiene un lugar en el espacio asignado por su propietario. Solo tiene sentido para él y sólo él conoce su territorio. Este sitio físico crece, se dispersa, se reúne nuevamente de acuerdo

con los devenires, circunstancias, y acontecimientos en la vida de su creador: se trata de una territorialización simbólica cuya materialidad da un sentido de vida y una acción que, indesprendible de su propietario, crece, se reacomoda, se reduce: cobra vida hasta que otro se la otorga. La muerte, mudanzas, acontecimientos inesperados, son algunas de las muchas razones por las que un coleccionista se despoja de sus tesoros. Incapaz de activarse por sí misma, la colección se congela: se trata de un trabajo que, aunque inacabado, llegó a su final. Con destino incierto, la colección puede terminar en un museo, biblioteca, archivo y ser resguardada, estos dispositivos funcionan como una especie de congelador a la espera de ser abiertos por un curador, investigador o curioso. A veces tiene la suerte de encontrar un nuevo coleccionista que la revisará, y hará suya. Es en esta nueva apropiación que la colección revive, pero con nuevas dimensiones simbólicas, semánticas y topografícas.

La dimensión del coleccionar es tan densa, rica y amplia, que arroja diversas líneas para abordarla. Estudiar sus territorios, trazar sus mapas, parte de las ideas de territorialización, desterritorialización y reterritorialización: ofrecer una vista de águila para los posibles acercamientos a la colección. El proceso resulta, conforme a toda teoría del mapa, más interesante que el destino mismo. El trazado que surge desde el nuevo terreno conformado por la colección, estará arraigado a la topografía, la evidencia y el ordenamiento visual de datos. Será a partir de su lectura que los nuevos usuarios se apropien del territorio: lo transiten, descubran y le otorguen nuevas narrativas.

Referencias

Auge, M. (2015). Los no lugares . México: Gedisa.

Baudrillard, J. (1968). El sistema de los objetos . México: Siglo XXI.

Benjamin, W. (1982). Historia y coleccionismo: Edward Fuchs. En Discursos interrumpidos. Madrid: Taurus.

Benjamin, W. (2012). Desembalo mi biblioteca. El arte de coleccionar. Barcelona: José J. de Olañeta, Editor.

Boorstin, D. (1986). Los descubridores. Barcelona: Crítica.

Freud, S. (1976). “El malestar en la cultura” en: Obras Completas T. XXI . Buenos Aires: Amorrotu.

Houellebecq, M. (2013). El mapa y el territorio . Madrid: Anagrama.

Madrid, J. (1990, Julio-Septiembre). La especie de Ray a Darwin. Ciencias(19).

Noira, P. (2008). Los lugares de la memoria. Montevideo: Trilce.

Pillinos Acosta, I. (2007). El coleccionista y su tesoro: la colección (Vol. Vol. 1). (AEDEM, Ed.) Ma -

drid: Decisiones basadas en el conocimiento y en el papel social de la empresa: XX Congreso anual de AEDEM.

Ricoeur, P. (1996). Sí mismo como otro ,. Madrid: Siglo XXI.

Rudich, J. (1999). La pasión coleccionista de Sigmund Freud . Madrid: El País.

Solnit, R. (2015). Wanderlust. Una historia del caminar. Santiago de Chile: Hueders.

Sontag, S. (2016). El amante del volcán . Madrid: Anagrama.

Susman, A. y. (1963). The Magic of Walking . Nueva York: Simon and Schustler.

Tufte, E. (2005). Visual Explanations. Connecticut: Graphic Press LLC.

Tufte, E. (2007). Beautiful Evidence . Connecticut: Graphic Press LLC.

Turchi. (2004). Maps of the imagination : The writer as a cartographer. San Antonio: Trinity University Press.

Vozza, J. P. (2013). Coleccionismo. Una perspectiva psicoanalítica. Mendoza: Tesina de licenciatura en psicología, Universidad de Aconcagua.

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