La Unión Europea en la era de los imperialismos rivales

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La Unión Europea en la era de los «imperialismos rivales»47 Àngel Ferrero «escipión mientras sus soldados esparcían sal sobre las ruinas y montañas de cadáveres de Cartago citaba a Homero algún día llegará el día y lloraba Polibio lo vio el cronista Cuándo hemos visto llorar a un conquistador» Heiner Müller (1994)

El sueño de Europa produce monstruos Dar cuenta de toda la hemerobibliografía a favor y en contra de la Unión Europea aparecida estos últimos seis años exigiría un trabajo de documentación exhaustivo y, en cualquier caso, no es ése el cometido del presente trabajo. Con todo, esta proliferación de textos prueba la preocupación que genera —independientemente de los motivos— la UE y la urgente necesidad —entre sus partidarios— de encontrar argumentos que respalden el proyecto de integración europeo. «Europa o el caos» titula El País el manifiesto de Bernard-Henri Lévy y otros once intelectuales48; «el proyecto europeo está amenazado», declara el presidente del Parlamento Europeo, el socialdemócrata Martin Schulz, en una entrevista para ese mismo diario49; «peligra la unidad europea», asegura el exministro alemán de Exteriores Joschka Fischer en un artículo de opinión50; «o elegimos todos juntos una Europa federal […] o regresamos de nuevo a nuestras mazmorras nacionales», pronostican catastróficamente los eurodiputados Daniel Cohn-Bendit y Guy Verhofstadt51. Todos estos artículos comparten un mismo objetivo: convencer a la opinión pública de la necesidad de apoyar, profundizar y acelerar el proceso de integración de la UE. En este sentido, la crisis política de la UE, por una parte, y el refuerzo 47  Parte de la información contenida en este capítulo conlleva una corrección y ampliación de la segunda parte de La quinta Alemania: un modelo hacia el fracaso europeo (Barcelona, Icaria, 2013), coescrito con Rafael Poch-de-Feliu y Carmela Negrete, p. 120 y sig. 48 AA.VV., «L’appel des écrivains pour l’Europe», Le Monde, 25/01/2013 [trad. cast.: «Europa o el caos», El País, 25/01/2013]. 49  «El proyecto europeo está amenazado», El País, 20/04/2013. 50  Joschka Fischer, «Peligra la unidad europea», El País, 3/03/2013. 51  Daniel Cohn-Bendit y Guy Verhofstadt, Für Europa! Ein Manifest, Hansen, Múnich, 2012, p. 62.

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de sus estructuras internas y su ampliación oriental, por la otra, no son, como a primera vista podría parecer, fenómenos opuestos sino complementarios: como escribe Susan Watkins, la UE ha entrado, con el apoyo de los mercados financieros, «en una nueva fase de unificación, caracterizada por la misma mezcla de lógica centrípeta y centrífuga que la caracterizó desde Maastricht: una integración asimétrica combinada con una ampliación desigual»52. Las «turbulencias económicas de los últimos años han servido para que Europa haya dado nuevos pasos hacia una mayor integración, empezando por las medidas de estabilización financiera», escriben Gerhard Schröder y Jacques Delors en un artículo de opinión53. Esta aceleración en la integración europea serviría para eliminar, en efecto, las últimas trabas parlamentarias de los estados nacionales que impiden convertir a la UE en un mercado homogéneo que permita un movimiento de mercancías y capital aún más rápido y eficiente desde la costa atlántica hasta sus fronteras orientales. Un obstáculo se interpone en este proyecto: la propia ciudadanía. En un documento del Egmont Institute, un influyente think tank de Bruselas, leemos: «la UE está obstaculizada por su proceso de toma de decisiones cuando se la compara con regímenes presidenciales o incluso autoritarios. Razón de más para profundizar su pensamiento estratégico colectivo y proceso de toma de decisiones. […] Esto implica […] una unión política cada vez más profunda en la cual los Estados miembro mancomunen su soberanía»54. El horizonte de estos autores es convertir a la UE en una «federación política», un proyecto en el que coinciden, por encima de toda diferencia ideológica, representantes socialdemócratas, liberales, verdes y cristianodemócratas55. Además de los autores ya mencionados, se han mostrado a favor de esa opción el actual ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, y la ministra de Defensa, Ursula von der Leyen, quien en el 2011 declaró que su objetivo era la creación de unos «Estados Unidos de Europa a partir del 52  Susan Watkins, «Vainty and Venality», London Review of Books, nº 16, 29/08/2013, pp. 17-21. 53  Gerhard Schröder y Jacques Delors, «Democracia, nuevo empleo y crecimiento», El País, 24/05/2013. 54  Sven Biscop (ed.), «The Value of Power, the Power of Values: A Call for an EU Gran Strategy», Egmont Institute, Bruselas, 2009, p. 12 y 20. Según Verhofstadt, «es falso afirmar que debemos construir una democracia funcional antes de que pueda surgir una federación europea». Cohn-Bendit, Daniel y Verhofstadt, Guy, op. cit., p. 112. 55  Uno de los think tanks más importantes que apoya esta idea es el Grupo Spinelli, del cual forman parte, entre otros, el exprimer ministro italiano Mario Monti, el expresidente del Parlamento Europeo Pat Cox o el sociólogo alemán Ulrich Beck, además de los ya mencionados Joschka Fischer, Jacques Delors, Daniel Cohn-Bendit y Guy Verhofstadt. También es miembro del Grupo Spinelli Raül Romeva, el eurodiputado de Iniciativa per Catalunya-Verds (ICV). Según medios alemanes, el Grupo Spinelli cuenta con el apoyo de la Fundación Bertelsmann, la mayor y más influyente de Alemania. Esta fundación, que tiene participaciones en los grandes consorcios de comunicación del país y asesora directamente al gobierno alemán, ha promovido medidas típicamente neoliberales como la introducción de tasas académicas o el incremento de la competitividad en la educación e investigación.

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modelo de Estados federales como Suiza, Alemania o Estados Unidos [porque] una divisa común no es suficiente para la supervivencia en un mundo competitivo. Es necesaria una unión política»56. Recientemente, la Comisaria de Justicia, Derechos Fundamentales y Ciudadanía, Viviane Reding, también se mostró en la Universidad de Cambridge partidaria, a título personal, de unos Estados Unidos de Europa57. A pesar de que el proceso de integración, efectivamente, avanza en todos los planos, la idea de una federación política en el sentido pleno expuesto por estos autores parece quedar, al menos por el momento, aplazada. El motivo no reside exclusivamente en la animosidad entre los Estados miembro, fruto de la crisis y, sobre todo, de su gestión, sino en una razón de oportunidad política, a saber: que la UE —una «organización política singular», como repiten los documentos oficiales— pueda conservar su funcionamiento alterno y operar así, en expresión de József Böröcz, tanto en un modo «westfaliano» (en el que actúa como un grupo de Estados independientes) como en un modo «federal» (en el que actuar como un único bloque). Cuándo lo hace en un modo y cuándo en otro es algo que depende de las exigencias y de las oportunidades del marco institucional dado en el que los Estados miembro operan. En el modo «westfaliano», la UE cuenta por ejemplo con 27 votos en la Asamblea General de la ONU y dos miembros permanentes, de los que habría de prescindir de constituirse en un único sujeto político. El rasgo distintivo de la UE, como podemos leer en una guía para los ciudadanos editada por la Comisión, «es que, aunque todos ellos son países soberanos e independientes, han compartido parte de su “soberanía” a fin de ganar fuerza y disfrutar de las ventajas del tamaño. […] la UE se sitúa en un término medio entre el sistema federal pleno de Estados Unidos y el débil sistema de cooperación intergubernamental de las Naciones Unidas». En consecuencia, la admisión en la UE de nuevos Estados miembro —o la inclusión en su esfera de influencia— aumenta también su peso político en el plano internacional, en el que también puede presentarse como una sola entidad, especialmente cuando ha de negociar con grandes estados en términos económicos, demográficos y territoriales como Estados Unidos, Brasil, China, Rusia o India58. Estos tres últimos, antiguos «imperios continuos», como los denomina Böröcz, pueden hacer uso de su «peso» en las relaciones internacionales, ya sea a través de su demografía (China, India), sus ingentes recursos naturales (Rusia) o 56  Andreas Wehr, Der europäische Traum und die Wirklichkeit, PapyRossa, Colonia, 2013, p. 83. 57  «Eurozone countries should form United States of Europe, says EC vice-president», The Guardian, 17/02/2014. 58  József Böröcz, The European Union and Global Social Change, Routledge, Nueva York, 2010, pp. 14 y 185-186.

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una c­ ombinación de ambos (Brasil). Frente a ellos, los estados europeos no tienen otra opción que proyectar su secular falta de «peso» —desventajas demográficas, geopolíticas y económicas— en el mundo adoptando una forma «elástica» de «peso» que pueda desplegarse a conveniencia en los dos modos descritos más arriba. En un número especial de Vorwärts, el órgano de expresión del Partido Socialdemócrata de Alemania, Uwe-Karsten Haye admitía que sólo la UE «asegura a estados de tamaño medio como Alemania influencia en la política mundial»59. Gracias a la ampliación oriental de la UE, la influencia alemana puede además irradiarse a través de Polonia en dirección Norte, hacia los países bálticos, y Este, hacia Ucrania, toda vez que Alemania, integrada en las estructuras de la UE, conjura a través de ella el miedo de sus vecinos a una recreación del proyecto guillermino de una Mitteleuropa bajo dominio germano60. La UE no es, como pretenden algunos autores, particularmente liberales de izquierdas, un recipiente vacío que pueda llenarse de un contenido progresista o conservador dependiendo de la correlación de fuerzas, sino una forma de organización supraestatal con un marcado sesgo económico desde la aprobación del Tratado de Roma de 1957, que creaba un mercado común para la circulación de capitales, mercancías, personas y servicios61. Tratado a tratado, la UE ha ido asentando un modelo neoliberal. Se ha promovido la desregulación del mercado laboral y la liberalización de amplios sectores de la economía. En este marco legal desregulado, o mejor dicho, regulado en beneficio del capital, se produjo una competición darwinista que condujo a la fusión y concentración de empresas en sectores como el bancario, las telecomunicaciones, el transporte aéreo y el transporte de mercancías, el mercado energético, los servicios postales y el sector de defensa, como tendremos oportunidad de ver con detalle más adelante. La crisis brinda una oportunidad para acelerar ese proceso. El sector bancario ofrece un buen ejemplo. En España se ha pasado de 351 entidades de crédito con actividad financiera directa en el 2009 a 286 en el 201262. En Alemania, Deutsche Bank compró Deutsche Postbank, Commerzbank compró Dresdner Bank y dos entidades, HypoRealState y West LB, desaparecieron. Reino Unido, Irlanda o Grecia también han experimentado este fenómeno. No es, por lo tanto, casual que todos los autores «europeístas» coincidan en su denuncia del Estado nacional, dotado de las herramientas para frenar e incluso revertir ese mismo ­proceso. 59  Uwe-Karsten Heye, «Das Gemetzel gestoppt», Vorwärts Sonderheft, primavera de 2013, p. 112. 60  Zbigniew Brzezinski, The Grand Chessboard: American Primacy and Its Geostrategic Imperatives, Basic Books, Nueva York, 1997, pp. 69-70. 61  Andreas Wehr, op. cit., p. 119. 62  Banco de España, «Memoria de la supervisión bancaria», Banco de España, Madrid, 2013, p. 81.

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El Estado nacional es presentado, como vimos, como una forma social superada y obsoleta. Así, el filósofo Jürgen Habermas, el representante más conspicuo de una corriente ideológica que puede definirse como «integración europea social», recibe una dura crítica por parte del jurista alemán Andreas Wehr en su libro sobre la UE: «Acusando regularmente a las élites políticas de cortedad de miras y de desaprovechar oportunidades, sus posiciones parecen críticas. Como en sus afirmaciones principales, Habermas argumenta desde un punto de vista socialmente crítico y reclama más democracia. Su ideología contribuye a vincular sobre todo a los socialdemócratas y sindicalistas al proyecto neoliberal de la Unión Europea. Habermas les proporciona generosamente el material para un sueño europeo de una Europa democrática y social. Los políticos y sindicalistas de izquierdas que, por el contario, abogan por continuar su lucha contra el capitalismo y su superación al nivel del Estado nacional para conseguir alterar la correlación de fuerzas a nivel internacional, son presentados por estos ideólogos como alejados de la realidad, sin esperanzas de éxito y pasados de moda. Presentando al Estado nacional como campo para la lucha de clases obsoleto, y que en realidad los planos europeo y global no pueden substituir ni siquiera remotamente, estos ideólogos obstaculizan el desarrollo de la resistencia contra la destrucción del Estado social y el desmantelamiento de la democracia.» 63

Otro de los lugares comunes a los autores mencionados es la competición con los llamados estados BRIC (Brasil, Rusia, India y China) y los catastróficos pronósticos de una UE relegada a un papel marginal en las relaciones internacionales, utilizados invariablemente para movilizar a la opinión pública a favor de una mayor integración de la UE a medida que el resto de argumentos va perdiendo su fuerza. La idea de la UE como un antídoto para las causas que llevaron a Europa a la Segunda Guerra Mundial no tiene sin duda la misma fuerza entre las generaciones que no conocieron la guerra y la posguerra, y la promesa de un mayor bienestar ha quedado definitivamente rota con la crisis. La pérdida de confianza de la ciudadanía hacia las instituciones estatales y supraestatales es su metástasis: todos los políticos quedan afectados por este mal. La desafección política, el cinismo, la letargia y el fatalismo se propagan entre la sociedad, creando el caldo de cultivo del autoritarismo. La falta de apoyos de las instituciones y la fragmentación política entorpecen la resolución de los problemas por consenso a nivel estatal y supraestatal. Por eso, cuando estos ardides ideológicos pierden su validez, las estructuras posdemocráticas de la UE sirven para desmantelar las estructuras democráticas de los Estados miembro y aplicar medidas impopulares sin necesidad ni posibilidad de deliberación pública, mientras se generaliza, perdido ya todo argumento basado en un horizonte de mejora, el temor hacia las economías emergentes y la falta de alternativas, lo que en inglés se conoce con el acrónimo TINA (there is no alternatives). Sirva de ejemplo un reciente discurso de Barroso en 63  Andreas Wehr, op. cit., pp. 70-71.

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Berlín, donde también mezcla las críticas al modelo actual de la UE con el ascenso de la extrema derecha: «Europa es indispensable para nosotros, como países y como ciudadanos, para ser capaces de defender nuestros intereses y promover nuestros valores en el mundo. La globalización hace que Europea sea más relevante que nunca. La globalización significa interdependencia y la interdependencia mundial es una realidad. Es tan fútil estar contra la globalización como estarlo contra el viento o contra la lluvia. […] Sé que las opiniones negativas sobre Europa se han convertido en una moda intelectual. […] El populismo, la xenofobia, el nacionalismo extremo, todos esos demonios que combatimos están regresando. Si lo piensan bien, hay algo en común a todos ellos: están en contra de los extranjeros, son xenófobos, algunos están en contra del comercio, están en contra de la globalización, quieren nuevos muros, nuevos proteccionismos, algunos son nacionalistas extremistas. Si observan atentamente, todo ellos tienen un leitmotiv común: están en contra de la Unión Europea, precisamente porque saben que la Unión Europea es un modelo de apertura opuesto al extremismo y al nacionalismo extremista.» 64

En un manifiesto firmado por los filósofos Jürgen Habermas y Julian Nida Rümelin y por el economista Peter Bofinger se reclama por ejemplo que los estados europeos cedan más soberanía a la UE, pues «deben unir sus fuerzas si aún quieren influir en la agenda política internacional y la solución de los problemas globales. Renunciar a la unidad europea equivale a despedirse de la historia mundial»65. Por su parte, Cohn-Bendit y Verhofstadt justifican su proyecto con el fin de «defender nuestros intereses contra grandes potencias políticas y económicas del calibre de China, India, Brasil, Rusia o Estados Unidos»66. En un momento dado el lenguaje delata a estos dos autores: unas páginas más adelante, Verhofstadt explica que hoy «el mundo se organiza en polos que podemos describir como imperios, con toda la precaución que esta palabra implica: Estados Unidos, China o India son imperios, no Estados nacionales». Cuando el entrevistador le objeta que la UE no es ningún imperio, Verhofstadt ofrece una respuesta que no deja lugar a dudas: 64  José Manuel Durão Barroso, «Speech by President Barroso: “Tearing down walls - building bridges”», Berlín, 1/03/2014, Speech/14/168. 65  Jürgen Habermas, Peter Bofinger y Julian Nida Rümelin, «Für einen Kurswechsel in der EuropaPolitik», Frankfurter Allgemeine Zeitung, 4/08/2012. 66  Daniel Cohn-Bendit y Guy Verhofstadt, op. cit., p. 9. Las menciones a los estados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) aparecen varias veces en su libro: «dentro de sólo veinticinco años ningún país europeo se contará entre las potencias que determinan los asuntos mundiales. El club de los países más ricos, el llamado G8, estará formado por Estados Unidos, China, India, Japón, Brasil, Rusia, México e Indonesia. Ningún país europeo, ni siquiera Alemania, formará parte de él» (p. 14); «[si Europa no se federaliza] entonces los intereses de India, China u otros países emergentes asiáticos determinarán los resultados» en las mesas de negociación (p. 15); «más Europa no es sólo necesaria para tener una oportunidad para afrontar los problemas planetarios, sino también para asegurar, a cualquier precio, nuestra posición en el mundo, proteger nuestro modo de vida» (p. 18) [el énfasis es mío, AF]; sólo con una Europa federal «el euro se convertiría en la divisa de referencia más importante del mundo» (p. 29).

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«¡Ése es el problema! Europa tiene que ser un “imperio”, en el buen sentido de la palabra»67.

«Imperio» e «imperialismo» son términos de los que una determinada izquierda ha abusado en las últimas décadas, contribuyendo a su desgaste, al punto que el término acostumbra a asociarse actualmente, y de manera prácticamente exclusiva, a regímenes autoritarios como el Imperio alemán o el Imperio ruso, una idea que hubiera sorprendido sin duda a los teóricos del imperialismo de comienzos del siglo XX, pues éste también incluía al Imperio británico y a la III República Francesa. No sólo por sus proporciones geográficas, sino, sobre todo, por su política internacional puede entenderse a la UE como «imperio». El propio presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, declaró en una rueda de prensa el 10 de julio de 2007: «a veces me gusta comparar a la Unión Europea, como creación, a la organización de los imperios. Tenemos la dimensión de un imperio, pero hay una enorme diferencia. Los imperios tenían un centro que imponía un diktat, su voluntad sobre los demás. Lo que nosotros tenemos ahora es el primer imperio no imperial. Tenemos 27 países que han decidido trabajar por completo y mancomunar su soberanía. Creo que es una gran construcción y que deberíamos estar orgullosos de ella. Al menos en la Comisión estamos orgullosos de ella.»

Partiendo de las ideas de los economistas John A. Hobson y Rudolf Hilferding, V.I. Lenin describió a comienzos del siglo anterior lo que identificó como una nueva fase del capitalismo, caracterizada por «una tendencia a la dominación», y que comienza a desarrollarse cuando las potencias occidentales han colonizado por completo el globo terrestre. Lenin identificó cinco rasgos principales: «1) la concentración de la producción y del capital hasta un grado tan elevado de desarrollo que crea los monopolios, los cuales desempeñan un papel decisivo en la vida económica; 2) la fusión del capital bancario con el industrial y la creación, en el terreno de este “capital financiero”, de la oligarquía financiera; 3) la exportación de capitales, a diferencia de la exportación de mercancías, adquiere una importancia particularmente grande; 4) se forman asociaciones internacionales monopolistas de capitalistas, las cuales se reparten el mundo, y 5) ha terminado el reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes.» 68

Justamente al haberse puesto fin al reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes, su control y explotación exige grandes inversiones militares, y éstas, a su vez, aumentan la posibilidad de conflictos entre las potencias imperialistas como vía de resolución de los conflictos de 67  Ibídem, p. 101. 68  Lenin, V.I, El imperialismo, fase superior del capitalismo, Barcelona, DeBarris, 2007, pp. 165-166.

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intereses. Si tenemos en cuenta el agotamiento de las fuentes de energía fósil no renovable, este clásico de Lenin recobra, como veremos, una inusitada actualidad. El propio Lenin recoge una larga cita de Hobson, para quien «una federación europea […] lejos de impulsar la civilización mundial, podría implicar un peligro gigantesco de parasitismo occidental: formar un grupo de naciones industriales avanzadas, cuyas clases superiores percibirían enormes tributos de Asia y África»69, y menciona a Gerhald Hildebrand, un socialdemócrata alemán expulsado de su partido por su defensa de unos «Estados Unidos de Europa Occidental (sin Rusia) para emprender acciones “comunes” […] contra los negros africanos y contra el “gran movimiento islamita” [sic], para mantener “un fuerte ejército y una escuadra potente” contra la “coalición chino-japonesa”, etc.»70. También su coetánea, Rosa Luxemburg, criticó la idea de una federación europea por sus connotaciones imperialistas: «Si la idea de una federación europea fue superada hace tiempo en el plano económico, no lo fue menos en el político. En lo esencial no se trataba más que de una pálida imitación, con ciertos adornos, del concierto de potencias europeas [el Imperio británico, Francia, Alemania, el Imperio austrohúngaro y el Imperio ruso], que, como si fuera el sol en torno al cual gira nuestro sistema político, rige los destinos del continente. Los tiempos en los que el foco de los desarrollos políticos de las contradicciones europeas se encontraban en el continente europeo hace tiempo que terminaron. A comienzos del siglo XIX y hasta la Revolución de marzo en Alemania, el foco de la política internacional se encontró en el territorio de la Polonia dividida, en la frontera entre Alemania, Rusia y Austria. En la década de los cincuenta se desplazó al Bósforo. En los setenta se creó un nuevo centro con la Guerra franco-prusiana, en el que se crearon la Doble Alianza y la Triple Alianza como pilares del nuevo equilibrio europeo. Al menos entonces la utopía de una federación europea hubiera tenido un sentido histórico. Con la década de los ochenta comenzó una era de la política internacional completamente nueva, impulsada por las conquistas coloniales, retomadas con bríos renovados, seguidas en los noventa por la carrera en las esferas de influencia de ultramar, y, en las últimas décadas, por el despertar de Oriente. Hoy Europa sólo es un eslabón más en la confusa cadena internacional de relaciones y contradicciones internacionales. Y lo que es más importante, las contradicciones europeas ya no se dirimen en el continente europeo, sino en otras zonas y océanos del planeta. Sólo cuando se pierden de vista estos procesos y desplazamientos y se recuerdan los bienaventurados tiempos del concierto europeo puede decirse que hemos vivido cuarenta años de paz ininterrumpida. Este punto de vista, para el cual los procesos no existen más que en el continente europeo, no se da cuenta de que justamente no tenemos ninguna guerra en Europa desde hace décadas porque las contradicciones internacionales se han desarrollado más allá de los estrechos límites del continente europeo.»

Y más adelante, añade: «No los partidos socialdemócratas, sino la burguesía propone cada cierto tiempo la idea de una federación europea. Ésta siempre se presentó, no obstante, con una clara tendencia reaccionaria. Personas como el profesor Julius Wolf, un conocido antisocialista, son quienes

69  Ibídem, p. 191. 70  Ibídem, p. 193.

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propagaron la idea de una comunidad económica europea, que no significa otra cosa que una unión aduanera para la guerra comercial contra los Estados Unidos de América, y así fue percibida y criticada por los socialdemócratas. Y cada vez que los políticos burgueses enarbolaron el estandarte del europeísmo, de la federación de los Estados europeos, fue en referencia explícita o tácita contra el “peligro amarillo”, contra “la parte negra del mundo”, contra “las razas inferiores”, en pocas palabras, fue, en todo momento, un aborto imperialista. […] Las cosas tienen su propia y objetiva lógica. Y la solución de la federación europea sólo puede significar objetivamente en el seno de la sociedad capitalista una guerra aduanera contra los Estados Unidos en el terreno comercial y una lucha racial, colonial y patriótica en el terreno político. La campaña china de los regimientos europeos unidos con el mariscal mundial Waldersee al frente y el evangelio de los hunos como bandera: ésta es la expresión real y fantástica, la única posible, de “la federación de estados europea” en la sociedad actual.»71

Europa: una cartografía cognitiva La consolidación de la UE como entidad (geo)política nos lleva, o, mejor dicho, nos devuelve —porque la Unión Soviética frenó hasta cierto punto este desarrollo durante los casi setenta años de su existencia—, a una época de «imperialismos rivales», como la ha llamado el politólogo canadiense Robert W. Cox. «Imperialismos rivales» porque los mayores países de la periferia han terminado desarrollando a finales del siglo XX un modelo de capitalismo propio, constituyéndose en «centros» regionales, o, por utilizar la expresión del sociólogo ruso Boris Kagarlitsky, en «imperios de la periferia»72. China, por ejemplo, estaría según el economista griego Yanis Varoufakis «creando una versión china de globalización parcial, con Beijing en el centro de una vasta red de acuerdos de inversión y comerciales con India, África y América Latina, en los que también participan multinacionales europeas, estadounidenses y japonesas». En lo venidero, China «intentará mantener a raya a los intereses estadounidenses, europeos y japoneses, y, en breve, promover su propia divisa, el renmibi (RMB), como medio de intercambio en esas redes». Con todo, según Varoufakis, «estas redes están condenadas a estar incorporadas en una economía mundial que China no puede reequilibrar debido a la incapacidad radical para generar la suficiente demanda para ella »73. En la misma UE, un grupo de países actúa claramente como «centro» (Alemania, Francia y Reino Unido), rodeados de un grupo de estados pequeños pero económicamente influyentes (Bélgica, los Países Bajos, Luxemburgo, Austria, Dinamarca, Suecia y Finlandia), dos estados grandes se ­subordinan 71  Luxemburg, Rosa, «Friedensutopien», 1911, Archivo Virtual de los Marxistas, http://marxists.org/ deutsch/archiv/luxemburg/1911/05/utopien.htm 72  Boris Kagarlitsky, Empire of the Periphery: Russia and the world system, Pluto Press, Londres, 2008. 73  Yanis Varoufakis, The Global Minotaur: America, Europe and the Future of the Global Economy, Zed Books, Londres, 2013, pp. 252-253.

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al grupo anterior como «semi-periferia» (Italia y España), mientras que el resto asume el rol de «periferia interna» de la UE. Con la crisis, el «centro» se consolida como una región con un desarrollo tecnológico elevado, mientras que la semi-periferia y la periferia es mantenida en un estado de dependencia crónica mediante la llamada «trampa de deuda» y la penetración de capital extranjero en sus mercados nacionales. El capital exportado a la periferia también alimentó, como es sabido, burbujas especulativas, a pesar de lo cual los gobiernos de Portugal, España o Grecia presentaron envanecidos el crecimiento económico de sus países en las últimas dos décadas como una muestra de modernización —palabra clave en el discurso europeísta— que en última instancia conduciría a su igualación económica con los países del centro —¿cómo olvidar las declaraciones del primer ministro español José Luis Rodríguez Zapatero en el 2008, cuando afirmó que España superaría en renta per cápita a Italia y Francia?—, cuando dicha modernización no es sino un requisito del centro, pues las infraestructuras o las mejoras educativas revierten en última instancia en beneficio de la economía del centro, en una suerte de reedición de la paradoja de Zenón de Aquiles y la tortuga. La creación del Fondo de Estabilidad Financiera Europea (EFSF, por sus siglas en inglés) ha supuesto además «que unos países miembros de la zona euro se hallen totalmente, y por primera vez en la historia de la UE, a merced de la voluntad y de los diseños neoliberales de la Comisión Europea y del BCE. En este sentido, los sueños hayekianos para estas instituciones europeas se han visto por fin realizados gracias a la crisis de la deuda soberana»74. A la luz de los recientes acontecimientos, conviene recordar, empero, que el primer paciente de esta terapia de choque neoliberal fue Europa oriental (incluyendo Alemania del Este). Según el profesor Böröcz, la desintegración del bloque oriental: «creó un vacío de poder político y una base de mano de obra disciplinada y relativamente bien instruida. Hoy, dos décadas después del desplome del bloque soviético, la reconstrucción de la industria y el sector servicios de Europa oriental se encuentra en pleno desarrollo y ha ocurrido en unas condiciones institucionales muy concretas de extrema dependencia de la inversión externa. La mayoría de esa inversión procede de la UE. Los antiguos países satélites de la URSS se han convertido en estados colchón y en un cinturón industrial y de servicios en el flanco oriental de la UE.»75

El documento conocido como la Estrategia de Lisboa —aprobado por el Consejo Europeo en la capital lusa en marzo del año 2000— fijaba entre sus objetivos convertir a la UE en la primera potencia económica mundial en un período de diez años. Para conseguir ese objetivo se llevó a cabo la adhesión de Chipre, la República Checa, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta, 74  Álvaro Rein, «La izquierda, la crisis de deuda soberana y el euro», Sin Permiso, 18/04/2011. 75  József Böröcz, op. cit., p. 187.

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