Capítulo II Sobre la importancia del análisis de las correspondencias
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ntre los cuerpos vivos, se le ha dado el nombre de correspondencia a los rasgos de analogía o de semejanza entre dos objetos considerados comparativamente, tomados en el conjunto o la generalidad de sus partes, pero otorgando más valor a las más esenciales. Cuanta más conformidad y extensión tienen estos rasgos, más considerables son las correspondencias entre los objetos que las exhiben. Indican una especie de parentesco entre los cuerpos vivos y nos hacen sentir la necesidad de aproximarlos en nuestras distribuciones proporcionalmente a la intensidad de sus correspondencias. Las ciencias naturales han experimentado un cambio inmenso desde que se comenzó a prestar una seria atención a la c onsideración
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de las correspondencias y, sobre todo, desde que se establecieron los principios verdaderos que concernían a estas correspondencias y a su valor. Antes de este cambio, nuestras distribuciones botánicas estaban completamente a merced de lo arbitrario y del concurso de los sistemas artificiales de cada uno de los autores y, en el reino animal, los animales invertebrados, que abarcan la mayor parte de los animales conocidos, exhibían en su distribución los grupos más dispares, unos bajo el nombre de insectos, otros bajo el de gusanos, agrupando animales muy diferentes y, si analizamos sus correspondencias, muy alejados entre sí. Afortunadamente, en este sentido, el aspecto de la cuestión ha cambiado y ahora, si continuamos estudiando la historia natural, sus progresos están garantizados. La consideración de las correspondencias naturales impide cualquier arbitrariedad por nuestra parte en los intentos que hacemos para distribuir metódicamente los cuerpos organizados; muestra la ley de la naturaleza que debe dirigirnos en el método natural; obliga a que las opiniones de los naturalistas se pongan de acuerdo en lo que respecta al lugar que en principio asignan a las masas principales que componen su distribución y después a los objetos particulares que componen estas masas y, por fin, los fuerza a representar el mismo orden que ha seguido la naturaleza al dar existencia a sus producciones. Así, todo lo que concierne a las correspondencias que tienen entre sí los diferentes animales debe constituir, antes de cualquier división o clasificación de ellos, el objeto más importante de nuestras investigaciones. Cuando hablamos aquí de analizar las correspondencias, no se trata únicamente de aquellas que existen entre las especies, sino que a la vez se trata de fijar las correspondencias generales de todos los órdenes que acercan o alejan las masas que debemos considerar comparativamente. Las correspondencias, aunque muy diferentes en valor según la importancia de las partes que las proporcionan, pueden no obstante extenderse hasta la conformación de las partes exteriores. Si son considerables hasta el punto de que, no solamente las partes esenciales, sino incluso las partes exteriores, no ofrecen ninguna diferencia determinable, entonces los objetos analizados no son sino
individuos de una misma especie. Pero si, a pesar de la amplitud de las correspondencias, las partes exteriores presentan diferencias apreciables, siempre menores, sin embargo, que las semejanzas esenciales, entonces los objetos considerados son especies diferentes de un mismo género. El importante estudio de las correspondencias no se limita a comparar clases, familias o incluso especies entre ellas para determinar las correspondencias que se encuentran entre esos objetos. Incluye también el análisis de las partes que componen a los individuos. Al comparar los mismos tipos de partes, este estudio encuentra así un medio sólido de discernir ya sea la identidad de los individuos de una misma raza, ya sea las diferencias que existen entre las distintas razas. Así, se ha señalado que las proporciones y las disposiciones de las partes de todos los individuos que componen una especie o una raza se muestran siempre iguales y que así parecen conservarse siempre. Se ha concluido de ello, con razón, que, tras el examen de algunas partes aisladas de un individuo, podríamos determinar a qué especie conocida o nueva para nosotros pertenecen esas partes. Este medio favorece en gran medida el avance de nuestros conocimientos sobre el estado de las producciones de la naturaleza en la época en la que hacemos nuestras observaciones. Pero las determinaciones que de ahí resulten no pueden ser válidas más que durante un tiempo limitado, pues las propias razas cambian el estado de sus partes a medida que las circunstancias que influyen sobre ellas cambian considerablemente. En realidad, como estos cambios se ejecutan únicamente con una enorme lentitud que nos vuelve siempre insensibles a ellos, las proporciones y las disposiciones de las partes parecen siempre las mismas a ojos del observador que, efectivamente, no ve que cambien nunca y que, cuando se topa con que se han producido esos cambios, como no los ha podido observar, supone que las diferencias que percibe han existido siempre. No es tampoco menos cierto que, al comparar las partes del mismo tipo que pertenecen a diferentes individuos, se puede determinar con seguridad y facilidad las correspondencias cercanas o lejanas que se establecen entre esas partes y que, por lo tanto, se puede reconocer si estas partes pertenecen a individuos de la misma raza o de razas diferentes.
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Aquí lo único defectuoso es la consecuencia general, que se ha extraído sin ninguna reflexión. A lo largo de esta obra tendré más de una ocasión de demostrarlo. Las correspondencias son siempre incompletas cuando se basan sobre un examen aislado, es decir, cuando se determinan únicamente tras analizar una parte tomada separadamente. Pero, aun incompletas, las relaciones que se fundan sobre la consideración de una única parte son, no obstante, mayores cuanto más esencial es la parte que las proporciona y viceversa. Hay por lo tanto grados determinables entre las correspondencias examinadas y diferencias de valor entre las partes que pueden proporcionar esas correspondencias. En realidad, este conocimiento quedaría sin aplicación y sin utilidad si, en los cuerpos vivos, no hubiéramos distinguido las partes más importantes de las que lo son menos y si, entre estas partes importantes, que lo son de diversos tipos, no hubiéramos encontrado el principio apropiado para establecer entre ellas valores no arbitrarios. Las partes más importantes y que deben proporcionar las correspondencias principales son, en los animales, aquellas que son esenciales para la conservación de su vida. Y, en los vegetales, aquellas que son esenciales para su regeneración*. Así, en los animales, siempre determinaremos las principales correspondencias según la organización interna y, en los vegetales, siempre buscaremos en las partes de la fructificación las correspondencias que puedan existir entre esos diferentes cuerpos vivos. Pero como, en los unos y en los otros, las partes más importantes que hay que analizar en la investigación de las correspondencias son de distintos tipos, el único principio al que conviene recurrir para determinar sin arbitrariedad ninguna el grado de importancia de cada una de estas partes consiste en considerar, bien el mayor empleo que de esta ha hecho la naturaleza o bien la importancia misma de la facultad que de ella resulta para los animales que poseen esa parte. En los animales, donde la organización interna proporciona las principales correspondencias que analizamos, se han elegido, con razón, tres tipos de órganos especiales como los más adecuados
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N.d.l.T.: «Regeneración» tiene aquí el sentido de «reproducción».
para proporcionar las correspondencias más importantes. He aquí su relación según el orden de importancia. 1º El órgano del sentimiento. Los nervios, ya tengan un único centro de conexiones como en los animales que tienen un cerebro, ya sea este múltiple como en los que tienen una médula longitudinal nudosa. 2º El órgano de la respiración. Los pulmones, las branquias y las tráqueas. 3º El órgano de la circulación. Las arterias y las venas, que lo más habitual es que tengan un centro de acción, que es el corazón. La naturaleza emplea más generalmente los dos primeros órganos y, por lo tanto, son más importantes que el tercero, es decir, que el órgano de la circulación, pues este se pierde después de los crustáceos, mientras que los dos primeros se extienden aún a los animales de las dos clases siguientes a los crustáceos. Finalmente, de entre los dos primeros, el órgano del sentimiento debe tener la primacía del valor para las correspondencias, puesto que produce la facultad más eminente entre las facultades animales y, por otro lado, porque sin este órgano la acción muscular no podría tener lugar. Si tuviera que hablar de los vegetales, en los que las partes esenciales para su regeneración son las únicas que proporcionan los caracteres principales para el establecimiento de las correspondencias, presentaría estas partes en su orden de valor o de importancia de la siguiente manera: 1º El embrión, sus accesorios (los cotiledones, el perisperma) y la semilla que los contiene. 2º Las partes sexuales de las flores, como el pistilo y las etaminas. 3º El envoltorio de las partes sexuales: la corola, el cáliz, etc. 4º El envoltorio de la semilla o el pericarpio. 5º Los cuerpos reproductivos que no exigen en absoluto una fecundación. Estos principios, en su mayoría ya aceptados, otorgan a las ciencias naturales una consistencia y una solidez que antes no poseían. Las correspondencias que se determinan en conformidad con estos principios ya no están sometidas a las variaciones de la opinión;
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nuestras distribuciones generales se vuelven ineludibles y, a medida que nos perfeccionamos con la ayuda de estos medios, la clasificación se aproxima cada vez más al propio orden de la naturaleza. Así, tras haber experimentado la importancia de analizar las correspondencias, especialmente desde hace unos pocos años, fuimos testigos de los primeros ensayos que buscaban determinar lo que denominamos el método natural, método que no es sino el boceto que traza el hombre del itinerario que ha seguido la naturaleza para hacer existir sus producciones. Ahora en Francia ya no atendemos a estos sistemas artificiales que se basan en caracteres que comprometen las correspondencias naturales entre los objetos subordinados a esas relaciones, unos sistemas que daban lugar a divisiones y distribuciones que entorpecían el avance de nuestros conocimientos sobre la naturaleza. En lo relativo a los animales, estamos hoy convencidos, con razón, de que únicamente a partir de su organización pueden determinarse las relaciones naturales entre ellos. Por consiguiente, la zoología tomará principalmente de la anatomía comparada todas las aclaraciones que requiera la determinación de estas relaciones. Pero es importante observar que lo que debemos recoger de los trabajos de los anatomistas que se han dedicado a descubrirlos son los hechos y no siempre las consecuencias que han deducido de estos, pues muy a menudo sostienen opiniones que podrían extraviarnos e impedirnos aprehender las leyes y el verdadero plan de la naturaleza. Parece que, cada vez que el hombre observa un hecho nuevo cualquiera, esté condenado a arrojarse en brazos del error cuando quiere asignarle una causa, tan fecunda es su imaginación a la hora de crear ideas, y también porque descuida dejarse guiar en sus juicios por las reflexiones de conjunto que las observaciones y los otros hechos recogidos podrían ofrecerle. Cuando nos ocupamos de las correspondencias naturales entre los objetos y, cuando estas relaciones están bien conceptualizadas, de las correspondencias entre las especies que se han agrupado según estos criterios y se han agrupado entre determinados límites, formamos lo que denominamos géneros. Los géneros, de parecida forma agrupados según el análisis de sus correspondencias y reunidos igualmente por grupos bajo un orden que les es superior, forman lo que denominamos familias. Estas familias, igualmente agrupadas y bajo
las m ismas consideraciones, componen los órdenes. Estos, por los mismos medios, son las divisiones primarias de las clases. Finalmente, estas últimas se reparten cada reino en sus divisiones principales. Se encuentran pues por todas partes las correspondencias naturales bien razonadas, que deben guiarnos en las agrupaciones que formemos cuando determinemos las divisiones de cada reino en clases, de cada clase en órdenes, de cada orden en secciones o familias, de cada familia en géneros y de cada género en diferentes especies si es que ha lugar a ello. Estamos perfectamente autorizados a pensar que la serie total de los seres que forman parte de un reino, estando distribuida en un orden en todo punto sometido a la consideración de las relaciones, representa el orden mismo de la naturaleza; pero, como ya he expuesto en el capítulo precedente, es importante considerar que los diferentes tipos de divisiones que es necesario establecer en esta serie para poder conocer más fácilmente los objetos no pertenecen en absoluto a la naturaleza y son auténticamente artificiales, aunque ofrezcan porciones naturales del mismo orden que la naturaleza ha instituido. Si a estas reflexiones añadimos que, en el reino animal, las correspondencias deben determinarse principalmente a partir de la organización y que los principios que hay que emplear para fijar estas correspondencias no deben dejar la más mínima duda sobre su fundamento, tendremos, con todas estas consideraciones, una sólida base para la filosofía zoológica. Sabemos que toda ciencia debe tener su filosofía y que solamente por esta vía se progresa realmente. En vano los naturalistas consumirán su tiempo describiendo nuevas especies, aprehendiendo todos los matices y las pequeñas particularidades de sus variaciones para así ampliar la inmensa lista de las especies inscritas, en una palabra, instituyendo diversamente los géneros, cambiando sin cesar el uso de los criterios que los caracterizan. Si descuidamos la filosofía de la ciencia, sus progresos no serán reales y la obra en su conjunto quedará imperfecta. Efectivamente, las ciencias naturales no alcanzarán ninguna solidez en sus principios ni habrán adquirido una filosofía que las establezca como una auténtica ciencia hasta que nos dediquemos a precisar las correspondencias cercanas o lejanas que existen entre las diversas producciones de la naturaleza y las que se dan entre
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los objetos que están comprendidos entre los diferentes cortes que hemos practicado entre esas producciones. ¡Cuántos beneficios, para su perfeccionamiento, nuestras distribuciones y clasificaciones obtienen cada día del estudio continuado de las correspondencias entre los objetos! En efecto, fue estudiando estas correspondencias como yo discerní que los animales infusorios no podían asociarse a los pólipos en la misma clase, que los radiados no deberían tampoco confundirse con los pólipos y que aquellos que son blandos, como las medusas y otros géneros vecinos, que Linneo e incluso Bruguière situaban entre los moluscos, se vinculaban esencialmente a los equinoideos y debían forman con ellos una clase particular. Y también fue estudiando las correspondencias como me convencí de que los gusanos formaban una división aislada, que incluía animales muy diferentes de los que componían los radiados y, con más sólidas razones, los pólipos; que los arácnidos no podían formar parte de la clase de los insectos, y que los cirrípedos no eran ni anélidos ni moluscos. Finalmente fue estudiando las correspondencias como pude llegar a operar multitud de ajustes esenciales en la distribución misma de los moluscos y como pude reconocer que los terópodos, que por sus relaciones están muy próximos, pero son distintos de los gasterópodos, no deberían situarse entre los gasterópodos y los cefalópodos, sino que había que clasificarlos entre los moluscos acéfalos vecinos suyos y los gasterópodos, puesto que estos terópodos no tienen ojos, como todos los acéfalos, y casi no tienen cabeza, incluso la haliote aparentemente carece de ella. En el capítulo octavo que concluye esta primera parte veremos la distribución particular de los moluscos. Entre los vegetales, cuando el estudio de las correspondencias entre las diferentes familias establecidas nos haya aclarado más y nos haya hecho conocer mejor el lugar que cada una de ellas debe ocupar en la serie general, entonces la distribución de estos cuerpos vivos no dejará ya más lugar a la arbitrariedad y se hará más conforme al orden mismo de la naturaleza. Así, la importancia del estudio de las correspondencias entre los objetos observados es tan evidente que ahora debemos considerarlo como el principal entre los estudios que pueden hacer avanzar las ciencias naturales.