La muerte de mi madre me hizo más libre

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MARI LUZ ESTEBAN Traducción de Mari Luz Esteban con la colaboración de Eva Fernández y Miren Agur Meabe

[poesía]

laovejaroja


La muerte de su madre la hizo más libre Sus fervientes discusiones de años y años son el punto de partida. En el cara a cara con ella comenzó a aferrarse a sus ideas, a construir su propio mundo. Contra ella pero, de alguna manera, con su permiso, ahuyentando el miedo a los regaños, ensanchó su capacidad de decisión. En ausencia de la madre, liberada ya de justificarse ante ella, fue más libre. Y ahora, en la cruda urdimbre de la añoranza y la libertad, sabe que su madre la parió por segunda vez el día de su muerte, y la obligó a mirar a su hijo. Y ahora, al mirar a su hijo, se le ocurre que acaso su muerte será también abono de libertad, y pensarlo, debe reconocerlo, le provoca un agudo dolor en el vientre. Mientras tanto, lo acaricia y lo mima, comparten risas y lecturas, y discusiones apasionadas, inclementes. Con la esperanza y el temblor de que también el hijo aprenda así su libertad.

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Al morir mi madre su ausencia tomó la forma de una niebla fina ante mis ojos una neblina que fue mi compañera durante meses, años. Al morir mi madre el fuego heló mi corazón y mis extremidades se adormecieron con el crujido de la metamorfosis que había de llegar.

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Pero, lo confieso, la muerte de mi madre me hizo más libre para poder reinventar mi propio camino ¿qué otra cosa es la vida? en el dolor de los dolores ¡ay, misterio de las paradojas! me regaló la posibilidad de nacer por segunda vez.

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Deseo



el deseo vive en el abismo entre lo que somos y lo que queremos ser



Ansío con voraz hambre de carne lo que ignoro qué será. Fernando Pessoa

En mí el deseo se engendró en el cuerpo de mis hermanas de mi padre en mí el deseo sueña con la prohibición de los mayores con el viaje en mí el deseo se inflama en el nido de los ojos en la palabra en mí el deseo respira cuerpos diversos.

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Educación sexual También en su infancia hubo hombresmalos. El primero, un barraquero anónimo. Su madre contaba a menudo el suceso, como si fuera una lección que hubiera que aprender a rajatabla. Su madre nunca sospechó que conservaría para siempre la atracción por los titiriteros, ni que en ese preciso momento comenzó su lucha contra el papel de víctima asignado, algo que completaría más tarde con hechos y palabras. Cuando tenía tres años vivían en San Miguel de Basauri, en medio de un paraíso, al lado del cementerio que hoy guarda a sus padres en su regazo. Eran fiestas, y un día, entre semana, después de comer, una vecina la vio de la mano de un desconocido, en la cuesta del camposanto. El alboroto atrajo a la ventana a todas las mujeres que se disponían a escuchar la radionovela después de fregar. El chico soltó su mano inmediatamente y desapareció. Un papel corto el suyo, pero de esos que dejan huella eternamente. Alguien le dijo a su madre que lo habían visto trabajando en las barracas. A fuerza de relatarlo durante años, la escena se conserva nítida en su memoria. Ahí está ella, la protagonista principal, con su vestidito rosa, las bragas de algodón recién rasgadas en el terraplén

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de cemento. Dirige sus perdidos pasos de niña más allá del bloque de cuatro pisos, pasos lentos que guía la curiosidad más inocente. Y ahí está el chico, el sin nombre al que en el cuento le ha tocado hacer de malo, caminando despacio hacia el cementerio, triste, sin rumbo. Se le queda mirando. Sólo tiene tres años pero sabe que él no tiene mala intención. La mirada nunca miente a quien sabe mirar. Y ella nació observadora. Le tiende su mano y se la toma. Caminan juntos. Sólo tenía tres años y sus compañeras de sexo quisieron inaugurarle un destino de mujer. Por la noche su madre se lo repitió una y mil veces. Que no debía ir con desconocidos. Con hombres desconocidos, quería decir, pero eso lo comprendió mucho después. No le dio más explicaciones. Unas pocas palabras hilvanadas con silencios. Así fue también en adelante su educación sexual. Aquel silencio baldío se ha convertido en un bullicio sexual rebosante de imágenes de lolitas. Hay quien lo llama libertad.

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