2 minute read
HABLA, RIOJANO, HABLA
HABLA, RIOJANO, HABLA
El ser humano puede alguna vez asistir en directo a un milagro. Una de esas proezas suele leer en los libros de Historia, cuando tales acontecimientos ya se han convertido en polvo, aunque polvo memorable. Uno de esos prodigios cumple hoy cuatro décadas, aunque sigue fresco en nuestra memoria. En 1978, España se volvió democrática a todos los efectos. Un país homologable con su entorno: sólo tres años antes era una dictadura. Milagro, milagro: el pueblo ha hablado.
Advertisement
Y también habló en La Rioja, cuyos electores acataron el mandato que se había lanzado en formato de himno dos años antes: con ocasión del referéndum en favor de la reforma política que siguió a la muerte del dictador, en 1976 se había popularizado esa canción que invitaba a la ciudadanía a movilizarse y participar en ese movimiento de raíz popular que protagonizó la Transición. Aquellos sones de ‘Habla, pueblo, habla’ se tradujeron a nivel regional en una invitación a sancionar con el voto, allá en 1978, la nueva Constitución que sustituía el viejo marco institucional franquista. El temible Movimiento dejó de moverse.
La aprobación por amplia mayoría, así en España como en La Rioja, de la Constitución fue un éxito colectivo pero, sobre todo, un éxito ciudadano. Expresado como es propio en las democracias: en las urnas. Que los riojanos llenaron de papeletas a favor del sí, alineados
en parecido porcentaje a cómo votó el resto de España. Con algunas singularidades: el repaso de la hemeroteca de Diario LA RIOJA permite concluir que hubo municipios más constitucionalistas que nadie. Localidades cuyos electores sólo votaron a favor: nadie se manifestó en contra del texto alumbrado en la capital del Reino en Arenzana de Arriba, Cellórigo, Gallinero, Sojuela, Torre en Cameros, Torremontalbo, Valdemadera y Zorraquín. Ocho pueblos donde sólo hubo asentimientos; ni siquiera un triste voto en blanco que eclipsara ese prodigio mayúsculo, la clase de proezas destinada, en efecto, a colonizar los manuales de Historia, que también
como suele suceder en estas ocasiones ocurrieron un poco sin saberlo los protagonistas de ese cambio del ciclo histórico. La ciudadanía convivía con ese acontecimiento con la normalidad propia de la rutina habitual, como si diera por sentado que ingresar en el club de los países democráticos era cosa de todos los días.
Y las cosas de todos los días poblaron por supuesto las páginas de este periódico. Entre ellas, ETA, por ejemplo. Que mataba con la misma frialdad asesina que durante el franquismo, llenando de sangre las vísperas de la consulta y los días posteriores. Era tan habitual la actividad terrorista de la banda que ni siquiera un triple asesinato mereció honores de portada, donde por el contrario se anotó el pavoroso incendio desatado aquí mismo, en Vara de Rey: ardió el Club Barbarella y hubo que evacuar a todo el vecindario (cerca de 80 personas), entre suspiros de alivio porque se rozó la tragedia.
Un leve nubarrón que no empañaba la generalizada satisfacción que recogía esa misma primera página por la buena respuesta del electorado riojano, que aprobó la Constitución con un alto porcentaje (el 86,6%), aunque algo inferior al recogido a nivel nacional, del 87,9%. Visto con la perspectiva de cuatro décadas de vida puede concluirse que el día después osciló entre un doble polo: la naturalidad con que asumió el electorado una cita con las urnas que en realidad encerraba una anormalidad que esa Constitución aspiraba a corregir y la civilizada respuesta con que los partidos saludaron el resultado. Desde todos los colores del arco político: del optimismo que confesaba Adolfo Suárez («Se consolida la democracia», vaticinó) a la emoción de la Pasionaria. «Siento una gran emoción», reconoció Dolores Ibarruri. Claro que siempre hay excepciones: Blas Piñar votó ese día «con un NO del tamaño de la papeleta». Y también hay cosas que nunca cambian: Villarroya votó en bloque. Nadie se quedó en casa. Todo un símbolo de aquel día.