BaĂşl de Relatos
BAÚL DE RELATOS REFUGIO DEL ESCRITOR
Baúl de Relatos
Primera edición en <<Refugio del Escritor>> 2017
Diseño: Refugio del Escritor Ilustración: Refugio del Escritor
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5-11
Verano de 2016
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Me experiencia Textual
17-17
El mensaje
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Soy
Relato erรณtico
VERANO DE 2013
El calor abrasador me derrite. Dary, y mi hermano Rafa corren hacia la piscina gritando de júbilo como cuando éramos pequeños. Parecen indios jaleando. Cada vez que se lanzan desde el trampolín al vacío, gritan: — ¡Allá voy! — ¡Yujuuu! O hacen competiciones de velocidad entre ellos. Dary cruza la mitad de la piscina en solo tres brazas bajo el agua, el resto, a brazada. No puedo dejar de mirar su figura que cruza como un delfín. Llega al final y toca el borde con los pies habiendo girado sobre sí mismo. Después sumerge su cuerpo, hacia lo profundo, hasta tocar el suelo. Al salir me busca con la mirada y me encuentra. Lo estoy mirando fijamente con el gesto de admiración en mi cara. Enarca una sonrisa que me desarma. Me encanta verlo en bóxer. De pequeños nos bañábamos en calzoncillo, él, y yo en bragas, era normal. Otras veces lo hacíamos desnudos. No había vergüenza. A mis siete años me enamoré de él. Tras diez años sin vernos, ahora lo veo fantástico. Me sacaba veinte centímetros de altura. De espalda recta y hombros anchos, está fantástico. Dary cumplió veintisiete años en febrero. Ha vuelto de Barcelona para pasar un fin de semana en casa de unos tíos maternos. Tiene una novia y se va a casar con ella. Pero eso a mí no me importa.
— ¡Amanda, vamos, lánzate a la piscina! –Me anima. Deseo lanzarme desde el trampolín. Cruzar la piscina a nado de un tirón igual que él. Sumergirme en el agua cristalina, transparente. Aguantar la respiración hasta más no poder. Bucear. Competir con Dary me excita. Dary es para mí como un Dios, mi protector; mi David; mi Ángel de amor. En este mismo instante deseo abrazarlo con la misma dulzura que él me mostraba cuando éramos pequeños. El destino nos separó para volver a juntarnos. Quiero devolverle los abrazos, el amor. En una milésima de segundo me llega a la memoria el recuerdo de aquella primera vez que Dary me invitó a entrar en la piscina. En sus ojos había pasión. —Tu hermano Rafa te ayudara para que no te hundas, ¡vamos, peque! –Dijo mirándome a los ojos con dulzura– Es muy fácil. No seas miedica. Pero yo no quería que mi hermano me enseñara a nadar, le había tomado miedo. Fueron muchas las ocasiones en las que Rafa jugaba conmigo a los submarinos, decía que yo era uno. Sumergía mi pequeño cuerpo bajo el agua varios segundos. Segundos en los que yo perdía los nervios pensando que me iba a ahogar. Gritaba en silencio llamando a mi madre. Como era lógico, ella no podía oírme. Pensaba que no tenía escapatoria, me ahogaba. Imaginaba el final de la vida como algo que no sabría describir. Mi cuerpo inerte bajo el agua, sin vida. Entonces pataleaba y gritaba con todas mis fuerzas hasta conseguir escapar de sus zarpas. Perdía el control de mi respiración; tragaba agua, y salía de la piscina tosiendo. Dando arcadas de angustia por el sabor del cloro en mi garganta. Corría llorando hasta llegar donde se encontraba mi madre que no nos quitaba el ojo de encima. Cansada de reñir a mí hermano. Para ella éramos insoportables, imposibles.
Morir es solo un instante, pensé. El recuerdo de aquel miedo paralizaba mi cuerpo. Una garfada de agua lanzada por Dary me saca del aquel flash del pasado devolviéndome a la realidad. El azul intenso de su mirada brilla con el reflejo del agua limpia. Me miraba sonriente. El deseo que siento por Dary hace desaparecer la angustia. Un golpe en mi espalda me hace perder el equilibrio. Me veo volar. Caigo al agua vestida. Maldigo a mi hermano Rafa. Pienso que no puede ser más tonto. No tiene remedio. Jamás se le va a quitar la tontería. La luz del sol se desvanece según van pasando las horas. Aparecen las sombras del atardecer. Y la gente que había va desapareciendo de forma gradual. Apenas quedan bañistas. Mi hermano Rafa, para mi alegría, también se marcha. Se despide. Dice que tiene hambre y va a cenar a casa. Dary y yo continuamos jugando en el agua. No quiero resistir la tentación de seducir a Dary. Me quito la camiseta que la lanzo fuera, y cae sobre el césped. Después me quité el pantalón corto. Nos hemos quedado solos. Dary se queda quieto contemplando mis pechos. —Bonito… su…je… ta… dor… llevas. Susurro que arrastra las silabas con la boca abierta con los ojos enormes para verme mejor, sin parpadear. Noto cómo la emoción y la alegría inundan su cuerpo. Y el mío. Me siento deseada como una princesa. Dary se sumerge alejándose varios metros como un delfín adiestrado. Espero a que asome su cabeza de nuevo. Busco su mirada y me lanzo hacia él con la esperanza de abrazarlo.
Noto su erección que ha crecido ¡Vaya si ha crecido! Y no pude evitar pensar en su sexo. —¿Sabes qué te haría? –digo mientras cierro los ojos para ver mejor la escena en mi cabeza pensando en un beso apasionado. —¿Qué me harías? —Darte un beso. Te comería la boca ahora mismo. Sonríe, vuelve a sumergirse sujeto mi cuerpo hasta llegar a mi ombligo. Noto que baja mi braga y con su lengua lame mi clítoris. Siento un calambre placentero que recorre mi cuerpo. Mis pechos se endurecen por una extraña presión. Me estremezco y deseo abrir las piernas para que vuelva a lamerme. Pero su oxigeno se acaba y emerge de las profundidades para besar mis labios. Me muero de placer. Idealizó con su sonrisa picara. —Eso me lo das en el glande No evito reír. Con estas siete palabras junto con el tono de su voz son suficientes para que mi cuerpo se estremezca y florece el deseo intenso. Salimos del agua, nos besamos. Acariciamos nuestros labios con la lengua. —A tu glande le doy dos –susurro entre besos y lametones. —Ve quitándote el bikini. Deseo ver tu cuerpo desnudo. Suelto la cinta del sujetador y en una flexión me deshago de la braga del bikini. —Desnuda para ti. ¿Si llega alguien?
—Que nos mire. Dary recorre mi cuerpo con la mirada. Sus ojos fijos en mis pechos brillan de entusiasmo. Sonríe. Los toca con la yema de sus dedos; los acaricia. Mis pezones se endurecen. Mis pechos quieren estallar. Deseo lamer su cuello. —Tengo una fantasía. Mi voz suena con un susurro quebrado por el placer. —Dímela, cari. La cosa va por el buen camino. Le interesa mi fantasía. Continúo con la confesión. —Deseo escuchar tu respiración acelerada. Los gemidos que emites en el momento del clímax. Acerca tu boca a mi lóbulo de la oreja; bésalo, lámelo mientras te corres y gimes. Quiero escucharlo tan cerca que resulten gritos de placer. ¿Lo hará? —Claro que si. —Yo también tengo una fantasía contigo. —Dímela, Dary. Voy a probar una sensación nueva. Me voy a quitar el bóxer; voy a seguir hablando de mis fantasías, y ver las sensaciones que tenemos. ¿Quieres? —Claro que sí. Dary se quita el bóxer. Su erección me pone muy cachonda. —Lamo tus pezones duros. Te como tu bollo de azúcar, coño dulce para gourmets exigentes. Chocho de fantasía y placer verdadero lo saboreo con dulzura hasta hacerte gemir como una loca. Humedad acuífera y templada, al entrar mi polla. Te penetro.
Me tiembla todo el cuerpo. Creo que me voy a marear de tanto placer. — Ven siéntate conmigo. Toma asiento en una tumbona. Abro las piernas, lo monto. Su dureza se hace mayor. Sujeta mi cintura. Aprieta mi cuerpo contra el suyo con fuerza. — Dary, estas tan bueno. Me destrozo el alma pensando en la penetración. Levanto mi trasero a la suficiente altura para atrapar su erección entre mis húmedos labios vaginales, mi cueva placentera que se abre para él. La penetración es suave, profunda. Entra como queriendo profanar mi santuario en una ligera acometida. Atraviesa el umbral de mi templo. Penetra hasta el altar. Noto sus atributos, su semblante. Nuestro movimiento acompasado nos lleva a la aceleración de nuestras partículas. Con la punta de su lanza activa el botón rojo que da inicio a mi danza. Movimiento que me acerca a sus caderas, que empuja con valentía a golpes de tambor. Con ella dentro intento cerrar mis pernas, aprieto para estrujar el cuerpo que me invade. Mis paredes vaginales se contraen amoldándose hasta que estiliza su forma erguida. Masaje suave que recibe con agrado. Adaptados los cuerpos danzamos el baile del placer. Tambores que suenan, gemidos que alertan. Soy su musa. Como caballero que atraviesa un campo abierto sobre su caballo me cabalga, ahora en línea recta, veces en círculos concéntricos. Latidos de corazones desbocados. Con nuestro contacto aumenta la presión sanguínea. Sangre que acude a nuestra fiesta. Ríos de fluidos dulces como el almíbar, pero ásperos como los caquis sin madurar. Lenguas de flujos que se mezclan como agua que llega al mar. Culminación simultánea, orgasmo frenético que dura varios segundos. Espuma blanca, efervescente, adorna mi interior, y la orilla de mi costa. Batidos con fuerza. Clímax que culmina con la respiración acelerada, al galope.
Relajados caemos sobre la tumbona mordiendo el aire que no falta. Me maravilla contemplar el tono de su piel. Me narcotiza su aroma. Me llena de alegría ver que hemos disfrutado. En esta guerra de placeres perdimos muchas cosas, entre ellas el sentido de la realidad. Es ese el instante que quise ver y escuchar de Dary . Abrimos los ojos y no contemplamos en silencio durante unos segundos. Valoramos muestras percepciones experimentadas. Orgullos nos reímos de la felicidad. Miramos en dirección a la piscina. —Vamos al agua —me anima. —Vamos —reacciono. Me levanta de un salto y me lleva a la carrera. Nos zambullimos en el agua cristalina. Nos hacemos unos largos y después salimos. Me envuelve en la toalla. Nos tumbamos bajo las estrellas en la esterilla sobre el césped. Nos quedamos hipnotizados por la luna llena.
Sandy Torres
Sandy Torres
Mi experiencia textual El profesor de literatura hablaba de su máquina de escribir de la misma forma que un escritor habla de una mujer hermosa. Javier apareció el pasado lunes en clase portando un baúl de madera. Dentro estaba ella, la máquina. Antes de hacernos entrega de aquella maravilla leímos en voz alta, de un antiguo pergamino y a modo de juramento, unas frases. Una especie de ritual purificador escrito en castellano. Las condiciones eran sencillas. Nos comprometíamos a cumplir las normas establecidas. El trabajo había que realizarlo en casa, solos, nadie podía ver la máquina, ni tocarla. Ella, era solo para cada uno de nosotros, los alumnos. También nos advirtió que no todos serían capaces de realizar el proyecto. Era un experimento. En caso de fracasar no perjudicará en nada a la asignatura. Disponíamos del plazo de veinte horas, cada alumno, para escribir un relato cortó y entregar la máquina a otro compañero. Llegué a casa a eso de las tres y media de la tarde. Dejé la máquina encima de la mesa. Tenía hambre y me preparé un bocadillo de jamón que comí mientras pensaba en el tema de mi relato. Leí un mensaje de mi amigo Tom y apague el teléfono móvil. Desconecté el ordenador. Me encerré en mi habitación con el baúl y extraje la máquina. Con ella sobre mi escritorio la contemple un rato. Noté que mi mente se quedaba sin ideas. Sentí pánico. Una especie de miedo que me cegaba la imaginación. Inserté un folio en blanco. Sin saber qué escribir rocé las teclas. Evadiéndome de la realidad entré en contacto con ella. Estaba sentada junto a un ventanal que daba al exterior. Según la posición del sol debía ser la misma hora solar de la realidad cuando tomé conciencia de dónde me encontraba.
—Hola, —dijo, sonriente. Perplejo no supe qué decir— mi nombre es Eva Remington. Bienvenido a mi casa. Ven siéntate aquí, a mi lado. Me invitó a tomar asiento en una silla de madera que había junto a una mesa redonda. Sobre aquella mesa se encontraba la máquina de escribir que, se suponía, yo tenía en mi habitación, la que acababa de desaparecer como un flash. De repente me encontraba en casa de la señorita Remington con la misma máquina. El papel de aquella máquina se sujetaba en un carro entre un rodillo y un pequeño cilindro. El carro se movía por un muelle de derecha a izquierda por medio de una palanca que servía también para girar el rodillo a un espacio de una línea mediante una carraca y un trinquete. Al oprimir las teclas el carro recorría la distancia de un espacio para cada letra. Las teclas, eran oprimidas, por acción de la palanca, la línea de linotipia golpeaba contra la parte inferior del rodillo. El carácter golpeaba una cinta y efectuaba una impresión de tinta en el papel que estaba sujeto sobre el rodillo. Se movía de forma automática después de cada impresión. Quizá algún día pueda escribir qué ocurrió en casa de Eva. Sólo puedo decir que al volver a abrir los ojos. Digo eso de abrir los ojos con la duda de que estaba seguro de que no los había cerrado en ningún momento. Me mantuve despierto toda la tarde y noche. Lo prometo. Así que, mejor digo que al volver a mi entorno habitual, el de mi habitación en casa de mis padres, comprobé que el folio estaba escrito. Me sorprendió tanto que se me ocurrió la idea de quedarme con la máquina. Eva Remington, la máquina, había escrito mi experiencia textual. Extraje el papel y leí:
Soy Eva Remington. Me dispongo a describir la llegada de Valero a mi espacio. Es un joven que viene del siglo
XXI. Hoy te he conocido, Valero. Quizá te resultó extraño escribir en un teclado como el mío. Nada tiene que ver con tu PC. Tenías la mente en blanco. No sabías cómo meterme mano. Buscaste las letras con los ojos fijos en mi nombre “Remington” Colocaste tus dedos en posición de salida, pulsaste la ñ, tímidamente, luego la l, y nos conocimos así.
Valero percibió algo extraño al rozar mis teclas con los dedos. Tuve la sensación de que le gustó. Relajó las manos, abrió sus dedos en la posición correcta y aproveché el momento. Lancé mis armas seductoras hacia mi objetivo. Valero. Estudiante. Moreno de piel. Ojos negros. Mirada serena. Sonrisa permanente en sus labios. Él sintió unos puntos de calor mullido sobre mis teclas como la leve cosquilla de un despertar sin apremio. Cerré los ojos y aparecí en su imaginación, hermosa, sensual, desnuda. Se dejó llevar. Su mente besó mi cuerpo. Cada pulsión aceleraba el ritmo y el deseo de seguir, con más fuerza. Quiso parar el tiempo. Quiso vivir conmigo para siempre. Lo llevé a buscar el punto y final de aquella experiencia. Lo encontró. Traspasó la meta, empujó hasta el fondo, su cuerpo estaba tenso, su corazón latía como caballo desbocado en la carrera ganada y salió de mi juego. Se dejó caer sobre la mesa, exhausto, respirando profundo. Espero que vuelva a visitarme de nuevo.
Eva Remington. Año1869
Sandy Torres
El mensaje La botella estaba cerrada. Dentro había un papel. Supuso que era un mensaje. Miró a izquierda y derecha. Al ver que se encontraba solo en la playa pensó que la botella le pertenecía. La extrajo del agua y la secó en su camiseta y el pantalón vaquero. Descorchó la botella y de ella escaparon aterradores gritos de auxilio. Sonaban a decenas de años encerrados. En el papel no había nada escrito.
Sandy Torres
Sandy Torres
Soy Soy la niña que perdieron sus padres el día que me asomé y caí en una aljibe. Una tragedia familiar que todos olvidaron en poco tiempo porque mis padres gozaban en la abundancia de hijos. Sin saber nadar navego por las turbulentas aguas de internet. Leo todo lo que puedo. Me sumerjo en las redes sociales, un lugar hecho a mi medida. No sé escribir, pero eso no importa. Soy la creadora de mi mundo que es como otro cualquiera.
Refugio del escritor
Sandy Torres