Cuerdas —Yo creo que le cambio las cuerdas hoy, para que estén bien en la tocada de mañana y no se desafinen —dijo el Pachaca, el técnico de guitarra, cuando mi grupo, Café Tacvba, llegó a La Habana, allá en 1997. Un cubano que nos acompañaba a todos lados vio la Fender Stratocaster, las cuerdas y dijo: —Pero si todavía se ven nuevas. —Es que no se vayan a romper a la primera canción —le dijo el Pachaca—. Joselo ya las usó en dos conciertos. —¿Las cambian sin que se rompan? ¿En serio? ¿Me las pueden regalar? Acá son muy difíciles de conseguir —dijo volteando a verme. —Claro. Ahora que las cambie te las da, ¿verdad, Pachaca? —le dije. El cubano se fue feliz. Me quedé pensando que sí: tal vez era demasiado lujo cambiar cuerdas a cada rato, pero estábamos buscando la calidad total. Café Tacvba era muy conocido en Latinoa71
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mérica gracias a MTV y andábamos de gira, un tour al que llamamos ChevereCachaiMachoChidoChe, organizada por nuestro entonces mánager Juan de Dios Balbi, donde nos presentamos en al menos una ciudad de cada país del continente. Después de dos meses de tocar casi a diario, ésta era nuestra última parada: La Habana, Cuba. ¿Era yo un rockstar? ¿Un despilfarrador? En realidad la idea era del Pachaca, un plomo (como llaman en Argentina a los «secres»), que había trabajado con infinidad de guitarristas en muchas bandas de rock. «Es mejor cambiar todas las cuerdas en vez de una sola», me había dicho una vez con su acento de la provincia de Corrientes, Argentina. Acepté la propuesta, era hora de profesionalizarme, mi banda ya era conocida mundialmente, o debería decir tercer mundialmente. Pero ahí en Cuba se me hizo un despilfarro. Se notaba la carencia por todos lados. El cubano que me pidió las cuerdas había sido puesto a nuestra disposición por el organismo cultural que nos traía. Nos llevó primero a una entrevista de radio. Cuando vimos lo que era aquello, la cabina, los aparatos, los micrófonos y la sala en donde se hacía el programa, daban ganas de llorar. Pero estábamos felices, ¡era nuestra primera vez en Cuba! Y no sólo como turistas, sino como músicos que iban a dar un concierto. El cubano acompañante resultó ser músico también. Luego nos dimos cuenta que eso no era tan raro, todos los que se acercaban a nosotros sabían tocar guitarra y nos cantaban sus canciones originales. Así nada más, por 72
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compartirlas. Junto con él, y con varios jóvenes cubanos que se sumaron, entramos a lugares por toda La Habana donde había conciertos de trova, de rock y de tropical. Parecía haber miles de eventos en un lugar donde, a simple vista, no pasa nada. Sin embargo, todo estaba lleno de jóvenes cubanos con ganas de cantar y bailar. Parecían vivir en la felicidad plena, pero de repente se sinceraban: no tenían discos ni un aparato donde escuchar música, compartían una guitarra entre varios, los instrumentos de una banda eran los de otra. No les llegaba la música de los grupos que estaban sonando. No sabían quién era Nirvana, Soundgarden o los Smashing Pumpkins. No sabían qué era el grunge. Qué importa, pensaba yo, es sólo rock and roll. Pero para ellos parecía ser lo más importante: estaban ávidos de información. Hasta antes de pisar la isla, veía de manera romántica a los cubanos, a los hijos de la Revolución: ellos eran los verdaderos contestatarios, no yo. Habían resistido todo ataque cultural. No importaba que no supieran nada del grunge, ni de los grupos de rock clásico. Nosotros admirábamos a sus héroes, a Fidel. Teníamos camisetas con la imagen del Che Guevara, una figura mucho más importante que Kurt Cobain, que John Lennon. Pero entonces ahí, en Cuba, la sensación cambiaba. Resultó que esos cubanos, a los que pretendíamos admirar, querían fervientemente lo que teníamos nosotros. Los cubanos deseaban «cosas». No hablaban de ideología. Querían cuerdas para su guitarra. Fue un buen concierto —aquel que dimos por primera 73
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vez en La Habana— dadas las circunstancias. El equipo de sonido no era el mejor, tampoco el escenario. Tocamos en el Parque Almendares, abajo de un puente. Fue en la tarde porque no había luces. Si apenas había farolas en las calles (estaban a oscuras la mayoría de ellas), mucho menos había un equipo de luces para hacer un show de rock. Nos presentamos junto con un grupo cubano llamado Síntesis y desde México volaron los Botellita de Jerez —que en ese momento tenían el primero de sus reencuentros—, con los tres integrantes originales: Arau, Vega Gil y Mastuerzo. Supieron que teníamos esa tocada en Cuba y se pagaron el avión con tal de estar. Hubo poca gente pero, al parecer, dejamos huella en algunos. Años después supe que uno de los integrantes de Orishas (un grupo cubano que triunfó en Europa) estaba entre el público, y que ese concierto influyó en él para hacer algo distinto con su banda. Entre la gente que conocí en ese viaje, había un chavito al que casi casi adopté. Tocaba la guitarra como todos, cantaba también. No sé si era mi imaginación, pero su estilo me sonaba muy rockero, como si hubiera inventado un nuevo estilo: trovagrunge. Lo más extraño era que él jamás había tenido contacto con ninguno de los grupos que sonaban en el momento. Así que le dejé todos los cassettes que yo llevaba: Smashing Pumpkins, Pearl Jam, Red Hot Chili Peppers, junto con mi walkman y muchas pilas AA. Le dejé también los libros que había leído y cargado durante la gira (Bukowski, Auster); la ropa que había usado en el show. Era una forma un poco ingenua 74
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de enmendar las cosas, como si con eso fuera suficiente para cubrir el déficit de información que había sufrido este amigo que hice en tan sólo tres días. Es que daban ganas de ofrecerle herramientas para crecer, de ponerlo al corriente, porque se le notaba mucho talento. —Vas a pensar que por eso me hice tu amigo —me dijo al recibir los regalos—, preferiría que no me dejaras nada. —Hombre, no hay bronca —le dije, sin decirle que yo allá, en México, tenía muchas cosas, que esto era como quitarle un pelo a un gato—. Ojalá te sirva como inspiración escuchar estas bandas y leer estos libros. El chiste es que sigas haciendo tu música, que no te detengas. Seguro nos volveremos a ver. Pero no. Nunca más lo vi. Ni la segunda vez que Café Tacvba tocó en Cuba, en 2010. ¿Seguirá en la isla? ¿Tenía talento o sólo fue un espejismo, resultado de la euforia por conocer a los cubanos y darme cuenta que hacían tanto con tan poco? Pachaca le dio las cuerdas usadas al cubano que nos las había pedido. Decidimos darle también todos los juegos de cuerdas que traíamos —era la última tocada de una gira de dos meses continuos, nosotros podíamos llegar a casa y conseguir las que nos hicieran falta. Por su expresión de agradecimiento, parecía que le habíamos dado el mejor regalo que había recibido en su vida. Tal vez lo fue. Digno Mucha gente quería ver un ajuste de cuentas en este concierto gratuito con the Rolling Stones en La Haba75
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na, Cuba; un evento que enmendaría la situación de la música rock, que existía en la isla desde la década de los sesenta. Es una actitud paternalista, pero yo mismo la tuve. Y no me gustó. «¿En realidad necesitan los cubanos un concierto de los Rolling Stones? ¿Cambiará eso las cosas?», pensé. «No creo, pero ¿quién soy yo para decidir eso?» Muchos grupos de rock han dado conciertos en la isla: Billy Joel, Stephens Stills, Rick Wakeman, Simply Red, Manic Street Preachers, Audioslave, Asian Dub Foundation, Sepultura, entre otros. Hay varios festivales de rock cada año, con bandas extranjeras y locales. Pero la opinión mundial opinó que este concierto sería el primero en su género. Claro, son los Rolling Stones, ¿quién más puede generar tanta noticia? Otros, más cínicos, vieron el concierto como un asunto comercial. Lo que los publicistas llaman una «activación de marca»: cuando quieren presentar una cerveza o un nuevo modelo de celular hacen una fiesta donde te reciben edecanes guapísimas que visten los colores del logo, contratan a un grupo de rock, pop o un DJ para amenizar, e invitan a celebridades. La pregunta fatídica aquí es: ¿está Cuba en venta? Para los amantes del rock, y de los Stones en particular, este evento se vislumbraba como un sueño: sol, palmeras, mujeres hermosas, ron. Pero no sólo eso: resonaba también nuestro revolucionario escondido-dormido. Si bien —los que saben— ya nos habían dicho que Cuba era todo menos lo que nos imaginábamos, nuestra psique 76
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sólo percibía dos símbolos muy poderosos: Cuba y the Rolling Stones. Ninguno de estos dos es lo que parece ser. Quienes se meten a investigar cada uno de estos dos fenómenos se espantan. Muchos han preferido quedarse en la superficie. Pero son demasiadas preguntas y cuestionamientos para un concierto de rock. Se supone que el rock es una música salvaje, primigenia, que no es inteligente. Al menos no lo era. Pero con el tiempo se fue convirtiendo en tema de estudio, con filósofos eruditos e imbatibles. Por qué no disfrutarlo como al sexo, ya que su nombre viene de ahí «rock and roll»: mecerse y rodar; el acto sexual en slang negro. Los mismos Stones lo han dicho «es sólo rock and roll, pero me gusta». Con esa frase toda está dicho. O debería estarlo. Pero me hago preguntas todo el tiempo, por ejemplo, cuando me invitaron a escribir esta crónica mi primer pensamiento fue ¿soy digno de ir a ver a los Rolling Stones a Cuba? Por supuesto que sí, me contesté de inmediato. No porque sea músico, integrante de una banda. Tampoco porque tenga todos sus discos. Simplemente porque la segunda canción que me aprendí en la guitarra fue una de ellos: «The Last Time», el primer sencillo compuesto por Jagger y Richards. La leyenda cuenta que su mánager los encerró en un cuarto de hotel y no los dejó salir hasta que crearon una canción. Luego se supo que la rola es un fusil, está copiada de una canción tradicional, un góspel, cuya versión de The Staple Singers es la más famosa. Es una canción muy sencilla, y tiene los mismos 77
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acordes de la primera que me enseñaron: «Gloria» de Van Morrison, mi, la, re. Tres acordes. Como la frase de los punks: «aprende tres acordes y haz una canción». Siempre he pensado que el hook, el gancho, la figura que hace la otra guitarra, tocada por Brian Jones, me dejó influenciado de por vida. Las figuras de mi guitarra quieren emular esa frase repetitiva que aprendí en mi juventud. No soy el único. Álvaro Henríquez, líder del grupo chileno Los Tres, un día me dijo que ésa era la primera canción que aprendió a tocar. Incluso generamos una teoría acerca de si esa composición no nos habría influenciado a escribir como lo hacíamos y si no sería una de las razones por las que Café Tacvba y Los Tres tenían una conexión inquebrantable. Era una teoría muy bien sustentada al calor del whisky. Obviamente perdió mucho peso cuando nos acordamos de ella, ya sobrios. Por supuesto, cuando supe que me iba a Cuba, no paré de contárselo a todo el mundo. Las reacciones eran diversas; la mayoría se entusiasmaban: «Los Rolling Stones en Cuba. Wow. Será un evento espectacular». La única persona sensata que me encontré antes de partir hacia La Habana fue a Tatiana. Ella, por tener un novio cubano y estar familiarizada con la isla —viajando constantemente desde México y viviendo muchos meses allá— tenía más idea que ningún otro. —Los cubanos no saben quiénes son los Rolling Stones —me dijo un día—, a ellos les gusta el reggaetón. Y no lo decía de manera despectiva, sino sólo como un hecho. 78
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—Sí, yo creo que habrá mucha gente, pero extranjeros —continuó—. Si fuera a cantar, no sé, un reggaetonero, entonces irían puros cubanos. Pero a los Stones… Me enteré que ya no hay hospedaje en toda la isla. Y los vuelos, ¡carísimos! Todos se imaginaban que iba yo con hartas credenciales para pasar al backstage. Me decían «qué envidia, vas a conocer a Mick Jagger». Aunque insistía en que no tenía ninguna pulsera VIP, y que podría ser que no la consiguiera jamás, no me creían. Eres un Tacvbo, me decían, claro que te van a dejar pasar. La editorial que me contrató para escribir esta crónica nunca me dijo nada acerca de eso. Hablaron del vuelo, del hospedaje. Lo cual ya era bastante, sabiendo que el precio de las dos cosas subía a cada hora que se acercaba el magno evento. Le dije al Chino que me acompañara. Pablo García, su verdadero nombre, es un amigo que trabaja conmigo, con Café Tacvba. No había visto a los Stones cuando fueron a la Ciudad de México y ésta era su oportunidad. Quizá la última que tuviera: los Stones ya no están tan jovencitos. Aunque siempre se dice lo mismo con cada gira que hacen: ¿será ésta la última? La gira Olé finalizaba en La Habana, así que no podía negarse. El Chino y yo hemos vivido muchas cosas juntos. Además, nos complementamos. Hay cosas que yo no me atrevo a hacer y él sí. No pudimos salir en el mismo vuelo, así que nos vimos en el aeropuerto de La Habana. En el vuelo, que hice solo, me di cuenta de lo extraño de mi viaje. Daba 79
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