Textos de: Thomas Briulant, Mariana Valtierra Vargas, Liliath Ruiz J., Andrea DomĂnguez Saucedo y ...
Con cafĂŠ de fondo no. 1
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Dirección General: Mario Eduardo Ángeles. Textos: Thomas Briulant, Mariana Valtierra Vargas, Liliath Ruiz J. y Andrea Domínguez Saucedo. Ilustraciones: José Manuel Bañuelos Ledesma “El Pulpo Santo”. Consejo Editorial: Diana Enríquez, Bardo Garma, David Morales, Miguel Escamilla, Mo. Eduardo Ángeles, Erich Tang y Jesús Reyes. Agradecimientos especiales a Roxana Jaramillo, Flor de Liz, Tzolkin Montiel y José Manuel Bañuelos. Contacto: l ate st adur ali te r ar i a@g m ai l. com México, Septiembre 2014. Síguenos por
Los derechos de los textos publicados pertenecen a sus autores. Cuida el planeta, no desperdicies papel.
CONTENIDO
Déjà vu de escarlatas labios Por Thomas Briulant
La mesa de enfrente por Mariana Valtierra Vargas
Certidumbre Liliath Ruiz J.
Una taza de café Andrea Domínguez Saucedo
Amargos sueños (Anónimo)
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DĂŠjĂ vu de escarlatas labios por Thomas Briulant
Déjà vu de escarlatas labios Hay veces que pienso que ya te conocía, que ya nos conocíamos y aun así, tú ni me hablabas, encerrada en tu mundo de superficial gente y yo en mi mundo de superficial consumismo depresivo, después reacciono y obviamente nunca fue así, te recuerdo más delgada y con menos pechos, más colorida del pelo y siempre con una sonrisa para el ajeno, una blusa blanca y un suéter color negro, cual mesera de cafetería gringa, esa vestimenta La Testadura
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tu favorita. Te imagino con un novio joven y atarantado pero sumamente apuesto, que te visita siempre a las 5:30 pm para darte el primer beso de la tarde, siempre con un obsequio nuevo, rosas, chocolates, boletos para el cine, son el cliché favorito del joven que muere por tus escarlata labios, suaves nalgas y frutal aroma. Te veo trabajando turnos dobles en un café para poder pagar cremas, tabaco, y esos hoteles de paso. Te veo sonriendo sin cesar cómo garantía de una buena paga, meneando tu inocente perfil vas de mesa en mesa llevando café y cerveza, La Testadura
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siempre rodeada de artistas, poetas y músicos que no tienen mayor preocupación que el qué dirá la nueva tendencia del arte. Ahí es donde te veo, ese tu círculo de jóvenes, mayores y viejos compañeros de tertulias. Me imagino materializado en el cuerpo de un viejo sin chiste, sin gracia, sin esencia, para no llamar la atención, me imagino siempre bebiendo una botella de vino de cinco a siete de la tarde, constantemente con la mirada baja y el semblante agotado por las arduas horas de trabajo en el claustro materialmente aceptado por las masas, el banco, aunque siempre La Testadura
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al pendiente de tu radiante aura, me veo en el espejo y me miro más viejo de lo que soy, si fuera más joven estaría contigo, sonriéndote sin razón, abrazándote sin motivo y si bien me va desarrollando besos en la ingeniería de tus labios; sin embargo no puede ser, soy viejo y sólo puedo mirarte todos los días al pasar y exhibir tu vitalidad, que hasta la fecha creo que es la que me mantiene vivo, fuera del suicidio. Al saber esto y al leer esto, quiero que sepas que no es un escrito en donde dejo notar mis delirios y seños eróticos para contigo, ¡¡Jamás!! Es simplemente la La Testadura
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más pura de mis emociones, ¡Amor!, Amo el zigzag de tu aroma, la lluvia de tu pelo y cultura de tu piel, amo la aventura de tus pechos, las curvas de tus labios y las serranías de tus caderas, si tan sólo fuera cuarenta y ocho años más joven te diría todo y más, sin embargo y debido a las reglas y leyes de la moral en turno sólo lo puedo escribir, al terminar de leer esto sabrás que ya no puedo más y he decido sacar a flote mi sentir y dejarte la lección más importante de mi vida “No necesitas conocer a alguien para poderle amar, ni siquiera necesitas que sienta lo mismo para contigo” cuando lo entienLa Testadura
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das, sabrás que te enamoras todos los días de casi todo, pero hay amores a los que les dedicamos más tiempo, pasión y devoción, y eso mi joven Mariana, se llama entrega. Después de todo, recuerdo que esa joven de 17 años que creo haber conocido, no eres tú, es sólo mi imaginación inventándote, y sobre todo queriéndote conocer desde antes, desde esa piel virgen de durazno que quiere ser mordida por el primer aventurero que se tome el tiempo y perseverancia de recoger el fruto joven pero caído. La Testadura
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La mesa de enfrente por Mariana Valtierra VArgas
La mesa de enfrente Martes Una de café. Una, dos cucharadas de azúcar. Siempre la misma rutina. No, no la sabía de memoria porque la acosara, siempre coincidíamos a la misma hora en el mismo lugar. Mi rutina era pedir cualquier cosa, al principio lo hacía para poder usar el internet pero de un tiempo para acá ya ni siquiera llevaba mi computadora. Me gustaba más verla a ella, me hipnotizaba su manera de tomar café. ¿RaLa Testadura
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ro? Claro que no, ¿enfermizo por qué? Si se ve tan bonita cuando la taza besa sus labios y al ponerla sobre la mesa queda impregnada de una delgada línea color carmesí. Tal vez me gusta porque me imagino cómo sería todo si en lugar de la taza fuera mi boca la que estuviera tan cerca de ella. Y de sus labios. Lo que daría por ser su café de las mañanas. Toma la cuchara y deja caer una a una las gotas. Voltea a su alrededor. Yo estoy mirando el celular aunque ninguna de las aplicaciones me interesa. Nuevamente se concentra en la taza y yo en ella. Ya no sé cuánto tiempo ha pasado desde que la vi La Testadura
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aquí por primera vez. Le decía buenos días al salir y me contestaba pero era obvio que lo hacía por cortesía. Seguro que no se acuerda de mí. Vuelve a beber y su labial empieza a desvanecerse. Si tan sólo pudiera lograr lo mismo que esa taza. La cuchara y yo hacemos un pequeño remolino en nuestro propio café pero no me atrevo a tomarlo, si lo hago pronto habré terminado y ya no tendré excusas para seguir aquí. Y es que ella lo disfruta tanto, lo toma tan lento. Sorbo y lectura, cuatro, cinco páginas y otro pequeño sorbo. Le he visto tantos libros haciéndole La Testadura
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compañía. También a ellos los admiro. A Dickens, a Kafka, a Wilde. Hasta Poe tiene algo que contarle, todos ellos la mantienen sumergida entre historias y personajes. Enamorada, entusiasmada por lugares a los que nunca ha ido. Y yo que la llevaría hasta el fin del mundo. Debo comenzar a tomar mi café pues pronto se irá y ya no puedo seguir envidiando a la taza o a los libros. Quiero ser yo. Paga la cuenta y voy detrás de ella, estiro mi mano, quiero hablarle. Mete el cambio en su cartera y sale corriendo. Doy un billete, ni siquiera me fijo en la cantidad. "Quédese con el cambio" le digo. La Testadura
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Salgo a la calle. Ya se ha ido. Claro, la parada del autobús está justo cruzando la acera. Vaya suerte. Voy al trabajo un poco tarde, podría no haber sido en vano pero no pude hablarle, ahora que lo pienso no entiendo por qué no me he atrevido. Toda mi contemplación en vano. De nuevo
Miércoles Una de café. Una, dos cucharadas de azúcar. Su taza ya iba a la mitad. Lo sabía porque sus labios ya habían perdido casi todo el color rojo. Comienza a guardar sus cosas y yo termino mi café, que ahora está frío, de un gran sorbo. Paga y yo La Testadura
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también, intenta salir corriendo pero la detengo. Comenzamos a hablar pero la noto inquieta. Justo cuando vamos a despedirnos y yo estoy listo para preguntarle su nombre, aparece un sujeto grande que la jala del brazo, pero no lo hace como yo cuando quise llamar su atención, él le exige que se vayan. Se alejan a forcejeos y yo estoy en shock, no me puedo mover e incluso me cuesta respirar. Ese hijo de puta. Llego al trabajo y no dejo de pensar en ella, ¿estará bien? ni Wilde ni Dickens podían defenderla. Debí ser yo y no lo hice. Comenzaba a comprender por qué sus sorLa Testadura
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bos eran tan lentos y pequeños y por qué se tomaba su tiempo para leer y leer. La cafeína era su salvación, la hacía olvidarse de su vida real al igual que los libros. Mientras él la buscaba, ella se encontraba en otros mundos y con otras personas. Y el sabor del café la ayudaba a borrarse el asqueroso sabor de los gritos, los reclamos y la violencia.
Jueves No hay azúcar ni café. Llevo más de una hora esperando a que entre por esa puerta y no lo ha hecho. El lugar en donde siempre se sienta está vacío, la gente respeta su sitio casi como si fuera sagraLa Testadura
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do. Extraño la envidia que me provocaba la taza al dejarse besar por ella. Y las portadas de sus libros. Sus labios despintándose. Hoy no hay nada qué admirar. No puedo llegar tarde al trabajo. Me levanto, pago y salgo. Me detengo unos minutos afuera, pensando que quizá se le hizo tarde. No me quedo mucho tiempo para averiguar si llega. Me he sentado en la oficina y espero impaciente a saber algo de ella, pero cómo podría enterarme de cómo está si ni siquiera sé su nombre, si él no me dejó admirarla. Por Dios, espero que esté bien.
Viernes La Testadura
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No hay azúcar ni café. Estoy perdiendo las esperanzas de volverla a ver, al menos no creo que sea posible seguir coincidiendo con ella en este café. De reojo veo que alguien ha ocupado su lugar, me acerco sin disimular y antes de ver la cara del intruso, mi mirada se topa con un periódico.
"Joven de 22 años asesinada por su pareja" Veo la foto. No puede ser. No es posible. Cómo puedo estar seguro de que es ella si sólo la vi de cerca una vez. Vuelvo a observar la foto. Cabello largo y lacio, ojos grandes y labios rojos. La Testadura
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Claro que es ella. Agradezco no haber visto la noticia en un periódico de línea roja. "¿Se te ofrece algo?", me pregunta el dueño del diario, quien lee la sección de deportes sin importarle la noticia que a mí me impactó tanto. Me levanto y pago. Hoy no quiero trabajar. Me siento tan culpable, si no la hubiera detenido tal vez no estaría muerta ahora, sólo desaté el coraje del pendejo que tenía por pareja. Estaba impresionado y me sentía decepcionado de ella, una chica tan lista e interesante con un animal como ése, a quien deseaba ver en la cárcel.
Jueves La Testadura
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Llego al café casi sin darme cuenta, me siento en donde siempre lo hago. Desde que dejó de venir aquí yo dejé de dormir, no era insomnio, es que no dejaba de verla en mis sueños, se repetía el momento en que pude defenderla y no lo hice. Pido un café y saco mi computadora. Regresa la razón principal por la cual venía aquí al inicio. Y no puedo olvidar sus labios y sus libros. Y la taza y el café. Me habría gustado saber su nombre de otra manera. Martha, la chica de la mesa de enfrente se había ido para no volver.
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Certidumbre Liliath Ruiz J.
Certidumbre La vio levantarse al baño. Siguió con la mirada su andar. Nalgas firmes aún; seguía provocándole. No se atrevía a decirle. Siempre pensó que esas cosas se deben de saber, ella las debería saber. Imaginó como sería desear a otra, desnudarla. Lo intentó pero cada trasero era invariablemente de ella. El pelo corto de mechón largo en la frente coronaba la cabeza de cualquier otra mujer que veía pasar. Así de profundo la amaba, así de La Testadura
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fácil la podría engañar. En la mesa de la esquina seguía ese extraño personaje de la banda en la cabeza, garabateando en la hoja de un cuaderno casi en peligro de extinción. ¿Sería un escritor? En ciernes por siempre, quizás. O no era más que uno de esos seres que acaban volviéndose personajes a fuerza de verlos, se colocan como estampas de un paisaje cotidiano, no son indispensables, a lo mucho se les echa de menos después de tanto tiempo de no verlos. Viene la pregunta; qué le pasó? Alguien comenta que ya no está y en ese preciso momento se siente un vacío como La Testadura
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el que se produce por haber perdido a alguien muy querido. El sólo pensamiento le produjo una tristeza instantánea y le pareció que no esperaría para un saludo amistoso en adelante. Volvió los ojos al reloj y prendió un cigarrillo que propagó su satanizado humo. Estaba donde podía hacerlo, era de esos pocos lugares –también en peligro de extinción- donde no quieren quemar a los fumadores. Sonrió ante la ironía de lo que acaba de pensar. Los seres humanos son capaces de hacer con una gran facilidad, lo que tanto condenan en otros. Si no volvía del baño pronto tendría La Testadura
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que irse. Pagar la cuenta por cortesía y quizás dejarle una nota con la mesera. Ni siquiera tendría que decirle para quien era: “Se la das por favor”. Sería toda la explicación y ella sabría qué hacer. Incluso el gesto tendría un dejo romántico. Una nota en lugar de un vulgar mensaje de texto. Pero él no era así, él no dejaba notas y no mandaba mensajes. Tampoco se iría hasta que ella volviera del baño y para entonces ya estaría muy molesto por el hecho de haberla esperado… pero siempre sucedía así. Esperaba que regresara con mejor ánimo. Llegaba tiempo con amenazas, de La Testadura
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esas cíclicas y casi hormonales. Decía sentirse atrapada, sola. Hubiera querido entender que significaba eso, pero siempre consideró a las mujeres mucho más existencialistas que él. Le parecía que vivían en la insatisfacción, siempre anhelando algo, siempre inconformes con algo. Así que de tratarse de un estado natural, no habría de que preocuparse. No podría estar sin él, eso era evidente, lo dijo esa misma mañana mientras la tenía trepada. Lo gritó antes de desvanecerse. Y esas palabras no se decían en vano. Ni un café o no dormiría. Más por el efecto diurético. Pagó la cuenta para no La Testadura
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retrasarse. La mesera se acercó benevolente. Le extendió una nota, él intentó sacar la billetera, la chica lo detuvo: “Hoy va por mi cuenta”. Trató de inventar un gesto de agradecimiento, pero sólo se produjo uno de incomodidad. A punto estuvo de dejar la nota sobre la mesa, pero la mesera le insistió: “La dejó para usted”. No tuvo que abrirla. Intentó erguirse del torbellino que se llevaba mesa, sillas… el lugar entero. Se aferró a todo mueble a su paso, luchando por alcanzar la puerta. El hombre de la banda en la cabeza le La Testadura
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dirigió un gesto, acumulado de todos los años que lo había visto tomar café con la mujer del pelo corto y el mechón sobre la frente. El gesto de quien se decide a hacerlo antes de que le digan que algo había pasado con ese sujeto que se había vuelto personaje de su estampa cotidiana. Antes de que no hubiera otra ocasión para volverlo a ver.
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Una taza de café Andrea Domínguez Saucedo
A taza de café Nunca la vi dormir, pero cuántas veces la vi soñar. Fue la clase de amor que comienza con una taza de café y un par de miradas, esa clase de enamoramiento “de verano” en pleno otoño. Era miércoles y el viento arrastraba su olor a octubre, las horas parecían no pasar antes de las 7 de la noche y corrían justo cuando el sol se ocultaba. En esos días trabajaba, no muy exitosamente, reLa Testadura
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portando para una revista “popular” de la provincia todos los eventos culturales (principal motivo de mi frecuente presencia en el centro de la ciudad). Ese día tenía varios borradores que no me parecían buenos. Marco, mi mejor amigo, insistía en que escogiera uno y ya, ‒ Estoy harto de verte escribir‒ decía entre bostezos. Lo demás, sólo sucedió, me encontré con sus ojos, me enamoré… Marco se quejaba como siempre (no recuerdo bien si de mi trabajo, del clima, del café, de la hora o de la falta de mujeres en su vida) cuando de repente el olor La Testadura
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del lugar cambió, traía, sumado a su aroma frío, húmedo, de hojas secas y el inherente olor a café del local, un perfume de vainilla. ‒ ¿Ya viste? ‒ Marco la vio antes que yo. Vestía los colores del otoño y la piel hacía el contraste perfecto con su atuendo. Caminaba con aire altivo, superior, como el de las que son como ella: bellas. De nuevo Marco se quejaba: ‒ Se ve que es muy sangrona, se ha de creer un mujerón… ¿Wey? ¡Ponme atención! ‒ ‒ Ajam… ‒ Va, mal amigo… ¡Mírame cuando te La Testadura
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hablo! ‒ No. “Julia”, (así decidí llamarla por el olor de su perfume). ‒Cuando me quieras poner atención me avisas. ‒ Marco se fue indignado; así era él, probablemente mañana me hablaría para ver si había “plan”. Julia fue la clase de amor que dura lo que dura el humo del café. Me descubrí escribiéndole poemas a mi Julia en el borrador de la nota cultural mientras imaginaba conversaciones de presentación: La Testadura
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‒Hola, mi nombres es…. ‒ ¿Qué tal? Estaba escribiendo y… ‒Disculpa no pude evitar notar que… ‒ ¡Hola! Mi nombre es “completo idiota” y tengo miedo de acercarme a ti… Pasaron los días y ese lugar se volvió mi lugar favorito y esa hora mi hora favorita. Mirar a Julia y escribir poemas para ella se habían convertido en mis pasatiempos predilectos, mirarla tomar café, su cabello y sus hombros, sus ojos leyendo. Me gustaba el olor de su perfume que llenaba el lugar cuando ella llegaba. Le gustaba servir la crema gota a gota en su La Testadura
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café americano. La crema se deslizaba por la cuchara y tocaba el café dotándolo de manchones arremolinados e irregulares, la taza adquiría cielo y nubes que ella bebía a sorbos pequeños, Julia bebía el milagro de una tarde de otoño. Julia me miró en varias ocasiones, me miró a los ojos. Me miró el alma. Mis días giraron a su alrededor; todas mis horas y mis letras eran para ella. ‒ Si me hartaba verte escribir estupideces para la revista, me desespera más verte escribirle cosas a “ella”. ‒ Marco se quejaba mientras yo escribía. Comencé a toparme con ella en las La Testadura
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calles, saliendo de mi casa, en el transporte. No me atreví a hablarle. Un día la vi entrar al café y dirigirse a mí, se sentó a mi lado y leyó uno de mis poemas, cuando terminó, sonrió y me besó. Esa fue nuestra primera noche, a media luz era más hermosa, más fresca y más ella, más real. Su perfume a vainilla era mi nueva nicotina… el sabor de sus labios… Julia fue mía muchas veces, conquisté su pasión con versos y canciones. Nos amamos como nadie se amará jamás, entre miradas tiernas, besos largos y caricias desnudas. A su lado fui capaz de escribir los versos más sinceros, los La Testadura
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más intensos. La pasión se alimentaba de las tardes en el café y se consumaba en las noches, con “tácticas y estrategias”, con “no te olvido”, con Sabines y Jiménez. Julia. La chica perfecta del café, con el último sorbo se fue, Julia permanece en el aire. Fue perfecta porque me hizo amar a mi Julia más que a cualquier mujer en el mundo, su aroma a vainilla, su aspecto de otoño fresco y su silencio. Jamás me atreví a hablarle, no por miedo al rechazo, sino por mi amor a Julia; no podría traicionarla así. Julia me era La Testadura
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fiel como yo le sería fiel. Fue un amor que duró lo que dura el humo del café, duró lo que dura el perfume en el viento. Nunca la vi dormir, pero cuántas veces la vi soñar. Las nubes de la taza de café se desvanecieron, mis poemas se perdieron… Julia vuelve cuando las tazas de café traen su aroma, a veces lejana y fría, en otras ocasiones vuelve a mirarme el alma.
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Amargos sue帽os (An贸nimo)
Amargos sue単os Noches que perforan mi sue単o Embriagando mi cuerpo danza mi sangre cuando me penetras danzo y descanso ebria de inmovilidad ante este mundo cruel siento el devenir cada vez que abro mis ojos deseando que al despertar sean otros los que observen el devenir La Testadura
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[de mi alma tiembla mi cuerpo, mi cabeza, y cada una de mis neuronas se excita al probar un sorbo de ti Te necesito como el amargo café que me tranquiliza, iluminas mis noches, [me quitas el sueño mi cuerpo sonámbulo se aquieta ante tu amargo sabor lo invades y mis entrañas saben que pronto las harás estremecer y [se encontraran hartas de ti Hubiera jamás haberte conocido jamás haber disfrutado el exquisito La Testadura
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sabor que las dormía, las mataba suavemente [cuando te deslizabas entre sus paredes cada beso era un sorbo que me descalcificaba el efecto adormecedor y violento en un suspiro se evaporó Lo amo y lo odio porque viene, me agita, me mata éste amargo [aroma estremece cada una de mis vísceras excita mis neuronas y siembra en ellas la [locura de creerse inmortales, libres, [[infinitas, esporas que reproducen La Testadura
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[armonĂas y hacen sinapsis con las tuyas viajan juntas y recorren cada uno de mis mĂşsculos, los fortalecen, [tiemblan y agradecen tu existencia que [[los reconforta tu calor sofocante evapora mis aguas, [quema mi aflicciones cada una de mis venas regurgita ante tu [calor que luego evapora las ansias de [[volver a soĂąarte.
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José Manuel Bañuelos “El Pulpo Santo” (Querétaro, Qro. 1977) Antropólogo, ilustrador y fotógrafo. Como antropólogo ha realizado diversas publicaciones sobre la preservación y divulgación cultural (video documental y medios impresos) y ha colaborado en programas y proyectos para el desarrollo social y humano a través de la identidad y el uso de la microhistoria como elementos trascendentales. Como ilustrador y fotógrafo ha participado en numerosas publicaciones y exposiciones a lo largo del país.
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Thomas Briulant, soy antropólogo, fotógrafo y gestor cultural. El interés que tengo por las letras es tan añejo como mis vicios. Mariana Valtierra Vargas. Estudiante de licenciatura en Letras Españolas nanuz.de.warner@gmail.com Liliath Ruiz J. (Guanajuato, 1971). Escribo historias desde los 8 años. Psicóloga clínica (U. A. Q.) He participado y realizado diversos talleres. Andrea Domínguez Saucedo (D.F., 1993). Coordinadora y editora del blog estudiantil Aeroletras de la Facultad de Lenguas y Letras (U.A.Q.)
¡Que la voz corra! La Testadura, una literatura de paso, hecha para olvidarse en salas de espera y/o lugares públicos.