La Testadura no. 27: Enzo "La Loba"

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Coordinación editorial: Mario Eduardo Ángeles. Texto e imágenes: Enzo La Loba. Consejo Editorial: Miguel Escamilla, Salvador Huerta, Pedro M. Serrot, Erich Tang, Mo. Eduardo Ángeles, Jesús Reyes. Agradecimientos especiales a la Facultad de Lenguas y Letras de la Universidad Autónoma de Querétaro, a Roxana Jaramillo, Diana Isabel Enríquez, Cristian Padilla, Tzolquín Montiel, Enrique Ibarra y David Morales. Contacto: latestaduraliteraria@gmail.com latestadurliteraria@hotmail.com México, Diciembre 2012. Los derechos de los textos publicados pertenecen a sus autores. Cuida el planeta, no desperdicies papel.


Eder León Camarillo (Orizaba, Veracruz 1982)

Alias: “Enzo la Loba” Mención honorífica en el Premio Nacional al Estudiante Universitario “Sergio Pitol” 2007. Finalista del concurso internacional de microficción “Garzón Céspedes” 2008, convocado por la Cátedra Itinerante Iberoamericana de Narración Oral Escénica con sede en Madrid, España. He sido promotor, camillero, auxiliar administrativo, auxiliar de almacén, docente en área social y humanidades, asesor comercial, abogado, desempleado y lo que se acumule.


La Canadiense


La Canadiense Casi la puedo ver. Tumbada en la cama de hospital sin ganas de seguir los sueños frívolos escondidos en lupanares. El cuerpo amoratado, el rostro cenizo, los párpados holgados y la cabellera —que antes de enfermarse fuera rojiza— enmarañada en pelambres de elote. ¿Dónde quedó la belleza de labios mordisqueables y maquillaje definido? Se La Testadura

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mira el escuálido cuerpo zambutido entre la sábana rasposa severamente lavada en litros y litros de cloro. Sus tetas bajo la bata están marchitas, los botones de rosa que tanto lamieron las bocas lascivas se hunden más en la carne aguada. Mantiene su culo la culpa de tanta podredumbre como también conserva las estrías que pasaron desapercibidas cuando era locamente deseado. La Canadiense vino desde muy lejos para morir en una aburrida localidad de México. Hubiera querido verla en sus mejores tiempos cuando se convirtió en una La Testadura

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Sex-Star. Cuando su belleza le alcanzaba para seleccionar a su clientela. Pero la codicia llegó funesta para la puta que quiso ser reina de los congales en una ciudad sin alcances. ¿Cómo puede ser infeliz el destino que hasta en el underground la fama es efímera? Decido salir para desmitificar su presencia maldita, indagar en las sombras que la arroparon en vida. Para lograrlo he estado fumando en demasía a la par que bebo cualquier bazofia. Entrenamiento para el descenso, justifico. Enciendo otro cigarro, calo profundo para luego escupir un gargajo espeso. La Testadura

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La garganta me queda ardiendo, carraspeo con dolor. Termino la botella de tinto barato, resiento el calor abrazante bajando por mi garganta, el estomago se incendia. Dejo la botella en el piso y miro el cuarto hecho un asco; debe de verse tal como la habitación donde te recogieron desahuciada. Tu enfermedad había menguado tus fuerzas, te alimentaste en gran medida de licor y cigarros. Nadie más que los inadaptados te visitaron esporádicamente. Quizás llevándote alguna porquería para comer. Dos semanas después moriste en plena asepsia clínica. ¿Dónde quedaron esos La Testadura

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amantes que decían brindarte más que sus eyaculaciones? ¿Por qué no soportaste con dignidad, coqueteando impúdica a la muerte, como lo hiciste mientras pecabas? Dejo las meditaciones para cuando la ética me haga despreciar la vida profana y me lanzó a la calle. Apenas cae la noche y los bares y cantinas ya cuentan con varios borrachos que no soportaron la ausencia de licor en la sangre. Procuran estar briagos antes de que los vampiros y demonios abarroten los infiernos. Comienzo suave deteniéndome al borde del remolino penumbroso. El buLa Testadura

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llicio de un bar ronronea consecuente atrapando parte de mi ser. Al ingresar de inmediato me dirijo a la barra. Pido una cerveza al barman que me parece demasiado marica —aunque él se crea muy masculino— con su camiseta entallada asfixiando sus músculos de plastilina. Sonríe condescendiente al entregarme la botella. Se siente feliz el imbécil en una representación teatral de la noche. Fanfarronea con su baile solitario, pide a gritos que lo miren, desea sentir la fama trivial destinada a los intrascendentes. En las mesas las niñas gritan las letras de las canciones fresas, La Testadura

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ríen desinhibidas porque se sienten mujeres en un mundo sensual. Los pendejitos las miran con deseo, se sientan con las piernas separas como si el pene les estorbara, pretenden acaparar la atención, dominar la escena, hacerse los machos. Cada uno de los presentes serían carnaza metros debajo de la oscuridad. Pero eso no importa, busco a la Canadiense. Después de un rato la cosa se complica ¡qué lejana está tu leyenda! Una de las niñas me sonríe maliciosa, no presta atención a mi aspecto de rata enferma. ¿Así habrá sido ella?, pienso La Testadura

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prendido de la sonrisa pérfida. Sin pretensiones románticas me invita a su mundo sin ataduras. Brindo de lejos con mi botella, ella hace lo mismo. Sus compañeras reprueban la escena. Gesticulan con desagrado y reprenden a la chica que ha dejado de mirarme. Salgo del bar con un vestigio muy lejano de la inocencia perdida de la Canadiense. Quizás en su país así inicio el viaje hacia la profunda putería de su espíritu. Percibo cierto cariño por la candidez sensual que pudiera tener en aquellos años. Pero me excito al pensar que más tarde se descarnaría entre las sábanas. La Testadura

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Deambulo entre bares. Todos mantienen una constante que pronto cierran las esperanzas de encontrar más rastros, pues se tornan escuetos: las ansias indecisas, las miradas pecaminosas reprimidas, el flirteo prohibido, el alcohol hecho convivencia y nunca sepultura, las máscaras prevalecen sin aceptar al monstruo que las posee. Continúo la bajada e ingreso a la primera cantina que topo. De repente siento que caigo en un vórtice dantesco. Hallo a un puñado de albañiles, su facha los delata: miserables y sucios trabajadores sin más poder adquisitivo La Testadura

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que para un vaso de caĂąa pura. Para ellos las cervezas son lujos que procuran hasta donde el hambre de su familia les permite. Tragan el destilado festejando el final de una ardua jornada, aunque el espĂ­ritu subyacente se encuentra derrotado y enfermo de miseria anhelando morir con cirrosis. El ambiente hiede a sudor, meados y tabaco. Los perfumes de las ficheras como orĂ­n de zorrillo fijan la pestilencia del lugar. No obstante, el embrujo es inmediato. Las risas estruendosas, los colores apagados, las miradas ensombrecidas, el bochorno de sal y genitales rompen las defensas del moLa Testadura

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ralista. A pesar de que momentáneamente exista náusea nadie resiste revivir la etapa anal freudiana e irse sin haber satisfecho el juego de la mierda. Me paseo como un fantasma entre las mesas. Escudriño las miradas cristalinas de las viejas prostitutas, gordas y desdentadas, que miran pasar las noches ya sin ilusiones. En una mesa tres putas de diferente generación esperan insondables: una mira sin ver, otra tamborilea los dedos sobre la mesa y la tercera se pellizca el escote quitándose las pelusas. Me tumbo en una silla y espero. La Testadura

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¿Qué te traigo?, expresa la mesera bofa con minifalda de leopardo. Le pregunto por la hora en que inicia la variedad mientras la tomo del brazo para que se siente conmigo. Acepta displicente, ya no hay brillo en sus ojos, la rutina habrá corroído la esperanza cinematográfica de “Pretty woman”. Si saldrá de ahí será como se ha mantenido hasta ese día: con las patas abiertas por delante. Bajo su maquillaje barato adivino su edad, similar a la que debería tener entonces la Canadiense. La cuestiono sobre si la conoció. ¡Huy! ¿Quién no? si por aquí pasó, habla de ella con admiración. Su La Testadura

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mirada se ciñe de recuerdos que sólo ella pudiera revivir. Narra aspectos de una época mejor aunque en nada discierne de la putrefacción humana. Se centra en la búsqueda de alivio con alcohol y vaginas vivificantes. Me mira a los ojos para darse cuenta que soy veinte años menor que ella. Tal vez se pregunte porque ando de metiche jugando con la ceniza. Sin embargo, la inusitada chispa del pasado ondea frente a su rostro entre penumbras. Sigue hablando. Sé que su corazón debe de latir añorando el regreso de ella porque su presencia fue sinónimo de bonanza sexual La Testadura

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—y económica— de los tugurios. Habrán caído perdedores buscando su calor pero al ser despreciados habrán buscado otras nalgas donde refugiarse. Quizás esta gorda cincuentona consiguió un amasio habitual, un cliente que con el tiempo hubiese sido un lastre en su puta vida. De repente se queda callada. Parece que no desea asesinar con sus palabras esos tiempos. Con toda la envidia del mundo guarda para sí el último reducto de su felicidad olvidada. La pequeña y fugaz flama en sus ojos se precipita al vacío. Entonces cambia de conversación. La Testadura

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Me dice que en otro lugar hay una prostituta apodada “la gringa” la nueva sensación entre los congales. Lo dice con sorna como si nadie pudiera ni debiera mancillar la reputación de la Gran Puta. Me da detalles de cómo llegar al antro e insiste en preguntar qué voy a tomar. Su paciencia conmigo termina. En ese momento yo hubiera decidido salir del pestilente lugar para ir en busca de “la gringa”, saber si pudiera ser la heredera de la Canadiense, no obstante, decido quedarme y le pido un cañazo para no desentonar. Me quedo para revolcarme en la mezcla de los albañiles. La Testadura

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Una de las ficheras, al parecer la más joven se sienta a mi lado. Cortésmente me pregunta mi nombre. Me río de su educación, evidentemente mal utilizada por el lugar en que nos encontrábamos. Hago señas a la mesera quién de inmediato comprende que debe traer una cerveza. Poco a poco van llegando más clientes, ya no son albañiles sino viejos alcohólicos que ya no pueden tomar otra cosa más que caña. Se ve que algunos son clientes frecuentes porque las gordas de inmediato se sientan a acompañarlos. Brindo con mi putita en varias ocasiones, pido más caLa Testadura

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ñonazos y otras cervezas. Animado invito a otra fichera —mayor que yo— a compartir con nosotros la alegría. Somos tres en una mesa que se traga insaciable mi dinero y mis penas. Comienzo a besar a una de las ficheras. Jugamos con nuestras lenguas amargas: somos esclavos compartiendo la tortura. Mientras con una mano le agarro la pierna a la otra; sube caliente por su muslo pero es detenida en el umbral de su sexo. Dejo de besar y giro para mirarla. Pa´ ti también tengo, pa´que no te pongas triste, ella finge un puchero. Luego me atrae hacia ella, me abraza carcajeánLa Testadura

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dose en mi oreja. Mi cabeza ha quedado sobre sus senos, los beso con ternura. Percibo un candor entrañable acompañado de un aroma empalagoso fijado a su carne marchita. Quiero ser arrullado en sus tetas eternamente e incrementar mi deseo por penetrarla pero sin conseguirlo nunca. Morir de ansias, amarla con dolor en los huevos. Así debió oler ella. Así de deseada debió estar. Mi visión se va tornando inestable. Mi alma esta eufórica y las putas como hienas olfatean mi incipiente decadencia. Había llegado la hora de ir a conocer a “la gringa”. Sin embargo, estoy La Testadura

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prendado de los ojos melancólicos de la mujerzuela novata. Siento lástima al notar los estertores de su esperanza. Todavía es demasiado joven en el mundo de las tinieblas. Muestra la luz de su espíritu a través de su mirada. Sé que con el tiempo evitara hacerlo porque aquí las sombras asfixian cualquier chispa, como sanguijuelas chupan lo poco que queda de vitalidad. Decido llevarla conmigo, inmiscuirla en la búsqueda. Le comento mis planes, se entusiasma, cree que soy un salvador de almas.; estúpidamente conserva la ilusión del amor libertario. No obstante, pronto La Testadura

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reconoce que está imposibilitada de irse. Hay un cabrón que la regentea y no voy a confrontarlo —ella lo sabe— no por una puta ilusa. No obstante, urde un plan para escaparse. Le sonrío y ella me besa. Yo debería sentir compasión porque más tarde la dejaré abandonada y tendrá que regresar con su padrote a humillarse, pero no lo siento. Salgo de la cantina para abordar un taxi. Le digo al chofer que espere un poco. Minutos después por una puerta aledaña a la cantina, a través de un pasillo penumbroso distingo la silueta de la putita, como una rata se escabulle La Testadura

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pero no viene sola. La otra mujer con quien compartimos la mesa la sigue resuelta. Ambas se suben al taxi. Adivino en sus rostros intereses distintos. Mientras la primera se siente liberada, la segunda busca revivir un poco en la aventura. El auto arranca rumbo a otro talud calamitoso. Por las ventanillas las estrellas colman el cielo oscuro. Las luces de los autos relampaguean en mi mente alcoholizada. El taxista por el retrovisor espejea los besos de lengua que comenzamos a prodigamos. Aqu铆 no caben los celos, no hay ataduras s贸lo complacencia mezquina. Comienzo a La Testadura

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caer en una modorra orgiástica. Al descender del taxi siento en mis dedos la viscosidad vaginal de una de las putas y en mi nariz el tufo de saliva y cebo de la piel de la otra. Con la inercia de la noche entramos a un lugar sin anuncios luminosos. El pasillo es largo y ensombrecido, nos guiamos por una luz al final del túnel, apenas insinuada por la rendija de una puerta. Al llegar ahí noto que se trata de una cortina gruesa y pesada y no una puerta. Descubro la cortina y un mundo subterráneo se abre ante mí: las puertas del infierno están abarrotadas. Y digo La Testadura

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las puertas porque indudablemente debe existir lugar más atroz que ese. No obstante los rostros asesinos, las carcajadas siniestras, las miradas depravadas y el diablo rondando entre las mesas aseguraban que era la antesala del infierno. Allí nadie nota nuestra presencia, somos unos desgraciados más entre la porquería. Nos sentamos en una mesa cerca de la pista de baile. Ahí no hay música si no un ruido ensordecedor que los ebrios danzan con las güilas: un rito satánico disimulado. Abro mi cartera y cuento todo el dinero que poseo; no es mucho. Llega un La Testadura

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Llega un mesero maricón para atender la orden. Solicito todo el alcohol que pudiera comprar con el resto de mi dinero. Minutos después regresa con un pomo de Presidente, cuatro cocas, hielo y seis cervezas. Alternamos las cubas con las chelas y así, lentamente, me voy despidiendo de la represión de la conciencia. Esa es “la gringa”, indica la mayor de mis putas. Entonces la veo. Ronda las mesas solicitada por muchos borrachos y hasta alguna que otra manflora. Hechiza con sus caderas, a cada paso su vaporoso vestido azul se eleva a la altura de sus nalgas. La veo La Testadura

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bailar seduciendo con sus giros, poniéndole la verga dura a muchos. Temo que en cualquier momento todos esos desquiciados se lancen a ella en medio de la pista y la devoren como caníbales. Misteriosamente la sangre comienza a hervirme. El diablo me toma por los hombros mientras blasfema en mi oreja. Me pongo de pie y camino hacia ella. La piruja baila con todos y a la vez con su propia sombra. Sin darme cuenta, pronto me veo inmerso en el aquelarre tribal. Estamos festejando a los pecados, haciendo de la lujuria la diosa principal y “la gringa” representa la suprema deiLa Testadura

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dad. Giramos en torno a su figura. Mis putas también se unen al rito. Comenzamos a besarnos como lo habíamos hecho en el taxi. Detrás de nosotros unos tipos inician una riña, nadie los toma en cuenta. Veo a matones con la pistola asomada en el cincho bailando muy pegaditos con maricas y travestis. Mis sentidos se amplían, mis ojos se abren a las llamas infernales: mujeres masturbándose entre sí en las mesas más apartadas, hombres recibiendo sexo oral por sombras bajo las mesas, madrizas sangrientas en los baños infestados de vómito, paranoia de adictos a punto La Testadura

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de hacerse mierda el cerebro. Doy un par de pasos hacía “la gringa”, deteniéndome a su espalda. La abrazo percibiendo su calor; el halo de su aroma se apodera de mí. Se separa despacio y gira para quedar de frente. Noto que su cabellera nunca ha sido rubia, su piel es clara pero no tanto, su rostro en nada se compara con la Canadiense; la supuesta heredera queda a deber. Sin embargo, su desempeño en el contexto, su figura espectral entre las sombras, el efecto hipnótico de su cuerpo, la incitación a la carnalidad emulan a la reina del prostíbulo. Una premonición rompe el tiempo: La Testadura

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tumbada en una cama de hospital “la gringa” se muere. Su cuerpo carcomido por el sida será el foco de infección de decenas. El deja vu fatídico aprisiona eternamente el alma maldita de la Canadiense. Ahora está ahí, frente a mí, reencarnada; reiniciando su ciclo. En la antesala del infierno venderá su alma. Poseerá la fama entre las pérfidas pirujas y el desenfreno de los caídos. Pronto traicionaría al diablo y saldría de su pocilga. El éxito pactado le parecerá poca cosa. Entonces ascenderá, tendrá en la boca el más dulce semen que la cubrirá de las La Testadura

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frivolidades más excéntricas, creerá haber triunfado. Pero su pacto nunca será olvidado y terminará con la infección del chamuco en el culo. Intenta seducirme con su baile cachondo en medio de fluidos y pecados. Todo es carne chamuscada evaporándose entre humo y alcohol… arrobado no resisto la invocación de su hálito maldito y legendario.

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de mano en mano de pantalla en pantalla

¡¡¡Que la voz corra!!! La Testadura, una literatura de paso hecha para olvidarse en lugares públicos y/o salas de espera

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l a t e s t a d u r a . bl o s p o t . c o m latestadura.wordpress.com


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