SOBRE VERDAD Y MENTIRA EN EL SENTIDO EXTRAMORAL
Friedrich Nietzsche 1896
Notas y traducción de Diego Sánchez Meca 2011
Bilis Negra 2020
Sobre verdad y mentira en el sentido extramoral
Primera edición. Enero de 2020. Bilis Negra Editorial
Diseño y Diagramación Bilis Negra Editorial Edición Bilis Negra Editorial Contáctenos Correo bilisnegraeditorial@gmail.com Instagram @bilis.negra.editorial Los derechos de traducción de la obra pertenecen a Diego Sánchez Meca y su equipo editorial.
SOBRE VERDAD Y MENTIRA EN EL SENTIDO EXTRAMORAL
Friedrich Nietzsche 1896
I
En un apartado rincón del universo, que centellea desperdigado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que unos animales astutos inventaron el conocer. Fue el minuto más arrogante y mentiroso de la «historia universal»: pero, a fin de cuentas, fue sólo un minuto. Después de que la naturaleza respirara unas pocas veces, el astro se heló y los animales astutos tuvieron que perecer1. Podría inventase, una fábula como ésta y, sin embargo, no se habría ilustrado suficientemente cuán lamentable, cuán sombría y caduca, cuán inútil y arbitraria es la presencia del intelecto humano en la naturaleza; hubo eternidades en las que no existió y cuando de nuevo desaparezca, no habrá sucedido nada. Pues ese intelecto no tiene misión alguna fuera de la vida humana. Es algo humano y sólo su Sobre verdad y mentira en el sentido extramoral
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poseedor y progenitor lo toma tan patéticamente como si en él girasen los goznes del mundo. Pero si pudiéramos comunicamos con un mosquito descubriríamos que él también navega por el aire poseído de ese pathos, sintiéndose el centro volante de este mundo. Nada hay en la naturaleza, por despreciable e insignificante que sea, que con el más mínimo soplo de la fuerza del conocimiento no se hinche inmediatamente como una bota; y del mismo modo, que cualquier mozo de cuerda quiere tener sus admiradores, el más orgulloso de los seres humanos, el filósofo, cree estar viendo por todas partes los ojos del universo telescópicamente dirigidos sobre sus obras y pensamientos. Es curioso que esto lo haga precisamente el intelecto, que no es más que un recurso añadido a los seres más desdichados, delicados y efímeros para 10
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retenerlos un minuto en la existencia; de la cual, en caso contrario, sin ese añadido, tendrían todos los motivos para huir tan rápidamente como lo hizo el hijo de Lessing2. Esa soberbia vinculada al conocimiento y a la sensación, poniendo una niebla cegadora sobre los ojos y los sentidos de los humanos, los engaña acerca del valor de la existencia, al traer consigo la más aduladora valoración sobre el conocimiento mismo. Su efecto más general es el engaño, aunque también los efectos más particulares llevan consigo algo de idéntico carácter. El intelecto, en cuanto medio para la conservación del individuo, desarrolla sus fuerzas capitales en la ficción; pues la ficción es el medio por el cual se conservan los: individuos más débiles y menos robustos, aquellos a los que no se les ha concedido, cuernos o la afilada dentadura Sobre verdad y mentira en el sentido extramoral
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de un animal carnicero para entablar la lucha por la existencia. Ese arte de la ficción llega a su cima en el ser humano: aquí el engaño, la adulación, la mentira y el fraude, las habladurías, la hipocresía, el vivir de lustres heredados, el enmascaramiento, el convencionalismo encubridor, el teatro ante los demás y ante uno mismo, en una palabra, el revoloteo incesante en tomo a la llama de la vanidad es hasta tal punto la regla y la ley, que casi no hay nada más inconcebible que el que haya podido surgir entre los humanos un impulso sincero y puro hacia la verdad. Están profundamente sumergidos en ilusiones y ensueños, su mirada se desliza tan sólo sobre la superficie de las cosas viendo «formas», sus sentidos no conducen por ninguna parte a la verdad, sino que se contentan con recibir estímulos jugando, por así decirlo, a tantear el dorso de las 12
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cosas. Además, durante toda su vida, por la noche en el sueño se deja el ser humano engañar sin que su sentimiento moral haya tratado nunca de impedirlo: mientras parece ser que hay personas que, a fuerza de voluntad, han eliminado los ronquidos. En realidad, ¡qué sabe el ser humano de sí mismo! ¿Sería capaz de percibirse por completo, aunque sólo fuese por una vez, tendido como en una vitrina iluminada? ¡Acaso no le oculta la naturaleza la mayor parte de las cosas, incluso sobre su cuerpo, para así, alejado de las circunvoluciones de los intestinos, del rápido flujo de las corrientes sanguíneas y de los intrincados estremecimientos de sus fibras, retenerlo encerrado en una conciencia orgullosa y embaucadora! De la cual la naturaleza tiró la llave: y ¡ay de la funesta curiosidad que, por uña vez, pudiese mirar hacia fuera o hacia abajo a través de una hendidura en Sobre verdad y mentira en el sentido extramoral
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el cuarto de la conciencia, y así adivinara que el ser humano descansa sobre lo despiadado, lo codicioso, lo insaciable y lo asesino, en la indiferencia de su ignorancia y que, por así decirlo, está pendiente en sus sueños del lomo de un tigre! Siendo así las cosas, ¡de dónde demonios procede el impulso hacia la verdad! En un estado natural de las cosas el individuo, a fin de conservarse frente a otros individuos, utilizaría el intelecto casi siempre sólo para la ficción: pero, como el ser humano quiere existir, por necesidad y a la vez por aburrimiento3 de forma social y gregaria, necesita un tratado de paz y, conforme a ello, procura que desaparezca de su mundo al menos el más brutal bellum omnium contra omnes (guerra de todos contra todos). Este tratado de paz, no obstante, conlleva algo que tiene aspecto de ser el primer paso en la 14
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consecución de ese enigmático impulso hacia la verdad. Porque en este momento se fija lo que desde entonces deberá ser «verdad», esto es, se inventa una designación de las cosas uniformemente válida y obligatoria, y la legislación del lenguaje proporciona también las primeras leyes de la verdad: pues aquí aparece por primera vez el contraste entre verdad y mentira: el mentiroso utiliza las designaciones válidas, las palabras, para hacer que lo irreal parezca real; dice, por ejemplo, yo soy rico, cuando la designación correcta para su estado sería justamente «pobre»4. Abusa de las convenciones consolidadas efectuando cambios arbitrarios e incluso invirtiendo los nombres. Si esto lo hace de manera interesada y además produce perjuicios, la sociedad dejará de confiar en él y, de ese modo, lo excluirá de ella. Por eso los seres humanos no huyen tanto Sobre verdad y mentira en el sentido extramoral
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de ser engañados como de ser perjudicados por medio del engaño. En el fondo, en esta fase tampoco detestan el fraude, sino las consecuencias graves, odiosas, de ciertos géneros de fraudes. De manera semejante, en ese sentido restringido desea el ser humano la verdad. Desea las consecuencias agradables de la verdad, aquellas que conservan la vida; es indiferente al conocimiento puro y carente de consecuencias, y está hostilmente predispuesto contra las verdades que puedan ser perjudiciales y destructivas. Y además: ¿qué sucede con esas convenciones del lenguaje? ¿Son, quizá, productos del conocimiento, del sentido de la verdad: coinciden las designaciones y las cosas? ¿Es el lenguaje la expresión adecuada de todas las realidades? Sólo mediante el olvido puede el ser humano llegar a figurarse alguna vez: 16
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que esté en posesión de una verdad en el grado que acabamos de señalar. Si no está dispuesto a contentarse con la verdad en forma de tautología, es decir, con conchas vacías, entonces estará perpetuamente trocando ilusiones por verdades. ¿Qué es una palabra? La reproducción en sonidos articulados de un estímulo nervioso. Pero, partiendo del estímulo nervioso, inferir además una causa existente fuera de nosotros, eso ya es el resultado de un uso falso e injustificado del principio de razón5. Si la verdad fuese lo único decisivo en la génesis del lenguaje, si el punto de vista de la certeza fuese asimismo lo único decisivo a la hora de fijar las designaciones, ¡cómo íbamos a poder decir: «la piedra es dura», como si conociéramos lo «duro» de otra manera y no únicamente en cuanto excitación del todo subjetiva! Dividimos las cosas en géneros, Sobre verdad y mentira en el sentido extramoral
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ponemos nombre masculino al árbol y femenino a la planta: ¡qué extrapolaciones tan arbitrarias! ¡Qué lejos volamos del canon de la certeza! Hablamos de una serpiente: la designación tan sólo atañe al retorcerse, podría, por tanto, atribuírsele también al gusano. ¡Qué delimitaciones tan arbitrarías, qué preferencias tan parciales, ora de esta, ora de aquella propiedad de una cosa! Los diferentes idiomas, reunidos y comparados, muestran que con las palabras no se llega jamás a la verdad ni a una expresión adecuada: pues, de lo contrarío, no habría tantos. La «cosa en sí» (eso sería la verdad pura y sin consecuencias) es, además, totalmente inaprehensible y no resulta en absoluto deseable para el creador de lenguaje. Éste designa tan sólo las relaciones de las cosas con los seres humanos y para su expresión recurre a las metáforas más atrevidas. ¡Un 18
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estímulo nervioso extrapolado en primer lugar en una imagen! Primera metáfora. ¡La imagen transformada a su vez en un sonido articulado! Segunda metáfora. Y en cada caso, un salto total de esferas, adentrándose en otra completamente distinta y nueva. Imaginemos una persona que sea totalmente sorda y que jamás haya tenido ninguna sensación del sonido ni de la música: así como esta persona, por ejemplo, mirará con asombro las figuras acústicas de Chladni6 en la arena, y al descubrir su causa en las vibraciones de la cuerda jurará que desde ese momento ha de saber a qué denominan sonido los humanos, así nos sucede a todos nosotros con el lenguaje. Creemos saber algo de las cosas mismas cuando hablamos de árboles, colores, nieve y flores y no poseemos, sin embargo, más que metáforas de las cosas, que no corresponden en absoluto a las Sobre verdad y mentira en el sentido extramoral
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esencialidades originarias. Del mismo modo que el sonido toma el aspecto de figura de arena, así la enigmática X de la cosa en sí se presenta una primera vez como excitación nerviosa, luego como imagen, finalmente como sonido articulado. En cualquier caso, por tanto, la génesis del lenguaje no se da de una manera lógica7, y todo el material en el que trabaja y con el cual trabaja y después construye el ser humano de la verdad, el investigador, el filósofo, si no procede del país de Jauja, tampoco procede en ningún caso de la esencia de las cosas. Pensemos un poco más en la formación de los conceptos: toda palabra se convierte de manera inmediata en concepto cuando deja de servirle a la vivencia originaria, única y por completo individualizada, gracias a la cual se generó, por ejemplo, como recuerdo, y tiene que pasar a 20
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adaptarse a innumerables vivencias más o menos similares, esto es, hablando con rigor, nunca idénticas; es decir, tiene que valer al mismo tiempo para casos claramente diferentes8. Todo concepto se genera igualando lo no- igual. Del mismo modo que es cierto que una hoja nunca es totalmente igual a otra, asimismo es cierto que el concepto «hoja» se ha formado prescindiendo arbitrariamente de esas diferencias individuales, olvidando lo que las diferencia, lo que suscita la idea de que en la naturaleza, además de hojas, hubiese algo que fuese la «hoja», una especie de forma primordial9, según la cual todas las hojas hubiesen sido tejidas, dibujadas, calibradas, coloreadas, onduladas, pintadas, pero por manos torpes, de modo que ningún ejemplar hubiese resultado correcto y fidedigno como copia fiel de la forma primordial. De un ser humano Sobre verdad y mentira en el sentido extramoral
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decimos que es honrado, y preguntamos: «¿Por qué ha obrado hoy tan honradamente?». Nuestra respuesta suele ser como sigue: «Por su honradez». ¡La honradez! Lo que de nuevo quiere decir: la hoja es causa de las hojas. Ciertamente, no sabemos nada en absoluto de una cualidad esencial que se llame la honradez, pero sí de numerosas acciones individualizadas, por tanto desiguales, que nosotros igualamos omitiendo lo desigual, y a las que llamamos acciones honradas; y a partir de ellas con el nombre acabamos formulando una qualitas occulta (cualidad oculta): la honradez. El no hacer caso de lo individual y lo real nos proporciona el concepto, del mismo modo que también nos proporciona la forma, mientras que la naturaleza no conoce formas ni conceptos, ni tampoco, en consecuencia, géneros, sino solamente 22
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una X que es para nosotros inaccesible e indefinible. Pues también la contraposición entre individuo y género es antropomórfica y no procede de la esencia de las cosas, aun cuando tampoco nos atrevemos a decir que no le corresponda: porque eso sería una afirmación dogmática y, como tal, tan indemostrable como su contraria. ¿Qué es, pues, la verdad? Un ejército de metáforas, metonimias, antropomorfismos en movimiento, en una palabra, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas, adornadas poética y retóricamente y que, tras un prolongado uso, a un pueblo le parecen fijas, canónicas, obligatorias: las verdades son ilusiones que se ha olvidado que lo son, metáforas que se han quedado gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su imagen y que ahora ya no se consideran como monedas, sino como metal10. No sabemos todavía Sobre verdad y mentira en el sentido extramoral
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de dónde proviene el impulso hacia la verdad: pues hasta ahora solamente hemos hablado de la obligación que la sociedad establece para existir, la de ser veraz, es decir, emplear las metáforas usuales, así pues, dicho en términos morales: de la obligación de mentir según una convención fija, de mentir borreguilmente en un estilo obligatorio para todos. Ciertamente, el ser humano se olvida entonces de que ésa es su situación; por ello miente inconscientemente de la manera que hemos indicado, siguiendo hábitos seculares, y justamente gracias a esa inconsciencia, gracias a ese olvido llega al sentimiento de la verdad. Con el sentimiento de estar obligado a llamar a una cosa «roja», a otra «fría», a una tercera «muda», se despierta un movimiento moral referente a la verdad: por contraste con el mentiroso, en quien nadie confía y a quien todos excluyen, el 24
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ser humano se demuestra a sí mismo lo venerable, lo fiable y provechoso de la verdad11. En ese instante somete su obrar como ser racional al señorío de las abstracciones: ya no soporta el verse arrastrado por las impresiones repentinas, por las intuiciones, y generaliza todas esas impresiones en conceptos más descoloridos, más fríos, con el fin de uncir a ellos el carro de su vida y de su acción. Todo lo que distingue al ser humano frente al animal depende de esa capacidad de volatilizar las metáforas intuitivas en un esquema, esto es, de disolver una imagen en un concepto; pues en el ámbito de esos esquemas es posible algo que nunca podría conseguirse bajo las primeras impresiones intuitivas: construir un orden piramidal de castas y grados, crear un mundo nuevo de leyes, privilegios, subordinaciones y delimitaciones, mundo que ahora se contrapone Sobre verdad y mentira en el sentido extramoral
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al otro, el mundo intuitivo de las primeras impresiones, y pasa a considerarse como lo más firme, lo más universal, lo más conocido y lo más humano y, por ello, lo regulador e imperativo. Mientras que toda metáfora de la intuición es individual y carece de algo idéntico a ella y, en consecuencia, logra escaparse siempre de cualquier clasificación, el gran edificio de los conceptos presenta la rígida regularidad de un columbarium romano y en la lógica exhala el rigor y la frialdad que son propios de las matemáticas. Quien esté poseído por el hálito de esa frialdad difícilmente creerá que también el concepto, óseo y cúbico como un dado y, como éste, versátil, no sea a fin de cuentas sino el residuo de una metáfora, y que la ilusión de la extrapolación artística de un estímulo nervioso en imágenes es, si no la madre, en todo caso la abuela de todos y cada uno de 26
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los conceptos12. Ahora bien, dentro de ese juego de dados de los conceptos se llama «verdad» a usar cada dado tal y como está designado; contar exactamente sus puntos, formar clasificaciones correctas y no violar nunca el orden de las castas ni el escalafón de clases de la jerarquía. Del mismo modo que los romanos y los etruscos dividían el cielo utilizando rígidas líneas matemáticas y en el espacio así delimitado, como si fuera un templum, conjuraban a un dios, así cada pueblo tiene sobre él un cielo conceptual similar, matemáticamente dividido, y considera exigencia de la verdad que a cada dios conceptual se le busque sólo en la esfera que le corresponde. Ciertamente, al ser humano se le puede admirar por ser un genio constructor extraordinario, capaz de levantar una catedral de conceptos infinitamente, compleja sobre fundamentos movedizos, como quien dice, Sobre verdad y mentira en el sentido extramoral
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sobre agua que fluye; claro que, para que encuentre apoyo en tales fundamentos, la construcción tiene que ser como de tela de araña, tan fina que las olas la puedan transportar, tan firme que el viento no consiga deshacerla. En esa medida, en cuanto genio constructor, el ser humano se eleva muy por encima de la abeja: ésta construye con cera que recoge de la naturaleza, él con la materia mucho más fina de los conceptos que antes tiene que fabricar sacándolos de sí mismo. Es, pues, muy de admirar, pero de ningún modo por su impulso hacia la verdad, hacia el conocimiento puro de las cosas. Si alguien esconde una cosa detrás de un matorral, luego la busca exactamente donde la dejó y, encima, la encuentra, en ese buscar y encontrar no hay mucho que alabar: sin embargo, esto es lo que sucede cuando se busca y se encuentra la «verdad» dentro de la jurisdicción de la razón. Si doy 28
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la definición de mamífero y luego, después de examinar un camello, digo: «Fíjate, un mamífero», no cabe duda de que con ello se ha sacado a la luz una verdad, pero tiene un valor limitado; me refiero a que es antropomórfica de pies a cabeza y no contiene ni un solo punto que sea «verdadero en sí», real y universalmente válido, prescindiendo del ser humano13. El investigador de tales verdades tan sólo busca, en el fondo, la metamorfosis del mundo en los seres humanos; lucha por comprender el mundo como algo humano, y lo mejor que puede lograr en esa lucha es un sentimiento de asimilación. De modo similar a como el astrólogo considera las estrellas al servicio de los humanos y en conexión con su felicidad y su desgracia, así también un investigador de esta índole considera el mundo entero como ligado a los humanos, como el eco infinitamente quebrado de Sobre verdad y mentira en el sentido extramoral
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un sonido primordial, el del ser humano, como la reproducción multiplicada de una imagen primordial, la del ser humano. Su procedimiento es: tomar al ser humano como medida en todas las cosas14, pero, al hacerlo, parte del error de creer que tiene esas cosas de modo inmediato delante de sí en cuanto objetos puros. Olvida, por tanto, que las metáforas originales de la intuición son metáforas y las toma por las cosas mismas. Sólo mediante el olvido de ese primitivo mundo de metáforas, sólo mediante el endurecimiento y la petrificación de una masa de imágenes que brota originariamente en candente fluidez de la capacidad primordial de la fantasía humana, sólo mediante la invencible creencia en que este sol, esta ventana, esta mesa, sean una verdad en sí, en una palabra, gracias solamente a que el ser humano se olvida 30
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de sí mismo en cuanto sujeto y, en particular, en cuanto sujeto artísticamente creador, vive con cierta calma, seguridad y coherencia; si pudiera salir, aunque sólo fuese un instante, fuera de los muros de la cárcel de esa creencia, se acabaría enseguida su «autoconciencia». Ya le cuesta trabajo reconocer ante sí mismo que el insecto o el pájaro perciban un mundo completamente distinto del que el ser humano percibe, y que la cuestión de cuál de las dos concepciones del mundo sea más correcta carece totalmente de sentido, puesto que para ello habría que tomar como criterio la percepción correcta, esto es, un criterio del que no se dispone. En cualquier caso, la percepción correcta —que sería la expresión adecuada de un objeto en el sujeto—, me parece un absurdo lleno de contradicciones: porque entre dos esferas absolutamente diferentes Sobre verdad y mentira en el sentido extramoral
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como son el sujeto y el objeto no hay causalidad, exactitud, ni expresión alguna, sino, a lo sumo, una relación estética, quiero decir una extrapolación indicativa, una traducción balbuciente a un lenguaje completamente extraño15. Para lo cual se necesita, en cualquier caso, una esfera intermedia y una fuerza mediadora que libremente poeticen e inventen. La palabra fenómeno [Erscheinung] encierra muchas seducciones, por lo que hago todo lo posible para evitarla: porque no es cierto que la esencia de las cosas se manifieste [erscheint] en el mundo empírico. Un pintor que careciese de manos y tratara de expresar por medio del canto la imagen que se le está formando, aun a pesar de ese cambio de esferas revelaría siempre más de lo que el mundo empírico revela de la esencia de las cosas. Ni siquiera la relación de un estímulo nervioso con la imagen 32
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producida es, en sí, una relación necesaria; pero cuando la misma imagen se ha producido millones de veces y se ha transmitido hereditariamente a través de muchas generaciones de seres humanos, manifestándose finalmente en toda la humanidad cada vez como consecuencia del mismo motivo, entonces acaba por tener el mismo significado para el ser humano que si fuese la única imagen necesaria, como si esa relación de la excitación nerviosa originaria con la imagen producida fuese una estricta relación de causalidad; del mismo modo que un sueño, eternamente repetido, sería percibido y juzgado como algo absolutamente real. Con todo, el endurecimiento y la petrificación de una metáfora no garantizan en modo alguno ni la necesidad ni la legitimación exclusiva de esa metáfora16. Ciertamente, toda persona que esté familiarizada con tales consideraciones ha Sobre verdad y mentira en el sentido extramoral
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sentido una profunda desconfianza hacia cualquier idealismo de esta especie, cada vez que se ha visto claramente convencido de la coherencia, omnipresencia e infalibilidad eternas de las leyes de la naturaleza; y ha sacado esta conclusión: aquí, todo aquello a lo que llegamos, sean las alturas del mundo telescópico, sean las profundidades del mundo microscópico, es tan seguro, tan acabado, tan infinito, regular y carente de defectos; la ciencia tendrá siempre algo que extraer de estos pozos y todo lo que encuentre estará en concordancia y no se contradirá. Qué poco se parece esto a un producto de la fantasía: pues, si lo fuese, en algún lugar tendría que dejarse adivinar la apariencia y la irrealidad. Contra esto, sin embargo, hay que objetar lo siguiente: si cada uno de nosotros tuviese una percepción sensorial diferente, si percibiésemos unas veces como un 34
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pájaro, otras como un gusano y otras como una planta, o si el mismo estímulo uno de nosotros lo viese rojo, otro azul e incluso un tercero lo escuchase como sonido, entonces nadie hablaría de dicha regularidad de la naturaleza, sino que se entendería como una creación de lo más subjetiva. Así pues: ¿qué es para nosotros, en suma, una ley de la naturaleza? No es algo que conozcamos en sí, sino solamente en sus efectos, es decir, en sus relaciones con otras leyes de la naturaleza que, a su vez, sólo nos son conocidas como relaciones. Por consiguiente, todas estas relaciones no hacen más que remitirse continuamente unas a otras y, en su esencia, son por completo incomprensibles para nosotros; de ellas tan sólo conocemos en realidad lo que nosotros aportamos, el tiempo, el espacio, es decir, relaciones de sucesión y números. Pero todo lo maravilloso que admiramos Sobre verdad y mentira en el sentido extramoral
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precisamente en las leyes de la naturaleza, aquello que reclama nuestra explicación y que sería capaz de seducimos para que desconfiásemos del idealismo, justamente reside única y exclusivamente en el rigor matemático y en la inviolabilidad de las representaciones del tiempo y del espacio. Estas representaciones, sin embargo, las producimos en nosotros y desde nosotros con la misma necesidad con que la araña teje sus telas de araña; si estamos obligados a concebir todas las cosas únicamente bajo esas formas, entonces deja de ser maravilloso que, hablando con propiedad, sólo concibamos en todas las cosas precisamente esas formas: pues todas ellas han de llevar en sí las leyes del número, y el número es justamente lo más admirable en las cosas. Toda la regularidad que tanto nos impresiona en las órbitas de los astros y en los procesos químicos 36
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coincide en el fondo con aquellas propiedades que nosotros aportamos a las cosas, de modo que, en realidad, somos nosotros mismos los que nos impresionamos. De esto resulta, en efecto, que esa creación artística de metáforas con la que comienza en nosotros toda percepción presupone ya esas formas, es decir, se realiza en ellas; sólo partiendo de la firme persistencia de estas formas primordiales se explica la posibilidad de que, posteriormente, a partir de las metáforas mismas se constituyera el edificio de los conceptos. Pues éste es una imitación de las relaciones de tiempo, de espacio y de número sobre el suelo de las metáforas17.
II
Como hemos visto, en la construcción de los conceptos trabaja originariamente el lenguaje, en épocas posteriores la ciencia, Sobre verdad y mentira en el sentido extramoral
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Y así como la abeja construye las celdas y simultáneamente las llena de miel, así también la ciencia trabaja sin cesar en ese gran columbarium de los conceptos, necrópolis de la intuición, construyendo siempre plantas nuevas y más elevadas, apuntalando, limpiando y renovando las celdas viejas y, sobre todo, se esfuerza en llenar esa estructura elevada hasta la desmesura y en ordenar dentro de ella todo el mundo empírico, es decir, el mundo antropomórfico. Si ya el ser humano que actúa ata su vida a la razón y sus conceptos para no ser arrastrado ni perderse, el investigador construye su cabaña junto a la torre de la ciencia para poder cooperar en su edificación y para encontrar él mismo protección bajo el baluarte ya existente. En efecto, necesita protección: pues hay poderes terribles que permanentemente le acometen y que, en contra de la verdad 38
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científica, presentan «verdades» de especie completamente diferente con las más diversas etiquetas. Ese impulso hacia la formación de metáforas, ese impulso fundamental del ser humano, que en ningún momento se puede eliminar porque con ello se eliminaría al ser humano mismo, no está en verdad dominado ni apenas domado por el hecho de que con sus evanescentes productos, los conceptos, se construya un mundo nuevo, regular y rígido, que es como una fortaleza para él. Dicho impulso se busca para su actividad un campo nuevo y un cauce distinto y los encuentra en el mito y, de modo, general, en el arte. Constantemente confunde las rúbricas y las celdas de los conceptos introduciendo nuevas extrapolaciones, metáforas y metonimias; constantemente; muestra el deseo de configurar el mundo existente del ser humano Sobre verdad y mentira en el sentido extramoral
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despierto haciéndolo tan multicolor, irregular, inconsecuente, inconexo, encantador y eternamente nuevo como lo es el mundo de los sueños. En sí, ciertamente, el ser humano despierto tan sólo tiene claro que está despierto gracias al rígido y regular tejido conceptual y, justamente por eso, llega a la creencia de que está soñando si, en alguna ocasión, el arte desgarra ese tejido conceptual18. Pascal tiene razón cuando afirma que, si todas las noches nos sobreviniese el mismo sueño, nos ocuparíamos de él en la misma medida que de las cosas que vemos todos los días: «Si un artesano estuviese seguro de soñar todas las noches durante doce horas seguidas que era rey, yo creo —dice Pascal— que sería exactamente tan dichoso como un rey que soñase todas las noches durante doce horas que era artesano»19. La vigilia de un pueblo al que los mitos agitan 40
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poderosamente, como es el caso de los griegos antiguos, es, de hecho, gracias al prodigio que constantemente se produce, tal y como el mito lo supone, más parecida al sueño que a la vigilia del pensador científicamente lúcido. Cuando cualquier árbol puede ponerse a hablar como una ninfa o cuando bajo la apariencia de un toro un dios puede raptar doncellas, cuando la propia diosa Atenea es vista de repente en compañía de Pisístrato recorriendo los mercados de Atenas en un hermoso carro de caballos —y esto el honrado ateniense lo creía—, entonces, como en los sueños, todo es posible en cualquier momento, y la naturaleza entera ronda al ser humano como si sólo fuese la mascarada de los dioses, quienes engañando con sus transfiguraciones a los seres humanos no estarían sino divirtiéndose. Pero el propio ser humano tiene una Sobre verdad y mentira en el sentido extramoral
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invencible tendencia a dejarse engañar y queda como encantado de felicidad cuando el rapsoda le narra cuentos épicos como si fuesen verdaderos o cuando en una representación teatral el actor interpreta al rey más regiamente de lo que la realidad lo muestra. El intelecto, ese maestro de la ficción, está libre y sin la carga de su ordinario servicio de esclavo tanto tiempo cuanto puede engañar sin causar daño y, entonces, celebra sus Saturnales; nunca es tan exuberante, tan rico, tan orgulloso, tan ágil y tan temerario. Con gozo creador arroja las metáforas sin orden ni concierto y cambia de sitio los mojones fronterizos de la abstracción de tal manera que, por ejemplo, llama a la corriente el camino móvil que lleva al ser humano allí donde éste habitualmente llega andando. En esos momentos el intelecto se ha quitado de encima el estigma de la servidumbre: 42
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si de ordinario se esfuerza con sombría diligencia en mostrarle el camino y los instrumentos a un pobre individuo que suspira por la existencia y se lanza a conseguir, como un siervo, presa y botín para su señor, ahora se ha convertido en señor y puede borrar de su semblante la expresión de indigencia. Todo lo que ahora haga tendrá el sello de la ficción, a diferencia de lo que antes hacía, que llevaba el de la distorsión. Copia la vida humana, pero la toma por una cosa buena y parece estar muy satisfecho con ella. Aquel gigantesco entramado y andamiaje de los conceptos, aferrándose al cual el ser humano indigente va salvando la vida, es, para el intelecto liberado, solamente un armazón y un juguete para sus más temerarias obras de arte: y cuando lo destruye, lo arroja sin orden ni concierto, o con ironía lo vuelve a componer, uniendo lo más diverso y Sobre verdad y mentira en el sentido extramoral
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separando lo más afín20, entonces revela que no necesita de aquellos auxilios extremos de la indigencia y que ahora no se guía por conceptos sino por intuiciones. Ningún camino regular conduce de estas intuiciones al país de los esquemas fantasmales, de las abstracciones: para aquéllas no está hecha la palabra, el ser humano enmudece al verlas o habla solamente en metáforas prohibidas y en inauditas concatenaciones conceptuales con el fin de corresponder creativamente a la impresión de la poderosa intuición presente, al menos, destruyendo y burlándose de las antiguas barreras conceptuales. Hay épocas en las que están juntos el ser humano racional y el ser humano intuitivo, el uno angustiado ante la intuición, el otro mofándose de la abstracción; este último es tan irracional, pues, como poco artístico el primero. Ambos desean dominar la vida: 44
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éste sabiendo afrontar las necesidades más esenciales mediante previsión, prudencia y regularidad, aquél sin ver, como un «héroe superalegre», esas necesidades y tomando como real solamente la vida fingida en apariencia y en belleza. Allí donde el ser humano intuitivo, como, por ejemplo, en la Grecia más antigua, maneja sus armas de modo más potente y victorioso que su contrario, en circunstancias favorables puede formarse una cultura y fundarse el señorío del arte sobre la vida; esa ficción, esa negación de la indigencia, ese brillo de las intuiciones metafóricas y, en general, esa inmediatez del engaño acompañan a todas las manifestaciones de una vida así. Ni la casa, ni el paso, ni la indumentaria, ni el cántaro de barro revelan que la necesidad los inventó; es como si en todos ellos pretendiera expresarse una dicha sublime y una serenidad olímpica y, por así Sobre verdad y mentira en el sentido extramoral
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decirlo, un jugar con la seriedad. Mientras que el ser humano guiado por conceptos y abstracciones únicamente con esta ayuda previene la desgracia, sin ni siquiera obtener felicidad de las abstracciones, aspirando a estar lo más libre posible de dolores, el ser humano intuitivo, manteniéndose en medio de una cultura, cosecha a partir ya de sus intuiciones, exceptuando la prevención contra el mal, una claridad, una jovialidad y una redención que afluyen constantemente. Es cierto que, cuando sufre, su sufrimiento es más intenso; y hasta sufre con mayor frecuencia porque no sabe aprender de la experiencia y una y otra vez tropieza en la misma piedra en la que ya había tropezado. Además, en el sufrimiento es tan irracional como en la dicha, grita como un condenado y no encuentra ningún consuelo. ¡De qué forma tan diferente se mantiene el ser humano 46
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estoico en idéntica adversidad, enseñado por la experiencia y dominándose a sí mismo mediante conceptos! Él, que de ordinario tan sólo busca sinceridad, verdad, librarse de engaños y protección ante sorpresas que cautivan, ahora, en la desgracia, lleva a cabo la obra maestra de la ficción, como aquél en la dicha; no presenta un rostro humano que se contrae y se altera sino, por así decirlo, una máscara con digna simetría en los rasgos, no grita, ni siquiera altera su voz. Cuando un nubarrón de tormenta descarga sobre él, entonces se envuelve en su manto y se va bajo el aguacero a paso lento.
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Notas 1. Una de las principales motivaciones de este escrito de Nietzsche es la crítica radical al punto de vista de la teleología, desde el intento de mostrarlo como una pura construcción antropomórfica. Esto implica, como primera consecuencia, la abolición de la distinción entre el mundo humano y el mundo animal, entre orgánico e inorgánico en los términos tradicionalmente planteados. Para la semejanza de este párrafo con el Canto del gallo silvestre de Leopardi, cfr. Givone, S., Storia del nulla, Laterza, Roma, 1995, pp. 153-154. Cfr. también Ungeheuer, G., «Nietzsche über Sprache und Sprechen», en Nietzsche Studien, 1983 (12), pp. 175-182. 2. El hijo de Lessing murió dos días después de nacer. 3. Cfr. Schopenhauer, A., El dolor del mundo y el consuelo de la religión, D. Sánchez Meca (ed.), Alderabán, Madrid, 1998, af. 150, p. 121. 4. Cfr. Ungeheuer, G., op. cit., p. 184. 5. Nietzsche radicaliza aquí una idea del lenguaje procedente del tratado de Aristóteles, Sobre Sobre verdad y mentira en el sentido extramoral
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la Interpretación (16a, 3-8), donde dice: «Los sonidos de la voz son símbolos de las afecciones que tienen lugar en el alma, y las letras escritas son símbolos de los sonidos de la voz... Sonidos y letras son signos, ante todo, de las afecciones del alma, que son las mismas para todos y constituyen las imágenes de objetos ya idénticas para todos». Y más adelante todavía añade: «El nombre es, pues, sonido de la voz, significativo por convención» (16a, 19). 6. Ernest Florent Fréderic Chladni (1756-1827), pretendió haber descubierto, haciendo vibrar cristales cubiertos de arena, que las influencias de las vibraciones sobre los cuerpos se rige por relaciones matemáticas constantes. Nietzsche, en cambio, defiende que la relación entre la cosa en sí, incognoscible, y la metáfora es arbitraria. 7. Es decisiva, para la configuración de la comprensión nietzscheana del origen del lenguaje, h lectura de dos libros de Afrikan A. Spir, Forschung nach der Gewissheit in der Erkenntniss der Wirklichkeit, Findel, Leipzig, 1869 (en BN), y Denken und Wirklichkeit Versuch einer Erneuenmg der kritischen 50
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Philosophie, 2 vols., Findel, Leipzig, 1873 (Nietzsche toma en préstamo esta segürida obra de la Biblioteca de la Universidad de Basilea por tres veces entre 1873 y 1875, y la adquiere luego en su segunda edición de 1877). Para la relación de Nietzsche y Spir, cfr. Schlechta, K. y Anders. A., Friedrich Nietzsche. Von den verborgenen Anfángen seines Philosophieren, Frommam, Stuttgart, 1962, pp. 119 ss.; Fazio, D., Nietzsche e il criticismo, Quattro Venti, Urbino, 1991, pp. 133- 153; D’Torio, P., «La superstition des philosophes critiques», en Nietzsche Studien, 1993 (22); pp. 257-294; Sánchez, S.,«Lógica, veritá e credenza. Alcune osservazioni in mérito alia relazione Nietzsche-Spir», en C. Fomari (ed.), La trama del testo. Su alcune letture di Nietzsche, Mireíla, Lecce, 2000, pp. 249-282. 8. Nietzsche invierte aquí la relación que Schopenhauer había establecido entre concepto y palabra. Para Schopenhauer, los conceptos pueden ser sólo pensados, no intuidos (o sea, no pueden ser, objetos de experiencia directa, sino que sólo pueden serlo sus efectos). Frente a los conceptos, las palabras, como objetos de Sobre verdad y mentira en el sentido extramoral
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experiencia externa, son puros instrumentos de transmisión de signbs convencionales. En suma, lo que hay en el trasfondo de la comunicación lingüistica son las abstracciones de los conceptos en cuanto representaciones no intuitivas. Por tanto, el proceso del lenguaje tiene su origen en los conceptos. Nietzsche invierte esta teoría al postular la prioridad de la palabra sobre el concepto y sostener que el uso concreto del lenguaje es el que forma los conceptos mediante un procedimiento de asimilación y exclusión a partir de relaciones de semejanza y diferencia. 9. Clara referencia de Nietzsche a la teoría goetheana de la Urpflanze. Cfr. Goethe, J. W., Teoría de la naturaleza, D. Sánchez Meca (ed.), Tecnos, Madrid, 2007,2.ª ed., pp. 30 ss. 10. Para la discusión sobre el tema de la metáfora en Nietzsche, cfr. Kofman, S., Nietzsche et la métaphore, Galilée, París, 1971; Derrida, J., «La mythologie blanche», en Marges de la Philosophie, Minuit, París, 1972, pp. 249-324; Zunjic, S., «Begrifflichkeit und Metaphen>, en Nietzsche Studien, 1987(16), pp. 149-163. 11. Cfr. Bittner, R., «Nietzsches Begríff der Wahrheit», en Nietzsche Studien, 1987 (16), p. 89. 52
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12. Para la discusión sobre el tema del lenguaje y la metáfora en Nietzsche, cfr. Naumann, B., . «Nietzsches Sprache aus der Natur. Ansátze zu einer Sprachtheorie in den fnihen Schriften und ihre metaphorische Einlossung in Also Sprach Zarathustra», en Nietzsche Studien, 1985 (14), pp. 129- 147; Thumher, R., «Sprache und Welt beí F. Nietzsche», en Nietzsche Studien, 1980 (9), pp. 38-60; Bóning, Th., «Das Buch eines Musikers ist eben nicht das Buch eines Augemnenschen, Metaphysik und Sprache beim frühen Nietzsche», en Nietzsche Studien, 1986 (15), pp. 79-85; Albrecht, J., «Friedrich Nietzsche und das sprachliche Relativitátsprinzip», en Nietzsche Studien, 1979 (8), pp. 225r 244. 13. Otra de las lecturas de enorme influencia en la concepción nietzscheana del conocimiento y del lenguaje es la del libro de Gerber, G., Die Sprache ais Kunst, 2 vols., Mittler, Bromberg, 1871-1874. Nietzsche lee el primer volumen seis meses antes de la redacción del escrito Sobre verdad y mentira..., y su influencia se puede advertir ya en las lecciones sobre retórica que Nietzsche dicta en el semestre de Sobre verdad y mentira en el sentido extramoral
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invierno de 1872-1873 (cfr. KGW U,4, pp. 413-502). En este libro, Nietzsche encuentra la tesis de la naturaleza metafórica del lenguaje y la de que esta naturaleza ha de ser olvidada para poder utilizar el lenguaje al servicio de la comimicación. También encuentra las ideas del impulso artístico y la convención social como factores determinantes en el origen del lenguaje. Para la relación Nietzsche-Gerber, cfr. Meijers, A., «Gustav Gerber und Friedrich Nietzsche. Zum historischen Hintergmnd der Sprach-philosophischen Auffassungen des fnihen Nietzsche», en Nietzsche Studien, 1988 (17), pp. 369-390. 14. Cfr. Platón, Teeteto, 152a y Crátilo, 386a. 15. Cfr. Otto, D., «Die Versión der Metapher zwischen Musik und Begriff», en T. Borsche, y otros, Centauren-Geburten, Gruyter, Berlín, 1994, p. 174. 16. «La imitación se contrapone al conocimiento, en que el conocimiento justamente no trata de hacer valer una transposición, sino que quiere fijar la impresión sin metáfora y sin consecuencias. Con tal motivo la impresión se petrifica: primero atrapada y limitada por 54
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los conceptos, luego muerta y desollada y, como concepto, momificada y conservada. Sin embargo, no hay expresiones «propias», ni conocimiento propio sin metáforas. Pero la ilusión subsiste en ello, es decir, la fe en la verdad de las impresiones sensibles. Las metáforas más comunes, las usuales, valen ahora como verdades y como medida de las más extrañas. En sí, aquí domina sólo la diferencia entre costumbre y novedad, frecuencia y rareza. Conocer no es más que trabajar con las metáforas preferidas, por consiguiente una imitación ya no percibida como imitación. Por lo tanto, el conocimiento naturalmente no puede penetrar en el reino de la verdad. El pathos del impulso de verdad presupone la observación de que los distintos mundos metafóricos no están unidos entre sí y luchan unos contra otros, por ejemplo, el sueño, la mentira, etc., y la concepción usual y habitual: de ellos unos son más raros, otros más frecuentes. De este modo, el uso lucha contra la excepción, la regularidad contra lo inhabitual. De ahí la atención de la realidad diaria ante el mundo onírico. Ahora bien, lo raro y lo inhabitual están más llenos Sobre verdad y mentira en el sentido extramoral
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de estímulos, la mentira es percibida como un estímulo. Poesía». FPI, 19 [228]. 17. He aquí una formulación del desarrollo maduro de estas ideas: «La voluntad de poder como conocimiento: no “conocer”, sino esquematizar, imponer al caos regularidad y formas suficientes de manera que satisfaga nuestra necesidad práctica. En la formación de la razón, de la lógica, de las categorías, la necesidad ha sido determinante: la necesidad, no de “conocer”, sino de subsumir, de esquematizar, con el objetivo de comprender, de calcular... poner en orden, proyectar lo similar, lo igual —el mismo proceso que lleva a cabo toda impresión sensorial, ¡ése es el desarrollo de la razón! Aquí no ha trabajado una “idea” preexistente: sino la utilidad, ya que sólo cuando vemos las cosas de forma tosca e impositivamente igualitaria, llegan a ser para nosotros calculables y manejables...; la finalidad en la razón es un efecto, no una causa: en toda otra especie de razón, de la que constantemente hay esbozos, la vida se malogra, se toma confusa, demasiado desigual. Las cátegorías son “verdades” sólo en el sentido en que condicionan nuestra vida: el espacio euclidiano es úna 56
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tal “verdad” condicionada. (En sí, ya que nadie sostendrá la necesidad de que existan justamente seres humanos, la razón es, como el espacio euclidiano, una mera idiosincrasia de determinadas especies animales, una idiosincrasia junto a muchas otras...). La imperiosa necesidad subjetiva de no poder contradecir en este punto es una necesidad biológica: el instinto de la utilidad de razonar como nosotros razonamos lo llevamos en el cuerpo, nosotros somos prácticamente ese instinto... Pero qué ingenuidad, sacar de ahí la prueba de que poseamos por ello mismo una “verdad en sí”... El no-poder-contradecir demuestra una incapacidad, no una “verdad”.» FP IV, 14[152]. 18. Cfr. NT, cap. 1. 19. Pascal, B., Pensées, ed. Brunschwicg, 386. 20. «La verdad y la mentira son algo fisiológico. La verdad como ley moral —dos fuentes de la moral. La esencia de la verdad juzgada por sus efectos. Los efectos seducen a admitir “verdades” no demostradas. En la lucha de tales “verdades”, que viven en virtud de la fuerza, se muestra la necesidad de encontrar otro camino. O explicándolo todo a partir de ahí, o bien Sobre verdad y mentira en el sentido extramoral
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ascendiendo a ella partiendo de los ejemplos, de los fenómenos. Descubrimiento maravilloso de la lógica. Preponderancia gradual de las fuerzas lógicas y limitación de lo que es posible saber. Reacción continua de las fuerzas artísticas y limitación a lo que es digno de saberse (juzgado según el efecto)». FP1,19 [102].
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