6 minute read
Nombrándonos en la censura
En Colombia contamos con colegas historietistas profesionales, colectivos de creación y paquitos de calidad reconocidos con premios; pero sentimos que aún nos falta mucho para discutir críticamente sobre la representación de lo publicado en estas recientes décadas. Esto nos lleva a preguntarnos por nuestro quehacer como colectivo: ¿Cómo hacemos historieta colombiana? ¿Qué posición tenemos como colectivo frente a esta discusión? En Colombia ya no existe la crítica a las artes como alguna vez lo fue (si es que lo fue), y todavía no existe la crítica del género de historieta. Sin embargo, tenemos los espacios. Existe la revista Blast en la que puede darse la crítica cuando empecemos a encontrar discusiones frente a opiniones contrarias de los temas que ahí se tratan. En Colombia, lo que tenemos son enunciados irrespetuosos y limitados a las redes sociales de internet. De esta manera, es difícil encontrar retroalimentación de otros historietistas. Por esta razón, decidimos crear un club de lectura donde invitamos a autoras con el objetivo de leernos y hermanarnos como lectoras y creadoras. Este espacio, cuyo registro está disponible en Youtube, nos llevó a nuevos conflictos e intentos de censura. Esto causó un distanciamiento que, como colectivo, redujo nuestra interlocución del proceso investigativo a unas pocas pero grandes historietistas, los colectivos, movimientos activistas y compañeras universitarias.
La investigación que sustenta este libro la hacemos desde los privilegios que nos da la formación universitaria, pero también como colaboradoras, como integrantes del colectivo. Aún con nuestro paso por la universidad, nos sentimos indisciplinadas y, por tanto, aficionadas al constante aprendizaje de una investigación que se hace sin certezas ni garantías. El colectivo inició en 2017 y desde entonces participamos como talleristas, investigadoras, dibujantes y diseñadoras en acuerdo con objetivos puntuales, particulares y acordados. Esto nos sitúa como aliadas que acompañan y fortalecen procesos organizativos. Nuestra pertenencia requiere demostraciones continuas de participación y disponibilidad para apoyar tareas. No sólo es trabajo conjunto, sino una colección de prácticas que son valoradas, generan expectativas y son evaluadas. Investigar desde el colectivo es también una apuesta por un acercamiento visual. Por esto, la investigación se articula en dos vías: en el seguimiento de los procesos tapados y en la formulación de propuestas creativas dirigidas a repintar, a señalar, a realizar acciones políticas efectivas para evitar nuevos tapamientos. Para evitar la censura proponemos pensar desde interrogantes y respuestas parciales. ¿Por qué estudiar la censura? El estudio de la censura carece de un interés actual porque en Colombia siempre tenemos mayores problemas. Pero reconociendo eso, nos seguimos preguntando: ¿Qué la valida? ¿La censura es la base del control? ¿Todos los estados la emplean? ¿Quién sabe claramente qué es? ¿Cómo podemos pensarla? El hecho de que no podamos nombrarla claramente, la flexibilidad de su semántica, es la base de su poder. Comúnmente no se habla de censura. ¿Por qué? Lo primero que se nos ocurrió fue decir que nos acostumbramos a ella, pero nos incomoda. La censura se respira cada día y asfixia como la ausencia de aire. Otra razón, es que nos disgusta pensar en ella, es agotador reconocerse como censurado y habitar en la autocensura. Aún así, de vez en vez, la palabra censura, es denunciada por las censuradas y, al mismo tiempo, se evita o niega por parte de las censoras. Pero esto no siempre fue así. En el pasado, las funcionarias no tenían problema en llamarse censoras, luego fueron reticentes a usarlo y ahora se rechaza la palabra públicamente. Sin embargo, la historia de la censura va más allá del uso y la genealogía de la categoría. Para el caso particular de este libro, la censura se puede leer más allá de su propia mención.
Advertisement
Si la censura es todo aquello que alguien considera que es censura tiene el problema de creer que el supuesto censurado siempre está en lo cierto. Como si existiera una realidad subyacente. Entonces un fenómeno, un día podría ser censura y al día siguiente no serlo, de acuerdo al ánimo de la censurada. Aún así, siempre lo que piensan las censuradas será nuestro punto de partida. Es su voz, el testimonio más preciso que dis- ponemos. ¿Quien mejor? Pues, precisamente las censuradas son quienes conocen con más proximidad lo que pasa, quizás no a la perfección, pero son las mejores situadas para opinar; en vez de la voz censora que suele ser siempre ajena al proceso creativo.
La censura, encarada en funcionarias, no solamente es ajena a los procesos sino que puede intervenir desde el amparo de las leyes. Las leyes también son un ejemplo de controlar desde el desconocimiento. Imaginémonos entonces a una funcionaria del estado que censure (sin llamarlo de esa manera), amparándose en regulaciones legales promulgadas desde un congreso. Estamos seguras que si fuera posible indagar en el origen de estas regulaciones, estarían asociadas a un lobby electoral que beneficie el control de la representación. La censura de esta manera es un efecto colateral de los proyectos gobiernistas. El neoliberalismo, por poner un ejemplo, no implicó una reducción de la censura, sino su estabilización y opacidad bajo distintas formas.
Si la representación es tan peligrosa que merece ser tapada, ¿donde están las contrarepresentaciones? Tapar es por sí una contrarepresentación y la antesala para la suplantación de la representación. Las acciones de censura, cuando obedecen a una agenda, están orientadas a una contrarepresentación. De esta manera, la lucha por la representación es una guerra desigual y sin reglas que muchos gobiernos evitan pelear, así que eligen la censura como prohibición de la representación.
Ahora cabe preguntarnos, ¿qué tiene de malo borrar un mural? Cuando se plantea esta pregunta de manera ingenua, al descartar el mensaje, se hace insignificante la relevancia de la pregunta. En la censura, la censurada es alguien a quien hacen creer que obró mal. De esta manera, la censura toma una forma punitiva al castigar las posibilidades de reivindicación de los colectivos y los movimientos sociales. Pero ¿Qué pasa cuando las censuradas no lo consideran así? De esta manera, las personas, los colectivos y los movimientos sociales nos dan indicios para pensar hacia unas acciones de contracensura más que una genealogía de censuras.
Veamos, por ejemplo, las acciones de contracensura. Desde el discurso político actual, contracensura, podría entenderse como anticontrol, es una palabra reivindicadora y necesaria para los movimientos sociales. Este uso de la palabra coloca a las que estamos en el otro espectro en una posición difícil. En nuestra posición como colectivo tenemos sesgos en nuestra investigación y discusiones, donde no encontramos algo positivo en la censura, por el contrario creemos que las consecuencias son nefastas tanto en mediano como a largo plazo. Incluso, tuvimos largas discusiones en cuanto a los supuestos beneficios de censuras particulares. Puede que, al oponernos a la censura, como en el caso de la censura a comunicaciones fascistas, podamos ser criticadas. Así mismo, para nosotras, validar un solo caso particular de censura implicaría abrir la puerta a la validación de más censuras. La mayoría de las personas están de acuerdo con restricciones y prohibiciones que, en una delgada línea, justifican las censuras. No todas las prohibiciones son censuras, pero las censuras siempre implican una proscripción. Pero este debate parte de premisas falsas, como cuando se afirma que no puede existir un estado sin control y la vivencia en Colombia nos enseñó que existen gobiernos sin estado y en descontrol. Hay una delgada línea donde el control se convierte en censura y una cercanía similar cuando la resistencia se confunde con contracensura.
La contracensura no es resistencia. La resistencia la entendemos como reactiva al poder y, por esta razón, se hace en la agenda que el gobierno impone. La censura, como prohibición, proviene de procesos históricos estratificados, es decir, que tiene una agenda, y como tal, la representación como forma de contracensura también debe tenerla. Al mismo tiempo nos alejamos del poder entendido como negatividad. En otras palabras, alejarnos del entendimiento de los sistemas de poder como simplemente productores de reglas y, en consecuencia, de prohibiciones. Si el poder no se define por su capacidad coercitiva de la prohibición, lo proscrito tiene cabida y desde ahí la contracensura en forma de correlato. Tomarnos en serio la censura implica ir más allá que señalar que esta ocurre y nos invita a reconstruir desde ese correlato. Entonces la censura debe tener un carácter positivo, cercano al poder y al estado; y la contracensura tiene un correlato en la insumisión. En palabras de Abélès y Badaró en Los encantos del poder: Desafíos de la antropología política: «la insumisión es el correlato del poder».
Pensar la contracensura debe hacerse con estrategias de acción colectiva y no desde la externalidad del estado. Es decir, en las materializaciones de organización y distribución del poder en distintas escalas y niveles de la vida política. La contracensura es una respuesta a las contradicciones de las sociedades. Si en la sociedad componemos al estado y somos censuradas, entonces, en la representación, el estado está en guerra consigo mismo cuando censura a la sociedad. La contracensura debe mantenerse alerta frente a las violencias potenciales y existentes. La contracensura debe intervenir en la mediación de los conflictos. La contracensura debe hacerse desde la creatividad. Tenemos que encontrar, desde la creatividad, la forma de narrar. Cuando narramos un acontecimiento lo hacemos en pretérito: la censura aconteció. Como si no tuviera un lugar en el presente donde la censura ocurre. Inclusive es un presente continuo porque la censura sigue ocurriendo. Como colectivo, la propuesta de este libro es contracensura. Una contracensura que duda y sostiene lo que no se puede. Que se conmueve cuando los relatos son acaparados, sujetados y fijados. Que imagina el pasado para contarlo nuevamente como ficción. Que cree en la ficción como medio para pensar mundos posibles y prepararse para habitarlos. Que desconfía de la historia promulgada desde los gobernantes que quieren construir relatos en mayúscula de «La Historia convertida en moraleja, en instructivo y en engaño» en palabras de Jesús Silva-Herzog Márquez.