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Una carta es una carta y es más

«… recién ahora, y estimulado por tu ejemplo, es que renuevo el género epistolar, en donde se puede encontrar, después de mi muerte, algo de lo mejor que he escrito». Andrés Caicedo, Carta a Miguel Marías, octubre de 1975. En medio de un mundo confinado se lanzó Correspondencia de Andres Caicedo y aún no se conoce la recepción que tiene en el público lector. Correspondencia fue publicada cuarenta y tres años después que Andrés Caicedo escribiera sus dos últimas cartas e, inmediatamente, provocara su muerte al ingerir una gran dosis de seconal. Una de las cartas aún estaba en el rodillo de la máquina de escribir.

Partiendo de la posibilidad de considerar censura todo aquello que así se nombre, decidimos incluir la obstaculización a la publicación del libro Correspondencia. Viendo el proceso editorial de la curaduría de contenidos, la cancelación de un contrato editorial para publicación y su publicación con otra editorial se pueden identificar los procesos que antes mencionamos como pintar, tapar y repintar. Pues, al final se dio una publicación que llegó a las librerías en dos tomos editados por Seix Barral y compilados por Luis Ospina y Sandro Romero. La publicación de las cartas invita a hacer varias preguntas que aunque no se pueden resolver en este texto, insinúan caminos de investigación. ¿Qué hay en el texto que pueda verse como una amenaza a los lectores? ¿Qué hay en las cartas que pueda vulnerar las certidumbres que se tienen del autor? ¿Por qué, al amenazar y vulnerar, adquiere su potencialidad de censurable y, eventualmente, ser censurado por sus hermanas?

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Inicialmente el libro Correspondencia iba a ser publicado en 2017 con la editorial Fondo de Cultura Económica. Los tomos contienen 198 cartas escritas entre 1970 y 1977, incluso se incluyen las dos últimas cartas que escribió antes de quitarse la vida. No son todas las cartas, son las que sobreviven, que como indicó su hermana Rosario, en una nota de prensa del periodico El País, publicada el 35 de octubre de 2020 «las que no se perdieron para volver a ser encontradas y después desaparecer misteriosamente». En ese desaparecimiento son evidentes las acciones que produce el ejercicio de tapar.

¿Hay algo más íntimo y desgarrador que las anotaciones que preveen el suicidio? pues eso ya se había publicado y no incomodó a las hermanas. Lo anterior, se convierte en una invitación a pensar en la distinción entre lo censurable y lo censurado. Más allá de una mirada semiótica que se preocupe por la semántica de las cartas, y lo que las interpretaciones de ellas pueden hacerse frente a la imagen construida de Andrés Caicedo y su familia, vale la pena pensar la relación existente entre la creación de una carta, reservar una copia de la correspondencia enviada, que luego es sometida a una curaduría de contenidos, editada y compilada en un libro, que, a su vez, es negociado con las beneficiarias de los derechos de copia.

Las cartas entonces pueden ser pensadas en las posibles lecturas que construyan la distinción entre censurable-censurado. De esta manera, se regresa a las cartas prohibidas para pensar en dónde se encuentra su capacidad de ofensa, de agraviar, y contrastarlas con aquellas cartas inocuas y permitidas para su publicación. Precisamente es su hermana Rosario quien habla libremente de la censura. Rosario explica esta censura en la relación que sostuvo Andrés con su familia. Una familia, empezando por su propio padre, que censuró el ejercicio creativo. El padre sólo amó la obra creativa de su hijo después del suicidio. Es el padre quien tiene el propósito de publicar una obra póstuma.

Aquí viene una definición de censura que resulta temporalmente útil y que es propuesta por Monserrat Algarabel en el texto El poder de la mirada: análisis comparado de películas censuradas y censurables, cuando la define como «la imposición de lo normal y, por ende, como la prohibición de la alteridad». Es una definición sencilla pero al mismo tiempo problemática porque se sustenta en dos categorías difusas como son lo normal y la alteridad, además de que parte una oposición binaria. Sin embargo, esta definición se separa de otras oposiciones dicotómicas como lo propio y lo impropio o lo estable contra lo subversivo. Lo normal entendido en cuanto a la norma puede mostrar como las cartas prohibidas se convierten en una transgresión a esa norma al mostrar al otro distinto, a un Andrés alterno, que inevitable termina en parte censurado, mientras que aquellas cartas que, por ejemplo, fueron publicadas con anterioridad, tienen una enseñanza normalizadora de la imposición.

Es fácil descartar contenidos obscenos o posibles riesgos en los contenidos a las cartas. Mencionamos lo anterior, porque muchos procesos creativos, como el cine, se justifican de esta manera para censurar. Para que exista la censura, debe estar implícita una relación de dominación, una capacidad para censurar. La proscripción en este caso crea una relación donde la mayoría de las herederas pueden decidir frente a algunas cartas que fueron dadas a otros. En el pasado, también cambiaron dedicatorias de libros como El atravesado. A través de una comunicación publicada en Arcadia, las herederas señalaron: «Aquí no ha habido ninguna censura, lo que hubo fue una selección del material del autor.»

Esta decisión arbitraria sobre el discurso de las cartas proscritas son producto de las lecturas que las hermanas hacen de ellas. Lo anterior nos lleva a pensar en el momento de lectura, donde surgen las distinciones entre lo que se puede decir y lo indecible. Esta distinción, al mismo tiempo, muestra la parcialidad de quien toma la decisión, a la vez que es justificada y niega la evidente arbitrariedad de la censura. Allí está el ‘Caliquédirán’ que hace que una persona llame a su ciudad ‘Calicalabozo’.

La justificación tiene de particular que no permite la enunciación de la censura ni en sentido negativo. La justificación oculta la salvaguardia legítima de la moral en la futilidad de la publicación. La moralidad o la inmoralidad no son esgrimidas como argumentos, tampoco ningún carácter subversivo, todo lo contrario, las cartas vistas por las hermanas Caicedo son descritas como insignificantes. La decisión de no publicar las cartas en el año 2017 fue explicada por las herederas señalando que carecen de un interés literario pues las cartas fueron escritas sólo para ser leídas por el destinatario. En palabras de las herederas:

«Al revisar el índice, vimos que se incluían varias cartas que, a nuestro criterio, no aportan a la obra literaria de Andrés, ya que son cartas de la esfera privada. Por esta razón no estuvimos de acuerdo con que se publicaran como parte de Correspondencia.» (Comunicación de Pilar y Maria Victoria Caicedo publicada en revista Semana el 28 de octubre de 2017).

A pesar de no contar con obra publicada en vida, actualmente Andrés Caicedo es un autor respetado y reconocido como un artista genio, polifacético y grafómano. La respetabilidad ha inducido a la Alcaldía de Cali a crear el Concurso de cuentos para jóvenes Andrés Caicedo. La censura se argumenta con una idea fija que a su vez permite la estabilidad de la imagen de Andrés Caicedo y, por ende, de la familia que le permitió ser quien fue. Esta estabilidad podría ser entendida como una forma encubierta de dominación que tiene como objetivo la regulación de los discursos y de la misma imagen de Caicedo, así como la inclusión y exclusión de las narrativas que se han tejido de la ciudad de Santiago de Cali. La comunicación siempre tendrá su otra cara en la censura. Mientras los medios cobraban fuerza, así mismo la censura crecía a la par. La iglesia, el mercado, los gobiernos, han jugado roles preponderantes en el ejercicio de la comunicación y la censura. La censura parece muchas veces caprichosa por su variabilidad, pero es totalmente coherente con las luchas por el poder entre intereses en conflicto. De la iglesia pasaron a los tribunales y de ahí se insertó en lo más cotidiano de nuestras vidas. La homosexualidad fue algo que debía ser censurado al interior de las familias. El ocultamiento de la homosexualidad no es ajeno a las herederas de los escritores, tal como se intentó el ocultamiento en García Lorca.

«Yo también tuve un periodo homosexual, Hernando, tuve un romance con Guillermito Lemos cuando ya me parecía que empezaba a detestar definitivamente a las mujeres, pero llegó Patricia y se acabó todo» (Carta a Hernando Guerrero, Bogotá, junio 22 de 1976).

En el ejercicio de publicar, la censura se explica en el Caliquédirán. Todo comienza con El cuento de mi vida editado por María Elvira Bonilla y publicado por la editorial Norma donde surge incomodidad por como se refiere Caicedo a personas y situaciones. Dos años más tarde, con la compilación realizada por Alberto Fu- guet de Mi cuerpo es una celda publicado también por Norma donde María Victoria y Pilar Caicedo excluyeron por su contenido homosexual, «y eso no lo permitiremos bajo ningún punto de vista. La familia se tiene que proteger ante todo» como mayoría, opuesta a Rosario, la carta enviada a Jaime Manrique.

«Acepté sin decepción tu presencia. Me angustian en un principio la timidez mutua. (...) Por eso accedí a la chatarrera en la alcaldía, ya está hecho, conversaremos, trabajaremos juntos. Cuando vino lo otro, cuando por primera vez (si no lo crees se me da un cubito) accedí a ser acariciado, accedí accedí»

El anterior párrafo, a muchos ojos, no tiene nada de particular, ni siquiera que sea una comunicación entre dos hombres. Pero para Andrés, la preocupación está en la confusión sobre el trabajo y los sentimientos atravesadas por el género.

«La leve competencia intelectual masculina se transmutó (¿o no?), y para mi caso (¡o no? Estoy muy confundido) en la normal pasividad femenina? Es decir, aunque tampoco lo explique claro: ¿pasar a ser tu objeto amado no me convertiría en espectador de tu trabajo y nada más que eso?» (Andrés Caicedo, Cali, 24 de marzo de 1975).

Si consideramos el miedo y la ofensa como dos detonantes de la censura, podemos rastrear las amenazas como acciones de censura. No estamos hablando de la sexualidad vista como obscenidad o un atentado a la moral pública, sino de las primeras censuras que se convirtieron en políticas: La traición a lo que promulga el estado.

«Mierda, no le estoy sacando copia a esta carta. En fin, no importa.Algún día que nos veamos me la muestras, o si no, ya tú la ofrecerás a quienes deseen publicar un volumen de mis cartas, después de mi muerte, ja, ja. Ahora la deseo más que nunca, Jaimito, pero tómalo con humor». (Andrés Caicedo, carta a Jaime Manrique Ardila. Sin fecha).

No es hasta la disolución de la Sociedad familiar Caitela SAS, cuando en 2018, se empieza a pensar en la publicación completa. Una publicación que exista como le dio existencia su autor. Un Andrés Caicedo completo que habita sus cartas con una orientación que no puede enseñarse ni cambiarse, que no es ni buena ni mala, ni peor ni mejor. Es tiempo de salir del Calicalabozo que representa un peligro para la libertad.

Ilustrador y artista dedicado al concept art y a la gráfica editorial. Es coautor de los libros En busca de la memoria perdida (2021), Relatos huérfanos (2020) y Ciudad perdida (2019).

Cartógrafo, etnohistoriador y coleccionista de historietas. Es coautor de los libros En busca de la memoria perdida (2021), Relatos huérfanos (2020), Confinados (2020), Ciudad perdida (2019) y Cielo rojo (2017).

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