Como sino, pudo ser de otro modo, de francisco lopez

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qwertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwertyui opasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfgh jklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvb nmqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwer Título del escrito: ¿Cómo sino, pudo ser de otro modo Tipo de escrito: Relato Corto tyuiopasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopas Nombre: Francisco López Seudónimo: Fisquero dfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzx Edad: 64 años Nacionalidad: Español Publicado en: LeerLibrosOnline.es cvbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmq wertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwertyuio pasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghj klzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvbn mqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwerty uiopasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdf ghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzxc vbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmrty uiopasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdf ghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzxc


¿COMÓ SINO, PUDO SER DE OTRO MODO?


El señor Ignacio se levantó de su silla, se dirigió al baño y procedió parsimoniosamente a peinarse los exiguos cabellos que todavía conservaba; luego pasó al vestíbulo y tras colocarse una holgada chaqueta se dirigió al ascensor que le condujo hasta el soportal de la calle. Una vez allí, hubo de esquivar a un nutrido grupo de fumadores, que ejerciendo su derecho a inhalar y esparcir volutas de humo, ocupaban toda la porción de acera que se hallaba frente a la puerta del Bar ubicado en los bajos del edificio. Entonces cruzó la calle principal atestada de tráfico en hora punta, y muy poco faltó para no ser arrollado por varios vehículos. Así, indiferente y temerario, y sin siquiera percatarse de todo cuanto entorno a él sucedía, el señor Ignacio arribó al Parque Central, buscó un banco, se sentó, y allí se quedó.

Toda esta peripecia vital que suele formar parte en la rutina diaria de un amplio porcentaje de señores jubilados, no habría tenido nada de extraordinaria aquel día para el señor Ignacio, de no haber sido por el hecho incuestionable y reconocido, de que éste padeciera una enfermedad neurodegenerativa, la cual desde hacía ya varias años le mantenía sujeto a una silla de ruedas en estado de profunda tetraplejia, y que a consecuencia de la misma, le fuera imposible tanto el poder caminar, como el comunicarse mediante el habla. Cuando su esposa, la señora Gertrudis, advirtió la ausencia de su marido – del cual cuidaba a jornada completa las veinticuatro horas del día-, su primera reacción fue la de buscarle por toda la casa, para una vez convencida de que el señor Ignacio había desaparecido, dar rienda suelta a su alterada imaginación. “¿Pero qué habrá sido de este hombre? ¿Me lo habrán secuestrado para comerciar con sus órganos? Pero no, esto no puede ser otra cosa que la respuesta a mis plegarias al apóstol San Judas Mateo. ¡Sí, esto tiene que ser un milagro del santo patrón de los desesperados!”


Se hallaba la señora Gertrudis completamente perpleja y enfrascada en sus peregrinas conjeturas, acerca de aquella insólita situación, cuando sonó el timbre de la puerta.

Al abrir se encontró en el descansillo de la escalera a varios vecinos que acompañaban a dos voluntarios de la Cruz Roja, estos portaban unas parihuelas en las cuales transportaban el cuerpo del señor Ignacio.

Uno de los vecinos relató a la señora como había encontrado a su marido sentado en un banco en la Plaza Central, tenía la mirada perdida, y al preguntarle si había sido acompañado hasta allí por alguien, no consiguió que emitiese ni una sola palabra.

El caso fue motivo de acaloradas discusiones en el barrio y en todo el pueblo, llegando a trascender a nivel nacional, mediante un programa especial emitido por una televisión local.

Las reacciones en los diversos estamentos de la opinión pública no se hicieron esperar, así, los primeros en poner el grito en el cielo fueron algunas ONGs que vieron en el señor Ignacio la oportunidad de conminar la conciencia de la sociedad, al hacer visibles y sonoros a todos aquellos que como él estaban impedidos y dependían de la solidaridad y apoyo de los demás.

Ello dio lugar a que destacados e insignes especialistas en enfermedades neurológicas y degenerativas, se interesasen por el extraño fenómeno acaecido en aquel lugar.


También acudieron como moscas a un panal de miel; curanderos, santeros, astrólogos, alquimistas y una larga lista de herméticos y agoreros sibilinos, dispuestos a “hacer su agosto” con el que se dio en llamar “el Misterio del señor Ignacio” Siendo las ciencias ocultas, como su nombre ya lo indica “ocultas”, y aunque mucho

hablaron

del

asunto,

nada

en

concreto

aportaron

aquellos

embaucadores, que pudiese arrojar alguna luz sobre lo sucedido aquel día al señor Ignacio.

En lo referente a ser atribuido al milagro, opción a la cual se aferrada fervientemente la señora Gertrudis. Los altos estamentos de la curia religiosa se limitaron a observar el desarrollo de los acontecimientos y a guardar un prudente silencio.

No así, los eminentes galenos. Estos tras someter a un exhaustivo estudio aquella excepcional anomalía, empleando aparatos tecnológicos de última generación; tuvieron buen cuidado en ocultar su desconcierto y fracaso al respecto de aquella singular rareza.

Desconocimiento que enmascararon con una explicación académica plagada de expresiones ininteligibles, las cuales expusieron en los siguientes términos: “ – El paciente sujeto a estudio, sufrió una reacción inconsciente motivada por la regresión parasimpática impulsada por la empatía subconsciente de su memoria, lo cual le generó un espontáneo destello, creando un vago

y

temporal recuerdo, al cual reaccionaron en cadena todos sus sistemas psicociclomotores.”


Cuando los familiares y amigos preguntaban a la señora Gertrudis acerca de los resultados de las pruebas realizadas por los especialistas, ésta se limitaba a traducir la jerga jeroglífica del argot médico, conforme al código dictado por la sencillez de su rudimentaria y mística fe.

- Mi marido fue iluminado por un vago resplandor que le hizo recordar y devolverle temporalmente al hombre que un día habitó en él

-Y concluía

añadiendo-. ¡Gracias a la intervención del apóstol San Judas Mateo, santo patrón de los desesperados! ¿Cómo sino, pudo ser de otro modo? Lo que nunca contó la buena señora – pues jamás, ni ella misma tuvo consciencia de ello- era el error que accidentalmente cometió el día en que sucedió el fenómeno, el milagro, la iluminación o como quiera que se le quisiese llamar.

Aquel día, después de haber ayudado a su marido a tomar el desayuno, la señora Gertrudis procedió, tal y como de forma rutinaria hacía todas las mañanas, ha administrarle la medicina que habitualmente debía tomar el señor Ignacio para su enfermedad. Pero por azares que sólo el destino conoce, confundió equivocadamente el frasquito que contenía la medicina. En su lugar le administró unas gotitas de un elixir contenido en un frasco – de tamaño y apariencia, muy similar al que contenía la auténtica medicina-, el cual

encerraba una

mágica

panacea cuya origen

y composición se

remontaba a muchos milenios atrás, y que fue trasladado desde el lejano Egipto por un familiar estudioso de la arqueología, y los misteriosos secretos celosamente guardados en oscuros subterráneos e inaccesibles templos, por


los sacerdotes de Amón, Dios supremo del Antiguo Egipto, y de Ra el poderoso Dios del Sol.

El susodicho pariente pasó gran parte de su vida buscando quimeras y fantasiosas leyendas, que hablaban de simbólicos y esotéricos métodos, capaces de guiar a quien los poseyera hasta la anhelada y eternamente buscada, juventud perpetua y prolongación de la vida a través de la Piedra Filosofal.

Tras largos años en el país de los faraones, a su regreso se instaló en casa de su único familiar vivo, y que no era otra que la señora Gertrudis; causando el asombro y la admiración, de todos cuantos contemplaron los maravillosos objetos extraídos de las tumbas faraónicas y que trajo consigo.

Entre ellos habían amuletos con bajo relieves grabados en oro, figuras talladas en madera, cuya función estaba destinada a albergar el alma de los difuntos hasta su regreso del más allá, extrañas vasijas rematadas por cabezas humanas y de animales; papiros en los que se apreciaban combinaciones de dibujos y símbolos cuyo significado era incomprensible. También había otros muchos diversos utensilios y artefactos, entre los que se hallaba el citado frasquito, cuyo enigmático contenido tenía el poder de rejuvenecer los tejidos.

Pero sobre todo, lo que más extrañeza causó en aquellos que habían conocido a aquel moderno hijo pródigo, siendo un joven veinte añero fogoso e impulsivo, era el comprobar que después de haber transcurridos más de cincuenta años, el paso del tiempo no había dejado huella alguna en él.


Después de una corta estancia, desapareció de forma repentina -aunque hay quién todo lo sabe y conoce y, que afirma que fue secuestrado por una agencia patrocinadora de deportistas de élite, la cual poseía información privilegiada acerca de la obtención por parte del arqueólogo del secreto de la eterna juventud y sus efectos vigorizantes-, dejando a la señora Gertrudis en pago de su alojamiento y hospitalidad, todo aquello que había acopiado en sus viajes y hasta allí había trasladado.

Y llegados a este punto de la narración, tú amable lector podrás ya juzgar y sacar tus propias conclusiones respecto a tan extraño y extraordinario suceso ocurrido aquel día al señor Ignacio. Aunque lo más probable y seguro, es que empleando el interrogante razonamiento argüido por la señora Gertrudis, te digas a ti mismo: “¿Cómo sino, pudo ser de otro modo?”


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