El sugestivo e irresistible encanto de la corrupción, de francisco lopez

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qwertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwertyui opasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfgh jklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvb nmqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwer Título del escrito: El Sugestivo e Irresistible Encanto de la Corrupción tyuiopasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopas Tipo de escrito: Novela Corta Nombre: Francisco López Edad: 64 años dfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzx Nacionalidad: Español Publicado en: LeerLibrosOnline.es cvbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmq wertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwertyuio pasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghj klzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvbn mqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwerty uiopasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdf ghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzxc vbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmrty uiopasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdf ghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzxc


EL SUGESTIVO E IRRESISTIBLE ENCANTO DE LA CORRUPCIÓN

Francisco López (Fisquero)

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Contenido Una inesperada invitación ............................................................................................ 3 Sueños Premonitorios ................................................................................................... 9 El viaje astral del Chamán ......................................................................................... 15 Vislumbrando el laberinto .......................................................................................... 22 En el corazón de la ignominia .................................................................................... 27 Cotillo Mirón detective e investigador ....................................................................... 37 -EPILOGO-.................................................................................................................... 51 Nota del autor ............................................................................................................... 52

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I Una inesperada invitación Abrí la puerta de mi apartamento y me abalance en su interior deseoso de hallar allí el final de aquel horrible lunes, a lo largo del cual, y arrastrando las secuelas de una tremenda resaca consecuencia de

un desenfrenado fin de

semana, habían pasado ante mí varios juicios como si de un mal sueño se tratasen, y los cuales sinceramente no sabría explicar, como conseguí que el veredicto hubiese sido favorable a mis clientes.

Apenas me había dejado caer en el sofá, y sin darme tiempo a acomodarme, sonó estrepitosos e impertinente el teléfono.

Pensé que sería Mónica, se había dejado olvidados en la mesita de noche unos pendientes, según ella muy valiosos, regalo de su actual marido.

-Sí, dígame -contesté de mala gana, tras descolgar el auricular

- ¡Hola! ¿Habló con Abelardo Espín? -preguntó una voz gangosa, al otro lado de la línea.

-Sí, soy yo mismo, ¿Quién llama?

Tras un breve silencio seguido de un ligero carraspeo, el sujeto se identificó, y con voz lánguida, expuso el motivo de su llamada.

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- Buenas tardes Abelardo, soy Doroteo Kruser, no sé si me recordaras, estudiemos juntos en la Facultad de Derecho… - la voz se entrecortó unos instantes, como concediéndome una pausa para recordar, y a continuación, sin darme tiempo ni siquiera a asimilar aquello que me decía me comunicó el motivo de su llamada- …Verás, quería…, tengo que comunicarte

una mala

noticia. Mario Clement, tu mejor amigo de la Universidad ha fallecido esta mañana ha consecuencia de un paro cardiaco. Pensé que podrías estar interesado en asistir a su funeral. De ser así, éste será mañana a las cinco y treinta de la tarde, y se celebrará en el tanatorio situado en la zona Sur de la ciudad.

Recibí el mensaje como un jarro de

agua fría, apenas sin darme tiempo a

articular palabra, al otro lado de la línea mi interlocutor colgó el teléfono, sin dar lugar a recuperarme de la impresión causada por tan inesperada noticia.

Recuerdos imborrables se agolparon en mi mente. Recordé el aspecto entre repelente y chocante de Doroteo, un obseso detallista, puritano del perfeccionismo, en los exámenes siempre obtenía las mejores notas; “rata de biblioteca” le llamábamos cariñosamente. Recodé con nostalgia al ahora difunto Mario, éste era un fenómeno del escaqueo y un auténtico figura para organizar juergas. Ya habían transcurrido diez años desde que abandonamos la Facultad. Después, y una vez acabada la carrera, solíamos reunirnos una vez al año, hasta que un día Mario decidió casarse. Insistió mucho para que asistiese a su boda, pero éste tipo de compromisos va en contra de mis principios.

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Ahora, tras la noticia de su muerte, me sentía un poco culpable al no haberle complacido acompañándolo en aquel duro trance para él, el de su boda. Lo cierto es que el día para el que fijó la ceremonia, yo tenía una cita ineludible en las islas Seychelles… con una chica muy dulce… ¿Cuál era su nombre? … ¡Ha! Ya recuerdo, Irene, ¡Qué chica aquella! Sí, definitivamente tenía que acompañar a Mario en aquel su último viaje. A la tarde del día siguiente. Allí estaba yo en el tanatorio, vistiendo un traje de negro riguroso e intentando averiguar la sala en la cual se hallaba el cuerpo del difunto Mario Climent; en recepción el mostrador estaba vacío y sin nadie que pudiese informarme, por lo que tuve que buscar por mi cuenta la ubicación del sepelio en las distintas salas en las cuales se velaban a los numerosos difuntos que aquel día se hallaban allí. Después de escudriñar en diferentes duelos intentado hallar alguna cara conocida, y cuando ya comenzaba a contagiarme del ambiente deprimente que había en aquel lugar, observé en el umbral de la puerta de una de las salas algo que me sobresaltó e inquietó: ¡Vi a mi amigo Mario! Éste se apoyaba con una mano en el marco de la puerta, mientras que con la otra mano me hacía gestos para que me acercase hasta él. El corazón se me aceleró y por mi mente cruzaron como un rayo varias ideas: “O Doroteo se había equivocado de muerto, o yo estaba viendo el espectro de mi

amigo

Mario que me llamaba desde el inframundo. O quizá lo peor de todo, o sea, que pudiese estar siendo objeto en mi persona

de una de aquellas pesadas

bromas a las cuales nos sometíamos frecuentemente en nuestra

época

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estudiantil, en las que intentábamos comprobar quién poseía para ello mayor atrevimiento e ingenio, y en las cuales siempre Mario nos superaba a todos.

Al acercarme y, antes de llegar hasta el lugar en donde creí ver a Mario, éste entró a la sala, al llegar yo allí le busqué con la mirada entre el nutrido grupo de persona que la

concurrían, no le vi a él, pero quedé deslumbrado al

contemplar a una bella mujer que en el centro de la estancia era objeto de atención por parte

de algunas de las personalidades más influyentes de la

ciudad, allí se encontraban el alcalde y gran parte de su equipo de gobierno, así como importantes hombres de negocios y algunos de los directores de los Bancos más relevantes e importantes, todos ellos vestían trajes grises clásicos, camisas con

gemelos, y oscuras corbatas, sus portes eran altivos y

prepotentes, pero con la bella mujer se mostraban muy solícitos y afectuosos. La mujer en cuestión tendría uno treinta años, lucía una larga cabellera rubia que

descansaba graciosamente sobre sus hombros y tenía unos preciosos

ojos azules que armonizaban con sus suaves y bien moldeadas facciones, un traje de dos piezas de negro riguroso marcaban su bonita y esbelta figura, la cual era realzada por unos zapatos negros de altísimos tacones de aguja. Ella era objeto de consideración de los allí presentes, y con gran elegancia y cortesía a todos atendía, se denotaba en sus ademanes que tenía mucho mundo y don de gentes. Extasiado con la contemplación de aquella elegante y hermosa mujer olvide por completo el lugar en el cual me encontraba. Un mano se posó sobre mi hombreo sacándome de mi ensimismamiento. -¡Hombre, Abelardo Espín, has venido!

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El rostro de bufón de Doroteo mostraba una sonrisa fuera de lugar. Le pregunté en tono iracundo por Mario, esperando me explicase en que consistía aquella extraña

charada, él por respuesta, y

sin que en ningún momento

desapareciese de su rostro su estúpida sonrisa, me condujo hasta una vitrina que se encontraba al final de la sala; allí, y a través de unos cristales se podía contemplar un féretro rodeado de flores y, en cuyo interior se encontraba el cuerpo amortajado de mi amigo Mario Climent. -Quién

lo iba a suponer, tan joven y con tan buena salud – añadió, sin

concederme un segundo para recuperarme de la confusión. Y a continuación, me condujo hasta el centro de la sala y me presentó a la rubia enlutada.

-Señora Clement, le presento a Abelardo Espín.

La

mujer me miró interesada y

me tendió su mano cuyo suave tacto me

produjo un agradable estremecimiento.

- Le acompaño sinceramente en el sentimiento señora Clement… …su marido era un buen amigo y un buen tipo -acerté a decir.

-Le quedo muy agradecida por su presencia aquí en estos momentos, Mario y aquí su socio Doroteo, me han hablado mucho de la amistad que les unía a ambos.

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Su voz era suave y sin acento -“es la mujer perfecta, pensé, ¿socios Mario y Doroteo?, no sabía nada al respecto, pero claro habían pasado muchos años sin contacto alguno”.

Nada comenté acerca de mi visión a la entrada al funeral, enterremos a Mario y al finalizar el duelo y, durante el refrigerio en el cual se sirvieron canapés y champagne, ya repuesto de mi turbación, me dirigí de nuevo a la bella viuda.

-Señora de nuevo le trasmito mis condolencias, si en alguna ocasión precisa, me

lo

tiene usted su disposición tanto en lo personal como en lo

profesional

- Elizabeth…,

Elizabeth es mi nombre. Puede llamarme así, y por favor, le

ruego que me tutee -El tono de su voz sonó muy intimo y próximo-. Y sí, deseo pedirle que me visite cuando le sea posible, Mario me aconsejó… más bien me advirtió, que si a él le ocurría alguna cosa, usted sería la persona idónea para consultarle algunos asuntos legales.

En aquel momento no fui capaz de percibir en sus palabras nada fuera de lo normal, tan sólo sé que me sentí muy halagado en mi vanidad, y no pude evitar -aún encontrándome en semejante lugar y situación- deleitarme pensando en lo placentero que sería obtener unos momentos de intimidad con aquella deliciosa criatura.

Fue quizá adivinando mis pensamientos, que Doroteo me hizo un pícaro

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guiñó, tras el cual, Elizabeth y él se introdujeron en un lujosos Rolls-Royce Phantom y se marcharon sin despedirse

II

Sueños Premonitorios Aquella tarde, como era habitual pasé por el club D´Rossi, Rita cantaba un blues cadenciosamente melancólico, el cual, y tras ingerir el segundo whisky, me indujo a analizar

mis años como abogado de oficio defendiendo a

camorristas, estafadores compararlos con

, carteristas

y prostitutas, y no pude evitar

la selecta y distinguida asistencia del duelo, y sí, he de

reconocer que sentí una molesta y sincera envidia de Doroteo al recordarlo subiendo a aquel lujoso coche en compañía de tan fascinante mujer.

-¡Hola mi amor! -me susurró Rita al acomodarse a mi lado en la barra- ¿Qué te pasa hoy? Te encuentro un poco decaído. 9


Rita era una mulata de muy buen ver, que daba un toque de distinción a aquel local, casi siempre tenía alguna deferencia hacía mí, pues se sentía muy agradecida al haberles evitado ha varios de sus primos el entrar en la cárcel por unos asuntos de venta ilegal y estancia en el país sin documentos.

-Hola Rita, tienes buen ojo; hoy he hecho balance de mi vida, y la verdad es que he quedado muy decepcionad con el resultado -le respondí lacónicamente-

-Mira mi vida, tú lo que necesitas es armonizar tu parte física con tu parte espiritual -e introduciéndome una pequeña tarjeta de visita en el bolsillo superior de la chaqueta, me indicó-, tienes que ir a ver a éste primo mío, es un auténtico chamán africano, seguro que tiene la solución a todos tus problemas Invité a Rita a lo que estaba tomando, yo bebí mi último trago, y me marché a mi apartamento deseando conseguir con un buen sueño desprenderme de las malas sensaciones que me habían deparado el día. Pero el sueño se convirtió en pesadilla, al aparecer en él mi amigo Mario, intentando a través de aquel estado onírico transmitirme algo que yo no alcanzaba ha comprender . “Ambos nos hallábamos en un lugar indeterminado que se encontraba sumido en una total oscuridad, tan sólo había dos puntos de luz que iluminaban nuestras figuras; en un momento dado, y a medida desplazarse, pude apreciar que

que Mario comenzó a

estábamos en una habitación en la cual los

muebles eran diminutos en comparación con el tamaño de un enorme cuadro

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que colgaba de una de las paredes, Mario insistía en que le ayudase a moverlo, yo le ayudaba, pero era muy pesado y se nos caía, al llegar al suelo, éste se descomponía poco a poco hasta desaparecer”.

Durante

una

semana

el mismo

sueño se repitió noche tras noche,

repercutiendo de forma evidente tanto en mi estado físico, como en mi rendimiento profesional. -Me ha impresionado lo recurrente de su alegato señor Espín -El juez Ruggero Panneta, que había presidido la vista, se dirigía a mí en tono paternalista; tras haberme convocado en su despacho-, pero vengo observando desde hace algunos días, una cierta apatía por su parte y una cierta dejadez que no le beneficia en nada a su carrera profesional ¿Qué le ocurre últimamente señor Espín?, Cierto es que debemos juzgar y defender a lo más “canalla” de la sociedad, pero nuestro deber es hacerlo bien y obrar con justicia. Intenté convencer al juez, el cual fue mi profesor en la Facultad,

de que mi

evidente incompetencia era debida a un estado de anemia y que ya estaba en tratamiento médico para recuperarme, le agradecí su interés y recomendación y le aseguré que no volvería a ocurrir.

Aquella misma tarde, fue precisamente Rita, mi amiga del club D´Rossi, la que me recordó la tarjeta que unos días atrás había depositado en mi chaqueta, tras referirle yo, entre Whisky y Whisky, mi repetitivo sueño y las secuelas que éste estaba provocando en mi comportamiento.

Leezah Appiah

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Maestro Chamán africano

Enfermedad, depresión, amor, dinero, mal de ojo, hechizos, trabajo, impotencia

Telef. 000111000 C/ Munbo Jumbo s/n – Polig. Oni de Ife

Atención 24 horas

Así rezaba la tarjetita que hallé en el bolsillo de la chaqueta de mi traje negro.

Nuca me caractericé por ser precisamente un buen creyente, siempre me mantuve al margen en lo referente a temas supersticiosos o sintiendo una distante indiferencia al respecto. Pero no estaba pasar una

religiosos, dispuesto a

noche más en compañía de mi amigo, sin entender aquello que

fuese lo que quisiese decirme a través del sueño. Así que me dirigí, ya entrada la noche, a una de las zonas de la ciudad

menos recomendables y más

peligrosas, sobre todo a aquellas horas de la noche, con la esperanza de que aquel tal Leezah, chamán africano, primo de mi amiga Rita, realizase el rito, el sortilegio, el exorcismo o aquello que fuese necesario para liberarme de aquella agobiante pesadilla.

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Ya era medianoche

cuando llegue al polígono denominado Oni de Ife, éste

consistía en una ingente extensión de terreno a las afueras de la ciudad, en el cual se habían levantado de forma caótica e irregular chabolas que carecían de los más elementales servicios y condiciones para vivir, y en las cuales mal vivían millares de seres humanos sin esperanza, y dejados de la mano de cualquier tipo de ayuda humana o divina.

Al llegar a límite donde comenzaba aquella parte de la ciudad, las calles se volvieron intransitables para el coche, al encontrarse éstas sin asfaltar y en un estado pésimo, por lo que tuve que aparcar el vehículo y proseguir caminando. Al adentrarme en aquel deprimido y laberíntico barrio, refugio de delincuentes y marginados, tuve la sensación de hallarme en alguno de esos lugares lejanos en los cuales cada día es una aventura para aquellos seres que los pueblan. El lugar se hallaba solitario, y tenebrosamente oscuro, algunas escasas farolas alumbraban con luz mortecina las basuras amontonadas en las aceras, junto a coches abandonados, algunos de ellos casi totalmente desguazados, por lo que podía deducirse que habían sido robados y dejados allí. De entre las sombras surgió una figura, se trataba de un hombre de color que por su aspecto parecía sufrir el síndrome de abstinencia propio de lo drogadictos cuando necesitan inyectarse. - ¡He, tú tronco! ¿Qué se te ha perdido por aquí? Si buscas algo en “el onife” refiriéndose al polígono-

aquí tienes al Obikane para proporcionártelo -me

espetó con voz vacilante y chulesca- Mujeres, hierba, armas… lo que quieras, y todo material de primera.

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-Mira chaval, si estoy aquí es por un buen motivo, y nada tiene que ver con lo que tú me estas ofreciendo -le respondí, intentando aparentar un aplomo que en realidad no tenía; detalle que el individuo intuyó

-Bueno tronco, no te pongas así. Mira vamos ha hacer una cosa - y al tiempo que hablaba introdujo su mano en uno de los bolsillos de su pantalón del cual extrajo

una

enorme

navaja, procediendo

parsimoniosamente

a

abrirla

mostrando su enorme hoja afilada y puntiaguda-, tú me das lo que lleves encima de valor, y yo a cambio te indico amablemente como puedes salir de aquí.

-“¿Qué hago yo aquí a estas horas de la noche en semejante atolladero?” – me pregunté para mis adentros

-Bueno, bueno, muchacho, no hay porque ponerse nervioso – dije,

intentando

ganar tiempo para pensar como salir airoso de aquella embarazosa situación. Estoy buscando a un amigo, ¿Quizá tú puedas indicarme el lugar donde me han dicho puedo encontrarle? Su nombre es Leezah Appiah .

Al escuchar pronunciar el nombre del chamán, se produjo un súbito cambio en el individuo que me amenazaba con una navaja.

- ¿El hechicero…? -balbuceo el sujeto -… ¿el hechicero es amigo tuyo? Pero… hombre… tronco, haberlo dicho antes -Más que sorpresa, en su tono de voz se intuía respecto… o más bien miedo.

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III

El viaje astral del Chamán

Tras haberme presentado como un amigo de Leezah Appiah, que intentaba hallarlo en aquel telúrico y oscuro lugar en plena noche, el individuo que apenas unos segundos antes me ofrecía droga y prostitutas, y tenía intención de robarme a punta de navaja, se ofreció solícitamente a acompañarme hasta el lugar señalado en la tarjeta de visita, y una vez nos hallemos a escasos metros

de la cochambrosa chabola donde residía el hechicero -como mi

improvisado guía le llamaba-, mi acompañante desapareció, no sin antes implorarme repetidas veces:

-¡Por favor! ¡Por favor tío! Te lo pido por favor, no le digas nada de lo ocurrido al hechicero, si le hablas de mi, te lo pido por favor, dile que me he portado bien contigo.

En el tono de voz de aquel individuo pude percibir un enorme terror, era como si temiese a algo de lo cual no cabía en modo alguno, esperar perdón, ni clemencia alguna.

Me sentí como si hubiese cruzado el Aqueronte, al tiempo que desaparecía mi improvisado Caronte, y fue en ese preciso instante cuando escuche el sonido de unos timbales, que procedentes de la chabola, parecían decirme con su

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repetitivo tam-tam, “Adelánte-adelánte”. Atraído

por el estereotipado sonido

traspasé el umbral de la sórdida casucha, cuya entrada carecía de puerta. Recorrí un estrecho y oscuro pasillo guiado por el constante tam-tam, el cual y a medida que yo avanzaba, sonaba más cercano e intenso, al tiempo que aumentaba su ritmo; al fondo del pasillo pude percibir un gran resplandor que poco a poco fue iluminando el túnel, hasta que éste desembocó en un gran patio, y allí pude ver un espectáculo dantesco que me helo la sangre en las venas

En torno a una gran fogata danzaban un grupo de unos diez hombres de raza negra los cuales parecían estar bajo la influencia de algún alucinógeno, sus cuerpos estaban totalmente desnudos y sudorosos, y se contorsionaban endiabladamente al ritmo frenético del tam-tam de los timbales que un hombre, también de color, tocaba sentado tras ellos; y sobresaliendo en aquella atmósfera irreal, un individuo alto de unos cincuentas años, y vestido de una túnica negra, aparecía como maestro de ceremonias de aquel ritual animista, su rostro estaba rasgado por varias cicatrices que le cruzaban las mejillas, y en sus ojos se reflejaban las llamas de la fogata, dando la impresión de que sus órbitas lanzaban fuego.

De pronto y a una leve señal del hombre de las cicatrices en el rostro, los timbales cesaron bruscamente, al tiempo que los jóvenes desnudos que danzaban se desplomaban al suelo y de sus cuerpos salía una neblina o vapor que se elevaba y tomando diversas formas, se desvanecían súbitamente en la profunda negrura de la oscura noche.

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Aquello ya fue más del lo que mi mente podía asimilar y soportar, así que instintivamente retrocedí con intención de salir corriendo de aquel lugar, pero al girarme tropecé con un gigante de piel de ébano que sujetándome por el torso apenas si me permitía respirar, al tiempo que me espetaba unas palabras en un idioma o dialecto que me era totalmente desconocido.

El hombre de la tunica negra y mejillas escarificadas alzo su mano derecha e instantáneamente el gigante que me sujetaba y parecía que iba a aplastarme, me soltó; ya cuando pude recobrar la respiración intenté presentarme.

-¿Es usted Leezah Appiah…? -conseguí balbucear- Mi nombre es Abelardo Espín, y me envía Rita del club D´Rossi.

-Sé quien eres, y lo que aquí has venido a buscar -me respondió en tono solemne y altivo. Y a continuación con un gesto imperativo me invitó a que le siguiese.

Fui conducido a una especie de habitación en cuyas paredes construidas con cartones, latón y madera, colgaban diversos amuletos y máscaras africanas que podrían haber dado al lugar un aspecto todavía más siniestro, si ello hubiese sido posible. El chamán me indicó

que me acomodase en cuclillas frente a una pequeña

mesita de ébano y, tras coger una bolsita de cuero de una repisa, se postró frente a mí.

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-¿Eres creyente?

-Soy escéptico – respondí

-No lo creó, sólo aquellos que tienen fe son dignos de recibir señales extrasensoriales a través de los sueños esotéricos. Y, ¿Cómo sabe usted que yo he tenido esas señales en forma de sueños? ¿Acaso le ha contado algo Rita? -Me atreví a inquirir, cada vez más impresionado por las preguntas tan directas de aquel hombre, el cual de nada me conocía

-Tú has venido a mí en busca de mi mediación, para que a través de ella te comunique con el espíritu que te persigue y cuyo mensaje no consigues interpretar ¿Es así?

-Sí, así es pero… -Mi anfitrión no me permitió seguir exponiendo mis dudas.

- Bien, pues limítate ha escuchar todo aquello que el espíritu transmita a través de los huesos y de mí voz.

Dicho esto lanzó sobre la mesita unos pequeños huesos que contenía la bolsa de cuero. Cuatro huesos salieron de la bolsa golpeando la mesa, y quedando esparcidos en ella.

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El chamán los observó, y en su impasible rostro pude apreciar un gesto de contrariedad durante unos instantes.

-Hummm...… ¡Vaya…! Efectivamente si tienes problemas.

-¡Qué es lo que ha visto? -pregunté ansioso.

-Ése es precisamente el problema, que no veo nada, los huesos no me dicen nada -respondió al tiempo que pasaba sus largas y huesudas manos sobre la mesa como si intentará disipar un invisible bruma.

- Dame tus manos, entorna tus ojos y déjate llevar -me ordenó tras una breve vacilación.

Yo no atreviéndome a contradecirle, obedecí.

La primera sensación fue de una profunda paz al sentir el contacto de sus manos con las mías, para a continuación percibir que una parte de mí se separaba de mi cuerpo y era transportada a velocidades infinitas, entonces de forma instantánea me vi de nuevo en aquella habitación que aparecía en el sueño, allí estaba Mario, y una vez más se repitió la escena en la que intentamos descolgar el gran cuadro, hasta que éste caía y se descomponía; luego tuve la sensación de

que la parte de mi ser que había salido de mi

cuerpo regresaba de nuevo a él, y desperté

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El chamán se hallaba ante mí y en

su rostro, aún siguiendo mostrándose

inexpresivo, pude ver una sombra de ligera satisfacción.

-Lo que has experimentado ha sido un viaje astral en el cual

yo te he

acompañado, sin que tú lo hayas advertido -procedió a informarme, como si de un diagnóstico médico se tratase-, lo que tu amigo intenta decirte es que te ha dejado en alguna parte un mensaje muy importante; pero al mismo tiempo te está advirtiendo de que el contenido de ese mensaje te puede acarrear muchos problemas e incluso peligros.

-¿Un mensaje? ¿Qué tipo de mensaje? ¿Dónde puedo encontrarlo? -Las preguntas se me agolparon, sin poder evitarlo.

- Para averiguarlo tendrás que dejar que tu instinto te guíe, yo por mi parte tan sólo me queda decirte que el peligro te ha de llegar de aquellos que menos sospechas, el resto es cosa tuya -Sentenció el chamán, añadiendo- Si mi mediación te ha sido satisfactoria, espero lo trasmitas a tus conocidos, un poco de publicidad siempre viene bien. ¡Ah! Pero de la iniciación que has presenciado a tu llegada, ¡te lo advierto, ni una palabra a nadie!

Tras esta última advertencia, y rechazando cobrar nada por tratarse de un amigo de su prima, hizo una señal al gigante que casi me aplasta media hora antes, éste me acompañó hasta llegar donde había dejado mi coche, y con

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más dudas que certezas me marche de allí. Pero eso sí, sea como fuere, aquella noche dormí como un bendito y Mario no apareció en mis sueños.

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IV

Vislumbrando el laberinto Aquella mañana al salir del Palacio de Justicia tan sólo llevaba en mi mente la forma en que podría averiguar que era aquel mensaje al que se había referido el chamán, y dónde podría buscar para hallarlo

Acababa de perder un juicio, pero en aquella ocasión no hubo amonestación por parte del juez Ruggero, ni yo sentí ningún remordimiento por ello. El individuo al que se juzgaba era el gerente de una Casino, y estaba acusado de maltratar a una empleada; las pruebas y evidencias presentadas por el fiscal fueron contundentes e irrefutables, se trataba de las marcas en el cuerpo de la víctima, producidas por los cigarrillos que apagaba el acusado, al utilizarla como cenicero, y existía la agravante de ser la perjudicada una menor de edad

Unos metros antes de llegar a mi coche vi venir hacía mí a la jueza Pinita Airesaltos, aceleré el paso intentado subir al vehículo antes de que nos encontrásemos frente a frente, pero a pesar de que lo conseguí, no pude evitar que me abordase.

- Buenas tardes, señor Espín, ¿Tiene usted prisa, o es que acaso intenta esquivarme? -Me dijo con su característica y acostumbrada sorna

- Señoría, que sorpresa, me alegro de verla -respondí lacónicamente

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Pinita Airesaltos, una vieja conocida de la

Facultad, había obtenido la

licenciatura de Derecho un par de años antes que yo, y accedido por turno restringido a

la plaza

de juez, de un modo un tanto irregular y a través de

ciertos oscuros contactos con altos estamentos de la Magistratura, más el apoyo de una pequeña facción de un grupo político mayoritario, del cual Pinita deseaba escindirse para formar su propio partido político, y a cuya nueva formación contribuía fervientemente, e intentaba por todos los medios captarme para su causa

-¿Parece que ya va siendo hora de cambiar de coche? -insistió la jueza con intención y premeditación- Si usted quisiera señor Espín, podría conducir el último modelo de la marca que le apeteciese -y acercándose a la ventanilla del coche, me susurró reservadamente- Tan sólo tendría que apoyar un poquito nuestra noble causa.

-Ya hemos hablado

sobre este tema muchas

veces señora Pinita, y me

opinión no ha cambiado en absoluto, no me interesa para nada la política

-Por cierto señor Espín, conocí casualmente la noticia del fallecimiento de Mario Clement, ¿tengo entendido que eran ustedes buenos amigos en la Facultad? -En el tono de su voz se percibía que aquella arpía no estaba dispuesta a perder la más mínima oportunidad de conseguir su objetivo. -Debería usted tomar ejemplo de la trayectoria profesional de su amigo. ¿Sabía usted que la esposa del señor Clemente, fue secretaria personal del secretario general de nuestro partido?

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Un luz se encendió en mi mente al escuchar esto último, así que pensé que quizá fuese interesante invitar a la señora juez a unas copas y sonsacarle alguna información, antes de despedirme de ella.

Escogimos un discreto rincón en la cafetería del Palacio de Justicia, aquel era el único lugar de los juzgados en el cual funcionaba el aire acondicionado, a pesar de tratarse de un edificio de reciente construcción

Pinita lucía un estrechísimo vestido de tubo en

color fucsia, lo cual

inevitablemente, le obligaba al sentarse a dejar al descubierto sus torneadas piernas y gran parte de su espléndida anatomía, bien trabajada y lograda en muchas horas de gimnasios de lujo.

Entusiasmada ante mi fingido interés acerca de lo que ella enfáticamente llamaba su “causa”, Pinita fue mostrándome las excelencias de los proyectos y expectativas que tenía para mí.

Que si: “mire usted señor Espín, la política es como una gran empresa, y ya sabemos que el objetivo final de una empresa no es otro que el de ganar dinero” Que si: “señor Espín,

estando en política muchos y diversos son los

conductos mediante los cuales nos puede llegar el dinero, el cual podemos manejar a nuestro antojo”

- ¿Y los ideales? ¿Qué pasa con lo ideales? -Me atreví a preguntar.

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-¿Los ideales…? ¡Jajá jajá…! -río ella divertida, a mi costa-. ¿Acaso cree usted que si pensase que posee ese defecto, le habría sugerido unirse a nosotros? No señor Espín, los méritos y habilidades que usted posee no son precisamente los ideales, si no, más bien su carencia absoluta de ellos, carencia que sustituye con una evidente… llamémosle

frivolidad y falta de

escrúpulos. Estoy convencida de que lo único que usted necesita es fomentar un poco sus aspiraciones y ambición.

-“Voluble y frívolo, en ocasiones

sí soy; pero Pinita te equivocas de todas,

todas, de hombre, yo no soy el que buscas” Pensé para mi mismo

Pero fue en ese momento cuando consideré oportuno indagar acerca de Mario.

-¿Eran esa “virtudes” las que poseía Mario Clement?

-¡Por supuesto querido! Hay tiene un buen ejemplo, un abogado mediocre, se casa, con la que según se cuenta era la amante de su jefe, el secretario general de un gran partido político, y en pocos años traslada su domicilio en un modesto apartamento de los suburbios, a una mansión situada en la zona residencial de Montebajo, y

se convierte en un potentado cuya riqueza nadie

sabe calcular, ni señalar su exacta procedencia. ¡Política, amigo mío, el secreto está en la política!

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Tras señalarme la jueza cual sería mi cometido dentro del organigrama del partido, y lo bien que encajaría en

la Secretaria de

Comunicaciones; me

excusé alegando que tenía una cita importante, y me despedí, pensando para mi fuero interno si en el argot de aquella maquinadora tendrían cabida o sentido las palabras “concusión, prevaricación, o decencia”

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V

En el corazón de la ignominia

Ya la tarde había decaído para dejar paso a la penumbra de la noche, cuando llegue a mi apartamento; en

la cabeza me bullían

mil conjeturas e ideas

acerca de todo aquello que la jueza me había contado e insinuado acerca de la relación de Elizabeth con el secretario general del partido y el

rápido

enriquecimiento de Mario

Así que decidí buscar en la guía telefónica el número de Doroteo con la intención de averiguar algo acerca de las circunstancias que rodearon la muerte de

Mario, y al tiempo complacer mi curiosidad sobre cómo habían

conseguido rodearse de aquel selecto círculo de riqueza y poder, pues tenía la certeza de que todo ello estaba relacionado con mis oníricas pesadillas.

Marqué repetidas veces el número en el cual aparecía su nombre, pero siempre comunicaba y no permitía la posibilidad de dejar algún mensaje en el contestador automático.

Entonces vino a mi memoria la invitación de Elizabeth, la bella viuda; así que me personé sin previó aviso en su domicilio, con intención de presentar como pretexto el ofrecerle mis servicios profesionales, por los cuales ella misma me había mostrado su interés.

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La vivienda se hallaba en una zona residencial y

no me fue muy difícil

encontrarla; para mi sorpresa resultó ser un caserón rehabilitado y convertido en un chalet de tres plantas, instalado en el interior de una enorme parcela colmada de abundantes y frondosos árboles y un bien cuidado jardín, protegidos del exterior por

una verja artísticamente labrada. Cuando llegue

comenzaba a anochecer y el tiempo amenazaba tormenta.

La puerta que daba acceso a la finca estaba abierta y parecía invitar a entrar, enfile el morro de mi Seat 1430 Sport por una muy bien conservada senda que finalizaba en la mansión y cuya entrada estaba flanqueada a ambos lados por sendas columnas.

Lamé a la puerta golpeando con el martillo de una enorme aldaba antigua, que imitaba la cabeza de un león y cuyas fauces lo

sujetaban. Breves instantes

después abrió la puerta la misma Elizabeth, ésta me recibió lanzándose a mis brazos, estaba inquieta y nerviosa. Se la veía desolada y desvalida, llevaba puesto una especie de chaqueta kimono negra y floreada de estar por casa, sus cabellos dorados le caían

desenfadadamente sobre los hombros,

contrastando con el negro de la bata y con el blanco porcelana de su piel, calzaba una zapatillas rojas de suela plana, y ya no parecía tan alta y segura de si misma como cuando la conocí en el duelo.

- Me acaban de comunicar que… Doroteo ha muerto… - Me dijo entre sollozos con voz entrecortado - Lo han encontrado en su casa… tenía el cuello partido.

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Tras unos segundos de inevitable sorpresa, intenté tranquilizarla preguntándole quién le había comunicado la noticia, y si era posible que se tratase de un error.

-La policía, ha sido la policía quién me lo ha comunicado – Elizabeth parecía recuperar su estado de ánimo a medida que me relataba lo sucedido-. Un sargento y un inspector del cuerpo han estado aquí hace

unos instantes,

después de comunicarme la muerte de Doroteo me han hecho muchas preguntas acerca de la relación que había entre él y mi marido, pues según han insinuado existen indicios de

que en ambos casos

podría tratarse de

homicidio. Pero por si no fuese suficiente, hay algo que me tiene muy inquieta, y es que después de marcharse los agentes, la servidumbre ha desaparecido.

-¿Cómo? ¿Qué quieres decir con que la servidumbre ha desaparecido?

-

Pregunté extrañado.

-Una vez se marcharon los agentes, la cocinera salió precipitadamente llevando con ella su maleta, llamé al mayordomo para preguntarle que pasaba, pero éste había desaparecido, entonces intenté contactar con el chofer, pero tampoco dio señales de vida.

-¿Has intentado recurrir a alguno de los importantes amigos que asistieron al funeral de Mario? -insistí yo.

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- Sí. Lo he hecho, pero algunos no me contestan al teléfono, y otros se escudan para no atenderme excusándose en los más anodinos pretextosElizabeth esbozó una mueca de preocupación y añadió- Y lo que más me aterroriza es que tengo la sensación de que están vigilando la casa.

¡Quién puede estar vigilando la casa y porqué crees que

habrían de estar

haciéndolo! -exclamé

-Bueno, es una larga historia –Un mueca de aparente vergüenza se marco en el rostro de la muchacha, al tiempo que parecía insinuar que deseaba confesar aquello que la tenía tan intranquila y perturbada.

-

En el funeral recuerdo

que dijiste que Mario te había indicado que

recurrieses a mí, en el caso de que a él le ocurriese algo. Pues bien aquí estoy, ya puedes comenzar a contarme esa historia, soy todo oídos -La invité yo, impaciente por conocer que estaba pasando allí. Entonces Elizabeth cayó en la cuenta que toda aquella conversación la habíamos mantenido en el hall, se disculpó, y me rogó que pasásemos a una salita de cuyas paredes colgaban innumerables cuadros con fotos de diversos lugares del planeta; una lámpara de pie

que se halla junto a una librería

empotrada en un ángulo de la estancia, iluminaba tenuemente dos sofás, a cuyos pies reposaba una acogedora alfombra de aspecto persa, una mesita sobre la que habían varias revistas y libros contenía en su parte inferior varias botellas de licores.

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Me ofreció una copa, le acepte acompañarle a tomar un Whisky, y comenzó a relatarme una relación de hechos, sucesos e intrigas, que habían concluido en la situación en que nos hallábamos. -Cuando conocí a Mario, trabajaba como secretaria de Amador Swill, que por aquel entonces desempeñaba el cargo de secretario general del

partido, y

además ocupaba la subsecretaria de Iniciativa y Proyectos. Fue en una visita que Mario hizo al despacho de Amador, para asesorar a éste acerca de cómo afrontar

unas

denuncias

por

comencemos ha relacionarnos, y

malversación

de

fondos

públicos,

que

tras una fugaz y ardiente relación, nos

enamoramos y contrajimos matrimonio.

Elizabeth sorbió un poco de whisky de su vaso, suspiró y continuó su relato.

-La relación entre Mario y Amador era puramente profesional… y por supuesto confidencial, dada la naturaleza totalmente ilegal de la misma. Lo que comenzó siendo un

asesoramiento por parte de Mario, acabó convirtiéndose en una

activa participación. Amador utilizaba su cargo para desviar dinero en su propio interés, dinero que Mario se encargaba de todas las forma posibles, de invertir y evadir a otros países considerado paraísos fiscales. Durante un tiempo todo funcionó a las mil maravillas, Amador aprovechando su cargo y los contactos que eran inherentes al mismo, se apoderaba de todo el dinero que llegaba a sus manos, procedente de diversos medios y conductos, y Mario realizaba las operaciones de blanqueo y se encargaba de depositarlo en lugares seguros. Todo fue bien hasta que apareció Doroteo.

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-Perdona que te interrumpa -No pude evitar el impulso, dado que consideraba a Doroteo una de las piezas clave del puzzle, en el cual se había convertido todo aquel asunto- con Doroteo, pues hasta lo que yo conozco,

ambos eran

totalmente incompatibles.

-Había una cosa en la cual sí eran compatibles, era la codicia y el ansía de dinero -respondió ella de forma tajante.

- Doroteo apareció cuando la trama de Amador Swill sufrió un serio revés, al ser éste

llamado a declarar como presunto implicado en un asunto de

prevaricación en la recalificación de unos terrenos. Conociendo el emporio económico que Mario manejaba, y sabiendo que estaba en un momento delicado, Doroteo le ofreció la posibilidad de seguir utilizando el entramado que tan bien le había funcionado, pero esta vez sirviéndose de él para blanquear dinero procedente de mafias internacionales.

- ¡No me lo puedo creer! -estallé yo, incrédulo-.Me estás diciendo que ambos se involucraron con el hampa, para blanquear dinero procedente de la delincuencia.

-Así es -Asintió ella-. Y eso fue lo que nos arrastró a la perdición. Mario y Doroteo en su avidez sin limites de riqueza, se fueron inmiscuyendo cada vez más en aquel mundo oscuro y delictivo, el cual les venía demasiado grande a ambos; con el tiempo las operaciones fueron

de mayor

envergadura,

aparecieron bandas mafiosas competidoras, también surgieron chantajistas, y

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entre unos y otros, se crearon muchos enemigos que deseaban bien captarles para que trabajasen para ellos, bien exigirles dinero por su silencio, o bien hacerles a un lado para ocupar el lugar que ellos tenían.

-¿Y qué ocurrió entonces? -No pude evitar preguntar impaciente por conocer el desenlace.

-Un día Doroteo se presentó en casa sin avisar, Mario y él se encerraron en el despacho del primer piso, y mantuvieron una fuerte discusión, de la cual pude escuchar

algunas frases sueltas, dijeron algo así : “ Saben que escondes

documentos que les pueden comprometer” decía Doroteo; “ no entiendo cómo han podido saberlo, pero tenía que asegurarme, por si un día decidían prescindir de mí” respondía Mario; “no pensaste que ese seguro tuyo podría ponernos a ambos en peligro” le reprendía Doroteo

Elizabeth meditó unos instantes, y tras un pequeño suspiro concluyó

-Una semana más tarde Mario apareció muerto en su coche, la autopsia reveló que había

fallecido tras sufrir una parada cardiaca. Y ahora esta muerte de

Doroteo; me he quedado sola, sin amigos y amenazada por algo que desconozco -las lágrimas resbalaron por sus mejillas-. ¡No sé que va ha ser de mí, esto es una pesadilla!

Yo trataba de recopilar y engarzar

algunas de las cosas que me había

contado, así asocié despacho con documentos y estos a su vez con la causa

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que me había llevado hasta allí, o sea el sueño en el cual Mario me quería transmitir algo, según el chamán.

Tras intentar calmarla e insistirle repetidas veces que no estaba sola, que allí estaba yo a su lado, le comenté mi extraño e insistente sueño y le describí el cuadro que en él aparecía, con la intención de averiguar si había en la casa algún cuadro de esas características. Ella me escuchó un tanto ausente, y con el mismo ánimo me indicó que le acompañase hasta una estancia situada en el primer piso que estaba habilitada como despacho, y que era en la cual Mario y Doroteo tuvieron la discusión que ella me había narrado.

Subimos al piso superior y me condujo hasta el lugar. Éste no poseía ventana alguna y además de despacho estaba habilitado como biblioteca, su paredes las cubrían cantidades enormes de libros ordenados en estantes, tan sólo un espacio quedaba libre de ellos, y en ese espacio se hallaba un enorme cuadro que enmarcaba un espléndido óleo, en él aparecía el busto de Elizabeth, ésta aparecía bellísima con una expresión en su rostro entre ingenua y pícara, un mechón de sus cabellos de oro

le cubría ligeramente la sien derecha –Me

recordó a Verónica Lake, una malograda actriz de los años 40. El marco de aquel cuadro era desmesuradamente grueso. Intentando dar un significado a mis sueños busqué algún resorte en él, y tras no poco trabajo, conseguí hallar una junta en unos de sus extremos, ejerciendo palanca en ella logre

que girase por medio de unas bisagras a las cuales estaba unido,

entonces comprobé que toda la moldura del contorno del cuadro era hueca, y

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en su interior contenía gran cantidad de dinero en billetes de varios países, también había varias cuentas numeradas con dinero depositado en Suiza y Luxemburgo. Pero lo más impactante fue el contenido de un sobre en el cual aparecía una larga lista de nombres de personas muy importantes, algunos de ellos reconocidos delincuentes internacionales, que se hallaban muy por encima del círculo al cual suponíamos se limitaban los contactos de Mario y Doroteo, junto a cada nombre aparecía una relación de sus actividades fraudulentas, con toda serie de detalles, cantidades

y fechas, así como los

porcentajes y beneficios que obtenían Mario y Doroteo,

por actuar como

consejeros y testaferros de las operaciones, y haciendo en muchas ocasiones las veces de pantalla y tapadera

Allí había todo tipo de corrupción y perversión, en aquella lista no faltaba ningún estamento social, ni institución pública, pasando por la escala de mando y recorriendo todo el escalafón. La magnitud de aquellos documentos era como una bomba de relojería la cual podía estallarle a cualquiera que la tuviese en sus manos. Quizá Mario supuso que escondiendo aquellos documentos, podría asegurarse el control de los individuos que allí aparecían, irónicamente era muy probable que la posesión de los mismos fuera lo que acabó con su vida y la de Doroteo.

Elizabeth

y yo nos miramos a los ojos comprendiendo el peligro real que

corríamos ahora que ya sabíamos toda la verdad. Mario desde donde quiera que se encontrase discernió que yo podría ser la única posibilidad fiable de que su esposa pudiese sobrevivir al legado envenenado que tenía en sus manos.

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Allí había dinero en efectivo suficiente para comenzar una nueva vida en cualquier lugar… si es que se lograba sobrevivir.

Mañana enviaría estos documentos al juez Ruggero, la única persona que todavía me inspiraba confianza, dada su demostrada honradez; después desapareceríamos Elizabeth y yo. El mundo es muy grande. ¡Y qué diantre, ya iba siendo hora de sentar cabeza!

Todo ello pensé y propuse a Elizabeth, en los ojos de ella pude ver que aceptaba de buen grado la salida que le ofrecía; entonces le pregunté acerca de que había de cierto en cuanto a que había sido amante de Amador Swill, el secretario general del partido.

-Todos tenemos un pasado, pero ahora lo que importa es el futuro, ¿no lo crees tú así? -Respondió ella poniendo su mano sobre mi hombro y acercando insinuante sus labios a los míos, al tiempo que con su mirada ardiente me ofrecía aquello que tanto yo ansiaba desde el primer momento que la vi.

Escuchemos a lo lejos el retumbar de los truenos producidos por la tormenta cada vez más próxima, en la oscuridad del exterior centellaban amenazantes los relámpagos, y en aquel caserón dos almas extraviadas se abrazaban olvidando lo que mañana les habría de deparar el destino.

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VI Cotillo Mirón detective e investigador

Al caer la noche la tormenta descargó sobre la ciudad sacudiéndola

sin

piedad, Elizabeth y yo nos estremecíamos al sentir el contacto de nuestros cuerpos desnudos, dejándonos arrastrar por la pasión.

El placer y la pasión nos envolvió embriagando nuestros sentidos, luego caí en una brumosa somnolencia y: “Me hallé flotando en compañía de mis dos difuntos amigos Mario y Doroteo, éste último me miraba con picardía a la vez que me sonreía socarronamente como si me felicitase por mi última conquista y mi apasionada noche con Elizabeth. Él y

Mario me guiaban por una

concurrida calle, al llegar a un edificio me señalaban un enorme rótulo anunciador situado en la fachada, en él podía leerse en unas letras que brillaban con luz de neón:

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COTILLO MIRÓN DETECTIVE E INVESTIGADOR PRIVADO

El sentir la presencia de mis compañeros de estudio me hizo añorar mi época de universitario, intente hablar con ellos, indagar el porque de todo aquel sucio asunto que tan caro habían pagado, nada conseguí que me comunicasen, y de pronto desperté.

Me encontré confuso y desnudo en una cama y una habitación extraña, transcurridos unos segundos en los cuales permanecí desorientado, fue la fragancia del perfume que impregnaba la atmósfera, y que había quedado en las sabanas emanado del cuerpo de Elizabeth, lo que consiguió devolverme a la realidad. Ella no se encontraba allí, me vestí y baje a la planta baja pensando hallarla preparando el desayuno, pero la casa estaba patas arriba con todos los muebles desvalijados, Elizabeth no estaba, la llamé y busqué por toda la casa pero no la encontré, había desaparecido. Instintivamente fui hasta donde dejemos los documentos descubiertos en el marco, estos también se habían esfumado.

Por mi mente cruzaron varias hipótesis de aquello que podía haber sucedido “Imaginé a Elizabeth siendo raptada por unos gángsters a punta de pistola, mientra ella les rogaba por mi vida”

“Pensé en llamar a la policía, pero no me sedujo la idea, dado el grado de implicación de Elizabeth en todo aquel asunto”

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“También rondo por mi cabeza la posibilidad de que Elizabeth me hubiese utilizado para hallar aquellos comprometedores documentos y aquella fortuna, y una vez conseguido su propósito, pasó un buen rato conmigo y luego se largó”. Pero ésta ultima conjetura la descarté rápidamente, lo que aquella noche experimentemos aquella mujer y yo, me había hecho sentir algo que jamás en toda mi azarosa y dilata vida sentimental me había sucedido -creó que es esa sensación, a la que suelen llamar

“amor”-, y ella por su parte transmitía la

sensación de sentirse igualmente complacida. No, no podía haberme abandonado, deseché aquel pensamiento rápidamente de mi mente.

Consulté mi reloj de pulsera, marcaba las nueve y treinta, busqué en la guía telefónica, en el apartado del directorio dedicado a detectives encontré el nombre de Cotillo Mirón, investigar privado; nervioso y poco seguro de lo que estaba haciendo, marqué el número que allí aparecía

-Buenos días, agencia de detectives Cotillo Mirón, nuestro lema, eficacia y discreción siempre a su disposición; al aparato su secretaria.

Una voz de mujer con marcado acento del sur sonó al otro lado del aparato, confirmándome que el personaje al cual en el sueño me habían señalado mis amigos, existía realmente

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-Buenos días señorita, necesito hablar urgentemente con el señor Mirón, se trata de un asunto muy delicado en el cual puede estar en juego la vida de una persona.

-Tranquilícese señor, ha llamado usted al lugar indicado. El señor Mirón se encuentra en este momento muy ocupado, dígame su nombre

y número de

teléfono y en cuanto nos sea posible nos pondremos en contacto con usted.

Aquello era el colmo de mi paciencia, le estaba hablando de una persona en peligro de muerte, y aquella chupa tintas pretendía ponerme en una lista de espera.

-¡Señorita escúcheme atentamente! Mi nombre es Abelardo Espín, y el cariz del asunto por el cual deseo consultar a su jefe, es de una urgencia tal que no puede esperar.

- ¡Señor Espín, que casualidad! Precisamente ahora mismo iba yo a llamarle, es imprescindible que se pase usted por el despacho del señor Mirón lo antes posible, mi jefe tiene que tratar con usted un asunto relacionado con la muerte del señor Mario Clement. ¿Podría usted pasarse por aquí esta misma mañana?

-¡Voy para allá inmediatamente!

-Escuché mis palabras cómo si fuesen

pronunciadas por otra persona, mi mente estaba ofuscada y me preguntaba: ¿cómo conocían en aquella agencia de detectives mi nombre? ¿Qué era lo que

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allí

tenían que comunicarme respecto a la muerte de Mario? ¿Podrían allí

averiguar el paradero de Elizabeth? Una ducha rápida, un café, y un par de horas más tarde aparcaba mi coche junto al número de la calle indicada en la guía telefónica, se trataba de un edificio dedicado a oficinas; en la fachada un rotulo señalaba con letras bien visibles el nombre de Cotillo Mirón - Detective e Investigador Privado.

Un ascensor algo mohoso y con aspecto de montacargas me llevó hasta la tercera planta, allí busqué en un largo pasillo hasta encontrar una puerta en cuya parte superior acristalada podía leerse: -DETECTIVEINVESTIGACION CIVIL Y CRIMINAL Pasé sin llamar. Apenas cruzar el umbral una joven, en cuyo acento sureño reconocí a aquella con quién apenas unas horas había hablado por teléfono, me recibió con muy buena disposición.

-¡Buenos días! ¿El señor Espín supongo? -Para a continuación soltarme una verborrea de la cual tan sólo entendí que las dos últimas semanas la oficina había permanecido cerrada por vacaciones, y que al reanudar su labor habían tenido conocimiento del trágico fallecimiento de Mario Clement, por lo que me rogaba les disculpase por no haber contactado antes conmigo.

-¿Porqué razón habían de ponerse en contacto conmigo? Pregunté intrigado.

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-Los detalles se los expondrá el señor Mirón -Y a continuación me anunció e invitó a pasar al despacho

privado del detective. Éste era un cuchitril de

pequeñas dimensiones amueblado austeramente con una mesa, tres sillas, y un archivador empotrado en la pared. Cotillo Mirón presidía la mesa, era éste un hombre de unos cincuenta años cuyo rostro

estaba marcado por las

arrugas, y cuyos ojos de profunda mirada hacían intuir una vida azarosa, en el transcurso de la cual habrían tenido que presenciar muchas cosas.

Su recibimiento fue muy efusivo.

-¡Señor Espín. Bienvenido!

Me alegro mucho de conocerle, aunque lamento

que las circunstancias sean debidas a la muerte de su amigo

Tras disculparse por no poder levantarse a estrecharme la mano, dado que sus piernas tullidas le obligaban a permanecer sentado en una silla de ruedas, preguntó amablemente

-¿Le importa que fume?

-No, claro que no -Respondí impaciente

El detective prendió fuego con gran parsimonia a una enorme pipa y, después de unas cuantas caladas, la estancia se vio enrarecida y envuelta en nubes de humo que olían dulzonamente.

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-Bien joven, ceo que ha llegado el momento de que nos ocupemos de este peliagudo asunto.

-¡Pero yo tengo que decirle…! Bueno… tengo que contarle… ¡Una persona ha desaparecido! -Exploté ya desesperado.

-Bueno, bueno, tranquilícese señor Espín, cada cosa a su debido tiempo.

No me tranquilicé, pero decidí escuchar haber a dónde conducía todo aquello

-Hace tres meses recibí la visita del abogado urbanístico Mario Clemente comenzó el detective-, éste me

expuso sus temores referentes a que unos

mafiosos pretendían chantajearlo y temía que pudiesen atentar contra su vida; me encargó que investigase el entorno que le rodeaba y que le aconsejase sobre que precauciones debiera tomar para protegerse. Y me entregó un sobre lacrado, para en el caso de que él sufriera algún percance o desgracia, le fuese entregado en mano al abogado Abelardo Espín, o sea a usted.

-¿Porqué razón no entregó toda esta documentación a un notario, que es lo habitual en estos casos? - Le interrogué yo

- Un hombre muy testarudo su amigo Mario, yo intenté convencerle para que así lo hiciese, pero no lo hizo porque su amigo no confiaba en nadie y, porque la agencia de detectives Cotillo Mirón posee una reputación a prueba de corruptos y de corrupciones- Contestó presto, y un tanto ufano, el detective.

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Al tiempo que pronunciaba estas últimas palabras, el abrió uno de los cajones de su mesa de despacho y sacando de él un grueso sobre, hizo ademán de ir a entregármelo… reteniéndolo en el momento que intente recogerlo.

-Señor Espín, antes de entregarle este sobre me gustaría que me permitiese hacerle algunas preguntas.

-¿Acerca de qué? -pregunte yo con desconfianza.

-¿Tenía usted conocimiento de la clase de negocios en los que estaba metido su amigo Mario?

-No, de hecho hacía unos dos años que no teníamos contacto alguno.

--No conocía usted a algunas de las personas con las que su amigo realizaba ciertas…, llamémosles transacciones comerciales -Insistió el detective.

No, ya le he dicho que últimamente Mario y yo no teníamos relación alguna. Oiga que es lo que pretende. Acaso quiere hacerme un interrogatorio -Exploté ya cansado de tanto preámbulo.

Fue entonces cuando una pequeña puerta disimulada que comunicaba con la habitación contigua se abrió, y surgió de ella un individuo de unos cuarenta años, vestía una americana sport a cuadros grises y negros con parches en los

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codos, su cabello y grueso bigote tenían un gris plomizo, y su mirada era penetrante e inquisidora.

-Le presento al inspector Especio Gutiérrez, antes de sufrir el percance que me dejó incapacitado, fue mi ayudante, entonces era yo el inspector Mirón del CNC (Centro Nacional de Conocimientos) -me informó el ahora detective Mirón-. Cuando indagué el asunto que su amigo me encargó, descubrí un entramado el cual se hundía en un submundo de codicia, hipocresía, corrupción y delincuencia de grandes proporciones. Dada la magnitud del asunto y el poder de los implicados, recurrí al inspector Gutiérrez de la DAIF (Departamento de Asuntos Internos Federales); éste me confesó que ya estaban algún tiempo ocupándose de unos extraños movimientos de capitales, así como de algunos miembros del Departamento de

Policía de la metrópoli

sobre los cuales

recaían fundadas sospechas, los cuales estaban siendo vigilados. Unimos la información que ambos poseíamos, atemos cabos y descubrimos una red internacional de blanqueo de capitales que actuaba en conexión y connivencia con altos cargos de la política corruptos, los cuales se apoyaban en sus subordinados para realizar las operaciones y, cuyo punto de unión de todos mafiosos, políticos, e instituciones, eran su amigo Mario Clement y su socio Doroteo Kruser, cuyos manejos eran protegidos y amparados tantos por sus patrocinadores en el poder, como por las autoridades policiales corruptas. Hecha la presentación, el detective Mirón invitó al inspector Gutiérrez

-Su turno inspector.

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Éste intervino con voz grave: -Señor Espín tenemos la sospecha de que el sobre que su amigo Mario Clement encargó se le entregase a usted, caso de que a él le sucediese alguna desgracia, posiblemente contenga detalles que pueda revelar quienes fueron sus asesinos y conduzcan a la detención de los mismos, como también es muy probable que aporten las pruebas necesarias para poder desenmascarar toda la trama de corrupción que se oculta tras todo este asunto Ha de saber usted que la ética y el secreto profesional son lo que han impedido que el detective Mirón entregase a la justicia, a la cual yo represento, el sobre destinado a usted.

-El inspector hizo una pausa, me miró fijamente y me dijo con firmeza-. Señor, necesitamos que nos permita utilizar el contenido de ese sobre, sólo así podremos obtener las pruebas que permitan actuar a la ley para acabar con esa lacra que amenaza a nuestra sociedad.

Habiendo escuchado al detective y al inspector, considere que lo más conveniente era contarles toda mi historia, incluidos mis sueños, los cuales me habían llevado a casa de Elizabet la noche anterior haciendo el descubrimiento de todo aquello que se hallaba en el interior del cuadro -Por supuesto omití aquellos detalles en los cuales un caballero no debe tener memoria-. Y teniendo en cuenta las circunstancias, les ofrecí aceptar aquello que me pedían, poniendo por mi parte dos condiciones:

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-Señores, estoy dispuesto

a colaborar, pero a cambio ustedes habrán de

localizar el paradero de Elizabeth, y ésta deberá quedar al margen y libre de toda implicación en este asunto.

El detective y el inspector se miraron entre si y sonrieron maliciosamente, fue Gutiérrez el que me respondió.

-Verá señor abogado, yo en su lugar no me preocuparía por esa mujer. Desde que su marido Mario falleció hemos estado vigilando sus movimientos; en el relato que usted nos ha hecho ha comentado que la casa estaba vigilada, pues sí, lo estaba por elementos de la policía corrupta que persiguen los mismos documentos que nosotros, pero que a ellos los podrían llevar a prisión. Pero también nosotros vigilábamos la casa y a los policías corruptos, pues tenemos hombres honestos infiltrados entre ellos. Pues bien unas de las personas que ha visitado muy asiduamente a la viuda en los últimos días ha sido Amador Swill… de hecho nunca dejó de visitarla… incluso en vida de Mario, tenemos pruebas de que ambos eran amantes, y si mi experiencia y mi olfato no me engañan, creó que la señora Elizabeth y Amador Swill nos la han jugado a todos, y en estos momentos se encuentren viajando en algún avión rumbo a un lugar desconocido. Yo intenté protestar, pero de mi boca abierta por la sorpresa no salió ni una sola palabra.

- También sospechamos que al morir Mario, su amigo Doroteo y Elizabeth pensaron en usted como posible conocedor del paradero de los documentos

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que a tantos individuos y estamentos comprometían, y los cuales ellos necesitaban urgentemente, pues les iba la vida en ello, como demostró

la

muerte de Doroteo; no estaban muy equivocados al pensar en usted como el guía que habría de llevarles hasta el lugar donde se hallaban dichos papeles comprometedores. Ahora los documentos que usted halló en la casa de Mario, les habrán servido a Elizabeth y a Amador

para comprar su pasaporte -

Prosiguió el inspector mostrándome la cruda realidad-. Cuando usted se presentó en

la casa de la viuda, ésta y su amante Amador Swill, habían

despedido a la servidumbre, y se disponían a intentar escapar, amparados en la oscuridad de la noche, de la vigilancia policial y de las garras de mafiosos y poderosos que les exigían los documentos que les implicaban, y que en esos momentos no tenían;

por una casualidad su presencia hizo que los planes

cambiaran al encontrar los documentos comprometedores, los cuales habrán entregado a aquellos que les amenazaban si no se les entregaban. Ahora todo ese material que implica a todos aquellos que cometieron todo tipo de delitos, a buen seguro se hallaran en manos de alguna de esas organizaciones mafiosas criminales, que muy posiblemente asesinaron a Mario y Doroteo, al primero por temor a que les traicionase, al segundo por no revelar donde se hallaban los documentos que podían incriminarles a ellos.

-Con esta información en su poder se sentirán seguros -afirmó el inspector seguro de si mismo-, y pretenderán chantajear y extorsionar a todos aquellos que en ellos aparezcan;

pero con lo que no cuentan, ni los mafiosos, ni Elizabeth, ni

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Amador, es que la última jugada la hizo Mario, al depositar en esta agencia toda la documentación, que con su consentimiento, pasará a manos de la policía federal y, eso si va ser un buen chasco para todos ellos, pues van ha pagar por los delitos que han cometido.

El inspector Gütierrez y el detective Mirón rieron al unísono, al tiempo que el primero concluía:

- Supongo que Mario Clement se estará también

partiendo de risa en el

infierno, pues nosotros podemos garantizarle la inmunidad de Elizabeth, pero puedo asegurarle que no transcurrirá mucho tiempo, para que tanto los grupos mafiosos, como los corruptos poderosos a los cuales nos vamos ha enfrentar, conozcan la existencia de los documentos que obran en nuestro poder y que les incriminan. Y amigo mío,

tenga la completa seguridad que entonces

buscaran a la pareja de amantes allá donde quieran que se encuentren para pedirles que les rindan cuentas.

Yo no reía, pues me sentía profundamente decepcionado y muy herido en mi amor propio por el engaño de Elizabeth.

En algún lugar del edificio alguien tocaba un saxofón, llegando hasta nosotros las

improvisadas notas de un jazz en clave de Swig, que hacían recordar

oscuras historias de la época dorada del hampa.

49


Al salir del despacho del detective, encontré las calles mojadas, una fina lluvia caía sobre el asfalto; tropecé con un transeúnte, éste portaba una pancarta en la cual podía leerse: “¡NO A LAS EXPROPIACIONES!”, le seguían una multitud de personas las cuales a su vez portaban sendas pancartas en las cuales podían leerse diferentes

mensajes,

“¡JUSTICIA!”,

“¡SANIDAD!”,

“¡DEPENDENCIA!”,

¡EDUCACIÓN!” “ESTADO DE BIENESTAR”

Todos

ellos

reivindicando

derechos

vulnerados

e

infringidos,

como

consecuencia de los manejos, antojos y abuso de la confianza que el pueblo había depositado en aquellos individuos

cuya codicia, posición y falta de

escrúpulos les había permitido esquilmar y apropiarse indebidamente de los recursos necesarios para atender a todos aquellos derechos sociales que ahora se hallaban desamparados.

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-EPILOGOUn mes más tarde me hallaba mostrándole mi billete en asiento de turista a una simpática azafata de ojos verdes; emprendía vuelo en el Boeing 505 de la compañía aérea Vueling Airlines rumbo a un recóndito país perdido en una región de África Central.

-Existen indicios fiables de que ambos, Elizabeth y Amador, se encuentren allí Me dijo el detective Mirón en forma absolutamente confidencial.

En mis pensamientos tan sólo tenía cabida el dar con Elizabeth antes que lo hiciesen los mafiosos y corruptos. Si eso ocurriese, hay una parte de mí que clama venganza por mi amor propio despechado. Pero otra parte de mi ser, cuyos sentimientos escapaban a mi control, temía que desfallece si de nuevo me encontraba ante el fascinante hechizo de la hermosura de Elizabeth. Pero todo ello, ocurra lo que ocurra, ya será otra historia, que quizá algún día decida relatar.

51


Nota del autor Si algún lector se sintiese aludido por este relato, o si alguien pudiese pensar que existe en él algún paralelismo con la realidad, en ambos casos se tratará de una imagen producido por su imaginación, pues todo lo aquí relatado es simplemente producto de la fantasía y, como suele decirse… “Cualquier parecido o evidencia con sucesos similares, será pura coincidencia”

FIN

52


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