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Título: Historia de un ayer, vida de un hoy.
Género: Narrativa.
Pseudónimo: Master ef. Edad: 19 años. Nacionalidad: Uruguayo.
Sinopsis Dr. Brites, psiquiatra reconocido sufre un terremoto en su vida, sufre los efectos de una noche oscura en sus días que hacen que su vida de un vuelco radical que lo llevan hasta una tierra lejana en busca de sus sueños. Esta es una historia de amor y superación. Es una historia que abraza la vida y ama el presente. Todos tenemos una noche como la del Dr. Brites que cambia nuestra vida pero ¿A caso tomamos la decisión que anhelamos pero tememos, o por el contrario seguimos siendo egoístas con nosotros mismos? Esta es una historia para los valientes que quieren ser protagonista de su propia historia y no ver pasar frente a ellos un cortometraje de sus días por la Tierra.
Ahí estaba yo, comenzando una mañana de mediados de Julio escuchando la exclamación más común: -¡¡Que frio tremendo!! Pues sí, algo normal en pleno inverno si lo pensamos detenidamente pero como en toda estación de nuestra vida, la búsqueda del por qué quejarnos es inconsciente y como dice el dicho: El que busca encuentra. Túnica blanca, lapicera en el bolsillo e historias clínicas en mano marcan el inicio de un nuevo día de trabajo en el hospital. Caminando por el pasillo iba entrando en cada habitación a los universos más secretos, visitando mundos conocidos solamente por mi paciente y por mí. Un orbe distinto y una realidad diferente en cada paciente a los que la gente llama comúnmente “locos”. Pero que a decir verdad no están tan locos como se cree o por lo menos no actúan tan diferente a aquellos que nos pensamos “normales”. Vivimos detrás de cosas que en realidad no son lo verdadero, tal como mis pacientes. Buscamos el dinero que no trae la felicidad, gastamos lo que no tenemos en el viaje que no podemos hacer y perseguimos un ideal utópico de paz y armonía cuando lo que hacemos es generar disputas y competencias. En fin, después de muchos años de trabajar en hospitales psiquiátricos me he dado cuenta que los locos más peligrosos estamos afuera, asechando a presas invisibles e imaginarias… Tal como mis pacientes. ¿Cuál es la
diferencia? Pues que los que están adentro son locos liberales que cuentan sus locuras, los que estamos afuera las callamos. Siempre abogamos por la libertad, más cuando alguien se siente libre nos asustamos y lo rotulamos, lo estigmatizamos simplemente porque nosotros no nos animamos a serlo. -Buen día Mary ¿Cómo ha pasado? -Bien doctor, acá estamos tranquilos- respondió. “Sigue con las alucinaciones de la esquizofrenia – pensé - Hay que aumentar la medicación” -Me parece bien entonces, ahora va a venir el enfermero a traerle los medicamentos del día ¿sí? -¡Regio doc! Cuídese. Mary era una abogada de 45 años, casada pero sin esposo, madre pero sin hijos. A los síntomas como las alucinaciones, delirios o irritabilidad se le suma el olvido. Muchas personas aquí internadas tiene familia, amigos y un perro, pero cada uno de estos los han olvidado. La enfermedad genera como daño colateral el olvido y Mary era la fiel prueba de que eso se cumple. Había tenido múltiples internaciones pero desde hace cinco años su residencia cambió de dirección. Su cuarto ya no era su cuarto, su cama no era su cama. Ahora vivía en el hospital. Al principio sus hijos venían a visitarla, su marido también pero desde hace tres años todos desaparecieron. Emergen fantasmas esporádicamente que envían algún presente o que se comunican desde el más allá por vía telefónica, pero nunca más que eso, nunca se hacen presentes. Pero no debemos confundirnos, esta no es solo la vida de Mary, es la de muchos otros que estando en la misma situación son sumidos en el olvido. Diariamente me paseo por los pasillos de brillante blancura, conversando con los pacientes e incluso sintiéndome identificado o compadeciéndome de otros tantos, algo que es imposible de evitar pese a los extensos tratados éticos que rigen la práctica médica. Recibo a los familiares de cada paciente y les explico la situación, viendo en muchos ojos el sufrimiento y en otros tantos la
indiferencia. Disfruto mucho de lo que hago, pero debo confesar algo: Todo ha cambiado desde aquella noche. No es fácil superar las dificultades de la vida, claro está que son puestas en nuestro camino por una razón que no conocemos y que muy pocos lograrán descifrar. Pero fuera de esto hay una gran realidad: Hay que buscarle la salida y la moraleja a cada situación que vivamos. Aquella noche estaba estrellada, champagne, baile y diversión. Un gran salón. Mi esposa, mi hija y yo. Ese fue el cuadro de aquella noche que cambió todas las noches desde ese entonces. Tomé el auto, manejé a velocidad moderada siendo consciente de que estaba cansado. Paré en el semáforo y cerré los ojos. La sorpresa fue que cuando desperté, no estaba en el auto, no veía la luz del semáforo y tampoco a mi familia. Sino que todo era blanco y luminoso. “Estoy en el cielo” - pensé. Pero no, estaba en el hospital, rodeado de cables y de máquinas a las cuales estaba conectado. Cercado por colegas que intentaban ver mis reacciones reflejas y que quedaron sorprendidos al ver mis ojos abrirse. No había muerto, pero mi esposa y mi hija sí. Aquella noche manejé con sumo cuidado, pero es claro que no todos toman esa precaución. Un descuido de uno por la vida de otros. Una noche de diversión a cambio de una familia destruida, esa fue la realidad de esa noche. Una persona alcoholizada envistió mi auto. Ni siquiera recuerdo haber sentido dolor, haberme movido, haberlo visto. Mi último recuerdo antes de cerrar los ojos fue el rostro de Marilyn dormida en el asiento de copiloto y la luz roja del semáforo que me hacía aguardar. “Estoy solo” – me dije a mi mismo. No podía ni siquiera hablar, estaba espantado con la idea de que todo eso fuera verdad. “Tranquilo, esto es un sueño, cerraré los ojos y todo va a ser como antes” pensaba, pero no era cierto. Siempre supe que lo que me decía era una mentira, pero tenía que intentarlo. Por un instante me vi inventando un mundo
que sabía que no era cierto, pero quería créemelo. El hecho es que estaba solo, internado y sin poder moverme, con fracturas múltiples y con un dolor que me llegaba al alma o que tal vez nacía de ahí, ciertamente no lo sabía. - Las cosas pasan por algo, tranquilo no estás solo, ten fe. Y era verdad… Lo único que me quedaba era tener fe. No sabía de quién había provenido esas palabras porque el collarete me impedía rotar la cabeza, pero sin dudas que fue lo que necesitaba escuchar. Los días fueron pasando, mi mente viajaba por galaxias desconocidas. Me sumía en sueños tan reales que al despertar la tristeza me abrazaba y no podía hacer otra cosa que lanzarme a llorar. Llorar porque sentía que mi vida se desmoronaba. Pero siempre tuve algo presente en las penumbras: La gran pregunta que debía hacerme no era ¿Por qué? sino ¿Para qué? En ese momento no entendía el para qué del sufrimiento pero me aferré a esa pregunta que siempre me hacía cuando algo sucedía y sacudía mi vida: ¿Para qué…? Mientras repetía esas dos palabras una y otra vez sin hallar respuesta me sorprendí al encontrarme haciendo un recorrido que comenzaba desde que tenía 20 años y culminaba hasta el preciso momento en que comencé a repetir las palabras. Conocí a Marilyn en la facultad, dulce y cariñosa como nadie, atenta y preocupada me colmaba de amor, me ayudaba y comprendía. Nos recibimos juntos, nos disculpamos las largas horas de las guardias, las llegadas tarde a casa justificadas por un: “Surgió un imprevisto”. Y esto fue porque simplemente nos amábamos. Construimos el presente que tenemos… Teníamos en realidad. Qué difícil es hablar en pasado cuando ayer mi vida era la que yo había planeado. A expensas de mucho esfuerzo compramos nuestra casa, nuestro auto, tuvimos una hija y tratamos de plantar las mejores semillas en su corazón para recoger las más exquisitas cosechas. El mundo se mueve y junto con él, nuestra vida va cambiando de posición. Es por eso que nos suceden cosas que no tenemos planeadas y todo aquello que
alguna vez dictamos como orden al universo se devuelve en forma diferente. Con una sola razón: Aprender. No siempre los sacudones que la vida nos da son simples cimbronazos a veces son grandes terremotos que derriban los cimientos de cualquier Empire State. Tal vez la verdadera moraleja es que me creí un Empire State pero nunca lo fui. Me fui concibiendo fuerte, cuando no lo soy, autosuficiente cuando necesito de los demás. La soberbia y el ego nos devoran por dentro y nos hacen creernos nuestro propio dios y eso lo entendí porque yo mismo fui devorado por este monstruo insaciable. Es así que debí armarme de valor y enfrentar esta nueva vida. Me recuperé luego de varias semanas, las fracturas se fueron reparando y pude volver a mi casa. La casa que había dejado esperándome aquella noche y que hoy me recibía. Sentí que no era mi casa, no estaba mi esposa, no estaba mi hija, no había risas en el aire. Me di cuenta que a pesar de que tenía tanto en mi propio hogar buscaba más fuera de él. Decidí no pensar en esta cuestión porque no había marcha atrás, no había qué hacer, el presente es lo único que podemos cambiar, el pasado es pretérito y el futuro es incierto. Esa noche me fui a acostar y lloré mirando hacia mi izquierda. Lloré intentando retener su aroma, su recuerdo, su silueta dibujada en mi memoria. Lloré escuchando en mi mente risas y llantos, lloré pensando que estaba solo. Pero me consolé al fin, porque seguramente ellas estaban mejor que yo, donde el dolor no existe y la angustia desaparece, donde el odio no tiene lugar y solo el amor se respira, donde la felicidad es el alimento de cada día y la paz el néctar de júbilo. Y así es que comencé esta mañana de Julio, sabiéndome igual que los demás, sabiéndome reemplazable. Sabiendo que la tierra gira y la marea se alza con o sin mí presencia. Habiendo entendido que la única forma de dejar una huella imborrable era haciendo algo por los demás. Y por esto decidí dar un vuelco a mi vida.
Luego de hacer el recorrido, haber visitado a Mary y cumplido con mi horario ansiosamente, me dispuse a volver a casa sabiendo lo que iba a hacer. Entré rápido y tomé el teléfono. -Médicos Sin Fronteras buenos días ¿En qué lo puedo ayudar? No fue una pasión momentánea, sino que había estado pensando en esto tiempo atrás. Hace unos meses los voluntarios de médicos sin frontera realizaron una labor de sensibilización en la población e información sobre dicha organización en el centro capitalino, por donde casualmente pasé y me fue entregado un folleto informativo. Viajar por lugares recónditos corriendo riesgos de vida: ¿Alguien en su sano juicio se embarcaría en una epopeya de este tipo? Ese hubiera sido mi pensamiento hace un tiempo, aunque a decir verdad, era la conclusión más lógica a la que podía llegar razonando. Pero hoy en día y después de las vivencias dantescas que había experimentado me resultaba una descabelladamente fantástica idea. Podía ayudar y recibir mucho más de lo que iba a dar sin dudas. Hace muchos años, conocí a una colega que había participado en numerosos viajes con Médicos Sin Fronteras. Había visitado Etiopía y los países más desconocidos de África donde solamente Dios sabe su existencia exacta. Su testimonio era estremecedor contando cada una de las vivencias que había experimentado. Y es así que pensando en cada una de sus palabras que hasta entonces guardaba en mi memoria me atreví a romper los esquemas: había decidido a llamarlos. Como no tenían cede en Uruguay me comuniqué con la casa central en Argentina manifestando mi ansiedad de formar parte del cuerpo de misiones de esta organización. Me comentaron cuál era el espíritu de la organización y eso me hizo sentirme aún más atraído. -La institución realiza una labor médica humanitaria incomparable, asistiendo a las poblaciones más vulnerables sin discriminar etnia ni religión principalmente en África– me comentó la recepcionista con la cuál hablaba. Estaba emocionado. Era un panorama nuevo para mí. Nunca imaginé vivir en Kenia o Tanzania, países sumamente exóticos y llamativos para un americano,
pero al mismo tiempo desafiantes. Creo que esa es la palabra que me entusiasma más: Desafío. La vida entera es un desafío y un coqueteo continuo con seductoras metas, algunas que logramos obtener como trofeos y otras que nunca alcanzamos, lo importante es decir sí, sí a ese desafío que se para frente a nosotros. -Cómo tengo que hacer para… Bueno ya sabe - le dije titubeando. -¿Para formar parte del equipo?- respondió. -Sí, claro. Eso mismo. -Le voy a enviar inmediatamente un e-mail con las correspondientes formas que debe completar. Luego conviene que pase por aquí, previa coordinación, para una entrevista con el director…Él mismo le escribirá. -Perfecto, lo estaré esperando. Gracias. Colgué con la mano fría y sudorosa, tenía miedo, pero claro que es algo normal cuando nos enfrentamos a realidades desconocidas. Recibí el correo electrónico a las 22:06 de la noche, mientras saboreaba un café humeante frente a la estufa, tratando de combatir el frio. Ni bien abrí el mensaje descargué el formulario, las formas que debía completar y me dispuse a leer la nota que estaba adjunta.
Estimado Dr. Brites: Es un honor y una alegría inmensa para toda la institución y para mí, que haya manifestado su deseo de formar parte de la organización. Le invito cordialmente a una reunión, ¿Podría ser tal vez… el 1º de Julio a la hora 12? Le adjunto los datos pertinentes. Reciba mis saludos cordiales.
Dr. Maurens
Director Médicos Sin Fronteras Argentina
Luego de haber leído la nota, completé los formularios de admisión con mis datos personales y los reenvié adjuntando unas líneas.
Estimado Dr. Jordan: El martes 1º de Julio a la hora 12:00 estaré ahí presente. Ansío la reunión. Saluda Atte.
Dr. Brites
Cada palabra que escribía, cada tecla que presionaba me llenaba de una alegría inmensa, indescriptible. Pero también me generaba el mismo temor que le produce la noche a un niño, porque no puede ver ni sentir más allá de su propia respiración. Y eso sentía yo, mi respiración que se agitaba y embriagaba de deseo, mi corazón que corría tras un sueño. Me dispuse a preparar mi equipaje, puse lo más indispensable, entro ello alguna ropa y el libro que había estado leyendo: “Un día en el mañana”. El simple título me estremeció al leerlo en la librería. ¿Cómo sería vivir en el mañana? Me daría miedo, pensaba siempre. Pero al fin y al cabo el temor lo único que hace es paralizar a las personas y no dejarlas ser ellas mismas. Después de comenzar a leerlo detenidamente y aun estando en esa tarea logré entender que hoy es el mañana del ayer. Cada hoy que vivimos fue un mañana que soñamos hasta que nos ahogue ese último día donde el hoy será hoy y no habrá mañana. Solo habrá un ayer y un hoy. Me pregunto cómo será ese día. Mucha gente ya lo sabía pero guardaban el secreto celosamente como centinelas que resguardan un tesoro milenario del que todos hemos escuchamos pero nadie ha visto. -Voy a formar parte de médicos sin fronteras- le dije al Dr. Josef, director del hospital donde trabajaba hasta ese entonces- Bueno en realidad estoy interesado en formar parte de esta organización, voy a tener una reunión en unos días, quería que estudiar al tanto…
-No es una noticia que esperara debo serle franco, y sin dudas será una pérdida para el hospital, pero al igual que usted siempre intenté luchar por mis sueños aunque no siempre tuve valor- dijo compungido. Ahí estaba el componente de la receta que echa a perder el producto: el miedo. El miedo lo paralizó y dejo un sueño en la estantería de los pendientes. -Lo apoyo - prosiguió – cuando sea la hora de partir simplemente avíseme y estaremos a su servicio ante cualquier necesidad. Culminó de decir esto con una sonrisa en su cara y con nuestras manos estrechadas con fuerza en señal de agradecimiento. Salí de ahí liberado, ya todo estaba en camino. Era sinuoso sin dudas pero ¿Qué más satisfactorio que lograr lo anhelado habiendo surtido las ondulaciones del terreno? ¿A caso el éxito fácil es una realización persona? ¿A caso recibir solo glorias nos hace ser quiénes somos? No podemos conocer el placer sin habernos encontrado con el dolor, estos amantes son inseparables. Los días eran cada vez menos. Caían como las hojas que se desprenden de un árbol en otoño para dejarlo al descubierto. Así esperaba ese día apoyando la cabeza en la almohada noche tras noche y pensando en todo lo que iba a dejar atrás, luchaba con Morfeo batallas cuerpo a cuerpo, saliendo algunas noches victorioso y otras tantas vencido por él. Pero al fin llegó la hora de partir. Abordé el barco que me llevaba hacia Argentina. Divisé una pequeña mesa cerca de la cafetería y me senté sacando de mi portafolio mi laptop para chequear e-mails y las noticias. Como de costumbre entré al portal informático de la BBC de Londres y me percaté de algo que nunca antes había considerado de demasiada importancia. Aunque sabía la fecha del día, al verla escrita y leer “1º de Julio del 2008”, me di cuenta que ciertamente para cualquier persona no había particularidades en la fecha pero para mí resumía mi vida entera. Así como este primer día de Julio, este era el primer día de una vida nueva. A decir verdad mi vida iba a ser la misma, iba a tener 36 años, una esposa y una hija fallecidas, iba a seguir siendo médico, pero nacía un nuev sitio que jamás había descubierto, y eso era lo que celebraba junto a este primer día de
Julio. Una etapa de mi vida que nacía no para mi sino para otro que como una mujer gestaba un niño que nacía en ella pero era de la vida, pues así me sentía yo, gestando un don en mi interior que iba a ser volcado en un futuro. Llegué a eso de las 10 horas de la mañana. Tomé un taxi y pedí me llevar hasta el hotel en medio de la capital Argentina. Dejé mi equipaje y bajé a tomar el desayuno que estaba servido hasta las 10:30. Luego midiendo fuerzas conmigo mismo fui vencido por mi ansiedad y emprendí el viaje hacia la oficina central de médicos sin fronteras. 11:30 estaba sentado en un living de amplios sillones berger de color rojo, con las manos reposando sobre mis piernas y moviendo el al son de una melodía que ambientaba el lugar. Hacia las 12:05 la puerta frente a la cuál esperaba rugió. -Adelante doctor, es un placer para nosotros – me dijo un hombre alto de traje azul haciéndome un ademán con la mano- Soy el Dr. Maurens, Felipe para usted. -Es un placer - dije extendiendo la mano para estrechar la suya- Dr. Brites, Isaac para usted. -Muy bien Isaac tome asiento, vamos a charlar un poco. El hombre del traje azul tomó la palabra. Sin dudas sabía lo que decía y hablaba con propiedad. -¿Sabe cuál fue el lema de nuestra última campaña?- preguntó si dejarme responder - “Lo único que puede salvar a un ser humano es otro ser humano”. Ni más ni menos que éste. Esto es lo que creemos, lo que enseñamos a todos los voluntarios que tocan a nuestra puerta. ¿Se imagina cuál sería el resultado si cada una de las personas que están afuera se dedicara a pensar en el otro? Mucho tiempo trabajando en esta empresa me ha dado la herramienta precisa para darme cuenta que todo sería diferente. Es tan sencillo Isaac pero me temo que todos nosotros sufrimos el mal de este siglo que es el ensimismamiento, no miramos para el costado ¿Y sabe por qué? Por temor a que nos pidan ayuda. Eso es lo más triste.
Este hombre hablaba con inteligencia y sabiduría. Mientras hablaba me hipnotizaba con sus palabras y yo asentía para que continuara hablando. Me alegraba mucho poder escuchar de boca de otra persona mis mismos ideales. -Es por eso que esta organización hace lo contrario. Nosotros vamos a buscar a quien nos necesite pero no nos lo haya pedido, salimos en busca de aquel que tiene tantos sufrimientos que ni siquiera puede alzar la voz. Si no es un ser humano que salva a otro ¿Quién lo hará? Sabe doctor, muchas veces, nosotros mismo somos canal de esperanzas, demostrándole a los demás que se puede salir adelante, que no todo está perdido, que siempre hay quién quiera ayudar de corazón. Somos canal de medicinas y un testimonio de amor y de entrega. Somos médicos que amamos nuestro trabajo y que entendemos que la medicina debe salir a ejercerse donde no hay más que tierra y enfermedad, donde alguien necesite la mano amiga de un médico para seguir viviendo. Somos un instrumento que Alguien pone en el camino de muchas personas, para demostrarle cuánto amor les tiene la Creación. Al final de estas palabras esbozó una sonrisa y su mirada se posó en mí seguramente a la espera de una respuesta. -No puedo agregar más nada a lo que usted ha dicho. Lo que usted ha dicho es lo que creo y de lo que estoy convencido. Cada una de sus palabras las hago mías. Mi vida era difícil hasta que me di cuenta que en realidad no lo era y yo quería creer eso. Tenía en mis manos la herramienta para que todo peso fuera liviano pero no lo sabía. Le conté mi historia, la historia de aquella noche mientras Él me miraba siendo testigo de cada palabra que brotaba de mi boca, tan cerca como siempre lo está desde el inicio de mi vida. -Le debo advertir que usted va a experimentar un sentimiento que pocos experimentan: La nada. “¿La nada? ¿Qué es la nada?” - pensé. Como habiendo leído mi pensamiento Felipe continuó.
-La nada le llamamos entre nosotros a la ausencia de ese algo que mueve al mundo. Ese algo que es el amor. Vemos esa nada en los ojos cerrados y las caras volteadas a las realidades del hambre, de la pobreza, de la enfermedad y de la muerte. Vemos esa nada en el juego a las escondidas que hacen los países para hacer invisible una realidad que rompe los ojos pero que poco trasciende. Y la vemos sobre todo en la frialdad con la que miles de personas conviven en sí mismas si siquiera saberlo y creyéndose solidarios. -Estoy preparado y quiero llevar el algo que combata a la nada- contesté. -¿Cuán preparado está como para salir hacia Kenia en diez días?- me preguntó con una sonrisa en su cara larguirucha y pálida. No esperaba que me propusiera irme tan pronto, pretendía quedar a disposición pero como siempre digo: “Si es para ti, lo será”. Nos quedamos un largo rato charlando en la oficina. Era cálida, los detalles en madera hacían ese lugar tan confortable como el living de mi casa y los troncos ardientes dentro de la estufa echaban chispas y combatían el intenso frío. Antes de retirarme vi varios videos y fotos de la labor de muchos colegas. Era realmente conmovedor con cuánto amor trabajaban con aquellos niños desnutridos y madres parturientas. Fueron días de muchas expectativas. Llamé a Montevideo y hablé con el Dr. Josef explicándole todo lo sucedido, me dio el visto bueno con un “Buena suerte”. Vi pasar los días como quien contempla las estaciones de una vida, desde la niñez hasta la adultez y agonicé con las últimas horas de vida de esa larga espera. Todo en la vida tiene que ser disfrutado, hasta aquello que nos genera la ansiedad más grande. Por eso decidí pasear en los días que me quedaban, disfrutando y conociendo lugares que nunca había visto. Pero ciertamente invertí mucho tiempo en pensar en lo que pasaría cuando me vaya y qué tendría que afrontar. Al fin después de muchas noches y muchos amaneceres con la vista fija en el cielo buscando respuestas que solo de ahí podían venir, llegó el día más
esperando, más ansiado y anhelado. Un destino: Kenia. Una hora: 15:30. Una meta: Vivir. Subí a un avión por primera vez, con la alegría de un niño al recibir sus regalos en la mañana de navidad. Pensaba en que dentro de muy poco iba a poder responder la pregunta de tantos que nunca habían subido a un avión, inclusive yo: cómo era ver la tierra desde arriba, ver las nubes desde dentro de ellas mismas. Y al fin estuve en el cielo. Como un niño que juega inocentemente intentaba diferenciar formas entre las nubes pero nunca logré ver las dos que buscaba. Todo tipo de caras, de animales y de cuadros irreales pero nunca las dos figuras que tanto desearía ver. A decir verdad no necesitaba verlas para saber que ahí estaban, durmiendo sobre colchones de algodón y disfrutando de un himno dulce de alabanza al Creador. Al que crea la vida y la felicidad. El que nos deja libres para elegir viajar a Kenia o quedarnos en un hospital anhelando un sueño. El que nos dice: Levántate y sígueme. Las horas de viaje fueron largas, pero entre películas y sueños lograba pasarlas hasta que anunciaron el aterrizaje en la República de Kenia. Miré inmediatamente por la ventanilla y divisé una ciudad opuesta a la realidad que me esperaba. No tardé mucho en darme cuenta que toda esta inmensidad de construcciones y autopistas hablaban de una capital. La capital sin duda estaba bajo el reinado de la nada, altos edificios y una economía en huaje reconocida por su exportación de té y café era la realidad que contrastaba con la muerte y enfermedad de las afueras de Nairobi. ¿Cómo puede ser que miles de personas estén luchando por vivir un día más cuando a algunos kilómetros de ellos una ciudad rica yace tranquilamente ignorándolos? Es una realidad cruel y que no tiene explicación ¿O sí? Sin duda que sí la tiene y es simple: Es preferible ignorar el problema que afrontarlo, al fin y cabo sus vidas siguen siendo las mismas, pero las de los demás no, porque día a día mueren cientos a costas del egoísmo de muchos. Bajé del avión directo hacia migraciones a llenar el extenso papeleo burocrático. Luego divisé una persona de camisa blanca y pantalón beige con un cartel que decía: Médicos sin fronteras. Me acerqué. El hombre se presentó
y me explicó que venían médicos de todos los países y que ya muchos estaban aguardado en la camioneta que nos llevaría hacía un pueblito a las afueras de Nairobi cuyo nombre no se siquiera escribir. Luego me invitó a salir dándome las indicaciones para que llegara a la combi correcta. -Buenas tardes - Dije abriendo la puerta. Recibí una lluvia de exclamaciones en respuesta de las cuales logré entender tres: “Buenos días”, “Bom dia”, “Good morning” En verdad era una expedición muy diversa con profesionales de la salud de todos los países pero que teníamos algo que nos unía: Traer el antídoto para la nada. Tal vez miles de personas en el mundo que siquiera conocemos su cara, ni su nombre, estén unidos a nosotros a través de un lazo que es indisoluble que es el deseo de ayudar y de dar amor, que forma una red que sostiene al mundo… Tal vez la pequeña acción humanitaria que cada una de estas fibras que compone la red realiza hace que ésta sea cada vez más fuerte y pueda amortiguar el poder de la nada que hace sus fuerzas por instalarse en los corazones. Tal vez… Son simples suposiciones pero que a mi parecer son grandes verdades. Aunar esfuerzos siempre tiene un mejor efecto que actuar solitarios. El trayecto fue largo hasta que llegamos a un claro donde había una gran tienda blanca. Era enorme. Bajamos de la camioneta y entramos a ella, había multitud de camillas, médicos, enfermeros y muchos pacientes, la mayoría niños y mujeres embarazadas. Niños en cuyos ojos estaba la tristeza y el temor, cuando debería haber picardía y ternura. Niños con fascias tristes, cuando deberían estar desbordadas de sonrisas. Las miradas se posaban en nosotros, expectantes y ansiosos de saber quiénes éramos. No llevábamos túnica ni nada blanco por ende difícilmente sabrían que éramos médicos, pero poco a poco fuimos acercándonos a los colegas que ya estaban trabajando y nos presentamos. Atendimos a algunos dado que habían demasiados pacientes para pocos médicos y decidimos terminar el día yéndonos de nuevo hacia la capital.
Nos instalamos en un hotel en el centro donde iba a ser nuestra primera y última noche, luego nos ubicaríamos en el campamento cercano a la tienda en la que habíamos estado. Me acosté sobre la cama mullida y dejé la ventana sin la cortina para poder ver las estrellas a través del vidrio. Era una noche despejado, el cielo parecía un manto tapizado de diamantes que colocándose lado a lado formaban un camino. Me dormí pensando en que ese camino era una vía, una senda hecha para mí. Tal vez me llevará a algún lugar que había imaginado, tal vez me deparaba algo increíble que nunca pensé. A decir verdad lo único que me propuse fue: Disfrutar este viaje.
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