qwertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwertyui opasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfgh jklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvb nmqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwer Título del escrito: La Noche de la Despedida tyuiopasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopas Tipo de escrito: Relato Nombre: Lily Fuentes Edad: 17 años dfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzx Nacionalidad: Mexicana Publicado en: LeerLibrosOnline.es cvbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmq wertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwertyuio pasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghj klzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvbn mqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwerty uiopasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdf ghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzxc vbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmrty uiopasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdf ghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzxc
LA NOCHE DE LA DESPEDIDA
Titulo del escrito: La noche de la despedida. Tipo de escrito: Relato Nombre: Lily Fuentes Edad: 17 a単os Nacionalidad: Mexicana.
Había una corriente de aire fría golpeteando la ventana suavemente. Las ramas de los árboles titiritaban de frío a mitad de la noche. Las nubes amenazaban por crear una gran tormenta en algunos minutos, y la luna comenzaba a esfumarse en la penumbra. Dentro, las paredes estaban envueltas mayoritariamente por obscuridad. El fuego crepitaba suavemente en la chimenea, anunciando enardecido que era su hora de dar su último suspiro. La luz del fuego iluminaba algunos muebles de la habitación. Un librero repleto, de lado una ventana, y un sillón viejo rojo frente al fogón. Detrás sobre la pared, estaba un escritorio de madera viejo, que crujía silenciosamente al sentir el peso de un cuerpo. Algunas de sus partes eran iluminadas, mientras que otras estaban a la sombra de su figura. Sentado, levemente inclinado hacia el frente, una hoja frente a sus ojos, pluma en mano al lado de un tintero lleno, deseoso por derramar gotas de amor delirante. Los ojos levemente enrojecidos, por el cansancio, por no haber dormido durante largas horas. El cabello alborotado, sin forma, como si unas manos hubiesen pasado por allí antes, le hubiesen alborotado el cabello con locura y pasión, y después se hubiesen marchado sin explicación. Una media barba de tres días, crecía delicadamente en el filo de su rostro. Las mangas enrolladas a la altura de los codos, de una camiseta gris de algodón, un pantalón negro de vestir y unos zapatos negros, complementaban su imagen. Una copa se encontraba vacía, al lado de una botella de vino tinto. Arrastró la silla hacia atrás y se levantó. Se pasó la mano por el rostro, quizá algo molesto, preocupado, anhelante, dudoso. Caminó lentamente a la cama y se sentó colocando el rostro entre sus manos. Las sábanas detrás de él se encontraban revueltas, sin acomodar, marcando a la perfección su silueta moviéndose de un lado a otro, sin poder conciliar el sueño en la masa negra que lo envolvía, lo asfixiaba, lo estrangulaba hasta hacerlo inconsciente de su entorno, disfrutaba de su duda y su temor, y luego lo soltaba. Su mente se encontraba sólo en un pensamiento, como un río sin corriente, como las hojas sin viento. ¿Podría cometer alguna locura?, ¿Realmente, la haría? Tomó la hoja arrugada y manchada que estaba sobre el suelo y la desenvolvió. La leyó una, dos, tres, diez veces. Nada. La leyó de nuevo entre líneas, brincando palabras, acomodando las comas y los puntos en otros lugares. Nada. ¿Por qué? ¿Por qué habría de marcharse?, ¿No volver jamás? ¿No era feliz y plena a su lado?, en ese momento se sintió desesperado, ella se estaba marchando, fugándose de su vida… La volvió a arrugar y la tiró con fuerza al suelo. Suspiró de mala gana. Se levantó y se dirigió a tomar la copa para llenarla de nuevo. Lo bebió con rapidez, sintiendo como el líquido frío le raspaba la garganta con suavidad. Volvió a servirse
otra copa, y después de beber hasta la última gota, la dejó en su lugar de nuevo, tomo el abrigo de su perchero y salió decidido a buscarla. Que importaba si era una locura, si era algo estúpido, iba a ir detrás de ella, sin importar las consecuencias. Caminaba, con aquel paso despreocupado, con un aire de misterio, revuelto por los efectos del alcohol y el deseo por verla. Envuelto en un sueño donde ansiaba encontrarla apenas verla cruzar la calle, correr a ella y besar sus labios de pétalo de rosa. Sentía una sed incluso más fuerte que la que se venía después de una mañana de resaca. Sentía sed de ella, de su cuerpo, del sabor dulce de sus labios, del calor de sus manos viajando y descubriendo su cuerpo. Veía rostros pasar a su lado y buscaba el de ella con desesperación. ¿Dónde podría estar?, miradas se posaban sobre él fortuitamente; ojos verdes, manchados con motitas de color avellana, miradas dulces, llenas de compasión y dulzura; otros azules, demostrando la profundidad del mar, la pasión desbordándoseles del alma, como olas decididas a recorrer el mundo en busca de algo nuevo por descubrir; y otros miel, gatunos, demasiado salvajes y perdidos para lo que él deseaba encontrar. Cada paso era un día en retroceso, una noche de regreso a sus labios, a su mirada bajo el brillo de las estrellas. A sus manos viajando y tocando sobre un instrumento a blanco y negro, que hacía sonar sonatas dulces y embriagantes... Se detuvo. Comenzó a verla. Allí, vestida de rojo, con el cabello teñido de escarlata, jugando algunos cachos de su cabellera, a ser libres y danzar bajo el frío viento, con una vida nueva en sus brazos desprendiéndose para ir corriendo directo a la tienda de dulces. Después estaba allí, con los ojos verdes y los labios rojos, vestida con una prenda corta, desbordando debajo del vestido, unas piernas largas, cremosas, como el dulce sabor de la nieve. Luego la vio allí, una masa obscura cubría su cabeza, y vapor salía de su boca mientras reía y hablaba con los ojos perdidos en su amante, con la nariz roja y el cuerpo tembloroso de frío. La volvió a ver, infinidad de veces, algunas, sin siquiera reconocer su rostro, o su cuerpo. Siempre cambiaba algo en ella. Estaba perdido. Envuelto en pedazos de ella por todas partes. La volvió a ver, se parecía tanto a ella, sus labios, su rostro, su cabello, incluso sus pequeñas manos blancas y suaves. Agachada sutilmente sobre el cuerpo de un niño. Iba vestida como la noche. Vestido, medias y zapatos negros, ajustada cada prenda a su piel como un guante. Visualizó su cuerpo, deteniéndose a un par de metros, de arriba abajo. Comenzando a viajar con la mirada desde su nuca, su espalda, sus piernas, y para volver de regreso. Si, era idéntica a ella, incluso podría decirse que su voz sonaba casi igual. Ella sonreía y reía ante los comentarios del pequeño; se regresó, poniéndose de pie para ir directo hacia una cafetería, a calentarse el corazón con un café caliente, mezcla de lo dulce y lo amargo, y entonces se topó con él. Su mirada se heló al verlo parado frente a ella y la línea que curvaba sus labios se crispó. No imaginaba que él regresaría a buscarla, pensaba que entendería el verdadero objetivo de su
carta, y la dejaría marcharse sin objeción, sin tener que dar más explicaciones, que simplemente la dejaría irse tranquila. El ambiente se tornó aún más frío, y comenzaba a helarle hasta los huesos. Lo único que se mantenía caliente, era su corazón, palpitante, desesperado por salir de su pecho; no sabía si él le diría algo, si le reclamaría por su injusta despedida, dejándolo solo con una carta, o si vendría a darle explicaciones y decirle que no podía marcharse así. Él le ofreció una última mirada, profunda, vacía, embriagada por el deseo de encontrarla, anhelante de ella. La volvió a mirar para capturar todo de ella, y se fue. Se fue aún teniendo en mente, que jamás la encontraría, que de nuevo, volvía a confundirla entre tantos rostros y cuerpos, entre tantas miradas y tantos labios. Se fue, teniendo en mente que necesitaría de un milagro para volver a verla y estrecharla fuertemente a su cuerpo, o incluso, necesitaría de una eternidad para volver a amarla; vagaría su alma entre muchas otras buscando sediento el aroma de su piel y el sabor de su cuerpo, porque no había podido encontrarla, la había visto y se le había confundido entre muchas almas más.
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