De sapos, chicles, cangrejos y gatos

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De sapos, chicles, cangrejos y gatos by LKN

Quería Manuela volverse hechicera y así nada más ni nada menos convertir bajo hechizo divino lo malo del mundo en sapo. Pensó en la mortalidad del cangrejo, en lo triste de la vida del chicle y en la curiosidad prófuga que había matado a su gato. Por todos estos motivos y otros más, quería transformar en anfibio a todo lo malo. Pero ser maga no era fácil, en un mundo tan moderno no era muy sencillo hallar una maestra para que la guiara en el arte de la magia. Así fue que recurrió al único medio que la apoyaría incondicionalmente... Internet. Encontró varias fórmulas distintas, pero utilizó finalmente la que más se repitió en su búsqueda. Copió y pegó - no quiso guardar la página - pues tenía muchos dibujos inservibles. -

1 cucharadita de pósum. (Escupitajo + 2 gotas de limón de pica) Cacerola u olla corriente. 2 bigotes de solterona amargada. Fotografía, dibujo o accesorio personal del sujeto. Ambiente oscuro, preferentemente noche 2 velas.

Preparación OBSERVACIÓN: Todo el proceso se debe hacer mirando fijamente la figura que simboliza al individuo objeto del hechizo. Pasos: Vierta el pósum en la olla sin desperdiciar ni una gota, mientras pronuncia las siguientes palabras: “Abra cadabra patas de cabra si no sana hoy sanará mañana, porque en la ruca hay alguien comiendo pantrucas”. Agregue los bigotes de solterona amargada. Al tiempo que dice: “Por las ansias de la yerba loca y desprevenida del campo, arráncate de la feca de vaca y conviértete en sapoooooo”.

Y así pues lo hizo. Lo más difícil de conseguir fueron los vellos faciales, que al final había tenido que sacárselos a su madre mientras dormitaba en el living a causa de una muy mala película hollywoodense.


Esa noche se la pasó haciendo la brujería una y otra vez, castigó a la curiosidad prófuga asesina de su gato, a la tristeza del chicle y a la mortalidad del cangrejo, entre otras cosas. Todo esto hasta que, su boca estaba seca, se le acabaron los pelos, las velas estaban consumidas y el sol amenazaba con aparecer. Terminó tirada en el piso, exhausta, dejándose llevar por Morfeo. Sólo alcanzó a dormir unas cuantas horas porque su madre la despertó para el desayuno. Todo era normal, todo seguía su curso habitual. Manuela estaba feliz, pues aunque no se evidenciara su logro, ella tenía la seguridad que la curiosidad estaba convertida en sapo. Desde muy pequeña la habían incentivado a hacer buenas acciones. Examinaba con los ojos Manuela a su progenitora; madre soltera y ahora gruñona, pensó: “Si supiera lo que hice, estaría orgullosa, pero la ayuda debe ser anónima”. Tal y como los superhéroes, así se lo había explicado su mamá; cada uno de ellos se cubre el rostro, no quieren ser identificados pues el bien se hace en anonimato. “Si no fueses telespectadora de series animadas gringas no sabrías como luce realmente Spiderman” le aseguraba. Estaba feliz, henchida de alegría, había ayudado a la humanidad, se sentía que había servido para algo. Camino al colegio, con notoria sonrisa saludaba a todo aquel que pasara, “Buenos días” les decía. Tan plena y dichosa se sentía Manuela que sus pasos eran ligeros, se fijó en detalles que antes le parecían inservibles; miró la caída de una hoja de principio a fin, vio como un viejo sentado en una banca roñosa respiraba débil y lento, sólo la distrajo de su abstracción su propia inhalación de aire... “Qué fantástico y a la vez vulnerable es el cuerpo humano” reflexionó, y justo cuando iba a plantearse una pregunta sintió un retorcijón en su abdomen, creyó que iba a vomitar porque algo le subía por su esófago... y cuando lo tuvo en la boca lo escupió con gran asco. Era un sapo. La gente que observaba estaba atónita, Manuela se quedó en blanco por unos segundos. Un señor oficinista se le acercó y al tratar de modular, otro sapo emergió. En un abrir y cerrar de ojos toda la gente comenzó a botar anfibios y la histeria colectiva invadió a los transeúntes. La seudohechicera intentó pensar, cuestionarse, pero no pudo... se le escapaban los babosos animales cada vez que pretendía preguntarse algo. Alcanzó finalmente a reflexionar un segundo concluyendo lo explícito: había cometido un error. Dejó su mente en blanco, luego de mucho esfuerzo, y caminó tambaleante por la vereda sucia. Se vio rodeada de cuerpos alucinantes, vomitando anfibios seguidamente. No


se preguntaba nada. Le venían dolores al estómago a causa de la curiosidad... la que mató a su gato en el tejado del vecino al investigar que había en el entretecho. Algo se movía, algo pequeño, quizá comestible, probablemente un roedor... se rompieron las maderas... el pobre felino cayó sobre las brasas de un asado y quedó atrapado... murió quemado. Vio Manuela a una persona expulsando un batracio y junto a él salió cubierto de saliva y amorfo un chicle. No sintió pena por la ya desabrida goma de mascar. ¿Qué había hecho mal? se preguntó, y despidió otro sapo. La ayuda había sido anónima, como su madre le había repetido innumerables veces. No había sido egoísta, había pensado en todos; en la humanidad... Se sintió un poco perdida. ¿Y qué culpa tenían los sapos, qué culpa? y volvió a salirle uno. Pobres criaturas indeseadas por las jovencitas chillonas y maquiavélicamente adoradas por los científicos. Sostuvo su vista en el chicle, creyó verlo sonreírle con malicia, creyó poder contemplar un cangrejo paseando por la orilla lisa azotada por las olas, creyó distinguir su deceso y la aparición de un ser resbaloso desde su interior rompiendo su exoesqueleto. Desvalido y desorientado quedó el animalito fuera de su hábitat “¿Dónde está mi laguna o mis charcos clandestinos y musgosos? ¿Qué es esto de dónde salí, burbujas violentas y olor desconocido? No soy el esposo de la rana, tan vivaz y atractiva ¡Soy un sapo feo, de esos con verrugas y fétidos humores blanquecinos! ¡¿ Dónde está mi laguna o mis charcos mugrosos y malolientes, de aguas turbias y barro?! se debe haber cuestionado el sapo botando a otro de su especie por su hocico... entre otras tantas cosas.

Leslie Keith N. 2005


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