REVISTA LIBERAT n° 6

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Número 6 junio 2018

LIBERAT

Tiempo y olvido

La vida

Franco Valente En busca de un monólogo

Ana Faggiani

El árbol

Daniel del Percio V Coloquio Internacional de Literatura Comparada “Dinámicas del espacio: relfexiones desde América Latina”

REVISTA DIGITAL DEL CENTRO DE ESTUDIANTES DE LETRAS UNIVERSIDAD CATÓLICA ARGENTINA


REVISTA LIBERAT DEL CENTRO DE ESTUDIANTES DE LETRAS DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA ARGENTINA - NÚMERO 6 - JUNIO 2018 BUENOS AIRES, ARGENTINA PRESIDENTE Agustín Gari VICEPRESIDENTE Toia Pott SECRETARIA GENERAL Amalia Tesler TESORERO Eduardo Oderigo

VOCALES Sofía Gatto Perkings Luz María Giordano

Tapa Gather ye rosebuds while ye may. John William Waterhouse (1909) Diseño y maquetación Ma. del Rosario Ferrari Nicolay Colaboran en este número Valentina Catulo Daniel Del Percio Ma. del Rosario Ferrari Nicolay Camila Franco Agustín Gari Francisca Leverone Pilar López Vera Felicitas Martinez Cisneros Eduardo Oderigo Caterina Radzichewski Sebastian Rizzo Isabel Smith Agustín Tamai Franco Valente Malena Noemí Vallecorsa Galileo Venica Laura Yépez

Agradecemos especialmente al profesor Daniel del Percio quien colaboró con una creación propia. A todos los profesores que, cada uno desde su lugar, ayudaron a que esta revista tome forma. Agradecemos a Franco Valente, estudiante de Letras de la UBA, quien se acercó a la revista de una carrera hermana en otra universidad. Agradecemos, como siempre, a la Facultad de Filosofía y Letras y al Decano Dr. Javier González.


EDITORIAL En el medio del camino de nuestra cursada, ciertamente nos vemos atrapados en una selva oscura, siendo ésta habitada por parciales, entregas finales, finales y quién sabe qué más responsabilidades. Sin embargo, hela aquí, esta suntuosa entrega de la revista LIBERAT. El tiempo y el olvido fue el eje temático elegido, mas no por haber pasado tanto tiempo nos hemos olvidado de nuestra querida revista. Este tomo es una oda a la que es, sin lugar a dudas, la mayor tiranía que pende sobre nuestras cabezas mortales, cual espada de Damocles, amenazando y carcomiendo nuestra fugaz existencia: la tiranía del tiempo. Es particularmente notable que nuestras existencias estén signadas por este carácter temporal, limitado… Este carácter limitado dota a la vida de un cariz muy especial. Si el ser humano es medianamente inteligente es capaz de darse cuenta de que lo último que debería hacer con semejante recurso es derrocharlo. Por el contrario nos invita a hacer un uso concienzudo de este don que nos ha sido dado... porque como bien dice Séneca: Omnia aliena sunt; tempus tantum nostrum est1. Nosotros, estudiantes de Letras, paladines de la memoria, férreos combatientes del olvido, más que ninguna otra persona estamos llamados a reivindicar la actualidad de todos estos mortales notables que, lejos de caer en el olvido, perviven y se hacen presente en nuestras memorias día a día. Antes de dejarlos en manos de nuestros talentosísimos participantes, a los cuales felicitamos calurosamente y agradecemos infinitamente por la calidad de sus trabajos, el tiempo dedicado y el talento con que inundan sus creaciones las páginas que siguen, les dejaré un fragmento de un viejo poema castellano de esos que se hallan en vetustos volúmenes, víctimas del tiempo y amenazados por la destrucción y el olvido. Dice Juan Rufo en su Carta a su hijo: Las horas y su medida debes, hijo, conocer y echar en ellas de ver la brevedad de la vida. (…) Obra con peso y medida y cogerás, con decoro, de las horas aquel oro que enriquece más la vida, y continuo se te acuerde de que el tiempo bien gastado, aunque parezca pasado, ni se pasa ni se pierde. Pásase y piérdese aquel que los hombres gastan mal, y es desdicha sin igual que se pierdan ellos y él. ¡Ahora sí! ¡Adelante! ¡Pasen y vean! Agustín Gari Presidente Centro de Estudiantes de Letras Buenos Aires, junio 2018 1

Me disculpo ante mis profesores de latín por semejante atrevimiento.


ÍNDICE ÍNDICE 6. Pérdida de tiempo / Eduardo Oderigo 8. Evanescente / Camila Franco 10. Lethe / Felicitas Martínez Cisneros 13.Carta a nosotras / Pilar López Vera 14. La vida / Franco Valente 16. Diálogo con tiempo / Malena Noemí Valleco 20. Ocho minutos en mapa / Sebastián Rizzo 22. A mí / Francisca Leverone 22. Tanto tengo / Caterina Radzichewski 23. Writing on the palm of my hand / Isa Smith 24. La ambigua forma de un torbellino / Laura Yépez C 26. En busca de un monólogo / Ana Faggiani 28. Memento / Valentina Catulo 34. El árbol / Daniel del Percio 42. Dos funerales / Agustín Tamai

Pérdida de tiempo / Eduardo Oderigo / Evanescente Laura Yépez C / En busca de un monólogo / Ana Faggiani / Camila Franco / LetheNoemí / Felicitas Martínez / go con tiempo / Malena Ocho Cisneros miMemento / Valentina Catulo / ElValleco árbol / /Daniel del Percio Carta a nosotras / Pilar López Vera / La vida Le/ Franco en / Sebastián Rizzo / A mí / Francisca Dosmapa funerales / Agustín Tamai Diálogo con tiempo / Malena Noemí Valleco / eValente / Tanto/ tengo / Caterina Radzichewski / Writing en mapa / Sebastián Rizzo / A mí / FraneOcho palmminutos of my hand / Isa Smith / La ambigua forma



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FICCIÓN Pérdida de tiempo

Tic tac. Un segundo más cerca de la nada. Tic tac. Así está condenada a ser mi vida, es una maldición que me martiriza desde que llegué a este lugar. Y la culpa la tiene quien solía ser mi amigo más cercano, alguien que me traicionó vilmente, y me obligó a resignarme a una muerte solitaria. Poco tiempo atrás, Fidel no se despegaba de mí y no realizaba ninguna de sus actividades sin consultarme antes, hasta que conoció a Belinda, aquella mujer despreciable que arruinó por completo una amistad que parecía de lo más sólida. Le puso extrañas ideas en la mente, y ya no tuvo más tiempo para mí. Eso hizo que la relación entre Belinda y yo fuera tirante desde un principio. Pero un día, la tensión legó a su punto máximo, cuando ella me insultó descaradamente, sin importarle en lo más mínimo que yo estuviera presente, me trató de “viejo inútil” y Fidel no me defendió. Así fue como pasé de la tensión al odio, un odio que resultó ser mutuo, ya que consiguió que quien solía ser mi mejor amigo dejara de verme por largos períodos de tiempo. Ya no lo veía nunca, por lo que decidí tomar cartas en el asunto. En los pocos momentos en que los veía la irritaba con sonidos de maquinaria rota, algo para lo que tengo

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Eduardo Oderigo

talento, y por más que intentaran razonar conmigo yo hacía oídos sordos y continuaba con mis ruidos molestos, que sacaban de quicio a ambos; les había declarado la guerra. Tal vez de esta manera ella decidiría retirarse de nuestras vidas. Pero no fue así, y un día, sucedió lo impensado. La insoportable mujer le presentó a un amigo suyo más distinguido que yo y fui reemplazado definitivamente. No volví a ver a ninguno hasta aquel día. Yo me encontraba reflexionando en mi escritorio cuando él llegó y, sin dar explicaciones me lanzó contra la pared, dejándome inconsciente. Lo último que recuerdo es su terrible voz, que se quejaba porque yo había dejado de funcionar demasiado rápido. Luego, desperté en este cajón. Ahora soy tan sólo un viejo reloj roto, ya no puedo dejar de hacer los sonidos irritantes que creía hacer por voluntad propia, puesto que en realidad son un síntoma de mi decadencia. Mi final se acerca lentamente, y yo mismo marco el poco tiempo de vida que me queda. Dentro de poco no seré nadie en la memoria de Fidel, quien tiene un amigo nuevo, un reloj moderno que le regaló su amada.


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FICCIÓN Evanescente

Camila Franco

Se comienza con nombres, un par de caras, un par de conocidos o desconocidos, ya es lo mismo en este punto, pero eso es normal, ¿Verdad? A todos nos pasa de vez en cuando.. Eso es lo que quiero creer. Un hijo se vuelve en hermano, y un hermano deja de existir; trato de enumerarlos a todos con mis dedos pero antes de darme cuenta esta guía también se vuelve mi perdición. Cada día se pone peor pero, ¿comparado con qué? ¿Con ayer? ¿Con el año pasado? ¿Cómo hacer un antes y un después cuando el antes ya se desvaneció? El tiempo que más temía es el que más ansío ahora; cada día que despierto sabiendo menos me siento más cerca de poner fin a esta pesadilla. Dicen que el recordar es mantener con vida. Me pregunto si una vez que olvide mi propio nombre lograré desaparecer yo también. Tal vez vaya a un lugar con todo el resto de mis memorias que ahora vagan sin hogar, es lo que más espero. Ahora lo que más duele es el saber que el día que tenga la respuesta, habré olvidado la pregunta.

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FICCIÓN Lethe

Felicitas Martínez Cisneros

Las luces se prendieron con su horrible zumbido inundando el recinto entero. Todos los días, mejor dicho, todos mis días, tienen el mismo comienzo. Primero llegan ellas, cegando todo a su paso, después el sonido de los zapatos contra el mármol y, por último, el infernal ruido. ¡Cómo lo aborrezco! Voces estridentes, risas inmundas y vacías. Carentes de todo sentimiento e irrespetuosas de lo que alguna vez fue considerado divino. Sí, yo fui considerado magnífico, majestuoso, casi una divinidad. Y estos, estos que se dicen llamar humanos ¡hombres! Me rebajaron a nada… ¡NADA! La promesa de la gloria era lo que movía mis actos, pero nunca me percaté que éstas pueden no cumplirse y, sus frutos, no ser eternos. Sí, es verdad, tuve algo de culpa y me gané mi castigo. Si mi corazón, ambicioso y hambriento, no hubiese querido manipular los límites del hombre, mi alma tendría paz. ¡Ja, qué gracioso! ¿Paz? Si mis compañeros académicos se enterasen de que ahora sólo busco la tranquilidad del alma se reirían de mí, pues todos aman ver caer a un grande… Y yo lo fui. Claro que no contaba con la debilidad de la carne y con lo frágil que la memoria podía ser. Yo era joven y, como tal, me

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creía infinito. Todos en la universidad sabían mi nombre, todos me admiraban y, a su vez, me odiaban. Los profesores solo poseían palabras de elogio hacia mi trabajo y hubo algunos que hasta me consideraron un “Dios alfarero”. Era un prodigio en la creación. Podía darle vida a todo lo que mis manos tocasen. Era un genio. Hasta que… Recuerdo como si fuese ayer el día en que comenzó lo que yo denomino “El declive”. Mi más reciente creación había sido estrenada dos semanas atrás y aún se podía sentir el efecto que ella causaba en las personas. No voy a negarlo, mi vanidad se alimentaba de ese mundanal cuchicheo en el que mi obra y yo éramos protagonistas, y siempre que podía caminaba por la ciudad en busca de ellos. Ese día en especial, había decidido pasar por la Universidad y ver con qué caras mis “talentosos” colegas me mirarían. Pero no fue así. Me encontré con lo que aquellos viejos profesores llaman “el futuro”. Un nuevo artista y una nueva obra. Un nuevo mundo, y yo no estaba en él. Los días pasaron y yo con ellos. Salían nuevos genios por todos lados, pero a mis ojos ninguno era merecedor de tal título. En la Universidad, todos parecían estar cubiertos por un halo


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de ese nuevo arte. Un arte raro, sin sentido para mí, pero que deleitaba a todos. No lo entendía. La desesperación comenzó a inundar mi alma y comencé a trabajar el doble para hacer revivir el arte. Mi arte. Saqué obra tras obra, sin descanso, pero ya nadie las miraba como debían ser miradas. Nadie podía entender, porque estaban todos absortos en ese tonto y burdo arte. “Falta sentimiento, ¿no te parece?”, “no es fiel a la realidad, Tristán”, “¿Por qué sigues en el pasado? ¡Esto ya es historia!” ¡Cómo los maldigo! Malditos. Ellos me llevaron a esta decisión, ¡Ellos me hicieron temer! Temer… A mi sufrimiento se le sumó la debilidad del cuerpo y caí enfermo un año más tarde. Ya no era el hombre genio y joven, era un vejestorio obsoleto al que nadie recordaría. Los médicos no tenían palabras de aliento, y me aconsejaban poner mis asuntos en orden. Estaba pereciendo, como mi arte. Sería olvidado y ya no tenía tiempo para remediarlo. Hasta que se me ocurrió la solución, la entrada a la trascendencia y la gloria infinita. Con mis últimas fuerzas comencé lo que sería mi

obra más grande, la obra que el tiempo y la memoria nunca podrían destruir, y esa obra era yo mismo. El proceso fue doloroso, pero nunca tanto como para que yo desistiese de mi horrible determinación. Cómo deseo, ahora, que alguien me hubiese parado a tiempo, pero en mi celosía le di la espalda a todo aquel que intentó ayudarme alguna vez. Pues yo

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no necesitaba ayuda de nadie y seguí adelante. Trabajé en mí, transformé la carne, frágil y endeble, en un poderoso y macizo mármol. Empecé por los pies y fui escalando hacia arriba. Transformé mi piel en piedra, mis órganos en pequeñas estatuillas y fue así como mi cuerpo se volvió arte. La escultura absoluta, llena de sentimiento, detalles y fiel a la realidad. Sería adorado por todos y por siempre me recordarían como aquél que desafío los límites del mundo y del hombre, aquél que se convirtió en arte y fue perfecto, com*El museo les informa que cerrará sus puertas dentro de quince minutos. Muchas gracias por su visita. Vuelva pronto*

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El día terminó, y yo sigo en este lugar, sin poder avanzar, sin poder dejar todo atrás y aliviar mi dolor. Nadie me dijo que esto pasaría. Nadie me advirtió que sin importar qué, no había garantía sobre lo que yo planeaba. Ahora mi existencia se basa en esto: un cuarto oscuro, lleno de obras que no merecen la pena ser expuestas, junto al pasillo de las obras que la historia invistió con el título de “Grandes Obras de Arte y sus Artistas”. Vivo en un museo, sí, pero nadie me admira. Nadie me mira. Nadie sabe que aquí estoy. Poseo la vida eterna, pero ¿para qué? Si ya nadie sabe que existo. Vivo en el Olvido.


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FICCIÓN Carta a nosotras

Pilar López Vera

Quizás nunca leamos esto. Si lo hacemos, yo seré vos y vos habrás sido yo, o yo ya no esté. Escribimos para recordar, para recordarnos quiénes somos. Escribimos porque la escritura es inmune al tiempo, porque haciéndolo una parte nuestra queda registrada, dejando de ser nuestra, para evitar el olvido, porque pasa a ser de otro. Escribimos con palabras, aunque ellas sean del viento y no siempre creamos en ellas; sin embargo, escribimos lo que creemos o para que otros crean, y para ellos escribimos. Nos gusta escribir y perseguir sueños, ver el futuro como algo alcanzable. La escritura nos hace feliz. Somos sensibles, conectadas al arte. Somos libres, tenemos ideas e ideales claros. Nos sentimos incomprendidas en el mundo hostil que habitamos porque no entendemos la insensibilidad ante las diferencias o porqué la gente toma armas para resolver problemas, o porqué la gente no ama. Creemos que la respuesta a todas esas preguntas es el miedo, miedo a lo desconocido, angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario ¿Cómo vivir con miedo? No sería vivir, ni siquiera sabemos si sería algo, ¿qué es vivir? arriesgarse, tomar desafíos, confiar. Con miedo eso no pasa. Creemos porque la clave está en la confianza. Confianza: motor que nos impulsa al futuro, que nos da posibilidad de apertura. Creer en un futuro mucho mejor. Soñamos con un mundo lleno de amor, donde la línea de las diferencias desaparezca y se convierta en un puente que una. Creemos que ese mundo empieza en uno y trabajamos para construirlo desde el reconocimiento de nuestras virtudes como fortalezas para poder usarlas para beneficio de los demás, porque en el dar está la felicidad. Escribimos para recordar esa que fuimos mientras escribíamos, para no perder esa parte nuestra, que pasa a ser de la hoja, de la tinta, del teclado. Para no olvidarnos de quien fuimos, quien somos y quien queremos ser. En plural porque espero seguir en vos y que vos ya estés en mí, tan valiente como ahora, trabajando por aquello que te hace razón. Ojalá sigas abrazando tus ideales. Ojalá seas utópica. Ojalá ames con tanta fuerza como ahora.

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FICCIÓN La vida

El sol se asomaba entre las nubes y una mujer salía del sanatorio ubicado en la esquina de una cuadra muy luminosa con su hijo recién nacido entre brazos. Era una cuadra muy larga, con varios edificios por recorrer y varios pasos que dar. Un par de metros más tarde, salió de un portón imponente el papá. Ahí trabajaba él. Saludó a su familia con un beso y, uno de cada lado, tomaron a su hijo de las manos. Creo que sólo dieron once pasos para dejarlo en el colegio para que luego saliera horas más tarde. Blazer en mano y mochila al hombro, el chico salió del colegio acompañado por tres amigos. Dos de ellos fueron para el sentido contrario, mientras que uno fue hacia su mismo lado. Llegando al cuarto de cuadra, el chico se frenó en un edificio modesto porque su novia estaba bajando. Ya con una barba algo voluminosa y un morral colgado sobre su pecho diagonalmente, los tres siguieron caminando hacia la misma dirección. A media cuadra, el amigo de la pareja ya había perdido el estado físico. Se asomaba una panza que de a poco iba perdiendo el miedo a salir al mundo. En cuanto a la pareja de enamorados, a él le gustaba tanto sentir sus dedos

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Franco Valente

cuando la tomaba de la mano, que decidió ponerle un anillo. Desde atrás, su amigo y varias personas festejaban a los recién casados. “¡Felicidades! Que sigan juntos para siempre” Les juro, es increíble cómo los ojos verdes de la chica jamás perdieron su brillo. Siguieron caminando bajo una lluvia torrencial y pasaron por el negocio que tenían juntos, estaba yéndoles muy bien. Éstas gotas golpearon muy intensamente en su cuerpo, debilitándolos casi por completo. Pero siempre se ayudaron a seguir caminando, sin importar cuán difícil sea para cada uno transitar la vida. Ambos se quedaron quietos, levantaron la cabeza y sonrieron, expresión que llevó a que algunas arrugas se notaran más en sus rostros, y continuaron yendo a la par. Llegando a tres cuartos de la cuadra tuvieron que frenar. El sol iluminaba las baldosas, siendo la lluvia ya algo del pasado. Un auto estaba entrando a un edificio. Había una pareja y dos nenes. Bajaron la ventanilla, se asomaron dos cabecitas para gritar. “¡Abuelos!” La pareja se acercó, les dio un beso a cada uno, saludaron a sus hijos y el auto entró al garage. Entonces, ellos siguieron caminando tomados de la mano.


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Ya casi llegaba el final, les faltaba menos de un cuarto cuando él sintió cómo ella se desvaneció en su mano, y pudo tenerla en sus brazos. Se frenó, comenzó a llorar y, a medida que las lágrimas caían sobre el rostro de su mujer, el cuerpo se evaporaba. Igualmente, él tomó fuerzas y decidió terminar la cuadra con lo último que le quedaba. Con su bastón se fue acercando al final de la cuadra. Pero se dio cuenta de un detalle que no vio nunca desde la otra esquina: había una pared que le impedía

seguir caminando. No había salida. O, quizás, la pared le decía: “Bien, pudiste llegar, esta es la meta y la alcanzaste”. Quizás tenía que terminar ahí. Avanzó un poco más, piso el pavimento y vio a su mujer al lado de la pared, extendiéndole la mano. Era una figura borrosa, pero la pudo distinguir fácilmente. Instintivamente, él tomó su mano, aunque con una dificultad notoria, y juntos caminaron hacia la pared.

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Entrevista Diálogo con Tiempo

Malena Noemí Valleco

-No conozco a nadie que tan incansable sea como tú, Tiempo. No te detienes; corres, caminas, pero no paras ni retrocedes. A la vez eres receptor de odio y de adoración, vales oro aunque no pesas nada, mas tu valor sólo se comprende cuando ya no se te tiene. ¿Cómo podríamos nosotros, simples mortales, comprender tal ambigüedad? Sin embargo, no esperas que te entendamos, sólo que te sigamos, que siempre vayamos a tu ritmo, que nos ajustemos a tu paso. ¿Por qué eliges ir más rápido para algunos, y más lento para otros? ¿Por qué algunos ya ni siquiera te captamos? Ya no te sigo, Tiempo, hace mucho te perdí el rastro. Ya ni tus huellas distinguir puedo.

-Si a detenerme no me atrevo, es porque sin mí no queda nada. Piensa que para hablar, reflexionar, y hasta respirar, de mí requieres inevitablemente. Aunque mi único valor pueda comprenderse cuando a mí me pierden, no se trata de ser oro sino de ser todo aquello que no se tiene. Cuando algo no se puede conservar, de mayor valor se carga, aunque sea sentimental. Sé que no soy de fácil comprensión, y en efecto no espero serlo; tampoco busco adoración y no los culpo por odiarme, pero ya que alguien quiere escucharme, me prestaré a responder tus inquietudes. Mi velocidad no es nada más que la forma en que ustedes me miden, y como un río les puedo parecer más

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o menos turbulento, más o menos veloz, pero en esencia no cambia nada más que su visión. Las percepciones siempre son diferentes, es más normal la discordia que el acuerdo cuando se trata de medirme. Es por eso que tan fácilmente sus mentes quieren olvidarme; si pudieran jamás me tendrían encuentra, ya que cuando más relajadas se encuentran es cuando de mí no están al pendiente. Sabes que por ti no puedo volver, pero si aún deseas alcanzarme, primero a ti misma deberás convencerte.

-No se trata de que quiera o no alcanzarte. Mi cabeza no puede aceptarte; en mi mente no pasan los días, los meses, los años, ya nada importa. Aunque quiero siempre estar en el presente, seguir tu paso al compaz y no perderme, hace mucho que en el pasado me he estancado, y mi existencia ya no logra tenerte en cuenta. Sé que no soy la única y que hay muchos que por lo mismo pasan, pero siempre tiene relación con encontrarse en un momento donde sus mentes a ti no te quieren. Quizás son muy pequeños, o ya demasiado grandes, pero yo que estoy en el medio, ¿por qué no llevo registro? Tengo que contar con los dedos cuántos años van desde que mi cabeza decidió parar. Solo por lógica, debido a referencias del momento que era, y de la edad que ahora tengo, logro recordar que van ya unos nueve años desde que me has abandonado. ¿Pero qué podría


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yo esperar de ti, si eres tan cruel como Vida y Muerte? No me importa lo que me han dicho, aún considero que es cruel la conducta que tienen, pues han superado la crueldad que a Amor le he reprochado. Ya que de ti todo depende, mientras que tú de nadie requieres, solo puede esperarse que a ti te estén imitando.

-Tanto odio y rencor emanas, que no encuentro las palabras para responderte sin terminar en desgracia. Me has perdido el paso, y aunque puedas saber cuánto he seguido en mi camino, no quiere tu mente aceptar que éste es el caso. Puedo entender todo eso, pero el por qué ocurrió solo tú podrás verlo. No soy yo quien te debe respuestas, sino Olvido, a quien te has apegado. Mas dime, ¿por qué te parezco tan cruel? ¿Por qué tan repudiable te he de parecer? Y aunque de mí casi todo dependa, debo recordarte que Destino no siempre me tiene en cuenta. Todos los planteos que a nosotros nos has hecho, mejores respuestas encontrarán cuando a Destino vayas a hablarle. -No es Destino con quien quiero hablar, ni tampoco Olvido, a quien ciertamente ayudas. Es Recuerdo quien me debe una explicación, por todo los agujeros negros que dejó en mi interior. Cuando me abandonaste, Recuerdo me dejó a la deriva y comencé a perderlo todo; quizás nunca hayas ayudado a Recuerdo, pero a ti te ayuda y creo que es por eso que me he estancado. Muchos pensarían que mejor no incidieras en nuestras vidas, pues solo traes sufrimientos nuevos cada día, mas no hay nada que quiera tanto como recuperare, pues vivo como si con Muerte ya me hubieras dejado. Puesto que ayudas a Amor,

sin ti es más una locura que un sueño, y no hay nada que de Vida pueda rescatar sin ayuda de Amor y de Recuerdo. Aún podría contradecirme, podría reprocharte que si no tuviéramos que correr a tu paso, habría menos accidentes a causa tuya, porque habría menos olvidos, discusiones, y problemas de diversos tipos. Por tener que llegar rápido a un lugar, uno se olvida las cosas que se debe llevar; por no tener tiempo para hacer lo que uno debe, acabamos en discordia siempre. Sin embargo, nada de ésto me compunge tanto como ignorar tu paso.

-Mi consejo podrá no servirte, pues nada puedo hacer para que vuelvas a moverte. Mas me gustaría recordarte que tienes control sobre tu cabeza y tu mente, así que puedes ayudarte a poner en orden tus ideas tras hablar con quien debes para desenredar tus bretes. Si como los pequeños o los mayores, tu mente me repudia, quizás tu inconsciente busque protegerte del futuro incierto y de tus pasados horrores. No son esos agujeros negros en los que debes enfocarte, sino en tus alrededores, en ti misma, en lo que aún tienes. Así como puedes ver lo bueno que te doy, aún sabiendo todo lo malo que conllevo, aprecia tus dilemas de la misma manera, obviando la obscuridad general, para ver las estrellas…

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Anรณnimo

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FICCIÓN Ocho minutos en mapa

Sebastián Rizzo

–Al final, nadie nos lloró. –Decís verdad, jamás pensé que te lo diría, […]. No se lo digas a […]. ¿Sabés lo que pasa? El sueño físico es eterno, sí, y cada vez un poco distinto, pero tiene un tiempo, y esto […] lo dije. Siempre habrá una vuelta, mas el mundo este (se) desaparece “al final”. Es una “pena” que solo queden las palabras, ¿no? Quizá, sólo quizá, era otra cosa “todo”. Me hicieron una tumba en un lugar que casi todos dirían “remoto”, ¿y qué? No quiero que me lloren, pero ¿acaso se acuerdan de mí, persona? ¿Alguien, ahí y entonces, me vive? ¡Funciónenme! A veces, me da por tener intuiciones de coincidencia. Me lo imagino, ¡me quiero construir uno distinto! ¡Pero si yo te armé para siempre! *** Ya ni siquiera es la Ciudad, dice una pared: es muchísimo menos, dijeron antes; está exaltada, dirán –dicen– de lejos. En algunos […], quedan (quedaron) ecos, mas sin cara; muchísimas sombras viven, un poco: a veces, salen a tomar sol, caminan hasta un (¿el?) Obelisco. Entonces, las palabras hablan. En los trenes bajo tierra: “deje bailar antes de subir” y “¿bailamos antes, después subimos?”; en las ventanas: “¡yo también juego (sobre todo)!”; en los papeles tirados: “en vista de las cuadras que faltan”. Tal vez, entre las ratas que van, ya sin miedo, haya compromisos y se hallen formas de ver nunca antes […]. Hay algunas maderas, también, con entramados, y alguna lágrima quedó. No se entiende qué es lo de antes, mas se deviene madeja. No hay reminiscencias de las arqueologías, las genealogías, los árboles reconstruidos al fin (es sabido que los árboles son una construcción, y su estudio, necesariamente, exige una reconstrucción ). Es la cuerda siendo cuerda, la tensión avanzando hacia la tensión, las hojas descubriéndose palabras, flores que son mundo. ***

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Y esto te digo, ya: En el plano este, o en algún Marte lejano, verte, y si querés, quizás el Este esté y explique de qué van las historias. Mas a […] le digo: no intentes sistematizar el mundo que desde sí no tiene […] y no las quiere. Y el perro, mientras camino, (me) mira y dice: “…¡siendo!”.

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POESÍA A mí

He aquí la oscuridad y el humo escalando despacio hacia el cielo nocturno, La pena, dueña de todos los finales, el calor extinto. Las luces no se resignan, gimen desde las brasas, tras la humareda, Agonizan como heridos en batalla, crepitando. Algo huele a ahogo, a desperdicio, a humedad destructora, Y ya no es más lo que era y ahora está muerto y frío. Y en el medio de esta vida que solo sabe morir, me pregunto, Si habrá en algún otro mundo, un fuego que no se apague.

Francisca Leverone Tanto tengo Para mi padre Tengo la sana esperanza, de una vejez tranquila, que corone de laureles mi juventud dichosa. Tengo, de que mis manos curan, la certeza milagrosa, y me calma saber que por Su Mano son movidas. Tengo allá en Lugano unos amigos, todavía, que me ven y me saludan, porque no les debo plata. Llevo cuentas claras, si de ser recto se trata, y lo que no resuelvo solo, se lo encomiendo a María. Tengo un par de canas grises, si hace falta ser sincero. Algún domingo por medio, tres sobrinas que acunar. A mi casa tengo el lujo de poder llamarla hogar, y abrazar, con sed de amor, la paz que tantos perdieron. Tengo buena compañía, hace más de veinte años. Unos muertos que llorar, otros que lloren si me muero. Tengo flores en el patio, nacen a veces del cantero, y si bien lo bueno llega solo, por las dudas, yo las riego.

Caterina Radzichewski

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Writing on the palm of my hand

I once had a poem. I wrote it in black. I inscribed the letters upon my own skin. The pen would loose its essence, no going back. Someone else would not understand what they’d mean.

I once had letters, their shapes rounded and straight dancing upon skin, on the palm of my hand. Shapes that the signs of writing would imitate. But they were mortals. How much could they withstand? I once had words. I would start injecting them upon layers of my earthly existence and I would learn their plot from hem to hem and in my mind they’d never loose consistence. I once had verses. Always. Or so I thought. Verses of great sonnets and verses of song. With meanings that perhaps I never quite caught. When hurt, they were the cure. But now they are gone. I once had poems. I once had a poem. Poems that’d make my hand dance on white paper. In the vast fields of my mind I would grow them. I’d write on my hand, say “I’ll write it later” I once had a poem. I had it, I swear. I felt it on every breath, movement or taste. They were my fuel, like to humans is air. But like we do, I let it go to waste. Because when you write on the palm of your hand, words fade, they fade behind the pantomime and not the slightest whisper of yesterday can bring back the poem from once upon a time.

Isa Smith 23


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POESÍA La ambigua forma de un torbellino

Hay una cicatriz en mi pierna Es peculiar, colorida y recta Me la hice cuando me golpeé contra una puerta

Curioseando entre manchas y estrías, Pequeña y de apariencia desteñida Descubrí otra, con la vaga forma de un torbellino Quién sabe cuánto tipo llevará ahí Quién sabe cómo llegó hasta allí Yo podría inventar una historia a su alrededor Quizás me la hice en una pelea Contra algún bravucón de la escuela Defendiendo heroicamente a un pobre niño indefenso O podría preguntar a mis padres Si la recuerdan de algún desliz infantil Y ellos podrían inventar una historia a su alrededor Dirían que me la hice mientras jugaba Balanceándome en los columpios Cada vez más alto hasta que terminé por caerme O quizás es verdad que la recuerdan “Fue hace mucho”, suspirarían pensativos Y tratarían de rellenar las lagunas de la historia que me cuentan Y mientras fuerzan a su memoria Se colarían sus propias percepciones Y exagerarían la escena y reirían imaginando viejos tiempos Sonriendo, me vi en el espejo Buscando alguna cicatriz en mi cara Para así embellecer las historias perdidas que la rodeaban Y permitir que la imaginación recubriese

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Esos agujeros que deja el paso del tiempo Y exaltar a la mejor versión de la historia que pudo existir Pero sólo me vi a mí misma, Pequeña y de apariencia desteñida Resaltando contra las paredes blancas en el fondo Y sólo entonces me di cuenta Y me pregunté, anhelante Qué historias inventarían algún día a mi alrededor Cuando tuviera la ambigua forma De un torbellino en mente de los demás ¿Quién sería cuando ya nadie pudiera recordarme tal cual soy?

Laura Yépez C.

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RESEÑA En busca de un monólogo ¿De qué adolezco? (2018)

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Actrices: Agustina Gil, Ana Faggiani y Dafne Doyle Monólogos de Carlos de Urquiza ¿Y Ahora qué, Cielo? de Ester Catzman Clausurado de Beatriz Besteiro Cita con Marto de Adriana Ferrari Diseño y operación de iluminación: Miguel Coronel Puesta en Escena y Dirección General: Carlos de Urquiza Teatro: Universidad Popular de Belgrano “Alfredo Fazio”.

Ficha

Soy actriz y estudio Letras. Y unir mis dos pasiones es lo que realmente me realiza. El año pasado Carlos de Urquiza, mi director, me llamó a mí y a dos actrices más para ser parte de un nuevo proyecto. El espectáculo estaría compuesto por tres obras breves de tres dramaturgas distintas y tres monólogos. La temática central sería la problemática actual de los adolescentes y el estilo de actuación directo y natural. La idea me entusiasmaba, las actrices y el director eran excelentes, la sala mi segundo hogar. Pero el primer problema inició cuando el director planteó la idea de llamar al espectáculo ¿De qué adolezco? A lo que respondí, sin casi dejar expresar el motivo de la elección, que esperaba que el título no intentara relacionar adolescente con adolecer porque no venían de la misma raíz

Ana Faggiani

latina y sería un error asumir que así era. Que adolescente viene de adolesco y que esa palabra latina solo significa crecer y por ende adolescente quiere decir el que está creciendo. Mi director se interesó mucho con mi explicación y me incitó a averiguar más. Así abrí diccionarios, investigué etimologías y me junté con mi gran amigo Ángel para ahondar. De esta forma reconocí también, entre otras cosas, que adulto es el participio pasado de adolesco y significa literalmente crecido y que adolecer viene de otra palabra latina distinta: dolecer y expresa padecer alguna enfermedad o defecto. Más que nunca convencida de que adolescente y adolecer se asocian solo por su similitud fonética volví a hablar con mi director con todo el material recopilado. Y así fue como nació mi monólogo de la obra, precisamente el que inicia el espectáculo. Allí Carlos de Urquiza logró unir los datos teóricos y concretos que yo había obtenido en vistas a la totalidad de la pieza teatral y al público al que esta se dirige.


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Y cada vez que tengo el honor de volver a decirlo en escena me enorgullezco de su origen y de poder plasmar un poquito de lo que es Letras a un público que no está familiarizado con esto. Durante los ensayos fue creciendo cada vez más mi participación: evolucionaron cada uno de mis personajes, se diferenciaron entre sí y tomaron fuerza propia. Era la primera vez que actuaba de tantos personajes distintos en una misma obra, con tan poco tiempo entre la presencia de uno y otro en escena para entrar en ellos. Y luego de todo el trabajo quedé muy feliz del proceso y del resultado. Tuvimos la dicha de poder presentar el espectáculo en el II Festival “Patios del Recreo Iberoamérica, Identidad Adolescente” en Posadas, Misiones, donde representamos nuestra obra en el teatro Vicente Cidade. Fue una experiencia maravillosa que nos enriqueció muchísimo tanto desde la propia actuación del elenco como desde el

intercambio con otros elencos con concepciones del teatro distintas a las nuestras, donde todas las voces se interrelacionaron en pos de un mismo fin: hacer crecer el teatro para adolescentes desde la creación. Por todo esto estoy orgullosa de ser parte de ¿De qué adolezco?, de lo que significó el proceso y de todo lo que conlleva.

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FICCIÓN Memento

La mujer habla sin parar. Su voz suena familiar. ¿Quién es? No puedo reconocerla por completo pero habla sobre acontecimientos muy interesantes. Parece que atraparon al fugitivo que había escapado de una prisión en la ciudad de Córdoba. Menos mal que estamos en Buenos Aires… ¡hay cada loco suelto en la calle hoy en día! Hay que tener cuidado…. ¡María Ordóñez! Ése es su nombre. Me encanta el noticiero de las nueve a las doce, es mucho más interesante que el de la hora de la siesta. Ése hasta me da razones para irme a la cama. ¡Qué bueno! Ahí llega mi mujer a servirme el desayuno. -Señor Pérez, aquí tiene el desayuno y las pastillas de todos los días. Por favor, no se olvide de tomarlas, si sigue evitándolas vamos a tener que llamar a su familia. ¿Pero de qué me está hablando? -Julia, no seas así, ¿qué te pasa?- le decía, tomándole la mano para calmar su mal humor.- Vení, sentate a ver el noticiero conmigo y desayunemos juntos. -Disculpe, señor, pero tengo que servirle el desayuno a los otros residentes. Se ve que está de muy mal humor hoy, pero es mejor dejar a las mujeres cuando están así. Por lo menos me acompaña el noticiero con… ¿cómo

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Valentina Catulo

era su nombre? Ah sí, Valeria Narvarte. Qué bien que presenta las noticias. De nueve a doce está el mejor contenido. *** Sonó el celular. Miranda observó la pantalla: Geriátrico Hogar Feliz. Sabía que sería otra vez la misma llamada, las mismas palabras. No era necesario que se lo repitieran: su padre no había tomado la medicación y las enfermeras estaban preocupadas. Como si esos medicamentos pudieran solucionar su problema… Agregaban que le haría mejor a Norberto que su familia lo fuera a visitar de vez en cuando, y después de unos “gracias por avisar” y “lo tendré en cuenta”, se despidió de la extraña y guardó el artefacto, pequeño portal que desafía todo tiempo y espacio, toda privacidad. Estacionó en su cochera en Riobamba y Callao. Se dirigió rápidamente hacia el estudio, tratando de no tropezar con sus tacos aguja en esas malditas baldosas flojas y rotas, uno de los encantos de la Ciudad de Buenos Aires. Esos malditos zapatos que le lastimaban los pies, que no quería tener puestos, pero sentía obligación, decoro. El resto del día fue rutinario. Ver clientes, llenar formularios, escribir cartas documento, llamar a sus colegas, una reunión aquí, otra allá; son las


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cinco, hora de correr a casa, buscar a sus hijos del colegio, hacerles la comida, bañarlos y que se duerman temprano porque mañana hay que ir a la escuela. Nuevo día, llevar a los chicos a la escuela, trabajo, reuniones, abogados, cena y repetir incansables veces este esquema hasta el hartazgo o el fin de su vida. *** Las gotas se deslizaban apresuradamente sobre el vidrio de la ventana. Miranda observaba cómo competían unas con otras, intentando ganar la carrera. Era una competencia sin fin, ya que se movían a toda velocidad y se unían al juego cada vez más y más. De pronto se le ocurrió mirar más allá de las gotas. Qué bellos pueden ser los edificios de Buenos Aires, eran lo que más la maravillaba y una de las pocas razones por las cuales no le pesaba tanto que su familia se hubiera mudado allí. Eran un buen consuelo al salir de uno de sus tortuosos días de clase en la nueva escuela. Lástima que esta vez los edificios indicaban que se había pasado de parada. Ahora tendría que caminar diez cuadras hasta su casa, bajo la lluvia. Sin paraguas, sin campera, sin ganas. Y llegar tarde a la cena familiar de los jueves, una vez más. *** Estacionó en la entrada del geriátrico, pero no podía bajarse del vehículo. No tenía energía para volver a afrontar ese mundo de universos posibles. Sabía que la realidad paralela, que a ella le gustaría estar viviendo, nunca estaría entre las opciones posibles. Abrió la puerta y, al posar los pies

sobre la tierra, comenzó a llover. Caminó hacia la entrada sin paraguas, sin campera, sin ganas. *** Cerró la puerta de entrada y se dirigió hacia el comedor, donde todos estarían sentados hace ya media hora. Ella esperaba que hubieran terminado de comer, que se hubieran ido a dormir, que nadie hubiera notado su ausencia. Que simplemente dejara de existir por unos segundos, así no tendría que repetir el mismo momento una vez más… pero lo que uno más desea nunca es lo que sucede. -¿Se puede saber en dónde estabas?- atacó su madre. -Perdón, el colectivo no llegaba y me pasé de parada. Tuve que caminar hasta casa y no tenía paraguas. Llueve mucho afuera- Miranda trataba de buscar la compasión dentro del corazón de sus padres, pero tal compasión no existía… por lo menos no para ella. -Sabés que hoy es el único día de la semana en que tu hermana puede cenar con nosotros porque está siempre entrenando- esta vez se trataba de la voz de su padre- Sos tan irresponsable. ¿Por qué no aprendés de tu hermana? Catalina tiene disciplina, está siempre dispuesta, se pasa el día trabajando por su sueño, seguro llega de bailarina al Colón. ¿Y vos? No hacés nada, ni siquiera cumplís con tus mínimas obligaciones, y encima arruinás la cena familiar para todos. Las palabras de su padre nunca salían de su boca a un volumen elevado pero, sin embargo, eran muy fuertes,

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contundentes. Podía repetir las misma oración una y otra vez, pero nunca sería exactamente idéntica. Miranda no contestó. Contestar siempre era peor. *** -¡Catalina, viniste!- dijo el hombre senil que parecía un extraño. -No, papá…- comenzó Miranda. Pero no pudo continuar. -¡Qué bueno! Siempre me hacés tan feliz. Te estábamos esperando para cenar- y en su rostro se dibujó una sonrisa que su hija nunca antes había visto. -Papá, yo no…- se le hizo un nudo en la garganta. -Seguro tu hermana va a llegar tarde…. Pero no pienses que no te quiere. Te quiere muchísimo, solo que es una inútil, una irresponsable. Pero vos querida, sos el tesoro de la familia. No sé qué sería de mi vida sin vos. ¡Pero! ¡No llores, mi hija! No me gusta verte llorar. *** Los martes tocaba fideos con tuco. No es que su madre cocinara mal, sino que simplemente no era una comida que a Miranda le apasionara… pero era imposible convencer a sus padres de cambiar el menú. Como tantas otras cosas que son imposibles de cambiar en su familia. -¿Cómo te fue hoy en la escuela?preguntó su madre. -Bien- contestó la adolescente con una sonrisa un poco forzada.- Tuvimos una clase de orientación vocacional. Llenamos unos tests y nos van a dar los resultados en los próximos días… -Eso no es necesario- interrumpió

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su padre, sin siquiera levantar la mirada. Miranda trataba de encontrar los ojos de su madre, pero ella tampoco elevaba su cabeza ni emitía comentario mientras le servía un vaso de vino al hombre que tenía sentado a su lado. -Ya que sos hija única- prosiguió- tenés que ocuparte del estudio cuando yo me vaya. Me lo vas a agradecer. Prácticamente te estoy dando una solución a todos los problemas que te pudieras cruzar. Vas a poder tener un buen sustento económico para cuando decidas tener una familia, si lográs tenerla. -Pero papá… -¡Es una muy buena idea!- interrumpió su madre- Todavía no tenés novio ni siquiera, así que es muy generoso de su parte que te ofrezca su estudio. Miranda asintió y no emitió más palabras. Ya nunca volvió a hablar del tema. *** Respiró profundamente, tratando de lograr que sus lágrimas dejaran de emerger. Se sentó al lado de su padre y tomó su mano lentamente. -Papá, no soy Catalina y ella no está viniendo a cenar. Estás en el geriátrico, papá. Y Catalina… Él la miraba con esa misma sonrisa, sólo ligeramente deformada, porque no lograba comprender sus palabras. No decía nada. Claramente no la reconocía. ¿Y por qué lo haría? Mejor olvidar todo aquello que es un peso o una vergüenza para nosotros. -Soy Miranda- dijo, esperando que eso fuera lo suficientemente decepcionante como para que la visita acabara


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pronto. No era un suceso peculiar o distinto, él siempre se olvidaba de ella, pero el sentimiento era nuevo cada vez. Siempre igual de desgarrador. Pero de cierta forma fue una experiencia nueva. El rostro de su padre no cambió. La sonrisa permaneció. Acarició su rostro con la mano. Miranda no podía creer lo que estaba sucediendo. Le devolvió la sonrisa a su padre. Él apartó el cabello de su rostro, acarició su cuello, sus hombros. Miranda comenzó a sentirse ligeramente incómoda. -Te extrañaba tantodijo de una forma animal el hombre que tenía delante, que ya no podía tratarse de un padre. Ella se alejó rápidamente y lo empujó de forma violenta cuando él intentó acercarse y tocarle un pecho. Miranda gritó. Las enfermeras vinieron a asistir mientras Norberto le gritaba insultos de todo tipo. Se lo llevaron a su habitación mientras le daban una inyección para calmar su arrebato. Estaba congelada en el mismo lugar. Conmocionada. Pero nadie venía a asistirla, ni un familiar, ni una enfermera, nadie.

*** Exhaló el humo de ese cigarrillo feo y barato que le había convidado la mujer que yacía junto a él en una típica cama de hotel, de un hotel de ruta, con poca luz y muchas cucarachas. Antes traía aquí a cualquier mujer que levantaba por el camino, pero desde que se casó traía solo a una: Miranda. No es que tuviera ningún talento especial, pero siempre lo escuchaba y aconsejaba. Sin embargo, en esta ocasión no había mucho que la amante pudiera hacer. -¿Te das cuenta de lo que todo significa? -Sí- decía ella. -No voy a acordarme de nada. -Lo sé. -¿No te importa? ¿Te da igual si te olvido para siempre? ¿Si dejo de venir a buscarte y pasar tiempo con vos? -Deberías preocuparte por tu familia, no por mí. -¿Mi familia? No los veo nunca. Estoy mucho en el estudio. Mi mujer y yo nos llevamos mal. Las dos nenas son solo dos bocas que alimentar, y encima hay un tercero en camino… por lo menos este va a ser varón. La más grande quizás pueda tener un futuro más o menos digno, si pone mucho

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esfuerzo en la danza que tanto le gusta, pero no gano lo suficiente como para invertir en las dos. El chico va a tomar el estudio, claramente. Pero al fin y al cabo, estoy haciendo plata y construyendo un futuro que ni siquiera voy a recordar. ¿Qué sentido tiene? -Me preocupa cómo hablás… ¿estás pensando en abandonarlas? -No me juzgues, puta. Yo hago con mi vida lo que quiero. -No me voy a ofender con tus insultos. Por lo menos yo hago esto para poder alimentar a mis dos hijos. Y no sé si fue por enojo o por olvido, pero esa fue la última vez que vio a esta Miranda en su vida. *** Todo estaba perdido. La vida se desvaneció en la nada; el tiempo es irrecuperable. Al final, somos iguales. Todas las ansiedades, todas las frustraciones inundando mi mente y cuerpo por tantos años… tengo que desprenderme. Desprenderme de todo. Antes de que olvide todo de nuevo y haya que empezar de cero. Antes de que las preocupaciones y las falsas realidades tomen el protagonismo cuando no les corresponde. *** -Señor Pérez, le traje los medicamentos que no tomó a la mañana. Por favor, necesito que los tome, le van a hacer mejor. -¡No me moleste ahora!- gritó el anciano- ¿No ve que es el funeral de mi hija? ¡Es una irrespetuosa! El viejo caminaba intranquilo de un lado al otro de la habitación zaran-

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deando sus brazos y moviendo objetos de un lugar al otro. -Por favor, cálmese, señor.- la enfermera trataba de apaciguarlo- Siéntese, está en el geriátrico. No es el funeral de su hija, ella murió hace cuarenta años. Ya pasó y está todo bien. El hombre no la escuchaba y continuaba con su rutina. -¿No le dije que se fuera? ¿No puede entender mi duelo? Primero mi mujer pierde a mi único hijo varón y ahora esto. Váyase. No quiero volver a verla. La mujer llamó a alguien fuera de la habitación. Un hombre de mediana edad entró, tomó los brazos del anciano y lo sujetó con fuerza mientras él intentaba liberarse. Ella le dio una inyección que lo calmó automáticamente. Lo acostaron en la cama, dejaron la bandeja con los medicamentos para toda la semana en su mesa de luz y abandonaron el cuarto. *** La noche va creciendo. Las horas van pasando. Siempre permanece desvelado el indeciso que se pregunta si su decisión es la correcta. No hay manera de encontrar la respuesta inmediata. Lo rodeará la incertidumbre, que en su cuerpo emociones encontradas desata. ¿Qué deparará el futuro? ¿Será repetido el pasado? El pasado. Tan irónico el hecho que un hombre esté condenado a repetir su historia una y otra vez. Tan atormentador ese círculo vicioso del que es casi imposible desprenderse. Tan contradictorio. Lleno de nostalgia y odio. Lleno de


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inocencia y certeza. El futuro. Tan lejano que parece que nunca llegará cuando en realidad nos pisa los talones. Tan misterioso que le gusta relevar todas las pistas, pero jamás el secreto. Tan aterrador que nos pone en duda, ya que cada decisión incorrecta puede desatar una cadena de catástrofes. Tan contradictorio. Lleno de esperanza y miedo. Lleno de sueños y pesadillas. Lleno de planes e improvisaciones. Entre ellos dos, casi como en un triángulo amoroso, se encuentra el presente. Tan efímero. Como gotas de agua que se resbalan de nuestras manos, sin que las podamos agarrar. Cada segundo que desvanece en el

tiempo mismo para convertirse en historia. El indeciso se pregunta: ¿qué tan importante será mi decisión? No encuentra la respuesta. Desespera. Ya no es una cuestión acerca del pasado o del futuro, sino de a dónde se dirige su vida. El indeciso no es fuerte, es indeciso. No contiene la incertidumbre. Ésta solo lo atormenta. Lo corrompe. Él decide darle un fin. Nunca tuvo que volver a hacerse esta pregunta. No tuvo que preocuparse más. Ya no existía nada que pudiera perturbarlo. Ya no existía.

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FICCIÓN El árbol

Tumbledown, Sábado 12 de junio de 1982 Imagino un árbol para guarecerme de la lluvia. Blanco, frondoso, de finas hojas verdes. Me recuesto contra el tronco y así puedo ver la sombra parda de la patrulla que avanza chapoteando en la turba. No me ven. Tampoco al árbol. Él y yo

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Daniel Del Percio

tenemos la misma naturaleza. Los soldados parecen gigantes encorvados, voluminosos como muñecos inflados, lentos. Flotarían como globos sino fuera por sus pies que se hunden una y otra vez en el barro que los ata, los pega a la tierra, los arrastra. Dejo la protección que me da la copa de mi árbol y los sigo de cerca. Hay un soldado que usa un bigote descuidado, sucio, abundante. Quizás sea un cabo o sargento porque se mueve, hace grandes ademanes y bajo el telón de agua parece un actor despidiéndose. Pero no, también grita o intenta hacerlo, y su voz se esparce débil y el repiqueteo de la lluvia al golpear en sus cascos la apaga; sus soldados siguen avanzando indiferentes a su brazo en alto. Siguen, y el sendero los traga lentamente, la tierra parece borrarlos de un golpe cuando regreso a mi escondite, cuando veo que ese hombre verdegrís ya está cansado, se aquieta, avanza, no mira hacia atrás. Pero no hay árboles aquí. Ninguno que pueda dar


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sombra o cobijo a un hombre. Solo este fantasma que imagino y que evita que la lluvia me toque. Todo a mi alrededor es marrón u ocre, salvo unas banderas que no flamean y unas manchas de musgo con las que podría confundirme, aguardar en ellas hasta la siguiente la patrulla. Los hombres son más ambiguos cuando llueve, se les disuelve el rostro cuando bajan la cabeza para protegerse y yo tengo que buscarlos más. Me equivoco mucho, sí. Quizás sea verdad esa leyenda que habla de la espera silenciosa del viento que precede a cada relámpago: la muerte les parece caprichosa en las tardes de lluvia. Más allá, muy cerca del árbol, se levantan las carpas del hospital. Es endeble, y el viento infla las tiendas de lona como si fueran capotes desgarbados. Cuesta creer que hace poco tiempo hubo aquí una actividad incesante. Pero ahora está en silencio, no hay gritos y el helicóptero ha despegado hace rato y ya no es visible en el cielo, ni siquiera con sus grandes cruces rojas. Quizás sea su destino llegar, darles la salvación a esos doce o trece hombres que se llevó de aquí. Pero eso será en algún hospital que yo no conoceré jamás. Este, en cambio, me pertenece. Nacimos juntos y casi diría que espero su fin con una cierta indiferencia. Algún día, tarde o temprano, alguien dará la orden y se lo llevarán para ubicarlo en otra parte, o en ninguna. Entonces yo desapareceré. Simplemente eso, me convertiré en un sueño que quizás sueñe alguien que pase por aquí, un día de lluvia o de soledad.

Venzo mi apatía y camino hacia las carpas. Paso junto a sus banderas blancas con su gran cruz simétrica. Ese símbolo de redención y de alivio no f lamea ni se mueve. Apenas resbalan por su tela unas gotas de agua que cavan un pozo muy pequeño junto a su mástil. Hay un hombre en la entrada, un camillero, creo recordar, que dormita, como si no le preocupase nada de lo que ocurre. O como si ya estuviera vencido. Pero él no puede oírme, mis pies no chapotean en el barro y en la turba, no toco su piel, no respiro junto a su boca, no lo beso. Avanzo, cruzo el umbral y en un rápido recuento descubro que nada o casi nada ha cambiado. La primera sala está vacía, con una enfermera a la que llaman Vera dormitando junto a una estufa, y el cirujano, que acaba de entrar. Pero no es ese su nombre. Algunos le dicen Verónica. Ella no los corrige porque sabe que, de todos modos, no tiene importancia. Cuando se está en este lugar, sólo valen el cuerpo y su sombra. Bien lo sé. Como sé también que detrás de ese pliegue de lona que el cirujano acaba de cerrar hay cinco bolsas plásticas, cada una con un cuerpo dentro. Las cerraron hace muy poco. Quizás él las ha cerrado recién, porque su rostro está abatido, arrugado, sombrío como una peste. Camina con pasos largos pero lentos, cruza junto a mí sin sentir mi contacto. Tal vez es un frío repentino ese temblor que lo obliga a mirar sobre su hombro, espiar una vez más el pliegue de lona. No podría

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imaginar que ha sentido mi frío, ese frío de crepúsculo que no causa pavor sino apenas dolor y melancolía. Acaso, también, culpa. Camino junto a Vera y ella despierta, mira a su alrededor y veo sus ojos rojos, pendientes de la llama de la estufa. Es curioso que no pueda recordar el nombre del médico. Más aún que olvide con tanta rapidez a esos jóvenes que ahora descansan en sus bolsas plásticas. Pero ese nombre de mujer persiste en mi memoria como una especie de sueño. Sé que ella me ignora: he espiado sobre su hombro, respirado en su oído, he visto con fascinación sus manos de largos dedos trabajar afanosamente en las heridas, en las piernas mutiladas, en los brazos que tratan de alzarse para tocarle el rostro. Quizás su sonrisa haya salvado a más de un hombre esta tarde. Acaricio su cabello recogido, pero ella no se vuelve como si hubiese entrado una brusca bocanada de viento helado. Sonríe frente a mis ojos, pero es al médico a quien sonríe. Él se acerca muy despacio hasta ella, pero no, ni aun así se ilumina su rostro. - Cinco muescas más en mi bisturí dice él con sarcasmo -. Ya soy algo así como un asesino. Vera se pone de pie, trata de sonreírle, y al instante comprende que nada sería peor. Cree ver un resplandor que se filtra por una de las pequeñas ventanas y, poco más tarde, se oye un trueno lejano. - ¿Qué es? – pregunta. No es que no supiera la respues-

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ta. En el preguntar hay una necesidad de ser cobijado. La he visto muchas veces en estos pocos días. Por eso se acercan ambos hasta la ventana. Veo junto con ellos el horizonte salpicado de estallidos amarillos y rojos. Volcanes bajo la lluvia. - Artillería - dice él-. Dentro de poco vamos a estar llenos otra vez. - ¿Son nuestros cañones? - pregunta ella. El médico se encoge de hombros, se aleja de la ventana y de sus colores rojizos, se lava las manos. - ¡Quién sabe! - dice -. Da lo mismo. Después reflexiona, presta atención a ese horizonte de truenos, y como una especie de consuelo afirma: -Son nuestros. Cañones de ciento cincuenta y cinco milímetros. Ella sigue mirando por la ventana, me mira a los ojos durante un instante, y estira su brazo para acariciar el plástico que la separa del mundo, como si fuera a atravesarme. - Nunca vi caer un rayo en este lugar - dice -. Acá la lluvia es distinta. Su brazo se extiende un poco más y toca mi rostro. Su pulso es firme. Como de los que aceptan el dolor. Quizás crea en Dios. Yo no puedo saberlo. Es una mujer que extraña el relámpago y el trueno. Extraña el mundo eruptivo y veloz del que proviene. Pero aquí la lluvia es como esta espera que ahora está obligada a hacer. Sabe que en pocos minutos ese sendero de turba se llenará de vehículos que avanzarán llenos de heridos y moribundos. Quizás piense que podrá hacer muy


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poco, casi nada por ellos. Que apenas podrá ayudar al médico, que curará las heridas como mejor pueda, y maldecirá otra vez en silencio las guerras que deben pelear los niños. Sí, ella los considera niños, demasiado jóvenes como para comprender todo lo que perderán si se dejan morir. Mi árbol sigue allí. Ni siquiera ese avión que sobrevuela tan bajo parece alterarlo. El camillero que dormitaba se sobresalta, asombrado de que algún piloto se hubiera atrevido a volar con ese tiempo. Debajo de mi árbol, que no lo protege, sigue con la mirada el vuelo rasante que se pierde detrás de unas colinas. Un rumor surge del sendero. Vera se asoma a la lluvia, que cae ahora con liviandad. El camillero deja de observar el avión, que ya se ha hecho invisible, y también mira hacia la curva marrón de donde surge el traqueteo. Al poco tiempo aparece la silueta de un vehículo. Un poco más tarde, derrapando en el barro, surge otro más, quizás de mayor tamaño. Su carga es previsible y Vera llama a gritos al médico,

a los otros enfermeros que se acercan, miran con desconcierto y compasión las huellas profundas que dejan esas ambulancias improvisadas. En poco tiempo, la actividad regresa, dolorosa y metódica. Entro en el quirófano de campaña. Ahora sólo debo esperar. No me interesan

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los detalles menores, las curas rápidas, el acomodar a los heridos, clasificarlos, despacharlos. Esa burocracia la he conocido fugazmente y es una de las pocas cosas que aún no entiendo de los hombres. Quizás sea una necesidad para ellos pues, claro, mi vida es incomparablemente más corta que las suyas. Para mí, basta con la soledad y lo efímero de mi poder. Todo se reduce a un gesto, un movimiento que nadie podrá percibir, salvo aquel a quién tocaré. Algunos quizás crean que esto me hace más sabia o más poderosa, pero se equivocan. La muerte de un hombre deja en mí no mucho más que un ligero estremecimiento en mis dedos, una electricidad y un calor muy breves, un retumbar en mis oídos, como un trueno, o un golpeteo de sangre que se resiste. Y el pasado de ese hombre no es más que un torbellino que circula por mí. Recuerdo todos sus recuerdos, veo todas sus visiones, huelo todos los olores que alguna vez despertaron su apetito o su felicidad, creo habitar el cuerpo de una mujer que ellos habitaron antes de nacer, escribo sus nombres con mi mente en un muro blanco, aunque yo no sé ni sabré escribir jamás. Pero es apenas un instante, el segundo en que tengo vida. D e s p u é s , t o d o d e s a p a r e c e y m e d e j a . No sólo otorgo el fin de la vida; también soy un vacío. No aprendo nada de mí, no conservo nada de los otros. Entran a la carrera. En la camilla hay un muchacho de dieciocho, diecinueve años, aunque la edad es un

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detalle menor. Vera está con él. Le ha quitado su abrigo y su camisa mientras limpia como puede una hemorragia que no cesa. Es su frente, una esquirla, aunque esto tampoco es importante para mí. El médico entra después sin haberse colocado siquiera el barbijo. Es precipitado y, por eso mismo, muy débil. Ya antes sentí que en sus manos sólo había ciencia, una especie de obstinación profesional por preservar la vida. Vera inyecta algo en el brazo del joven soldado, quizás un tranquilizante que le hará perder la consciencia de lo que ocurre con él. Pero ignoran que nunca es


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totalmente así, que el mundo interior de un hombre permanece, no duerme ni puede dormir. Sólo ha logrado que ahora ese muchacho pueda verme. Creerá que soy un sueño, un mundo irreal que viene a buscarlo. Quizás tema, aunque este parece recibirme con indiferencia. Camino hacia él y al hacerlo toco el brazo del médico, que tiembla por un instante, levanta la vista y ve las manos frenéticas de Vera que trabajan, no se detienen, se obstinan. Podría tocar la frente del herido y llevármelo, pero de improviso Verónica mira hacia mí y sus ojos me

atraviesan, se fijan en el soldado que ahora, poco a poco, los abre. Su rostro todavía está cubierto de sangre: esa herida que mana de su cabeza no es la única y lo veo apretar sus puños con una fuerza inusitada, tomar la mano de la mujer con un frenesí increíble y después mirarme, como si pudiera verme con sus ojos enrojecidos y pequeños, lejanos como este horizonte de relámpagos bajo la lluvia que aguarda afuera. Vera sabe que no debe llorar, y no llora. Esta mujer me asombra. Es verdad que es la única que he conocido en mi corta existencia, y está prefijado que no me la llevaré. No sabré nunca cómo es la muerte de una mujer, aunque no debería ser muy diferente. Pero ella posee una pasión infinita por l a m e m o r i a . Mira, observa, a veces susurra cerca de su rostro, como contando un secreto. Posiblemente de ese muchacho no sabrá nunca nada: su nombre, sus amigos, sus mujeres si las tuviera no serían otra cosa que un sueño que se irá del mundo conmigo. Pero ese rostro ensangrentado persistirá en sus recuerdos como si lo hubiese conservado en un lienzo, enrojecido y desfigurado, pero real. La espera es larga y la labor del médico es excelente. Su ciencia es muy buena. Ha detenido la hemorragia y Vera y él sonríen sin tiempo. Quizás tengan un par de segundos antes de dejar el lugar libre para otro herido. Sin embargo, debo anticiparme. Acaricio la frente de ese muchacho y me abandono al torrente de su vida. Alguien

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escribe su nombre, y una lluvia dentro de mí lo borra con rapidez. Sé de su madre y de unos amigos, aprendo una canción que cantaba de pequeño, recuerdo con nostalgia un juego que él jugaba, una baldosa suelta del patio que levantaba para espiar la vida oculta que allí crecía, un árbol frondoso en el jardín de su casa, al que se trepaba de niño. Y todo es fugaz, como yo. El médico ve como el muchacho finalmente se va, se muere, se entrega a mí, los deja. No es perverso lo que hago, no es que quiera jugar con la esperanza de los otros. El soldado podría haberse salvado, sí, pero sólo porque yo decidí aguardar. Mi fascinación por la fe del hombre es ilimitada. Me gustaría hablar con Vera y explicarle que la envidio, que no entiendo su capacidad para recordar. La vida ya se ha ido, vuelvo a ser completamente yo. Mi papel es simple: debo seguir esperando. El próximo no, quizás el tercero o el cuarto en entrar deban seguir la misma suerte. Pero hay algo que me asusta. Sí, me asusta. El médico susurra algo, baja la cabeza, se abandona. Es un abatimiento que durará poco y que necesita con desesperación. En cambio, Vera pone su mano sobre la frente del soldado, esa frente donde aún yo tengo apoyada la mía. Nos tocamos y ella no se da cuenta, no me percibe, no me ve. Siento su vida, pero no como un torrente sino como una llovizna suave. En medio de esa llovizna veo rostros, hermosos rostros de hombres que ha visto morir. Y un árbol que hace

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memoria del niño que se trepaba en él. Retiro mi mano rápidamente, la miro cerrándole los ojos al soldado, susurrándole al oído una canción de cuna, cubriéndole con una sábana y llamando después resueltamente a los camilleros. Ya traen otro, pero no puedo mirarlo. Hay muchos rostros en mi muerte. Verónica me ha enfermado de la memoria de los hombres. Salgo apresuradamente de allí. No es lo que debo hacer. En mi huida, me cruzo con los otros heridos. Reconozco al azar dos o tres que debo llevarme. Mi esencia se impone a mi confusión y me llevo a uno de ellos. Pero no puedo con todos. Ahora estoy otra vez bajo la lluvia. Ya no morirá nadie más en el hospital. Quizás a esta extraña enfermedad que me ataca se deba lo que a veces le he oído comentar a los hombres: dicen que la muerte es caprichosa, que parece estar a punto de acabar con una vida, y de golpe la abandona, la deja en paz. Nunca imaginé semejante debilidad en mi raza. Sin historia y sin futuro, sin embargo, puede dolernos el presente. Los hombres, en cambio, parecen mucho más fuertes aún. Tienen la increíble virtud de la memoria. Uno de ellos, miles, pueden morir, pero esos recuerdos, esa vida que yo creía tragarme hasta desaparecerla permanece de alguna manera en los otros. La memoria es una forma, la más dolorosa quizás, de la inmortalidad. De esa inmortalidad que yo no puedo tener. No he cumplido con lo que


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debía hacer, aunque ya no importa. Mi existencia se acabará en poco tiempo, cuando alguien determine que este pequeño hospital de campaña ya no deba existir. Entonces desapareceré sola, sin nadie que recuerde mi rostro. Nadie, nada, tocará mi frente para llevarme. Nadie, nada, sentirá el torrente de la vida que me dejará. Seré sólo un fantasma que recordará rostros, que le teme a la lluvia, que ya no espera. Me cobijo debajo del árbol que imaginé. Pero ahora, con sorpresa, descubro que la lluvia me alcanza. Íntima, ambigua, mágica. Así que esto es, finalmente, la lluvia. Somos tan diferentes ella y yo. Otra patrulla se acerca, otro cabo o sargento vocifera órdenes ante soldados que de pronto dejan de mirar hacia adelante, hacía los relámpagos de la batalla, y se fijan en mí. No es

horror. Es asombro. Cuando ya se han alejado, comprendo que no me vieron a mí. Vieron el árbol. Miro la copa frondosa y verde, solitaria en medio del desierto lluvioso. Esas ramas que se sacuden con el viento son una epifanía: no es mi árbol. Es aquel que me llegó por la memoria de los otros. Aquél del joven que me llevé. Pienso en lo extraña que es mi vida. Ahora mi árbol no tiene mi naturaleza. Es como la lluvia, como el barro o los hombres que me rodean. Es como esa mujer que me obsesiona. Espero aquí a que todo pase. Como dentro de un sueño, la lluvia es un fantasma que moja a otro fantasma. Descubrir así que la vida es tan poderosa debería entristecerme.

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LIBERAT - NRO 5

FICCIÓN Dos funerales

Todos, en algún momento que llega un poco antes o un poco después, nos preguntamos por dónde pasa el Cielo. Lo buscamos, lo intentamos encontrar; la diferencia debe estar en lo que entendemos por Cielo (sea ver el rostro del Padre, una cama llena de placeres, una utopía socialista). Así como nos preguntamos por dónde pasa este lugar, también nos preguntamos si existe o si es que está en algún lado. Algunos dirán que no y zanjarán el asunto. Aquellos que lo sigan buscando a pesar de la inflación, el calentamiento global y el fracaso inevitable de todo plan, suelen ponerlo al final de la vida, como una realización última, un volver a casa, unas vacaciones pagas por una vida entregada o correcta. Entre estos, unos pocos, poquísimos, creen reconocer en algunos eventos ciertos “adelantos” de la vida futura, que no se le acercan ni la opacan, pero son una especie de aperitivo para lo que vendrá: confirman algo que está atrás del abismo de la muerte. Cada día cambio de postura; hay múltiples debates dentro de mí cada vez que me interpelo acerca de esto, pero hubo cierta vez que la parte de mí que apoya esta última propuesta tuvo argumentos muy fuertes, y mantuvo en vilo a todas las demás mientras realizaba

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Agustín Tamai

su defensa ante el foro. ¿Cuándo hemos conocido una parte del Cielo que ha de venir? ¡Cómo olvidarlo, si paradójicamente fue en un funeral! Para ser más precisos, fue en el primer funeral de la Abuela Rosa: mi despedida, mi planto. ¿Tuvo acaso dos funerales? Yo creo que sí. Si bien quienes sufren Alzheimer mueren muchas veces, y muere una parte de ellos cada vez que pierden una parte de su vida pasada (¿Quién es ese? ¿Hola?), hubo una última vez en que me atreví a ver a la Abuela con vida. Fue en su último festejo de cumpleaños. Era muy doloroso ir al geriátrico para visitar a esa cuasi extraña. A esa que era como un reflejo en un charco de lo que fue la gran Rosa, la única, la que supo reír y contagiar la buena medicina de la locura. Pero ese cumpleaños hubo que tomar coraje. Sospecho que una parte de nosotros sabía que era el último, o al menos lo temía. La cuestión es que no somos normales y no somos capaces de jugar el papel de familiares que van pulcramente al geriátrico, solemnes, peinados, crudos: Rosa no era así, y de ella venimos… El plan era sencillo: llevar la guitarra, llevar la mandolina, llevar la melódica (ese pianito molesto que se sopla) y cantar. O cantarle. Es decir,


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nadie sabía si ella sería audiencia de lo que íbamos a hacer; lo haríamos de todos modos. La selección eran algunas canciones movidas, como para animar la situación terrible del olvido; y los platos fuertes del día eran la canción de El Padrino y una tarantela, ambas con la intención de despertarle algo escondido en lo profundo de su corazón italiano. Como afirman Rilke y los franciscanos, ese día íbamos a descubrir que Dios espera donde están las raíces. Llegamos al asilo y con sudor frío en todo el cuerpo caí en la cuenta de que el domingo es el día de visitas por excelencia en todos los geriátricos, y que los cumpleaños son un gran acontecimiento para la vida interna de los hospicios. Por lo tanto, el festejo no sería algo íntimo. Por lo tanto, las canciones no iban a ser privadas sino un pequeño gran evento en el salón comedor. ¡Y yo que había pensado que no tendría ni a mi propia Abuela como espectadora, ahora tendríamos a todo un colectivo de ancianas deseosas -o no- de escuchar qué carajo hacían los nietos de Rosa! Ella llegó, tan disminuida, tan sin comprender, en su silla de ruedas. Le daba temor cuando la llevaban, pero esta vez no lo expresó. Estaba sin estar, lo sabemos todos. Sin embargo, nos saludó, como si algo dentro suyo le dijera que aquellos que no podía recordar eran importantes justamente porque no los recordaba (quizás para el Alzheimer los recuerdos de amor tienen un sabor especial y los borra

con mayor resentimiento. Quizás los enfermos sienten esas canaletas robadas en el pasado y, aunque no saben por qué, sospechan que la persona ausente en ese pozo es importante). De cualquier modo, nos saludó. “Hola, mi amor”. Tan dulce, con tanta formalidad de “no sé quién sos, ¡bienvenido!”. Yo esperaba más charla pero no: todos estaban apurados y querían escuchar música. Nos preparamos, empezamos a cantarle. Quién sabe si escuchó, quién sabe si sus aplausos eran por el ritmo, como algo animal, o realmente justo estaban ella o el Cielo pasando por allí. Lo cierto es que todos en el lugar festejaron ese día con Rosa. Y, en mis oídos, no pararon de resonar las palabras de cierto monje del desierto que sostenía que hay dos movimientos desde y hacia Dios: se deja conocer y amar. Algunos lo conocen más con el bocho (él conjetura que este camino es para los sabios, los estudiosos), pero la vía más directa y plena es la de amar a Dios: el tipo deja que penetren en su misterio aquellos que lo buscan para amarlo más que para reducirlo a una premisa teológica. Allí, escuchando “Zamba de mi esperanza” y oyendo a las señoras que “cantaban” entre balbuceos, supe que ese asceta no se equivocaba: todos pueden tocar un pedazo de lo cierto si lo hacen con el corazón El Cielo no pasaba por el cerebro, sino por abrir las puertas. Así me cayó alguna lágrima discreta, pero no me lo permití: demasiado drama para un domingo italiano en familia.

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-¡Rosa, te saluda la señora Baba!le dijo su hermana, mi tía abuela Gianni, mientras una anciana de anteojos y pelo corte taza se acercaba sonriente a saludarla. -¡Ah! ¿Baba? ¿La que se mete un dedo en el traste? Y ese fue el último brillo Rosa que escucharé en mi vida, mientras la señora Baba la saludaba igualmente, diciendo que la perdonaba tan solo porque era su cumpleaños. No está de más decir que dos meses después Rosa partió de regreso hacia ese Cielo que se nos escapó tal día. Y tuvo su segundo funeral. Éste, más triste, más duro. Ya no para ella, sino para nosotros; y me hice la promesa, mientras el sacerdote daba un golpecito campechano al cajón al decirle que ya estaba lista para su viaje, de no ceder jamás terreno en mi memoria a las canaletas. Me sentí desgarrado, caído, roto, falto de una parte de mí: probablemente así se sentía ella cada vez que nos miraba con sus ojos ausentes. Le escribí una carta, le agradecí por

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tantas comidas preparadas, tantas risas desafinadas, y por tanto mero compartir el rato con un pibe muy tonto. Esa tarde llovió en Chacarita, para darle otro tono melodramático al planto. Pero éste ya no era con ella enfrente. Al volver a casa, mi rezo y súplica fue tan solo pedirle al Supremo que Rosa siguiera siendo ella, en donde quiera que esté. También me pregunté si yo seguiría siendo yo hasta el final de mi vida, y si en algún otro espacio me reencontraría con la Abuela. Y allí y en ese tiempo, ¿me reconocerá?


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Isa Smith

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Dinámicas del espacio Los pasados 6, 7 y 8 de junio se llevó a cabo el V Coloquio Internacional de Literatura Comparada “Dinámicas del espacio: relfexiones desde América Latina”, orquestado por el Centro de Estudios de Literatura Comparada “María Teresa Maiorana”. Tuvimos el privilegio de recibir y escuchar de primera mano a personalidades académicas internacionales como Bertrand Westphal (Université de Limoges), Aníbal Biglieri (University of Kentucky), y a investigadores y profesores de Chile, España, Estados Unidos, México, Colombia, Brasil y Alemania. Autores a quienes uno, estudiante, lee pero rara vez cree que puedan llegar a ser más que nombres impresos y pasen a tomar una dimensión inmediata, ser testigos de la claridad con la que estos profesionales de las letras transmiten aquello a lo que han dedicado su vida. Para los estudiantes de los primeros años, esto fue, como siempre, una ventana generosa hacia el mundo académico. Pudimos escuchar exposiciones brindadas por profesores y compañeros de nuestra universidad y de otras instituciones nacionales. Es el primer acercamiento que tienen al mundo de la investigación y el intercambio de conocimiento que enriquece a la comunidad global de investigadores y transmisores de esta rama del saber. El Coloquio giró en torno al tema de “dinámicas del espacio”, tema al que se vuelcan una y otra vez las humanidades de los últimos tiempos, cada vez con mayor frecuencia. El spatial turn, señalado por Jameson, es un hecho. La globalización ha producido un mundo en el que las fronteras son prácticamente ornamentales en tanto que la gente se desplaza a lo largo y ancho del globo de forma casi irrestricta. Estamos ante un nuevo concepto del espacio y, como todo lo nuevo, nos presenta infinitas posibilidades: un enfoque totalmente nuevo para nuestros estudios, nuestra forma de abordar la literatura. Este encuentro, además, tuvo el buen tino de convocar a poetas, en calidad de tales, a exponer sus obras. Enrique Solinas, Nadia Prado y Alicia Genovese hicieron lectura de poesía y luego dialogaron con el público junto con el Dr. del Percio. Nuestro agradecimiento al Centro de Estudios de Literatura Comparada “María Teresa Maiorana”, muy especialmente a la Dra. Puppo, a la Facultad y a todo el personal que se puso a disposición de los expositores y asistentes. A todos los alumnos y ex alumnos que se acercaron, participaron y ayudaron con la logística del evento y pusieron el empeño necesario para que todo se diera de forma magistral. Este encuentro resultó en un espacio fructífero para toda la comunidad de Letras, un punto de encuentro enriquecedor para profesionales y estudiantes. Estoy seguro de que todos hemos quedado muy satisfechos con el resultado. Esto no hace más que probarnos que, pese a las dificultades y eventual escasez de distina índole, brindar todo el cuerpo a lo que uno ama da sus frutos. Enriquecer el espacio que uno habita y el de los otros incluye también propiciar el encuentro con los otros y recibir de forma crítica y responsable el intercambio que sucede en ese acontecimiento. Juntos, antes que en competencia, llegamos a un mejor lugar. Agustín Gari Centro de Estudiantes de Letras



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REVISTA LIBERAT Número 6 junio 2018

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