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La palabra todo lo-cura
“No hay cura: simplemente hay más camino. O no hay nada: la abolición del camino. Y el camino es dolor. La curación sería no sufrir. La curación sería no camino. Sólo no curarse mantiene abierto el camino”.
Roberto Juarroz
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I
Escribir desde la experiencia. Escribir desde la neurosis. Escribir desde la locura. Escribir desde donde se pueda, para crear caminos. No creo en una literatura despejada, diáfana, en la que no se perciban las marcas del hombre que, entre otros roles, es escritor. Del mismo modo ubico al lector. Su lectura tampoco es cristalina, objetiva. Lo escrito es letra viva, río que se unifica con ese mar revuelto de significantes que habita en su mente. Cuando en un taller literario o grupo terapéutico leo un cuento, una poesía, con lo que suelo encontrarme, en el espacio de reflexión posterior a la lectura, es con lo que desencadenó esa lectura para ese oyente singular. He optado, algunas veces, por ciertos textos con la firme intención de que surjan determinados temas que me interesaban abordar; de más está decir que la mayoría de las veces fallé. Nadie puede saber qué se desencadena cuando se estimula a un oyente, a un lector. Las palabras, dichas o leías, suelen desatar lo inesperado.
Para que el psicoanálisis sea lo que es en la actualidad, sus fundadores pasaron por la práctica de la sugestión, el hipnotismo y la coer-
ción asociativa, sin que los resultados fueran los esperados. Hasta que Anna O, la célebre paciente del Dr. Breuer, bautizó al método psicoanalítico como talking cure, cura por la palabra. Y de ahí en adelante Freud, escuchando a sus pacientes, entendió que la palabra liberada desde la propuesta: hable de lo que quiera, resultaba ser el camino de acceso al inconsciente y por lo tanto a la sanación.
Hay palabras que sanan y palabras que enloquecen. En mi novela Quinifreud, al narrador le hago decir algo que verdaderamente experimenté y aprendí como psicólogo: “Era fundamental la estrategia, qué decir, qué callar. Un movimiento en falso, y zas, su locura podría estallar. Rafael nunca olvidó la tarde en la que hacía la recorrida junto a otros colegas por las salas del Hospital Neuropsiquiátrico Borda y un psicólogo inexperto y atrevido le dijo a una psicótica, que en ese mismo instante le refería estar conectada con la voz de la Virgen de Luján, que esa voz no existía, que sólo era un invento de su imaginación. Entonces la mujer empezó a gritar, a desgarrarse la ropa y salió corriendo para perderse por el pasillo de la locura total. Ese día aprendió que no se ayuda a un psicótico destituyendo su delirio sino ingresando en él” 4 .
Enloquece lo que destituye. Enloquece no poder armar un discurso, aunque sea un discurso delirante. Enloquecen las palabras sueltas, no encadenadas, sin una lógica, aunque sea la lógica de la locura. Cuando al sujeto etiquetado como “loco” se lo aloja, se le da palabra, se lo escucha y se lo incluye en un dispositivo en el cual su voz es tenida en cuenta e ingresa en una producción creativa y social, ese saber llamado delirante encuentra canales de comunicación, asidero, y por lo tanto el resultado es terapéutico. El Frente de Artistas del Borda, dispositivo que se sostiene desde principios de la década del 80 en el neuropsiquiátrico Borda, es una prueba más, y contundente, del valor del arte como intento para derribar paredes y procurar caminos de desmanicomialización. Experiencia que se inició dentro del nosocomio y que luego, con pacientes autorizados, o dados de alta pero sin familias que los acompañen, llevaron el arte fuera de los muros.
Hay palabras que calman y otras que enloquecen. El yo es una ficción, siempre. Cuando te preguntan quién sos, la respuesta que
4. Melicchio, Pablo, Quinifreud, Buenos Aires, Moglia ediciones, 2016, pp. 43-44.
damos es una construcción, muchas veces delirante. ¿Somos lo que decimos ser? ¿Quién soy? ¿Existe mayor aventura que esa? Somos esa mezcla que parte de lo hereditario y de lo aprendido en el seno de una familia y un momento social, y que continúa hasta la muerte con lo que vamos pudiendo ser mientras vamos viviendo.
Ante un mundo caótico, de palabras donadas, de palabras sueltas, de silencios y de gritos, la personalidad es el discurso que podemos construir para hablarnos a nosotros mismo, nombrarnos y comunicarnos con los otros.
II
El 1 de diciembre de 1970 muere el poeta Jacobo Fijman en el neuropsiquiátrico Borda. Cuando unos años antes el escritor Vicente Zito Lema lo visita para entrevistarlo, y entonces le pregunta si se siente enfermo mental, Fijman responde: “No. Rotundamente. No. En primer lugar porque tengo intelecto agente y paciente. Y mis obras prueban que no sólo soy hombre de razón, sino de razón de gracia. A pesar de este sitio, que como se dará cuenta, no es el más adecuado para trabajar, he continuado en mi tarea, escribir poesía…” 5 . El poeta que escribe y que en ese escribir hace algo con su diagnóstico, etiqueta de loco. ¿Estaba loco Fijman? ¿Es su escritura un modo de articular su locura? ¿Qué hubiese sido de Jacobo sin su tarea de poeta?
Hacer arte, como se pueda, a pesar del contexto, para no quedar atrapado en el discurso único del chaleco químico, o en la tensa locura de delirios y alucinaciones. Locura sin poesía quizá no sea más que otra de las formas del discurso del Otro donde el sujeto queda alienado y fuera del campo social. El poeta, como cada artista, loco o no, intenta establecer lazo con el mundo, hacer algo con el padecimiento que todo ser tiene sólo por ser.
Hay palabras que sosiegan al hombre y otras que lo empujan hacia la locura. Jacobo Fijman y Artaud, por nombrar a dos poetas inmensos, pero hay muchos más, conocidos y anónimos, encontraron en el arte,
5. Fijman, Jacobo, Obra poética 2, Buenos Aires, Editorial Leviatán, 1999, p. 78.
en la escritura, una forma de hacer algo con el dolor, con las perturbaciones mentales, con los agujeros del existir. Enloquece lo que no encuentra asidero, marco, contención. El arte es una forma de encauzar.
Cada viernes en el que abría la sesión en el Parador Retiro, donde dictaba el taller literario reflexivo destinado a hombres en situación de calle, la circulación de libros y de palabras iba creando un clima singular. Entonces la lectura, y la consiguiente reflexión, permitía ir desarmando ese lugar alienante de ser marginal, loquito o mendigo, para pasar a ser un sujeto con deseos y anhelos propios. El trabajo parece sencillo, armar un grupo, que haya un coordinador, leer un cuento, abrir el diálogo y ver qué sucede con eso que se leyó. Pero no es para nada simple. Hay que estar a la altura de lo que sucede. Nadie se abre porque sí. Una lectura, en apariencia “inocente”, puede ser el disparador para que el lector-oyente logre conectarse con su mundo interno y desde allí reconocerse, enfrentar fantasmas, dolencias y, en el mejor de los casos, elaborar conflictos. Pero tiene que haber un contexto de contención, una escucha atenta, un espacio donde lo más significativo sea el encuentro entre humanidades, con respeto, siendo consciente de que nadie está ajeno al dolor.
Existe la cura por la palabra, y la palabra que genera locura. Como psicoanalista y como escritor encuentro un tremendo goce, y una profunda responsabilidad y respeto, en el uso de las palabras, las pronunciadas, las escritas, y en el valor de los buenos silencios. Creo en el poder de las palabras y en el arte de las palabras como terapéutica, para uno mismo y, desde allí, para los otros. Freud escribió que sólo los niños y los poetas (los artistas) podían transformar, con sus creaciones, el mundo que los neuróticos padecían. Entonces, ante el padecimiento, una buena medicina es conectarse con la creación artística o morir en el intento, dejando que la locura nos horade hasta deshabitarnos como sujetos.
La creación artística es otro modo de ver y de vernos en el mundo, de pensarnos. Cuando disfrutamos de un buen concierto, libro o pintura, nos adentramos en otro mundo y regresamos al de siempre con algo nuevo, con lo que nos aportó el encuentro con el fenómeno artístico. Como escribió Coetzee: “... la narración funciona arrullando al lector
o al oyente hasta que alcanza un estado onírico en que el tiempo y el espacio del mundo real se desvanecen y son reemplazados por el tiempo y el espacio de la ficción” 6 . Entonces, a través del arte, podemos establecer un mundo que adviene sobre el otro donde el tiempo real puede disiparse, aunque sólo sea por un instante, para que ingresemos en esa otra dimensión espacial y temporal que permite la creación artística. Pero siempre para regresar al mundo cotidiano, con lo adquirido, con lo aprendido, con esa nueva forma de ver y vernos en la vida.
6. Coetzee, J. M., Elizabeth Costello, Buenos Aires, Sudamericana, 2013, p. 22.