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Los libros, la lectura y la escritura: sus efectos terapéuticos
“Cuando hemos terminado de leer El proceso no somos la misma persona que antes (y seguramente tampoco Kafka después de escribirlo)”. Ernesto Sabato
I
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Elegir el libro justo, en el momento justo, puede ser de gran ayuda. Como lector me voy conociendo en lo que leo y subrayo, y me reconozco en lo que releo. En lo subrayado está el que fui, la memoria que atesora el libro. Las marcas que tienen mis libros son el diálogo que establecí con ellos en el pasado. Una palabra o una frase marcada por mí, es el signo de un estado en el ayer, de una sensación de ese entonces que, cuando releo, me recuerda, me resitúa. Los libros tienen, como los hombres, memoria. Libro marcado: libro leído. No me vengan con la conservación inmaculada, intacta de los libros. Las hojas dobladas, los objetos olvidados entre las páginas, las manchas de café o de vino, las escrituras en tinta o en lápiz en los márgenes, los subrayados, las migas, todas estas son las señales de la vida del libro, las arrugas del vivir; es, en definitiva, el diálogo entre el lector y el escritor. ¿Por qué escribo y leo ficciones? Porque es un modo de soportar lo acuciante de la realidad, es mi huida transitoria, como otros lo tienen en el consumo material o en las drogas.
Como psicólogo he recomendado libros puntuales a pacientes que estaban atravesando determinadas experiencias personales. El libro,
entonces, puede continuar la tarea sostenida en el consultorio y luego ser material para próximas sesiones, del mismo modo que relatar un cuento, una moraleja, o un chiste para descomprimir. La palabra, sea pronunciada o escrita, causa efectos.
La biblioterapia es una forma posible de intervención, es una medicina. Es la consecuencia terapéutica del leer, del escuchar una lectura y compartir ideas, de reflexionar. La experiencia en el Parador Retiro me enseñó que la lectura oral y compartida, en apariencia ingenua, permite y facilita la conexión con el mundo interior. Y es esta conexión una posibilidad de regresar a lo cotidiano con lo reprimido, con lo olvidado –no sin efectos– y comenzar a sanar lo no elaborado.
A través del estímulo con los libros y con las palabras, se puede arribar a la memoria, recordar, repensar lo vivido, y desde allí restituir una subjetividad dañada.
En la experiencia con los hombres en situación de calle pude constatar que muchas veces se animaban a hablar de sus vidas, y de sus experiencias, luego de escuchar un cuento, un poema, o una frase. Las palabras, una vez pronunciadas o leídas, cobran vida y se ensamblan al bagaje personal. Si escribo en un pizarrón: “El amor es…”, el lector leerá esa frase, en apariencia incompleta, y, por cadena asociativa, la llevará a su mundo interno para regresar con una idea y completar el concepto. Si sufre de amor, quizá continúe la frase con un significante negativo; pero si está profundamente enamorado, el resultado será distinto. Completamos y continuamos las obras con nuestra experiencia de vida, con nuestras posibilidades. Por eso en la pintura Sumi-e, los artistas orientales dejan espacios en blanco intencionales, para que el observador complete el cuadro. Una obra profunda es un espejo donde podemos reflejarnos y se refleja parte de nuestro mundo.
Luego de una buena charla o de una buena lectura, no somos los mismos.
II
Si bien un libro puede entretener, también puede ser un punto de partida para abrir a la reflexión. Viktor Frankl en La psicoterapia al alcance de todos, dice: “Así, por ejemplo, en las crisis existenciales –de las que nadie queda libre– el libro suele tener efectos prodigiosos” 10 . Recomendar un libro es un acto que tiene consecuencias en el otro. Nunca se sabe a ciencia cierta qué consecuencias traerá, qué efectos causará en ese lector esa lectura. Pero lo importante es la intención, el propósito. No es lo mismo recomendar un libro porque a uno le hizo efecto, le interesó, lo dejó pensando, que detenerse a pensar qué libro puede ser interesante para ese sujeto puntual, dado el momento por el que está transitando. Algunas veces, a algunos amigos, familiares o pacientes, les regalé, presté o recomendé un libro, previamente leído por mí, suponiendo que iba a tener un efecto positivo. En general lo tuvo. Desde luego que no sólo sucedió aquello que yo supuse que iba a suceder, sino que un poco más, o un poco menos. La misma película vista por diez espectadores abre diez significados diferentes, porque si bien el mensaje es el mismo, el receptor recorta lo que puede, lo une a lo que sabe, y desde allí arma su registro del film. A la salida de un cine suelen haber comentarios comunes, de la trama, de un momento preciso de la película, pero lo más interesante es aquello que a cada uno le significó una palabra, un personaje, un silencio, una imagen, o una escena puntual. Lo que cada espectador se lleva de la película tiene relación directa con su propia vida y con el momento por el que está transitando. Ahí se juega el diálogo singular con el arte; porque ese es el milagro del fenómeno artístico, el efecto que causa en cada uno.
III
Tennessee Williams se preguntó, y respondió: “¿Por qué escribo? Porque encuentro la vida poco satisfactoria”. Fernando Pessoa también entendía que el mundo no bastaba y que por eso, o para eso, estaba
10. Frankl, Viktor, La psicoterapia al alcance de todos, Barcelona, Herder, 1886, p. 180.
el arte como respuesta, aunque sea, como todo lo que hacemos en la vida, una copia imperfecta de una forma perfecta, ideal, soñada. Frente a la concreta realidad, a la “cosa es así”, el artista, como el niño, hace una reconversión del mundo. Los poetas, los novelistas, juegan con las palabras. Muchas veces toman un suceso de la vida que los movilizó y lo convierten en parte de una trama; toman una palabra y la reubican entre otras para generar un sentido nuevo, diferente.
Alberto, el “canillita poeta”, como lo bauticé en su momento, era un integrante del taller literario reflexivo que coordiné en el Parador Retiro. Un hombre en situación de calle que durante el día colaboraba en un puesto de diarios de la avenida Corrientes. Y en una grabación, que luego compartí en una red social, nos dice: “… la literatura ayuda para pensar y salir de los problemas… La literatura es una forma de vida entre la fantasía y la realidad…” 11 . Alberto, como otros integrantes, en el espacio y tiempo en el que trascurría el taller, en la escucha de un cuento o de un poema, y en el instante posterior donde se compartían las sensaciones que causaba lo leído, iba desgarrando la etiqueta de “hombre de la calle” para pasar a ser un sujeto con deseos.
La lectura y la escritura son estímulos que crean condiciones para que el hombre despierte sensaciones y vivencias adormecidas.
Una lectura y una escucha atenta es campo propicio para la reflexión. La lectura oral y compartida es un modo de apertura, un dispositivo que invita a hablar de lo que causa lo leído; y lo que causa lo leído no es más ni menos que el encuentro con uno mismo, lo que a cada uno le significó esa lectura. Lo escuchado o leído puede calar hondo y regresar con el barro de lo vivido para armar un sentido nuevo o rearmar lo dañado.
Isabel Allende escribe en El oficio de contar que la escritura es para ella un “intento desesperado de preservar la memoria” 12 . Luego agrega que a lo largo de su vida le tocó muchas veces estar cerca de un cataclismo político o geológico, pero que su mayor escapada fue la de un aula en la que la dejaron encerrada junto a una veintena
11. www.youtube.com/watch?v=xxkOfKj3UMY&t=20s 12. Allende, Isabel, Los amantes del Guggenheim: El oficio de contar, Buenos Aires,
Sudamericana, 2013, p. 30.
de niños con problemas de aprendizaje. Que cuando ya no daba más ante el descontrol de los “salvajes”, entró una mujer, que era personal de limpieza, y que al ver el alboroto pronunció las palabras mágicas: “Había una vez…”. Y entonces: “Los monstruos se sentaron en absoluto silencio cuando ella comenzó a contarles un cuento…” 13 . Siempre que aparezca una palabra firme pero a la vez amorosa, calmará a los niños y adolescente que en el ruido no hacen más que denunciar aburrimiento, falta de proyecto, ausencia de adultos que los registren. Los niños y adolescentes suelen ser etiquetados con el diagnóstico de déficit atencional cuando en realidad son los adultos los que no los atienden. ¿Por qué prestar atención a quien no te la devolverá? “Había una vez…” conecta con una historia que en principio es ajena pero que luego puede ser propia; abre el juego, y es eso lo que se necesita, jugar, jugarse.
El arte es un fenómeno intermediario, o, como diría Donald Winnicott, es un objeto transicional, que nos habla de la vida como tal, y a la vez nos remite a otra cosa, que va más allá y que por lo tanto nos invita a iniciar una búsqueda. La vida de un personaje se puede parecer a la nuestra, lo que hace o no, lo que dice o calla. Lo que sucede en una novela puede remitirnos a nuestra vida, puede darnos letra para revisar, para hacer una introspección, para animarnos a dar un salto. Si como Tennessee Williams, uno encuentra la vida poco satisfactoria, o como Fernando Pessoa, estamos ante un mundo que no basta, el arte vivido o practicado abre la posibilidad de la búsqueda de nuevos sentidos.
13. Ibíd., p. 36.