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Los niños y los artistas son como dioses

“Quién resistirá cuando el arte ataque”.

Luis Alberto Spinetta

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I

Los niños no se suicidan porque aún no han adquirido, en palabras de Unamuno, el sentimiento trágico de la vida; ese sentimiento tiene su punto de partida en la adolescencia. Los niños viven, simplemente. Toman la vida que les dieron y aún no se hacen preguntas acerca del vivir. Cuando juegan, “no hacen de cuenta”, sino que son ese personaje, están ahí donde imaginan estar. Lo que sucede está sucediendo en vivo y en directo; la muñeca es su hija, el soldadito es un soldado, la piedra es una bomba, es la maestra, es un superhéroe. Hasta que se acaba el juego, generalmente cuando se entromete un niño “avivado” que adquirió componentes del ser adulto, o porque las palabras y presencias ajenas van dictaminando que ya es tiempo de “ser grande”. Ese ser grande implica, parece, que ya no se puede seguir jugando. Es la intervención adulta la que acota el despliegue lúdico, intrusión que pone excesos de criterios de realidad, limitando así la fantasía creadora del niño. Los niños toman esos criterios de realidad y van dejando el juego a un costado. Y de esta manera se va aplanando la capacidad lúdica a lo largo de la seria vida adulta.

A + criterio de realidad – capacidad de juego = reducción de la creatividad

El niño que va creciendo incorpora lo establecido, reproduce el programa, para aprender y formar parte del campo social. El inicio de la vida está signado por la repetición; repitiendo palabras y actos, del mismo modo que puede hacerlo un mono o un loro, simplemente para incorporar y ser incorporado en el mundo de y con los otros. El mundo es un lugar que ya existía antes de que naciéramos. Entonces, al menos de movida, no es nuestro y hay que conquistarlo. Y primero hay que conquistar a los que decidieron traernos, y, desde allí, la conquista del entorno. Es inmensa la felicidad de los padres cuando el bebé emite las primeras palabras entendibles, y mucho mejor si esa palabra es mamá o papá. Pero allí también radica la posibilidad de caer en la trampa de ser humano, cuando en el psiquismo queda asociada la palabra con el agrado al Otro. Cuando agrado soy aceptado.

Repito + Incorporo = Soy Reconocido = EXISTO

Si hay que repetir para incorporar, para ser parte, para ser reconocido, para que me entiendan y entender, para caer simpático y ser querido, y aceptado ¿qué sucede cuando nos diferenciamos? Si soy parte en la medida en que copio y repito, ¿qué sucede cuando soy original? Y no hablo de la originalidad de Joyce en Finnegans Wake, sino de lo original cotidiano, donde el sujeto toma distancia de mandatos familiares y sociales y va armando un discurso, y por lo tanto un hacer y un ser en la línea de su propio deseo, sin quedar fuera del campo social.

Aprendo para prender entre los otros. Es por este motivo que los humanos se parecen tanto entre sí. Pertenecer tiene sus beneficios, dicen las propagandas. Porque así funciona el sistema. De este modo la especie, y desde luego sus políticas, modas, capitalismo, imponen usos y costumbres. Somos mercancías de una estructura que nos clasifica, que nos marca, que impone palabras, y así nos cosifica. Cuando la gaseosa, el celular, tal marca de automóvil, o determinada ropa se instalan, es por imposición e imitación. Somos presas fáciles, queremos lo que tiene el otro, aunque sea una porquería. Queremos lo que tiene el otro, así se define e instala el deseo humano. Y allí está el veneno para que la creatividad siga adelgazando hasta no ser más que un par

de ideas locas que tenemos en mente, como frágil castillito de naipes que pronto se derrumbará con el vientecito de la realidad.

Un día Francisco, mi hijo mayor, que por entonces tendría unos 9 años, salió de la hamaca, abandonando a sus hermanos menores, se sentó a mi lado y me dijo: “me parece que ya estoy grande para la plaza”. Recuerdo que tragué saliva, sentí una tremenda angustia de algo que sabía que iba a suceder pero no cuándo. Sí, estaba comenzando a dejar de ser un niño. Cuando aparecen reflexiones de esa índole, es el momento “filosófico”, del replanteo del hacer para repensar el ser. Desde ahora y para siempre mi hijo comenzaba a hamacarse en el columpio de su mente. Le respondí que sí, que ciertamente estaba más grande, pero que eso no impedía que pudiera continuar jugando. No hamacarse o no jugar con los soldaditos no significaba que ya no podría jugar. Es más: el juego, transformado, puede estar –debería estar– en todos los ciclos de la vida.

Freud se pregunta en “El creador literario y el fantaseo”, texto de 1908, “¿No deberíamos buscar ya en el niño las primeras huellas del quehacer poético? (…) todo niño que juega se comporta como un poeta, pues se crea un mundo propio…” 7 . Para reflexionar luego que: “Lo opuesto al juego no es la seriedad, sino… la realidad efectiva” 8 . El adulto abandona el juego infantil, y el placer que sacaba en el jugar lo deja en su vida interior, en el fantaseo. “Construye castillos en el aire, crea lo que se llama sueños diurnos” 9 . Los neuróticos, es decir la mayoría de los mortales, arman fantasías que les son útiles transitoriamente, para luego ser formas del fracaso, de la frustración, de lo que un día se pensó, se soñó, se quiso, pero que no se realizó. Lo pendiente puede tener efectos positivos durante un tiempo, como gasolina para el deseo, pero con el tiempo tiende a volverse nocivo, tóxico.

Si es como escribió Freud, que sólo los niños y los poetas (y de algún modo todos los artistas) tienen la capacidad para transformar el mundo, señala un problema mayor. El mundo es el resultado de un armado

7. Freud, Sigmund, “El creador literario y el fantaseo”, Obras completas, volumen IX,

Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1996, p. 127. 8. Ibíd. 9. Ibíd., p. 128.

impuesto donde lo creativo no es estimulado, permitido, simplemente porque la creatividad es la posibilidad de la revolución. Si soy creativo, puedo modificar el mundo que me vendieron y que tuve que comprar para formar parte de él. Las revoluciones –las ideas opuestas– ponen en duda el sistema imperante; ergo: no se va a estimular el potencial creativo del ser humano, todo lo contrario, se lo adelgazará para que no abra las puertas que no deben abrirse. Sólo se permite, como al principio de la vida, repetir las lecciones impuestas. Quieren que seamos, desde que nacemos hasta la tumba, seres en serie, en serio; excesivamente serios.

II

El niño, con el juego y desde el juego, construye un mundo nuevo dentro del otro, el impuesto. El mundo impuesto queda al servicio del inventado por él. Los objetos que toma, sean juguetes u otros materiales destinados por los adultos para un uso determinado, los transforma y les da otro destino. Esos objetos los incorpora para armar su juego, siendo esa su realidad misma y concreta en ese presente. El juego es un instante precioso donde lo que estaba en la mente se proyecta en el mundo externo, dominándolo. Del mismo modo, el escritor es como un niño, mientras escribe, juega, es el personaje que va describiendo y que transita por el mundo que va creando. El éxtasis, la huida transitoria, el ensimismamiento del niño y del artista, es un modo posible de salir y salvarse de la rutina impuesta. Frente a un mundo ya creado, y por momentos monótono, rutinario, el arte es recreación, es reinventar. Si bien la rutina es necesaria, puede instalarse como una encerrona, zona de confort, circuito, círculo vicioso, donde la subjetividad quede atascada. Parafraseando a Borges en su cuento “De la salvación por las obras”, digo que los dioses tendrían más de mil motivos para aniquilar a esta raza de humanos que ha creado tantas guerras, picanas, dinero sucio, divisiones, hambre y más; pero que también hizo y hace música, poesía, esculturas, fotografías y cuadros. El hombre y sus contradicciones.

En tiempos tan complejos, el arte nos puede salvar.

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