Señales metropolitanas

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EL PAÍS, lunes 29 de septiembre de 2014

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CATALUÑA

Astucia y democracia en días históricos uántos días históricos! No caben las fotos en el álbum. No sabemos el final, pero la secuencia ya es gloriosa en imágenes y titulares. El mundo nos mira. La historia nos convoca. Las jornadas salen emotivas y radiantes con pasmosa exactitud y precisión. Los acontecimientos surgen de la cadena de producción como mojones monumentales que marcan el futuro. Las declaraciones y documentos, leyes y decretos, con sus firmas y rúbricas, y sus correspondientes glosas y epinicios, conforman ya un archivo monumental en el que la historia se escribe a medida que se hace. Es una maravilla posmoderna que sorprendería a cualquier filósofo de la historia. Nunca las producciones históricas habían alcanzado tal perfección y efectos tan espectaculares. El nacimiento en directo de una nación independiente, bajo los focos televisivos y con seguimiento de las redes sociales. Hollywood en tamaño real. Catalonia Productions. El show de Truman con un pueblo entero de protagonista. El asombro del mundo. Y todo este cúmulo de acontecimientos extraordinarios e inolvidables, reconozcámoslo, como fruto de dos virtudes esenciales, que encarna Artur Mas, el presidente tenaz y resuelto: son la astucia jurídica y la radicalidad democrática. Sin ambas no habríamos llegado hasta aquí. La astucia ha proporcionado el ejercicio del derecho de autodeterminación bajo la denominación más ligera y aceptable del inconcreto derecho a decidir, inexistente mundialmente en código legal alguno. La ley de consultas y el decreto de convocatoria responden ambos a la misma astucia: de-

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LLUÍS Bassets ¡Cuántos días históricos! Su secreto está en la astucia y en la radicalidad democrática, en dosis adecuadas

nominar consulta no referendaria a lo que todos, empezando por los medios internacionales, consideran sin duda alguna como un referéndum de autodeterminación sobre la independencia. También gracias a la astucia, los ciudadanos que votaron en favor de partidos que propugnaban un pacto fiscal como los conciertos vasco y navarro o de un Estado propio dentro de Europa —signifique lo que signifique tan estupenda como críptica expresión—, vieron utilizados sus votos en la configuración de una mayoría parlamentaria en favor de la autodeterminación y la independencia. Fruto asimismo de la astucia fueron las dos preguntas para la celebración de la consulta, pactadas junto a la fecha antes de que

El presidente Mas durante la firma del decreto. / rubén moreno (afp)

existiera la cobertura legal para celebrarla: respecto a la independencia, son como las bolas de billar que le colocaban a Fernando VII, pensadas para los partidarios del triple sí, a la consulta, al estado y al estado independiente. No hay garantía alguna sobre la celebración efectiva de la consulta, pero lo que es campaña la hemos tenido, larga, intensa y costosa. De hecho, lo único que hemos tenido hasta ahora es campaña, una soberbia y exitosa campaña muy bien coordinada desde arriba y desde abajo, con aportaciones privadas y con presupuestos públicos, con fastos del Tricentenario incluidos y una entera corporación de medios de comunicación, radio y televisión, generosamente pagados por todos los contribuyentes, dedicados a ella en cuerpo y alma, con despliegue de todos los géneros y en todos los horarios. Y lo que ha faltado, en cambio, lo que difícilmente puede haber ahora cuando quedan apenas 40 días para la fecha señalada, es un debate abierto y de altura sobre las ventajas e inconvenientes de la independencia, con posiciones diferenciadas y respeto mutuo entre unos y otros como el que hemos podido seguir en Escocia. El orden trabucado de los factores es parte de la astucia desde el primer día. Primero la campaña y luego ya veremos si hacemos la consulta. Primero optamos por la independencia y luego ya organizamos el proceso que conduzca a una consulta exitosa. Pero la mayor y las más bella de las astucias —que resume el cambio

Señales metropolitanas ace poco viví una experiencia insólita, propia del siglo XX: me perdí en el Área Metropolitana de Barcelona, sin tener a mano un GPS ni ninguna ayuda tecnológica, por un error mío al dar una vuelta. Se lo conté a una persona que sabe mucho de realidades geográficas: puedes estar perdida tres días y tres noches, me dijo. Tal cual. Yo necesitaba dar con la B-23 o con el municipio al que me dirigía atravesando territorios vecinos incógnitos. Ni un solo cartel me daba pistas. Resulta que la señalización viaria es doméstica, sirve para que el ciudadano se oriente en su ciudad, para que encuentre el mercado o el auditorio, pero no da referencias de las conexiones intermunicipales, porque todo el mundo sabe ir a Barcelona y no son muchos los que visitan ciudades próximas. Esta realidad es el Área Metropolitana de Barcelona: este autismo, esta respuesta automática. Pero el tema metropolitano es parte del relato de Barcelona, ese relato que hay que reconstruir antes de las elecciones municipales. El tema metropolitano es de pura lógica —la vida es metropolitana— pero está siempre teñido

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PATRICIA GABANCHO Barcelona no necesita más tamaño sino más proyecto. Y su área metropolitana tampoco necesita diluirse en la capital de política y demografía, las dos cosas, y las dos crean reticencias comprensibles. Todo el mundo recuerda la anécdota de la bandera metropolitana, izada en tiempos de tormenta perfecta entre los dos lados de la plaza de Sant Jaume: la bandera existió, tiene padre, era de color azul y Mercè Sala, que fue una mujer sensata, la calificó de “ocurrencia inoportuna”.

Todo el mundo sabe que la anécdota acabó con un decreto fulminante de Presidencia. En este episodio está concentrado el potencial disolvente del tema: el Área es cuantitativamente superior a Barcelona, pero no tiene su peso cualitativo; por lo tanto, tiene capacidad para distorsionar la jerarquía, pero no es bueno que suceda. Aquí hay dos posiciones radicales, las dos en principio progresistas. Una la defiende Oriol Bohigas, y es la anexión pura y dura, como hace un siglo Barcelona se comió a los pueblos de su entorno. A pesar del antecedente, va en contra de la lógica urbana del país, que tiende a ciudades con personalidad, próximas, competitivas, que quiere decir con proyecto propio. No se le puede decir a un habitante de l'Hospi que es lo mismo que uno de Santaco. ¡Para no hablar de la burguesa Dalt Vila en Badalona, una ciudad que se precia de ser más antigua que Barcelona! Esa pertinencia es lo que cohesiona a la sociedad: un orgullo de no ser barcelonés, precisamente. La otra propuesta es tener un alcalde metropolitano electo. Aquí es donde se produciría la dis-

torsión jerárquica: por más personalidad que tengan las ciudades metropolitanas, el motor es Barcelona y por eso Barcelona manda. El Área tiene tantos problemas compartidos que es necesaria una profunda coordinación técnica: desde la planificación urbanística —el Plan General en marcha— a la protección de los espacios periurbanos que han sobrevivido; del transporte a los residuos; de las infraestructuras a la producción; de la vivienda a la formación. Y así hasta el infinito. Pero no para hacer todos lo mismo, sino para aprovechar eso que los políticos llaman sinergias, que es una palabra que empieza a decaer porque en tiempos de carestía nadie quiere regalar nada a nadie. Y es cierto que no tiene mucho que ver el polo de innovación tecnológico y económico del Vallès, con el corazón en Sant Cugat, con la industria convencional del Llobregat, que sin embargo tiene a dos pasos el centro de investigación fotónica más importante del sur de Europa: en Castefa, para ser exactos. Es, pues, un conglomerado de gran ambición, que necesita una mirada supramunicipal, más técnica que política, que resuelva

en el orden de las factores que necesariamente altera el producto— es la inversión de los términos de la reforma constitucional que se necesita para que Cataluña sea reconocida como sujeto político y de ello pueda derivarse el derecho a autodeterminarse, es decir, ser consultada sobre su futuro y sobre sus relaciones con España. La consulta que Artur Mas ha convocado solo sirve para que el Gobierno sepa qué tipo de reforma constitucional tiene que proponer al Gobierno español y no constituye en su enunciado nada más que una enorme encuesta en la que la muestra es idéntica a la población consultada. A partir del resultado, Artur Mas irá a negociar lo que hayan preferido los consultados: la independencia, el incremento de la autonomía en un marco federal o nada. Así los catalanes se habrán autodeterminado sin reformar la Constitución y sin darse cuenta. Hay otra historia sin guiones ni productores que transcurre en paralelo a las grandilocuencias del proceso. Artur Mas también la está abordando con astucia, pero con discutible radicalidad democrática. Pudo verlo todo el mundo en la comparecencia de Jordi Pujol en el Parlament de Catalunya, pocas horas antes de la histórica firma de la convocatoria de la consulta y sobre todo en la deferente actitud del portavoz de Convergència, Jordi Turull, hacia el ex presidente, mucho más interesado en controlar a Albert Rivera y Alicia Sánchez Camacho que en conocer la verdad sobre la confesión de un fraude fiscal continuado durante 34 años. Todo muy claro: astucia, siempre; radicalidad democrática, a conveniencia. problemas sin crearlos. Pero dejando a ras de suelo toda la libertad para pensar, soñar, hacer: ahí está la alcaldesa más beligerante, la de l'Hospitalet, encargando un proyecto cultural para la ciudad, no una infrastructura sino un espíritu, un tema, un lema. Y tiene razón Núria Marín porque las ciudades son eso, un tema, un lema. La respuesta fue interesante y pertenece al filósofo Josep Ramoneda, su artífice: l'Hospitalet debería hacer la cultura que Barcelona no hace, la cultura del suburbio en el buen sentido de la palabra, la mestiza, la que recoge la voz de la marginalidad no social sino geográfica. Sería interesantísimo que hubiera una cultura metropolitana bien acogida por sus alcaldes, en contraste con la cultura que Barcelona no acierta a concitar, que todo aquí nos queda oficial y tieso. En el fondo, Barcelona no necesita más tamaño: necesita más proyecto, más potencia. Y el Área tampoco necesita diluirse en la capital. Rehacer hacia dentro y proyectar hacia afuera sería una buena síntesis de una dinámica que existe pero que no se formula. Claro que no estaría mal que nos visitáramos más. Que el tráfico no sea hacia Barcelona, sino también desde. ¡Si por lo menos cambiaran la señalización…! Patricia Gabancho es escritora.


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