Que no quede huella María Eugenia Paz y Miño (Capítulos de la novela)
EL ARTE DEL SOBORNO
A
l Coronel se lo encontraba por el Dalí y el Boyplay dos o tres veces a la semana. Solía traer regalos de bisutería o maquillaje para las mujeres que trabajaban en la prostitución, aunque no se involucraba con ellas. Más bien era parco, sin dejar que le agradecieran. Tampoco permitía que ellas le dirigieran la palabra en horas de trabajo. Les advertía que no lo saludaran ni dieran a entender que lo conocían. En lo que a él respecta, cumplía el papel de atender a clientes elegidos, de los cuales conocía al dedillo sus antecedentes y el monto de sus cuentas bancarias. Seguía la pista sobre todo a ricachones de la banca y a quienes ostentaban alguna dignidad política, y se cuidaba de aquellos que lo halagaban solo por el hecho de que él les brindara whisky de trescientos dólares. De estos hay que desconfiar, opinaba. Creía que no era nada útil la gente servil. Por eso le gustó el Pájaro, porque no había mostrado interés. Más adelante le tomó confianza por las referencias de Jhony Hualca. Le caía bien. Hasta le causó buena impresión lo de la piscina de sangre y el ideal del Pájaro de salir de la maraña de la escena en sociedad. —Resulta un buen cuadro para negocios pesados —le había insinuado a Jhony Hualca—. No lo pierdas de vista. Y en el bar Dalí, Jhony hizo lo suyo. Fue tirando el agua a su molino, hasta engancharlo en el negocio de los conciertos de música. Había que probarlo, hacerlo pasar por distintas cuerdas flojas, sin que se diera cuenta, para observar y analizar su comportamiento. Así sería más sencillo. La primera vez que el Pájaro llegó al Boyplay, el Coronel pudo confirmar que era un buen muchacho… Fue por pura intuición, por puro pálpito. Tenía algo que ver con el negocio de los conciertos, pues era evidente que el Pájaro iba a darle un giro apropiado a las ganancias, al preocuparse por innovar con la línea de música pop y la arriesgada idea de sacudir el ambiente del espectáculo ecuatoriano con la presencia de Madonna. El chico tiene agallas, sonreía para sus adentros el Coronel, me agrada. Pero había otro motivo neurálgico, sutil a la vez, quizás absurdo, pues no pertenecía al mundo analítico, objetivo. Ocurrió esa misma noche, al comprobar en los ojos y rostro del Pájaro una enorme tristeza inmediatamente después de terminado el show de striptease. Para el Coronel, experto en aviación militar, la capacidad de manifestar tristeza era motivo para confiar en una persona adinerada, como
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