Casapalabras 46

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Charlie Parker: la soledad en la vida y en el jazz Jorge Basilago

C

harlie Parker murió de risa frente al televisor. Fue el único exceso que su cuerpo no toleró, como si lo tuviese prohibido o como si todo pudiese ser así de paradójico. Desde los 10 años había soportado el tabaco, la marihuana, la cocaína, la heroína, la bulimia, el alcohol…, incluso el odio racial y los palos policiales. El dolor se lo comió por dentro pero fue esa sensación de plenitud gozosa, incontrolable, el acorde final de la suite de su vida: «La música es tu propia experiencia, tus pensamientos, tu conocimiento. Si no la vives, no podrá salir de tu instrumento», enfatizaba Bird, el hombre del saxo alto que le dio carnet de identidad al bebop. «Si Lester Young fue el primer hipster, Charlie Parker fue el primer negro enfadado del mundo de la música», anota su amigo, productor musical y biógrafo Ross Russell. Le sobraban razones para la decepción y la furia, como a todos los de su raza y su época, pero nació muy temprano en el siglo XX; mucho antes de que esa rabia contenida se hiciera movimiento colectivo. En la vida y en el jazz, Charlie estuvo solo: «Esto ya lo toqué mañana», lo perfila Julio Cortázar en El perseguidor, acaso el mejor retrato de ese ser atormentado y fuera del tiempo.

Infancia, tentaciones y aprendizaje Pero su infancia no fue, en apariencia, demasiado diferente a la de otros niños nacidos también en Kansas City en 1920. Hijo único, abandonado por su padre a los nueve años —Charles Sr., artista de vodevil itinerante, siguió su camino dejando atrás a Charlie y su madre, Addie Boyley—, heredó de él la fascinación por el jazz y el blues, así como por vagabundear en las calles. Fue su madre la que vio algo especial en el pequeño y por eso quiso que estudiara en lugar de trabajar. Nada de repartir periódicos o recoger latas y botellas para revender: escuela, colegio y, con algo de suerte y mucho esfuerzo, un título de médico. Eso soñaba Addie mientras podía controlar a su primogénito. 38


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