Abramos esta noche la Puerta del Perdón
“Padre: Perdónalos, porque no saben lo que hacen”. La primera palabra de Jesús al ser crucificado.
Por Juan José García Posada.
Versión actualizada del texto leído en la ceremonia de las Siete Palabras, templo parroquial de la Santísima Trinidad, Pueblotapao, Quindío, Viernes Santo de 2009.
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Abramos esta noche la Puerta del Perdón
“Padre: Perdónalos, porque no saben lo que hacen”. La primera palabra de Jesús al ser crucificado.
Por Juan José García Posada. Versión actualizada del texto leído en la ceremonia de las Siete Palabras, templo parroquial de la Santísima Trinidad, Pueblotapao, Quindío, Viernes Santo de 2009.
Cuando empezaba a padecer los sufrimientos de la crucifixión, Jesús predicó esta breve y elocuente lección de misericordia y tolerancia. Invocó al Padre en solicitud de perdón. Perdón, ante todo, para los que no saben lo que hacen, para los que en su ignorancia no alcanzan a medir los resultados de sus acciones dañinas. El crucificado, el Hijo, desde la intensidad de su naturaleza humanada, tal vez estaba en esos dolorosos instantes inhibido para otorgarles perdón a sus verdugos. Sin embargo, en la hondura de su corazón primó la vocación amorosa de la divinidad para alejar el odio y el rencor que podría haber sentido en aquellas terribles circunstancias y, en un acto extremo de la inteligencia y la voluntad, ya casi exhausto y abatido por la tortura que se le había
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infligido, alcanzó a tomar la iniciativa trascendental de pedir perdón por sus agresores. Esa lección sublime ha cruzado veinte siglos y se extiende a los últimos confines del universo. Perdonar: He ahí el dilema tremendo para el individuo y la sociedad actuales, para nosotros, en esta nación ultrajada a lo largo de la historia por tantas faltas, tantas transgresiones del orden natural y de la ley positiva. En incontables ocasiones llegamos a preguntarnos si sería justo y equitativo amparar con el perdón a los autores de crímenes atroces, a los delincuentes que han perpetrado las peores violaciones de los derechos humanos, a los insensatos involucrados en la obsesión de la violencia que sólo genera más violencia, a los cleptócratas y usurpadores del poder y de los bienes públicos, a los prolongadores de las desigualdades y la injusticia social. El crucificado le pidió al Padre el perdón para “los que no saben lo que hacen”. ¿Acaso no merecen también ser perdonados aquellos que sí saben lo que hacen, que infieren daño intencional, con perversidad y con plena conciencia de la gravedad de la ofensa y de las consecuencias que pueden ocasionar? ¿Y por qué y a cuenta de qué perdonar a quien no muestra ni la más mínima intención de arrepentirse, de hacer lo que esté a su alcance por que se recobre el equilibrio justo y reparar hasta donde sea posible los daños inferidos? 3
Estas son preguntas cuyas respuestas despiertan serias reflexiones teológicas y jurídicas y que todos los días nos ponen a dudar a muchísimos cristianos comunes y corrientes. Es cierto que hay episodios tan tenebrosos y desgarradores y agravios tan hondos que llegamos a cuestionar e incluso a negar la posibilidad del perdón para los culpables. ¿Cómo perdonar lo que juzgamos imperdonable? Pero es preciso distinguir entre el perdón teológico y divino, el perdón jurídico y el perdón de los simples humanos. A veces nos resistimos a aceptar que las leyes puedan indultar por delitos de atrocidad inconmensurable. El perdón de los jueces terrenales no puede, en realidad, convertirse en factor que estimule el avance epidémico de la impunidad. Tiene límites en la legislación. Y no es imposible que en determinado momento de indignación pueda hasta llegarse al extremo de pretender el imposible de fijarle límites a la infinita misericordia divina. El sentido del perdón en cualquiera de sus formas implica un esfuerzo difícil, complejo, muchas veces titánico, de comprensión de las debilidades inherentes a la condición humana. La lección universal del Crucificado –Padre: Perdónalos, porque no saben lo que hacen-, nos invita a aceptar un cambio radical que nos permita captar, comprender y asimilar al menos desde nuestra pequeñez en medio de la Creación, desde la finitud de nuestra humana inteligencia, cómo el perdón divino es un misterio que brota de la bondad, la generosidad, la misericordia sin límites de Dios como 4
trinidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Perdonar nos hace mejores como seres humanos, porque significa participar de la divinidad. Hace sólo algunas horas, en el atardecer de Roma, el Papa encabezó la tradicional ceremonia del via crucis del viernes santo en el Coliseo y pronunció unas palabras que nos inspiran y alientan para aceptar la pertinencia del perdón y ponerlo por obra con resolución inspirada en la fe: “Existen también (dijo el Papa) ofensas históricas que por siglos hieren las memorias de la sociedad. Si no transformamos nuestra ira colectiva en nuevas energías
de
amor
a
través
del
perdón,
pereceremos
conjuntamente. Cuando el alivio llega mediante el perdón, encendemos una luz que anuncia futuras posibilidades para la vida y el bienestar de la humanidad”. En la petición del Crucificado hay un elemento que ha representado tema de análisis teológico y de la antropología filosófica: Por los que no saben lo que hacen. Aquí está implícito el problema de la definición de la libertad. El ser humano libre, a la luz de la filosofía clásica, debe ser autónomo, consciente y responsable, debe saber lo que hace, porque la libertad ha de entenderse como la facultad de hacer lo que debe hacerse, no todo aquello que quiera hacerse. Por consiguiente, así como los que no saben lo que hacen no han sido libres y no pueden ser responsables de sus acciones u omisiones y de sus culpas, los que sí saben lo que hacen sí deben 5
ser responsables. Para ellos, el perdón no podría ser gratuito, sino el resultado del arrepentimiento, del acto de perfecta contrición. En la época actual presenciamos la grave paradoja de la abundancia de conocimientos contrastada por la ignorancia, el desconocimiento o el menosprecio de los valores. De ahí que en individuos dotados de enorme saber enciclopédico, de erudición sorprendente,
pueda
también
encontrarse
una
intrigante
capacidad de llegar a la más honda abyección, a las acciones más protervas, a los crímenes monstruosos, en nombre de una libertad sin límites, sin razón y sin contenido ético. Todos estamos llamados a asumir el serio desafío de ayudar a la restauración de los valores, a la reconstrucción moral y ética de la sociedad, mediante la aportación de la cuota parte que nos corresponde en la condición de coparticipes en la empresa de educar las nuevas generaciones y formar individuos responsables, capaces de ejercer la libertad con un claro sentido ético y de comprender que, por ejemplo, la libertad y el desarrollo de la personalidad no pueden confundirse con involución, retroceso, autodestrucción personal en los vicios y el desorden de vida. Para ser libre es necesario ser consciente de lo que se hace. La libertad, así entendida, aparta del error, de la transgresión del orden natural y jurídico y de la alteración de la convivencia con los semejantes y con el mundo creado. El disfrute responsable y consciente de la libertad acercaría al bien común. Mientras tanto, siempre ha de seguir siendo justo y oportuno perdonar y pedir perdón por la indiferencia, por la 6
intolerancia, por la indolencia, por la injusticia, por la soberbia y la intemperancia que nacen del menosprecio de los derechos ajenos y la omisión de los propios deberes de ética social. Al retomar el tema del perdón, durante la catequesis del miércoles en la audiencia general con los peregrinos, en la Plaza de San Pedro, el Papa ha dicho, muy a propósito: “La muerte de Cristo recuerda el cúmulo de dolor y de males que pesa sobre la humanidad de todo tiempo: el peso aplastante de nuestro morir, el odio y la violencia que aún hoy ensangrientan la tierra. .. Si el Viernes Santo es un día lleno de tristeza, es al mismo tiempo un día propicio para volver a elevar nuestra fe, para reafirmar nuestra esperanza y el valor de llevar cada uno nuestra cruz con humildad, confianza y abandono en Dios, seguros de su apoyo y de su victoria. Canta la liturgia de este día: O Crux, ave, spes unica - "Ave, oh cruz, única esperanza”. En esta noche de viernes santo, aceptemos entonces la invitación de Cristo en la Cruz. Perdonemos como seres humanos y pidamos el perdón divino por los que no saben lo que hacen. Pidamos, además, como San Francisco de Asís, no ser perdonados, sino perdonar, porque perdonando recibimos perdón. En la tradición arquitectónica de los templos medievales aparece la Puerta del Perdón, por donde entran los penitentes para expiar sus culpas. Esta noche abramos en cada corazón la propia Puerta del Perdón. 7