HILMA CONTRERAS
(San Fr:mcisco <k Macorí~ 1910). En Francia desde 1931 curSÓ C!'tudios SlIperiO= de Arqueología en la Sorbona. hrumrc en la litcratura a partirdc 1937. Es considerada la maestra porc.celencia del relalo breve, y primerísima figllm de la narrativa coOl1cmporánea del siglo XX en la República Dominicana. Su obra literaria es ,'crsátjl y cosmopolita, llena de c.prcsividad y una fIna sensibilidad femenina. la mi,ma ~"omprende ./ CUmlOJ (1953). El ojo de Dios. curnto.< dr la c/alU1rSlinidad (1%2), L1 TIerra r,<111 bro.,u",do (1986) ,Entre da.< silencIOS (1987) y Faena. de lu Wd(, (1993)
Coll1reras cs una mujer de afirmaciones. de mirada idealizada, donde persiste el juego del tiempo a travé, de la escrilura y la libcnad como objeto de su creación.
La tierra estรก bramando
HILMA CONTRERAS
La tierra estรก bramando
Obras Completas de Hilma Contreras. Tomo 11 La tierra estci bramando (novela) Primera edición en Biblioteca Nacional, 1986. Q 2002, Hilma Contreras Q de la presente edición: 2002, Editora de Colores Juan Tomás Mejia y Cotes No. 8, Santo Domingo Teléfonos: 809) 567-32 14 / 17 Fax: (809) 540-36 13 E-mil: editora.decolores@codetel.net.do Edición al cuidado de Ylonka Nacidit-Perdomo & Avelino Stanley Diseiío de la cubierta: Oscar Manuel Curiel Ramirez Primera edición en Obras Completas: 5.000 ejemplares. ISBN 99934-73-09-x ISBN 99943-73-07-3 para las Obras Completas Dirección editorial: Ziomara Reyes & Ylonka Nacidit-Perdomo Diseño general: Stanley Gráficas & Asocs. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del "Copyright", bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografia y el tratamiento informática. Printed in Dominican Republic -Impreso en la República Dominicana
A Agustín Fuencarral, voz omnipresente. De las profundidades del mar vino galopando para ganar horas al tiempo y verter sus resonancias en estas páginas que a veces son más suyas que mias.
"...no vivimosjamás en "el presente. O estamos "hostigados por el recuerdo "del pasado o lo estamos por "la imaginación del porvenir." Alfred Stern (Filosofúl de la Risa y del Uanto).
v
ivo en un mundo extraño de absurdas contiendas bélicas interminables, de bárbaros asesinatos, de un deslenguamiento feroz cuya acción corrosiva desnuda de su honra a los hombres y les despelleja la dignidad. Como ayer, como siempre, el círculo vicioso de la pobre humanidad. Pero yo no vivo en los tiempos remotos ni en las épocas pasadas. Vivo hoy, precisamente en el HOY modernísimo del siglo XX, en un mundo ilógico, heredero de Hiroshima y sufro. ¿Para qué sufrir ya próxima a la tumba? No importa, me desgarro igual, casi me muerdo de dolor el alma. Todos se han vuelto locos. La caza del hombre no termina ni parece que terminará nunca. ¿Qué pasaría en la Luna si a todos nos fuera dable viajar a ella? Ya el Sol se estremece de ira y lanza explosiones audibles en la imaginación mientras abajo nos cuece el calor entre olores de hippies. ¿Qué sucederá mañana? Detente con la quijada de asno en la mano, no mates a tu hermano y así tu hermano no se parecerá a ti cuando hable. ¿A quién amonesto? Oídos tienen únicamente
para escuchar su propio odio, el odio ciego que sienten por el otro, por el caminante que va cantando distinta canción al extremo opuesto de la calle. iMuera aquél! Yo vivo al margen de querellas porque hace tiempo me cosí la boca. Ni canto ni hablo. Sufro inútilmente. ¡Viva aquél! ¡Vivan todos! La Tierra es grande. Nadie nació con ella debajo del brazo. Dame de tu pan y toma tú de mi vino. Vivamos en paz. La Tierra bramó su cólera y se dispuso a presentar batalla a la injusticia. Su bramido sacudió al país de punta a punta. Se acabó el hambre.. . Fuera los harapos... Abajo el despotismo... Hermanos todos, ha llegado la hora de vivir con menos desgracia. Justicia social, eso es lo que hace falta aquí. Justicia social y amor... -¿Cuándo solicitó pasaporte?... iAh!, ahora pregunta, cuando ya casi olvidaba por qué me encontraba aquí sentada como una pedigüeña. .. -Hace ocho días. .. -¿Está segura?. ..Este con esa cara, no es hermano mío. Le gusta demasiado tomar el pelo. Pero pronto se cambiarán decía mi abuela, el mundo es redondo y puyú. En la próxima puya te caes tú y oliendo en el aire...-¡Claro que estoy segura! Usted guardó mi solicitud en esa gaveta de la derecha. Rebuscó un poco entre los papeles y fue a preguntarle al Director de la Sección de Pasaportes a qué altura se hallaba el documento.-Está en trámites (voz indiferente y casi aburrida). Y como no me movía-: Se le avisará. ¡Se me
avisará! pero yo necesito que se active la tramitación. ¿Usted me oye? Mis vacaciones.. . El hombre extendió la mano para recibir otra solicitud que le pasaban, cortando con mis explicaciones. La Tierra bramará y hará justicia.. . tiene que hacer justicia.
-¿Eres tú, Eugenia? -Si, soy yo -contestó entrando a la pequeña antesala de donde le hablaba su madre. -Tu cara me dice que vienes defraudada. ¿A que altura está ese pasaporte? -A la altura de una gaveta de un escritorio.. . Me siento furiosa. -¿No será que te has expresado imprudentemente en alguna parte? -¿En alguna parte? -Sí, en una de esas reuniones literarias tuyas ... -iAh no, mamá! -exclamó Eugenia y se sentó de golpe en la otra mecedora-. No empieces a pensar mal de los únicos momentos de paz que todavía se pueden tener en este país. Doña Eugenia levantó de su regazo el tejido y antes de mover ágilmente las agujetas echó una mirada a su hija. -Hay rumores, Eugenia. Tú, mejor que nadie, sabes que las reuniones a puertas cerradas resultan
sospechosas. No insistan, mis nervios comienzan a resentirse, te lo aseguro. -No, no y no... No les vamos a dar gusto encerrándonos cada uno en su casa a morirnos de soledad. -Entonces no aspires a viajar ni siquiera a morir cuando Dios mande. No me imaginaba muerta, tendida inerte, gélida, en vías de descomposición, madriguera de gusanos voraces que me morderían hasta reducirme a huesos, una calavera de mirada ciega y dientes amarillos. No ... Claro que todo el mundo desemboca en eso... Pero ¿es que se deja de pensar? no podría evitar la contemplación de mi cuerpo yerto y seguiría gritando por él, llorando por los dos, llorando aún allá donde todo es silencio. Yo antes decía: ese mundo, y dando la espalda agregaba: yo y mi mundo. Ahora resulta que ese mundo se ha vengado. Todos estamos mezclados patas arriba en la misma olla hirviente, apenas mantengo rojo el corazón alzándolo en la mano anhelante. Mi corazón que es tuyo y va dando saltos tras de ti como gorrión sin ojos tras la luz. Ya no me doy cuenta muchas veces de quién tiene razón, si ellos o yo... ¿Rectificar? No ... Yo tengo razón, aunque a la postre se me escape por los sesos podridos de pensar y dolorirme. Yo tengo razón y te amo desde siempre y para siempre y te pido, Dios, descanso para los dos. Sea una sola nuestra Iápida, una sola, pero antes déjame ser una cuerda de sol y a ella te ruego que te aferres para resistir a la muerte en este pozo oscuro.
-i Eugenia! -i Eugenia!
-No grites tanto, mamá. -¿Por qué no contestabas? -Porque ya venía.. .¿qué pasa? -Ven, sígueme, era lo único que me faltaba. Siguió presurosamente los pasos irritados de su madre por el largo corredor. -¡Mira eso! -¿Quién es? -¡TU sobrina! -i Oh ...! Tu nieta quieres decir. -No estoy para ironías, Eugenia. -¡Lee esa carta! La recién llegada, adolescente, minifalda y sandalias, permanecía inmóvil en medio de la sala con la maleta a su lado sobre la alfombra, ceñuda la expresión. -¿Cómo te llamas? -preguntó Eugenia. -Eugenia. -Doña Eugenia, tia Eugenia o Eugenia 1, 11...Bueno... Demasiadas personas con el mismo nombre bajo el mismo techo. E n casa me dicen Genita. -Te llamaré Genita. Ahora ven conmigo, te llevaré a tu habitación.
Dejando a su madre convertida en un ovillo de chispas, echó a andar ligera por el pasillo. -Este será tu cuarto, Genita, antes lo había sido de mi hermano. Acomódate mientras leo la carta. -Conque vienes a estudiar a la Universidad +omentó al cabo de un rato y soltó una carcajada. La chica se enderezó agresiva. -iOh! -se excusó Eugenia con los ojos húmedos de risa-. No me río de tu propósito de estudiar, es que al verte inclinada sobre la maleta he comprendido el ''¡Mira eso!" de mamá. Para una mujer de su edad es un escándalo la minifalda, sobre todo tan mínima como la tuya. -Abuela no me quiere... No acaba de perdonarle a papá que se casara con una mujer negra. -Tonterías... Eres una muchacha preciosa. ¿Qué edad tienes? -Dieciocho. Los baños de luna a los dieciocho años en la quietud de la madrugada, cuando la luz transparente empapaba el cuerpo desnudo y yo lo estiraba, erguida en la punta de los pies, hacia el cielo que a fuerza de luminoso parecía a mi alcance. La mirada lunar fresca, limpia, me iba enfriando la piel mientras yo me sentía ebria de infinitud y de mi propia belleza Linda chica, Genita, con sus muslos elásticos, sus pechitos turgentes moldeados en el poloshirt y su piel cálida de un color extraordinario de avellana navideña. -Dichosa edad... Uno nunca sabe lo que es hasta que la pierde.
Los ojos agacelados de Genita sonrieron a Eugenia. -Papá la quería mucho. Confiaba en que usted me ayudaría cuando él faltara. -Abuela también te ayudará a pesar de su mal genio, ya verás, cuando llegues a su corazón de oro no se cansará de quererte. -Sin embargo, está rabiosa. -Se le pasará, no hay que asustarse. ¿Qué vas a estudiar? -Arquitectura, como Carlos José. -¿Un amigo? Genita sonrió de nuevo. -Mi novio. Está en el segundo año. Llueve fino. Un polvo de agua. Murmurante neblina iCuán bella es la vida en un día así, con juventud y amor! En el Campus, los árboles se marchan a otros climas de gabanes y manos enguantadas. Me encantaría mojarme, ensoparme la ropa y mirarte traspasado por los mil dedos de la lluvia. En el fondo de las calles el mar se hincha, jadea, se estremece al levantar cada cresta espumosa que se retuerce sobre sí misma antes de golpear la costa. Frente a él, tu andar contra mi muslo en movimiento, armoniosos, enlazados por la cintura camino de la Universidad. Inesperadamente nos topamos con el padre Benigno. Trae ellsombrero bordado con gotas de lluvia, la sotana flotante. "Buenas
tardes, padre" decimos muy formales, separados uno del otro. Contestan los ojos negrísimos, la boca y la diestra. El corazón del padre ha asomado la oreja, sin duda porque venía pensando en lo suyo. A ti te simpatizaba el padre Benigno. Es como yo siento, decías, heterodoxo a veces, inquieto, atormentado y joven intelectual de los que necesita el neocristianismo, doctrina de salvación donde sólo nos salvaremos los espíritus atribulados que buscan su verdad como los que se ahogan: ahogándose del todo. Eugenia sale de las aguas del pasado para mirar a la sobrina. -Quiero ser tu amiga, Genita. Si necesitas algo, mi habitación está al final del pasillo. Y.. dos o tres dedos más en tu minifalda ayudarían a la conquista de tu abuela. Cada uno era un silencio vibrante tras los párpados cerrados, aislado y hermanado a la vez con la emoción de los otros. Eugenia se sentía como una esponja que se dilataba inmensa al saturarse de música. Ni Bach ni ella cabían en el saloncito climatizado, que ninguno veía, absortos como estaban todos en la fiesca, profunda y reverberante polifonía de la Tocata y Fuga en Re Menor. Con Alexandre Schreiner se escapaban por los tubos del órgano hacia el espacio sideral, no sabiendo si el firmamento bajaba resonante o subía la tierra en sonoro arrebato. Si la música es el corazón de la vida, esa noche el grupo se adentró en ella alcanzando por un instante infinito la plenitud de sus propias vidas. 14
La bomba cayó en esa atmósfera de levitación cuando el longplay giraba en el reverente compás de espera entre Bach y el Concierto No. 3 de Mozart.
-iAh! Llegaste -musitó Jesús al percibir el movimiento de la puerta y delinearse la silueta regordeta de Christian en la penumbra. -Dije que vendría tarde. Bueno, siéntate. ¿Y Pablito? De él quería hablar... Federico y Pedro Julio surgieron alertas del fondo de sus butacas. -No, no conviene interrumpir la música, al contrario, suban un poco más el volumen. -¿Pasa algo? -preguntó Eugenia, molesta por el murmullo de la conversación. -iChss!, baja la voz. Hay un tipo ahí enfrente que no me gusta. -Desde temprano está ahí -observó Jesús, sin decidirse a abandonar el nido de cojines que se había preparado en el suelo-. ¿Qué ibas a decir de Pablito? Se lo llevaron hace un rato. Jesus enderezó su cuerpo larguirucho. ¿Cómo lo sabes?
-Su hermana me avisó por teléfono para que no fuera a buscarlo. -Para que no te acercaras a su casa -corrigió Federico-, y te echaran mano a ti también. Eugenia miró a los muchachos. No quedaba nada de la estética emoción vivida hacía unos momentos. E1 Allegro de Mozart, alterado por el alto volumen de la consola, convertía el estudio en una hoguera sinfónica que consumía las voces y los parapetaba contra el hombre de afuera. Nina entró. -Esto es más escándalo que concierto -gritó-. Si me sueño que estaban borrachos me quedo en la Despedida de Soltera de Irene. ¿Por qué tocan tan fuerte? -Idea de Christian -explicó Federico con cierta irritación. -Por mí no lo hagan, pero hablen bajito y conste, Nina, que aquí no se ha bebido. Si te huele a tufo sabrás tú de dónde viene. -¿Qué mosca ponzoñosa le ha picado a éste? Algo sucede. ¿Qué es? -Bueno -intervino Jesús-. Lo sabrás luego. ¿Por dónde anda tu marido? Nina tomó un aire circunspecto. -Gustavo observa a un individuo raroso que parece vigilar esta casa. Pero ¡cómo se le ocurre! Nos va a traer una vaina.. .-j Ah, le voici!
-i Ay...ay! Cuando la lengua de Christian se le mueve en francés, algo anda mal... ¿Sabían ustedes que están vigilados? -¿Lo dices por el tipo ese? -¿Cara nueva, al menos para mí, pero de que es un calié lo es, como yo soy yo y tú eres tú. -Y nosotros somos nosotros -se burló Pedro Julio. -Más seriedad, compañeros, pensemos ahora en Pablito. -¿Quéee? ¿Lo cogieron? -preguntaron a la vez Nina y Gustavo. E s t a tarde.
Eugenia se puso de pie. -Christian, ¿debo seguir ignorando lo que pasa? Ustedes quizás no se dan cuenta, pero poco les falta para relegarme al papel de moro en la costa. -No se trata de desconfianza sino de oportunidad. -Yo te explicaré... pero antes, sentémonos, prefiero hablar sentada, ¿y tú? -Por favor, Nina, sin muchos preámbulos. Imagino lo que se traen entre manos, así es que ve derecho al... -Bueno, es verdad, nos estamos organizando. -¿Para derrocar al gobierno? -Para acabar con tanta porquería.
-Nina, ¡por Dios!, será la historia del huevo y la piedra. Ya parece que se rompió el primero, ¿no? Nina se indignó. -Llegará un momento en que la piedra desaparecerá bajo los huevos rotos y vendrán otros que no se romperán. Te aseguro que no podrán contra el Movimiento cuando nos organicemos bien. -No les darán tiempo, no sean ilusos. Los irán cazando uno a uno. -No, perderán la última batalla, la que nosotros ganaremos. Pisa tierra firme, Eugenia, y pon los ojos en el pueblo. Ya no aguanta más, nos apoyará, a nosotros los privilegiados corresponde luchar por los explotados, por... -No sigas, conozco todo eso, y ojalá pudiéramos darle pan al hambriento, libertad al esclavizado, paz al perseguido. -Entonces, únete a nosotros, enrólate en el PACOIN... -Siglas, ¡qué manía de las siglas! -Pero déjame terminar. PACOIN Partido Comunista Independiente. ¿Por qué te ríes? -Por lo de independiente. Un partido comunista independiente ¿de qué o de quién? Un disparate. -No te creía tan torpe en política. -Muy torpe, en efecto, porque la detesto. No quiero ni bírla mencionar. No me expliques más, Nina.
Haz de cuenta que nada me has dicho y yo como si nada hubiera oído. No, no, tranquilízate...Si en algún momento verdaderamente trascendental me necesitan, toquen a mi puerta. Y ahora, me marcho. -Eugenia. -No, Nina, yo soy independiente de verdad, pero no temas, muda como una tumba. -No te puedes marchar con ese hombre ahí, acechando al que salga. -¿No piensan irse ustedes? La madre de Jesús ha abierto y cerrado puertas gentilmente a medida que llegábamos, pero no la veo convirtiendo su casa en hospedaje. - C l a r o que no -dijo Nina impaciente-. Tenemos que coordinar un plan de salida. Eugenia se acercó a los muchachos. -No ingreso en el Partido, lo siento, pero cuenten con mi discreción. Me voy, buenas noches ... No Christian, no vale la pena que me acompañes por dos pequeñas cuadras que me separan de casa. Si ese calié es tan tonto que me sigue, mejor, la salida quedará franca para ustedes. No, no, no se preocupen por mí, después de todo, ustedes corren más peligro que yo. Todavía no les hacen daño a las mujeres. -¡Cuídense! Y el muy tonto me siguió a través de la noche cuajada de estrellas. Con este asunto del PACOIN han herido de muerte a nuestras reuniones. Uno, tuvo que
ser Uno el de la idea funesta, tal vez redentora, de decapitamos espiritualmente. Ahora comienza la inseguridad, el temor a la traición, a que nos revienten antes de florecer. Me sentiré mutilada sin esas horas hermosas en que me olvidaba de los siniestros estremecimientos del mundo y me consolaba pensando que todavía en la vida había emociones limpias sin olor a pólvora ni regusto a sangre. El ritmo de los pasos acelera, casi corre.(¡ Señorita Eugenia!). iAh, zut! me llama.(¡ Señorita Eugenia!). Me vuelvo para enfientarme a él. -¿No me reconoce? Soy yo, Toño, el mensajero de la Diego María Motors Co. -Me asustó, Toño, ¿qué quiere? -Con todo respeto, señorita Eugenia, no se junte más con ese grupo.-Pero Toño... -No le conviene, se lo digo yo, esos muchachos están fichaos. No los cogen porque yo soy gente buena y hasta me dan qué sé yo, pero cuando esté seguro, seguro de a verdad porque una cosa es ser considera0 y otra tapar a complotadores.-Pero Toño.. . -Llévese de consejo, señorita Eugenia. El calié se alejó avenida arriba. A dos cuadras, los muchachos y la madre de Jesús, agrupados en la acera, la observaban.Antes de entrar en el edificio, Eugenia saludó con el brazo levantado. (Desconfían. Veré a Jesús mañana, sabrá Dios lo que se imaginan). Doña Eugenia oyó cuando su hija introdujo el llavín en la cerradura, apagó la luz de la entrada y pasó de puntillas por delante de su puerta. Entonces dio gracias a Dios y se dispuso a dormir más tranquila. Genita también la sintió llegar. Prepara su examen -se dijo Eugenia
al notar el hilo de luz sobre el piso. En su refugioaposento-biblioteca fue desvistiéndosecon gestos pensativos y una sensación desagradable de fi-ustración. ¿Qué era la vida para nosotros? ¿Qué es vivir sino un dilatarse hasta lograr una dimensión amplia y soleada en que cese la impresión de asfixia sentida a diario. ¿Vivíamos? Agustín, ¿vivimos aún? Yo flotaba entre el presente y el fuhiro, sin sentar el pie en ninguna parte. Mis movimientos y sensaciones rebasaban el marco en que nacían. Entonces, todo encerraba un sentido especial que comencé a comprender cuando el corazón me saltó del pecho como un chiquillo de pies desnudos, reidor, rojas las mejillas, la melena al viento. Se burlaba de todo el mundo, sentía locura por los bosques y los arroyos. Pero a ciertas horas del día -el crepúsculo- o al influjo de determinados pensamientos -tu amor- le entraban desazones, se transformaba en muchacha que sonreía al polvillo de la luz o se tendía de espaldas sobre la grama para soñar contigo. De los pies a la cabeza era una plegaria de amor. ¿Era? Porqué hablar en pasado si aún tengo el pecho lleno de risa, los ojos frescos y la piel vibrante por la brisa del mar. Y tú,Agustín, ¿vivías realmente? El gran demonio de las ambiciones te quemaba, te subía perennemente hacia las alturas con un frenético deseo por ver tu mañana. Tu aventura de mañana atisbada, elaborada mentalmente desde hoy, con la fmición del animal de presa entre los cañaverales. Vivías siendo, mientras yo contemplaba sin zozobra la tensión de tu resorte vital, segura de que al final te esperaba la as21
censión de los que han hallado el derrotero de su propio espíritu. No sabía ver como todo el mundo. Solamente sentía. Lo sentía todo, hasta la quietud de una pared, hasta el polvo de los caminos. Huía de la gente, pero me buscaban. ¿Por qué me buscan? No lo entiendo. Cada día me cuesta más fatiga abstraerme de mí misma, verterme en la realidad, en la desgarrante realidad que me sale al paso. Los muchachos, Nina, Pablito... Ahora la política, el PACOIN... -Hola Eugenia, entra. -Permíteme una pregunta, Jesús: ¿tu madre sabe que ustedes se están organizando? -No, ¿por qué? -La noto nerviosa, como si presintiera algún peligro. -Todos vivimos así desde que andan los espías rondando las casas. Está uno expuesto a cualquier arbitrariedad de uno de esos tipos. -El de anoche resultó ser un conocido, ex mensajero de la Diego María Motors Co. Jesús encendió un cigarrillo. Sentada en uno de los butacones del estudio, Eugenia paseaba la vista por el desorden de cuadros y bocetos que habían vuelto a ser desparramados después de la sesión musical. -¿Qué quería? -Me aconsejó alejarme de ustedes.
-¿Y tú? -Me quedé en "Pero ... pero Toño", no pude expresar una frase completa, su testarudez me cortaba la palabra. Me aseguró que el grupo está fichado. -Hoy no hay caliés en esta calle... A lo mejor es mala señal. Me pregunto si no fingen olvidarnos para atraparnos sorpresivarnente, algo así como la táctica de Ketty, la perrita de Christian, que simulaba dormir para inspirar confianza a la gata parida de la casa. Aprovechando el sueño de Ketty la gata se ausentaba para darse un paseito por los patios vecinos, pero tan pronto quedaba sola la cría, la perrita iba mudando uno a uno los gaticos a los sitios más inverosímiles. -¡Qué curioso! ¿Para qué lo hacia? -Quizás gozaba en oír los lastimeros maullidos de la madre clamando por sus hijos. Eugenia se sobresaltó. -¿Qué has sabido de Pablito? -Hasta ahora nada. Precisamente, iba a salir en busca de noticias cuando tú llegaste. En la Universidad no se pasó de conjeturas esta mañana. Christian y Pedro Julio vinieron temprano a advertirme que su casa se ha convertido en una ratonera para nosotros. -Era de suponerse... Te llamaré esta noche por si has logrado averiguar algo. ¿Puedo? - C l a r o que sí, llama después de las ocho. Encaminé mis pasos hacia la costa. Era un atar-
decer estrepitoso de automóviles en avenidas y calles, pero en el cielo había una límpida dulzura que lentamente maduraba al soplo agorero del crepúsculo. Atravesé corriendo hasta el Malecón. A lo lejos flotaba sobre el río, en el sopor de la luz declinante, el viejo puente de largas piernas de acero, comunicación de la ciudad con el aeropuerto y las bases militares. Olía a salitre, a marea creciente. Al contacto con los arrecifes el mar bullía espumoso en el vaho de su propia respiración. Si ves al mar, pastora de mis altares, dile que hasta pronto, que tengo los ojos llenos de peces para él y que siento deseos de ponerme a caminar contigo sobre su lomo como un San Cristobalón del siglo XX. Este Hombre agreste que has desperezado con la flauta mágica de tu amor, deambulando por su bosque con la cabeza revuelta de entusiasmo en busca de su significado. jQuizás en el fondo yo sea un pequeño Dionisios! Cuando menos, me sienta panida ( q u é borrendo suena este vocablo desde que tantos poetas parnasianos lo emplearon copiando a Rubén Darío en su Responso a Verlaine) y vivo la Vida como una selva. De ahi todas estas
armonías que me suenan dentro apenas me muevo y mi actitud de hombre que está devorando tierra. Es verdad, Eugenia, mi imploración a Dios consiste, a través de más o menos modos en pedirle que me conserve Robinson Crusoe frente al contorno, que yo levante mi choza, escriba mis libros, construya mis arpones y cante mis himnos. Y que nadie meta sus manos en la isla Maravillosa. También, como Robinson, necesito al compañero. Tú serás mi hermoso y lindo Domingo, me acompañarás toda la vida por las oscuridades de la selva y por sus calveros llenos de sol; encenderás la hoguera y te prosternarás al lado mío, rogando a Dios por la belleza de sus crepúsculos.
-iEugenia! ¿que haces ahí sola? iEugenia! -¡Hola Christian! -¿En qué mundo crees que vives? -En el muy mío.. . Dando la espalda al mar, me aproximé displicente a la camioneta Datsun que con el motor en marcha me esperaba al borde de la acera. -Dime, Christian, ¿no te asalta nunca la nostalgia de tu tierra? 25
-A veces.. .Tengo allá a la abuela, a los compañeros de infancia.. . pero a ti no te luce. -Si no supiera que bromeas, me enojaría. -Hablando en serio, Eugenia, ¿cuándo te meterás en la cabeza que no debes venir sola al Malecón? Tú sabes bien que este medio tolera mal los espíritus independientes que actúan contra la corriente, al fin y al cabo te harán trizas. -Necesito echar a volar mi espíritu sobre las aguas para no romperme los dientes entre los barrotes de esta jaula. -Necesitas...Necesitas...Pero estás plagiando a Fuencarral ... Me parece oirlo, "necesito de todo mi coraje para no romperme los dientes de lobo, prisionero entre los barrotes de esta jaula". ¿Pensabas en él? -Recordaba su belleza y su desesperación. -Ahora rehace su vida lejos de nosotros.
Sólo un ansia dilata mis oídos y mis pupilas hacia las cosas de afuera: Que se acabe ese odio implacable que viviendo a través de tanto tiempo sale de mi propio suelo aperseguirme sobre el mar y la distancia, que se acabe de cualquier manera para ver si puedo rehacer mi vida que clama por ti, por tu carne, por tu alma, por tus venas. iSálvame, Eugenia! Aunque yo sé que no podrá
ser... Por lo menos, déjame gritarlo.. .No me dejes solo, tan solo, dentro de esta terrible vida mía.
-Ya estás hundiéndote de nuevo en tu pozo de silencio. Cuando uno menos espera te cierras como un erizo o zozobras, ¿por qué? -¿Y me lo preguntas todavía? Tú sabes que soy así. -Por lo menos he logrado que surjas a la superficie y rías. Ven conmigo, si no te importa dar un paseo en camionetas. Te enseñaré la nueva urbanización. En las cercanías del puerto, Christian viró a la izquierda para recorrer de Este a Oeste el Paseo de las Palmas antes de subir hacia el Norte y luego, a unas cuantas cuadras, girar al Oeste hasta el Mirador. -Desde anoche estaba deseando encontrarme a solas contigo, ¿por qué no quieres unirte al Movimiento? Sin dejar de contemplar el incansable renacer del oleaje bajo el vuelo sereno de las tijeretas, contesté: -Ya le dije a Nina el motivo. En realidad son dos mis razones: el momento me parece de lo más inoportuno y eso del PACOIN no me tienta. -Sí -asintió Christian-, lo suponía. Yo tuve los mismos reparos cuando me hablaron, pero, razonando con Jesús, llegué a la conclusión de que sólo organizándonos conoceríamos nuestra fuerza. La hora propicia debe encontrarnos preparados.
-¿Qué pasó con Pablito? -Algún maldito soplón. Como si lo viera: Te imaginas que estás conquistando un simpatizante y te resulta un desgraciado, que muerto de miedo va a descargarse en los oídos de un papá del carajo. -Eso puede ocurrir a cada rato. -No, no lo creas. Estudiamos muy bien a las personas antes de abordarlas. Yo me pregunto si Pablito no caería por impaciente con un calié de los infiltrados en la Universidad. -¿Y si habla? -¿Pablito? No, no hablará. -¡Por Dios, Christian! Me exaspera tu seguridad. -Es de los buenos: valiente, leal, con una sangre rabiosa que cuando se le calienta lo insensibiliza físicamente. -Peor, se cebarán en él hasta destrozarlo, y tú, tan tranquilo. -No, no estoy tranquilo, pero no se debe perder la cabeza precisamente ahora cuando se inicia una etapa peligrosa. Vamos a tragarnos un tubo de acero si es necesario para no flaquear, pase lo que pase. -Ellos son más fuertes, son los fuertes. -Nosotros podemos ser fuertes también. No flaquearé, no puedo flaquear ya, ni quiero flaquear. "Venga conmigo todo el dolor del mundo; con esta sola condición se verá si soy un hombre o un trapo, si me
sostiene un alma o únicamente un esqueleto".
La tarde caía lentamente sobre la prisa inútil de los hombres, que corrían sin freno hacia no se sabe qué punto inalcanzable de la ciudad. -¡Mira Christian! ¡ESfantástico! El Sol, en su descenso, se dilataba desmesuradamente, lanzando un bufido escarlata que incendiaba todo el recinto. Al norte y al sur se amontonaban las nubes carbonizadas por el fuego del crepúsculo. Atrapados en la conflagración, sentíamos la atracción irresistible del astro inmenso y corríamos deslumbrados hacia él. Corríamos, volábamos, surcando el espacio en medio de borbotones de luz roja. Una sirena aullaba insistentemente. Cuando Christian captó el sonido, miró al retrovisor. -iMerde! -gruñó-. iAterrizamos! -i Que puñetero! El motociclista alcanzó a la camioneta cuando ésta se detenía. --¡Usted otra vez! -protestó Christian. -¿Por qué no se paró cuando se lo ordené? -No lo oí. Le ha cogido conmigo, Leh? -La policía tiene derecho de mandar a parar a quien quiera y cuando quiera.
-No creo.. . -Su licencia. La matrícula. El seguro. -¿Está conforme? -Podría detenerlo por exceso de velocidad. -Por favor -intervine-, en esta avenida no hay ni un gato a esta hora. -Señorita, la ley es la ley. No hablamos más. Tensos en nuestros asientos, esperamos la decisión del policía. Después de revisar y volver a revisar los documentos, el agente dio la impresión de reflexionar. (Si esperas que te mojemos la mano echaremos raíces aquí. Ve a buscar tu cerveza a otra parte, jsalaud!). Tras la pausa, visiblemente decepcionado, el hombre devolvió los papeles. -¡Qué raro! -comenté-. Un policía patrullero en esta soledad. -Para fuñir cualquier sitio vale, es la segunda vez que este tipo me pide la documentación. -Vámonos pronto, a lo mejor vuelve. Christian paseó la mirada por los alrededores (Solares yermos de Bienes Nacionales, la vastedad de un parque en cierne y abajo, tras los farallones, en la distancia difusa, el mar de plata). -Se esfumó el encanto, el Sol se marchó dejándonos en desamparo sobre la Tierra. Por el cielo se arrastraban las ultimas pavesas crepusculares, mientras perduraba en poniente el desgarrón de su caída.
-Vámonos -repetí. -Sí, vámonos, antes que se me hiele el corazón. Indiferentes al esplendor del moderno Gran Hotel y de las residencias que irradiaban confort en el paisaje del regreso, volvimos los ojos hacia dentro, cada uno buscando la raíz de su tristeza. Antes de incorporarnos al tránsito infernal de la Avenida Central, cruzamos la Ciudad Universitaria impregnada de risas e interpelaciones estudiantiles.
-Tú conociste a Fuencarral antes que viniera aquí, ¿verdad? -¿Por qué piensas en él ahora? -Quizás por asociación de ideas, la Universidad siempre me revuelve los recuerdos. -Sí -dije conmovida-. Lo conocí en Caracas, cuando me enviaron de secretaria a la Embajada. - C o n tu temperamento te costaría trabajo someterte a todos los periquitos del protocolo. -No dejé de ser estudiante, me iba por las tardes a la universidad. -iAh, ya! Ahora recuerdo. .. i Ey, animal! ¡Este loco por poco nos choca! -Cálmate Christian, no olvides que nos estamos acercando a la vorágine. -Es que son unos desgraciados, ¿no te fijas cómo manejan? Se creen dueños de la vía... Bueno, volviendo a Fuencarral, yo no comprendo por qué dejó
su brillante situación en la Universidad Central para venir a nuestro pequeño país. -Le aconsejaron un cambio. -¿Un cambio? -Se pensó que la agitación universitaria de entonces, los actos de violencia y los secuestros que a menudo ocurrían en Caracas, no favorecían el rsstablecimiento de su esposa. Ella estuvo sufriendo de una psiconeurosis por más de medio año. -Y resultó que salió de la tormenta para caer en ~ c calma i rhicha. Yo no sé si ella sanaría (nunca se la veía), pero sus nervios, los de él, vivían dándole zarpazos a uno. ¿Recuerdas su reacción cuando me encontró leyéndote unos poemas de Neruda? "Si usted fuera discípulo mío, me dijo frenético, le arrancaría ese libro de las manos". Pero ¿por qué, profesor? "Pablo Neruda destruye los organismos tradicionales de la vida. Esa obra de gran gusano es repugnante a pesar de su belleza y peligrosamente intoxicante". Me m ~ r c h éfurioso.
Y yo me quedé sola, asombrada frente a ti, Agustín, intuyendo la intensidad de tu ira por el rojo de tus orejas sensitivas ... Es bellísima la poesía de Neruda, te dije, tan cargada de emoción y de angustia. La siento como si me cayera encima el universo entero, toda la vida desintegrada en un torbellino de ansiedad. -Ten cuidado, Eugenia, mucho cuidado. Repito que es intoxicante, va entrando
como un veneno en nuestra sangre, quizá por la fuerza rítmica, de latido, que su poesía tiene. Neruda no es un simple poeta sino "una sensibilidad poética en acción continua". -Que te place. -Me fascina, pero le temo. Todo parece tan hermoso y tan perfecto dentro de su lobreguez, que cuesta trabajo salir de ella. Yo desistí de leerlo hace tiempo. Hazme caso, Eugenia, y si a pesar de ello insistes en leerlo, espero que te des cuenta de que nos enamora porque vivimos en pleno disparate. -Me marché furioso, porque su desaprobación expresada en ese tono me hirió profundamente. Tal vez ahora me hubiera detenido a rebatir sus argumentos. -El consideraba que el verso de Neruda se convierte en profecía por la fuerza de las circunstancias, pero que, precisamente, si nos sentimos inrnersos en un medio ambiente gangrenoso, ¿por qué no amar lo puro inaccesible, el intelecto puro? -Y mientras andamos por esas alturas inrnaculadas se nos atrofian los pies y jcataplún, al suelo!, nos cubre la marea de los acontecimientos, ¿y qué?, morirnos asfixiados, locos de pena tardía por no haber contribuido a la ardua faena de enderezar un poco siquiera este mundo desquiciado. (Otra vez -pensé con desaliento- la angustia de la realidad diciendo presente).
Por la noche, a eso de las ocho y media, telefoneé a Jesús. Me contestó él mismo. -¡Qué casualidad! Pensaba en tu preocupación por el asunto de la cátedra. (Comprendí que suponía intervenido su teléfono. Me puse a tono de inmediato). -¿Cómo resolviste el problema? Todavía no lo he resuelto. Todos los textos consultados resultan negativos sobre ese punto. E s desconsolador.. . -Por el momento, sí, pero nos queda la posibilidad de encontrar un autor que ofrezca la información necesaria. -Debes darte prisa. -Estoy tratando de lograrlo rápidamente. iAh!, antes que se me olvide. El decano pregunta si adelantas en la traducción. -Sí, dile que sí, me faltan apenas unas páginas. Mañana por la tarde iré a la Universidad para enseñarle lo que llevo traducido antes de pasarlo en limpio. -Si vas, te veré allá. -Muy bien, hasta mañana. La casa, en silencio. Esta parte del mundo, en
silencio. Un silencio espeso, sin ladridos de perros, sin el monótono runrún de los acondicionadores de aire enmudecidos por el apagón. De pronto, una aguda sirena de carro patrullero corta el silencio... ¿A quién persiguen? Su alarido pasa cerca, bambolea la tibia penumbra de la habitación y corre a perderse en la distancia. Me siento en la cama con las piernas encogidas, descansando la cabeza en los brazos cmzados sobre las rodillas. ¿A quién persiguen?... ¿o solamente quieren erizarnos de miedo?... Hoy supimos de Pablito. Lo tienen en una celda del Palacio de la Policía. Un sargento amigo de la familia sopló el informe. Es todo. Cuando la madre y la hermana fueron con ropa y comida... ¿Para quién es eso?... Para Pablo Sandivar... ¿Pablo Sandivar? No me suena. Por favor, sargento (otro sargento) pregunte ... Ruiz, cabo Ruiz, mire en el informe del día ... Hoy no sargento.. . ¿Cuándo lo arrestaron?... Hace cuatro días... Mire a ver en la lista... No sargento, no hay nadie con ese nombre ... Sí, está aquí, nosotras sabemos que está ... La informaron mal, señora ... Pero está, está, está ... Todos sabemos que está .... Sigo sentada en la cama. No puedo dormir. Tengo "insomnio desvelado" como Pinina. Paredes de silencio. Paso igual e inagotable del preso que desespera. Unos días que son como años y unos años que carecen de medida cronométrica, para volver a hilvanar el calendario acabado con otro nuevo y tan muerto como aquél. Nuestra cárcel invisible, Agustín, la terrible cárcel invisible en que te debatías contra la
petrificación. "¡Me pasmo, me pasmo por dentro si sigo aquí metido!". Al fin te fuiste ... Te insinuaron que les agradaría que te fueras... Agentes de infección ... Dos mil años de civilización abriendo ventanas, aireando, asombrando, lamiendo las murallas de la prisión ... Peligro, peligro, despiertan a los niños ... Demasiado oxígeno.. . Contaminaban el aire para que te asfixiaras si no te marchabas voluntariamente ... Te has ido y te has quedado como el vaivén del mar... Y no sé, Agustin, si me hace llorar mi amor, el temblor del mundo o nuestras vidas deshechas. Una tarde limpia, de cielo extraordinariamente azul. De la Facultad de Ingeniería y Arquitectura vienen estudiantes presurosos a sentarse sobre la grama, en la sombra de los mangos. iUf, casi me duermo! Monotonísimo Historia de la Arquitectura momificada Con esa voz nos entierra Peña Marín necesita unas vacaciones Se va mañana Y lo reemplaza Mariano Ponte Así sea por los siglos de los siglos Amén. Amén. Amén. Genita se muere de risa Y de amor No sigan por esa curva que pueden ganarse un coscorrón ¿Quién es? ¿Quién?
Ella... ésa... la que saluda al profesor de fiancés Agárrate la lengua, Apolinar, no vayas a propasarte con mi tía Leh? Preséntamela No.. . Es más guapa que tú ¡Fresco! ¿Y qué? ¿no se puede hablar en este país? iAah...! Eso depende de lo que hables Y si no hay moscones cerca En boca cerrada no entran moscas Y si entran se las mastica Hay moscones que envenenan Entonces la horrible agonía y la muerte Desaparecido... No, no está Son unos malditos ¡Cuidado! Un calié a la vista ¿Te parece uno? Me los huelo a distancia Como los nazis a los judíos, ¡qué olfato! ¿A dónde vas, Genita? A cátedra o ¿crees que voy a limarle las uñas al calié para salir de dudas? ¡Esta Genita... ! Te seguiremos, futura Surnma Cum Laude
La cabina del teleférico se deslizó cable arriba con una sacudida ondulante. Cable arriba, cielo arriba. Buceando en las aguas tranquilas del espacio mientras Caracas relumbrada en el fondo del valle soleado. De los cinco pasajeros, una mujer cerró los ojos. Crecie-
ron los árboles, abajo, a los lados, rodearon la nuez colgante. Del Monte Avila desvanecido comenzaron a bajar bocanadas de niebla incontenible. "Voy a sentir frío". Niebla. .. niebla.. . Caracas había desaparecido. Los árboles desaparecieron. Al principio, la tierra estaba confusa y vacía... Detenidos. Solos en la nada genesíaca, aguardando la repetición del acto creador. Gloria a Ti en las alturas ... La estación surgió fantasmagórica en medio de la bruma espesa, cuyas manos heladas me pegaron en todo el cuerpo cuando salí al aire libre. Traté de caminar, como los otros, por el sendero que conduce al Hotel Humboldt, pero no se veía nada en aquella olla de vapores muertos. Apreté los dientes, los ojos duros, las manos fi-otando mis brazos sin esperanza de calentarme... ¿A quién se le ocurre subir al Monte Avila vestida así?... Tenía demasiado frío para sonrojarme a pesar de sentirme miserable y ridícula. Con las manos hundidas en los bolsillos del pantalón, me miraba burlón ... ¿Va al Hotel?... Iba... yo... no se ve nada... me devuelvo... Me dolían los pulmones... y el Sol, enfriándose, sembrará con el frío la muerte por la supe6cie de la Tierra...Era el día señalado...para mi era el día... Espere... ¡Esperar... No puedo... Permítame... Su saco tibio sobre mis hombros ateridos... Corra, necesita entrar en calor rápidamente, corra... Casi no podía, remedo del pájaro bobo... El descenso. De nuevo el sol. Un quiosco bar. Los sorbos del café caliente humeaban en mi sangre con una sensación deliciosa de esponjamiento... Gracias, profesor. .. Supiste entonces que te conocía.
Bendito sábado de niebla que me abrió las puertas dificiles de tu vida. En el 4". año de Derecho no parecía faltar nadie. Muchos ojos miraban al bedel, otros observaban al catedrático que removía sus notas. De pronto sonó el nombre como un golpe de badajo. SANDIVAR Pablo ... Llámalo otra vez, dijo una voz atónica, a lo mejor contesta ... Los ojos que miraban al bedel chispearon, los otros desviaron la mirada hacia él. ¿Por qué no repites el nombre? ¿Te quema la lengua.. . El catedrático frunció el ceño... Apunta, bedel, insistió la misma voz, Pablo Sandivar no está ... ¡Si está, si está!, rugió la clase, jsí está! ... ¡Señores!... Espinal, excuse a los muchachos, han querido poner a prueba su paciencia ... El profesor cerró la puerta y volvió a su cátedra envuelto en la expectación de sus discípulos... Apoyó las manos en la mesa. -Señores... amigos míos, me asombra su insensatez. Se han conducido ustedes como adolescentes irreflexivos, no como hombres que pronto serán profesionales... Por favor, no hagan nada que malogre su porvenir. Me atrevo a asegurarles que una actitud rebelde -tontamente rebelde- no ayudará en absoluto la causa de Sandivar... Intelligenti pauca.. . Chichoteo... Don Pedro parece que... Sí, parece. Un día cualquiera, no, no fue un día cualquiera, fue un día único de un hermosísimo mes de abril. A las cátedras de Literatura Hispanoamericana acudía un numeroso público de estudiantes universitarios, de oyentes, de intelectuales, y eso desde que había 39
tomado a su cargo dicha asignatura el profesor Fuencarral. Eugenia asistía religiosamente a esas cátedras en el Instituto Nacional de la Cultura, prestigiosa extensión de la Universidad, cuyo nuevo edificio, de factura muy moderna, se destacaba en el mohino conjunto arquitectónico de las Facultades y del Colegio de Idiomas. Se habían acostumbrado a conversar después de las clases (como en Caracas) en la cafetería, en el Campus mismo o a lo largo de la avenida bordeante del mar, agradable caminata que los aproximaba a sus respectivos hogares a la vez que les alargaba los instantes de su mutua y casi imprescindible compañia. Y así, a la hora crepuscular, una hermosa tarde de abril se miraron a los ojos de manera distinta. El se acercó un poco más. Besó una boca virgen cuyos labios dulcemente interrogantes no supieron corresponder al beso ansioso que aleteaba sobre ellos. El profesor se apartó súbitamente temeroso de ser reconocido por algún transeúnte. Reanudaron el camino envueltos en el aura de una emoción apenas controlable; Reviviendo esos atardeceres olientes a pleamar, tiente al naufragio sangriento del sol que moría en un alarde de vida inacabable, vuelvo a ti sin haberte dejado nunca. Iré, Agustín, iré a ti, sola, surcando el aire en vez de contemplar ensimismados y juntos la estela de un barco que huye. Esa turbadora estela, que veíamos con los ojos de la imaginación abriéndose como un chorro blanco sin fin, nacido de nuestros dos cora40
zones, solos bajo las estrellas en el campanario redondo de la noche. -Tía, ¿te molesto? -No importa.. . -Me parece que entro en un santuario. -Pues hazlo de puntillas para que no perturbes el recogimiento. La risa las identifica. -Retírate un poco para verte en perspectiva. Estás de repicar las campanas. ¿Te gustan? Son los blue-jeans que compré aver en el baratillo de la Casa Maribel. -Mírale los ojos a tu abuela... como si viera a un marciano. -i Oh ... ! Se me hace tarde ... Hasta luego, abuela. La besó efusiva y atropelladamente en la mejilla. Doña Eugenia reprobó con la mirada el cadencioso andar de la nieta. -iY tú permites que salga así a la calle! -¿Que salga cómo? -preguntó Eugenia divertida. - C o n esos pantalones en la ingle, y lo peor es que tú le aplaudes esa desfachatez, en lugar de ayudarme a inculcarle el recato que toda mujer decente... -Mamá, por favor, la decencia, al menos la apariencia de la decencia, varía, evoluciona con el tiempo, como el camaleón se adapta a la moda imperante.
Hoy, mi estilo de vestir es conservador, sin embargo, en los años de tu juventud hubiera escandalizado. Claro que hay el buen gusto y el mal gusto. Te propongo ir el domingo al cine, a la tanda vermouth, temprano, para que sentada cómodamente en tu butaca asistas al desfile de los jóvenes a medida que vayan llegando. Ya verás que Genita no es una excepción, todos visten igual sin ser necesariamente hippies. ¿No querrás obligarla a lucir anacrónica? -¿Crees que no los veo pasar por esta calle? Las Autoridades debieran ponerle coto a tanta desvergüenza. -Deja a las Autoridades tranquilas, piensa mejor en el aire fresco que nos ha traído Genita. No puedes negar que en la casa se siente más alegría. -No lo niego. Suerte que vino, porque contando contigo se le atrofian a cualquiera las cuerdas vocales. -Doña, el teléfono. -Esta es otra que no me sorprendería que un buen día enmudeciera definitivamente... Ah, olvidaba entregarte la carta. -Ciérrame la puerta al salir, ¿quieres? Una carta... franqueo local.. . ¿de quién? Anuncio ... oferta en venta... cadena que si se rompe acarrea desgracias, servicio de plomeros a domicilio... ¿qué? ... "LA HORA DE ... DE ... SE APROXIMA MANTÉNGASE ALERTA. NO SE DEJE SORPRENDER ASANDO BATATAS". La hora de... de... ¿de qué? ...
¡Carajo, qué vaina!... i Z ~ t se ! me zafaron las palabrotas... Las dicen los de arriba, los vecinos de los lados, la gente en la calle, hasta Christian, las escriben, se me pegan y las escupo cuando me incomodo... Tiempos de vulgaridades, de estridencias... rock and roll, ombligos nudosos al aire, nalgas trepidantes que anuncian el buen ron por televisión, altoparlantes vocingleros, sambenitos y sanantonios a granel, greñas masculinas, barbas hirsutas, uñas sucias, vespas rugientes (jmalditos italianos!), niños y perros histéricos, mufflers que torpedean. . . De todo, menos silencio y cada vez más frágil la intimidad... me roban mi infinitud... de... de ... jzut! -Eugenia, ¿vas a salir? -Sí, vuelvo en seguida. Dos cuadras apenas, para hablar con Jesús. Pero Jesús había salido. -¿Fue lejos, doña Teófila? - C r e o que no.. . Dijo que aprovecharía esta tarde libre para pintar unas marinas ... Entra ... sí, entra Eugenia, te invito a una tácita de café acabadito de colar. Siguiendo a doña Teófila a través de la casa hasta la terraza abierta sobre el jardín umbroso y 010ros0 a rosas, apreciaba su cuerpo aún joven de apretadas carnes, armonioso. "La silueta larguiru-
cha de Jesús -pensé -le viene del padre". Un castellano seco, sarmentoso, ríspido a veces y otras, encantadamente humano. Valiente, sobre todo valiente. Con su taza de café en la mano, doña Teófla contempló el "poster" y dijo: -Te parece demasiado grande, ¿verdad? Así lo quise para que su presencia llene todo mi espacio vital. Para que la cólera y el dolor no me abandonen nunca. Esa mirada firme y enérgica me advierte constantemente del peligro que ronda esta casa. Al posar la taza sobre el vidrio de la mesa de hierro forjado, inquirió con voz alterada: -Dime, Eugenia, ustedes traman algo, ¿qué es? -¿Nosotros? -me asombré. Tú eres una muchacha sensata. Aconséjalos, no los dejes cometer una locura. ¿Crees que no me doy cuenta? El aire apesta, como el año en que desapareció Miguel, ¿y de qué sirvió esa muerte y las otras? ¿de qué? Son muchas las vidas y muchos más los corazones destrozados para luego continuar en lo mismo. Te lo suplico, Eugenia, ayúdame a salvar a Jesús. No conspiren, por favor, no sacrifiquen su juventud, no vale la pena. Estuve a punto de llorar. .. iSacrificar la Juventud! Parece que cierto día se detuvo mi
vida y no me di cuenta (me dijo Agustín en un tono de voz tan íntimo como si yo estuviera dentro de él). Trato de reconstruir ese instante decisivo para orientarme en la curación del daño, pero no le hallo. ,jFue durante la guerra? ,jFue más tarde, cuando todo el armazón ideológico y sentimental que alimentó a mi juventud se vino al suelo como una fábrica de cartón? Fue más tarde aún, cuando el odio de los camaradas me convirtió en un prójkgo de su venganza? Siento en mi vivir como una enconadura que no me permite reposo: varios años muertos que llevo dentro, confundidos con los vivos. No acierto a desprenderme de ellos y sin embargo sé que me van muriendo. Es en vano que me digas que todo cambiará algún día, no Eugenia, no cambiará nada porque el tiempo transcurre y la juventud se pierde irremediablemente.
-¿Me estás oyendo, Eugenia? -preguntó impaciente doña Teófila-. Si me escuchas, ¿por qué no contestas? ¿No te importa Jesús? -Me importa mucho -dije surgiendo estremecida de mi pensamiento-. Me había hundido en mi misma, buscaba la forma de secundarla en sus esfuerzos.
-Dile que su madre moriría con él. -Por Dios, doña Teófila, no adelante los acontecimientos, no creo que... -Yo si, debemos detenerlo ahora, antes que se lo lleven como a Pablito. -iOoh! Usted está enterada. ¿Qué le han dicho? -¿Creían que me engañaban, eh? Pues se equivocan, van a tener que matarme -concluyó desafiante. -Jesús no permitirá que su madre muera por una acción descabellada de su parte -aseguré por decir algo, para marcharme, para huir de su ansiedad, de la situación embarazosa en que me hallaba. Al despedirme no pude evitar comprometerme a usar todo el peso de mi sensatez. Afbera vigilaba el espía. -No olvides los botones -me gritó doña Teófila-. Los necesito para hacerle los ojales a la blusa. Eso para ti, calié, para despistarte. Aquella mañana, cuando sonó el teléfono, Eugenia salía de su habitación. Eran aproximadamente las once. Contestó la llamada. Su madre, que también había acudido al repique telefónico, notó la consternación en el rostro de la joven. "¿Estás seguro?... Bueno... bueno... gracias por avisarme." Colgó nerviosa. Al volverse tropezó con los ojos muy abiertos de doña Eugenia (siempre los desorbitaba cuando presentía una mala noticia).
-¿Quién llamó? -4hristian ... Tienen cercada la Universidad. -¿Quiénes? -exclamó doña Eugenia-. ¿Los militares? -La Guardia o la Policía, lo mismo da. Llama al capitán Mariano, avísale que Genita está en la Universidad. Pídele que intervenga. -¡Pero si yo no sé lo que pasa! ¿Cómo sabes que Genita está dentro? -Mira, mamá, tú llamas a tu compadre y yo me voy corriendo a la Ciudad Universitaria. -¡Ten cuidado!, hija -alcanzó a recomendarle-. Lo que falta ahora es que tengas un accidente por manejar así, tan nerviosa. A medida que la noticia se filtraba de casa en casa, 'han saltando a la calle las caras alarmadas. Ya en la proximidad del recinto universitario se respiraba una atmósfera caldeada. Estacióné mi pequeño Toyota tres cuadras antes. Caminé cautelosa, cada vez más cerca de los camiones oficiales, sin propósito determinado. En efecto, ¿qué podía hacer? Me impulsaba, empero, el deseo de cerciorarme con mis propios ojos, necesitaba... -iPsst!
-¡Señorita, señorita!
Por la abertura de una puerta entornada intentaban detenerme con un murmullo. -No
siga adelante, entre.
Al verme vacilar, la señora de pelo blanco abrió más la puerta. Insistía suavemente. -Bien -dije algo aliviada-. Muy gentil de su parte. -Desde el balcón del segundo piso lo verá todo sin correr el riesgo de ser atropellada. Mi nieto está arriba. Vaya usted también. Cruzamos una mirada de simpatía. Mi protectora sonrió tristemente. Luego preguntó: -¿Tiene a alguien en la Universidad? -Una sobrina. -Yo, mis dos nietos mayores. Dios los proteja. Mi silencio la impulsó a comentar: -Esto es increíble, y no debiera asombrarme, porque no es la primera vez ni será la última. Subimos las escaleras. Un adolescente, desnudo hasta la cintura, sintió nuestros pasos y se volvió.
-Mi nieto César, el más joven -dijo la señora a modo de presentación. -Hay un gorila en la azotea de la casa de enfiente -anunció el muchacho-. No me extrañaría que disparara por puro gusto. -Baja la voz -dijo atemorizada la abuela-. Vean y callen. Al menor indicio de peligro, retírense del balcón y cierren la puerta. Desde ahí dominábamos el Campus cuyos árboles circundantes habían retoñado un agente en cada tronco. Portaban cascos protectores. Algunos, fusiles ametralladores. La presencia de los efectivos policiales enardecía a los estudiantes que palmoteaban voceando consignas. -¿Qué vocean? -le pregunté al adolescente llamado César. -Exigen justicia. -¿Justicia? El muchacho me lanzó una ojeada suspicaz. -;,No lo sabe? -¿Qué cosa? Me dio la impresión que César no creía en mi ignorancia. Sin embargo, soltó la información con la dureza de un guijarro.
-Encontraron su cadáver. -iAah!. .. ¿Cuándo? -Esta mañana temprano, en los arrecifes, cerca de aquí. De pronto se contrajo con una arcada de cólera. -Y esos asesinos pretenden arreglarlo todo prometiendo una investigación. ¡Hijos del carajo! ¿Qué es lo que van a investigar, dígame? - i C h ~ ~ t !No alces la voz. Te oye ese policía. El agente de la azotea levantó su arma, apuntando calmosamente hacia un blanco invisible para nosotros. Disparó. La detonación cortó en seco la vocinglería estudiantil, los inmovilizó fracciones de segundo antes que echaran a correr en todas direcciones. NO dispare más! -aullé fuera de mí-. Por favor, no dispare. Parapetados tras las caobas y los mangos, en la protección ilusoria de los ángulos salientes de algunos edificios, los universitarios vociferaban insultos. Una piedra lanzada con furia se cruzó con el segundo disparo. Las pedradas surgieron de todas partes, a veces golpeaban a los agentes que arrojaban bombas lacrimógenas. En medio de la barahúnda se oyó el tosigoso ronroneo de un helicóptero. Volaba bajo, casi rozando las copas de los árboles. La voz enérgica, amplificada por el megáfono, llenó el espacio. "¡NO sigan disparan-
do! Teniente García, mande a sus hombres que no disparen, son órdenes del General. Y ustedes, estudiantes, jcalma! Soy el capitán Mirano ustedes me conocen.. .iCalma!". -¡Vino! -grité eufórica-. ¡Vino! -"Agrúpense frente a la Facultad de Derecho. Ahí sentirán menos los gases. Vamos, muchachos, corran hacia allá. Repito: Soy el capitán Mirano. Voy a descender, díganle al rector que quiero hablarle. ¿Me oyeron? Voy a descender." -Si van hacia la Facultad de Derecho se pondrán fuera del alcance de nuestra vista. Hacía la observación con la esperanza de que mi acompañante dispusiera de otro observatorio. -Venga conmigo -dijo César-. Oiremos menos, pero los veremos. Atravesamos la antesalita donde desembocaba la escalera. Un pequeño corredor conducía a una terraza, azotea o techo, desde cuya altura se divisaba el nuevo escenario. -¿Qué te pasó en la espalda? La tienes como un camarón hervido. -Una insolación, la atrapé ,ayer en la playa. No aguanto el roce de la camisa, de nada. Hasta
tengo que dormir boca bajo ... Mire, ya aterriza el helicóptero. El rector vino al encuentro del capitán. Los veíamos conversar después de estrecharse las manos, como si asistiéramos a una película muda. Al cabo de un rato, se acercaron a los estudiantes. Hubo un acuerdo, al parecer exitoso, porque los muchachos aplaudieron. Después, el capitán regresó al helicóptero. -La brisa nos está echando encima el humo de las bombas -dije reteniendo la respiración. -Parece que los policías se retiran. Sí, fijese, todos vienen hacia acá a paso largo. -Lo siento, César -me excusé tosiendo-. No aguanto más. No debieras quedarte tú tampoco. Ven y cierra esta puerta. Abajo encontramos a la abuela con el rosario entre las manos. -No se vaya todavía -me aconsejó-. Espere un momento, le voy a buscar agua para esa tos. Cuando me trajo el vaso de agua helada, me explicó que soplaba una fuerte brisa anunciadora de chubasco que pronto despejaría la atmósfera. En el interior de la casa se sentía el aire enrarecido. Picaba. Afuera
se encendían los motores de los camiones. Minutos después decidí marcharme. Ya en la acera alcancé a ver a los estudiantes que en pequeños grupos se dirigían a las guaguas estacionadas en el Campus. Los vehículos policiales arrancaban estrepitosamente. Corrí las tres cuadras que me separaban de mi carro, tapándome con un pañuelo boca y nariz. Una vez dentro del automóvil crucé los brazos sobre el volante y en ellos apoyé la frente, invadida por una tristeza infinita. Alguien golpeó el vidrio de la portezuela repetidas veces. Los toques me sacaron del amodorramiento. Carlos José había detenido su motocicleta junto al Toyota. Bajé el vidrio. -Tía, ¿te sientes bien? -Sí, estoy bien. -Reconocimos tu carro al pasar, nos devolvimos a ver qué te ocurría. Parecías desmayada. -No, no estaba desmayada, sólo anonadada. Repuesta del todo, agregué: -¿Por que no bienes conmigo, Genita? Así Carlos José se iría directamente a su casa. -De acuerdo, tía. Bye Carlos. -Las veré mañana -gritó el joven por encima del rugido de su motor. Maniobré en silencio para tomar una calle transversal con menos tránsito, mientras Genita decía:
-Tres o cuatro sufi-ieron quemaduras de las bombas y un estudiante de Agronomía fue herido de bala en el hombro derecho. Nada grave, parece. Las primeras curas se las hicieron en el dispensario universitario. -Menos mal. En ese momento reventó el aguacero. 4 e n i t a -pregunté, deseando desesperadamente que se tratara de una equivocacion-. Ese cadáver por el que ustedes pedían justicia, ¿es el de Pablito? --Sí -respondió con voz apenada-. Lo torturaron hasta la muerte. Cuando llegamos a casa, mi madre hacía los cien pase.. frente a la entrada del edificio. -iGenita! iEugenia! -exclamó jubilosa. -1 qu; estamos, vivitas y coleando -bromeé con esfue~ -. Explícale a Genita quién es el capitán Mirano. Aproveché el abrazo de abuela y nieta para escurrirme por el pasillo hacia mi santuario. Me eché de bruces sobre la cama, diluída en llanto, un llanto len-
to, sin sacudidas, brote del manantial soterrado en mi alma solitaria que sólo afloraba cuando me lastimaba, como ahora, en la arista dolorosamente agresiva de la realidad. Esa misma mañana enterraron a Pablito. El cortejo fúnebre salió apresurado del corazón colonial de la ciudad obedeciendo "órdenes superiores". Mientras sus compañeros, respaldados por los estudiantes de las otras Facultades, manifestaban en el Campus, Pablito iba camino del cementerio con la prisa del fugitivo. Las "órdenes superiores" lo hacían huir de los universitarios, de esos muchachos que el gobierno tildaba de revoltosos, siempre dispuestos a escandalizar y alterar el orden público para luego escupir a las Autoridades iracundas acusaciones de represión abusiva. ¡Que se enteren cuando todo haya terminado! Doña Eugenia acudió al llamado del timbre de la entrada. Los tiempos habían cambiado.Antes, la puerta de la sala de las casas permanecia abierta. El visitante entraba libremente. Si no había nadie en la sala, soltaba un sonoro "iSaludo!" o "Buenos días" o "Buenas tardes", según el caso, para que vinieran a recibirlo. Ahora, por miedo a los ladrones pululantes o para tener tiempo de ponerse a salvo de la Policía Secreta, las puertas se trancaban con cerraduras de seguridad, cadenas y pestillos. Además, las puertas miraban por su ojo mágico. Doña Eugenia reconoció al capitán Mirano y le abrió: -Compadre. ¡qué sorpresa!
-Buenos días, comadre -contestó el militar empujando la puerta tras sí-. Quiero hablarle de algo muy importante. Se trata de su nieta. Doña Eugenia dilató los ojos. -¿Genita? -Anda en malos pasos ... -Compadre, dispénseme, pero le han informado mal. Mi nieta es una muchacha seria. -No me refiero a eso, es que se ha metido en política, comadre, es una subversiva. Una mujer autoritaria como usted no debe vacilar en usar la macana, meta esa muchacha en cintura, creo que todavía puede enderezarla por buen camino. Doña Eugenia zozobraba en su asombro. El capitán Mirano prosiguió: -Supongo que Genita se imagina una Carlota Corday o una Mata-Hari ... -iCompadre! -Hágame caso, comadre. A usted y a mucha gente le consta mi empeño en proteger a los estudiantes, pero todo tiene un límite. Si su debilidad de abuela la priva de la energía suficiente para dominar a esa joven, mándela al extranjero, como hice yo con mi hijo. Allá lo tengo, encerrado en
una academia militar americana. Desde entonces vivo tranquilo. Ah, a Genita que no se haga ilusiones. En lo sucesivo, para la represalia gubernamental no habrá distinción de sexos. Por eso vine a advertirla, comadre. Doña Eugenia posó una mano emocionada en el brazo del oficial. -Gracias, compadre, se lo agradezco de veras. Dios me ilumine en este trance. -Yo también le pido a Dios que la ilumine. No quiero pasar por el disgusto de verme imposibilitado de evitarle una pena. Adiós, comadre, y no se olvide, dé un batutazo en seguida. -No me gusta perturbar tu trabajo, pero el motivo es serio, muy serio. Hice girar el sillón del escritorio hasta quedar de fiente a mi madre. -En efecto -tu semblante lo proclama a voces. ¿Qué ocurre, mamá? -Mi compadre, el capitán Mirano, acaba de irse de esta casa. Según las informaciones que ha recibido, Genita está metida en un lío. -¿Un lío de estudiantes? -Un lío político, de subversión, una de esas estupideces de los universitarios de ahora.
A continuación repitió las advertencias del oficial. Nos miramos sopesando la gravedad del asunto. -Hagamos un trato -propuse-. No la regañes cuando llegue, la dejas comer tranquila y luego me la traigo aquí a ver lo que puedo sonsacarle. Si la disgustas se trancará como la peor de las testarudas y buena hija de su padre. -Está bien -asintió mi madre a regañadientes-. Pero si es verdad, que se prepare, se la devuelvo a su familia materna, a su pueblo, a.. . -Vamos, mamá, no te sulfures tan pronto, espera el resultado de nuestra conversación. Ya verás que la cosa no es tan grave. -Ojalá ...ojalá.. . Dio un portazo para descargar su ira, que más que ira era angustia por su nieta. En la comida se habló poco. Mamá, concentrada en el esfuerzo de cumplir su palabra de no amonestar a la nieta hasta después del ti?te-¿i-tete de ésta conmigo. Yo, preocupada. Genita, sin duda, repasando las caras sospechosas que rondaban la Universidad. Sólo cuando Sebastiana sirvió el postre, advirtió el mutismo de la familia. Miró a la abuela. Miró a su tía. -¿Por
dónde andamos que se nos olvida hablar?
-Estoy segura que las tres pensábamos en lo mismo -le contesté-. En cuanto termines tu helado vamos a echar un parrafito en mi habitación. Tengo un mensaje que transmitirte. -iUuy, qué misterioso suena! -exclamó riendo-. Me muero por saberlo. -Y yo por verte la cara cuando te lo diga...Buen provecho, mamá. La hora era fuerte: la una y media del día. Pero la brisa juguetona que después de reír en las copas de los robles cercanos penetraba corriendo por el amplio ventanal, refrescaba la habitación. Fingí bromear. -¡Al fin solas! Pero no como los novios sino para hablar con franqueza. ¿Prometes decir la verdad, sólo la verdad? -Falta la Biblia, tía -sonrió con picardía Genita. -No hace falta, porque tú y yo nos entendemos bien y no vamos a engañarnos. El capitán Mirano estuvo aquí esta mañana. -i Oh...! Comienzo a comprender. -¿Es cierto que estás distribuyendo panfletos? -¿Eso dijo? -Eso dijo y también aseguró que las Autoridades encarcelarán a las mujeres que ayuden a los hombres a crearle problemas al gobierno. -Bien, no veo porqué las mujeres deban conservar el privilegio de la inmunidad si...
-¿Actividad del PACOIN? -¿Cómo lo sabes, tía? -Yo sé muchas otras cosas más -afirmé descansando la mirada en sus ojos agacelados-. No censuro tu actitud, Genita, pero el momento manda prudencia. En las circunstancias presentes considero una locura persistir en servir de canillita clandestino. -Me sentiría mal si los abandonara por miedo ... -No te pido que los abandones, aunque para mí son unos descabellados, lo importante ahora es parar temporalmente esa actividad. Por favor, Genita, avísale a Carlos José. Ustedes tienen encima los ojos de los caliés, ¿no te das cuenta? De momento les echan mano. El capitán Mirano no podrá impedirlo. ¿Quieres que tu novio se convierta en otro Pablito? Prométeme estarte tranquila un tiempo razonable, ¿lo prometes? -Lo prometo, queridísima tía -consintió besándome con fervor. Asaltada por nueva inquietud, preguntó antes de marcharse: -¿Abuela lo sabe? -Está muy preocupada, ve a tranquilizarla repitiéndole la promesa que acabas de hacerme. Cuando me quedé sola, cerré los ojos. A través de
los párpados percibía la claridad del ventanal. ¿Hasta qué punto se había sorteado el escollo de la prisión y sus torturas? ¿Hasta cuándo los perseguidores a sueldo aguantarán el zarpazo mortal? Toda esta historia reforzará el impedimento de mi salida. LImpedimento? Nadie me impide viajar, sólo me niegan el pasaporte. Tampoco me lo niegan. Unicamente "está en trámites". Trámites voluntaria y malévolamente interminables. Es un modo cruel, como otros en los que son maestros, para ahogar el deseo de escapar de esta jaula. Estoy atrapada... Imposibilitada de alcanzarte, Agustín. No me atreví a solicitarle el favor al capitán Mirano y ahora temo que sea demasiado tarde. No quiero partir desterrada, agobiada por el impedimento de entrada que atormenta la vida de los que ya se han ido. Perdóname, Agustín, no puedo renunciar a mi derecho de entrar y salir libremente. Sebastiana asomó la cabeza por la puerta semicerrada. -Señorita, la buscan. De espaldas, sin suspender el teclear de la maquinilla, pregunté: -¿Quién? -El extranjero ese amigo suyo -¿Christian? -Ese mismo. -Dile que pase.
Me puse de pie empujando hacia atrás el sillón del escritorio. -Hola, Christian. -Bonjour -contestó él, besándome en ambas mejillas. -Debe de ser muy importante lo que tienes entre pecho y espalda para venir a visitarme así de repente. Buscó con los ojos dónde sentarse. -Siéntate en el sillón. Déjame a mí el puf -No, al revés. -Bien, ¿me lo dices? -¿Te souviens -tu de Manolo Domínguez? -¿El escultor? - O u i , llegó ayer tarde de París. Trajo noticias. -¿Noticias? (Se me aceleraron los latidos del corazón) . -Noticias de Fuencarral. Mi tensión creció hasta la sofocación.
Christian me tomó las manos:
-Antes, déjame decirte que yo sabía... -iChristian! -gemí-. ¡Acabarás de una vez! -Es que... en fin...yo ... -i Christian! -Eugenia.. . Lamento lo que voy a decirte ... Hace dos días que asesinaron a Fuencarral en una calle de París. -iOh no, no..! Estallé en sollozos incontenibles. Christian me abrazó por los hombros convulsos. -Pardon,
ma chérie, pardon.
Después viví días difíciles, distendida entre el esfuerzo de conservar un rostro sereno propenso a la sonrisa amable y el dolor inmenso que me anegaba. Recurrí a la panacea del trabajo excesivo, aceptando un número de traducciones superior al que materialmente podía realizar. Aún así, bastaba un pensamiento, una cita de algún autor de los comentados por Fuencarral en sus cátedras, para subirme un borbotón de lágnmas. Corría entonces a meterme de cabeza bajo la ducha para que su chorro ilío ahogara el grito de mi llanto. Transcurrió una semana. Un mediodía, al sentarme a la mesa, sentí la intensa mirada de mi madre.
-¿Te das cuenta de lo que estás haciendo? -¿Qué hago? -Cada vez que te presentas fuera de tu cueva traes el pelo mojado. El calor no es para tanto. -Trabajo mucho. Tengo que refrescarme el cerebro. ---¿Y puede saberse por qué trabajas tanto? La renta de este edificio nos da para vivir y sobra. -Es, verdad, tía -dijo Genita en tono afectuoso-. Luces ojerosa, además, el pelo se te va a echar a perder. -Bueno, bueno -sonreí-. No se preocupen, como ya terminé la parte más importante de las traducciones, iré al Salón. Quizás esta tarde.
Y en el Salón de Belleza me asusté. Mientras me cogían los rolos, del fondo del espejo surgió la dolorosa expresión de un rostro que no reconocía. La impresión estuvo a punto de hacerme llorar. "Cuánto esfuerzo inútil, pensé cerrando los ojos, por fortuna lo confunden con el desencajamiento de la fatiga". -¿Le hago daño? -preguntó la peluquera. -No, no, me pican los ojos porque leí hasta muy tarde anoche. Cerré los ojos de nuevo. En París. En una calle de París. En
París carne de mi carne, arrobamiento de mis años adolescentes y de mi juventud feliz. En una calle ... No quiero saber en cuál ... Ahora París inseparable de su nombre. Un dolor insondable fundido en el luminoso recuerdo.
Giré hacia la voz que me llamaba. La voz de Jesús. -Vengo de tu casa. Tu mamá me dijo que te encontraría en la Universidad. -¿Querías verme? -Sí, también Christian. Me dio cita aquí. Ah.. . ahí viene. -¡Hola! Jesús bajó la voz. -Aprovechemos que por el momento estamos solos para conversar sin sobresaltos. -Humrn... parece interesante lo que se traen entre mano. Pero ¿no es hora de cátedra para Christian? -No los jueves. Ahora termino más temprano. Tú me confiaste una vez que te desagradaba el PACOIN, que no comulgabas...
-¡NO! -la negación me brotó ríspida-. No nada con comunistas, ellos... -No tienes que precisar -me interrumpió Chritian captando mi doloroso rencor-. Porque conozco tus sentimientos, le sugerí a Jesús que te comunicáramos nuestra decisión. -Sí -prosiguió Jesús-. Christian y yo nos desligamos del PACOIN. -Son muy jóvenes, andan algo desorientados, con el agravante de que no escuchan al que opina diferente. -¿Y.. .? -Buscamos simpatizantes para formar un partido responsable, con visión realista de los problemas del país. Creo que debemos comenzar por atraer a los profesores. -Es arriesgado, Christian. -No tanto, Eugenia, no tanto como te parece. Hablo de los profesores jóvenes como nosotros. Será un partido redentor, un partido en el que podrás militar. Un hombre se acercaba. Revoloteé los ojos. -Ya lo vi -murmuró Jesús-. Lo conozco, es uno. Pidió encender su cigarrillo. Cristian le ofreció su encendedor al tiempo de preguntarme: -¿Tú vas a la biblioteca? -Sí.
-Te acompaño, Rita tiene desde ayer unos apuntes para mí. -Bueno -dijo Jesús-. Aprovecharé el resto de la tarde para pintar algo. Mañana nos vemos. Caminamos abstraídos en dirección de la biblioteca. A los pocos pasos, manifesté mi interés: ¿Cuál sería el programa de lucha de ese partido? -Jesús prepara el proyecto a fin de presentárselo a los potenciales afiliados: respeto a los derechos humanos, libertad de reunión, libertad de disentir, de tránsito, derecho de las masas a mejores niveles de vida.. . -¿Cómo se enterará la gente de toda esa buena voluntad? -Pues haciéndolo público. .. -¿Ah, sí? -ironicé-.¿Vociferándolo en las plazas públicas? Algo irritado, mi interlocutor replicó: -No hay manera de que tomes la política en serio, bien lo aseguraba Jesús, eres difícil de convencer. -En vez de enojarte, explícame cómo llenará ese manifiesto al pueblo. Me agarró el brazo derecho como si la presión de sus dedos fuera a transmitirme su convicción.
-Será una acción conjunta y simultánea. Tenemos que disponer de un gran número de voluntarios, lo que no podrá ser antes de constituir formalmente el nuevo partido. La cosa va en serio esta vez. Mirándome afectuosamente agregó: -Serás de los nuestros, lo sé, y mientras más lo pienses, más seguro estaré de la eficiencia de tu cooperación. En el hall de la biblioteca nos cruzamos con algunos estudiantes. -¿Realmente vienes a procurar esos apuntes? -¿Lo creíste? -reía divertido-. Fue una manera como otra cualquiera de darle la espalda al calíe sin despertar su suspicacia. Hojearé las últimas revistas francesas. La ciudad parecía sonreír en la luz tropical. Tal era la calma que transpiraba. Yo vivía con mi gran herida abierta, sin futuro, la cara vuelta hacia atrás. Los demás, algunos disfmtaban del festín gubernamental, los otros, se estaban momificando a fuerza de temor callado. Mas, debajo de esa calma chica se gestaba un
fervor silencioso, perseverante, que acabaría por agitar las monótonas aguas del diario vivir. La conciencia me reprochaba mi pobre intento de tranquilizar a doña Teófila. Su hijo se había opuesto firmemente a mis razonamientos: -Mi deber está con mis compañeros, con el pueblo. Dios ayudará a mamá. Y tú, no eches en saco roto la advertencia del burlón anónimo oficial, "no te dejes sorprender asando batatas". Nos quisieron tomar el pelo, pero nosotros somos muchachos dóciles y nos llevamos de consejos. Al cabo de varios meses soberanamente febriles, una mañana, las manos temblaron, los ojos dudaron de la veracidad de su visión. Yo había visto a Cristian la víspera. -Las hojas están listas -me dijo-. Las distribuiremos esta noche. -Me espanta pensar que los atrapen. -Hemos estudiado detenidamente la forma de hacerlo. Será un éxito. Ya verás. Y fue un éxito increíble. Despertamos cubiertos de volantes. Los habían pegado con chicle en los bancos de los parques, en los troncos de los árboles, en las puertas de las casas, de las iglesias, en las señales de tránsito, en las verjas de los edificios públicos. Los sujetaron con los limpia parabrisas en los automóviles estacionados en aparcamientos de condominios. También aparecieron
bajo sobres debidamente franqueados en los apartados de correo. Pasado el primer momento de estupor, muchos casi se ahogaron de risa por el esfuerzo de contener la carcajada que les hacía gorgoritos. Ya el sol lucía en todo su esplendor cuando las Autoridades rugieron su cólera a través de las estaciones oficiales de radio y de televisión. Vomitaron insultos, amenazas, prometiendo un riguroso escarmiento a los cobardes forajidos que se embozaban en la oscuridad nocturna para deslustrar la obra del gobierno. Se sentía, empero, que daban palos de ciegos. Los culpables resultaban, al menos por el momento, inasibles, consecuencia natural de la consigna que se había acordado: No usen el teléfono, no se visiten, continúen su vida normal sin corrillos ni cuchicheos durante una semana. Vivimos sobre ascuas siete larguisimos días debido al aislamiento que por propia voluntad nos habíamos impuesto. Sin embargo, la rueda de las actividades citadinas giraba con el ritmo de siempre. Los empleados acudían a las oficinas con puntualidad. Tanto a las escuelas como a la Universidad no dejaron de asistir estudiantes y profesores. ¿Vendió mucho chicle en estos últimos días? ¿Eh ...? Que si aumentaron las ventas de chicle. No creo ¿No controla su movimiento comercial? No vendí más chicle que de costumbre. No, ni supermercados ni colmados creían haber 70
incrementado sus ventas. Somos unos tontos, la clave está en la Fábrica Patricio, Chiclera Nacional. Buenos días, don Patricio necesitamos su cooperación. Ustedes dirán. ¿En cuántas cajas su venta de chicle de esta semana ha superado las anteriores? Me parece que la cantidad ha sido la misma. Vamos, don Patricio, usted tiene que haber vendido más cajas, usted tiene que saber quién le hizo un pedido fuera de lo común, usted ... Con la mano derecha los hizo callar mientras su izquierda presionaba el botón del timbre. Emilio, acompañe estos señores al departamento de los despachos. Dígale a Ramón que les facilite toda la información que soliciten, son de la Secreta. Las pupilas en los ojos azules de don Patricio refulgían. Media hora más tarde entraba Ramón en la oficina ¿Se marcharon? Sí, y muy contrariados: nuestras ventasfueron normales la semana pasada. Puede reírse, Ramón, no se reprima más. Ante el resultado negativo de esos interrogatorios, se le ocurrió a un alto funcionario la "idea genial": Hay que agarrar a todos los sospechosos de inconformidad. Si los hacemos cantar, alguno nos proporcionará el hilo de Ariadna. En pos de "ese hilo" las patrullas mixtas recorrieron las calles, tocando aquí y allá a determinadas puertas. El allanamiento sembraba el desorden y la zozobra en las casas. A veces sacaban a empellones a uno o dos jóvenes que introducían en las perreras o guaguas celulares empujándolos con la culata de sus armas largas. 71
Entonces comenzaron a sonar los teléfonos de los afiliados al Movimiento Redentor. "Carlos José cambió de dirección, ahora está en la pensión". -Sebastiana, ¿para quién era la llamada? -preguntó Genita devolviéndose de la puerta del comedor. -No sé... el hombre cortó. -Pero algo dijo, ¿qué fue? -Nombró a su novio. -Pero ¡qué fue lo que dijo, mujer de Dios! ¿Qué palabras? -Que está en la pensión. -En la pensión. .. i tía Eugenia! -gritó yendo de nuevo hacia el comedor-. i Tía Eugenia! Nuestros ojos pasaron de las tostadas al rostro alarmado de Genita. -Es una injusticia -sentenci&, Carlos José no sabe nada. .. Carlos José... -Vayamos por partes -pedí-. ¿Qué sucede con Carlos José? -Lo apresaron, está en la cárcel. Mi madre dio un manotazo en la mesa que provocó el tintineo de la vajilla. -¡Ahí
teníamos que parar con tanta insensatez!
-Calma, y a mí.
calma mamá. Déjanos hablar a Genita
Volviéndome a mi sobrina, proseguí: -¿Cómo supiste que lo prendieron? E 1 teléfono... -¿Nos enviaron un mensaje? -Sebastiana lo cogió. Dijeron que estaba en la "pensión". ¿Qué hacemos, tía, qué hacemos? -Primero sentarte, y mientras desayunamos (si es que podemos tragar algo), reflexionaremos. -¿Te imaginas, tía, lo que pasará? Si lo torturan morirá, porque ¿cómo puede revelar lo que ignora? -Y ¿qué es lo que ignora? Genita me miró sorprendida. -Ni él ni yo ni nadie del PACOIN -afirmó enérgica-, sabe nada de esos papeles enchiclados. -De eso estoy segura -sonreí-. Pero no te desesperes. Me ayudarás luego a completar el plan que me está cruzando por la mente. Ojalá resulte. -Mediten bien lo que hacen -se preocupó mi madre, tomando sorbos de café con leche-. Esos planes de Eugenia me ponen los pelos de punta. Me hice anunciar al capitán Mirano. Tras larga espera me introdujeron en su despacho.
-No se asuste, capitán -bromeé estrechándole la mano-. Lo que me trae aquí no lo compromete en nada. El capitán me contempló sonriente. -Si tu padre viviera.. . -Me diría: Niña, ,.jcómote atreves a hablarle así a mi compadre? Pero voy derecho al grano. Usted sabe que Genita tiene novio. -Lo sé. -Se llama Carlos José Vélez. Lo han metido en chirona.. . No, capitán, no se alarme, no vengo a pedirle su liberación. Sólo deseo poner las cosas en claro. Esta vez Carlos José es inocente, no tiene nada que ver con el asunto de las proclamas "enchicladas". Por favor, permítame terminar. No solicito su libertad, solamente quiero verlo. Me incliné por encima del escritorio y bajando la voz expliqué: -Si consigo visitarlo (no me importaría que me rodeara toda una compañía) es muy probable que al constituirme en testigo de su presencia física en la Preventiva, evite que lo torturen con todas las consecuencias que usted conoce.
-Eres valiente, Eugenia -reconoció el capitán-. Mi compadre tenía razón cuando lamentaba que no fueras tú el varón. -No soy valiente, pero me duele que separen a dos que se aman, como también me duele que sea sacrificada una vida inocente. El militar se puso de pie. -Voy a gestionarte la visita. Espera un momento afuera. Te llamaré.
Me duele que separen a dos que se aman. Había hablado por mi herida, una herida limpia, luminosa, húmeda de lágrimas, de las que manan muy adentro, suavemente, con cada latido del corazón. Palpar nuestro dolor, Agustín, es otra forma de ser hermosos. Se nos van los seres queridos, pensamos morir con ellos y sin embargo, asombrados, descubrimos que también nosotros resucitamos a la vida. Siempre nos hallamos frente a un sol naciente cuando por uno u otro motivo nos crecemos sobre la mezquindad de lo cotidiano. Pero la herida está ahí, conservando sus labios abiertos en espera del beso unidor del tiempo milagroso. Tú pronosticaste tu trágico fin cuando me confiabas que cierto tipo de personas, como tú, quizás yo,
fragmentos de algo que pudo ser, hostiles al medio donde lo elemental adquiere carta de naturaleza y éste, a su vez, enemigo nuestro, moriríamos bien de muerte violenta cualquier día en un respingo de las turbas, bien de consunción espiritual. No fuiste víctima de una multitud airada ni tampoco te dieron tiempo para morir de consunción espiritual. Te abatieron tus ex camaradas que no perdonaron tu reingreso a las filas de los hombres que sustentan los valores eternos. Agustín querido, tú, entre nosotros, lucharías por evitar que nuestra juventud, por inexperiencia, corriera tu suerte. Porque estás prendido en mí como mi propia vida, trataré de hacer algo en tu nombre, por lo menos trataré de salvar a Genita y a Carlos José. Trataré ... trataré... ¿qué fuerza tiene tratar en las circunstancias actuales de este país? María la Santera comenzó temprano la colecta de limosna para la reparación de la capilla del Hogar de Ancianos. Vestida de verde, con amplia sombrilla roja, semejaba una hermosa amapola desplazándose por las calles quemantes de sol. Era lunes. Otras beatas como ella recorrían distintos sectores de la ciudad. A eso de las 10 a.m. llegó a la puerta de la familia Mendoza. Abrió Sebastiana. -¿Está doña Eugenia? -No. -¿Y su hija? Haga el. favor de decirle que María la Santera del Perpetuo Socorro quiere hablarle.
-Bueno.. . un momento. Cuando Eugenia se presentó, la buena mujer le explicó la finalidad de la solicitud de donativos. Y concluyó en tono cauteloso- la misión que hoy me han encomendado es tocar a cada puerta del Barrio los Laureles anunciando que el jueves habrá una manifestación de mujeres para pedir la libertad de los presos políticos. Punto de reunión, la Iglesia Santa María, a las ocho y media de la mañana. Contamos con ustedes, señorita Eugenia. Las mujeres, en colores neutros, acudimos al templo colonial puntuales a la cita, sin reparar en las tiendas que abrían sus puertas mientras nosotras rezábamos mentalmente. Pronto las naves se vieron colmadas de feligresas, amas de casa, jovencitas que faltaron a su trabajo doméstico ese día, universitarias, beatas, profesionales independientes. El sordo rumor de las conversaciones atrajo al padre Benigno, porque misa no habría hasta las once. Sus ojos negrísimos interrogaron intrigados a las más cercanas. Debió recordar entonces que María la Santera le había hablado en confesión de una manifestación política, porque retrocedió hasta el altar mayor donde estuvo concentrado un buen rato en ferviente plegaria. Luego se incorporó y haciendo la señal de la cruz, bendijo silenciosamente la inmensa flor de la muchedumbre de cabezas inclinadas ahora en oración.
-Dios las proteja -murmuró muy quedo mientras regresaba a la sacristía. Lo seguí con la vista. "El padre Benigno... tan unido a mi corazón, tan.. ." -Me alegra que viniera -susurro María junto a mi oído-. Somos como doscientas, ¿no le parece? El reloj de la torre del Ayuntamiento dio las nueve. -Vamos -dijo doña Teófila-. Tengan presente que las calles en esta zona de la ciudad son muy estrechas. Formen filas de cinco en cinco para que no ocupen las aceras. -¿Y los carros? -preguntó la hermana de Pablito. -A esta hora no circulan muchos. Oblíguenlos a avanzar despacio. En último caso, abran paso al centro y vuelvan a cerrar filas. Andando. Quedé al lado de doña Teófila. -Ayer no vi a Jesús ni a Christian en la Universidad. -No -confirmó la señora-. Consideraronprudente esconderse. -¿Los acorralaban?
-No exactamente. Pero ése es otro cantar. La mayoría caminaba en silencio. Algunas inquirían noticias de tal o cual encarcelado. Desde los establecimientos comerciales nos censuraban los ojos ariscos de los empleados. Cuatro manzanas más adelante rodaba hacia nosotras un vehículo. -Ese está loco -observó Niña-, porque esta calle es de una sola vía. -A lo mejor -opinó una morenita que desfilaba junto a ella-, lo hace para asustarnos. ¡Miren! ¡ESun camión militar! Doña Teófila, que encabezaba el desfile, se paró en seco y detrás de ella el resto de la procesión con algunos tropezones y empujones involuntarios. El camión se desplazaba lentamente como si fuera a proseguir su camino sin reparar en obstáculos. Se detuvo a un metro escaso de la primera línea. -Ustedes están violando una ley de tránsito -dijo la señora crujiendo los dientes de ira. El sargento del grupo sonrió. Cuando alzando un brazo ordenó ¡Ahora!, los soldados que ocupaban la cama del camión rastrillaron los fusiles y dispararon. Hubo gritos y un tirarse al suelo instantáneo. En el escándalo nadie se entendía. La madrina de Niña intentó reorganizarlas inútilmente. De nuevo la voz iracunda de doña Teófila se elevó sobre el tumulto.
-¡be pie todas! ¡Súbanse a las aceras para que estos brutos se larguen de aquí! Miré a los militares. Pensaba verlos reír. Pero no reían. Aún más, me pareció notar una sombra de contrariedad en los rostros de muchos. No habían tirado a matar. Las balas, empero, al rebotar en las paredes habían herido las piernas de una decena de muchachas que sollozaban al ver brotar su propia sangre. - G a i t a , Niña y otras voluntarias-continuó la madre de Jesús-. Ayuden a las que han sido lastimadas. Las curarán en las farmacias del trayecto. ¡Animo! No habíamos andado ni dos cuadras más cuando un pelotón nos cortó el acceso a la calle adyacente por la que debíamos encaminarnos al Palacio de Gobierno. -¿Y ahora, qué? -preguntó María persignándose. El joven teniente que lo comandaba, de cara lampiña y ojos muy expresivos, dijo casi excusándose: -Cumplo persen.
instrucciones. Les mego que se dis-
-Lo siento -replicó doña Teófila-, pero vamos a llegar a nuestra meta que es el Palacio. -No podemos dejarlas pasar. Sean razonables. -¡Pasaremos! Súbitamente la voz vibrante de una mujer entonó el Himno Nacional. Doña Teófila le hizo dúo. Al momento se unieron todas las voces en un coro impresionante. El teniente palideció. Todo temblaba. -¡Sí!
-gritó al fin-. ¡Si!
Blandiendo su fusil como una batuta, él mismo se puso a cantar arrebatadamente. Al concluir el himno hubo un instante de indecisión. -;,Pasamos? -pregunté con pena al oficial. -Sí, pasen. Los soldados, estupefactos, no se movieron. -iAbran
paso! -rugió-. jEs una orden!
Sin más incidentes llegamos al recinto gubernamental. En aglomeración apretujada ocupamos la plazoleta, detenidas allí por la verja deljardín cuyas magníficas puertas estaban cerradas. Los centinelas permanecieron impertérritos bajo el peso de las miradas hostiles.
Uno de los guardias armados que en actitud alerta observaban a las manifestantes a través de las rejas, fijó la atención en doña Teófila. -Sí, usted, haga el favor, avísele al oficial que está en la escalinata que una dama desea explicarle el motivo de nuestra manifestación, o mejor, dígale que somos portadoras de un pliego de peticiones que es indispensable que llegue a manos del señor Presidente. Vamos, no se haga el sordo. ¿Qué le pesa dar unos pasos hacia allá? El aludido consultó con un compañero, éste con otro y otro más. Finalmente lo vimos moverse en dirección al porche. El oficial esperaba. Una vez oído el mensaje, se internó en el edificio. Los minutos se alargaron en el aire incandescente. Entorné los ojos pensando ¡Qué bueno sería meterse de cabeza bajo un chorro de agua fría! El oficial reapareció, lo acompañaba un civil que avanzó solo hasta la verja. -Soy el secretario del Presidente de la República. Pueden confiarme la comunicación en la seguridad de que será entregada.
Dona Teófila se acercó. -Le ruego que no nos defraude, señor secretario. -Despreocúpese, señora. Le doy mi palabra. Ahora deben despejar la plazoleta y regresar a sus hogares. -Ya que usted afirma que cumplirá su palabra, nos retiramos esperanzadas. Gracias, señor. Erarnos tantas que congestionamos las angostas vías coloniales. Pronto se desató una tempestad de toques impacientes de bocinas. -Para las que no dejaron carro estacionado en las inmediaciones de la Iglesia Santa María -apuntó la madrina de Niña-, lo mejor será que doblen a la derecha, rumbo a la Avenida de los Próceres, por donde transitan muchos carros públicos y hay paradas de guaguas. Ya nos comunicaremos los resultados. Mientras tanto, en el Palacio, el Presidente escuchaba la lectura del documento. Al secretario le sorprendió la sonrisa del mandatario cuando levantó la vista del pliego que acababa de leer. Su único comentario consistió en una orden:
-Dígale
al general Paredes que venga en seguida.
El militar se cuadró frente al escritorio presidencial. -Durán le habrá informado de las pretensiones de esas señoras. -En parte, sí, señor Presidente. -Bien... creo que las vamos a complacer. -Usted piensa.. . -No se alarme, general. Póngame atención. Vamos a soltar algunos presos mañana, usted los escoge bien, y los otros, a ésos los guardamos a la sombra una o dos semanas más. -¿Los pondrá en libertad a todos? -preguntó incrédulo el oficial. El Presidente volvió a sonreír enigmáticamente. -Escuche bien: sueltan algunos mañana para calmar a las feministas esas, al mismo tiempo servirán de señuelo para atraer a los que se han escondido yo no sé carajo en qué cueva. Y dentro de quince días a los otros. Pero eso sí, usted sabe lo que tiene que hacer después, porque fíjese bien, desaparecen estos pendejos
de la circulación y adiós papeles subversivos. Así que me los deja una nochecita con la familia. ¿Ató los cabos, general? -Perfectamente. -Tía, abuela, me voy volando, soltaron a Carlos José. No, a él solamente no, a muchos. Corro a verlo. -¡Bendito sea Dios! -exclamó mi madre- Tremenda sorpresa, una jubilosa sorpresa. A decir verdad, yo no esperaba nada bueno de ese desfile, sino sinsabores y sobresaltos. -No cantemos victoria todavía. La prontitud con que han accedido a nuestra petición no me gusta. No, no me gustaba. Un reguero de alegría iluminó la ciudad porque en la casa donde no entró ese viernes un liberado, floreció la esperanza de verlo llegar de un momento a otro. Pero, decididamente, una sensación extraña de inseguridad me embargaba. ¿Por qué retenían a los otros prisioneros? A las cuarentiocho horas se generalizó la inquietud. Aquellas familias que aún no habían recibido al hijo, al esposo o al hermano h e ron a indagar a los cuarteles de la Policía. "Señora (o señor), no se impaciente. Usted oyó la radio, ¿no? El gobierno no promete en vano. Tenga paciencia". Un día más tarde vino a verme un chico de doce o catorce años. Coincidió que Sebastiana salía en ese momento a disfi-utar de su tarde libre.
-i Señorita! i Señorita Eugenia! ¡La buscan!
Abrí mi puerta rápidamente para acallar aquel escándalo. -¿Tienes que alborotar tanto, Sebastiana? -Es que ya me voy. -Para la próxima vez que ocurra algo parecido, te pierdes un minuto y haces las cosas correctamente. Acaba de irte. Miré al muchacho.
-¿Qué quieres? -Me manda Carlos José. -iAh! Ven conmigo -dije prontamente, segura de que mi presentimiento estaba a punto de cuajar. Nos encerramos en mi santuario. -Bueno, ¿qué pasa? -¿Le digo quién soy, primero? -preguntó el pequeño mensajero con aire de importancia. -Está bien, ¿quién eres? -Yo soy el hijo del jardinero de doña Ofelia. -¿Ofelia qué? -Doña Ofelia de Paredes, la mujer del general Paredes. -¡Ya! 86
-Yo oí una conversación en esa casa.. . Dijeron que van a matar a los presos al otro día de soltarlos. -i Criatura! ¿Quién lo dijo? -El general al coronel Solpino. -¿Y qué más? -No sé... Me asusté y corrí a ayudar a mi papá que desyerbaba unos canteros. -No lo puedo creer -susurré-. ¿Te quedaste ahí, tan tranquilo, desyerbando? -No -protestó el niño-. Decidí contárselo a mi madrina, la mamá de Carlos José, y él me mandó a contárselo a usté. Me dijo que usté haría algo y que no hablara con nadie más. -Yo también te lo recomiendo, por amor de Dios, no abras la boca. ¿Se lo contaste a tu papá? El muchacho enrojeció. -No me atreví, señorita, no quiero que le pase nada. El cree que fui a tumbar mangos de la mata de su comadre. -Descuida, si te callas no habrá peligro ni para él ni para ti. ¿Como te llamas? -Marcelito. -Has hecho un buen trabajo, Marcelito. Te felicito. Sonriendo me tendió una hndita plástica.
-De Carlos José para su novia. Es una manera de protegerme. En la fundita había cinco mangos sonrosados como las mejillas de un campesinito suizo. Yo también sonreí a pesar de lo conturbada que me sentía. -Si alguien te vio entrar aquí, juzgará que tardaste mucho en entregar este regalo. En caso de que te pidan explicaciones, tú contestas que me ayudaste a colocar unos libros nuevos en los estantes de mi biblioteca. ¿De acuerdo? -Sí, señorita (vaciló un segundo), ~ u s t écree que los matarán? -Vete tranquilo, Marcelito. Con la ayuda de Dios lo evitaremos. Cuando se marchó me quedé repitiendo como un autómata: Dijo que yo haría algo: Dijo que yo ... ¿Se tratará de retransmitir el mensaje, de propagar la alarma ...? Quizás doña Teófila... Saqué un vestido cualquiera del closet, me lo eché doblado sobre el brazo izquierdo y salí a la calle. Casi tropecé con mi madre que regresaba. -Te suponía mecanografiando la traducción. -Trabajaba en ella, pero me reclama otra actividad más urgente.
Sus ojos cayeron sobre el adorno colgante de mi brazo. -¿Sucede algo? -Te pondré al corriente cuando vuelva. Llevo mucha prisa. Ya sentadas frente a frente en la terraza interior, pregunté a doña Teófila: -¿Qué cose ahora? -Los vestiditos de primera comunión de dos niñas del vecindario...¿Qué viniste a decirme, Eugenia? Le relaté mi conversación con Marcelito. -¡Dios mío, qué horror! Hay que prevenir a los familiares. -No es suficiente, doña Teófila. -Lo sé... lo sé... -Pensé que se le ocurriría alguna forma de desbaratar ese plan siniestro... ¿Y Jesús? Mi interlocutora inmovilizó el balanceo de su mecedora.
-Tendría que hablarle, aconsejarme con él, sería necesario alertarlos a todos. -¿Puede llegar hasta él sin que la siga el chivato de afuera? J u m . . . Lo intentaremos... Procura tú distraerlo mientras yo me alejo. -jDoña Teófila, por Dios! -exclamé alarmada-. ¿Me imagina una teenager sensual, una.. .? -No es necesario -me interrumpió, riendo a pesar del dramático momento que vivíamos-. Sólo te pido que le preguntes cualquier cosa para detenerlo... Espera ... Cogió un misal, un rosario y cambió de calzado. Aparecimos juntas en la calle. El hombre se puso alerta. La dejé separarse unos pasos, entonces la llamé: -Doña Teófila, sobre todo, no me olvide. -Lo cortaré esta noche -me contestó volviéndo la cabeza, pero sin aminorar el ritmo de su marcha. -Entonces ¿vengo a medírmelo mañana? -Sí, ven. Como me dejaste la medida lo armaré en un santiamén. Para mi consternación, el espía avanzó hasta el borde de la acera. Sin pensarlo, rápidamente, con la mano derecha abierta le hice señas de aguantarse. Me
miró sorprendido. Detenido por mi ademán (el puñetero supondría que me disponía a proporcionarle alguna confidencia) y por el flujo momentáneo de vehículos, esperó. Tan pronto tuve cabida entre dos automóviles, crucé la avenida. -Dígame ahora -invité jadeante. -¿Qué cosa? -Usted me preguntó algo que yo no oí por el ruido. -No le pregunté nada -replicó ceñudo el calié-. Pero ahora si le voy a preguntar. El corazón me subió a la garganta. -¿Adónde iba la señora? -¿La.. .? ¿doña Teófila? Eché un vistazo hacia el sur para comprobar, con alivio, que la valiente señora había desaparecido. -La misma. ¿Iba para misa a esta hora? -No -contesté más tranquila-. Hoy comienzan los rezos por el descanso del alma del carpintero. -¿Qué carpintero? -El viejo Ramón. El y sus hijos trabajaron en la construcción de casi todas las casas de por aquí.
Las mentiras me fluían espontáneamente como un ropón protector que disimulaba mi miedo. Advertí, en sus ojos oscuros de hurón, el nacimiento de otra pregunta a la que quizás no podría responder convincentemente. Un fuerte aleteo en el cielo me hizo levantar la cabeza -i Qué maravilla! -exclamé, simulando extasiarme
en el vuelo del papalote. El también fingió interesarse en las evoluciones del juguete volandero. -Esa es maniobra de hombre -dijo. -¿Cómo lo sabe? Es demasiado grande para el brazo de un niño. -iAh! -y a renglón seguido enlacé: En mi infancia era mi pasatiempo favorito, las niñas volábamos las chichiguas y los varones los pájaros. -¿Quiere uno? -¿ Un ...qué? Ah, no, gracias, no fumo.
Un volkswagen ffenó junto a nosotros.
-i Señorita! iSeñorita! ¿Le doy una bola?
Me volví hacia la voz que providencialmente me interpelaba. Reconocí al arquitecto Ponte. -Precisamente
quería verlo, profesor.
Al acomodarme en el carro agité la mano en un gesto común de despedida. Cuando arrancó. Murmure : -Ni mandado a buscar, señor Ponte, me ha sacado usted de un berenjenal. -¿La interrogaba? -Porque la mamá de Jesús Cantizano me encargó cubrirle la salida. -¡Dios de bondad! -se admiró Ponte-. Parece que lo logró. Tuvo suerte que pasara por aquí. -Habré impresionado a ese hombre como una retardada mental con algo de puta, y usted perdone la expresión. ¡Dios! creo que voy a vomitar. -Vamos, no es para tanto. Necesita Un trago. -Se lo agradezco, pero me siento realmente enferma. Me lo tomaré en casa.
E l arquitecto Ponte me dijo sonriente al despedirse: -No me la imaginaba en esa peligrosa y sutil actividad. -Yo tampoco, por eso estoy con el estómago revuelto. -Tómese el trago y ya verá, todo saldrá tal como los "papelitos enchiclados". -Ojalá tenga boca de chivo -dije al tiempo que pensaba, "ya lo sabe" Doña Teófila tiró nerviosamente del cordón de la campanilla del Asilo de Ancianos. A los pocos segundos la observaron por la mirilla de la puerta los hermosos ojos vivarachos de sor Regina. -Ay, doña Teo, usted me pone nerviosa. Entre pronto. ¿Se imagina si la siguieran hasta aquí? -Debía venir. Es muy grave lo que me trae. -Encontrará a sor Amparo en la capilla. Allí estaba, de rodillas al pie de la Virgen del Perpetuo Socorro. Rezaba con tanta unción que la visitante no se atrevió a interrumpirla. Cuando se incorporó tuvo un estremecimiento a la vista de doña Teófila. Esta lo notó y se excusó.
-Perdóneme, sor Amparo, pero las circunstancias me obligaron a venir. -Hace como una hora que se le adelantó el arquitecto Ponte. Instrucciones precisas y urgentes circulan ya. -Dudo que hablemos de lo mismo-opinó doña Teófila. -Y yo-subrayó la hermana en tono apesadumbrado-, sin que usted me haya dicho todavía el motivo de su visita, le aseguro que nada podría revestir la gravedad de los informes que nos trajo el amigo de su hijo. Después que se marchó, Jesús me dijo que se los había confiado un primo, el alférez Rosano Ponte. -¡Un militar! -No le entre pánico, amiga mía, no es el único. Los militares jóvenes, inspirados por el Señor, alimentan en el fondo de sus almas el anhelo de poner ellos también su granito de arena. -¡SU granito de arena! ¿En qué? Sor... Doña Teófila calló. Alta, casi corpulenta, de rostro severo, sor Amparo le había puesto las grandes manos morenas sobre los hombros. -Hable con su hijo ahora, usted conoce el camino. El la empapará de todo, a fin de que se halle en
condiciones de actuar correctamente. Y repítale de mi parte que puede contar con nosotras mientras se trate de salvar vidas. Tengan muy presente que somos religiosas. Las instrucciones precisas y urgentes circulaban de puntillas, sigilosa pero eficientemente. Era como si el aire mismo secreteara al oído de los interesados las medidas salvadoras. "Cuando llegue su ser amado, el regocijado abrazo de bienvenida debe convertirse al instante en abrazo de despedida. Si no dispone de una escalera de mano, debe adquirir una sin pérdida de tiempo. Investigue bien si los vecinos que colindan con usted, sobre todo por el fondo del patio, son de fiar o son adictos al gobierno. Mañana temprano vuelvo a pasar para que me dé esa información". "Por lo que entiendo, el salvamento se hará por los patios. ¿Y los perros?". "¡LOS perros! ...A los simpatizantes que los tengan, pues que los encierren. Los otros ...los otros ... Averigüe cuáles son, dónde están. . . mañana le informaré al respecto.'' -¡LOS perros! jcarajo, sí, los perros! -masculló rabioso el muchacho cuando se vio de nuevo en la calle-. La Operación Rescate no se puede malograr por unos malditos perros. -Doña Teo -decía el arquitecto Ponte-, no se preocupe por el nuevo espía. No importa que me haya visto entrar aquí. -Es que sonríe de una manera extraña cuantas veces abro la puerta. No sonríe con los labios,
no altera su seriedad. Pero percibo la sonrisa en sus ojos. -Porque está en la cosa -rió Ponte y sin más explicaciones, preguntó: -¿Ramona volvió? -Creía que sabías, después de su matrimonio viene los miércoles a ayudarme un poco. -A pesar de que usted la crió, no se fíe mucho. No conocemos las ideas del marido y ella es una introvertida. No le sacaríamos nada. -Por un día no hay cuidado, me parece. Además, al primer tiro alzará el vuelo, huirá al campo, como si lo viera. -Usted preferiría acompañar a Jesús o ¿ya se ha convencido de que es más útil aquí? -Jesús así lo asegura y yo lo acepto. ¡Dios mío! Yo que me aferraba con uñas y dientes a su vida, ahora resulta que se sumerge en el peligro hasta el cuello sin que su madre mueva un dedo para evitarlo. -Ponga su fe en Dios -el arquitecto ensordeció la voz al distinguir a la sirvienta que venía de la cocina con la bandeja del café- y acuérdese... -Gracias, Ramona -dijo la señora. -Y acuérdese, si a la hora H se le ofrece algo, llame al padre Benigno. -Espero que no sea necesario. ¿Y qué pasa con ustedes? ¿Cerraron la Universidad? -¿Por qué? iAh!, no. Estoy en disfi-ute de licencia desde que nos enteramos de la masacre proyecta-
da. No me mire así, como si le estuviera hablando en chino. Ella no comentó nada. Sonrió pensando "se han colado por todos los resquicios como las raíces de los helechos". - C u a n d o veas a Jesús -dile que no se inquiete por mí. Estaré acompañada, la hermana de María la Santera vivirá conmigo mientras dure eso. Yo quería que fuera María, pero Genita la ha conquistado, según ella, para abobar con sus rezos a doña Eugenia. -Genial -sentenció Ponte-. Esa muchachita no deja nada al azar. Ella y sus compañeros se han revelado excelentes mensajeros...Ahí vuelve Ramona... -No te pongas arisco, viene por la bandeja. -De todos modos, el deber me reclama. -Dios te guíe, Mariano, y gracias por la visita. Me ha hecho bien. Pon el seguro de la cerradura y tira la puerta. Días iguales y sin embargo distintos. Monótonos para el diario acontecer. Pero cada hora mejoraba el plan de rescate, perfeccionaba el ajuste de sus piezas, consolidaba los eslabones de la cadena. El detalle olvidado la víspera se aportaba al día siguiente. Más de una semana desde que pusieron en libertad a los señuelos.
Me froté suavemente las sienes adoloridas con las yemas de los dedos, apoyados los codos sobre el escritorio. Podía ocurrir de un momento a otro, cualquier día, esta tarde. En el silencio saturado de incertidumbre releía el recorte de revista que me había enviado Christian, como quien bebe un cordial, para reanimarme ante la terrible perspectiva. Nadie puede morir en paz si no ha hecho lo imposible para que otros vivan. Y con letra de mano: Je t'embrasse bien fort. ¿Moriría en paz Agustín? Te me fuiste de las manos al reino de la sombra cuando más necesitada estaba de ti. Voy, siento que voy camino de la muerte henchida como una ola de mar que no reventase nunca.
Genita imimpió en mi habitación con la impetuosidad de un ventarrón. -Los están soltando -anunció precipitadamente-. Los mellizos de al lado acaban de llegar. Me estremecí -¿Tienes la hora exacta? -Las seis y cinco. -¿Viste a María?
-Sí, viene mañana. Nina y yo ocuparemos su casa. -¿Cómo dices? -Eso, tía, como es una casa en el mismo corazón colonial de la ciudad, a nosotras nos viene como anillo al dedo. Ella piensa que se la cuidaremos. -Tú lo has dicho, "ella piensa". -Bueno, haremos lo posible. ¿Oíste? Siguen llegando los de este vecindario. ¡LOSpobres! jCuando se enteren de que dentro de pocas horas tendrán que marcharse por la otra puerta! M u c h o s deben saberlo. Acaricié con la mirada a mi sobrina. -Genita, ¿realmente crees ineludible tu incorporación a esa clase de lucha? Se me agotaron los argumentos para combatir tu terquedad. -Estamos decididas, tía. Terminaré ahora mis preparativos. Vaciló un instante. -Te quiero mucho, tiíta -dijo abrazándome emocionada. -Yo también a ti ... Dios se apiade de todos nosotros.
Noche en claro. Se contaban las horas. Se fumaba. Se rezaba. Aguardaban. A las cinco, se oyó el aullido estridente de la sirena de la Fábrica de Pastas. Los oídos se pusieron tensos. "Están a salvo" Doña Teófila cayó de hinojos ante el Corazón de Jesús en su dormitorio. -Gracias, Jesús mío. "Están a salvo" -Mamá, joh, mamá! Se hallan en lugar seguro. "Están a salvo" -Dios Te Salve María. El sirenazo bajó su vertical hasta ahogarse en un profundo gemido. Aguantaron la respiración. Un segundo aullido cortó como un cohete la atmósfera blanquecina del amanecer. "Les llegaron las armas" -Dios
bendito. "Les llegaron las armas" A l a b a d o sea el Señor.
Entonces tomaron conciencia de su agotamiento. A las seis, el sol extendió su luz amarillenta sobre la ciudad desvelada, restregando su nariz en el aroma del café recién colado. A las siete, resonaron los culatazos contra las puertas cerradas. Una vez dentro, huronearon furiosamente arriba, abajo, en todo posible escondite. -¿Dónde están? ¡Hable rápido! -Pero ¿a quién buscan! -A quién buscan ...Haciéndose el tonto, Leh? Mire abuelo, ahorita vuelvo por usté para que lo sometan a interrogatorio, y no se esconda, porque me llevaré dos mujeres en su lugar. Y más adelante: -Mi hijo no ha hecho nada, llegó ayer tardecita. -¿Adónde fue? -Yo qué sé, imagínese, después de ese aislamiento en la cárcel... Casa tras casa marcada fueron registrando en vano. Mujeres y ancianos temblaban, pero nada sabían. -No
deben de andar lejos, no comprendo qué
han podido hacer si apenas los soltaron ayer en la tarde y no salieron en toda la noche. Pasadas las nueve, revisaron los patios de los gobiernistas,por si acaso. El senador Rogelio Murazo, a quien encontraron en pijama aquejado de gripe, gritó sofocado de ira: -La ineficiencia de ustedes es responsable de este crimen. Deberían morirse de vergüenza. Esos malditos comunistas se ríen de ustedes en sus propias narices. El sargento y los cinco rasos que lo acompañaban contemplaron abochornados los magníficos dogos. Uno yacía muerto junto a la trinitaria escarlata y el otro, el macho, se arrastraba gimiendo sobre la grama. El senador venció un acceso de tos para escupir su indignación: -En vez de molestar a la gente decente deberían cumplir con más celo su misión rastreadora. Se les escaparon Leh? Ya se lo dije telefónicamente al director de Sanidad, que abriera el ojo, su departamento (iy quién sabe cuántos!) está infiltrado de comunistas. Aquí vinieron dos cuando yo me encontraba en la Cámara y esta tonta (señaló con el dedo a la sirvienta que le presentaba un frasco de jarabe y una cuchara en pequeña bandeja cromada) les permitió entrar. -Don Rogelio -se defendió la trabajadora-, dijeron que eran de la Sanidá y que venían a vacuna1 a lo perro contra la rabia.
-¡Estúpida! No insistas en tu versión. Vinieron a envenenarlos -Volviéndose a los soldados, agregó-: A lo mejor también ustedes son marxistas disfrazados de guardias. -Señor Senador -protestó el sargento-, mida sus palabras. Usted le falta al respeto que el Ejército merece. Don Rogelio tosía. Cuando recuperó la serenidad no se dignó dar réplica al sargento. -Juan -llamó-, no soporto más el sufrimiento de ese animal. ¿Puedes o no puedes aliviarlo? -No, lo lamento. -Remátalo entonces. Ponle la inyección, que no lo oiga más quejarse. -Vámonos -dijo el sargento a sus hombres. -¡Buena cacería! -les gritó burlón el senador-. Atrapen a esos asesinos si quieren honrar el uniforme. Cerca de las diez, la patrulla del teniente Castrejo alcanzaba la calle Colón, modesta vía residencial entre la zona colonial y la extensión moderna de la capital. -¡Paren! La intersección está minada. Si siguen avanzando volarán por los aires.
El jeep se detuvo rechinando los frenos. Aunque dudaba de la veracidad de la advertencia, el teniente saltó fuera del vehículo lanzando una mirada circular por el recinto. -Mi teniente-dijo uno de los soldados-, el que habla está armado, ahí enfrente, en la torre de la Iglesia Santa María. -iAcérquese! -voceó el oficial-. Acérquese para que oiga bien lo que voy a decirle. -No hace falta, hay un micrófono cerca de usted, lo oigo perfectamente. --¡Miente! Más vale que baje y termine con esta rebeldía de opereta, antes que la aviación los aniquile a todos, carajo. -Yo no estaría tan seguro, la mayoría de los aviadores nacieron en este sector, aquí crecieron y aquí viven sus familias. ¿A usted le parece que obedecerán l a orden de bombardear o ametrallar a su gente? El teniente apretó las mandíbulas. -En marcha -ordenó trepando de nuevo al jeep. -¿En qué dirección? -preguntó el chofer palideciendo.
-Al Ministerio de las Fuerzas Armadas. Hay que reportar inmediatamente esta situación. Son tan imbéciles que no se dan cuenta que en esa ratonera están a nuestra merced. -Exigimos la renuncia del gobierno en pleno clarineó el de la torre. -¡Ya! -dijo Christian al comprobar la partida de los militares-. Llegó el momento. Amontonen ahora los sacos de arena en las bocacalles para cerrar el paso a los vehículos. Rápido, todos a la obra. Avisen a los otros que se den prisa, hay que completar las barricadas. El reloj marcaba las once cuando María la Santera tocó a la puerta de mi casa. Me apresuré a franquearle la entrada. -La esperaba -dije-. ¿Cómo está eso allá? -Todavía tranquilo. A usted le gustará saber que le pedí a mi comadre, la viuda Suero, que se instalara en mi casa con las muchachas. -Sí, me preocupaba mucho que vivieran solas. Antes que se me olvide, María, la prevengo que mamá no sabe que su nieta es una revolucionaria. Para ella, Genita ha ido a acompañar a su futura suegra. -Descuide, no diré nada. -Buenos días, María -saludó mi madre, viniendo hacia nosotras desde el fondo del pasillo-. ¿Qué la trae por esta casa?
-Mana vivirá un tiempo con nosotras -me adelanté en contestar. -¿Aquí? Pero no disponemos de habitación para ella. - G e n i t a la invitó a ocupar la suya. Mamá agrandó los ojos. -¿Y cuando venga Genita? -Dormirá conmigo. -Ah, bueno, si se han puesto de acuerdo, siéntase como en su casa, María. -Gracias, doña Eugenia. Se agotó la mañana. La tarde fue desgranando sus horas sin el menor cambio en la calma expectante, salvo el anuncio del toque de queda. Pero aún dormida, la Tierra gestaba su fragoroso escalofrío. Cuando al fin bramó, yo estaba sola frente al mar enmudecido. Ahora sé que su pecho se había dilatado en un sollozo inconmensurable en el que apenas había todo el dolor del mundo. Sí, te oí Agustín, oigo tu voz, pero la Tierra está bramando y a lo lejos, y no tan lejos, tabletean sobre el puente las otras tijeretas metálicas sembradoras de la muerte. Todo lo hermoso, todos los sueños de purísima luz se han caído al agua, hasta mi pasaporte (ya innecesario) que aún no ha salido de la cloaca burocrática. ¿Qué advendrá después de este pavoroso trajín que dura ya miles de años?
Cuando el Sol se incendie sonará el toque de queda. Mira el mar, Eugenia, el mar que en su vaivén lleva y trae el aliento del hombre que quería caminar contigo sobre sus aguas como otro Cristobalón.
Giré de un salto y me encontré de cara a un soldado con fusil ametrallador. -Circule o ¿no me oye? ¿Qué hace esa mujer ahí? (gritó otro soldado sin bajar del jeep) -iAh, sí! ¿Qué hace aquí? -Miraba. -¿Miraba qué? -Un ovni. ¡Un ovni! Está loca, que circule. Circule. -Si me lo permite, circularé hacia mi casa. -¿Dónde vive? -A unas cuadras de aquí. -¿Hacia el puente? -No, hacia el norte. ¿Que te pasa, Macho? ¿Te piensas acostar con ella aquí mismo? Acaba de una vez. El Capitán y los otros están llegando. --Circule pronto.
Me apresuré a cortar transversalmente la avenida en dirección al norte. La detonación y el impacto del proyectil sobre el cemento del contén me estremeció de pies a cabeza. A mis espaldas estallaron risotadas militares. ¡Cabo Guillén! (llamó una voz autoritaria) -A sus órdenes, mi Capitán. ¿Qué hacía esa mujer en el malecón? -Miraba un ovni, mi Capitán. Un ...Eso le costará unos días de arresto, ¡por imbécil! Como los más cercanos reían, vociferó: ¡Coño! ¡A cumplir las órdenes rápido, que la vaina del carajo esa nos cogió de este lado! Sargento Reynoso, apresúrese a ocupar las azoteas indicadas.Atacaremos cuando lleguen los refuerzos. Hacia el norte. Seguía caminando hacia el norte. Me decidí bruscamente. Atravesé la calle como si mi casa se hubiera pasado a la acera de enfrente. En la primera esquina doblé a la derecha y eché a correr con todas mis fuerzas, impulsada por la desesperación hacia la zona de los rebeldes.
La presente ediciónde Lo tierra está bramando se. terminó de imprimir en febrero del 2002 en los talleres gráficos de Editora de Colores, Calle Juan Tomás Mejia y Cotes, No. 8,Arroyo Hondo, Santo Domingo, República Dominicana
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