Ultima flor del naufragio-Pedro Antonio Valdez

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Pedro Antonio Valdez

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:AntologĂ­a de novĂ­simos cuentistas dominicanos


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Cara mía:

Te escribo desde la parte atrás de este libro. Raro lugar para amarte, pensarás. Yo, bien ... como se dice. En tu ausencia he atiborrado páginas en blanco -fan tasmas escapados del tedio que apenas me sostienen- y no sabes qué tristes vagan estos días en los que no estás. En verdad, preferiría ocupar mis manos en ti, en tu piel húmeda de vino. Ah, es tan ingrata la escritura, ese irse muriendo tras cada línea. Y más en un país como este, donde el arte es tarea de mendigos -ePor ejemplo, para publicar este libro he tenido que tocar infinitas puertas; dicen que el que pide nunca pierde, porque si le dan gana y si no le dan empata oo. pero a veces uno termina por hastiarse y hasta casi por llorar. He logrado reunir aquí una selección de los narradores dominicanos más recientes: verás en ellos, más allá de su condición estética, a un grupo de náufragos carente de gesta y suspendido en la oquedad de su existir. No sabes cuánto me costó sacar a flote este proyecto, pero aquí está. Quiero decirte, reina mía, que durante todo este tiempo mi mente ha estado fija en ti oo. El arte, esa vieja herida que no cesa. Y pensar que por la vacuidad de la escritura he tenido que renunciar, entre tantas cosas, a ti. Pero.jamás olvides que he elegido esta soledad no porque no te ame, sino porque soy un enfermo de la belleza en libertad. Los caminos del Señor son misteriosos y el futuro es amplio como el no existir: quién sabe si algún día volvemos a estar juntos. Mientras, te extraño. Ah, te manda a decir Cecilia que saludo. Aníbal quebró. Al gato de Maruca lo envenenaron anoche. Cuídate del frío. Y no olvides lo que te dije aquella vez sobre el dejarse morir. EDICIONES HOJARASCA Catálogo de publicaciones 1. Ultima flor dd naufragio (antología de novísimos cuentistas dominicanos), Pedro Antonio Valdez, 2. lURgo de imligenes (antología dejóvenes poetas dominicanos), Frank Martínez. Próxima aparición Historia del carnaval vegano (ensayo historiográfico), Pedro Antonio Valdez. Presagio dd olvido (poesía). Frank Martfnez,


Ultima fior del naufragio AntologĂ­a de novĂ­simos cuentistas don'linicanos

ediciones hojarasca


Ultima fior del naufragio ftl1tología de l1ovísimos cue11tistas dominicanos selección, prólogo y notas de

Pedro Antonio Valdez

1995

Santo Domingo, República Dominicana


Título: Ultima flor del naufragio Selección, prólogo y notas de: Pedro Antonio Valdez Dirección del Proyecto: Fundación Darío Suro Cuidado de edición: Roberto Sánchez Pintura de portada:

Luz Severino Fotografía: David Martínez / José Antigua Composición y diagramación: Luis Ballás Stanley Gráficas & Asociados Impresión: Editora Alfa & Omega

Depósito legal conforme a la Ley Derechos reservados por Pedro Antonio Valdez Primera edición: Enero de 1995

Ediciones Hojarasca, Apartado 437, La Vega, República Dominicana Editorial Isla Negra, P.O. Box 22648 u.P.R. Station, San Juan, PR 00931-2648 Impreso en la República Dominicana


AgradRzco la valiosa colaboración de los artistas Arelis Rodríguez, J B. Nina, MarcosJorge, July Monción, Luz Seoerino, JoséAntigua, Juan Valdez, Rafael Rodríguez, Eduardo Reynoso, JoséAlejandro Peña,Juan Braco, José Cenao, Valentín Acosta, Santiago Espinal y Miguel Ramirez, los cuales hicieron más posible esta aventura de flores y naufragios.


PROLOGO Ultima flor del naufragio 1 Recuento del cuento: pasarela tremulante

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a cuentística, en su faceta escritural, tiene un origen espiritual. Porque fue en el libro hindú de los Vedas donde por primera vez surgieron elementos novelados y fue en los jatakas, relatos sobre el correcto vivir con que los sacerdotes budistas ilustraban sus prédicas, donde se sistematizó el arte del buen narrar. También fue en la India, entre los siglos 11 y VI, que surgió el Panchatantra, primera colección de cuentos tejidos alrededor de un episodio central y conductor. Esta vigorosa tradición narrativa penetró a Occidente a través de Grecia en los siglos VII y VI antes de Nuestro Señor, siendo absorbida mediante el arte moralizador de la fábula. Pero la penetración más importante acaeció cuando los árabes tradujeron a su lengua las colecciones hindúes -como el caso del Kalila wa-Dimna, traducción indirecta del Panchatantrahecha por el persa Ibn-al-Muqaffac en el siglo VlII- y luego las transmitieron a su conquistada Europa, donde, a su vez, fueron retomadas en latín. La primera colección de cuentos orientales escrita en latín fue titulada Disciplina clericalis, realizada por Pedro Alfon-

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so. Lógicamente el paso de estos textos a la lengua castellana no se haría tardar. En efecto, para 1251 apareció el Libro del Calila eDimna, versión castellana del Kalila wa-Dimna atribuida a Alfonso X. Otras traducciones fueron el Libro delosengaños, Librode losgatos, Libro de los enxemplos, Espéculo de los legos, La vida de Isopete consusfábulas historiadas... Pero a la par de este ávido movimiento traductor, surgió un valioso intento por forjar una cuentística original, que partió con Los castigos e documentos del rey don Sancho, preparado probablemente por Sancho IVen 1292, yse fortaleció dichosamente con el muy celebrado Libro de los enxiemplos del Conde Lucanor el de Petronio, de don Juan Manuel. De esa manera, España similar a otras naciones europeas- logró forjar su propia cuentística casi en la postrimería del Medioevo. En las tierras del Nuevo Mundo, el cuento sólo emergió luego de los movimientos independentistas, concretamente en el siglo XIX. En estas tierras tomó sus rasgos modernos. Así, en Estados Unidos, donde el relato ha servido como instrumento expresivo de la identidad nacional, el malogrado Edgar Allan Poe publicó el12 de enero de 1832 su narración corta Metzengerstein, con la cual introdujo la primera praxis acabada del cuento moderno. Una década más tarde, Poe redactó un ensayo, todavía hoy indispensable, donde presentó los fundamentos esenciales del género. En Latinoamérica, el cuento ha alcanzado un vigor de resonancias universales. Para 1888 Rubén Darío publicó «Azul... », cuyas páginas recogen el primer aporte definitivo yafortunado de un escritor hispanoamericano por abordar el relato desde una óptica moderna. Luego aparecieron Horacio Quiroga y su bien intencionado, aunque en ocasiones ingenuo, decálogo, las abstracciones delirantes de César Vallejo, los paisajes ornados y terribles de Rómulo


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Gallegos, así como los poderosos cuentistas incorporados al Boom, entre los cuales se encuentran Arturo Uslar Pietri, Juan Rulfo, Alejo Carpentier, Augusto Roa Bastos, Mario Benedetti, Jorge Luis Borges, Alfredo Bryce Echenique, Juan Carlos Onetti, Gabriel Garda Márquez y Mario Vargas Llosa. 11

Los cinco estadios del cuento en República Dominicana En República Dominicana el cuento ha evidenciado un desarrollo interesante, unas veces refulgente, otras veces apagado, pero que en algo más de un siglo ha permitido cristalizar una experiencia vigorosa. De inmediato echaremos una ojeada a nuestra cuentística, dividiendo su historia en cinco estadios o períodos según ciertas características generales. El primer estadio del cuento dominicano está conformado por una serie de relatos producidos desde la postrimería del siglo pasado. En 1892 salió a la luz la inolvidable serie de relatos Cosas añejas, de César Nicolás Penson. Para 1894 Carlota Salado de Peña publicó el relato folklórico La primera derrota. La puertoplateña Virginia Elena Ortea incluyó varias narraciones cortas en su libro Risas y lágrimas, de 1901. Tres años después otro compueblano suyo, José Ramón López, publicó la colección Cuentos puertoplaieños. En 1908 Fabio Fiallo editó sus Cuentos frágiles, de corte modernista. Evangelina Rodríguez imprimió en La Vega su historia Le guerisseur en 1927. Todas estas narraciones, más muchas otras no incluidas en esta nómina, constituyen lo que podríase llamar la prehistoria del cuento dominicano. y si bien es cierto que no conforman técnicamente una experiencia acabada, al menos representan un intento vigoroso, aunque quizás a veces inconciente, de forjar


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temprano una cuentística en el País. Debo señalar que el esfuerzo de estos escritores fue muy apreciado en aquella época. Así, para citar un ejemplo concreto, los resonados juegos florales convocados en La Vega en 1924 incluyeron entre sus géneros el cuento de carácter criollo, en el cual participaron veintiséis autores, siendo premiado El cuento del vale, de J. Furcy Pichardo. El segundo estadio comenzó en la década de 1930, con la irrupción del primer gran cuentista dominicano: el veganoJuan Bosch. Este importante narrador fue la figura central de tal período, en el cual estuvieron inscritos autores como Ramón Marrero Aristy, Freddy Prestol Castillo, Sócrates Nolasco yJosé Rijo. Donjuan publicó la serie de cuentos Caminorealen 1933, a la vez que realizó un eficiente trabajo de promoción literaria a través del periódico; además editó en 1958 sus muy preciados Apuntes sobre elarte de escribir cuentos, los cuales fue avalando con una producción cuentística clausurada definitivamente en 1979. Los cuentos de este segundo estadio agujerearon la máscara folklórica, explotando el ambiente rural que prevalecía en aquel entonces, para recrear las contradicciones sociales de la época, y supieron sincronizarse con los rasgos estéticos prevalecientes en la narrativa latinoamericana de aquellos tiempos. En la década de los cincuenta empezó el tercer estadio. Los narradores de esta época, avalados por las condiciones infraestructurales -pues ya Trujillo había inaugurado la ciudad-, tuvieron la misión de incorporar al cuento el espacio urbano, asumiéndolo acertadamente con la carga socio-sicológica que exige el tema citadino. En este período se destacan Hilma Contreras con sus paisajes surreales, Néstor Caro, Sanz Lajara, quien abre definitivamente a la ciudad las páginas de sus ficciones, Ramón Lacay Polanco, Angel Hernández Acosta, apreciado ya desde los años


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cuarenta, Angel Rafael Lamarche, Virgilio Díaz Grullón y Marcio Veloz Maggiolo, entre otros. Este estadio, como el anterior, se desarrolla durante la tiranía de Trujillo, y concluirá precisamente en los albores de los años sesenta, con el ajusticiamiento de dicho tirano. El cuarto estadio inició en la década de los sesenta, tras la muerte de Trujillo. En esta época, matizada por convulsiones sociales guiadas por el anhelo de la democracia, los cuentistas emergentes asumieron una actitud marcadamente crítica ante la técnica. Los concursos de cuento, en especial los de La Máscara, fueron importantes termómetros con los que los narradoresjóvenes midieron el alcance de sus textos. La ciudad -y para siempre la ciudad- dejó de ser sólo un ente inabordable y pasó a convertirse en un espacio inclemente a transformar. La ciudad sustituyó al campo; la fábrica, a la finca; el ciudadano, al campesino; el gerente, al terrateniente... y de esa manera el espacio urbano, yajamás el rural, se tradujo en elemento de lucha y liberación. Los cuentistas de este período recrearon afectados por el ideal político que abrumaba a la sociedad. Entre los narradores de dicho estadio figuran Ramón Francisco, quien ya era conocido desde el estadio anterior, Carlos Esteban Deive, Antonio Lockward Artiles, lván García, René del Risco Bermúdez, Miguel Alfonseca, Armando Almánzar, Abel Femández Mejía, Efraím Castillo, Rubén Echavarría, Diógenes Valdez, Héctor Amarante, Rafael Castillo, Arturo Rodríguez Femández, José Alcántara Almánzar, Roberto Marcallé Abréu y Pedro Peix. Muchos de ellos participaron en grupos de avanzada como La Isla, El Puño Y La Máscara, a través de los cuales canalizaban sus ideales de transformación social. A menudo, ha sido del gusto de la crítica separar este grupo de sólidos cuentistas en antes ydespués de la revolución de abril de 1965; pero esta fragmentación suele hacerse partiendo más del hecho


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de la revolución en sí que de diferencias estéticas significativas. El quinto estadio del cuento dominicano comenzó en los albores de los años ochenta y terminó el sábado 2 de diciembre de 1989, a las 10:00 a.m. Digo con precisión esta última fecha porque ese día, a esa hora, fue convocado por Bruno Rosario Candelier un coloquio literario en el que se pasó, con un año de adelanto, balance y cuchilla a la literatura gestada en esa década. Siguiendo un rarísimo ritual, en dicho acto los escritores ochentistas recibieron un panegírico, una hoja de jubilación y una etiqueta que aún reza promoción. La cuentística de este período brotó en medio de la tregua política. La ciudad, entretejida ahora por las telecomunicaciones y el motoconcho, dejó de ser ave rara o trinchera, para convertirse en realidad irrevocable y avasallante. Las inmigraciones del campo al pueblo, del pueblo a la capital y de la capital al extranjero acrecentaron considerablemente, empujadas por la crisis económica; el malestar se acentuó con el gran desequilibrio social y la desmoralización de los movimientos políticos de derecha y de izquierda. La preocupación por la técnica del cuento continúa, aunque nunca con el fervor del estadio anterior: ahora no existe tanto el experimento ni la alharaca formal. Así como sucedió con los certámenes de La Máscara en el estadio anterior, los concursos de Casa de Teatro sirvieron para catapultar a los cuentistas emergentes. Entre los narradores que surgieron en este período cabe destacar a Angela Hernández, Rafael García Romero, Avelino Stanley, Pedro Camilo, Rafael Peralta Romero, René Rodríguez Soriano, Fernando Valerio Holguín, Daniel Baruc, Ramón Tejada Holguín y Hortencia Paniagua. Hasta aquí he pretendido presentar una panorámica, sin lugar a dudas trunca y ambiciosa, de la historia del cuento desde sus orígenes hasta sus manifestaciones en


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nuestro país durante los años ochenta. Tal bosquejo obedece a un mero capricho y a la intención de dejar el terreno desyerbado y bien barrido para poder vislumbrar con mayor claridad la cuentística dominicana de la presente década. Y de aquí en adelante comienza el prólogo de Ultima flor del naufragio.

nI Los porqués de la última, de laflor y del naufragio

En el nombre de Dios: Amén. La narrativa dominicana, con su secuencia incesante de aciertos y desventuras, constituye la historia de un naufragio. Marejada voraz donde los escritores sobreviven a chepa o terminan por ahogarse frente a los ojos de una sociedad indolente. La ausencia de proyectos sólidos de edición y de promoción de nuestra literatura provoca un sentimiento de abandono, que muchas veces empuja hacia un estancamiento estético prematuro, hasta el punto de causar que el escritor dominicano sea de a ratos y por añadidura. Tal ausencia es auspiciadora de disputas estériles, de zancadillas y de que las pocas oportunidades promocionales sean mal aplicadas, por efecto del llamado Síndrome deHoraeio Vázquez o queentre el Mar, que se define como el yo o nadie. Este naufragio devorante a quienes más afecta es a los narradores. Desde los orígenes de las literaturas en lengua romance, y más aún a partir de la modernidad, los pueblos han solido escribir sus textos fundamentales en prosa; sin embargo, en nuestro país siempre se ha privilegiado el cultivo de la poesía, y esta, digamos paradoja, alcanza su mayor grado de sistematización en el hecho de que nuestros movimientos literarios han sido orientados hacia los poetas yno hacia los narradores. Por todo eso, el naufragio. La flor. [Oh, mi bien amada, qué bella la flor, cómo perfuma, cuánto embriaga! Es tan dulce, tan suave, tan


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frágil... tan efímera. El problema de la flor es precisamente que sólo florece. La literatura dominicana es una flor: siempre, década tras década, floreciendo. Pero raras veces se trasmuta en fruta sólida y acabada. El parnaso local siempre vive lleno de promesas... de promesas que no se cumplen. Escritores que emergen con mucha potencialidad y que, al final, terminan con una obra incompleta y de alcances limitados. Prometer y no cumplir... Es como si la literatura nacional tuviese vocación de política. Pero toda esta finitud se debe al naufragio. Por todo eso, la flor. Los narradores surgidos en la presente década seremos los últimos, tanto del siglo como del milenio. Cerraremos una puerta hecha escombros. Hemos presenciado la caída del muro de Berlín; hemos sentido el proceso inmigratorio; hemos notado la ausencia de ideales políticos sólidos; hemos manejado computadoras; hemos observado el paso definitivo del campo a la ciudad; hemos percibido el papel sospechoso de las religiones; hemos sido asaltados por la farsa de dos procesos electorales; hemos sido cantados por Nando Boom, Vico C y la Coco Band. Hemos padecido ya tantas cosas, que a veces tememos dar un paso más (Si, como sustentan los historiadores, los finales de siglo son de crisis, qué no esperar de un fmal de milenio). Pero aún así, al parecer estamos dispuestos a fecundar la flor más allá del naufragio. Por todo eso, la última. El libro Ultima flor del naufragro reúne a diecinueve narradoresjóvenes dominicanos que asumen su compromiso mayor con la cuentística en la década de los noventa. Honestamente creo que en este proyecto. hay algo de anti-antología, pues a las antologías les gusta abastecerse del orden establecido: es muy confortable preparar un florilegio en el que los seleccionados estén inscritos en la vía de la posteridad. Sin embargo, existen numerosos ejemplos -como el de sanJuan de la Cruz, quien estuvo ausente


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de las antologías preparadas en el Siglo de Oro- que demuestran que dicho sistema no es enteramente confiable. De manera, pues, que máquina. El que estos narradores lleguen o no a la posteridad dependerá solamente del trabajo que cada uno continúe realizando y, más aún, de la posteridad misma. Por lo pronto, esta es su antología. Sólo el lector y la imprecisión del tiempo podrán decir la última palabra. IV

Relación acerca de los últimos náufragos Todavía no puede asegurarse que los narradores incluidos en esta Ultima flor del naufragio conformen un sexto estadio del cuento dominicano; pero sí pueden citarse ciertas características esenciales que les dan peculiaridad. En esta década el espacio rural desaparece por completo, mientras que el concepto de ciudad se internacionaliza. La experimentación técnica, constante desde los sesenta, es abordada ya no tanto como instrumento de ruptura en sí, sino como orden establecido, según puede evidenciarse en las vigorosas interpolaciones de Luis Martín Gómez, Víctor Saldaña, Máximo Vega o en las densas construcciones escriturales de Aurora Arias. Es evidente que, salvo algunas excepciones -digamos los pasajes fantásticos de Roberto Sánchez o las risas forzadas de Luis Santos-, no existe la intención de someterse a los cánones cerrados propuestos por algunos maestros. A estos narradores corresponde cerrar un milenio y abrir otro. Los tiempos actuales, dominados por el talante de la amargura que provee la impotencia, son bastante difíciles (el hecho de que la bachata, esa canción seductora devorada por el amargor, haya calado tanto en el gusto de nuestrós días es un reflejo de dicha circunstancia). Esta angustia la hallaremos vertida en los textos representativos


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de nuestra antología. Es preciso señalar que esta coyuntura constituye una diferencia de fondo con la cuentística anterior. En el cuarto estadio -de los años sesenta y setentaprevaleció el sentimiento del miedo, debido a que la gran causa del peligro estaba bien ubicada: el culpable era el sistema y la solución, derribarlo. En el quinto estadio, debido a la larga tregua "democrática", hubo cierta congelación del desarraigo existencial: en la década de los ochenta prevaleció el ambiguo sentimiento de la espera. Mas en la década de los noventa, donde ya cada cual se ha despojado de su máscara, el enemigo ha resultado ser tan gigante y enigmático que no se vislumbran formas ni dirección de destruirlo: de ahí, transplantando a Kierkegaard, proviene la angustia. Angustia que podemos identificar claramente en las narraciones de David Martínez, Eloy Alberto Tejera o Frank Martínez, aunque a veces adquiera un matiz de nostalgia en PabloJorge Mustonen o un tono de esperanza inútil en Melchor Rosario, Nicolás Mateo, Mélida Carda o Carlos Roberto Cómez Beras. Angustia que mal mirada y de lejos, como en los textos de Luis Toirac, podría parecer ausente... lo cual no hace sino multiplicarla. Otra nota característica de los textos de estos jóvenes narradores es la presencia del erotismo. La sensualidad, ya sea en la expresión meramente lúdica, en la referencia indirecta o en la instancia soterrada, invade el relato infestándolo con diversos pasajes en los que la experiencia erótica determina de algún modo el acontecer humano. Sin embargo, urge aclarar que no se trata de un erotismo sensacionalista y superficial, sino de un erotismo aplicado como instrumento para llegar al fondo de la problemática existencial del hombre. De esa manera, el narrador busca penetrar la interioridad de los personajes, husmear entre sus escombros sicológicos y transitar a través de su profunda soledad.


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Además de la coincidencia epocal, de la pluralidad formal, de la angustia y del erotismo, estos últimos narradores -náufragos, perdón- están emparentados por el recurso de la abstracción. Las tramas, los personajes y los cronotopos son manejados a partir de una visión abstracta, lo cual permite una mayor libertad en la construcción de los hechos y en el uso del lenguaje. Esa tendencia hacia la abstracción se evidencia particularmente en los textos de Sueko y Eugenio Camacho y alcanza un nivel complejo en la trama metafísica de Pedro José Gris. Un detalle significativo es que la narrativa corta de estos jóvenes refleja de manera clara, apoyándose en la referencia cotidiana y la pincelada sicológica, la problemática existencial del dominicano. Todos los rasgos señalados en este capítulo nos hablan de una cuentística -canónica o no- sintonizada con la temporalidad sobre la que se gesta y compatible con el resto de la narrativa corta que emerge por estos días en el Caribe. Finalmente, es justo adelantar que en esta antología faltan autores. Ello se debe a diversos motivos: la incomunicación, el desconocimiento, quizás el olvido... mas Dios es testigo de que en ningún caso ha obrado la mala fe. Pero sepa el lector que los textos de los escritores que no están aquí, son representados por los textos de los que sí están. De todos modos, algunos tenían que faltar, pues ya advirtió Chesterton que todo recuento que carezca de omisiones injustificadas es sospechoso, porque la costumbre ya las tiene por establecidas. Y, pues, el prólogo ya está acabado: de aquí en adelante comenzará la materia del libro.

Pedro Antonio Valdez Enero de 1995


Luis Martín Gómez [Santo Domingo. 1962] Labora en el campo de la publicidad. En 1991 fue galardonado en el Concurso Dominicano de Cuentos de Casa de Teatro. Narrador de intensidad devorante y prosa bien cuidada, Luis Martir: suele representar en sus historias el enfrentamiento de la inocencia con el aparatqje incesante y terrible de la mundanidad. Sus tramas son recreadas en un marco de abstracciones donde el choque sicológico se desplaza por encima de lo cotidiano, resultando de esta transfusión un hombre roído por la angustia.

En tránsito

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e quedó mirando la saliva pastosa que se le empegotaba en la comisura de los labios, leche sucia que amenazaba gotear a cada rápido movimiento de su boca que se abría y cerraba sin parar dejando ver por momentos los dientes cariados, amarillentos en la corona, marrones en la base podrida por años, la lengua sucia que se enredaba con las palabras que fluían babosas, viscosas, flemosas, envueltas en un aliento agrio, ácido, vinagre descompuesto esparciéndose por la oficina semioscura, rebotando en las paredes despintadas, en los sillones desvencijados, adhiriéndose a los libros viejos y en desorden sobre el escritorio empolvado, a la maquinilla Undenoood con las teclas borrosas, a la lamparita oxidada de pobrísima luz que apenas descubría el gesto de cansancio de Tomás que le miraba distraídamente la boca mientras la historia

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volvía, se iba y revolvía, diferente a cada comienzo, cada final distinto, rumiante triturando el recuerdo vomitado infinidad de veces por el cerebro congestionado, confuso. -Pero, ¿por qué cree que la detuvieron? Ivelisse siguió hablando, el labio inferior temblándole ligeramente, los ojos buscando imprecisos algún objeto en la oficina que la hiciera recordar, el cuello grasiento y rígido como si, resistiera un peso enorme sobre su cabeza, erguido el pecho que se expandía y contraía en creciente sofocación, una mano aprisionando a la otra y ambas oprimiendo el muslo por donde el sudor corría pegajoso hasta los pies que parecían soldados a la silla, como aquella vez en el aeropuerto de Madrid o Barcelona (no recordaba bien), en tránsito hacia Moscú o Sofía (no podía precisar), que se aferró al asiento de tal forma que tuvieron que cargarlajunto a una hilera de butacas, gallina clueca cacareando a lo largo del amplio salón vacío, hasta meterla forzadamente en el pequeño cuarto contiguo a la Oficina de Seguridad. -Tal vez sus documentos no estaban en regla, su visa vencida, no sé... Tomás recibía su avalancha de palabras con una sonrisa amable reflejando una paciencia tan fmgidamente profunda como su oculto deseo de saber rápidamente lo que en verdad le había sucedido, y sobre todo, si el hecho tendría tanto impacto para generar un gran escándalo que le diera la notoriedad que deseaba desde siempre, empezaba a imaginar un lío con implicaciones diplomáticas, era lógico si había ocurrido en ese Madrid o Barcelona tan confusamente referido por ella, le parecía ver el comunicado de la Cancillería de Relaciones Exteriores justificando el hecho o exigiendo tardíamente una satisfacción a las autoridades españolas, estaban de moda las denuncias de maltrato a dominicanas en España por alegada prostitución,


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aunque ella no parecía de ese tipo, por su facha seguro habría muerto de hambre, "si bien hay hombres que... bueno, las piernas no están tan mal", notó que ella se fijó en que él le miraba las piernas y luego volteó la mirada buscando distraídamente algún objeto en la oficina, quizás para que él no se diera cuenta de que ella lo había pillado, o tal vez para rescatar en su memoria algún recuerdo perdido. -¿Había otras mujeres o sólo usted fue detenida? Ivelisse hablaba y hablaba, logorrea infinita en el espacio yel tiempo, recuerdo que parecía venir de la nada e ir hacia ella, borrosas imágenes girando vertiginosamente como un carrusel encendido en una noche de niebla, el reloj telarañado de la pared marcó las siete y a ella le pareció escuchar la voz distorsionada de la anunciadora del aeropuerto repetir por las bocinas: ''pasajeros con destino a Moscú o Sofia, favor de abordarpor la puertados o cinco ", ella tomó su maleta para marcharse, pero un sujeto alto y rubio la apretó fuertemente por el antebrazo obligándola a sentarse al lado de uno que se quejaba por los golpes recibidos, ella le preguntó al oído por qué lo habían detenido, pero él sin mirarla sólo apoyó la cabeza en las rodillas y escupió casi soplando la saliva ensangrentada que luego restregó temblorosamente con un pie, le pareció un suramericano, un boliviano quizás, o era de Centroamérica, un salvadoreño, o un nicaragüense, éso, es un nicaragüense, pero qué mal hizo este tipo para que le pegaran tan salvajemente, y yo, qué he hecho para que me hayan detenido y metido en este cuartucho inmundo sin más explicación que los quejidos de este infeliz de rostro amoratado y la mirada insistente de este español que no sé si mira mi cartera que está sobre mi falda o me busca los muslos debajo de la falda. · Y SI. ••••1" j D lOS,


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Había alguien más además del salvadoreño o el nicaragüense, era nicaragüense, me dijo? Tomás quería precisar el número exacto de hombres, tejía el argumento de que Ivelisse fue violada por varios de ellos, por cinco o siete, "siete parece real y al mismo tiempo abominable", no fue el rubio, como ella temía, quien comenzó a ultrajarla, sino el de pelo negro y nariz árabe, un valenciano con historial delictivo ocupando medio archivo policial, "traficante de blancas, eso tiene garra periodística, tiene garra", está prostituyendo a adolescentes desde que él mismo lo era y hasta ha matado por escalar en el negocio, así que taparle la boca a una mujer sin siquiera haberle hablado antes, desnudarla y poseerla no era algo que le remordiera la conciencia, como tampoco sintieron remordimiento los demás quienes uno a uno, respetando un orden que pareció premeditado, tocaron la tierra con la dominicana que aterrorizada y en silencio miraba alternadamente a sus atacantes y al nicaragüense que se desangraba en un rincón y que apenas se daba cuenta de lo que ocurría, lo peor fue que el rubio, que regresó al cuarto atraído por los rumores que se colaban al pasillo, también bailó el merengue sin ropa, "yahí tengo el escándalo: estudiante dominicana violada en aeropuerto en presencia de autoridades españolas, ¡qué notición!" -Además del nicaragüense, ¿había lastimada otra persona, la lastimaron a usted? ¡dígame! Ivelisse calló por un instante, cerró los ojos con fuerza, reprimía un recuerdo doloroso, algo muy grave que no aceptaba, que no había asimilado, que le faltaba acomodar a su doble realidad o a su irrealidad, tragó la saliva acumulada presintiendo un peligro, abrió los ojos rápidamente desafiando el temor, elevó la cabeza y fijó su mirada en el mugriento abanico del techo, las palabras volvieron a su boca no se sabe de qué escondrijo de su atormentada alma,


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chocaron con las aspas, giraron en el aire, se mezclaron con la luz y el polvo, se filtraron en la atmósfera del cuartucho del aeropuerto donde el ruido del abanico rompía por momentos la tensión de los detenidos, no quiere recordarlo pero la imagen le llega clara, nítida, casi real, la brisa movía el pelo del trigueño que se le acercó resuelto y le murmuró groserías casi mordiéndole la oreja, tenía mal aliento, "era como vinagre podrido", le parece percibirlo nuevamente, sintió su respiración en el cuello, un aire helado le envolvió todo el cuerpo erectándole la epidermis, cosquilleándole los pezones, humedeciéndole los labios, hormigueándole las caderas. -Ese hombre del que usted habla, ¿la tocó, quiero decir, fue más allá de la provocación? Tomás sentía emoción por la forma en que iba quedando la historia, tenía el reportaje casi completamente concebido en su cabeza, tres entregas de una página con cuatro fotos Jull color cada vez, la ilusión de la fama le apretaba el pecho, "leerán mi nombre, yo, un cagatintas menospreciado en el periódico, convertido en el periodista más leído del año", una dominicana violada por siete extranjeros no era algo que pudiera pasar por debajo de la mesa, menos cuando el propio agente español encargado de custodiar a los detenidos había participado en el hecho, "digamos que estaba fumando en el pasillo cuando escuchó los gritos, que sonrió imaginando lo que sucedía adentro, no exagero si lo escribo, los policías son así de desalmados, los conozco bien", terminó tranquilamente el cigarrillo, sabía que eran muchos y que el festín no acabaría rápido, al entrar al cuartucho todavía uno de ellos viajaba a horcajadas sobre la indefensa, miró a los otros que a su vez miraban calmadamente la escena, un ademán de invitación del trigueño le hizo tomar confianza, no esperó que el otro concluyera su viaje y lo apeó tirándolo de los


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hombros, pensó que el cambio de jinete por lo menos la impresionaría pero ella no reaccionó, desconsolada buscaba con los ojos al nicaragüense herido que por primera vez alzó la cabeza y la miró con compasión. -¿La tocó?, hábleme claro, podemos causar un gran impacto con su caso, quiero decir, lograremos que le den una satisfacción por lo sucedido, ¿usted me entiende? Rígida, todos los vellos del cuerpo erizados, percibiendo hasta con los poros cada uno de sus felinos movimientos, vio con pavor cómo su rostro se acercaba y se colocaba frente a frente al de ella, no puede evitar el recuerdo de sus ojos negrísimos, libidinosos, hipnotizantes, como de fiera ante su presa, se sentía una antílope acorralada por una pantera, pensó huir pero adonde en unajaula infestada de tigres, aquel cuartucho era la selva y ella la víctima de ese instante, ley natural en la que ni Dios intervendría, sólo le quedaba gritar, gritó, más bien chilló, berreó, Tomás se sobrecogió oyéndola berrear como una chiva a la que despellejaran viva, la cara roja por la falta de respiración, las venas del cuello brotadas y casi a punto de estallar, era un aullido horrible, ensordecedor, que parecía rasgar las cortinas desteñidas y saltar por la ventana a la calle donde la noche tejía sus miedos, por primera vez Tomás se preocupó de que afuera alguien los escuchara. -Lo siento, no quise molestarla, pero necesito saber todos los detalles, en este tipo de denuncias hay que ser muy precisos. Ya el oficial está embarrado -repasaba Tomás- y todos menos el nicaragüense o quien fuera que estuviera herido participaron, "lo pondré como héroe trágico que se sobrepone a su propia desgracia para salvar a una desventurada, o lo ridiculizo, haciendo que su intervención lo eche todo a perder", el oficial notó la simpatía entre ellos y decidió romper ese patético idilio, ordenó que lo levantaran y


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encueraran, tenía todo el cuerpo magullado y babeaba sangre, tres lidereados por el valenciano lo acercaron con dificultad a Ivelisse y se lo dejaron caer encima, todos reían y chiflaban, ella en cambio lloraba pero no de dolor sino de una inexplicable alegría por estar junto a alguien que también sufría, tirados en el suelo eran dos en la mar tempestuosa y cada uno sentía en el otro su tabla de salvación, aunque ambos presentían que no flotarían por mucho tiempo, Tomás se puso en pie impulsado por el entusiasmo, "será un trabajo impactante, demoledor, me parece ver a los mediocres de la redacción obligados a felicitarme", se paró frente a Ivelisse dispuesto a hacerla vomitar de una sola vez todos sus recuerdos, "a ver, maldito nicaragüense comunista, si por lo menos en eso eres bueno". - Haga un esfuerzo y confiéseme: ¿llegaron a violarla, la violaron>, ¡debe decírmelo! Nadie escuchó su grito, o pareció que nadie lo escuchara, sólo el nicaragüense levantó la cabeza yla miró compasivamente, los demás permanecieron aparentemente indiferentes, como si estuvieran acostumbrados a presenciar algo parecido todos los días o como si estuvieran mentalmente confabulados y se mantuvieran en estricto silencio para no llamar la atención del agente que había salido un momento, "me violarán todos, ¡Dios!", el cuartucho era parecido a la oficina donde se encontraba ahora con Tomás, pero no tenía ventanas y la única puerta era mucho más gruesa, vio que Tomás se levantó de su asiento y se colocó frente a ella, desde su ángulo lo veía imponente, agresivo, el rostro transfigurado, el valenciano empezó a quitarle los botones del vestido, uno a uno, lentamente, sensualmente, ceremonia anacrónica en aquel instante de lujuria, sintió que se sofocaba, perdió el control de su cuerpo y aunque se esforzaba por hacerlo no lograba


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levantar el brazo para detener la mano que avanzaba por su espalda y le desabrochaba el sostén, recuerda y reprime la sensación de liviandad de sus senos liberados transpirando bajo la blusa sudada, la mano llegó bruscamente a su pecho, apretó uno de sus senos, era una mano callosa, como de escamas abiertas de pescado, le frotó el pezón con la punta de los dedos sintonizando quizás una misteriosa frecuencia, o tal vez elevando el volumen de su excitación, luego lo haló como tetera de biberón suponiendo que era elástico y que sonaría al devolverse, finalmente lo hundió atravesando con el dedo la masa prominente hasta chocar con las costillas. -y después, ¿qué hizo después? El cuartucho era un infierno de gritos y silbidos, "vamos, comunista del diablo, tú que vives guerreando, dispárale los cañones", todos habían hecho ronda cerca de ellos dos y los animaban a actuar como personajes de circo, "dónde está la puntería con la que matas a los guardias", Tomás empezó a caminar alrededor de Ivelisse mientras ella regresaba al principio de su historia confundiendo nombres y tiempos, ya no le importaba lo que dijera pues tenía el reportaje hilvanado de cabo a rabo, sólo le faltaba un final contundente, como de cuento, se reprochaba no haber dado con uno siendo un veterano redactor de noticias policiales con mil y una historias trágicas en su haber, "y si pongo que ella mata al nicaragüense en defensa propia, es lógico, él ya estaba medio muerto", pero no, la atención se centraría en el asesinato y el reportaje perdería interés en el país, asunto de proximidad, recordaba bien esa lección del único y oscuro cursillo de periodismo que había tomado desganadamente tantos años antes, "o si digo que es el valenciano, en su morbosa agresividad, quien mata al nicaragüense de un golpe a la cabeza, ¡sublime!, él, muerto, haciéndole el amor desde el otro mundo", se detuvo detrás


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de ella y le miró la nuca velluda, por segunda ocasión se fijó en su belleza oculta tras los harapos y el sucio, "con un jabón irish springy una colonia bien etre se le podría hacer algo a esta loca", "súbetele, súbetele, comunista maricón". -No tiene que decírmelo, sé que le hicieron daño... Sólo ac1áreme: ¿cuál de todos fue, o fueron todos? La mano descendió velozmente hasta la cintura estrujándole los pliegues del vientre, levantó el elástico del panti, exploró la pelambre del pubis, Ivelisse estaba a punto de abandonarse, de dejar que todo sucediera de una buena vez, "a lo mejor si accedo un poco, si me muestro complaciente, sobreviva y después lo olvide, quizás nadie se entere", le entraron ganas de llorar, lloró, no lograba comprender cómo una brillante universitaria, Magna Cum Laude en Química, becada por sus méritos para hacer un postgrado en Rusia o en Bulgaria, de pronto se encontraba entre buitres sedientos de sangre y sexo, tomada erróneamente por prostituta o únicamente sospechosa por su procedencia caribeña, sintió que Tomás la miraba fijamente por la espalda, le dio escalofrío como cuando el valenciano le acercó la barbilla a la nuca. -Pero, ¿te gustó lo que te hicieron?, digo. Con la última pregunta, Tomás cambió el tono de voz, no era ya imperativo sino amable, sensual quizás, las palabras no parecían salir de él, avanzó hasta ella con la mirada fija en la nuca, "[méteselo, méteselo!, ¿no te enseñaron?", el valenciano agarró por los hombros al nicaragüense y empezó a zarandearlo, con cada halón todos gritaban "[olé!", ruedo erótico de sudor y sangre, "[clávala, clávala!", Ivelisse se avergonzó de su desnudez, quiso cubrirse los senos pero el valenciano le aprisionó las manos y la tumbó de espaldas, desnuda y en el suelo se sintió pequeña, miserable, volteó la cara y miró al piso queriendo fundirse en él, escapar por los arabescos de sus asquerosos mosaicos,


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Tomás dio un último paso y se detuvo a su espalda, giró el cuerpo a la derecha, a la izquierda, le colocó las manos en los hombros y resopló por el esfuerzo, empezó a acariciarla, tímidamente, nerviosamente, sus manos por fin llegaron a la nuca, el valenciano agarró por el cuello al nicaragüense para controlar el movimiento alocado de su cabeza, maldiciendo entre dientes lo obligaba a llevar el ritmo del coro, "un-dos-olé, un-dos-olé, un-dos", eran payasos bailando descompasadamente un vals, Ivelisse sintió que le separaba las piernas dándole golpecitos en los muslos, recordó a los estudiantes de medicina dándose palmaditas en los brazos para inyectarse unos a otros, apretó las piernas al igual que las universitarias cuando practicaban "gramita 1"ypasaban sin transición a "gramita 3", esa divertida actividad que llenó el campus de adolescentes embarazadas, sintió entonces un fuerte manotazo en las nalgas, dejó de mirar al suelo y se encontró de nuevo con sus ojos duros de bestia, Tomás la manoseaba con pasión, sus dedos eran ventosas que se adherían a su piel, quería fundirse en ella, meterse por sus poros, apretando la piel bajó las manos de la nuca a los hombros y de éstos a las costillas, se inclinó y chocó su cara con la de ella estrujándole la mejilla sudorosa, buscó sus ojos que vagaban perdidos, para obligarla a mirarlo el valenciano apretó salvajemente el cuello del nicaragüense, su rostro cambiaba sucesivamente de colores, de rojo a morado a azul, de su boca llovía una baba espumosa, sanguinolenta, y caía a borbotones sobre ella, Ivelisse encogió el vientre tratando en vano de evitar su contacto cuando se le posó pesadamente, le faltaba aire, abrió la boca para respirar, jadeaba, le pareció ver al nicaragüense levantarse dificultosamente y caminar hacia ellos, Tomás giró y se hincó ante sus piernas, le subió la falda mirándola a los ojos para estudiar su reacción, creyó leer su aprobación en su semblante tieso, hundió lenta-


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mente la cara en su regazo, el valenciano vio cómo el nicaragüense entornó los ojos, sacó la lengua, ladeó la cabeza, Ivelisse vio al nicaragüense dar un empujón al valenciano y luego caer sofocado sobre ella, en ese momento el agente entró y creyó que era el nicaragüense quien la violaba, le disparó tres veces, Ivelisse lo abrazó llorando, lo apretó contra sí, fuerte, fortísimo, queriendo que sintiera lo agradecida que le estaba por tratar de salvarla, luego buscó al valenciano para arañarlo o escupirlo y lo encontró con la cara metida entre sus piernas, Tomás quiso retirar la cabeza pero ella apretó los muslos, fuerte, más fuerte, y aún más, con esa fuerza desconocida y extraordinaria de los locos, apretó hasta que Tomás cayó exánime al pie de la silla, sin su noticia imaginada, Ivelisse se levantó y, sin reparar en la maleta, salió a la calle, o al lobby del aeropuerto, satisfecha de continuar su viaje.


Frank Martínez [Santo Domingo, 1965) Poeta. narrador y ensayista. Fue miembro fundador de los talleres literarios Pamaso y Juan Sánchez Lamouth. Actualmente estudia Letras en la UASD y pertenece al Grupo Literario Federico García-Godoy, de La Vega. y al Taller Literario César Vallejo. Ha recibido varios galardones por sus cuentos y poesías. En 1989 publicó el poemarío La vigilia de lasflores y en 1992, cenizas del ocaso, también de poemas. Tiene en preparación el libro El silencioso placer de envenenar un gato Sus cuentos siiúari al ser hwnano en una atmósfera poética y terrible.

Perfume de mujer

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a densa oscuridad redujo la soledad a un laberinto matizado por el frío. La casa yacía en tinieblas, solitaria, poblada de silencio. Extrañamente la puerta estaba abierta y un olor a óxido invadía la penumbra. El hombre imaginó la distribución de los ajuares: los muebles, la mesa con el candelabro de cristal, las flores artificiales, el estante y el angosto pasillo que conducía a la escalera. "Un maldito apagón", murmuró entre resabios mientras, a tientas, penetraba la penumbra; por un momento le sedujo la idea de echarse sobre el sofá e imaginar a Eleonora aguardando como cada martes, suspendida entre el vacío del espejo y esa mirada ingenua capaz de doblegar la voluntad de un roble; pero la duda se apoderó de él, su rostro palideció y un escalofrío profanó su certidumbre. Caminó. Se detuvo.

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----------------La oscuridad creció hasta el punto de proyectar la imagen de Eleonora en todos los rincones. ¿Era bueno todo aquello? En ocasiones, exhausto de mujer, pensaba mientras fumaba un cigarrillo. Tal vez reconocería en los objetos el cuerpo de Eleonora. En vano buscaría una cobertura, una oquedad, un leve indicio, un dibujo en la pared que le remitieran al cuerpo tibio de Eleonora, sobre todo si retornaba irremediablemente a ese mutismo que sólo los hombres llevan por dentro como una pieza de colección. Se enamoró, si aún era posible el amor; le atrajo su mirada, la distracción de su perfume que la cubría de distancia. "Café, Café de París". Un instante, dos palabras, una historia inventada sacada de alguna lectura inconclusa o la simple cortesía de un momento impreciso que inicia, pero que uno nunca sabe cuándo termina. "Café de París", eso me dijo, con esa certidumbre tenaz de quien engaña o cree poseer todas las virtudes. "Perfume de mujei", repetí, y luego los recuerdos de Eleonora, siempre virgen, acorralada entre las sábanas blancas del Lincoln y ese gesto inamovible que la hace transparente, desnuda, inmersa en un silencio mágico que acrecentaba la duda, el temor de estar allí, prisionero de un cuerpo desnudo y portentoso. Ojos que se muestran y dicen sin cesar: "Ven, entra"; luego su rostro, su cuello de un tobogán balanceado por el viento, sus senos paralelos, sus pezones como imanes que se expanden y llaman desde el fondo; la mirada, esa mirada que revela los misterios; nunca los errores. Yo soy el culpable de esta pasión única, de las escapadas a los moteles, de tu virginidad inútil pintada en tu vestido y reclamada por mi cuerpo cada martes. Tú eres la de siempre, la que sueña o habla sin pronunciar palabras, la que se confunde con esa otra que aguarda en algún lugar y con ansias espera que rocen sus muslos transparentes. Tú,


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Eleonora, eres otra, serena, asustada, empapada por el viento cuando a través de las ventanas el sol penetra y se hace cotidiano y necesario. Tú, herméticamente desnuda, frente al espejo, con tu pelo desordenado igual que tus pensamientos, con tus senos frágiles como dos muñecas que obsesionan. Hoy sólo estoy yo para recoger los fragmentos de tus ojos y unirlos a cualquier otra. Un instante, dos palabras y el recuerdo de un rostro solamente queda. Porque nada permanece, sólo el residuo y la distancia insalvable de un reloj que se aferra a sus agujas para continuar su marcha a través de números sucesivos. "La vida es un teatro y nosotros somos sus actores". Para ti es simple. Un acto. Una escena. El papel de amante, de mujer eternamente desnuda, acurrucada y despierta, porque no has dormido un sólo instante de tu vida; siempre esos ojos devorados por la oscuridad y la lujuria. La soledad, Eleonora, es infinitamente inalcanzable, no se comparte como las sensaciones; sólo se oculta para reaparecer un día. La soledad es eterna y se aferra a la vida para reclamar el grado de existencia que por derecho le corresponde, yyo soy su discípulo más perfecto. No es posible compartirla como un asiento en un autobús o un orgasmo. Eleonora murió, se propagó la noticia, el hombre no lo creyó y, como cada día, el recuerdo lo sepultó en algún lugar convulso de un sueño: una ciudad oscura, una galería, una estancia y él en medio de la plaza viendo en cada cosa un pasillo intermitente y, al [mal, los ojos de Eleonora. Martes. Esperó como siempre; la lluvia empañó el cielo. La luna se extinguía en el firmamento. Como cada martes, caminó: las calles, la multitud silente, el agua en las cunetas arrastrando el vahído de los ecos lejanos. Ni siquiera prestó atención a lanoticia, volvería a ver a Eleonora amontonada junto a él, hablando de números; escucharía en silencio,


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harían el amor y luego la soledad, el vacío, una mujer, los ojos de Eleonora, la oscuridad baldía, su boca pernoctando sin límites, la alegría de un rostro cándido, un instante, dos palabras, el deseo y otra vez, tantas veces y sin embargo... Elenora murió. Un ataque al corazón, comentaron algunos; cayó por las escaleras, afirmaron otros, y yo aquí en penumbra, en este lugar absurdo a un paso de su cuerpo. Estás aquí, tienes que estar, viendo al techo, jugando a la nostalgia, dibujando en la pared, recordando; lo único que en realidad te pertenece, el recuerdo. La densa oscuridad devoraba todo: las escaleras, el pasillo ... y, al fondo, el olor a lluvia, a martes por la noche, a este Café de París que nunca puedo desterrar de mi memoria.


Pablo Jorge Mustonen [Santiago, 19631 Graduado en Econotnia: Perteneció al Círculo Literario del Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INfEC). Ha publicado ensayos. Sus cuentos han merecido galardones en los concursos del [NI'EC y de Casa de Teatro. Sus narraciones son generadas a partir del desencuentro vivencial del ser humano. Esta alquimia -estruciurada. con imágenes transparentes y prosa ligera- produce atmósJeras y personqjes sostenidos en elJantasma intemporal de la nostalgia.

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Noticias de ti

piel huele a tenues aromas de flores secas, aromas que hacen a ese cansadísimo joven mirarme y respiar entre las hebras del momento de nuestras vidas que no volverán, quizás, a juntarse otra' vez. Ahora, urgentes palabras te escribo, Pablo, para recordarte entrando a mi vida, para pensar en ti. Tú, conociendo por primera vez el cuerpo de una mujer, tocando y deseando el sudor de todos mis rincones. "Nada quedetenga al loco amor', murmuraste alguna vez cuando empezabas una carrera. Estoy sentada frente a la mesita donde comíamos mientras observo con mirada perdida una de las ventanas sucias de la pequeña habitación. A través de la ventana comienzo a recordar el pasado: me veo respondiendo una llamada de teléfono que ha interrumpido nuestrosjuegos de amor. Tú estás detrás de mí mientras yo hablo con alguien.

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Estamos desnudos. Siento tus manos por mi espalda y reconozco tu boca que me besa lentamente en los hombros y por ambos lados del cuello. Un grito me sube por la garganta, lo aprieto con mis dientes y mi lengua, consigo dominarlo, suelto un poco de aire, respiro, respondo a quien está al otro lado de la línea, la llamada se agota como un chubasco, cierro y me volteo hacia ti. El cielo comienza a llenarse de un color gris, se levanta una brisa que anuncia un aguacero. En el piso crece una flor que llena de luz la habitación donde me encuentro y que se traga los olores de mi memoria. A pesar del estado en que estoy, puedo recordarte. Más aún, puedo escuchar en la radio y leer en el periódico noticias sobre ti: en este momento tengo frente a mí unas borrosas fotografías de uno de nuestros matutinos. Una de las fotos recoge el momento en que sales del mar tomado de la mano de Nelly, luces alto, atlético y muy seguro de ti mismo. Ella es bella, muy bella: la fotografía permite adivinar su cuerpo juvenil y perfecto. Ella te regala una sonrisa que muestra, me parece adivinar, sus dientes limpísimos y chiquitos. En otra de las imágenes te ves trabajando en una silla de la terraza de tu casa (y no la nuestra, no en nuestra casa): estás corrigiendo la edición de prueba de un libro de relatos. Tu rostro luce agotado, tus ojos están tensos y muy abiertos; tal vez estás alegre. Yo también he realizado un esfuerzo por reencauzar mi vida, por llenarla con esos colores que permite la acuarela, por trabajar, como tú lo haces cada día en tu silla de la terraza. Pero mis fantasías y mis delirios no pueden ser leídos por alguien, al menos, no pueden ser leídos por quien yo quisiera verdaderamente que lo hiciera. En medio de las habitaciones de mi casa, me afano en las mañanas, las tardes, algunas noches y algunas madrugadas escribiendo sobre mi primer amor, que fuiste tú,


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querido Pablo. Fue una lástima que todo terminara tan desfavorablemente. Tú no podías creerlo. Pero me cansaste, me hartaste con tus discusiones absurdas, con tus recriminaciones frente a los demás. En [m ella está en tu vida y yo me encuentro tan lejos de todo, escribiéndote cartas de amor a toda hora, cartas en que te propongo que volvamos a estarjuntos, que volvamos a nuestros juegos, que tú seas el nueve y yo el deis, no, es mejor.que sea al revés: que tú seas el seis y yo el nueve. Pero no regresas, no me llamas, no pasas ni siquiera a saludarme en el día de mi cumpleaños, ni me envías una nota, nada. Si pudiera hacer algo para que regresaras, para que tocaras a la puerta de mi casa en Gazcue -así, como imagino que lo haces ahora, en medio de las tinieblas de mis deseos. Pero todo tiene el sabor de lo perdido, de lo inútil, de la separación. Yeso que siempre trato de animarme y, mientras te escribo, escucho el concierto de piano que tanto me gusta- ¿recuerdas?, ése en medio del que nos besamos por septiembre, en mi casa de Juan Dolio- o la suite para piano y flauta de Claude y Jean Pierre y hojeo, para motivarme, los cuentos de un volumen de mi escritor favorito. Y tengo tantos deseos de mostrarte qué bien me están saliendo mis cartas y cuán fácil y divertido resulta escribir -del tiempo que compartimos- en estas tardes frescas en que los jirones de mi vestido dejan ver las ruinas de mi esplendoroso cuerpo. Como si se tratara de un tubo de agua, de un túnel, la ventana la devuelve al presente. La impotencia muerde sus sentidos con los objetos de siempre: la mesita sencilla, sin labrar, llena de platos y restos de comida, de vasos conjugos calientes y descompuestos. A su espalda se encuentra la cocina de la que provienen esencias de limón y lavanda, tersas y penetrantes como las


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sales de mar. Ella se levanta de la mesita y ya en la cocina, manipulando la greca y el tarro de polvo marrón, se dispone a hacer un poco de café. Necesita tener la cabeza más despejada para terminar con sus obligaciones del día. La greca recibe el líquido marrón y negro, lo abraza en su contenedor metálico. Luego de servirlo, ella comienza a caminar con la bandeja por el largo y estrecho pasillo y se dirige a la sala. Toma el café frente a la memoria de imágenes en lucha de amor sobre el largo y duro sillón de caoba tejido con pajilla, vacía la taza y raspa con la cucharita el fondo de ésta cubierto de azúcar, se embriaga con su dulzura. Coloca la taza con el plato y la cucharita sobre la bandeja, pone ésta sobre un mueble y espera que sean las seis de la tarde de este día para que su esposo regrese a sus brazos, a los brazos de quien siempre le espera, al cuerpo de su amor, definítivo como un mal presagio. Ella ablanda la ansiedad del regreso uniendo las palabras de un crucigrama del sábado. y ya no hay restos de cartas, ni viejo amor, ni siquiera pedazos de sus instantes, todo pertenece a otro espacio, a otro tiempo, todo ya fue y no es y no será en algún momento. Ha guardado los frutos de su debilidad, ha ocultado las evidencias, ha escondido las imágenes que llenan líneas y hojas y varios cuadernos y se ha sentado a esperar que sea la hora en que él abre la puerta y la besa y la hace olvidar al otro, al primero, que continúa viviendo dentro de ella sin que él pueda saberlo. La cerradura de la puerta gira con suavidad. El hombre asoma la cabeza, luego entra uno de sus pies, le siguen el maletín y el resto de su cuerpo: no quiere hacer ruido para no despertar a la mujer que se ha dormido otra vez. Un pozo de saliva llena en exceso los cuadros de algunas letras del rompecabezas de palabras; la mujer respira pausada-


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mente, sumergida en las profundidades del sueño y la tibieza de la noche cercana. Instantes después de despojarse de una parte de su ropa, él se aproxima a la silla en que ella reposa y con cuidado levanta, tratando de no enredarse los pies con las tiras del vestido. Le invade una sensación de satisfacción cuando la deposita sobre la cama, sin que ella se haya percatado del traslado. "Felices sueños, bebé", le dice con voz muy baja. El esposo se desplaza otra vez con pasos ágiles y precisos y llega hasta la cocina. Allí se sirve leche fría, come un poco de jamón y pone a calentar en la estufa los plátanos de la cena. Después, se sienta en una de las sillas de guano de la pieza que está situada enfrente y a través de la ventana manchada de polvo siente cómo los recuerdos entran en su cabeza poblada de sueños, como si la penetraran los ravos , de la luna.

La Señorita Sal Azar

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a señorita Sal Azar tiene unos ojos hermosos, esto es indudable, su mirada es atenta, segura; por eso, sus ojos no se muestran nunca soñadores y perdidos como los de Rebeca. Pero esto no los hace menos cautivantes porque su rostro siempre tiene una sonrisa, esbozada sobre sus pálidos y delgados labios pintados de tangerine orange numberfifteen y una sonrisa que termina por desenmascararme cada vez que me encuentro frente a ella y le pido que por favor nos casemos. Estoy enamorado de la señorita Sal Azar y ella posiblemente piense en mí (si de veras me conociera) como un buen partido. Lástima que nuestro acercamiento sólo sea posible por la magia del satélite, el acuerdo de dos canales y el aparato de televisión que tengo en mi casa.


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Sesión de noche

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stoy tomando gin tonic en este lugar de ruidos y luces, mirándote bailar con alguien que puede ser tu hermana: eres hermoso, tienes una camisa blanca, pelo suave que vuela y mangas embriagadas por las alucinantes guitarras de los gitanos reyes. No, es al revés. Todo al revés: los reyes gitanos mueven con sus guitarras embriagadas las mangas de la camisa del muchacho que es hermoso y baila conmigo; yo, que no puedo -jamás- ser su hermana. El lugar me mira: ebria de licores y perdida irremediablemente en los azulados infiernos de la música.


Nicolás Mateo [San Juan de la Maguana, 19641 Ingeniero electromecánico y articulista. Perteneció al taller literario Juan Sánchez Lanwuth En 1992 fue galardonado en el concurso de cuentos de Casa de Teatro. También ha recibido premios en poesía y ensayo. En 1994 publicó el libro El síndrome del adiós y otros cfes-cuentos. Sus narraciones, estructuradas generalmente a partir de la pluralidadformal, se nutren de las contradicciones sico-sociales del drama existencinl.

El drama

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al vez si yo no hubiese interpretado mi papel de la forma magistral como lo hice, la historia se estuviera contando ahora de otra manera. Yo no dirigí la obra, tan sólo fui un actor con un papel previamente asignado. Cualquier otro, en mi lugar, se habría negado a interpretar ese personaje, pero yo no podía hacerlo, yo me debía a mi director. A fin de cuentas, ¿de qué sirve una historia de héroes sin bandidos? Además, ya el actor principal había comentado públicamente cuál sería la trama y cuáles los personajes. Y yo no podía salir de repente con un cuento. El asunto ese de las monedas fue genial, todo el mundo se lo creyó. Desde luego, estaba escrito así. ¡El guionista de la obra es un genio! La cosa es que la gente no entendió una parte de la

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historia, y entonces comenzó la intriga. Jesús hizo de Jesús y, para hacer de Judas, Dios sólo confiaba en mí.

Boleros para un sueño

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ran cisco llegó a la hora de siempre, se acomodó en el bar y pidió un trago. Los comensales empiezan a llegar, la taberna alborotada y un bolero centenario interpretado por Toña la Negra se deja escuchar en la vellonera. Seis de la tarde en las campanas de la catedral. El viento arrastra el calor por la ventana. Francisco está en su segundo trago, bebe con ansiedad, como si la vida se le fuera en cada gota de alcohol. Realmente presume que la muerte está cerca. Anoche 10 soñó. "Percal, te acuerdas del percal "... el tiempo avanza y las botellas disminuyen en la estantería. Aumentan las palabras inentendibles. Francisco y su sueño de muerte beben del mismo trago, el miedo toma forma en su cabeza. Las palabras, la muerte, el sueño. El cuenta, los parroquianos no se dan por enterados, la música está alta, la noche apremia, las pasiones encendidas, las horas avanzan, se va yendo la gente. Francisco: la muerte y el sueño en su memoria quedan. Arriba a su casa con el primer intento de madrugada. Los tragos le nublan el pensamiento, el miedo 10 arrincona, la muerte. La sangre no le permite pensar, el sueño no 10deja soñar, la muerte. El bolero se repite en su memoria: "Sombra nada más entre tu vida y mi vida, sombra nada más entre tu amor y mi amor'. Francisco vuelve a la taberna a la hora de siempre; va


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vestido con la ropa de estar triste; lleva consigo el insomnio, la angustia, el sueño y la muerte. Veinticinco centavos en la vellonera, dos boleros, un trago que bebe con ansiedad, en sus oídos retumba el murmullo de la gente. "Camino del puente me iré a tirar tu paiiuelo al rio, mirar como cae al vacío y se lo lleva la corriente'. Seis y treinta, murmuran

las campanas de la catedral; pasa la sirena de una ambulancia; la noche comienza. Francisco siente el acoso del vaso vacío, del sueño, de la muerte. Sus manos inauguran una botella, "el trago de los santos, de los muertos". El vuelve y cuenta su angustia, a nadie le importan los sueños. "¿Es la hora?". El insomnio no deja espacio para la respuesta, la muerte. "No sigas diciendo que un amigo tuyo y tu propia esposa mancharon tu hogar'. Francisco está ebrio, está solo habiendo tanta gente. Las horas no cuentan, pero sí el silencio, que ya se escucha en la vellonera. La hora está triste, está llena de miedo. Francisco sale por la "otra puerta". La calle está sola con su soledad, el viento no habla, no sonríe ni una estrella. Todo juega en su memoria: el miedo, la muerte. Un perro presagia desde lejos, el sueño. El polvo no deja huellas en sus pasos; la sombra en ninguna parte lo espera. Francisco llega a la casa, es la hora de siempre, el sueño lo sueña, la angustia lo mira al espejo, el insomnio, la muerte. El pensamiento no le alcanza para agarrar la vida, en su memoria sólo hay vestigio de oscuridad. El sueño, la sangre, la muerte. El bolero asalta de nuevo su recuerdo... "Es bien sabido que como amante no te intereso, pero sigo soñando a solas con tu regreso". Ahora es más tarde que anoche y todo da vueltas,

como si el mundo quisiera chocar contra sí mismo. El silencio calla, el espejo se mira al espejo, la noche está sola, asustada. Francisco habita el sueño, la muerte. De nuevo en la taberna, se acomoda en el bar. Pide su


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último trago (aunque no lo sabe). Retumban las campanas en la catedral. "La muerte está cerca". Cuenta su angustia a los parroquianos, nadie hace caso. Se equivocó de lugar para cortejar la muerte. Veinticinco centavos, una mano negra en la vellonera, a gotas una canción de Daniel Santos. "Vine a decir adiós a los muchaclws". Francisco y su angustia, la muerte lo arrastra, el sueño. Bebe despacio su último trago, aprieta el vaso con su mano derecha. El vaso se vuelve pedazos, la sangre gotea. "Por fin llega la muerte". La sangre llena la taberna, la calle, la ciudad; los mares se visten de rojo, el planeta... Francisco recoge su propio cadáver, se va lentamente. La noche apenas sonríe, la soledad está sola... Ya no hay espacio para la muerte.


Máximo Vega (Santiago, 1966] Labora en el área de la comunicación, especificamente como técnico de televisión. Ha colaborado en diversos periódicos nacionales. Sus cuentos han recibido galardones, como el primer premio del concurso literario de Alianza Cibaeña en 1991. Sus narraciones son escenificadas dentro o a partir del entorno fa.miliar; en este espacio propicio para la ruptura de la integridad, Máximo construye, mediante un lenguqje intenso, un hombre marcado por la dUQlidad sexual y el consecuente desdoblamiento de la personalidad.

Film noir El presente

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etrás de sus esfuerzos por saber qué había pasado, sólo le quedó pendiendo el tremendo recuerdo del otro. A través del otro, la aterida imagen de sí misma. Inviolable y lasciva, construida para los demás, se supo sola y extraña. Le pareció que acaso no era mujer, que acaso se encontraba muerta (inevitable remembranza de Fridha Khalo). Le pareció que todo lo que veía no era real, que todo ocurría sencillamente en su cabeza o que soñaba algo absurdo porque de todas maneras era demasiado lógico para ser un sueño. Le pareció que no se encontraba allí, que el cabaret no se hallaba en el punto

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más alto de su nocturna depravación, que una mujer gorda con cara de ser más bonita sin el maquillaje no se empecinaba en mostrar a una clientela bulliciosa y lúgubre una sonrisa estúpida de ajado símbolo sexual mientras se quitaba la ropa con el telón de fondo de una canción vieja y rancia, como ronca. Sitio de cervezas y de streep teases. De rones agrios y tragos al por menor. Pero es cierto que me encuentro aquí, pensó. La gorda azul por las luces intentando quitarse unos guantes con tigres de lentejuelas falsas (absurdas parodias de la lámina). Los hombres extasiados y borrachos olvidando su adiposidad y gritando cada vez que se desprendía de una media para, al final, dejar al descubierto como un trofeo inalcanzablemente extraño su sexo pintado de rojo. Pedir dinero solamente por aquella visión nada espectacular, decepcionante incluso. Ajá, ajá, pensó. Ya sabía yo que esto existía. Ya sabía yo que aquí él me traería. Su compañero tenía un amigo allí, y precisamente por el recuerdo de ese amigo habían ido a recalar al cabaret. Ambos entraron por detrás. Los hombres intentaban tocar a las mujeres con aspereza y ella recuerda especialmente a uno con barbas y franela con huequitos que acosaba tenazmente a una mujer pequeña y delgada de ojos caídos y grandes nalgas, que se resistía. Caminaron, vieron. Llegaron hasta un hombre que hablaba pausada y dulcemente como una mujer dulce, dando órdenes secas de madama para que las bailarinas salieran al escenario a desvestirse ante los clientes que gruñían a veces y las admiraban con un recurso platónico. Su amigo se movía muy afectadamente, como un amanerado: así lo llamaremos. El amanerado saltó como un adolescente cuando vio al hombre que llegó con aquella mujer que parecía perdida ante la tremenda originalidad de lo que ocurría. Entonces su compañero empezó:


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-Necesito pasar la noche aquí. Nos andan buscando, seguro. Yel amanerado dijo: -Aquí siempre va a haber un sitio para ti, querido -y reparando en ella por segunda vez-: ¿Los dos? y su compañero respondio: -Sí, los dos. El amanerado sacó un cortauñas de uno de los bolsillos de su pantalón, con un corazón de madera que le colgaba y se mecía como un péndulo, y empezó a cortarse unas uñas largas y bien cuidadas, pintadas con barniz natural. Ella pensó qué mujer, qué mujer. "Okey, no importa": el amanerado. "Me parto la...": el amanerado; eso fue todo y ella pensó supongo que se va a parar por ahí en algún lugar oscuro para acecharnos. Agazapado como un gato, espiando como un niño con la oreja sobre la madera de la puerta, observando cada movimiento, sintiendo cada suspiro, doliéndole cada beso furtivo, cada mirada febril. Está celoso, pensó; es increíble, pensó. No sabía -el malo de los cuentos, el homosexual ignorante- que dos horas antes, en el motel del viernes, él la había amado bajo la luz densa del cuarto, y ella se había dejado acariciar tan profundamente que sus yemas descubrieron zanjas que ella misma no conocía. Esa era su idea acerca del amor, ese vago sentimiento de inexistencia en el orgasmo y la eyaculación mutuas. Aproximación a Adrian Lyne: tocarse, penetrarse, lamerse, soltarse, qué más. El sumun de la vida, cree. Y él a veces se decía, al lado de la cama que tenía la extraordinaria propiedad de expandirse, como si fuese elástica: "Qyerida Andrea". Andrea tiene un sexo velludo y firme, negro, fiel, taciturno. No se mueve mucho, los espejos del techo miran la ranura OScura y no se asombran: hemos visto tantas, dicen. Desordenan el orden imperfecto de las sábanas, los flamboyanes torci-


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dos estáticos en los cuadros. Porque amo tu cuerpo tu cuerpo es insondable. A veces él se masturbaba cuando la veía en ropa interior, su semen pegajoso y cruel. No debería estar aquí, pensó. Ella no debería estar aquí, pensó. Hacía medio día apenas se encontraba en aquella calle, en aquella casa con aquel hombre. Hay que doblar a la izquierda alrededor del poste, pasar sin saludar el policía del cuartel, los guardianes y los perros de las casas vecinas, el trillo de acceso, la isla de miseria a un costado con niños desnudos y calles encharcadas, y llegar hasta una casa que no tiene sirvientes, su sala repleta de adornos de cerámica como cuentas, muebles de mimbre y cuadros llenos de coches y de látigos. Su marido ha llegado al país hace poco tiempo. Le ha enseñado como unjuguete nuevo su máquina de contar dinero. Digitalmente perfecta. Plateada y tan rápida que empieza a sospechar que tiene poco dinero para contar, pues la máquina lo engulle en segundos. Su marido se encuentra sentado en un sofá negro acolchado para países fríos. El dorado legítimo de sus cadenas le tiene el cuello algo doblado. Siempre viste de saco y corbata. Colores chillones. Recuerdos de amarillos y rojos de Africa. Antigüedad vodú. Tiene una extraña idea acerca de la elegancia y la combinación con el dorado de sus cadenas. Su marido con las pupilas dilatadas. Su marido el que llega dos meses al año y es cada vez otro. Relaciones sexuales tres veces al día, espectáculos desnudistas -como una bailarina- cada vez que él lo pida, aguantar su aliento con olor a humo y yerba, enfrentarse a la posibilidad de teñirse de rubio para enseñarla y encontrarse a la altura de las esposas de sus amigos. Enfrentarse a los desvaríos de extraños juegos sexuales. Su marido le dice, desgonzado sobre la colcha: "Alguien me está traicionando. Hoy me quisieron malar ", con su acento campesino mezclado con el inglés. Y


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ella piensa sé quién soy, sé quién soy. Ha llegado alguien. Se encuentra en el piso del motel.

El Pasado Cuando se la presentaron, pensó que nunca había conocido una mujer como aquélla. Ideas de guardaespaldas, disparates esperanzados. Jamás he visto a una mujer de esa manera, pensó, parada como una estatua en el balcón antiestético de su cuarto de segundo piso, en una casa tan ecléctica que parecía de caricatura. Pero esa mujer no le hizo caso. Por detrás de sus vidrios negros la veía: qué linda es. Camina hacia su habitación, sube las escaleras, cierra la puerta; baja las escaleras, se dirige al baño sin sensualidad, sale en su auto, regresa con libros y ropa interior, a veces con comida. Pero lamentablemente ella no se enteraba de que él la veía. Iba de un lado a otro, como nerviosa; volvía a subir las escaleras o bajaba a la terraza mientras eljefe hablaba por el celular. "Esta es Andrea", se la presentó el jefe: Andrea bruja. Presencia etérea, mujer fatal. Andrea bruja no le hizo caso y al contrario les sugirió a todos que se quitaran los lentes oscuros porque allí dentro no había sol de qué cuidarse. El quedó deslumbrado: no había conocido jamás a una mujer tan diferente y, al parecer, tan dueña de sí misma. Lástima que le estuviese prohibido quitarse los lentes. Había pasado mes y medio, y dentro de quince días exactos su marido se iría de nuevo dejándola sola rodeada de tarjetas de crédito. Visa, Mastercard, pero los negocios no iban bien. Demasiada competencia: alguien lo buscaba, no sabía quién, ya le habían disparado antes en su negocio de venta de vehículos. "Es uno de los nuestros ", se dijo, búho sabio. Uno de los nuestros -de los de él- le sopla al no-sé-quién. Debemos atrapar al no-sé-quién. Sobre la


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cama, tratando de hacerle el amor por detrás con todas sus consecuencias, le contó todo de nuevo entre gemidos, y le narró una historia de los hermanos Gremm. "Sé lo quevoy a hacer", le dijo. "Nadie me va a poner una mano encima. Nadie", se dijo. Pero nadie sabría que él sabía quién, y ella pensó quince días, quince días, y qué extraño es el destino, las leyes de la naturaleza, aún las de apareamiento. Luego se conocieron realmente, ella propició el encuentro. Le preguntó su nombre porque se dio cuenta de que la espiaba, a veces. Sabía que cuando por alguna razón se hallaba en su cuarto con su marido fuera de la casa atendiendo sus negocios y lo dejaban a él para cuidarla, colocaba la oreja en la puerta o miraba por el ojo de una cerradura cíclope; Se dio cuenta por los ruidos que ocurrían en el pasillo, porque una vez entró al medio baño y salió por la puerta trasera: allí estaba, voyerista. -Manuel -respondió él-o Me dicen Manolo, señora. -¿Por qué me espías? -le preguntó ella secamente. -Pa-para verla. Nada más para verla, doña. -Deja de espiarme -le ordenó. Pero él no aprendió de inmediato, ella lo advirtió. En el baño del pasillo del segundo piso, ella trataba de tardar lo más posible para evitar el extremo cuidado por lo menos esas veces del día. Rodeada de toallas, de Vogues y de Sebastians, se veía en el espejo y se embarcaba en una amplia búsqueda de placer individual. Detrás de la puerta estaba de nuevo el ojo, pero ella no lo sabía, o si se daba cuenta ya no le importaba. Iconoclasta y dura, se exaltó poco cuando vio aparecer el sobre echado por el espacio entre la caoba y el granito. Leyó: "Si no puedoverla en vivo, regáleme una foto de usted". Tampoco se contrarió. Lo encontró en la mesa de la cocina y se le sentó delante. Se sacó la carta del bolsillo y la colocó encima de la mesa. "¡,Qué es esto?", le preguntó.


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-Es un sobre -contestó él. Ella pensó que cómo es posible. Esto va a resultar más difícil... carajo. -Ya sé que es un sobre. Quiero que me digas por qué escribiste eso que dice ahí. Porque lo escribiste tú, ¿verdad? -S-sí, fui yo, doña. Lo que pasa es que no puedo dejar de pensar en usted. No puedo dejar de verla, si no la veo me voy a volver loco. Se sacó otro sobre del bolsillo. "Tome", casi le ordenó. Ella leyó: "Si no meva a dRjar quela vea, si no meva a regalar aunque sea una foto suya, entonces deme un beso. Manolo ". -¿Pero es que no entiendes, bruto? -le gritó, impotente- ¡Tú sabes de quién soy esposa! ¡Te pueden matar! Yo no quiero problemas. Pero él lo tenía todo calculado, exactamente. Se acercó tan rápidamente a ella que no le dio tiempo a reaccionar. Se quitó los lentes negros, descubrió unos ojos claros que escondían toda su personalidad. La presencia verde la inquietó. La tomó de la cintura y la cabeza y la besó tan fuertemente que le cortó el labio superior. Un poco de sangre, belleza Nosferatus. Ella se apartó, sólo un momento. Dejó caer el sobre y repitió el beso. Algunos minutos después se separaron. La casa sola, olía a talvia. Era viernes. El alzó la cabeza y escogió uno de los autos en la marquesina. "Aquí no", exclamó, "nos pueden encontrar". -Nos vamos -le dijo. Ella lo acompañó porque lo creyó su destino. Sólo que no se percataron, absortos en el futuro placer y con la mirada puesta hacia adelante, de que los seguía un hombre diminuto y firme en un auto blanco. Los siguió por la calle de acceso y al final por las calles del centro. Los siguió hasta el otro extremo, penetró la autopista sin perderlos de vista -haciendo mucho esfuerzo debido al tráfico caótico, pensó en lo importante de la experiencia-o Los


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siguió hasta el sendero que él mismo había recorrido algunas veces. Cruzó la puerta escondida detrás de unos arbustos y el letrero sicodélico gigantesco. Dio dos vueltas luego de que el auto que seguía entró a una de las cabañas y la puerta metálica se cerró con su leve ruido de acero. Pasó a una motocicleta y a otro auto de vidrios ahumados que entraba a una cabaña doble. Pasó delante de la puerta de entrada, en donde un señor viejo en una casilla llena de llaves, discreto y callado, se preguntaba por qué daba tantas vueltas y no entraba a alguna vacía a esa hora de la tarde. Pasó por delante de la cabaña otra vez, para estar totalmente seguro de que el auto se encontraba dentro aún, y, por lo tanto, ellos dos. Salió del local por la puerta semioculta, observó el nombre en relieve del letrero y lo apuntó -aún manejando- en una libretita con su indescifrable caligrafía. Se vio en el espejo retrovisor, abrió la boca, hizo que se reflejaran sólo los dientes, y se los limpió con el dedo índice de la mano derecha. En el asiento trasero tenía un ejemplar de hacía dos años de OUI. "Ya está ", se dijo. "Ahora seguramente que él la va a llevar a los suburbios". Le sonrió con asma el espejo retrovisor.

El Regreso Para él, ese cuerpo era extraordinario. Acostumbrado a otros vulgares y ajados, la tersura de esta piel lo llevaba hasta la infancia. ¿Cuándo pensó tener a alguien como ella? Lejanamente se ve el objeto del placer, que se mueve: la compañera se dirige al baño, se quita la toalla con un movimiento lento y sensual, lleva una ajorca en uno de sus tobillos, enrojeciéndolo; su olor contenido detrás de la tela se desprende de su piel y se esparce como bruma por todo el cuarto mientras el cuerpo entra a la lluvia de la ducha y empieza a cantar dulcemente. Por eso le pidió que huyera


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con él. "Fúgate conmigo": él. "Nos iremos muy lejos": él. Ella pensó que todo se derrumbaba, como el Imperio Romano, como Constantinopla, como Robespierre. Salió en ropa interior. Le dijo: "Con una condición. Tenemos que matarlo. Nosva aseguir". No existe nada más perverso que una mujer en ropa interior: no se encuentra totalmente vestida, no se encuentra totalmente desnuda. ¿Increíble? La voz de un cantante desafinado y alcohólico se adueña de todo el cuarto. "Vámosnos": ella. Qué más da. El nunca aceptaría. El amanerado se acercó lentamente hasta la mesa que ocupaban. Recogió el vaso de Manuel y se 10llevó a la boca. "Qy,iero hablarcontigo, querido. Ven". Ella percibió algo que no le agradó en la voz que ordenó. Caminaron lentamente hasta un cuarto en el fondo, al final de un pasillo vacío que, a veces, se encontraba repleto de huacales y mujeres burdas. Abrieron una puerta: se le ocurrió que salían a otro mundo, o por 10 menos a otra dimensión menos objetiva. Detrás de las cajas un minotauro, la oscuridad oculta algunos monstruos. Detrás de ellos otra puerta, posiblemente la que conducía al callejón que llevaba a la calle. A través de las tablas superpuestas se escuchaban los ruidos de la noche. "No tengo secretos para ella", le dijo Manuel, y Andrea bruja se enorgulleció. El amanerado empezó a caminar de un lado a otro del cuarto, se tocó las nalgas, se metió las manos en los bolsillos, le sonrió a ambos, Andrea pensó: alto, yel amanerado se detuvo. La música casi había desaparecido. Le entusiasmó la idea única de que tal vez se encontraba en el centro de alguna clase de laberinto. El amanerado se irguió. "Ya no te necesito", exclamó. Manuel sonrió nerviosamente. -¿Cómo que... que no me necesitas? -preguntó. El amanerado se acercó lentamente, se irguió de nuevo -Manuel era más alto- y 10 besó violentamente en la boca. Manuel no se asombró. Se tocó el arma en el costado, es


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más: la tomó. Andrea observaba, muda. El sonido del disparo -tan cercano, tan súbito, tan real- la asustó tanto que la obligó a cubrirse la boca con las manos. Manuel cayó al suelo con una lentitud cinetoscópica. Embriagado por la violencia y con la mano llena de sangre, el amanerado levantó el arma hacia Andrea. Ella pensó esto no estaba en el libreto, quizo pensar esto no estaba previsto. Manuel y ella no lo planearon, Manuel muerto en medio de un charco rosado, con el arma empotrada en su mano. Su cuerpo -inerme ya, insensible- se desangraba sin piedad a sus pies. Ella se encontraba terriblemente impresionada, sus ojos abiertos por el asombro, el corazón latiéndole con un ritmo innecesario. Por la puerta trasera entró un hombre que buscó en un instante el cuerpo masculino erguido. Le disparó por la espalda sin pensarlo dos veces, el ama~~rado cayó suavemente de bruces sobre el piso. Los sucesos eran frágiles, los hechos ocurrían apenas. La sangre inundaba el cuarto y manchaba las cajas pegadas a las paredes; la sangre creaba charcos, meandros, guías. El hombre se acercó a los dos cuerpos, sobre todo al del amanerado. "Traficante. Bruto", le ofendió quedamente, y lo escupió. Le sonrió a la mujer que aún tenía las manos en la boca cubriendo el grito -jamás pensó que morir era de esa manera, las muertes habían ocurrido con demasiado alboroto-; el hombre, tranquilo y extático, intentaba percibir si alguien se había enterado de los disparos. No. Manuel estaba muerto: la tragedia de crecer. La nostalgia de las cosas idas, la cercanía de la vejez. Andrea bruja cansada. - Vámosnos -la despertó el hombre-o Ya todo está hecho. La están esperando. Y ella se sintió terrible, porque no pudo liberarse de sí misma.


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El Retomo Su marido se encontraba desgonzado sobre la negrura de la colcha. Fumando, rascándose las ingles, sonriendo. "¿Lo hiciste? ", le preguntó. "Sí', contestó ella. "Dos pájaros de un tiro", ironizó. Quizo llorar: se había encariñado con él. Puro Bruce Beresford: "El mundo es un lugar cruel, pero está la luz del sol...".


Luis Toirac [Santo Domingo, 19661 Graduado en IngenieriaIndustriaL Perteneció al Círculo Uterario iel INTEC. Sus cuentos han sido galardonados en los concursos de Casa de Teatro y Radio SantaMaría. También escribe poesia yfue co-autor de la interesante agend.aPapeles de Aquel~, de 1992. Sus cuentos suelen partir del entamo cotidiano hacia una abstracción dramática. donde la prosa ligera y la referencia a los elementos naturales auspicianpasojes, alfinal de cuentas, frescos y de alto contenido humano.

La ciudad dispersa A Luna, q1.U! gustaba de caminar

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ien tras el auto recorre una ciudad que hace tiempo ha muerto, trato de construir una sonrisa. La misma de cada vez. Esa sonrisa que los labios no entienden y aparece ante el abrumador estallido de la formalidad. Intento repetir el ejercicio de absorber fugazmente los sucesos que acontecen en la avenida. La experiencia es intolerable; me mareo un poco y retomo la vista al frente. La ventana está abierta. Ella tiene los ojos húmedos de brisas, la lengua reseca por la continua presencia del asombro y la sorpresa. Parece pensar que al fm y al cabo lo importante es existir, a pesar de las penas y la ínmisericordia.

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Las sensaciones se suceden de manera rápida e imprecisa. El movimiento es un fenómeno extraño. Sentir, de repente, cómo se estrellan en un rostro automóviles, puertas, personas y ventanas, y sin embargo, basta un leve parpadeo para que estos objetos desaparezcan dejando sólo un recuerdo pasajero. Después surgen otros objetos parecidos que sustituyen a aquellos que han escapado para siempre sin motivo. Se asiste entonces a una caravana de minutos que crecen y se amontonan sobre los días como aquel que junta flores sobre el césped. A menudo ella se concentra en algún instante particular, aquel donde la ciudad deja de huir y el caminar de los transeúntes y los ruidos que flotan en el aire urbano cobran un sentido mucho más cercano. No obstante, a pesar de esta absoluta concentración, sucede otra vez lo inexplicable: los objetos desaparecen como polillas en la niebla dejando tras de sí sus estelas entrecruzadas. De todas formas, es interesante, sobre todo en tardes frescas, pasar rápidamente entre la muchedumbre, sin atender fijamente a nadie, con la mirada puesta al mismo tiempo en todas las personas posibles que puedan abarcarse con el radio de la visión. Luego, y sin absoluta preocupación o premura, y a pesar de esa sensación de panal que arropa el cuerpo y sus simientes, parpadear en absoluta paz y dejar de percibir por unos segundos cualquier sensación visual y sumergirse en el sonido confuso, entrecortado, de voces que jamás volverán a escucharse, de olores extraños, de esa indescriptible recreación de una roca arrastrándose dentro de la incontenible furia del alud. Pero nada de esto es comparable al proceso de adivinar lo cotidiano: ¿quién será el próximo entre decenas en dirigirnos alguna palabra o expresión triunfal, o quizás una mirada reprobadora o cuestionante? Todas estas lucubraciones provocan una especial alegría en mi amiga. A me-


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nudo percibo cómo se burla desenfrenadamente de estos aconteceres diarios sin el menor reparo. Cierta vez, recorriendo una calle estrecha de la Parte Alta, nos detuvimos brevemente frente al escaparate de una gran tienda. Este simulaba un espejo y en él, como el abrir de unos párpados inmensos, su imagen se reflejó claramente bajo el suave regresar del viento. Los ladridos no se hicieron esperar. Se le aparecieron imágenes muy vívidas que la confundían y la lanzaban a esa realidad paralela de los espejos, a ese otro universo de entidades planas, de formas brillantes y prematuras. Ese rectángulo inmenso era una ventana indescifrable puesta allí por habitantes de lugares muy lejanos. Cuando la sostenía, y su pelo negro y suave temblaba bajo el furor de la excitación, pensé en el primer espejo, ese de metal bruñido que devolvió el primer rostro, el rostro perplejo del orfebre que lo pulió a través de la noche, con manos ásperas, fe vehemente y la sorpresa adorable de poder reproducir un milagro continuamente a lo largo de todo el resto de su vida. Más tarde, cuando mi cabeza empezó a poblarse por ideas provenientes de ningún lugar, visité esa época de renacer, hace cinco siglos, cuando fabricar espejos de vidrio era un misterio para el planeta y satisfacción y dicha para sus inventores. Las calles de agua de Venecia son espejos largos y verdosos, donde se sumergen edificios amarillos, ventanas hermosas como el ámbar que guarda en sus entrañas el pasado, y donde personas que no conozco lanzan una moneda que zumba en el aire y se clava en el cieno hasta que el tiempo les regale viajes profundos y aleatorios. Los espejos son el secreto mejor guardado de Venecia. En callejones oscuros los amigos cercanos del orfebre mueren por la peste del espejo, el espejo que devuelve los rostros donde desembocan el futuro y los


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sueños de los nmos. El secreto permanecerá. La boca delatora morirá y los familiares cercanos, aun hijos y esposos, no escapan a muertes violentas en el tranquilo lecho o las soleadas terrazas. Ahora, a siglos de distancia de estos sucesos sepultados y olvidados tras el polvo de los veranos; en una época donde estas cronologías ya nada importan, Luna se asombra de su imagen reflejada nuevamente; como cada vez, como cada día durante el resto de sus días y de los míos. Yo me jacto de recorrer la Historia de la Humanidad en poco tiempo: puedo trasladarme a las Cuevas de Altamira en pocos segundos, subir tras Jesucristo al Monte de los Olivos en su total y prolongada ausencia; en fin, instrumentar un devenir que recuerda sucesos ya muertos, mudos y acorralados. Puedo ser aquel que cuestiona y juzga otros seres felices e ignorantes, pero definitivamente felices, mas todo esto no añade un grano de tranquilidad a mi vida. Estos seres no persiguen interpretar mi existencia o la presencia fugaz del aguacero. No impiden el discurrir efímero de mis pasos: es aquí donde su grandeza se agiganta y nos sonríe. Permanecí contemplando el escaparate por un largo rato. En él las personas se hacen y deshacen en unjuego misterioso. Es como si la vida que posee la ciudad, todo lo que en ella existe, proveniese del espejo. La ciudad es el reflejo de un mundo que atisba a este otro donde comemos y respiramos. Somos sombras coloreadas provenientes de una ventana de plata. Mientras meditaba estas ideas, brotó entre ellas una certeza descabellada y absurda. Su improbabilidad la convertía en una creencia atrevida y, por tanto, anhelada. Bajamos del auto y nos paramos frente al espejo. La acera despedía un calor que reverberaba en nuestros cuerpos bañados por un sudor insistente. Luna dejó de ladrar sólo cuando al tomarla rápidamente nos lanzamos con decisión


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hacia adelante: clavadistas desafiando las alturas que los separan de la caricia de las aguas sedientas. Durante un espacio de tiempo que no es posible precisar, y que podría describirse como el nadar por un estrecho canal de plata, brillante y poseído, la ciudad se desdobló, cantó sus balcones y parques y cobró esencia de ser viviente. Cuando pude darme cuenta de lo acontecido me encontraba de espaldas al escaparate. La ciudad, no obstante, era la misma. Los objetos se mueven por sí mismos y lo miran a uno con detenimiento. Respiran el mismo aire, exhalan un aliento almacenado; de testimonios acumulados. Subimos al auto. Dentro, a salvo de ausencias y del calor que impregna el cemento y los árboles, decido al fin regresar a la casa. Las calles, las mismas de todos los días, parecen dirigirme en sentido contrario al acostumbrado. Esta sensación me confunde brevemente. Camino al barrio, Luna repite sus usuales yacostumbrados juegos y mantiene la mirada esbelta y relajada que clava en todo el derredor. Sentía que el día retrocedía de una manera que no alcanzaba a explicar a medida que el vehículo devoraba las calles repletas de personas que ignoraban que eran objetos de una profunda observación. Llegamos a la casa y parqueamos frente al jardín. Era ya noche. Abrí la puertay los niños saltaron a mis brazos como dos pequeños copos de algodón. Luna desapareció hacia la cocina. Besé a mi esposa como si estuviera programado para hacerlo. En realidad actuaba guiado por alguna fuerza desconocida. Mi corazón comenzó a latir apresuradamente al percatarme de que las cosas se desarrollaban de una forma normal. Caminé hasta la cocina y observé a Luna desde una


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lejanía cercana. Comía abundantemente y no se daba cuenta de lo que estaba sucediendo. Me costó tomarla en brazos. Cuando lo conseguí enrumbé con ella hacia el gran espejo de la sala. Mis pensamientos fueron corroborados de manera instantánea. Luna no ladraba, pues nosotros usurpábamos el lugar o tiempo de las imágenes: éramos, quizás, las imágenes. No quedaba mucho por hacer. Debemos regresar, cruzar de nuevo la frontera de plata y componer de nuevo el Universo. Cerré los ojos, respiré hondo y nos lanzamos a través del espejo. Un frío magnético nos hizo saber que habíamos cruzado y llegado a la verdadera sala de la casa. Nuestra silenciosa irrupción no sorprendió a nadie. Esperé en vano unos besos que creí se repetirían. Me asomé por la puerta de enfrente y pude comprobar algo que acrecentó aún más mi confusión: el auto no estaba estacionado frente al jardín. Un cansancio dulce se apoderó de mí. No quise pensar en quién habría saludado a mi familia de este lado del umbral. Estaba seguro que el auto había quedado frente a la tienda, en pleno centro de la ciudad, pero decidí dejarlo allí hasta mañana; ésta había sido un tarde muy larga. Ahora, tal vez, lo conveniente era escabullirme en el descanso de los sueños. Durante mucho tiempo después evité tocar los espejos. Temía que mis dedos se hundieran en su cristal callado, que mis movimientos fuesen ignorados por ese otro yo que los devolvería con su paralela presencia. Conozco pocas respuestas a miles de preguntas que nacieron en mí, producto de estos misteriosos acontecimientos. Un espejo es mucho más de lo que aparenta; ésta es una de esas pocas respuestas. Pero ya no es tiempo de pensar y recordar. La tarde se ha escondido bajo los árbo-


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les. Acaricio a Luna mientras ella ladra a sí misma, a la otra Luna, envuelta en su felicidad de cristal.

Luego degeneraciones de intrigas y asesinatos, los venecianos accedieron a deuelar el misterio. Veinticinco de elws marcharon a Francia a instruir a los emergentes del espejo. Años más tarde, los franceses peifeccionaron tanto esta técnica quesuperaron a sus maestros como sucede casisiempre tras la oscuridad , la saga. Sus espejos eranornamentados hastaelextremo de cuestionarelpropio sentido de estas formas reJlectantes.


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Eugenio Camacho (Moca, 19631 Desempeña las labores de prqfesor de Letras Y director teatral. PerteneciD al Taller Literario Octcwio Guzmán Carretero y al Ateneo Insular. Ha recibido varios galardones literarios, entre ellos el primer premio en el concurso de cuentos de Radio Santa María en 1994. Sus narraciones volean la cotidianidad en el fantasma. raído del absurdo, donde el oombre se reduce a lo terrible.

Los secretos del fango

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l hombre parecía estar entre los límites del sueño. Siempre había soñado con esas noches densas. A su memoria llegaron los recuerdos de aquel día, creyendo haber bajado por el hueco de su propio cuerpo. Su asombro fue mayor cuando se detuvo frente al vacío: era "un abismo roto". Mientras dormía vio la silueta de un hombre que se decidió a bajar, pero era él mismo que no había despertado: sin embargo, seguía mirando al hombre que iba caminando en su propia conciencia. Eran dos entonces los que decidieron entrar en la espesura del bosque de las pirañas y se sumergieron en el fango con una parsimonia asombrosa. Con sus manos rozaron las paredes de aquella galería construida de telarañas y sólo alcanzaron a ver el agua cenagosa; poco a poco fueron aspirando el vaho de la tierra que temblaba. Todo estaba sumergido en

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la tiniebla más abismal de la existencia; mientras suspiraban se observaban las burbujas negras que subían hasta la superficie cenagosa, desde allá abajo, en el otro lado de la tierra. De esta manera fueron tocando las paredes del pozo cilíndrico hasta encontrar el enigma detrás de las ventanas que abrían el paso a una realidad más recóndita. La oscuridad era densa; sólo alumbraban los ojos de ellos cuando levantaban los párpados, había en ellos una luz interior que alumbraba la parte más cubierta de su propia alma, en una escondida galería que había construido en su memoria para el descanso de su propio yo. Comenzó el camino hacia el abismo. Mientras bajaban, seguían la conversación imaginaria entre los dos hombres. Imaginándose tener a alguien a su lado, al lado de él mismo, recordaba ahora todos los pasajes del sueño: -Baja de ahí de esa roca lisa como larva, para que veas cómo sale el sol en esta parte de la tierra. "Ahora vi un rayo muy pobre que se escapó por la grieta de la tierra; es un sol como rojo, viene acompañado de unas gotas muy frías de agua". -Tierra, agua. Escuché dos palabras. ¿Y qué es la tierra si ya no tengo conciencia de ella? No puedo palpar nada; estamos en el vacío. -Entonces ya ni siquiera vives en tu propia conciencia. -Estoy casi seguro; creo que la conciencia no existe. -Sí, existe; pero este es otro orden, otro estado de la memoria infinita. Aquí todo es posible hasta lo imposible. No te das cuenta que mientras hablamos el sol te alumbra esta parte de la cara. ''Y me tocó el rostro con sus manos frías". -Despierta, lo que sucede es que tú te pareces a esos monstruos marinos que les brotan los peces por los cabellos. Mira cómo chapalean esos que están ahí en el fango de tus ojos. Cuidado, que me pueden molestar en la piel.


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-Mis ojos dijiste. ¿Qué hay en ellos? -¿ y tú no sientes nada? -No, cuéntame. -Hay una especie de lago con un atardecer mojado, debes ir quitando con las manos los que se quedan clavados en las pestañas. Son peces extraños. Espera, no muevas los párpados ahora, que mientras tú los mueves para mirarme, un chorro de agua salada baña mis pupilas y tú sabes que en el fango hay un secreto. -¿Un secreto? -Hay animales antiguos. Fieras carnívoras, así como serpientes venenosas. Abre esa puerta con cuidado. "Fue abriendo los párpados lentamente, y recibiendo la claridad". Miras hacia el exterior pero no debes cruzar. El viento puede arrastrarte hacia esa hoguera caliente que ves desde aquí "y señalé con el índice". Si cruzas esa puerta ella será capaz de cerrarse y te quedarás atrapado en el otro lado. "Ahora viene un olor a nube azul, o mejor dicho a nube quemada por el fuego". -¿En el fuego? -Sí, en el fuego. -¿Y qué es el fuego? Yo soy inmune al fuego, además, el fuego no existe para mí. ¿Y de dónde viene? -Es una lengua roja, muy roja, como quemada. ''Y olió las paredes". -Yo creo que tú estás soñando porque hace un rato me hablaste del secreto. -El secreto de la armadura de cristal. -La armadura dijiste, ¿para qué sirve? -Es la armadura de la conciencia y de las ataduras humanas. Dentro de ella, muy hondo, hay un monstruo marino que debemos sacar. Dicen que es una fiera muy peligrosa. Con los monstruos se corre el riesgo de perder.


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Después de muerto podremos entrar y subir hasta la superficie. -¿Y por qué en la armadura? -Porque ella sube sólo con el oxígeno de toda especie humana. -Pues salta de ahí, que mientras continuemos la conversación en el camino de la memoria, seguiremos bajando hacia lo hondo. A mí por lo pronto me hubiese gustado despertar. ''Y apartó una nube con los párpados. Sus ojos miraron el vacío roto".


Melchor Rosario [La Vega, 1966] Graduado en Informáiica: Ha pertenecido al Taller Literario la Matrácala y al Grupo Literario Federico García-Godoy, en La Vega. También escribe poesía. Ha sido galardonado en varios concursos, entre eUos el de Alianza Cibaeña. Prepara el libro Sobre la dudosa utilidad de los gatos. Sus narraciones, labradas con imágenes industriosas pero cristalinas, reflejan la comptejtdod. moral y espiritual de la existencia humana.

El ataúd de los sueños rotos

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a iglesia está en penumbra. Los rostros cabizbajos parecen manchas oscuras. Los candelabros esparcen una luz mustia. En el altar, el sacerdote, vestido de blanco intenso, hace un gesto y todo el mundo se sienta; lo extraño es que no hacen ningún ruido. Todos permanecen con los ojos al piso. Desde el lugar donde me encuentro, la voz del celebrante llega fuerte y clara; es corno si sermoneara alIado mío. A veces creo que cuando habla se refiere a mí. Cerca del altar, un gran ataúd; una enorme sombra negra que parece cubierta de perfidia. Los rostros continúan con una expresión indescifrable, corno si el tiempo se hubiera detenido en sus caras y el olvido reflejara voces, murmullos, de los que se desprenden de las noches sin nombres. El sacerdote dice que en la colecta debernos dar algo propio, algo íntimo, algo mío, algo que después me haga falta, porque la limosna...

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La sombra negra y larga parece moverse con el viento. Las luces se estremecen como si temiesen a la muerte. Y exactamente frente a la muerte estábamos; vigilados por ese ensueño negro. La muerte, como los sueños, se lleva dentro. En el momento menos indicado se despierta y nosotros dormimos. Los dos monaguillos, cubriendo sus rostros con un capuz blanco, comienzan a recoger la limosna. Avanzan lentamente y sus cuerpos parecen trazar en el suelo símbolos olvidados en el silencio de los tiempos. De lejos se ven como dos fantasmas, de esos que danzan ebrios en las noches blancas. La iglesia para esos dos pequeños es muy grande; tardarán un poco en llegar aquí, al último asiento, donde el aire baila alegremente con los asustados candelabros. ¿Qué les daré? Ningún centavo llevo encima. Quizás se conformen con un ramo de amistad o una rosa de amor, pues no tengo más nada que obsequiar. Además soy nuevo en el lugar y no sé qué cosa se puede ofr~cer. A medida que se aproximan, veo que cada persona saca algo blanco de su pecho y lo pone en la canasta. Con las canastas rebosando regresan al altar. Se abre la puerta del ataúd e introducen las limosnas en él, produciendo un extraño eco que permanece extático en toda la edificación. ¿Qué será lo que dan y por qué tiene ese color absurdo que hiere mis ojos? Nunca había visto un rito similar. No sé si fue coincidencia, pero los chicos se aproximaron a mí al mismo tiempo. Qué les daré. No tengo nada que darles, excepto el ramo y la flor. Aljuntarse, los rostros se voltearon hacia mí y sus miradas parecían golpearme. No pudiendo sentir tantos golpes saqué el ramo y lo coloqué en una de las canastas; creí que con eso las miradas cesarían, pero no, continuaron con la misma intensidad. Así que extraje de mi alforja la flor y la deposité en la otra


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canasta. Las miradas me asfixiaban, parecían juzgar mis actos. Los chicos al tener su ofrenda corrieron al ataúd y vaciaron su contenido. Al recibir su nueva culpa, el féretro comenzó a iluminarse con múltiples colores. Los rostros asombrados se levantaron de su lugar y se dirigieron hacia mí. El sacerdote alza el brazo y ordena que me acerque. A medida que avanzo, las miradas parecen danzar en un mar de lodo. -Lo hemos estado esperando por mucho tiempo. Usted tiene que ayudamos. Al mirar por la obertura noté que en él había muchos sueños rotos; sueños marchitos por el tiempo; sueños delgados y amargos que daba pena el sólo verlos. -¿Cómo quiere que le ayude? -le pregunté. -Sólo tiene que acostarse en él y pasar la noche. El sólo estar ahí renovará esos sueños rotos y convertirá las ilusiones de todos en realidad. Le contesté que esos sueños estaban muy maltratados y que sería muy dificil sanarlos. El me suplicó que lo intentara. Así que dije a todos los presentes: -No hay que detener el tiempo para seguir viviendo. El tiempo debe caminar en nuestras almas hasta que se canse, hasta que nuestros pensamientos se encuentren con él y dibujen ideas coloreadas en el mar bello de la experiencia. -y dónde las encontramos -preguntó el sacerdote. -En ustedes mismos. En el fondo del abismo donde duermen sus sentimientos. -¿Estás seguro de que en ese lugar habitan?, porque creo que nosotros no tenemos. Creo que volaron en las tardes grises y se escondieron en el fondo del lago -volvió a inferir el religioso. -Su tienen. ¡Eh, más! Hay días en que regalan, recuerdan, escuchan pensamientos que brotan del alma; pensamientos que colorean tus recuerdos y cantan con alegría


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tu amor por ella; pensamientos que escuchan las miradas fugaces encontradas en el camino y que te detienen frente al radio, porque su melodía besa tu ser; pensamientos tristes y alegres que te hacen ver al cielo; pensamientos que evocan rostros y mueren con el crepúsculo de la tarde. ¿Sabes?, en las noches los pensamientos puros descansan, se juntan con otros yjuegan a ser adultos. -y al final creemos que somos ésos. -Cierto. Sin embargo, la mayoría de las veces nuestros pensamientos no han crecido, se han quedado dormidos, cansados de una espera nunca llegada. Y al final los hallamos delgados y grises. -jY entonces!, ¿qué hacemos? El tiempo no espera a nadie. El no es el loco que siempre anda apresurado, tratando de llegar a un punto que está muy distante ya la vez cercano. El nos tiene acorralados, nos mantiene presos con ilusiones fugaces, y a veces esas ilusiones luchan contra nuestros deseos. Porque de algo sí estoy seguro: la vida es una triste ilusión. Un murmullo lejano, de esos que llueven al atardecer. Y no es de extrañar que haga de ella 10 que el tiempo decida. A veces permanecemos extáticos, ahogados por una ilusión y en ese instante el tiempo parece no avanzar. Por eso creo que caminamos en círculos, en ilusiones moribundas que luego vuelven a nacer. Es como vivir en una locura. Yte vuelvo a preguntar, ¿qué hacemos? -Esperar. Esperar que se encuentren, y creen mundos nuevos, sombras elásticas que marquen tu sendero con armonía y esperanza. Y que 10 hagan diariamente, porque si no avanzan quizás mueran; y si ocurre, el tiempo se cansará y sólo querrá dormir eternamente como nosotros. El sacerdote, con ironía y tristeza a la vez, contestó: - No nos quiso ayudar. Nos mandó a trabajar. ¡Cómo si nosotros no lo hubiéramos hecho toda la vida!...

Luego recogí el ramo y la flor y me alejé del lugar. Ahora


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me pregunto por qué cuando hablo en público las palabras parecen revelar una verdad que no comprendo. O tal vez no soy yo, sino Rafael el que habla. No sé quién será, pero creo que cada cual tiene en su cuarto un pequeño ataúd donde los sueños duermen, donde las ilusiones moribundas van a morir tranquilas, donde los ideales caminan con batas de espectros y las quimeras besan con ternura los deseos íntimos. Muchos lo tienen tan lleno que a veces tropiezan con una sonrisa blanca, de esas que llevan algunas personas que van a misa, y caen a un abismo sin salida y no se dan cuenta.


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Méllda Garcia [Cotui. 1956) Graduada en Filosojia y Letras. En 1992 publicó la serie de cuentos Entre nieblas y, en 1994, la novela corta Bntmas. Las narraciones de Mélida se nutren del espectro cotidiano, haciendo W1a lectura dramática de la existencia.

El retorno

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dirigiÓ al aeropuerto. La había llamado Paco, Raoncito llegará en el avión de las cinco de la tarde. so dijo. Nada más. ¡Qué sorpresa, Dios mío! Viene mi hijo. Después de estar seis años en los países fuera. Regresa. Y de seguro que vendrá sobrecargado de dinero. ¡Claro! ¡Cómo no! Si todos los meses me envía una cantidad tan grande que el valor se me agrieta cada vez que alguien se me acerca en el camino del correo a la casa. Si ya no encuentra dónde meter tanto dinero. Si tiene quince casas en las mejores urbanizaciones. Y cinco fincas. Y ocho carros. y diez motos. Y tengo la casa tan llena de objetos que cada rato se forma un tapón de respiraciones. Si ya no hay espacio ni para el aliento. Si hasta me envió un reloj que sólo da la hora cuando duermo para quitarle hasta la preocupación del tiempo, vieja. y llega hoy. Hoy. Pensar que a pesar del reloj que sólo da la hora cuando duermo he vivido hoy sólo pendiente del tiempo. Llegarás en el avión de las cinco. Es decir, dentro de quince minutos. Te tendré en mis brazos. Y

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podré darte los besos retenidos durante seis años. Y llenarte de mimos. Y de cuidados. Esos que no pude prodigarte durante la niñez porque me faltaba lo que ahora me sobra: tiempo. Se me iba el tiempo entre las manos. Entre el lavado de don José. El planchado de doña Ana. Los viajes al cuartel llevándole algunas cosas a tu padre que sólo salía de un lío para meterse en otro. Siempre metido entre los prostíbulos de Pancho que tenía mujeres a las que golpeaba si no le daban el 80% de lo que ganaban. Y por eso debían acostarse con incontables hombres en una noche. y por eso terminaban con la matriz inservible a los veintiocho años. Ymientras tanto, tú te criabas solo, a la buena de Dios. Igual que tus hermanos. Igual que Juancho que se ahogó en el río Magüey cuando se bañaba luego de haber pescado unas tilapias para la cena. Te ibas muchas veces al parque a contemplar los autos detrás de los cuales se te iban los ojos. Y ahora llegas. Y serán otros ojos los que se irán tras tus autos de lujo. Por eso había llevado a Nenita al médico que la atendía siempre para que le administrara un medicamento a fin de evitarle un ataque de asma, de esos que le dan siempre con emociones fuertes. Y es que la niña vive pendiente de tu llegada, ¿cuándo vendrá papi, abuela? Después del médico la había llevado a la tienda "Baby" donde sólo venden ropa para niños y donde las cosas son tan caras porque creo que en el precio incluyen la sensación de vértigo que se siente al pisar las lujosas alfombras y porque los cuartos donde se prueban la ropa tienen un espejo donde los niños se miran de frente, de espaldas y por ambos lados al mismo tiempo. Le compré un vestidito rojo, unos zapatos blancos con florecitas blancas. Sí, ya sé que tiene docenas de vestiditos rojos y blusitas blancas con encajes rojos y suéteres azules con rayas rojas y zapatitos rojos y medias y falditas rojas. Porque a ti siempre te ha


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gustado verla vestida de rojo. Pero quiero que cuando la veas después de seis años sea con ropas de las que tú no le has mandado. Moncho seguro viene por mucho tiempo. O tal vez para siempre. Hacía más de una semana que no lo llamaba. Seguro para darle la sorpresa de su llegada. El sorprendido será él cuando me vea en el aeropuerto. No imagina siquiera que sé de su llegada, porque él y Paco no se hablan desde hace mucho tiempo. Durante todo el día, aparte de llevar a Nenita al médico· y a la tienda, no había hecho otra cosa que preparar la mansión en la que ahora vive para recibir al hijo que viaja en clase A, seguro. Ahí donde brindan whisky escocés, vino frances y hasta comida china. Pidió a la floristería un arreglo floral para cada habitación de la casa, incluso para los baños y la cocina. Claro que no porque a Monchito le gustasen las flores sino porque las personas con las que ahora ella se codea compran arreglos florales para ocasiones especiales. Total, a su hijo tampoco le gusta la pintura y tiene todas sus casas llenas de unos cuadros extrañísimos donde ella no logra ver nada, y tampoco él, pero que están firmados por unos nombres que salen a cada rato en los periódicos, según dice Moncho que dice un conocido suyo, porque Moncho no sabe leer letras grandes, mucho menos esas letricas de los periódicos. Seguro viene Maruja con Moncho. Maruja, su mujer, que tuvo la suerte de irse en avión y no como su Moncho, en una yola de la que salió casi desnudo debido al corre corre que se armó con los guardias costeros. Moncho se había quedado con unos pantaloncitos cortos y no tuvo tiempo de vestirse. Pero Maruja se fue con pasaporte y visa, claro que para eso tuvo Moncho que enviarle muchos billetes con muchos ceros. Ahí llega el avión. Veo a Maruja descender las escalerri-


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llas. El rostro pálido (seguro por la falta de sol). Ropas gruesas y oscuras. Tal vez no recuerda que aquí en pleno diciembre hace mucho calor. Estalla en sollozos. Es la emoción. Hace dos años que se fue. También ella, doña Juana, la ex-lavandera, la ex-planchadora, la ex-pobre esta llorando. YNenita se aprieta a las dos mujeres. Por eso no puede ver el ataúd que traen con el cuerpo de su padre. Muerto. Perfectamente maquillado.


Víctor Saldaña [San Francisco de Macoris, 19631 Estudiante de Sicología. Perteneció al Taller Uterario Yocahu y al grupo teatral Kábala, en su ciudad natal. En 1992 recibió el primer premio en el concurso realizado por el Club Rotario en San Francisco de MacOr1s. Sus narraciones, construidas con un lengw:ye rico en únágenes poéticas, presentan al hombre atrapado en la contradicción de la cotidianidad y la realidad religiosa o sicológica.

Espejismos subyacentes

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l cuerpo del descamado está en tu casa, sudando desde su ataúd húmedo de tanto llanto, mirándote con ese histérico gesto de ausencia; es un espejo ensangrentado ahí dentro, un espejo que tu madre ha bañado con sus lágrimas... La has visto llorar frente a él y has oído ese rumor monótono y ahogado que les queda a los dolientes cuando ya no tienen llanto: -Ay, mi hijo, mi hijo, mi hijito... no somos nada, nada. La escuchas y te dices que podría haber dicho: -Ay, mi espejo, mi espejo, mi espejo... Porque en realidad (crees) es un espejo lo que hay ahí dentro, un espejo en el cual se proyecta tu imagen, un extraño espejo que hace que tu forma parezca ausente y con ese ligero matiz de sangre en la frente... Tu madre podría haber dicho: Ay, mi hijo, mi espejo, mi

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hijo, mi espejo, mi hijo... Porque al llegar a tu casa y encontrarte con ese funeral en donde se llora a un espejo, te ha hecho pensar que todos somos espejismos cohabitando en un desierto interminable y por un momento has llegado a sentir que el cristal anegado en lágrimas del ataúd es un remanso; pero que tu imagen reflejada en él queda inmóvil mientras te mueves tratando de consolar a tu madre, tratando de asegurarle que estás ahí, que has vuelto; sin embargo ella llora indiferente, lejana, como si nada la tocara, y te hadado la impresión de que regaña a tu inmóvil imagen del remanso, diciéndole: Muchacho desobediente, ¿cómo te vienes a miraren un remanso tan parecido a la muerte? Tú le gritas: ¡No, mamá, ese no soy yo, ese es un espejo; yo estoy aquí a tu lado, aquí! Sin embargo llora y lloran esos rostros que la acompañan: Viejos, tristes, heterogéneos, que se dan de pronto a la luz de los cirios fúnebres (que improvisa laberintos de sombras despedazadas en el techo) y luego se agazapan, desaparecen en los sombríos rincones de la casucha, esa casucha destartalada de barrio donde te criaste como el único espejo, como el único hijo-espejo; esa que confundes de pronto con una vivienda antigua, como de los tiempos de Moisés... Los tiempos de Moisés... Recuerdas muy atrás, muchas vidas atrás, recuerdas los tiempos de Moisés, recuerdas aquella despedida en el desierto: la mano que traza signos de tristezas en el aire, el rostro que se vuelve con la lágrima que cae al hombro como el copo de nieve sobre la rosa que clausura el otoño, la caminata con la tarde desgranándose en sombras, en llovizna de tristeza. Recuerdas que en ese momento tú fuiste el despedido, que aquel rostro bañado en ocaso te pedía que huyeras de la muerte, el rostro de mujer madura medio oculto por la túnica te exigía huir lejos, lejos de las pirámides, de los


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jardines de lirios del faraón, el rostro de tu madre, el rostro del cuerpo que cambia los vestuarios, pero no las lágrimas, justamente porque a llorar venimos al mundo, llorando de cualquier útero salimos como espejismos regados por el tiempo, en fin, el rostro de tu madre, el que te dijo: Vete, vete lejos, mi hijo, que yo creo en el profeta. ¿Tú no ves cuántas aguas de sangre, cuántos sapos en los pórticos de los palacios, cuántas sombras? El ha dicho que han de morirtodos los primogénitos egipcios a mano de su Dios, soy egipcia, pero creo en el profeta de Israel, creo en él... Recuerdas aquella caminata, aquella marcha en el desierto con esa tarde que poco a poco fue convirtiéndose en noche sin darte tiempo a salir del territorio egipcio, recuerdas haber sentido dolor de ser el primer hijo de una madre, recuerdas aquel ángel a media noche con aquella espada de luz dirigida a tu cabeza; luego recuerdas el instante en que tu madre lloraba frente al sarcófago en cuyo interior veías tu imagen proyectada en un espejo. Recuerdas la voz de la despedida: Vete lejos, queyo creo en elprofeta. La recuerdas polvosa, arenosa, como si viniera revolcándose de vida en vida por los pasadisos de la memoria como un eco muy antiguo. Recordando todas esas cosas piensas en que los recuerdos se llaman por semejanzas, son como espejismos, hay recuerdos que hacen recordar otras cosas (espejismos que evocan a otros espejismos). . Todo eso que has recordado te ha hecho recordar la ciudad sumida en conflicto que dejaste a tus espaldas al entrar al hogar y encontrar ese velorio: Los edificios como pirámides modernas, la hojarasca seca y amarilla del otoño pisada por los pies que huían, la diminuta llovizna que levantaba el vapor de las alcantarillas como si fuera el de un desierto, las consignas contra el gobierno, los neumáticos ardiendo, el golpe seco de un fusil que te hizo doblar


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las rodillas y la voz gritándote: ¡Vete, mi hijo, corre, que ahí anda la guardia buscando a los muchachos! Igual a la voz del eco antiguo: Yo creo en el profeta. ¿Pero cómo convencer al faraón de que esa espada de luz que tenías enterrada en el cráneo también se le habría de enterrar a su hijo? ¿Cómo convencer a la estatua de un Dios que no tiene estatuas de que eras inocente, que no tenías nada que ver con pueblos esclavos? ¿Volverle a repetir a ese soldado, delante del cual estuviste arrodillado como esfinge que el plomo que te incrustó en el cráneo es injusto, que no sabes de pueblos esclavos? Recuerdas entonces la lágrima de la despedida y la lágrima que cayó sobre los lirios marchitos que tu madre sostuvo frente a aquel sarcófago. Regresas, retornas del recuerdo, vuelves, vuelves a ver los rostros del velorio: Conocidos, desconocidos, olvidados, los que al traspasarte indiferentes te hacen comprender tu realidad, que dentro de ese ataúd nunca ha habido un espejo ni lo habrá, como tampoco lo hubo en aquel sarcófago egipcio; que esa imagen ensangrentada que descansa con el cráneo roto eres tú, tu carne lánguida, asesinada. Entonces sientes lástima por tu madre que acaricia el cristal sucio de lágrimas del ataúd y tratas de consolarla abrazándola a tu pecho; pero ella no te siente; sin embargo tú sí sientes ese olor a lejanía, ese calentito a senos que mamaste. Abrazas a tu madre y cuando crees que quizás pueda sentir tu presencia, se te esfuma, se te deshilacha en los brazos, se vuelve hilillos de nada, se desgrana como el trigo, como la rosa que clausura el otoño al contacto con el copo de nieve... Y de pronto, confundido, sobresaltado y sudoroso despiertas en el desierto, delirando por la sed y abrazando la arena; porque en tus brazos nunca hubo madre sino arena y todos esos espejismos se van disipando


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poco a poco: La casucha, los rostros, el ataúd y todos los recuerdos que tuviste frente a él, que en realidad fueron espejismos que tuviste dentro de ese espejismo en que viviste y creíste real; pero al levantar la cabeza ves a tu madre vestida con la túnica egipcia que traza signos de adiós en el viento, con esos lirios marchitos por el sol en las manos y esa lágrima que le golpea el hombro y cae a ellos como el copo de nieve sobre la rosa... Por un momento has llegado a creer que la despedida tuya con tu madre ha sido lo único real; pero al restregarte los ojos y volver a mirar, a la vez esfumarse también, borrarse lentamente hasta dejarte solo, sin llegar a decirte una sola palabra, sin llegar por lo menos a explicarte que antes de ella desvanecerse en su espejismo, tú te habías ya desvanecido en el tuyo, tu espejismo que también es tu muerte.


David Martínez [Constanza, La Vega, 1967] Estudió Corrumicación Social en la UASo. Perteneció al Grupo Literario Atalaya, en su rrumicipio natal Sus relatos han sido galardonados en varios certámenes, como el de Casa de Teatro. David construye sus tramas en un universo degradado y terrible, en una abstracción borrascosa que devora la existencia, todo eUo acentuado por el seUo alambicado y obscuro de su prosa.

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Extranostalgia

que él anda por ahí, envuelto en un silogismo inespecífico, sé que se mueve como una célula incorpórea, adherida al cuerpo cotidiano de la multitud transeúnte que se desplaza cada mañana, cada tarde, cada noche desde su casa al trabajo, al placer... Sé que esta noche estará aquí o más bien, pronto llegará. Puedo ver su cuerpo atravesar la sala y en un efusivo saludo de camaradería me diría con los dientes salpicados: "Haciauna auténticapersonalidad" y yo reiría, lo abrasaría; te presento a Ilka y, el "piguriri" por decir "pirruriri", palabra que inventamos para fastidiarte y que jamás alcanzaste a pronunciar correctamente, tu tartamudeo singular era cosa del artista que llevas dentro. Ycuéntame cómo va la cosa en la ciudad deJuan Luis. Tu cuerpo sigue creciendo cual girafa desdoblada.

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Después de todo no viniste, quién sabe dónde diablos te habrás metido esta noche, que a pesar de todo no es tan grande en dimensión de recuerdos. Ni tú ni los del grupo están aquí, pero no importa, ya he dado órdenes 'precisas para que no le permitan entrar, porque como yo, deben entender que somos dos veces casi más viejos más pendejos más sabios más estúpidos más retrasados más orgullosos más determinados más realizados más auténticos. Porque para eso nos educaron, para que al fin de cuentas seamos menos felices menos libres menos nosotros menos el grupo menos los días en que frente al parque o en la iglesia hacíamos una colecta y ya el vino era cosa segura, pero eso al Gordo no le bastaba y la botella de aguardiente era inevitable. Entonces, fijate que el Sócrates es un loco con la guitarra. ¡Claro, su padre es rico!, y puede darse el lujo de pasarse el día entero tocando sus cuerdas hasta perder la razón (hay muchas formas de tocarse las cuerdas). Entonces la risa, y qué carajo nos importaban estas cosas; pero debíamos mantener un riguroso control sobre las acciones de los chicos fuera del grupo. "Estanoche melasbailotodasen elclub... ", decía él fraguado en la borrachera. Cuántas cosas Yuri, cuántas cosas que debería decir y no me atrevo, o no es que no me atreva, es


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que, coño, viejo, hay cosas que a uno a esta hora de la vida le hacen una falta del carajo. Bueno no te creas que es demasiado en serio. Los asuntos entre verdaderos carnales nunca deben tomarse en serio, eso apesta la movilidad del espíritu y se arruinaría todo su encanto. Se quebraría la vida. Un saludo desplayado después de quince años de ausencia sin cartas sin recuerdos sin envíos de tarjetas ni invitaciones a boda misas cenas almuerzos es locamente conmovedor. Amo a todos los muchachos del grupo porque supe odiarlo a tiempo, en el momento justo, en el falso escenario en que nos adulábamos por el tierno y maternal miedo de herirnos. Eramos falsos, pero felices, éramos la unidad conceptual del entorno aunque nunca estuviésemos de acuerdo completamente. Eramos otra cosa. Pero la experiencia y el tiempo nos fueron haciendo menos ignorantes más ingenuos y mediocres. Dentro de mí, por ejemplo, los ojos de la primera muchacha se han borrado; del primer beso no me alcanza ni el más puto recuerdo. Mi memoria se ha quedado en su materia, en una evolución sin misterios, desnuda de toda integridad, sola, dispuesta a regresar, a pesar suyo, de lo eterno, de lo que al decirse 'se corre el riesgo de perderlo todo. Tengo ganas de tomar a IIka por los labios, hermosas conchas de lava lunar, decirle toma mi Nada, eso es lo que


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soy: un conjunto de Nada que puede ajustarse a tu cuerpo de carne, Ilka, que es lo mismo que decir ostras. Sí, hazme caso, que Yuri me duele. Ahora soy Gino Lombardo, no el "Nadie" impertinente y loco que pegaba sucios papeles absurdos y tintados en el corredor del liceo, exigiendo modificaciones (porque estaban de moda los cambios utópicos) cuyo fin no consistía en reivindicaciones ni búsquedas de prevendas, sino molestar mansamente a la directora del recinto por no habernos permitido una pachanga el día que murió el padreJefe de los Bomberos. Seguramente en la cabeza deYuri refulgía ese Gino poco simpático, pero que al fin era un miembro del grupo; porque eso sí, asistí religiosamente a las reuniones de pruebas y luego a todas las demás. Acaso tenga él que meterse conmigo porque esta noche tenga mi primera individual y que en todo caso sea un mal fotógrafo. Coño, tampoco es cosa de exagerar. No te acuerdas cuando te dormiste en el Teatro Nacional la noche del concierto de Joan Manuel, yeso que era tu favorito de entonces. ¡Qué aburrido fuiste esa noche! Casi nos sacan del teatro, porque no fuimos decentemente vestidos y el propio Joan Manuel dijo que nos dejarán tranquilos, que aquello no era un concierto popular, pero sí para ti, Yuri, y para mí. Acuérdate que no nacimos en la Ciudad Grande, nacimos cerca de la vida, no del progreso. Dentro de ti, aún permanecía el murmullo de los grillos olientes a yerba recién mojada y yo, disecado en la podredumbre, arrastraba mis propios ojos al sol. Pero como los muchachos del grupo saben hacer las cosas, me habría congratulado con una mentira y me diría: "Gino, estoy orgulloso de ti, de tu arte, del movimiento que esto implicaría en los muchachos; tefelicito deverdad, mi viejo carnal


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Si lwy noestoy entu exposición esquetodavíano meentero siexiste alguienquesellame Gino entre mis viejos amigos".


Sueko [San Cristóbal, 1949) Narrador, poeta y ensayista. Pertenece al Ateneo Insular. Ha publicado varios poemarios, un libro de ensayo y una novela. Rapto. En 1993 dio a la luz su colección de cuentos Desde la sima, en la que recoge un abanico de dramas cotidianos que en ocasiones sugieren la autobiograjia. Los relatos más recientes de Sueko apuntan hacia una degradación de la cotidianidad, como una forma de auscultar la profundidad del problema humano.

El ciclista

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enía casi perdida la visión por la fascinante libertad del vuelo. Nada anormal distinguía. Todo era unísono e intensamente blanco. Y fue atrapado por esa sensación de maniobras absurdas, de poder absoluto en que logras ver todas las cosas bajo tu sombra y el horizonte se torna palpable. Podía sentir el viento frío golpeándole el rostro y 10 disfrutó a plenitud, era la realidad de su quimera. De pronto todas las cosas se le volvieron como bultos. Los árboles se contrajeron y la calzada, que se alargaba, se achicó bruscamente sin explicación razonable. Quizás por intervención de Zeus y Maya, los dioses le concedieron la conciencia, la lucidez del momento, y pudo gozarse en su destino, en la eternidad de la fracción de segundo que le quedaba, y antes de entrar a la noche, en

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esa hora en que los árboles ya no tienen sombras, consumió hasta la saciedad el último instante. Allí, embelesado, se regocijaba yendo a la casa de la ilusión irrealizable del vuelo anhelado. Oyó de pronto el rugido de un trueno que bramó sin previo aviso. Por un instante se sintió como un velero capturado por un tifón. La calzada de pronto le pareció bruñida en escarlata. En medio de aquel desconcierto, un grito de espanto quedó temblando en el retazo de la tarde que moría y estalló en la nada cuando el dolor, surcando los límites humanos, quedó tendido, formando un cuadro de lágrimas en la calzada...


Carlos Roberto Gómez Seras [El Seibo, 1959) Reside en Puerto Rico desde los tres años, donde.fimge como profesor unioerstiarto y director de Editorial Isla Negra. En 1990 publicó Viaje a la noche, con el cual obtuvo el Premio Nacional de Poesía PEN Club de Puerto Rico. Su obra poética -que canta y decanta al ser humano difuminado por la temporalidad- ha sido traducida al inglés y al francés. Tiene inédito un libro de cuentos.

Adolfo Cisneros O la literatura como robo

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enas concluido el terrible aguacero matutino, aquel hombre de aspecto estrafalario se dirigió hacia un . cón seco del pasillo que lo había guarecido de la lluvia. Sacó de su bolsillo un papel muy estrujado y apoyándose en una pared comenzó a escribir lo siguiente: He terminado de leer la novela; Debo reconocer la maestría conque ustedse ha apoderado de lo quees mío. Exijo, sin embargo, una aclaración pública y una indemnización que compense la pérdida que usted me ha causado. Luego sacó de otro de los bolsillos del maltrecho abrigo militar un libro, todavía húmedo, y guardó la nota entre las páginas 68 y 69. Ahora con ambas manos en los bolsillos caminó entre el congestionamiento de automóviles y bocinas hasta llegar al exclusivo barrio de Los Cerezales. Buscó con la mirada la casa con los ventanales en el segundo piso

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y subió los escalones del porche como tantas veces lo había hecho. Tocó el timbre. Una mujer muy joven abrió la puerta y le dijo: -Te esperábamos. El hombre, que evitando el verdor de los ojos se deleitaba en la pálida piel y los zapatos negros de tacón alto, extendió la mano con el libro y le dijo: -Entréguele esto a su marido. Acto seguido se marchó por la misma acera que había venido. Sus pasos esta vez eran más lentos mientras intentaba reconocer su imagen en los charcos de agua limpia que la lluvia había dejado. Cuando desapareció en la esquina, nuevamente con las manos en los bolsillos, la puerta de la casa se cerró de improviso. Todavía de frente a la puerta la mujer sintió a su espalda el ya familiar olor a tabaco de las islas. De un golpe se volvió a este otro hombre vestido de bata y pantuflas y alcanzó a ver el hilillo de humo que todavía despedía por la nariz. -Ha estado aquí -le dijo-; lo he visto muy mal, no es justo lo que haces con él. Me ha dicho que te entregara el libro. -No creo que vuelva más -le respondió el hombre al recibir el libro con la misma mano que sujetaba el oscuro cigarrillo. Mientras subía las escaleras de regreso al estudio, el hombre hojeó las páginas humedecidas y encontró el maltrecho papel escrito. Después de leerlo lo colocó de nuevo en el libro. Una sonrisa se asomó a sus labios mientras tomaba lo que parecía ser la última bocanada del cigarrillo. Una vez dentro de la habitación se sentó de frente a la maquinilla, arrojó la novela sobre otros libros que en una esquina hacían pila y apagó la colilla en un cenicero totalmente repleto. Observó a través de los venta-


Carlos Roberto Gómez Beras

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nales la congestión de tránsito que recién comenzaba a moverse. Después de unos instantes fijó su atención sobre el teclado y comenzó a escribir lo siguiente: Después de doblar en la esquina, Adolfo Cimeros caminó entrelosautomóviles sin percatarse deltaxi quea toda prisa venía sobre su cuerpo. El golpe lo arrojó sobre la acera. Un hilillode sangre bajaba desde lafrente hasta la boca entreabierta en un gesto que muchos curiosos interpretaron como una mueca. Al terminar, el hombre encendió otro cigarrillo mientras se reclinaba en la silla, satisfecho de haber terminado el último capítulo.


Roberto Sánchez (San Juan de la Maguana, 1954) Periodista y promotor cultural. Fue miembrofundador del colectivo de escritores Cardúmenes. Ha publicado los poemarios Candela (1991) y Tránsito a la carne (1994), en los que adelanta su persecusión de la perfección retórica. Sus inquietudes lo han llevado a cooperarftuctiferamenie con la promoción de la cultura joven en nuestro país. Los relatos de Roberto, estructurados con detalles poéticos, únaginación desbordante y progreso incesante, colocan al hombre en el punto donde lo cotidiano sucumbe ante lo maravilloso.

La noche de los pájaros

L

a noche trajo la borrasca. El viento arremetía una y otra vez las paredes de la casa. Parecía que quería entrar. De tanto bufar y arañar insistentemente, venció las puertas, estrellóse en el interior y desparramó los objetos. Guarecido en un rincón observé estupefacto que una bandada de pájaros verdinegros vino acompañándole; éstos se posaron en los marcos de las ventanas y los enseres caídos resistiendo ferozmente las embestidas del vendabal sin despeinarse siquiera. Sorprendido, quise fundirme a la pared hasta que el ventarrón calmara su ira. Luego, vuelto en mí, miré aquellos pájaros con mesurada detención y, aunque penetraron subrepticiamente, creí que miraban con buenas intenciones. Otra expresión no vi manifiesta. El viento dejó de rugir. Decidí recoger los objetos y colocarlos en su sitio. Debí sostener en las manos a algunas

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de las aves, ya que ninguna se movía de su trono. Estas, increíblemente, eran livianísimas, sedosas y dóciles. Me sentí un tanto raro de pronto y pensé cuestiones indecibles. Creí, asimismo, que los inoportunos visitantes habían llegado con algún propósito específico, aunque yo no supiera cuál inmediatamente. Por consiguiente, opté por investigar su procedencia. Cuidadosamente, uno a uno fui examinándolos hurgando bien en cualquier detalle que me pudiera revelar algo de importancia; mas no hallé nada en particular en ellos. Recogí algunas plumas que rodaban por la casa. Minuciosamente Jas observé para descubrir a continuación lo extraordinariamente frágiles que eran. Batió suave una brisa tibia y se me esfumó con ella el puñado de plumas. No supe adónde fueron a dar, porque en la casa no las encontré. Y nunca lo supe tampoco. Las aves permanecieron clavadas en su lugar inicial, inmutables como invidentes en su tiniebla. Raudamente abandoné la casa. Ya afuera, nada me pareció descomunal. La ligera brisa se aquietó también; pero sin saber razones me quedé allí como petrificado mirando la oquedad del cielo. El tiempo cruzó por mí sin darme cuenta. Aún era la noche. Entré a la casa con el mundo encima. Iba tropezando en la obscuridad horrible que asolaba todo. De repente, recordé a los pájaros. A tientas encendí las luces y la sorpresa me atacó la humanidad cuando se iluminó la sala; los huéspedes desconocidos se habían marchado insospechablemente. Remiré en todas partes y nada vi. Nada. Pensé, un tanto aturdido, que debía acostarme. Al iluminar el aposento fue mayúsculo el espanto: en la cama, acostados yacían los pájaros.


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Un sueño azul

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l sol subía por las montañas como una enorme naranja cuando Juan González se desperezaba en el lecho. Algunos rayos se filtraban por el ventanal de su alcoba, éstos morían en las sábanas blancas formando sombras parecidas a extraños animales. Juan detuvo la mirada allí y sonrió, giró hacia las ventanas y descubrió lo que producía las falsas imágenes: eran unas ramas interpuestas en el trayecto de los rayos solares. Al observar el color que presentaba el sol, quedó fascinado y disfrutó a plenitud la escena nunca vista por él. Pero la belleza no es eterna. La eventualidad sólo duró unos instantes. Después, memorizando la experiencia vivida, se encaminó al baño. Como una máquina programada puso a llenar la tina y fue a la terraza a ejercitarse. Cuando creyó que estaría lista retornó; al entrar al baño no pudo creer lo que veían sus ojos. La bañera estaba cubierta de diminutos peces color naranja. Completamente sobresaltado cerró la llave, ya que los pecesitos se desparramaban por el piso; luego corrió a la cocina, abrio los grifos del fregadero y de allí también brotaron los pecesitos. Con el corazón a punto de salírsele por la boca fue a su recámara y, al verse en el espejo, notó que sus ojos se habían vuelto de color naranja. Retrocedió y cayó bocarriba en la cama, dio varias vueltas y terminó arropándose de pies a cabeza en forma fetal. Súbitamente saltó y fue a parar al teléfono, mas cuando alzó el auricular, de allí manaron los pecesitos y escuchó un chapotear en vez del fun inconfundible del aparato. Lo tiró ya al borde de la histeria y se lanzó al patio: saltó, corrió de un lado a otro, aspiró y espiró, después se aquietó. Extenuado sobre la grama pensó y pensó; entró de nuevo y secó el sudor de su cuerpo todavía aturdido.


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Aún maloliente, se vistió y abandonó la casa sin rumbo específico. Vagó por las calles sin hablar con nadie, aunque alguna vez le saludaron, no correspondió a tal distinción. Tampoco intentó llamar por teléfono. Visitó los parques, pero sin mirar sus fuentes, debido a que, mirando en un estanque para pájaros, se le habían aparecido los pecesitos otra vez. En ese deambular visitó a su novia, pero a ésta no le halló en su casa. Adherida a la puerta le dejó una nota para que acudiera a la suya. Juan González continuó su peregrinar. Fue a las tiendas y compró comestibles, papel para cartas y tinta para plumas. Eso sí, tuvo el cuidado de no visitar ninguna tienda donde se expendiera agua. Con los paquetes le resultó difícil la caminata, por eso solicitó un taxi y se dirigió al Mirador Sur de la ciudad, tendióse en la grama y durmióse. Soñó que su compañera acudió a su casa, había preparado comida y le estaba esperando sentada a la mesa. A su vez tenía la cabellera suelta y vestía de azul. Creía estar besándola al llegar y extendía los brazos acariciándole la espalda; sus brazos y manos se movilizaban una y otra vez con una naturalidad asombrosa, daba vueltas por la grama suspirando, llamándola, pidiéndole caricias. Sólo llegó hasta ahí porque por allí pasó una patrulla policial y le rompió el sueño suponiendo se trataba de algún demente apropiándose del césped. Levantado en vilo les contó que aquello era sólo un sueño, que se quedó dormido por el cansancio y que debía ir a su casa urgentemente. Los agentes del orden le aceptaron su explicación un tanto desconcertados, advirtiéndole que no volviera jamás por el lugar. Cuando llegó a la casa, no se sorprendió al ver la mesa puesta; pero sí por la ausencia de su novia esperándole vestida de azul. La llamó, la buscó en la cocina, en la biblioteca, en el dormitorio suyo, en el de húespedes, y


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nada. Salió al patio y retornó a la misma velocidad; como una flecha se dirigió al baño, al abrir la puerta volvió atrás espantado. A lo largo y ancho de la bañera tendida permanecía su novia convertida en una sirena de color naranja.


Aurora Arias [Santo Domingo, 1962) Poeta. narradora y astróloga. En 1986 publicó el poemario Vwienda de pcijaro, en el cual. por encima de su claro inJltYo de Huidobro o Vallejo, presenta una voz concisa. que continúa en los versos de Piano lila, de 1994. En este último añofue merecedora del segundo lugar en el concurso de cuentos de Casa de Teatro. Sus narraciones conforman un cronotopo sobrio y delirante en el que el rasgo sicológico predomina como dente-

llada.

Invi's Paradise " '" -c_ r)",S b'ten mi! siento , en

D __ .1~_ mt'1nm"s raraaue.

Catching thesun in this caribbean land... 11 (l)J.D.

Q

asga Terror las primeras notas en la guitarra y falta poco para que la vecina del piso de arriba, afanosa de saber qué están haciendo los raros inquilinos de la segunda, bajé a pedirles prestado un palito de fósforo. Al unísono (sólo porque es luna llena y los locos se vuelven más locos), sacará Papo su mecedora al parqueo; columpiando el tufo, hablará de los zafacones del condominio repletos de kótex y de mimes; de seguro gritará: ¡abajo el gobierno!, y luego: "¡la Gorda del A-l es una puerca!", tras lo cual quedará en suspenso todo el edificio (porque ¿quién más se atreve a insultar a la Gorda de ese modo?). López, precavido, tragará por si las moscas la última de las

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chicharras, protesta obligada de Carlos, que se servirá otro trago; Terror (indiferente): "olvídense de ese loco de mierda", (rasgueante): "allá en mi cabeza, explotó la bomba... (megalómano): eUa me gobierna... (coro a todo dar del Behique y la Cigua): ¡ay con su batahola! (2); Y el amanecer, como un Gá-gá efímero y rojizo, llegará a perturbarles el vicio inevitable de soñar. Aquello era Invi's Paradise y ya no existe. La mayoría no está, nos fuimos yendo cada quien por SIl camino, a1gunos demasiado lejos, pendiendo para siempre del hilo de un perfecto asombro, como Josh Tibí de Los Ejércitos, el más frágil de los seres que aIguna vez visitaron, vivieron o pasaron una noche en el Museo del Desorden, sede de nuestras alucinaciones, alegrías y desesperanzas. En la autopista 30 de Mayo, cerca del barrio, descubrieron el pulmón de las aguas. Un respiradero solitario, uno de los secretos del pequeño secreto que mejor guarda el inmenso mar. Rompía allí el Caribe, ese mar, dios mío, tan mar. Rompía a pedazos su pecho de sal mordiendo el respiradero (un hueco paleolítico, inventaron), abría los brazos a la carretera, moría azorado en sus risas, para entonces volver profundamente nuevo hacia el abismo. Dentro de la cueva, Behique y Terror montaron un episodio de gritos y de cantos, comprobando que en la superficie nadie los podía ver ni escuchar. Al rato, López, Erica, Cigua, Carlos y Sara se adelantaron ansiosos hasta la orilla, mientras Irene, la bebé y Josthi (que odiaba permanecer mucho tiempo al sol) esperaban callados debajo de un almendro. -¿Y qué, qué encontraron? -gritó Erica por entre la brisa, hablando en perfecto español. -Un paraíso -Terror mojado, resplandeciendo al sol.


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-El paraíso Invi... -inventó Behique- ¡Invi's Paradise! Fue así como acordaron que más allá de lo que los rodeaba (miedo y censura, zafacones y desavenencias, huelgas, vecindario, alto costo de la vida), la ciudad tenía como patio un mar y un paraíso, del que unas horas más tarde se iban a adueñar. Pactaron volver en la noche. Por iniciativa de F. (el loco y tierno F. que muchos años después sería admitido como guachimán en una compañía de vigilantes privados), humeaba en la cocina una enorme olla de té. F. venía de su paseo interdiario por Manresa, lugar de retiro de ancianos sacerdotes jesuitas en cuyos alrededores acostumbraba a recolectar, con gran pericia, el sensitivo florecer del excremento de las vacas.' Irene le hizo un espacio entre el atolladero que inundaba el despreciable mundillo de su cocina, contándole lo sucedido esa mañana frente al mar, y luego, mientras le daba el biberón a la bebé, se dedicó a observarlo. Su delicadeza al seleccionar las sombrillitas más saludables, lavándolas con ternura de criatura agradecida, haciéndoles reverencias al momento de echarlas al agua dispuesta sobre la estufa, la conmovieron. F. era amarillo, literalmente amarillo yjuguetón. Tenía unos ojitos negros y luminosos como dos alucinantes bolitas de cristal, que movía de un lado para otro, sonreído. Se sentía muy contento por lo del descubrimiento de la cueva en el respiradero, por la inauguración del Invis's Paradise que esa noche habría de efectuarse, y el té sería su maravillosa ofrenda al grupo. Por lo demás, el Museo del Desorden estaba insoportable. Otro sábado en el que Irene era incapaz de vencer la mugre: cuchumil ochocientas colillas de cigarrillo (a pesar de López y sus teorías ecológicas) ; vasos, platos, botellas, comida vieja, ropa sucia, camas desarregladas, casetes, gavetas a medio cerrar, libros, libros, libros,


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biberones, papeles, restos de insensatez regados a 10 largo de aquel apartamento construido por el viejo Gobierno, el mismo que eliminó a los últimos en atreverse a ser héroes. ¡Ah, y la inevitable tragedia de los pañales sucios! Finalmente, se animó a lavarlos sentada en el balcón y aprovechó para saludar a la Gorda que se abanicaba absorta en el edificio de enfrente; su mirada clavada todo el tiempo en la muchacha, sin ser capaz una vez más de desentrañarla. Por orden de Irene, el Museo fue clausurado desde la caída del atardecer.]unto a López, llevaron a la bebé a casa de su madre y luego se unieron al resto del grupo. Iban bajando hacia el mar con las guitarras, los fututos y la tumbadora: Erica,judía-newyorkina tamaño king size, rubia y bonachona, siempre con las uñas sucias como una niña a la que nadie cuida (habla de cerca, te salpica, la lengua trabada por el amor, y amarlo a él, Terror, the total tramp, everything or nothing). Más atrás, Carlos, manso Carlos, soterrado, flaco, castanediano, devorador de páginas y noches; saca la cabeza, protesta, la esconde, es y no es, cigarrillo y ron o volver a las pepas, al silencio, toda una adolescencia de Kualudey callada rebeldía (fórmula necesaria contra el desamor), y Sara, La Loca, ¿estás viendo a Sara, López?, mírala, desaforada Sara, patisuelta, pequeña y peluda, parlanchina, ¿te acuerdas la noche terrible que nos hizo pasar aquel fin de semana cuando fuimos a ]arabacoa?, ¿recuerdas la cara de Carlos?, manso Carlos, dos veces soterrado, paciente (¡qué pareja tan extraña forman!), tratando de calmarla, "no hay razón para perder así la razón", y nosotros, una vez más sin saber qué rayos le pasa siempre a Sara que de buenas a primeras se enfada y manda su vida y la de los demás al mismo diablo, con esa mirada huérfana que sólo Sara podrá todo el tiempo tener. La Cigua, su paso moreno, los años de estudiante, el ballet folklórico de la universidad, toda una musicalidad de mu-


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chacha, lleva la clave, el fututo, parece una maraca, pajón, zapatos de gamuza, Behique revienta, la invoca (y años después en los escenarios desiguales de la vida: "eigüita mamonera duerme en su rama") (3); bailan pri-prí en medio del asfalto, la gente del barrio los está mirando, se suma Terror (joh, los luases!), insoportable Terrorde nalgas apretadas que ahora le dio con afeitarse todos los pelos del cuerpo para lucir más esbelto. Josh Tibí de Los Ejércitos llegó al Museo del Desorden con su guitarra y una funda de elepés bajo el brazo. Lo trajeron, mientras tanto, Erica y Terror (" ¿mientras tanto qué?" , ahora me pregunto). Tenía veintitantos años que no sumaban ni ocho en su corazón. A López y a mí nos fascinó su talento: para soñar, para mentir, para tocar con esos dedos toscos las fibras más solitarias de la guitarra Yquedarse allá, suspendido en lo alto de una nota, con la esperanza de no tener que regresarjamás. No comía, no bebía, no pedía nada. Por las mañanas hacíamos un desayuno de víveres en su honor; yo le rogaba como un hijo: "come, por favor, te vas a morir", y él: "Piscis (desde un principio quizo llamarme de ese modo), no quiero, gracias", mirándome con esa sonrisa suave y enorme; él era así, enormemente, slDw, inútil y genial, un alma en pena deslizándose en cámara lenta hacia ninguna parte. Iluminaron la cueva con apenas dos velas, sin preocuparse demasiado por la oscuridad. Cada quien, casi formando pareja, buscó su espacio entre la desnudez del suelo rocoso; Sara atenta a las electricidades de Terror, Carlos buscando agónico la conversación de Irene, su paz; Erica, en celo como un animal olisqueando a su dueño, queriendo lla-


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mar tibiamente su atención y él, Terror, exhibe su anatomía fibrosa ahora lampiña, jeans cortos, sucios y apretados, contoneo pedante, pañuelo rojo atado al cuello. Behique repica fuerte la tumbadora metida entre las piernas', los drelas le brincan sobre los hombros desnudos, la Cigua sonríe abiertamente (tiene una candela azul en medio de la risa), es puta y se regodea en su gracia; López, pendiente de los detalles del experimento, Irene muy quieta bebiendo a sorbitos el té, lamiendo el fondo de miel que quedó en el thermo. A orillas del arrecife,Josh Tibí y F., encuentro inolvidable de dos idiomas torpes, uno en onda suave y transparente, otro en un neurótico amarillo (pero no hablaban, sólo veían los objetos derretirse, los edificios, las gentes, el mundo crueL.) Cuando la vieron, cuando vieron la nave o lo que fuese, el tiempo se congeló. Durante toda la noche la luna se fue descorriendo, navegando por la oscuridad como si fuese de papel y en realidad volara. Los olvidó y la olvidaron. Para algunos se evaporó, para otros se desintegró al chocar con el asombro. -Siento que pronto voy a sentir miedo -dijo Irene a López momentos antes de la aparición. -¿Por qué? -le susurra él muy quieto y hondo. Y como siempre le encantó dar consejos-: Relájate, no friquees, lo importante en estos casos es no dejarse dominar. -¿Crees que me excedí? -le dijo, pero ya no la oía. La música se sumó a su miedo, su miedo se turbó de notas, notas, notas, graves, delicadas, altas, agudas, vírgenes, húmedas, distraídas, felices, relucientes; turbulento universo de notas trayendo a su corazón un aguacero utópico de palmeras y brillante sol. Esta, isla es, mi delirio. (Coro): ¡Eeesta! ¡Mi delirio son los montes!


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Esta, isla es, mi delirio. (Coro): ¡Eeesta! ¡Mi delirio es cogerjaibas! Esta, isla es, mi delirio. (Coro): ¡Eeesta! ¡A las tres de la mañana! (4) -No jodas tú, López, conque esa canción de Terror es antiecológica. Total, antiecológicos somos todos, no me jodas tú a mí. ¿ü qué tú crees, que la humanidad no es la peor basura que ha caído sobre este planeta? Además, ¿tú me vas a decir a mí que nunca cogistejaibas de los ríos, allá enJayabo, cuál es su mente, Lapón? -replica Carlos metido entre el atrevimiento y el pánico, como dentro de una camisa de fuerza. López no le contesta, mira concentrado la matica de almendra enterrada ente roca y arena. Le acaricia el duende, se vuelve hacia los demás para informarles que contrario a lo que él se había imaginado, el duende que habita en el almendro no es color naranja, sino de un verde tirando a mar. Irene, que sabe bien que hace rato que Sara la mira de reojo, no la mira, y ella sin embargo sigue mirándola, se resiste adrede a mirarla, le gusta resistirse a las cosas que le agradan (como Sara), un 'Jueguito de la desesperación" que se inventó de niña. Sara está a punto de estallar yeso a Irene la divierte enormemente, le resulta inspirador seguirle la corriente, perseguirla por entre su desquicio. Reojo, reojo de Sara, La Loca,ji,ji,ji, comienza. Risa y reojo a punto de abrirse a su mejor momento, a su estado natural, a la locura. Pero Sara es Sara, por lo tanto, no es cuestión de estallar y caer, plof, en el olvido. Por eso va despacio, como si su verdadero ser, desencajado, le saliera de tripas lentamente. Se tapa la boca. Aguanta la risa entre los labios (al decir de F.: "caaaarmoosos"), busca cómplices en el juego de reír desde lo hondo, los demás se van contagiando, como ahora, que Sara resucita el tiempo con su risa y todos se ríen menos Josh Tibí.


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Un día en el Museo, sentados en la semiluz del atardecer, me fijé en sus manos. Parecía como si estuviese mudando violentamente la piel. Se rascaba mucho. Soltaba un momento la guitarra y se rascaba ambas palmas. Le pregunté qué le pasaba y sólo conseguí que Joshti me contara algo acerca de su vida, evasivo. -¿Sabes, Piscis? Tengo un hermano que se escapó de casa y se fue a trabajar a un circo que pasaba por el pueblo. Ahora mi hermano es famoso. Es tan alto como yo, Piscis, pero... Ah (slow), Piscis, guao, las chicas lo persiguen siempre. Hummm. Me gustaría escaparme a trabajar en un circo así. Mi mamá... cool, mi mamá, Piscis. Quiere que me vaya en una yola, disque a vivir mejor. Allá en el campo... ¿tú amas a Cristo, Piscis? Cristo fue quien me salvó aquella vez (Sonríe todo el tiempo. A la guitarra, al humo Peifumado del incienso, a ml). Yo era músico del coro de la iglesia, la Pente... costes. Jehová es mi pastor, no tengo miedo. Terror y yo aprendimos a tocar la guitarra desde chiquitos, gracias aJeremías, el mejor guitarrista del pueblo (Se para, rasguea varios tonos, recibe aplausos imaginarios). ¿Te gusta Hendrix, Piscis? Santana, guao,

Led Zeppelin, la Joplin... Zappa. Tengo como, guao, 500 elepés de Pink Floyd allá... -¡¡¿Quéé?!! -me asombro- ¿Y Pink Floyd tiene 500 discos grabados? -Sí, Piscis. ¡Aaah! (Vuelve a sentarse. Cierra los ojos. Hace como si le doliera tocar la guitarra). Si te cuento de las serpientes, Piscis. Todas las culebras que he visto. Un cuarto lleno de culebras negras queriéndome tragar y ¡fus!, con el poder de mi mente, y


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mucho amor, las maté. No, no las maté, pero se fueron, se derritieron. "No matarás", dijoJehová. The Reencarnation, Piscis. La gente mala también. Se derriten (Lejano): Cuando alguien es malo, yo lo sé porque comienza a caérsele la cara, a derretirse delante de mí, hasta quedarse en los huesos. Pero la gente buena como tú, Piscis, las veo llenas de flores. Yo tenía una chamaca en La Vega, le decía :"Chichí linda", porque la quería. Pero los arcángeles me la... Perdón, Piscis, vuy a interpretar una de mis canciones, atiende. Oh, oh, ah, í, é, Juanita Baisá bisá bidé Juanita Baisá bisá bidé. Juanita Baisá bisá bi: Ya yo tengo la reina dueña de mis amores. Ya yo tengo la reina dueña de mis amores Oh, oh, aié,Juanita Baisá bisá bidé Juanita Baisá bisá bidé... (5)

López lo felicita, qué canción tan amorosa, Joshti. A Erica, que trabajó como enfermera en los E.E.U.U., le coje con decir que la cueva es un "útiro". La corrijen: "ú-te-ro", y enseguida siente que le disgusta la idea del útero, la oprime, no la cueva, sino esa idea y la posibilidad de que en realidad así sea y de repente siente el gran peso de aquella idea inútil aplastándola. Un tesoro de piedras preciosas surge por entre las rocas y la ilumina: rubíes, esmeraldas, zafiros, diamantes que nadie más puede ver. Se hace un silencio. El silencio más leve rompe otro silencio fuerte, hasta quedarse sin silencio alguno. Entonces todos le piden a Terror que interprete a Marley; Marley les recuerda los días que pasaron juntos en la playa; hay toda una añoranza, Bob Marley y la felicidad totaL Terror se niega, one, two, three, four, Andrecito Reina (6), ordena,


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porque yo, yo, yo en este país,ja,ja, yo, yo, yo. La vida para él, y no por puro cliché, es un gran escenario con una sola estrella. El. El primero en verla fue F., estrujándose los ojitos negros: -¿Uuu-ustedes están viendo? .. ¿Qué-qué-qué es eso? Ahora López, el duende del almendro posado sobre un hombro: -Mierda... Es un, un, cómo se llama, un... no puede ser un... Luego Irene: ..., Parece un... N o... -1'1aaalU· Erica, que se para, tambalea su blanca anatomía, apoya las manos en la cadera: -¿Qué ser eso? En New York... yo ver ... because... La Cigua, fututo en mano, candela azul, azorada: -¡Qué diseño!... ¿Y viene? ¿Para acá? Sara: -ji,ji,ji. Terror, olvidándose de sí, del escenario, de la música: -Anda pa' la mierda... Behique, deja de tocar, ta, taclá, ta: -¡Qué cool, men! No se asusten, esto es parte de las profecías, meno [Hare Krshna Krshna Hare, men! No se preocupen, los espíritus de la gente de nosotros nos protegen, Mamá Tingó, men, Santa Marta la Dominadora, tranquilos, men, tranquilidad. Somos los elegidos, Cigua, meno No es casual que todos estemos viendo lo mismo. La Nueva Era, meno Que nadie se paniquee, somos fuertes, taínos, meno Mandela, Africa, Yemallá, meno López, Terror, vengan, vamos a recibirlos bien cool, men... Carlos, que lucha con su camisa de fuerza y trata de que no se le zafe: -No, no, espérense. Eso no es así, no. Adió coño (Se


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sobael mentón). ¿Y qué esa vaina? Eso ta raro (Escucha a Sara que no para de reír; sedisgusta, la mira). Sara, y qué es lo tuyo. Este no es momento de risa (Sara lo mira con labios carnosos y mirada huérfana, y mientras más lo mira más se ríe) . Sara, por favor ... -Ejem, ejem... ¿y qué es Coqui?, no me reprimas. Men, señores, el Coqui está asustado, o sea, ejem, no te asustes, Coqui, que eso no es nada, o sea. El Coqui si es pendejo. Oye el otro, disque que es Ana Isa que viene ahí. El Terror si ta loco, meno Qué brutos, men, o sea, ¿tú no ves lo que es eso?, ji, ji, ji. [Oh, pero qué brutos son esta gente!, ¿ustedes no dieron Historia Universal?, o sea, men, que eso que viene ahí, en medio del mar, es una de las naves vikingas de cuando los taínos, men, que los vikingos nos descubrieron primero que Colón, ¿no se acuerdan? Ay, pero ustedes si están callados, men (Dirigiéndose a Lopez; en tono confulencial y COrfW si estuviese dándole una gran primicia): Ven, Lopi, pa' yo decirte, o sea, lo que le pasa al Coqui, men, ta asutao, o sea. No le digas nada.Ji,ji,ji (Volviendo a subir escandalosamente el tono de voz): ¡Pero qué pendejo es el Coqui!, o sea, ¿tú no ves que estamos en otra dimensión? La cuarta dimensión, meno Aaaahhh, coge ahí, Coqui, o sea, ¿tú no querías aprender las enseñanzas de Don Juan? Mírales los cachos en la cabeza, qué bonitos. ¡Cigua, Cigua, Irene!, vengan, vamos a levantamos a esos hombres, o sea, mira qué bonitos son, ji, ji, ji, con esa barba roja, meno Erica, vocéale en inglés: ¡ellos ser los taínos! o sea, nosotros, ¡diles que Anacaona soy yo! Señores, pero el Coqui está temblando. Ejem (El Coqui, Carlos, la mirafruncido). Miren aJoshti, men, con la boca abierta. Ay, pero qué gente más ... -Sara en letanía interminable, que cuando rompe a hablar es como cuando rompe a reír, o a pelear, o a beber, o a fumar, o a querer, o a callar, no para nunca, hay que


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detenerla a tiempo, o quizás entenderla, pero depende de cómo la detengas o la entiendas, porque si no... -Ok, ok, Sarita, I know, yo sé. Yo... Erica, pásame el pote (Se pega un trago. Ríe complacido, da brinquitos, se contonea). Vamos a componerle una canción a los vikingos. Yo. Ellos tienen que saber que van a desembarcar en Santo Domingo, Quisqueya, Primada de América,je, la tierra del Terror; que yo mismo, Terror, les voy a tocar una... (Coge la guitarra, rasg;uea impaciente) Ok. ¿No trajeron cámara? ¡Qué fuerte! Pero okey. (A Behique): Una bachata, meno Eriquita, por favor, please, échate a un lado.ja.je.je, ok, todo listo, one, two, trhee, four. .. - Terror, a quien nadie hace caso. Se quedaron mudos. Incluso Sara. Desde lo más oscuro del horizonte, la nave se acercaba movida por enormes remos de madera; cada vez más, moviendo a su antojo la entera furia del mar, venida desde no se sabe cuál rincón del pasado, cargada de hombres rojos y sangrientos (¡Guao, Piscis!) , que al rato, cuando los divisaron bien, comenzaron a gritar algo desde la proa en un idioma de piratas, con sus escudos, su sombrero de metal y esas lanzas, como dispuestos a iniciar una guerra que los tomaba desprevenidos y no les convenía. A orillas del arrecife, frágil y efímero, Josh Tibí de Los Ejércitos-sólo tiene ojos para mirar hacia allá, saber que lo que está sucediendo no es nada del otro mundo, que esa nave vikinga siempre estuvo ahí, Piscis, y siempre lo estará. Ahí eternamente. Porque todo lo que fue sigue siendo. Todo, Piscis. Aunque como ahora, todo se esté derritiendo y sólo me quede el mar para hundirme en él. Hoy se enteraron que la otra noche la Gorda del A-lle cayó a palos a Papo, que anduvo todo el parqueo detrás de él y no había manera de calmar su furia. A esa hora, a plena medianoche, cuentan que se armó en el condominio un lío entre los que defendían a la Gorda, cansada de recibir


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los insultos de ese viejo escandaloso y borracho "que no deja dormir a uno", y los que se compadecieron de Papo, que después de todo no tiene familia y vive en ese apartamento cayéndose a pedazos que le regaló Balaguer. Además de que si a la Gorda hay que tenerle miedo, a Papo también, porque es brujo, en tiempos de la dictadura el brujo preferido de Perla Negra, la cantante, y de Flor de Oro, la hija delJefe. Según la vecina del piso de arriba, ella bajó enseguida y mucho que extrañó a los de la segunda. y la Gorda insultó a todo el vecindario, incluyendo "al grupo de tígueres y de gente rara que vive en la segunda, que se la pasan haciendo bulla con una tambora y la muchacha lava los pañales casi de noche, y..."; el lío vio su fin cuando llamaron a la policía. "Murió", dijo Carlos, y nadie le creyó. Siempre lo mismo: decir "murió", así de solemne y soterrado y saber que nadie le creería. López entonces le ordenaba revivido, jalar con fuerza. Carlos jalaba una y otra vez. Veíamos la sangre de la savia despertarse, chisporroteando. Esperábamos, unidos en una especie de agonía dulce, sincera, esperanzadora, hasta que pasaba un tiempo (Iargo"tal vez) y había que resignarse (primero el mido de la sirena,luego, luces que 1W son las del amanecer, üumi:nan de un rojo intermitente el balcón), saber que si murió, murió, y punto.

(1)(3) José Duluc (2)(4)(5) Luis Días (6) José Tiburcio


Eloy Alberto Tejera (Santo Domingo. 1966) Periodista. Ha publicado los poemarios Elevación de la nada (l990) y celebración de lo efimero (l994), este último editado en Nueva York, donde actualmente radica. Obtuvo un primer premio en el concurso de poesía de Alianza Cibaeña y fue finalista en el Certamen Mundial de Poesía organizado en Puerto Rico. Las historias de Eloy, trensadas con imágenes y giros vigorosos, actúan como instrumentos tnieriorizanies para socavar elfondo sicológico de sus personaies.

La llegada

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bía llegado. No tenía sentido mirar atrás, acariciar lo abandonado, echar de menos a quienes empecé a borrecer a fuerza de un misterio extraño que aún no logro comprender, a causa de mi instinto de totalidad que apremiaba una vigorosa partida.

(Secuencia 1: Vete lejos, Totó. Muy lejos de aquí. Si tequedasjamás me busques. Cuando estés por allá ni intentes escribirme). Había llegado. El chequeo de rutina, la larga fila (una especial para los que entraban a esta flamante nación por primera vez. El bello juego de las huellas digitales. Todo debe dar constancia de que estoy entrando a una potencia, por eso las normas de seguridad tenían un raro aire de prepotencia. ¿Con quiénes va a vivir?, ¿quién viaja con usted?, preguntaba el oficial de inmigración con un aire circunspecto. Y finalmente, sign here.

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(Secuencia 2: Una bella planicie de fondo. Un imponente y misterioso mar. Un viejo ciego cuyo único bastión era lo que enseñaba con crueldad el tiempo; un joven que no sabe qué hacer. Irse o convivir con los fantasmas y muertos en la inexorabilidad que le ofrecían los días).

No me despedí de nadie. No quise que me desearan una difusa suerte. No quise comprometerme a escribir, a enviar las clásicas tarjetas postales, a hacer llamadas con un encanto de lo imposible. ¿Cómo estás? ¿Está cayendo mucha nieve por allá? Y sobre todo la más impertinente y embarazosa de todas: ¿Cuándo vienes? Quise antes de partir simplemente recorrer la calle de mi infancia por última vez, ver su gente en un inacabable e inabarcador movimiento, despedirme soterradamente de aquellas cosas invisibles. Me acuclillé a un pasado, pues sabía que todos tenían un torrente iluminador. Y sentí por qué había sido todo. Comprendí el hastío del presente en una amorfa síntesis: murieron algunos, morirán pronto muchos de los que están, esa es la rueda, ese es el círculo de dolor que inmisericordemente aguarda a todos estos seres con los que por mucho tiempo interaccioné conminadamente. Había llegado. Sueño cumplido. Todos debemos irnos de este país de mierda. Sobre todo nosotros, Jorge, la esperanza que aún tenemos es lo que ulteriormente nos hará más daño, me había dicho Rafael, quien ya había emigrado a España. Frase amarga que aunque me atropelló, despertó en mí cierta ansia. Profecía bañada de certeza. De Rafael jamás he tenido noticias. Como yo, para muchos se habrá esfumado en cualquier ciudad, estará arropado de quehaceres que no le dan tiempo ni para ejercer el oficio de la nemotecnia. Como es la primera vez que viajo, un empleado del aeropuerto me señala la dirección correcta donde debo ir


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a buscar mis maletas. Diviso un letrero, cuya grafía itálica me produce un leve estremecimiento. Me hicieron recordar los E.P.D. de las tumbas: baggage here. Había llegado. Ahora miro un montón de maletas y bultos dando vueltas, y trato desesperadamente de buscar la mía, de identificarla por medio del color, del volumen, que es lo que aparentemente distingue las cosas. Me turbo un poco. Nunca he sabido buscar cosas entre la muchedumbre. Debo irme acostumbrando, ya pronto será rutina. Un señor al lado mío, con más suerte que yo, da pronto con las suyas. Me dice, tenga paciencia, cuando no se tiene experiencia de viajero es normal que sucedan estas cosas. Pienso, entonces, cronopios, duendes sin oficio alguno...

(Secuencia 3: (primer plano). Alfredo, elviejo ciego, caminacon la ayuda deljoven Totó. La playa está totalmente desierta. Es de tarde, el crepúsculo contribuye a darle un cruel patetismo a la escena. Alfredo leaconseja rabiosamente irse lejos, lejos, lejos. Totó escucha. Ambos arrastran tristemente los piespor la arena). Encuentro por fin mis maletas. Ya quedaban pocas en la rampa. Medito: me he marchado, huyendo de una ceremoniosa realidad, de una forma tumultuosa de miseria que se repetía a diario, de un puerto inseguro donde los hombres y las mujeres parecían ahogarse o difuminarse en los sueños. Respiro con alivio. Me he marchado huyendo de toda la sombra que gesta su mundo, de todas las visiones que entenebrecen la atmósfera tropical por diversión ditactorial... -Señor, puede usar un carrito para transportar su maleta -me aconseja una joven, que interrumpe sin sospecharlo mis meditaciones fluidas. La miro maquinalmente y de la misma forma le doy las gracias por tan valiosa información. Sigo pensando: Uno no puede ser tan cobarde para quedarse, para seguir creyendo. No se puede ser


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tan estúpido. No compadezco ni admiro a los que han optado por la permanencia. A veces, he de confesar, los veo corno a seres derrotados o próximos a perder la batalla principal de la existencia.

(Secuencia 4: (en un primerisimo plano). El rostro deAlfredo se agranda. Las amtgrlS son destacadas maliciosamente jxJr eldirector delfilme. Sevedesde luego más alto que ro que es realmente. Más triste tal uez: Y a manera de epflogo, le dice al jooen: Si te quedos aquí sentirás al paso del tiempo que todo sigue igua~ que nada ha cambiado. Si te marchas, jxJr el contrario, cuando r~eses sóro encontrarás muertos y fantasmas. Verás irresistiblemente que 1JJs cambios han sido fundamentalmente nulos.: La cámara se va mooiendo, y enfoca un cerúleo mar. Al espectador Poco común le da la sensación de que el viejo Alfredo no está ciego, que séla ha cerrado ros ojos para very sentir más de cerca el mar...). Había llegado. Dejé atrás los muertos y los fantasmas del futuro. Me reciben a la salida principal del aeropuerto unos amigos sonrientes. No me faltaron los prudentes bienvenido y los más cálidos abrazos. Había llegado. Portaba corno banderola una extraña sonrisa, una mueca que sólo años más tarde evocaría y podría comprender, cuando regresara por unas cortísirnas vacaciones a aquel sitio, y pregunté por unas cuantas personas y por ciertas cosas, con una mezcla extraña de quien revisa obituarios y agendas viejas. Recordé entonces la secuencia vital: Irse-quedarse, el mar-Alfredo. Eljoven Totó y las encrucijadas que son siempre las partidas. (Secuencia 5: Rewingal oideo tape: La imagrm delviejo AljredJJ se ha quedado congelada en la pantalla de la memoria. Una voz. que rw sesabe dedónde proviene llena la sala: Si tequedas aquísentirás que todo sigue igual; que nada cambia con el paso del tiemPo. Si te

marchas, cuando regreses sóro encontrarás muertos yfantasmas).


Luis R. Santos [Santiago, 19581 Agrónomo claudicado, ha sido presentador de orquestas, agente pubUcitario y colaborador del diario El Nacional. En 1991 recibió una mención honorífica en el concurso de cuentos de la Alianza Cíbaeña. En 1993 publicó la serie de cuentos Noche de mala luna. Mariano Lebrón Saviñón lo considera "cuentista del trance inesperado". Las narraciones de Luis convocan al lector a una risa cabrona., cruel, de dientes podridos.

Un hombre solo Ni todo el poder del mundo puede cambiarel destino. Mario Puz:zo

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e incorporó con lentitud y estuvo dando vueltas por a habitación; la habitación que tomó en alquiler cuando decidió salir de la sombra de su madre. La noche anterior durmió con la misma profundidad que lo hacen las cosas inertes. Paseó su mirada en todo el derredor con desgano. Denotaba su mirada que no pretendía ver ningún objeto o lugar específico. Era una mirada vaga, perdida, vacía, como si le hubieran seccionado todos los hilos motores del cerebro, como si hubieran expulsado de su mente todo vestigio de existencia. Se asomó a la ventana como lo hacía consuetudinariamente para ver nacer el día. Era uno de esos tantos días grises del otoño. Un día con el mismo color plomizo del alma de Juan. Una llovizna pertinaz caía con la misma

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displicencia con que el tiempo corroe la existencia de los hombres; una llovizna fría pero cálida, si se comparaba con la gelidez de su alma. La tranquilidad de cosa muerta del amanecer empezó a disiparse con los ruidos y estertores de la ciudad cuando se levanta. Entonces Juan se palmoteó la frente, lanzó dos puñetazos al aire y dijo: "Vamos, Juan, vamos,Juan, que ha llegado el día". El hecho de que se fuera a suicidar inexorablemente varias horas después no fue óbice para que Juan ejecutara la ceremonia, el rito atávico que constituía para él preparar el café al despuntar el alba. Conectó la estufa eléctrica: dos tazas de agua, tres cucharadas de café, una pizca de nuez moscada (a pesar de la mala fama que tiene), y al rato sorbía un líquido humeante y aromoso. Luego se miró al espejo; hizo algunos mohínes como si ensayara para actuar en una obra de teatro, se mesó la barba incipiente y decidió rasurarse. Entró al baño. Salió de allí con la piel suave, rasurada al ras, limpio y perfumado. Envaselinó su pelo lacio y lo peinó partiéndolo al lado, a la antigua usanza. Se vistió tranquilamente para marchar. Iba a suicidarse lanzándose del edificio más alto de la ciudad. Cuando iba a salir, al abrir la puerta, estremecimientos ingentes le aturdieron; flaqueó y volvió sobre sus pasos. Se sentó al borde de la cama, bajó la cabeza y dos gruesos goterones rodaron veloces por sus facciones aindiadas. "¿Qué pasa,Juan, qué pasa? Para morir no hay que ponerse triste. Recuerda que la vida es un chiste, un chiste cruel para la mayoría y muy gracioso para unos pocos. ¡Vamos, Juan! ¿Dónde está tu templanza? ¿Qué ha sido de ella? ¡Alégrate,Juan; siempre dijiste que querías morir por tu libre albedrío, que morirías el día que tú decidieras, a la hora que tú decidieras, de la forma que tú decidieras y en el lugar que tú decidieras; vamos, Juan, vamos, Juan! Recuerda que estabas harto de consignar que te impusieron el nacer, pero nadie te im-


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pondría el morir. ¡Vamos,Juan! Recuerda tus teorías sobre la vida, los punzonazos que recibes cuando ves tantos seres desgraciados arrastrando como bueyes la carreta donde llevan la pesada carga de su existencia. ¡Vamos, Juan! Plantéate ahora mismo tu teoría de que si existiera un mecanismo mediante el cual cada quien tuviera la oportunidad de elegir si quiere nacer o no, el mundo se quedaría solo en poco tiempo. [Vamos, Juan! ¿No has buscado incesantemente el leitmotiv de tu vida?" Y abrió los archivos de la memoria. Gesticuló con sorna al recordar los tantos intentos fallidos, las tantas búsquedas. Rememoró con frustración la vez que tuvo un entusiasmo inusual y desbordante hacia la pintura. Pasaba horas encerrado, haciendo las más inverosímiles mezclas de colores, creando los más extraños tonos y matices, intentando pintar el alma y la existencia para arrancarle de golpe sus arcanos. Plasmó así sobre el lienzo los más oscuros parajes del espíritu y los más exóticos paisajes de ignotos territorios. Pero vino el desencanto, la insatisfacción perenne que acompañaba siempre su estada sobre la tierra. Se transformó entonces en play-boy, una suerte de don Juan moderno. Consiguió de su madre más de lo suficiente para vestir como un petrimetre. Su mirar, con.ese leve dejo de nostalgia, su juventud, su porte elegante y sus excentricidades -cosa que fascina y subyuga a las mujeres- le depararon innúmeras conquistas. Bebió de muchos alientos, amasó senos flácidos y erectos, color rosa, color ocre; anduvo con vírgenes y prostitutas. Sedujo encopetadas señoras y pernoctó en sus lechos de terciopelo. Disolvió uniones que prometieron ser eternas. Degustó vinos franceses, whisky escocés y vodka finlandés. Hizo de la licencia y el sibaritismo un estilo propio de vida. Eso fue durante corto tiempo.


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Más oscura que todas las noches juntas desde la creación del Universo, fue la oscuridad que arropó el no menos oscuro corazón de Juan. Más inconmensurable que todos los mares y océanos fundidos fue el vacío, la sima que se anidó en todo su ser. Pero le quedaba una última esperanza: Dios. Abrió los brazos y elevó sus ojos hasta el Cielo, lo invocó con vehemencia, con pertinacia. Solicitó conmiseración. Hizo los más variados actos votivos. Le pidió a Dios una pequeñita, exigua muestra de su existencia. Y en espera del toque de su corazón, inició el toque de los corazones ajenos. Para un novicio en las lides religiosas y espirituales, nada iguala al Apocalipsis. "Estas palabras sonfieles y verdaderas. Y elSeñor, elDios delos espíritus delos profetas, ha enviado su ánge~ para mostrar a sus siervos las cosas quedeben sucederpronto. ¡He aquí que vengo pronto! Bienaventurado el queguarda las palabras de este libro". Predicó las bondades del reino que se acercaba con desenfreno; se convirtió en profeta furibundo, en exégeta insuperable de las Sagradas Escrituras. "Es, pues, lafe la certeza de lo queseespera, la convicción de lo queno se ve. Porlafe entendemos haber sidoconstituido el Universo por la palabra de Dios, de modo que-lo quesevefue hecho de loqueno se veía. Qy,eridos hermanos en el Señor, esto es palabra de Dios; arrepentias, que elfinal está cerca". YJuan tenía la fe de que su milagro sería hasta que Dios dispusiera de su sino. Creía ser definitivamente un hombre nuevo. Honrando su nombre de buen cristiano, las visitas a leprocomios, manicomios, cárceles y hospitales, para llevar mensajes de aliento y esperanza a tantos desesperanzados, le fueron haciendo el alma jirones, clavándole a cada instante un sutil puñal que dio al traste con su apócrifa fe, que se fragmentó en mil astillas como se rompe una fuente de cristal al ser estrellada contra un muro. Soltó contra Dios las más blasfemas acepciones; de sus labios brotaron


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retahílas de imprecaciones y anatemas. Lo desafió, lo acusó de ser un farsante. Tomó la Biblia, la incineró y esparció al viento las cenizas de la palabra de Dios. Eso sucedió apenas ayer. Volvió a mirarse al espejo. Tuvo la íntima convicción de que moriría ya dentro de poco tiempo. Vio reflejada en su cara la palidez que sólo la inminencia de la muerte confiere a los rostros. Golpeó su pecho con fortaleza; se crisparon sus manos y fluyeron ante sus ojos, como si los observara por una pantalla, los seres que más desazón, asco y horror le producían, los pordioseros, los mutilados, los tantos garabatos humanos que se empecinaban en seguir viviendo, no importando sus tragedias, no importando sus miserables condiciones. Y él no podía compartir el mismo espacio, el mismo escenario con tantas lacras, con tantos seres execrables. Y de aquellas escenas sacó la suficiente fuerza para tomar la calle y llegar al lugar donde le espera el trampolín, la única y verdadera respuesta a su vida. "Eres privilegiado, Juan, vas a morir de la forma que elegiste, eldía queelegiste y_ enellugarqueelegiste". Abrió la puerta para dirigirse al edificio del cual se iba a lanzar al abismo. Salió con la bizarría del que a nada teme, con su pecho rebozante de poder, pletórico de violencia. Al cruzar la calle no escuchó la bocina del camión que lo destrozó. Quedó tendido en el pavimento, con un severo disgusto pintado en el rictus de sus labios.


Pedro José Gris [Santiago, 1958] Estudió Fü.osofia y Letras. Disertador controversial y polémico, es miembro fundador del Ateneo Insular y ha colaborado con diversos periódicos del País. En 1982 publicó su poemario Las voces, cuyos versos transparentes y vigorosos lo convierten en uno de los poetas más sólidos de los últimos quince años. Tiene en prensa el libro Tratado sobre la extenninación de los gatos. En 1991 fue galardonado con el primer premio en el Concurso Dominicano de Cuentos de Casa de Teatro.

La "Niña"

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ien pensado, lo que nos une es la realidad. -¿Crees tú? -Yo la veo, tú nunca podrás verla. Eres la "Niña". Las cosas te cercan, contiguas a ti, sin acoso. ¿Has pensado jamás que la realidad transparente la atraviesas con la mirada, que la nada que miras cuando me miras es ella? -La nada... la nada es nada. ¿Por qué será que aquí siempre llueve? O sea, no es que llueve, que quizás está lloviendo. Anoche desperté dentro del sueño. Me dije estoy soñando y decidí dejarme poseer plena de placer sin miedo. Qué extraña libertad sin presentimientos. Inclusive la belleza no me tocaba, como tú exiges. Pero hoy ya no recuerdo sus finales. ¿Me habrán poseído con violencia o de una manera que, contemplada, me resultaría asqueante, inaceptable? Sé que sucedió... pero en la vigilia se borró ese espacio bueno. Entonces no sucedió.

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-¿Qué tipo de realidad será la realidad, el ámbito, esa nada traslúcida, personal, que viene a ser lo que se olvida, y que sin embargo está entre nosotros bajo la forma inmaterial, sin imagen, de una certeza sin objeto? Cuando miras bien adentro, absorta, terriblemente bella en tus propios espejos humanos, y dices "nada", quizás estás contemplando en todos sus efectos los arquetipos de ese olvido, vacío delimitado por la conciencia de que detrás de sus límites subsiste algo que no reconoces, pero que antes has vivido... -¡Qué!, ¿te refieres a mi sueño? -No, no me refiero a nada. Entre tú y yo, "Niña" -no lo soy-, la realidad viene a ser aire, el aire, el agua diaria donde nadamos, uno vigilante, otro dormido. Son papeles o acaso... -¿Por qué hablas así? Regresas triste cuando vas al cine. -Esas gentes que me han estremecido o incitado... -¿Incitado? -Están en otro lugar, en el mismo instante que entran en mí. Esto embriaga, ritual, "Niña". Qué frescura. -Sí, está lloviendo. -No, no llueve, nunca llueve los martes. Viene a ser una finísima llovizna transparente que se coloca entre la persiana y la calle; fíjate, te permite contemplar la calle como si la estuvieras recordando. Quizás así la rememorarás cuando ya no habites esta casa, o tal vez medie una lluvia más gruesa. Bueno, esta calle no la recordarás jamás. -La calle no. -Quítate los zapatos, quiero que despiertes aquí. ,T , no me tocas. N· -ua., o Juego. S·lempre... -Retoza, "Niña", la pared blanca no es blanca. Detrás, transparentado, tu sueño olvidado te desanda la memoria. Te envuelve. Por eso te quedas así, como si fueras parte de tu propio vacío. Algo grande contemplas qu~ toda tú te vas por tus ojos. Despierta aquí.


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-¿Que despierte cómo? Yo siempre estoy despierta. Anoche sí, en el sueño 'te' hubiera despertado. Lo que debes es estar frente a mí, así, mirándome, al leer tus ojos recordaré esta conversación y caeré en cuenta que de nuevo estoy dormida, entonces despertaré como anoche en el sueño y seré el juguete. El juguete no. Seré lo que deseé siempre ser y determinaré contigo "qué música se celebre en tu alma", como tú sueles decirme. -En el sueño el Otro es libre de la voluntad de quien lo sueña... Podrás despertar, decretar que dominas eljuego, pero, ¡qué extraño!, nunca se tocan satisfacciones plenas; no podrás, por ejemplo, habitar una eyaculación inagotable. El otro dentro de tu sueño nace con albedrío propio. Es tu engendro y tu negación. Quizás sea la escisión eterna. Dentro de ti alguien dirige al Otro, inclusive en tu contra, "Niña"... -No te entiendo, pero ahí te me entregaré. Decidiré volar y que me persigas; además, tia!, haré que aparezca bello a mis ojos ... dime ahora lo que quieres, allá te regalaré el consuelo que a veces me pides. Desearé complacerte... -El Otro es libre en tu sueño, entiéndelo. Ni siquiera a sí mismo administra, porque él no se está soñando. Despierta aquí, zafa tus zapatos. -¿Para qué? ¿Te has obsesionado con mis zapatos? -Me estoy embriagando. ¿No sientes que el tiempo se respira más pesado, como si ya fuera líquido entre nosotros? -Estoy bien y tú juegas... No siento nada. - ...Un perfume, un aroma que atraviesa el agua aturde nuestros sentidos debajo del estanque. -Nojuegues, no te sigo. ¿Cómo podríamos percibir los aromas si estamos sumergidos? .. -No, no es posible. La misma realidad no nos lo permite, "Niña"...


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-Mira, la lluvia arrecia, más bien ha vuelto a llover, pero tú siempre dirás:"no, no llueve".

***** NIÑA Entre la tarde que se obstina y la noche que se acumula Hay la mirada de una niña. Deja el cuaderno y la escritura, Todo su ser dos ojos fijos. En la pared la luz se anula. ¿Mira su fin o su principio? Ella dirá que no ve nada. Es transparente el infinito. Nunca sabrá que lo miraba. Octavio paz: Salamandra


Pedro Antonio Valdez [La Vega, 19681 Graduado en Informática. También escribe poesía, ensayo, novela y teatro. Es miembro fundador del Ateneo Insular y de Fundación Daría Suro; además esfundador y director del Taller Literario La Matrácala y del Grupo Literario Federico Garcia-Godoy. En 1989 obtuvo el primerpremio en el Concurso Dominicano de Cuentos de Casa de Teatro, así como el Premio Nacional de Cuento 1992. En ese último año publicó su libro de cuentos cortos Papeles de Astarot.

La metresa en sueños de alquimia

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l hombre salió al patio y contempló inexpresivamente al perro atado al árbol. Luego soltó la cadena y regresó al interior de la casa. El perro, que era de madera, siguió inmóvil y silencioso debajo del árbol. La cadena se extiró levemente y desapareció arrastrándose entre los gu!)arros.

La señal lejana del siete

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l ángel se le apareció en el sueño y le entregó un libro cuya única escritura era un siete. En el desayuno miró servidas siete tazas de café. Haciendo un leve ejercicio

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de memoria reparó en que había nacido día siete, mes siete, hora siete. Abrió el periódico casualmente en la página siete y encontró la foto de un caballo con el número siete que competiría en la carrera siete. Era hoy su cumpleaños y todo daba siete. Entonces recordó la señal del ángel y se persignó con gratitud. Entró al banco a retirar todos sus ahorros. Empeñó sus pertenencias, hipotecó la casa y consiguió préstamo. Luego llegó al hipódromo y apostó todo el dinero al caballo del periódico, coincidencialmente en la ventanilla siete. Sentóse -sin darse cuentaen la butaca siete de la fila siete. Esperó. Cuando arrancó la carrera, la grada se puso de pie uniformemente y estalló en un desorden desproporcionado; pero él se mantuvo con serenidad. El caballo siete cogió la delantera entre el tamborileo de los cascos y la vorágine de polvo. La carrera finalizó precisamente a las siete y el caballo siete, de la carrera siete, llegó en el lugar número siete.

Porque se oxidan los talismanes

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a puerta y el laboratorio; una brisa turbia y la sombra deforme del Oidor. La mujer duerme derribada por el amoníaco: su piel era delicada, los cabellos sedosos y los pies al revés. La había traído de las Indias hechizado por su belleza y la entregó a la suerte de Hieronimus Cardan, con el objeto de que le corrigiera el defecto de los pies para poderla tomar en matrimonio. Durante las siete semanas el mágico la sometió a los más codiciados secretos de la alquimia, obteniendo progresos de compleja signijicancia, hasta esa madrugada de San Cipriano en la que mandó a despertar al Oidor. En su presencia descubrió a la mujer hasta las rodillas, mostrando ante sus ojos ansiosos unos


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pies correctos y delicados. «Pero nada se puede contra las cosas de Dios», apresuró el mágico y, en un obscuro acceso de perfidia y placer, tiró de la manta descubriéndola por completo. La mujer despertó sobresaltada con el espanto del Oidor y corrió, ahora con su rostro de lechuza, hasta perderse en la humedad del bosque.

El mundo es algo chico, Librado

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n tado a la sombra de una de las paredes del patio, eyendo el periódico así como está, a Librado Jiménez jamás se le ocurriría pensar en su muerte, y mucho menos en que podía sorprenderle hora y media después, rayando las cinco, bajo la cuaja de ese domingo primero de marzo. Para aquel viernes doce de 1974, Anita era una muchachita que tal vez no llegaba a los catorce, su madre le recogía los moños con aceite de coco y llevaba unos ojos grandes por los que, si uno se fijaba bien, se le podía vislumbrar el alma. Pero hoy, recargada sobre el tapiz garabateado del autobús, "que esta tarde parece correr más rápido que nunca", ella era una mujer hecha y derecha que cargaba una mirada parca, un bolso de jeans desteñido, dieciséis pesos, un revólver aún sin estrenar y una sola misión sobre la tierra: Asesinar a Librado Jiménez.

Dispar6 Kansas City.-Steve L. Green, un policía fuera de

servicio, mantuvo ayer a la expectativa al público y a las autoridades amenazando con suicidarse. Después de tres horas de conversaciones con


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quienes trataban de persuadido, el hombre puso el cañón de su Mag;num 357 en la boca y se hizo un disparo. (Reuter) -¡Qué barbarazo! -fue la primera reacción de Librado al leer la noticia-Un tipo con residencia americana, y mira lo que hace. Fue y trajo una cerveza. Miró las fotografías del policía, un moreno corpulento que traía una camiseta en inglés. El suicida bajó la frente hasta contenérsela con la palma izquierda y dejó la impresión de quedarse dormido; luego levantó la cabeza, observó hacia Librado con ojos de laberinto, se llevó la arandela del cañón a la boca como si fuera una pastilla amarga y se pegó un tiro. Librado tembló de pánico con la vibración del disparo. Cambió la página del periódico y consinuó leyendo despreocupadamente, como quien no sospecha nada. Bueno, habíamos quedado en que para el mentado viernes Anita todavía llev.ilba dientes de leche y tenía recién repollados en el pecho unos senos de rosita, inocentones y tiernos. Tan así era, que esa noche venía golpeando una lata con la punta del zapato al son de "el fnlmte se: va a ClleF••• ", Yno como hoy, en el autobús destartalado, fumando un cigarrillo mientras ve los letreros de la ciudad que vuelan por la ventanilla trayéndole su destino. La tarde de ese domingo primero de marzo era calurosa y el sudor le había producido un molestoso olor él periódico viejo, Librado continuaba leyendo desinteresado, siendo tauro y a lo mejor sin sospechar todavía que el horóscopo era su única salida. En las crónicas sociales se encontró con la foto de un cura al que tuviera que ablandar de vez en cuando en el cuarto de torturas de la fortaleza, para los;


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tiempos de la revolución. Le había hecho escupir hasta el último diente, y el mierda nunca dijo nada. Un silencio amargo y empalagoso poblaba los cuartos y los muebles. Desde hacía mucho vivía solo. Su mujer siempre sufrió de la presión y ahora tenía diez años de muerta. Su único hijo se fue de la casa luego del entierro y no volvió a verlojamás. Pero eso ya no importaba gran cosa. Ahora él era un sargento retirado que recibía su pensión cada fin de mes y esos recuerdos no eran más que historia patria. A medida que el autobús se colaba perezoso por el garaje de la estación. Anita sentía como una pelota de trapo amasándosele en el estómago. Su respiración era más frecuente y un sudor microscópico le patinaba entre los dedos. Todo eso podía ser cualquier cosa, pero no miedo. No, porque la noche del viernes aquel sí que la entrecogió el miedo, y la sensación no era esa. Si mal no recuerda, ella venía por la calzada izquierda saltando las rayas del cemento cuando se topó de golpe con un señor que se tambaleaba soplando un espíritu de ron y cigarro, y ella, que por aquellas alturas veía a los hombres con más curiosidad que otra cosa, sintió vergüenza, dobló a la derecha y siguió su camino, sin enterarse de que ya se había marcado su desgracia. Tauro (abril 21 a mayo 21).-La falta de un detallado análisis de acciones pasadas pondrá hoy en peligro su estabilidad emocional. Trate de hacer un viaje para su seguridad personal.

La única solución de su desgracia estaba en la página siete de la primera plana, Allá, inequívoco y gris, estaba el horóscopo. Sin embargo, faltaban cuarenta minutos para las cinco, a esa hora llegarían para matarlo y Librado de lo


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más campante, hojeando un aburrido suplemento dominical. Hizo un buche de cerveza. La sintió amarga. Pero lo triste del caso no era eso, sino que esa podía ser su última cerveza, y estaba amarga. Febrero 18, 1984 (Tomado del diario de Anita)

Pero el caso es que una, como maestra de escuela, debe tener principios. Yo le conté a Heriberto elproblema que mepasó a los trece años, de burra, porque me dolía no decírselo a quien amo tanto. El dijo que no te apures, que me quena igual. y así fue, hastaquevino conesa propuesta, muy serio él, quesi no terminamos ahora mismo. Yo sentí asco y miedo, por eso rompimos antenoche. Ay, Dios, qué hago ahora que no creo en ningún hombre. Ya he pensado meterme a monja, pero es tan grande el odio quellevo aquí dentro... ¿Porquénacímujereneste mundo ? .. Librado debería reparar en el horóscopo. De lo contrario, su asesinato le sería una cuestión absurda y sin gracia. Estará por echarse un sueño cuando lo joda el timbre. El recogerá el periódico, lo tirará sobre la consola y abrirá la puerta: Una mujer desconocida, trece segundos para las cinco, un revólver inexplicable, la inmovilidad del tráfico, un ruido único, apagado, y una bala rompiéndole indecible la caja del pecho; luego, la sorpresa inmensa, un cansancio absoluto y caerá como una guanábana. Eso sería todo. El único familiar cercano era su hijo, pero no iría al entierro. Cuando se entere del caso brindará en algún prostíbulo. Justo ese primero de marzo se acostaría por única vez con una mujer. Dos días después regresaría a la


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pensión, se tomará dos dedos de ron, enviaría una nota y se ahorcará con el alambre de la plancha. El párroco de la capillaJes-ús Redentorse llamaba Cándido Herrero, a esa hora continuará en su habitación, tenía setenta y dos años y no le haría la misa al cadáver de Librado. Un cura recién salido del seminario abrirá la puerta, no entra y, como sabiéndose inoportuno, le recordará: -Dice el sacristán que el cortejo está en el templo, padre Cándido. No le responderá. Su rostro estaba amargo y ausente, como si se escarbara el alma. El cura se retirará para regresar a los cinco minutos y pedirle, con curiosidad disfrazada de ruego: "iP(Jf" quéno intercede P(Jf" é~ padre'''. El anciano se volteará en cámara lenta. Fueron muchos los golpes y humillaciones que recibió cuando Librado era sargento. -Tenía el alma más sucia que ese trapo, hermano -dirá. Bajará la cabeza, 10 autoriza a oficiar la misa y lo oirá retirarse hacia la capilla. Ya solo, se pondrá de rodillas, toma una Biblia y se hundirá en un obscuro silencio, como si retara: "Dios no lo perdonará... Yo tampoco". Continuando con la cuestión aquella de Anita, ese domingo ya son casi las cinco, la calle estaba más sola que nunca y dentro de algunos minutos mataría a un hombre. Jamás había caminado por ese barrio, pero solía soñar tan intensamente con ese momento, que sólo tenía que hacer lo mismo que en el sueño para dar con el domicilio de Librado; por eso, cada paso le parecía la repetición de algo que en verdad venía haciendo desde mucho tiempo atrás. Para ella, matar a Librado sería una cuestión automática y rutinaria. Ya había ejecutado todo en el sueño, así que su


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misión se limitaba a llegar a la casa, tocar el timbre y hacer el disparo. Solamente podría fallarle el discurso que preparara en el autobús. Cuando Librado abriera la puerta, ella se pondría algo pálida, metería su mano en el bolso y escucharía el martilleo del arma. Desechado el horóscopo, así sucederían las cosas. El cura joven se vestirá con una sotana nueva, ensayará unos cuantos gestos en el vestidor y saldrá con la altivez de un ángel. Sería su primera misa de difunto, por lo que un regocijo reprimido y lógico lo embargaba. Pero cuando suba al púlpito y mire a su alrededor, se quedará desanimado. Abajo, el féretro se verá sin una flor, como si fuera una caja de arenque; sentados junto al pasillo estaban los ventiún rasos que harían los honores militares en el cementerio y, situada junto al ataúd, una señora muy conocida que lloraba por paga. Sumados harán veintidós, y veintitrés con el difunto, quien llevaría un saco azul marino y una chalina color menta de espíritu. El cura nuevo sentirá un grave desencanto, hablará sin gusto alguno durante media hora, rociará la última cruz de agua bendita sobre el cadáver y lo despachará para el cementerio, casi con un suspiro. Todavía en el vestidor lo asaltarían los gritos de la mujer que lloraba por paga. Entrado el mediodía, retornará a la habitación. El padre Cándido lo recibirá con un aire algo soberbio, como si confirmara: "Ya lo sabía yo, hermano: Dios no lo perdonará ". Los dos van a mirarse y quedarán en silencio. Al atardecer, ese silencio costaría al padre Cándido tres o cuatro lágrimas. (Esta es la nota que enviaría el hijo de Librado) Vivir es un grave problema; tú eras quien lo decía siempre. Yo namás te miraba y me hacía el gallo loco, pero sabiendo mejor que


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nadie esa verdad. Nunca te contélo que yo he pasado. Papá era una vaina. Cada sábado sedaba su juma y venía a darnosgolpes a mamá y a mí. Par eso yo lo odiaba tanto. Mamá sufría de la presión par las malas sangres que él le hacía, parque, cama era sargento, vivía haciendo y deshaciendo sin que nadie lojodiera. Mamá la pobre lo aguantaba todo, hasta queun día supimos que elsargentoJiménez. (papá) violóuna muchachita. La viejalocogió muy a pecho; de ahí sequedótriste y conel tiempo sefue apagando como una lámparaen la obscuridad desu cuarto. Antes de morirse me llamó, su cara llena de sombras y la voz amarga: "Es un perro, mi hijo, pero quiéralo, que essu papá". Sin embargo, después que la enterraron yo me escapé y no regresé a verlo jamás. La vida es un errar grave. ¡Y ahora resulta que la niña que papá violó hace años eras tú, Anita! El día que me contaste todo yo queríaque me tragara la tierra; par eso después te dije quefuéramos a un motel, que iba a metértelo. Pero lo que yo buscaba era darte un pretexto para que me odiaras, parque me siento culpable de tu desgracia. Adiós, amar. Piensa en mí para mi cumpleaños. Perdóname. Te amo. La vida es una mierda . A Librado lo único que puede salvarlo de la muerte es el horóscopo. El pasa la página inadvertido, pero la vuelve atrás... lo lee y no le pone caso alguno. Ahora nada puede salvarlo. Se dispone a echarse un sueño, pero ya es tarde: lo jodió el timbre. El recoge el periódico, lo tira sobre la consola y va a abrir la puerta. Faltan trece segundos para las cinco. Para Virna, quizás


INDICE Ultima flor del naufragio Prólogo

,

Luis Martín Gómez En tránsito

7 , 19

Frank Martínez Perfume de mujer

31

Pablo Jorge Mustonen Noticias de ti La señorita Sal Azar Sesión de noche

35 39 40

Nicolás Mateo El drama Boleros para un sueño

'"

41 42

Máximo Vega Film noir. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45 Luis Toirac La ciudad dispersa

57

Eugenio Camacho Los secretos del fango

65

Melchor Rosario El ataúd de los sueños rotos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69

141


142

Ultima flor del naufragio

Melida Garcia El retorno .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 75 Víctor Saldaña Espejismos subyacentes

79

David Martínez Extranostalgia

85

Sueko El ciclista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 91 Carlos Roberto Gómez Beras Adolfo Cisneros o la literatura como robo . . . . . .. 93 Roberto Sánchez La noche de los pájaros Un sueño azul Aurora Arias Invi's Paradise . ,

97 99 103

Eloy Alberto Tejera La llegada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 117 Luis R. Santos Un hombre solo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 121 Pedro José Gris La "Niña" . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 127 Pedro Antonio Valdez La metresa en sueños de alquimia La señal lejana del siete Porque se oxidan los talismanes El mundo es algo chico, Librado

131 131 132 133


Esta primera ediciĂłn de 1,000 ejemplares del libro Ultima flor del naufragio, de Pedro Antonio Valdez, se terminĂł de imprimir e119 de febrero de 1995, dĂ­a de San Conrado, en Editora Alfa & Omega,


n coro vigoroso, decantado, disímil, tremulante y desesperado: así podríamos definir esta antología de cuentos, que reúne una representación de los narradores jóvenes dominicanos que han asumido su compromiso con la literatura en la presente década. Veintiséis relatos breves de diecinueve autores sitúan al lector en un universo recreativo matizado por la intensidad, el lenguaje certero y la atmósfera devorante, todo logrado con efervescencia como producto de una búsqueda técnica incesante. La República Dominicana constituye una paradoja dolorosa que aparece vertida en el ternario de estos textos. Relatos poblados de urbanismo, rasgos sicológicos, erotismo, abstracciones poéticas, angustia ... estructurados mediante una rica pluralidad formal. Los lectores dominicanos y puertorriqueños -a quienes está especialmente destinada esta Ultima flor del nau.fra~ encontrarán en estos narradores de final de milenio una cuentística que satisface las exigencias de una rica lectura.

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..' ediciones Iro;arasca

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ISLA

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