ESPERANDO LA MANO DE NIEVE JOSÉ BERGAMÍN
Asociación Literaria Huebra
la biblioteca de la huebra colección dirigida por Manuel Moya y Rafael Vargas Esperando la mano de nieve © Herederos de José Bergamín © Prólogo de Manuel Moya © Ilustración de portada: José Caballero. © Para la presente edición Asociación Literaria Huebra © Anagrama colección: Gerhard Illi © Diseño colección: Barco de Ideas ISBN: 84-934409-5-7 Asociación Literaria Huebra, C/ Cruz de Mármol, 16. Aracena (Huelva). 959 12 80 56. islahelena@wanadoo.es
ESPERANDO LA MANO DE NIEVE
EL ESQUELETO HERIDO (BERGAMÍN EN FUENTEHERIDOS)1 A Teresa Bergamín Arniches, a cuya generosidad debemos la reedición de este libro al que ella guarda una muy peculiar devoción y fidelidad. Los árboles son tan altos y tan largos los caminos que el paisaje se convierte en fantasma de sí mismo. Y no se sabe, al mirarlo de sí mismo desvivido si es desensueño del alma o ilusión de los sentidos. J. BERGAMÍN
Conocí a Teresa y José Bergamín en el verano de 1980. Residían en una coqueta casita de campo situada entonces al pie de la carretera de Sevilla, justo en la intersección de ésta con la enigmática cuesta de Maiguerra, a poco más de un kilómetro de Fuenteheridos, en un
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El presente prólogo parte de una reelaboración de un artículo homónimo publicado en El fantasma y el esqueleto, Arteleku / Univ. del País vasco, coordinado por Pedro G. Romero, Alava, 2000.
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paraje conocido como La Venta. Desde este hermoso retiro, entre huertos y emparrados, con frescas albercas y un continuo trajín de avispas y rumor de lievas, escucha Bergamín el atenuado son de las campanas; aquí lo desvela el rumor del agua huidera; aquí, en la contemplación de la cuesta de Maiguerra, de blancos guijarros, concibe versos de atmósfera novaliana: Por el largo camino que aún blanquea, / de la noche que avanza, / huyendo del poniente luminoso / dos sombras se separan. A esta casa habitada por su hija Teresa desde hacía años, llegó por vez primera Bergamín en 1979 y de ella partirá definitivamente, dolorido y decepcionado en septiembre de 1982, próxima ya su muerte. Estos años serán especialmente venturosos en su producción poética, pues es en ellos donde concibe la casi totalidad de Esperando la mano de nieve y gran parte de Hora última, su postrero libro, así como los seis poemas que forman parte de Como una sombra sin fuego, que, publicados en una edición muy minoritaria, no se han vuelto a reeditar. Si en lo productivo estos años serán fecundísimos, en lo personal significarán el cortacircuito definitivo de la sociedad española con un hombre irreductible que se sabe ya en el último escalón de una vida marcada por su profunda sensibilización y participación en el proceso histórico español a lo largo de todo el siglo XX, hasta el punto de que quizás no haya un intelectual español que mejor encarne las encrucijadas anímicas e históricas de una centuria marcada por tres hitos fundamentales: la pérdida de las colonias, la guerra civil y el retorno de la democracia. Nadie como José Bergamín, decíamos, acaso el discípulo más entrañado de Gracián y Unamuno, va a amar, sufrir, esperar y desesperar de España en este siglo convulso y sangriento que en -8-
lo literario supondrá una verdadera edad de plata, como vienen a refrendar las sucesivas generaciones del 98 y del 27.
DATOS BIOGRÁFICOS2 José Bergamín nació en la madrileña plaza de la Independencia el 30 de diciembre de 1895, hijo de andaluces afincados en Madrid, extremo éste que quedará indeleblemente reflejado en su imaginario íntimo, atento siempre a ese mundo jondo andaluz, de una plasticidad barroca y de un vitalismo trágico que tan profunda raigambre encuentra en el propio mundo bergamasco. Hijo de un relevante abogado malagueño que llegó a ostentar el cargo de ministro en varias ocasiones, muy pronto siente sobre sí el peso de la inconsistencia, la vocación huidera y dualista de las cosas, extremos que marcarán tanto su biografía como su obra. Su madre, antequerana, será quien lo blindará de un fuerte e indeleble esqueleto religioso y de un creciente interés por la cultura popular andaluza, a la vez solar y telúrica, aspectos éstos que formarán parte de su esqueleto literario. Después de leer tempranamente a Spinoza, Nietzsche y Pascal, el joven pasa por una grave crisis personal que lo conduce a las puertas del suicidio en 1919, encrucijada que supera con la 2
En este capítulo seguimos la excelente biografía bergamasca de Gonzalo Penalva, titulada Tras las huellas de un fantasma, aproximación a la vida y obra de José Bergamín (Madrid, Turner, 1985)
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lectura de los clásicos rusos, a los que cabe añadir Goethe, Dante y Shakespeare, vehementes lecturas que también formarán parte indeleble de su armazón conceptual, como se verá en sus ensayos. Con posterioridad se sume en las lecturas de Darío, Azorín, Unamuno, una de las presencias más claras en el madrileño, y Valle-Inclán, con quien coincidió en los cafés Levante y Gato Negro. Es por esta época que se dará a conocer en las tertulias artísticas del Madrid de las vanguardias. Enseguida se hace asiduo de Pombo, donde simpatiza con Ramón Gómez de la Serna, otro de los referentes ineludibles de toda su trayectoria, junto a los mencionados Gracián, Unamuno y, en menor medida, Juan Ramón. Son años en los que las vanguardias, y más concretamente el vltraismo, hacen furor en una juventud que, por otra parte, sigue muy de cerca las sucesivas entregas de los escritores regeneracionistas, que en estos años publican lo más sustancial de sus obras. De la mano del moguereño, del que se hace asiduo tertuliano y más tarde secretario personal, publicará sus primeros artículos en la revista Índice (1921) y, a no tardar, su primer libro, El cohete y la estrella (Bca. del Índice, 1923), libro aforístico donde ya se entrevé todo ese intrincado mundo personal bergamasco (influencias incluidas) y esa especial tensión establecida entre lengua y concepto, entre pensamiento y compromiso, entre pasión y consciencia, elementos que giran sobre sí mismos, contorsionándose, hasta crear inesperadas fricciones, caudales sinérgicos que se constituirán en elementos indisociables de su pensamiento y su escritura. El aforismo, que descansa tanto sobre la paradoja del concepto como sobre el misterioso equilibrio de su forma, será -10-
para la personalidad chispeante y barroca de Bergamín (la agilidad alerta del pensamiento, que escribiera de él Juan Ramón) su manera de enganchar con una tradición que cuenta entre sus adalides con Pascal, Novalis y Nietzsche, maestros nunca discutidos del madrileño y que él, como a todas sus otras influencias, someterá a la tensión y a la contorsión de su propio pensamiento. La escritura bergaminiana se radicará primeramente en el aforismo, por más que con el discurrir del tiempo se nos presente en forma de ensayo o poesía. A diferencia del aserto filosófico, que suele instalarse en una verdad no cuestionada, el aforismo tiende a instalarse en la incertidumbre, creando un clímax paradojal, una salida por donde siempre acaba escapando el lenguaje o el pensamiento, lo que lo coloca en los umbrales mismos de la poesía. El aforismo es falible en la medida que no está encastillado en la verdad, sino en la apariencia de verdad, es decir, en la frontera entre lenguaje y pensamiento, y es en esta frontera donde la desbordante agudeza de ingenio, la lucidez encabritada y, en cierto modo, desesperada del matritense, hallan su personalísima forma de expresión que, como hemos dicho, impregnará su obra ensayística y lírica. En el mismo año de 1923, Bergamín comenzará a mostrar pruebas de su independencia crítica e intelectual, poniendo su pluma al servicio de los escritores emergentes, todo lo cual le conducirá a sonados enfrentamientos dialécticos con autores como Azorín y Ortega, en lo que es un ejercicio de autoafirmación tanto personal como generacional. En 1925 publica, también de la mano de su entonces adalid Juan Ramón, Tres escenas en ángulo recto y un año después Caracteres, ambos en la Biblioteca del Índice. -11-
Hasta entonces la relación con el maestro de Moguer ha sido muy estrecha, pero como consecuencia del sonado homenaje a Góngora de 1927, ésta se verá drástica, definitivamente rota, si bien hay que considerar que la lejanía emocional que de facto existió entre ambos, jamás condicionó la valoración crítica que el madrileño sintió por el andaluz universal. En el trasfondo de toda la polémica que suscita este alejamiento, está el conocido mal carácter y la susceptibilidad del andaluz y por otro, la irrupción de una nueva promoción de jóvenes con personalidad propia, para quienes el místico e insobornable Juan Ramón ha servido de ineludible referencia, pero al que, llegado un punto de madurez, necesitan matar, para así partir a la conquista de su propio espacio, todo lo cual es tomado por el hipersensible Juan Ramón como una declaración de ruptura. La ruptura con el moguereño supone un hecho capital en la vida del autor de El cohete y la estrella, así como la relación que establece con el resto de los integrantes de la llamada generación del 27, de la que nuestro autor será uno de los más arduos, primerizos y chispeantes cabecillas3. 1927 será un año capital para este nutrido grupo de jóvenes entusiastas que se reúne en torno a la figura de Góngora, distanciándose sonora y acaso teatralmente de los principales escritores del regeneracionismo. Son reveladoras las reseñas críticas que el aforista madrileño pu-
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En este sentido conviene apuntar que Bergamín -el gran compilador de títulos- no se sentía cómodo con el marchamo del 27 y se postuló siempre por la generación de la república, o del 31. Sea como fuere, el madrileño se habría de convertir en su más ferviente y valioso fiador crítico y editorial.
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blica en estos transcendentales años tanto en las numerosas revistas como en los periódicos que desde todos los puntos de España arropan a los jóvenes y pujantes creadores. Como muy bien ha señalado González Casanova, ya en estas reseñas se advierte un espíritu imbuido por lo poético, si bien su exacerbado sentido de la independencia y su tempranísima vocación exilar harán que, salvo en dos o tres textos primerizos, rehuya la poesía, el género que sustenta e identifica a su generación y cuya primeriza ausencia en Bergamín, abocará al autor de El otoño y los mirlos a una especie de disimulado purgatorio generacional que muy poco tiene que ver no ya con su implicación intelectual en el movimiento, sino también con la calidad incuestionable de su obra. Si 1927 puede considerarse el año de la consolidación de los jóvenes escritores, 1928 marcará ya un matiz distinto. En julio de ese año, José Bergamín contrae matrimonio con Rosario Arniches, hija del prestigioso dramaturgo. Tras la boda, la pareja viaja por Europa y recala en Rusia, lo que dejará en nuestro escritor una sensación imborrable. A la vuelta del viaje nupcial, se advierte no sólo en él, sino en el resto de los jóvenes poetas un cierto cansancio por las vanguardias, así como una progresiva concienciación política, fruto del ambiente pre-bélico que se respira en toda Europa y que en España parece aún más acentuado. Si en sus reseñas anteriores a 1927, el madrileño asume la idea juanramoniana de la poesía desnuda, y al artista como entrañado habitante de la torre de marfil, a partir de su viaje a Rusia el madrileño toma conciencia de la encrucijada histórica -y las singulares amenazas- en la que se ve envuelto el hombre. En 1930 publica Bergamín El arte de birlibirloque, su -13-
primer ensayo taurino, que fue acogido con mucho interés no sólo por los aficionados sino por toda la crítica en general. En este ensayo, Bergamín se postula dialécticamente como seguidor del clasicismo de Joselito, al que enfrenta con el humanismo de Belmonte, las dos figuras antagonistas de la época. Como buen andaluz, Bergamín se presenta a sí mismo como un ser dual -ya presente en su obra aforística- y es acaso este marcadísimo dualismo el gran motor de todo su pensamiento y el elemento fecundador y tensionador de toda su poesía. El retorno de la República, el 14 de abril de 1931, supone tanto para el escritor madrileño como para el resto de la intelectualidad española, un momento de inflexión, un decisivo cambio de agujas vital, cuyo marco es un país quebrado socialmente y expuesto a conflictos de difícil desenlace. Esta situación es entendida por los intelectuales y muchos de ellos toman responsabilidades políticas, como es el caso de Bergamín, quien en mayo de 1931 (y por un breve periodo) es nombrado director general de Acción Social e Inspector General de Seguros y Ahorros. Ni sus actividades oficiales, ni sus cada vez mayores compromisos políticos, reducen la actividad creativa del madrileño, que en 1933 publica Mangas y capirotes, una visión lúcida del teatro español del siglo de Oro, que el madrileño incorporará a su propio corpus vital. En ese mismo año (1933) Bergamín acomete el proyecto de Cruz y raya, la revista más influyente del período republicano. Cruz y raya, en la que colaboran figuras de la entidad de Max Jacob, Cernuda, Marañón, Ortega. Zubiri, Maritain, Claudel, Bloy o Gómez de la Serna, es desde el principio una revista católica, liberal, abierta y de ruptura, según el preciso marchamo de Gonzalo Pe-14-
nalva (cfr. 1985), que también sirve para definir el complejo entramado intelectual bergamasco, enraizado en el humanismo transcendentalista católico, en conflicto con el papel temporal de la institución religiosa, que una y otra vez será blanco de sus acerados ataques. Bajo la sombra de la revista, que se convirtió en un foco intelectual ineludible de la época, se publicaron también importantes libros, como es el lorquiano Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, La realidad y el deseo, de Cernuda, la segunda edición de Cántico, de Guillén, Razón de amor, de Salinas o Residencia en la Tierra de Neruda. En 1934 publica Bergamín su segundo libro aforístico, La cabeza a pájaros, donde combina de forma chispeante el lenguaje culto y el popular, a veces sacando de sus casillas a uno y a otro, lo que devendrá también una constante formal de toda su obra. Son años, pues, de una intensa labor social e intelectual, pues a la dirección de Cruz y raya hay que sumar los múltiples artículos firmados por Bergamín para los periódicos de la época, sus innumerables conferencias, sus actividades políticas, sus constantes polémicas, sus chispeantes ensayos (La estatua de Don Tancredo, La importancia del diablo, La decadencia del analfabetismo, Mangas y capirotes, Disparadero español, El mundo por montera), sus colaboraciones en otras revistas... e incluso sus actividades internacionales, como la participación en la Conferencia de Escritores celebrada en Londres en 1936, donde se pide para España la organización del II encuentro de Intelectuales Antifascistas que se va a celebrar en Valencia en 1937. La sublevación de Franco lo sorprende en Madrid. Días antes Federico García Lorca había ido a verlo para hacerle entrega del manuscrito de Poeta en Nueva York, -15-
que finalmente verá la luz en Estados Unidos y México, en 1941 y sobre cuya edición pesa una considerable bibliografía. Los primeros días de la guerra son frenéticos para el madrileño. Suya es la idea de lanzar la revista El Mono azul, publicación combativa en la que van a colaborar los más importantes intelectuales de la República. La revista nace como órgano de expresión de la Alianza de Escritores Antifascistas, que entonces preside Ricardo Baeza y que con posterioridad presidirá el propio Bergamín. Entre las actividades más sobresalientes de la Alianza caben destacar, al margen de la publicación de El Mono Azul, la organización del II Congreso de Intelectuales Antifascistas celebrado en Valencia y Madrid, en el que intervienen intelectuales de todo el mundo, el traslado de los cuadros de El Prado a la ciudad levantina, la publicación del Romancero de la Guerra de España en la recién creada revista Hora de España o la puesta en marcha de Nueva Escena, cuyo propósito era instruir mediante el teatro a los combatientes republicanos. Las actividades públicas y literarias de Bergamín en estos primeros meses de conflicto civil son muchísimas. Cuando la guerra se centró en las inmediaciones de Madrid, Bergamín se movilizó formando parte del célebre Quince Regimiento. De Bergamín es la idea del encargo hecho a Picasso de un gran mural para el Pabellón de la Exposición de París: El Gernica. Durante la guerra, el madrileño viaja en dos ocasiones a Estados Unidos con el fin de recabar apoyos para la república española, escribe numerosos artículos y pronuncia conferencias. Cercana ya la conclusión de la guerra, Bergamín, junto a otros intelectuales republicanos, funda en París la Junta de Cultura Española, que preside él mismo. -16-
La guerra supondrá para el madrileño un punto de inflexión en su vida y también en su obra. Hasta entonces había vivido en una dorada existencia de intelectual respetado. Tras la tremenda experiencia personal e intelectual de la guerra, Bergamín, se habrá convertido en un peregrino, en un fantasma, en una sombra de sí mismo, que no hace otra cosa que escarbar en su propio dolor, en su propia lucidez. El 6 de mayo de 1939 Bergamín parte junto a su mujer e hijos hacia Veracruz a bordo del Sinaia. La llegada a México coincide con el estreno de su obra Don Lindo de Almería; bajo el auspicio de La Junta de Cultura española, fundará junto a Larrea y Carner la revista España peregrina, cuyo primer número saldría en febrero de 1940, pero tras sus desavenencias con Larrea, el proyecto se interrumpe en junio del mismo año. Poco después fundaría la editorial Séneca, en cuyo seno verían la luz títulos tan significativos para la literatura castellana como Poeta en Nueva York, La arboleda perdida, España, aparta de mí este cáliz o las Obras de Antonio Machado. En Séneca aparecerán también sus obras Disparadero español (1940), Detrás de la Cruz (1941) y El pozo de la angustia (1941), así como Peregrino español en América (1943) y La voz apagada (1946). En agosto de 1941, bajo la dirección conjunta de Xavier Villarrutia, Prados y Gil-Albert sale a la luz la esperada y monumental antología Laurel, que incluía por primera vez a los autores en lengua castellana de uno y otro lado del charco, y en la que sorprenden las ausencias de Neruda o León Felipe, enemistados por aquellas fechas con el madrileño. En medio de esta hiperactividad literaria, periodística y política, fallece su esposa, Rosario Arniches (22, de febrero de 1943), lo que supondrá un golpe -17-
muy duro para este singular peregrino español. Este hecho, unido a las perspectivas de que el resultado de la II Guerra Mundial no desalojaría a Franco del poder, como todos los exilados esperaban, sumen al madrileño en una evidente crisis personal y creativa que nuevamente lo aproximan al suicidio. En 1946, junto a sus tres hijos, José, Fernando y Teresa, pone rumbo a Venezuela, donde celebra numerosas conferencias y trabaja para la Universidad de Caracas, pero un año más tarde este peregrino de España y de sí mismo, parte hacia Montevideo donde publica las obras teatrales Medea la encantadora y Melusina y el espejo. En Montevideo vive un pequeño lapsus de tranquilidad, en parte motivado por el buen ambiente cultural que se respira en la capital uruguaya, donde llegan a representarse algunas obras suyas. Con su asistencia en 1950 al Congreso de la Paz, celebrado en Varsovia, se granjea serios problemas con la oficialidad uruguaya. Este nuevo panorama de censuras y equívocos determinará un cambio en la situación anímica del escritor, cuya decisión será abandonar el continente americano y urdir su regreso a España. En diciembre de 1954 decide retornar a Europa, y así navega de Montevideo a París, donde acaso espoleado por la proximidad de España, comenzará una vehemente andadura poética. Bergamín ya se había estrenado como poeta en 1939 con sus soberbios sonetos a Cristo crucificado, que presagian el gran poeta que será, que es ya Bergamín, por más que hasta 1954, impelido por su dedicación ensayística y por su dolor ante el destino español, la poesía pasará a un plano circunstancial y casi anecdótico. Será en la capital francesa cuando la creación -18-
poética entre definitivamente en su corpus espiritual con la composición de Duencecitos y coplas, escrito vehementemente -como todo lo suyo- en agosto de 1955; Duendecitos... es una colección de coplas de inequívoco aire andaluz sobre las que el autor peregrino va alumbrando su propio errar: Aun sin saber dónde va, el camino es el camino. Lo que importa es el andar.
En París se relaciona con escritores católicos como Malraux o Pierre Enmanuel, así como con el exilio español (Picasso, Aurora de Albornoz o Gurméndez), pero su vista y su pensamiento ya están puestos en España, donde recala a finales de 1958. Su retorno es visto por algunos como una claudicación, y por otros como una especie de pulso al régimen, pero Bergamín que ya ha dado muestras de su feroz coherencia política, de su inteligencia viva e independiente, mantendrá sobre la dictadura una mirada hostil y desafiante y ya en enero de 1961 se produce el primer enfrentamiento con la familia Luca de Tena, propietarios de ABC. Entre 1960 y 1963 colabora semanalmente con el periódico El Nacional de Caracas y publica los siguientes libros: Lázaro, don Juan y Segismundo, Fronteras infernales de la poesía, Los tejados de Madrid o el amor anduvo a gatas, Al volver, así como sus dos primeros libros de poemas: Rimas y sonetos rezagados y Duendecitos y coplas. Pero su estancia en España, como cabe suponer, pronto se vuelve irrespirable para un hombre de sus presupuestos políticos y su valentía moral. Su desenlace viene marcado por la huelga de la mine-19-
ría asturiana, que tiene lugar el 2 de octubre de 1963, y en la que los mineros astures son reprimidos con violencia y torturados sin compasión por el régimen franquista. Diez días más tarde de los hechos aparece en El Español una carta dirigida al entonces ministro de interior, Manuel Fraga Iribarne, exigiendo explicaciones; la carta, encabezada por el propio Bergamín, fue también suscrita por Aleixandre, Celaya, A. Sastre, Buero Vallejo, Juan Goytisolo, Barral, Fernán Gómez... El affaire, tomado por el régimen como un pulso a su fortaleza y un contratiempo a su menoscabada credibilidad internacional, obliga a Bergamín a buscar refugio en la embajada de Uruguay en Madrid, de donde sale con rumbo a Montevideo el 29 de noviembre de ese mismo año, para recalar en París dos meses después, con la inestimable ayuda del incondicional Malraux, entonces ministro de cultura. La expulsión de España corta drásticamente su producción literaria hasta tal punto que, entre 1964 y 1970 sólo compone su libro de poemas El otoño y los mirlos (1975), escrito durante su segunda estancia uruguaya, y entrega a las imprentas Beltenebros. Su segunda estancia en París es, sin embargo, provechosa. Su nombre es tenido en cuenta por toda la intectualidad europea, hasta tal punto que la televisión francesa rueda una extensa biografía a cargo de Michel Matriani titulada Masques et bergamasques, así como el filme Los ángeles exterminados (también de Mitriani). En París es testigo de los sucesos de mayo del 68, sobre los que escribe con entusiasmo. Poco después, en abril de 1970, regresa nuevamente a una España que soporta los postreros años de la dictadura franquista mientras se iba preparando el camino para una metamorfosis histórica: el paso negociado de la -20-
dictadura hacia la monarquía de Juan Carlos I. El retorno a España significa para Bergamín vivir en medio de la precariedad y el aislamiento. Aún así, su producción literaria y editorial es incesante, como lo prueban la cantidad de libros editados (18) y reeditados (5) y los más de 250 artículos que firmó en estos últimos 13 años de su vida. En 1973 la revista Litoral le dedica un número extraordinario en el que, además de recoger lo más granado de su obra, participan los intelectuales más importantes del país. Este mismo año comienza a editar en Sábado Gráfico, donde va a expresar con virulencia y pasión unas opiniones que con asiduidad chocan con las consignas políticas de la época. Muy pronto, desde su retorno a España, el pensador matritense se sintió defraudado y desesperanzado por el destino de este país que apostaba más por una pactada reconciliación nacional (lo que él definiera como entreguismo) que por su propia conciliación con la historia, todo lo cual- según el pensadorinstaría a legalizar de facto el golpe militar del 36. Para él, acérrimo republicano, la transición española, que legitima al franquismo al no desmentirlo, que perpetúa el espíritu surgido de la victoria militar del '39 al no descabezarlo, es una farsa patética por cuanto sus cimientos nacen de la podredumbre y acabamiento ruinoso de un régimen ilegal que frustró una vez más la entrada en la modernidad del país. Entiende José Bergamín que los partidos políticos -y muy en especial, los de izquierdahan pactado sobre el supuesto de la derrota republicana y han legitimado con su presencia un régimen, el monárquico, que fue legítimamente destituido por el pueblo español en 1931. La España que él encuentra a la vuelta de su segundo exilio es todavía esa enorme tumba que -21-
relatara en el soneto Ecce España publicado en 1970, el mismo año de su retorno: lo que está España es como amortajada [...] de quijotesca en quijotesca empresa por tan entera como tan partida se sueña libre y se despierta presa.
La voz disidente, estruendosa e híspida del tábano Bergamín se hace aún más estruendosa y altisonante a medida que crece a su alrededor la soledad y la adversidad, y pronto es apartada del debate concertado de las Españas. Censurado por los mismos periódicos que, a poco de su llegada, habían acogido favorablemente unas colaboraciones que constituyeron su modus vivendi, el incómodo, el irreductible, el afilado José Bergamín es literalmente desterrado de la corte. En 1976 publica el artículo El franquismo sin franco, en el que con su peculiar estilo denuncia el triunfo del ferrolano después incluso de su muerte, lo que le vale un proceso judicial y el secuestro de la revista. En 1978 publica el artículo La confusión reinante, que pone en cuestión la legalidad de la monarquía, y nuevamente es denunciado. En consecuencia, meses más tarde Sábado Gráfico prescinde de sus artículos. Desde abril de 1978 hasta noviembre de 1980, en que comienza a colaborar en Punto y hora, Bergamín es silenciado por la prensa española. En 1979 se presenta a las elecciones por Izquierda Republicana. En diciembre de 1981, cuando cuenta con 87 años, defraudado y barrido por los acontecimientos, convaleciente de una caída, falto de recursos, ninguneado por la intelectualidad apesebrada o dispuesta a buscar acomodo en el nuevo régimen, José Bergamín busca refugio en la serranía onuben-22-
se, en una deriva que nos recuerda al Benito Arias Montano que tres siglos antes se viera obligado a abandonar la corte y retirarse a la aledaña Peña de Alájar. La presencia de Bergamín en Fuenteheridos es anterior a la fecha señalada por Gonzalo Penalva en su magnífica biografía, pues ya desde el verano de 1979 pasaba allí grandes temporadas, de manera que es el paisaje de Fuenteheridos el que jalona gran parte del libro Esperando la mano de nieve y en menor medida de Hora ultima. Fuenteheridos representa para el genial polígrafo una escala más en su agónica travesía del exilio. El período pasado en la localidad onubense es especialmente fructífero en lo creativo, pero de profundo aislamiento en lo personal, lo que acabará por condicionar y nutrir su última obra, atravesada tanto por la idea de la muerte, cuanto por su reafirmación republicana. Como he afirmado, su radical enfrentamiento con la monarquía borbónica y sus cada vez más agrias polémicas sobre el papel de la izquierda (y más en concreto de los partidos socialista y comunista) en una transición que le suena a pescado podrido, le cierran las puertas de los medios de comunicación, de manera que sus tesis se irán acercando a las mantenidas por el entorno radical vasco. Defenestrada la esperanza por un proyecto de España que pasaría ineluctablemente por reinstaurar la república, Bergamín encuentra en la vía abertzale un proyecto que, si bien, deconstruye España, significa la vuelta al espíritu de Gernika, entendido éste como el triunfo del pueblo sobre el poder. Lo hace con el sincero y cabal convencimiento de quien ve en la lucha vasca un ejemplo para una España a la que considera cautiva de intereses espúreos, de espaldas a la historia. Será, pues, el radicalismo -23-
vasco quien reclame la presencia del gran escritor y en última instancia el que venga en su auxilio. Desde Fuenteheridos, envuelto en el silencio que lo ha acompañado durante estos fructíferos últimos años, el poeta prepara su viaje. Fui peregrino en mi patria desde que nací: y lo fuí en todos los tiempos que en ella viví. Lo siego siendo al estarme ahora y aquí peregrino de una España que ya no está en mí. Y no quisiera morirme aquí y ahora para no darle a mis ojos tierra española. de Hora última
El esqueleto, con el trajín interior característico de sus huesos, con la irreductible fortaleza de su pensamiento, abandona España, atravesándola en canal, para, amante ultrajado, adjurar de ella, instalándose frente al mar Cantábrico, irreductible también en su ancestral bramido, el mar de Aldana y Unamuno, aquél que contemplara en sus paseos veraniegos de juventud al lado de Rosario Arniches o del catedrático salmantino. Allí, en las aguerridas Vascongadas, encontrará por fin la paz que la vida no ha sabido o no ha querido concederle. El pueblo de Euskalerría lo acoge con entusiasmo y generosidad y será este pueblo el que lo vea morir el 28 de agosto de 1984, -24-
en olor de multitud. En el hermosísimo cementerio de Ondarribia reposa su esqueleto y a nosotros, a todos los españoles, todavía nos falta andar un buen trecho y cruzar muchos pasos para inquirir en la figura inmensa y única de un hombre que fue por la vida y por el arte a pecho descubierto, con la sola defensa de un capote, y que nos ha legado a todos una de las obras más brillantes y perdurables del siglo que acaba.
LA POESÍA BERGAMASCA Desde su primera salida forzosa de España, allá en los primeros meses de 1939, hasta su muerte, el Pájaro Pinto, como solía firmar, no hará otra cosa que peregrinar y revolotear por los cielos trágicos de nuestra geografía íntima. La vida del escritor madrileño, como ocurriera a tantos y tantos españoles de un bando y de otro (más de uno que de otro, qué duda cabe) viene literalmente demediada por la guerra civil. El exilio, la derrota de sus ideales y de su idea de España, así como la traición de las potencias democráticas que, acabada la II guerra mundial, no restituyen la legalidad institucional rota por Franco, es una losa sicológica demasiado pesada para la llamada España peregrina, lo que en el caso de Bergamín viene agravado por su condición de católico, que ha asistido al papel beligerante y descristianizador de la iglesia española en la guerra civil, aspecto que no dejará de denunciar durante sus años exilares. Tras su salida forzosa -25-
hacia Francia, en febrero de 1939, el escritor se convertirá en un peregrino obsesivo que clama por volver no sólo a España, sino también a su propia vida rota. El enraizado Bergamín será a partir de entonces un hombre sin más raíces que la de su esperanza, un hombre desposeído de su razón y torturado por su indestructible fe religiosa. Sus sucesivos desencuentros con España vienen a confirmar un papel de off sider que en realidad lo ha perseguido durante toda su vida. A contracorriente siempre, José Bergamín comienza a publicar su poesía cuando ya el resto de compañeros de generación, en su mayoría poetas, ha dado sus frutos más señeros. Ensayista, crítico y editor, Bergamín constituye junto con Neruda uno de los ejes gravitatorios de la generación de 27. Sin su valentía crítica, sin su olfato editor y sin su presencia miliar, acaso la historia de la generación se hubiese escrito de una forma bien distinta, pero muy a pesar de ello el autor madrileño quedará con frecuencia relegado del papel que le corresponde. Hasta la vehemente redacción de El otoño y los mirlos, su creación poética quedará en un segundo plano, por más que en su labor ensayística y, sobre todo, en sus aforismos, la poesía queda medularmente presente, como han visto con caridad Nigel Dennis, el mayor estudioso del escritor, y González Casanova en su clarificador libro Bergamín a vista de pájaro. La poesía bergamasca, escrita básicamente en los últimos años de su vida, presenta, como es obvio, un paisaje autumnal, por más que participe de ese vitalismo del desengaño tan propio de este poeta siempre sorprendido y siempre sorprendente. Puede decirse que todos los libros poéticos de Bergamín recurren a las mismas obsesiones, acaso acentuadas por sus vicisitudes -26-
personales y, cómo no, por la presencia obsesiva de la muerte. En efecto, desde El Otoño y los mirlos, pasando por Apartada Orilla, Velado desvelo, La claridad desierta, las canciones de Canto rodado, hasta llegar a Esperando la mano de nieve y Hora última, la poesía bergamasca presenta una muy acusada coherencia artística, de manera que en el fondo estamos hablando de un único libro que comienza con las doradas hojas del otoño, para irse (des)cubriendo -digo bien- con la desnudez del invierno. Bergamín, como Pessoa, con quien guarda no pocas similitudes -en el fondo ambos quedan atrapados en las fauces de un post-romanticismo, que trata de rescatar el alma del positivismo cientifista y materialista de una Ilustración que ya no ilumina el destino del mundo, en el que ha muerto Dios (González Casanova, pág. 18, 1995-, decíamos que, como Pessoa, Bergamín es un obsesivo constructor de paradojas. Ambos aparecen nimbados de un universo poliédrico en permanente conflicto y reverberación. Si el lisboeta lo resuelve a través de distintas voces, de dispares registros y obsesiones, el madrileño, atrapado por la fascinación del barroco (¿hasta qué punto el personaje poético de Bergamín no es también una construcción heteronímica, por cierto no lejana al neoclásico Reis?), lleva el conflicto a cada uno de sus textos que se convierten en caleidoscopios donde el pensamiento, siempre en fricción con la palabra, nos ofrece constantes figuras especulares que se proyectan sobre sí mismas dando forma y voz a un retablo barroco de las postrimerías. Con Bergamín asistimos al pensamiento en ebullición (existir es pensar, decía en uno de sus más certeros aforismos, y pensar es comprometerse), y a la palabra en continuo estado de rebeldía. Ya desde sus primeros aforemas (el término lo -27-
recojo de M. Á. Arcas) publicados en El cohete y la estrella, Bergamín sucumbe a las garras de la perplejidad y de la duda como referente mental, siendo así que su producción desde entonces se sitúa continua y deliberadamente en las fronteras (infernales) del decir, en una especie de abstracción conceptual que no ignora a Mallarmé ni a los escritores radicados en el absurdo. Sus aparentes deconstrucciones ideísticas, su vehemencia lúcida -y lúdica-, su fulgurante relación con el lenguaje, esa propensión tan suya a sacar de sus casillas al concepto o al lugar común, que a veces se queda patas arriba, contorsionándose, nos ofrecen el retablo vivo de un orfebre radicado en la rebeldía y la esperanza. Bergamín se construye a sí mismo como un escritor deliberada, reiterativamente barroco. La muerte, el sueño, los aspectos trascendentales de la existencia o el dolor por el destino aciago y pervertido de la patria, son algunos de sus temas más recurrentes tanto en su vasta obra prosística, como en su producción lírica, unido todo ello a su sólida concepción estructural del texto -poema o prosa-, que apoyada tanto en el uso especular de la idea, cuanto en sus elementos más formales, como el asiduo empleo de una figuración dualista, desde la paradoja, el oximoron, sin olvidar los elementos alegóricos y simbólicos muy en la tradición del Siglo de Oro, nos llevan a afirmar que Bergamín es un autor barroco transplantado -transterrado- al siglo XX, aspecto este que viene a convertirlo a ojos de la crítica contemporánea en una especie de pensador y poeta intemporal, desarraigado, enajenado, que, paradójicamente, siempre se presentó como un entrañado en el paisaje histórico que le tocó vivir: -28-
No es posible hallar en un poeta español contemporáneo -escribe González Casanova, pág, 197. 1996- resurrección más viva y actual, eternización histórica más convincente, de la poesía clásica. Cuando Bergamín versifica a la manera de Lope, Góngora, Quevedo o Calderón; cuando retoma músicas de San Juan de la Cruz, o de fray Luis, la identificación con ellos es tan exacta en lenguaje, fórmulas poéticas, ritmo y pensamiento, que el tiempo se borra sin que el pasado retorne, pues la poesía bergaminiana no imita ni recuerda, sino que crea desde la memoria un nuevo presente -un es- de lo que simplemente fue.
Podríamos interpretar el horror al silencio que advertimos en la obra bergamasca como el eje gravitatorio que la sostiene y ramifica, un horror que, al margen de las formas, dan a Bergamín carta de rabiosa modernidad, si bien este horror al silencio, se resuelve en no pocos fragmentos de su obra como fatal atracción, de forma análoga a lo ocurrido en ese otro peregrino que fue Rilke. En Bergamín, como acaso en ningún otro escritor de nuestra lengua, los polos se atraen, se necesitan, son parte misma de un inestable equilibrio. Su poesía parece forjada en esa piedra de amolar tan bergamasca que es el aforismo, acaso uno de los géneros más entrañados en el presente siglo y a los que Nietzsche, Cioran o el propio Bergamín han dado lustre. La respiración bergamasca es aforística y uno al leer su poesía, su teatro o sus ensayos, no deja de pensar que en el fondo Bergamín transgrede y anula los géneros partiendo del aforismo, ese regate en corto tan suyo, que semeja un temblor, una palpitación de cohete y estrella... El silencio sospechoso y acérrimo que tras su muerte se ha cebado con la figura tan desmesurada como musa-29-
rañera de José Bergamín, esta larga peregrinación por el olvido, mucho le debe a su rebeldía íntima y a la mala conciencia de una intelectualidad española que, ante el vértigo de la historia, prefirió el beneficio cierto aunque mentiroso de la ecuanimidad al peso no menos cierto y gravoso de la disidencia. En un siglo prestigiado y vampirizado por las vanguardias, lo que, tanto en literatura como en pensamiento, se traduce grosso modo en la ruptura del discurso e incluso en el debate sobre su propia necesidad, sin olvidar la casi absoluta sacralización de la actualidad como valor artístico, una voz tan extemporánea como la de Bergamín, asentada en odres barrocos y noveitayochistas, que sanciona como buen off sider una tradición figurativa y enunciativa, decididamente arisca a las modas, no es muy entendida por una crítica, ceñida al pie de la letra que dijera nuestro autor, demasiado constreñida por aspectos formales y teorías generacionistas, una crítica que, para colmo de males, no sabe digerir el hecho de que la madurez poética de esta figura que por edad, obra y presencia está vinculada a la segunda república, explote líricamente en plena senectud, ese momento tragicómico en el que tanto la crítica oficial como las distintas municipalidades sacan sus mejores lozas y manteles para brindar a la salud de sus cadáveres. ESPERANDO LA MANO DE NIEVE He apuntado que conocí la hospitalidad de Teresa y José Bergamín a partir del verano del 80. Mucho antes, camino de la huerta que mis padres cultivaban apenas un poco más allá, me había ido familiarizando con aquel -30-
anciano esquelético y altísimo, de piel casi translúcida, detalle este que ya destacara el mismísimo Juan Ramón en el prólogo al primer libro bergamasco: El cohete y la estrella. En su figura, del todo anónima para mí, se imponía una inequívoca dignidad fantasmal, ese raro prestigio del que gozan los seres fronterizos, que parecen transitar con desparpajo entre la vida y la muerte. En los últimos años de su vida -refiere Felipe Benítez Reyes en su libro Bazar de ingenios, Granada 1991-, parecía José Bergamín un esqueleto vestido de paisano, un fantasma con aires de ingravidez cansada que en cualquier momento podía dar una pirueta mortal en el aire y desvanecerse, dejando como rastro, a lo sumo, un montón de huesos transparentes y brillantes, como cristales rotos. Tan desconcertada fragilidad corporal contrastaba en aquel anciano desconocido y venerable, con una mirada aguda y chispeante, afable, que a fuer de parecer enajenada de todo, todo lo hacía suyo, todo lo entrañaba, todo lo volteaba y desnudaba. Su propio caminar, a la vez delicado y aparatoso, era ya el caminar de quien sintiéndose sinceramente desconcertado por el mundo, aún debía acabar de negociar los últimos flecos con la muerte. Los estruendosos jóvenes que por entonces frecuentábamos la segunda planta de La Venta, no podíamos sospechar que la estancia de los Bergamín en Fuenteheridos estuviera presidida por la penuria y por el desencuentro con una España que había defraudado todas las expectativas de un hombre singular que vendría a suponer para nosotros el descubrimiento más mítico que físico, no sólo de la Generación del 27, sino también, dada la significación de Bergamín como eminente glosador de la mejor tradición lírica española, de uno de los escritores más emblemáticos de un siglo que se decantaba, como el propio perso-31-
naje, hacia sus postrimerías. El paisaje sereno de La Venta, aparece más que en las delgadas y cuasi abstractas descripciones que no son muy diferentes, por poner un ejemplo, a las contempladas en El otoño y los mirlos, en la atmósfera interior que preside Esperando... La serenidad convulsa que atraviesa este libro, así como su sentido musarañero parece encontrar el referente en ese paisaje arrebatado y cordial, humilde y sonoro de nuestras huertas. Cansado de una vida en continua peregrinación y sin más asidero que el propio pensamiento, Bergamín se instala en Fuenteheridos con la intención de quedarse y esperar paciente, rigurosamente la muerte, mientras trata de cerrar el círculo magmático de su producción. Buscaba, como le oí referir en alguna ocasión, un trozo de tierra que considerar su tierra, un humilde lugar donde pudiera entrañarse y morir en paz, y creo que al visitar por primera vez a su hija Teresa en La Venta, pensó que allí estaba el fin de tan larga peregrinación. Expulsado del templete matritense por los mercachifles de la transición, el autor De una España peregrina se encuentra en Fuenteheridos con que no le queda otra cosa que ensimismarse, pensarse a sí mismo, inventariarse. Bergamín nos aparece como un guerrero imperturbable que en mitad del páramo hace balance de su vida y pone a prueba, y esta vez no caben juegos ni afeites, su esperanza, uno de los aspectos relevantes en su dilatada obra. El resultado de todo ello es ese libro espléndido y extemporáneo titulado Esperando la mano de nieve, redactado casi en su totalidad en Fuenteheridos, y considerada como una de las obras paradigmáticas de este miembro discutidor e indiscutible de la generación de la república. Concebido como su testa-32-
mento lírico, Esperando... se percibe también como una suerte de relectura dialogada con la tradición elegíaca castellana. Lope, Calderón, Aldana, Cervantes, López de Andrada, Manrique, Lorca, Barrés, Unamuno o Bécquer (de uno de cuyos más venerables versos, toma el título), que junto a los omnipresentes maestros Dante, Shakespeare u Homero, jalonan este libro testamentario que es, resueltamente, un coloquio unívoco y plural acerca de la muerte. Las frecuentes citas a los mencionados autores no son nunca baladíes, pues en ellos, como en Garcilaso, Pascal, Nietzsche, de la Serna, Gide, Bernanos o Malraux, sin olvidar la riquísima tradición oral andaluza manifestada en el cante jondo, cifra Bergamín su territorio y su tradición, huyendo notoriamente de las corrientes estéticas contemporáneas y enrocándose en un lenguaje conscientemente analfabeto, donde encardinar todo el horror al vacío que en el fondo tratan de velar las vehementes paradojas que vertebran el libro. Por sus páginas pasa, como las figuras dolorosas y erráticas de la Semana Santa, la mejor tradición lírica y el pensamiento español al completo. Tanto en la potencia irreductible de su aliento, cuanto en la atmósfera expresiva, Bergamín tutea a la tradición, solapándola, ilustrándola, reflejándose, entrañándose en ella como el agua en el agua. Despidiéndose, en suma. No es gratuito advertir cómo ultrajado y vejado por sus contemporáneos, exilado de la contemporaneidad, el viejo pensador, el derrotado caminante, vuelve su mirada a los clásicos, a los que él considera mucho más vivos que los vivos. Tan es así, que a veces tenemos la impresión de que, como la figura del fantasma tan querida y recurrente para él, atraviesa y reescribe la tradición con sus propias voces, convirtiéndose así en -33-
un eco, en una especie de estrella errática cuya luz podemos contemplar todavía, pero cuya vida hace tiempo que expiró. Como fantasma que es, hace tiempo que está del lado de los muertos (o del sueño) y de ellos adopta su retórica y su fantasmagoría. Es un hecho que Bergamín se muestra más cercano a Segismundo, entreverado de realidad y sueño, exilado en su castillo interior, que a sus estrictos contemporáneos. Y es que uno tiende a pensar que Bergamín es un epígono, un escritor enmascarado, que combate desde sus frecuentes paradojas, silogismos y trabalenguas, el silencio enunciado por Mallarmé, en un intento de burlarlo, de envolverlo en una vasta red combinatoria no muy distante en el fondo de las series cirlotianas. Perdida la esperanza de la historia, que ha preferido prescindir de su pensamiento, el Pájaro Pinto se dispondrá a esperar la muerte en este Fuenteheridos, de nombre inquietante y paradójico y al que Bergamín atribuía cierto ascendente lorquiano. En Fuenteheridos espera lo suyo con el capote recogido como señala en La música callada del toreo, ese libro que de alguna manera anticipa y glosa Esperando... y que tanto nos deslumbra por su conceptismo cuanto por su inimitable ingenio, donde aparece una y otra vez esa voz en off de la muerte que resuena como una campana nocturna y atenuada en la vastedad del campo; la muerte será el paisaje de fondo de ambos libros, en los que no se rehuye ni la fatalidad ni el misticismo, en una escritura apasionada y apasionante. El toreo es para Bergamín un arte que se expresa y se define en la muerte pero que, y aquí radica su originalidad, en cierto modo la invalida con el latido volandero de inmortalidad, que es instantánea percepción de lo abso-34-
luto, el tan recurrente para Bergamín cristal del tiempo tomado de Calderón. El verdadero hombre, el verdadero mediador ante Dios, es aquél capaz no sólo de pensar el sentimiento sino de sentir el pensamiento, de acuerdo con Unamuno y, en cierto sentido, con Pessoa. Esperando la mano de nieve, pues, se concibe como un testamento emocionado de quien al intuir con menos temor que temblor el final (él, que cifraba la poesía en el arte de temblar, en la palpitación de estrella tan recurrente en su obra), planta su tienda frente a él y lo mira a los ojos con una interrogación emocionada. Si en la música callada, en la soledad sonora de que nos hablara el místico, se cifra su teoría de la refutación de la muerte, será en esa refutación donde un Bergamín que se sabe acorralado, trata desesperadamente de asirse. A través de las páginas de Esperando la mano de nieve se entrevé un paisaje sereno y humano, demasiado humano, con pequeños pero relevantes detalles plásticos que parecen revelar otros tantos signos de la contingencia. Durante las largas temporadas que Bergamín pasa en Fuenteheridos, y pese a lo avanzado de su edad, el escritor se aplica al trabajo denodada, vehementemente, acuciado sin duda por todos los fantasmas interiores e iluminado por esa serenidad interior que se respira en la obra que aquí realiza. No sólo traza en Fuenteheridos el libro que hemos mencionado, sino también una parte muy significativa de su Música callada del toreo, dedicado a Paula, y el cuaderno Como una sombra sin fuego, que reproducimos íntegro, y el comienzo de su ya póstuma Hora última, obra que en realidad viene a constituir una addenda a Esperando..., aunque en ella aparece mucho más evidente un dolor y una desesperación que en cierto modo se em-35-
parentan con el dolor y la desesperación cernudianas. COMO UNA SOMBRA SIN FUEGO Como acabamos de recordar, de su estancia en Fuenteheridos son también los 6 poemas autógrafos que dan título al cuaderno Como una sombra sin fuego (Col. Pliegos de Mineral, Riotinto, Huelva), no recogidos por Turner en los sucesivos tomos de su poesía completa y, en general, desconocidos por la crítica, a pesar de su incuestionable calidad. Firmados el día del Corpus de 1981, tras una memorable faena de Paula en la Maestranza sevillana, los poemas que recoge este notable cuadernillo, editado por el poeta onubense Juan Delgado, no difieren ni formal ni conceptualmente de la serie Esperando... Son, de hecho, poemas de despedida, de balance, de una cierta melancolía en los que están presentes, miniatura al fin, todos y cada uno de los aspectos que entretienen, enmascaran y alientan al último Bergamín, de tal modo que acaso bastaría este pequeño cuadernillo para considerar a Bergamín como uno de los poetas más imprescindibles e intemporales de la poesía castellana. Manuel Moya Fuenteheridos, septiembre de 2005
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BIBLIOGRAFÍA. Constatamos sólo los libros de poesía, así como los principales estudios acerca de la obra de Bergamín.
L Rimas y sonetos rezagados. Santiago de Chile; Madrid: Cruz del Sur, 1962. (Renue-
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vos de Cruz y Raya, 67). Este libro junto a El otoño y los mirlos, ocupa el Volumen I de Poesía de José Bergamín. Turner, Madrid, 1996. ed. ampliada y corregida, Madrid Turner 1988. Duendecitos y coplas. Santiago de Chile; Madrid: Cruz del Sur 1963. (Renuevos de Cruz y Raya; 11-12). La claridad desierta. Madrid, Turner, 1983. Este libro pasará a ser el II volumen, de Poesía de José Bergamín, Madrid, Turner, 1996. Del otoño y los mirlos; con fotografías de Lucía Serredi y viñeta de Ramón Gaya. Barcelona, RM, 1975. Vid. Rimas y sonetos... Apartada orilla: (1971-1972), Madrid, Turner, 1976. Vol. III de Poesía de José Bergamín, Madrid, Turner, 1996. Velado desvelo (1973-1977), Madrid, Turner, 1978. Vol. IV de Poesía de José Bergamín, Madrid, Turner, 1996. 1983 Esperando la mano de nieve (1978-1981), Madrid, Turner, 1985. Vol. V de Poesía de José Bergamín, Madrid, Turner, 1985. Canto rodado. Madrid, Turner, 1984. Vol. VI de Poesía de José Bergamín, Madrid, Turner, 1984. Hora última. Madrid, Turner, 1984. Vol. VII de Poesía de José Bergamín, Madrid, Turner, 1984.
L Por debajo del sueño (antología poética). Málaga, Litoral, 1979. L Poesías casi completas. Con prólogo de María Zambrano, Madrid, 1982. L José Bergamín para niños. Ed. de María Pilar Lorenzo, ilust. de Héctor Carrión. Madrid, Ediciones de la Torre, 1989.
L Antología poética. Ed. de Diego Martínez Torrón. Madrid, Castalia, 1997.
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Acerca de José Bergamín DENNIS, Nigel: -El aposento en el aire, introducción a la poesía de José Bergamín. Valencia, Pre-Textos, 1983. -José Bergamín, ilustración y defensa de la frivolidad. -Perfume and poison: a study of the relationship between José Bergamín and Juan Ramón Jiménez. Kassel, Reichenberger, cop. 1985. -En torno a la poesía de José Bergamín. Ed. Nigel Dennis. Lleida, Uuniversitat, 1995. GONZÁLEZ CASANOVA, José Antonio. -Bergamín a vista de pájaro. Madrid, Turner, 1995. GRILLO, Rosa María, -Exiliado de sí mismo: Bergamín en Uruguay, 1947-1954. Lleida, Universitat, 1999. MARTÍNEZ TORRÓN, Diego. -El sueño de José Bergamín. Sevilla, Alfar, 1997. MARTINEZ, Rogelio. -Bergamín en Uruguay. Ed. de autor, Montevideo, 2004. PENALVA CANDELA, Gonzalo. -Tras las huellas de un fantasma: aproximación a la vida y obra de José Bergamín. Madrid, Turner, 1985. -Homenaje a José Bergamín. Ed. de Gonzalo Penalva Candela. Madrid, Comunidad, Consejería de Educación y Cultura, 1997. SANTONJA, Gonzalo. -Al otro lado del mar, Bergamín y la Editorial Séneca: (México, 1939-1949). Barcelona, Galaxia Gutenberg, 1997. SANZ BARAJAS, Jorge. José Bergamín: la paradoja en revolución (1921-1943). Madrid, Libertarias-Prodhufi, 1998.
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ESPERANDO LA MANO DE NIEVE
1 T煤 s贸lo el alma de mis versos mira LOPE
Si la sombra no fuese más que sombra y el eco sólo eco no sería la llama luminosa ni sonoro el silencio. No tendría la voz por la palabra corporeidad de tiempo; ni la luz por su clara transparencia lejanía de sueño.
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Mi voz se va perdiendo en la penumbra más allá de su eco, como la sombra, huida de la llama, más allá de su fuego. Los ecos y las sombras de mi vida despojos de su sueño, se pierden en la oscura lejanía invisible del tiempo.
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Cuando yo de la vida que vivía fui a buscar a la muerte, ya no estaba donde yo me esperaba que estaría. Y me senté a esperar, porque pensaba que, al cabo, llegaría si yo pacientemente la esperaba un día y otro día. Y la sigo esperando todavía.
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Oigo tu voz como el rumor lejano, melodioso, del agua, y que, mรกs que sentirlo, se presiente en la corriente clara. Como el de un leve canto adormecido en las cuerdas del arpa que una mano de nieve acariciase apenas sin pulsarlas.
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Todo lo que antes dije y lo que ahora quisiera estar diciendo, enmudece en el aire estremecido de un solo, último verso. Último verso que no dirá nunca mi voz, ni tendrá eco más allá del misterio tembloroso de su propio silencio.
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Tal vez porque no quise de mí mismo dejar a los demás memoria amarga, adentrándose en mí, sin yo quererlo, se me quedó en el alma. Y le he dado su dejo de amargura a mi voz solitaria un eco melodioso y dolorido de su desesperanza.
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Tu coraz贸n es del aire. Del aire es tu pensamiento. Como es del aire tu alma. Como es del aire tu cuerpo. Toda t煤 fuiste del viento; como la llama en la lumbre; como la nube en el cielo.
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Te echo de menos como se echan de menos las estrellas cuando se nubla el cielo. Como se echan de menos la lluvia que golpea en los cristales y la llama en que arde el le単o seco.
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Se fue la luz. La tarde anochecida en la penumbra del jardĂn descansa. Se siente, se presiente, se adivina apenas, en la hora sosegada, brisada por el aire atardecido, leve rumor de ramas. Por el largo camino, que aĂşn blanquea de la noche que avanza, huyendo del poniente luminoso dos sombras se separan. Como un vuelo perdido en lejanĂa, la claridad del alma se esconde en el oscuro, tenebroso corazĂłn de su llama. Y en el cielo se enciende, de repente, la estrella solitaria.
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Tocando está la campana, tan, tan, tan, por todos los que murieron, y por los que morirán, tan, tan, tan... Los que murieron se fueron y ya nunca volverán, tan, tan, tan... Los que se mueren se van. Pregúntale a la campana dónde están. Están donde no quisieron ir, donde nunca estuvieron ni estarán. Y ya no vienen ni van. Tocando está la campana, tan, tan, tan... (Hoy no es ayer ni mañana” dice a Lucía don Juan).
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¡Ay!, soledades tristes. LOPE
Esta tristeza del campo en que el alma se aposenta ¿es un tristeza tuya o es una tristeza nuestra? ¿Son sus soledades tristes como la de las estrellas que nos parece a los ojos que están vivas y están muertas?
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Este silencio, al fin, tan luminoso, con que el día amanece es un silencio que parece mudo siendo el más elocuente. Es un silencio tan maravilloso que angustia el corazón; y el alma teme que apague el eco de la noche huida y la abisme en el sueño de la muerte.
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Siento que se apagan mis ojos, como se ha apagado mi voz: como se apag贸 en mis o铆dos del agua huidera el rumor. Como se ha apagado la llama de mi sangre en mi coraz贸n: como en el alma se me apaga el eco sonoro de Dios.
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Esta tristeza que ahora estoy sintiendo en mi alma como si no fuera mía, como una tristeza extraña, la siento fuera de mí, que huye, que se separa de mí, dejándome solo más triste de lo que estaba.
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Se apagarรก en tus ojos la risa de tu alma. Y de tu corazรณn se apagarรก la llama. Y una pena infinita, una noche sin alba, como un velo de sombra cubrirรก tu mirada.
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Eva no es s贸lo un sue帽o: es sangre de tu sangre y hueso de tu hueso. Es un instante eterno de la llama en que arde el coraz贸n del tiempo. Es cuerpo de tu cuerpo. Es alma de tu alma. Es sombra del infierno.
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Te siento como sombra de la llama de un luminoso fuego que quisiera esconderte en la penumbra cenicienta del sueĂąo. EurĂdice, huidera de mis ojos y de mi pensamiento, que se vuelve a la ardiente llamarada de su perdido infierno.
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El horizonte a mis ojos se cierra cada vez mรกs, aprisionรกndome el alma con la finitud total de su soledad terrestre que es celeste soledad. Los muertos no estรกn tan solos como el hombre en la alta mar.
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Los caminos de la tarde se van perdiendo en un cielo crepuscular, todavía con resplandores de incendio. Son caminos que nos cierran el horizonte del tiempo como los que en la espesura del bosque se nos perdieron. Y en su íntima lejanía, conforme va atardeciendo, se va quedando dormido, sin soñar, mi pensamiento.
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No hay nadie que a mí me diga por qué mi vida se acaba. Nadie que pueda decirme por qué está tan triste mi alma. Nadie que sepa por qué tiembla, dentro de su jaula de huesos, mi corazón, sintiendo cómo se apaga en mi voz el eco, apenas sonoro, de mis palabras. Escucho, miro y no oigo, ni veo, ni siento nada.
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Todo lo que a mí me pasa ahora, lo siento de un modo que no siento, porque siento que le está pasando a otro. Otro que no encuentro en mí por más que cierre los ojos, Y al que, por más que los abra, lo busco fuera, y tampoco.
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Si no estás dentro de ti, ni fuera de ti tampoco, y te figuras por eso que no eres tú y no eres otro, es porque en la soledad en que te encuentras de todo, no estás más solo que muerto, estás más muerto que solo.
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(Segismundo) Tu corazón y tu alma, tu vida y tu pensamiento, te están diciendo que eres vano fantasma del tiempo. Frenesí, sombra, ficción, ilusión de un mortal sueño, que, en realidad, de verdad, el que sueña es tu esqueleto.
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Me estoy mirando al espejo y en mi rostro envejecido veo la cara de un muerto. Y miro todo mi cuerpo como un fantasma irrisorio de huesos y de pellejo.
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Como si no fueras tú vas buscándote a ti misma, y vas huyendo de ti como cervatilla herida. Tú buscas, como hace el río que corre, huyendo de sí, para encontrarse perdido “en la mar que es el morir”.
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Tú estás pensando en mi vida. Yo estoy pensando en mi muerte. Por eso es ya tan difícil que tú puedas entenderme. Y que yo pueda entenderte. Porque lo que nos separa nos separa para siempre.
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A las hojas secas se las lleva el viento. A las hojas muertas se las lleva el tiempo. El humo del fuego cuando se adormece la llama en la lumbre se lleva su sue単o.
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También se muere el mar. Federico G. LORCA
No te rías de los peces de colores porque van a morir igual que las estrellas y las flores. No es cosa de reír. El mar cubre de llanto su muerte con su canto. Y ése es otro cantar: el del cielo estelar. (También se muere el mar) ¡Oh máscaras sonoras del espanto! No es cosa de reír. Es de llorar.
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En el paisaje manchego se pierde toda la tierra y se gana todo el cielo. Es paisaje de ilusi贸n en que la raz贸n se pierde y se gana el coraz贸n. Paisaje de sue帽o vano en que nace Don Quijote y muere Alonso Quijano.
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Lo que me está diciendo tu mirada es mucho más de lo que tú quisieras decirme con palabras. Y es que, cuando te callas, en el silencio de su noche oscura tu corazón me habla.
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-Alégrate de tu tristezael loco Arlequín le decía al cuerdo Pierrot- yo también me entristezco de mi alegría: ¡murámonos los dos, al fin, a manos de la melancolía! ¡Ay! Con razón y sin razón, se murieron del corazón.
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A la mar que es el morir van los ríos a parar, para volverse a dormir y no dejar de soñar. Un soñar que es el vivir, del que no hay que despertar. Tu corazón, como el río, siente su cauce vacío.
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Yo me iré lejos de aquí, me iré cada vez más lejos, hasta cruzar las fronteras de la realidad y el sueño. Y las huellas de mis pasos se irán perdiendo en el tiempo como el eco de mi voz sepultada en el silencio.
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El paisaje es fantasmal a mis ojos de fantasma. El sol de otoĂąo platea el oro que arde en sus brasas. Se va volviendo ceniza la tarde, que el sol apaga al mismo tiempo que va apagĂĄndose mi alma. Esta sosegada paz, esta silenciosa calma, es la muerte la que viene generosamente a dĂĄrmela.
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No escuches el ruido mentiroso de un mundo estrepitoso y palabrero. Escucha en el silencio de tu alma tu corazón, que también es silencio. Vienes de un mundo de mortal memoria y vas a otro de inmortal olvido. Entre los dos no sabes en cuál vives ni quién eres tú mismo.
-78-
Aquí estoy en este ahora que es como un ahora eterno: un ahora en que soy niño y soy joven y soy viejo. Estoy aquí desde hace ochenta años lo menos, pisando esta misma tierra mirando este mismo cielo. Siento que cierra mis párpados la pesadumbre de un sueño del que no despertaré, ya, más que fuera del tiempo.
-79-
De las cosas que son inolvidables, y que siempre se olvidan y que, por olvidarlas, las sentimos para siempre perdidas: de tu llanto de ayer, de la mirada de tus ojos sin luz y sin sonrisa, del temblor de tu alma en tu silencio me acuerdo todavĂa.
-80-
Poco a poco la luz se apaga en tu mirada, al mismo tiempo lento con que se apaga el día; se diría que la noche no llega, se diría que el alma en la penumbra se queda iluminada como una nube oscura que esconde su alborada al poniente, escondiendo la claridad que huía; como una cadenciosa, penumbrosa sombra prolongación sonora de música callada.
-81-
Todo lo que sabemos de la muerte es que es el acabóse de la vida como una noche oscura para el alma a la que se ha separado de sí misma. Una noche tal vez en la que el sueño se adentra en tenebrosa pesadilla de la que nunca nos despertaremos con el amanecer de un nuevo día.
-82-
Solo y a solas conmigo mis soledades las siento como si no fueran mías, ni fuese yo quien las tengo. Que me he quedado tan solo como se quedan los muertos: sin alma, sin corazón, sin vida, sin pensamientos. Y en esta noche en que estoy tan solo que no me encuentro a mí mismo, apenas sé si estoy dormido o despierto.
-83-
Eres la sombra de una llama. Eres el eco de una voz. Eres la ceniza de un fuego que para siempre se apagó. De un fuego dormido en la brasa ardiente de tu corazón que soñó que se despertaba, pero que no se despertó.
-84-
Este cansancio largo que adormece mi vida con una perezosa so帽arrera del alma, va llevando mis pasos por un sendero oscuro que me adentra en la noche de la desesperanza. El coraz贸n apaga mi sangre en su latido. Mis pasos se han perdido sobre la arena blanda. Los astros, infernales guardianes del silencio, me abren de par en par las puertas de la nada.
-85-
¡Cuánto dolor inútil! ¡Cuánta memoria amarga! ¡Cuánta ansiedad y pena desesperan tu alma! Son horas pesarosas que prolongan, que alargan, el nocturno desvelo que agoniza en el alba.
-86-
Primero se pierde la vida y luego se pierde la muerte: y entre los dos se pierde el alma con todo el tiempo que se pierde. Y cuando te encuentras perdido del todo, en todo, y para siempre, es cuando encuentras que, con todo, lo mejor de todo es perderse.
-87-
De este crepuscular cuerpo celeste mi coraz贸n se aparta buscando su sosiego en la penumbra de la espaciosa estancia. Y sienten arder en la casera lumbre del hogar que se apaga, apenas escondido en la ceniza, el fuego de otra llama.
-88-
Esperar, ¿por qué esperar? Si no hay por qué esperar nada, si todo pasa y se queda en el instante que pasa. Quita de tu corazón el peso de la esperanza y sentirás que respira con más libertad tu alma. Sentirás cómo su noche oscura se vuelve clara y en el lejano horizonte empieza a rayar el alba.
-89-
En esta oscura noche tan perezosa y larga que parece que nunca verá romper el alba, se va apagando el último destello de la llama que se duerme en el lecho de su ceniza blanca, y siento en la penumbra del corazón que calla dormirse para siempre el sueño de mi alma.
-90-
Yo tengo sangre en el alma como la tengo en el cuerpo. Tengo sangre oscura y muerta en mi coraz贸n sin sue帽o. Y no la tengo en mis huesos. Y no tengo ni una gota de sangre en mi pensamiento.
-91-
Apenas cierra mis ojos la pesadumbre de un sueĂąo me siento fuera de mĂ como un fantasma del tiempo. Como el eco de una voz o la ceniza de un fuego; como una estrella que tiembla en el abismo del cielo.
-92-
2 voz de dolor y canto de gemido HERRERA
Venció el sueño al alma. Mató el tiempo al tiempo. De sus sepulturas, sedientos de sangre, volvieron los muertos. Huyó la esperanza. Entraron en celo, sembrando el inmundo pavor de la muerte, la tierra y el cielo. No quiero acordarme, ahora que me acuerdo, de lo que te dije cuado preguntabas: ¿dónde está el infierno?
-96-
Siento que se acerca, que se va acercando, que me está cercando la postrera muerte. Vine tan callada y escondida que no lo parece. Y lo que más siento es que no la siento, que entre tantas muertes, yo no sé si es muerte, yo no sé si es mía, la que por mí viene.
-97-
Me van ensordeciendo los ruidos de este infernal abismo en que me encuentro solo conmigo mismo. Como si de mĂ mismo dividido, separado de mĂ, fuese perdiendo tu silencio y el mĂo.
-98-
SoĂąaba que estaba muerto y estaba solo en mi tumba tranquilamente durmiendo. Alguien velaba mi sueĂąo. Y yo escuchaba un profundo, maravilloso silencio. Y luego, mucho mĂĄs lejos, perderse como una sombra la voz sonora del viento.
-99-
Yo creo que tengo un alma y no sé por qué la tengo, ni para qué, si, al tenerla, no sé que la estoy teniendo. Un alma que se ha dormido hace muchísimo tiempo y está soñando mi vida sin despertar de su sueño.
-100-
Tus ojos se han quedado ciegos a la invisible luz del alma que miran mรกs allรก del tiempo. No ve que los cielos han muerto y que la tierra los sepulta en las tinieblas de su infierno.
-101-
Estoy viendo cómo el aire se convierte en mar de viento: de un viento que se convierte en viva llama de fuego; de un fuego que en mí se esconde para quemarme por dentro soñando que es una sombra que se hace sombra de un sueño.
-102-
La llama que prolonga su destello de luminosidad más allá de su sombra irreparable y de su oscuridad, se queda como el alma adormecida ¡ay! siempre más acá, esperando una muerte que no llega, pero que llegará.
-103-
Sobre la nieve intacta que enmascara el paisaje maravillosamente, vi tres gotas de sangre. Y sin cerrar los ojos sentĂ, cerca y distante, aletear un vuelo invisible en el aire.
-104-
Los caminos del tiempo son muy largos de andar, porque los vas abriendo con tu caminar. Y andando, andando, andando, nunca podrรกs llegar mรกs allรก de los pasos que no puedes dar. Y si cuentas tus pasos sรณlo podrรกs contar tu vida como un cuento de nunca acabar.
-105-
Ecos de palabras muertas se esconden en el silencio de la noche, como sombras en la oscuridad del tiempo. Desde el abismo celeste tenebrosamente ciego, con sus ojos luminosos nos miran los astros muertos.
-106-
Cuando yo me muera no me recordĂŠis. No vale la pena. Cuando me haya muerto no me revivĂĄis con vuestro recuerdo. Cuando me haya ido olvidadme pronto con piadoso olvido.
-107-
Por mรกs que quiera, el alma luminosa no escaparรก a la sombra de su llama y el corazรณn oscuro de su lumbre se dormirรก en la brasa. Y como el eco de una voz distante, como el destello de una luz lejana, apagarรก la noche del sentido su estrella solitaria.
-108-
Como en el bosque umbroso los caminos, he perdido en un sueño mi esperanza: un sueño tan oscuro, tan profundo, que no puedo encontrarla. Si alguna vez despierto de ese sueño al clarear el alba, creeré que estoy soñando todavía y seguiré buscándola.
-109-
Siento una gran tristeza dolorida que sue単a como un llanto en tus palabras; como una fina lluvia cuando cae sobre el cristal del agua. Una tristeza oscura, so単olienta, que me aleja en el alma apenas la caricia de tu voz melodiosa y amarga.
-110-
Se esconde en la noche oscura el temblor de los luceros. Se esconden en el abismo celeste los astros ciegos. Como la voz en el canto se esconde en el aire el vuelo. El sol se esconde en la nube como el fantasma en el sue単o. Se esconden las soledades en la soledad del cielo. Y en el bosque tenebroso los caminos del silencio.
-111-
¿Entiendes cuando escuchas lo que te dice el viento, lo que te dice el río, lo que te dice el mar? ¿Entiendes cuando escuchas el melodioso canto que silencia el abismo de la noche estelar? ¿Entiendes lo que dicen con ese sentimiento que no puede decirse porque no puede hablar, y que en tu corazón sonoro es como un llanto que los ecos celestes no pueden acallar?
-112-
La maravilleante colina se incendia de rojo violento porque el sol ha vuelto la esquina del horizonte turbulento. Ahora la noche se ilumina por el sue単o del pensamiento. Y la estrella abisma tu suerte en el silencio de la muerte.
-113-
Mis huesos se están riendo porque se están figurando que se están endureciendo cuando se están descarnando: y es porque se están deshaciendo porque se están deshuesando. De todo se están burlando sin sentir que están temblando.
-114-
No es la noche la que engaña el corazón con la música que las estrellas se callan: es el sol el que enmascara con su mentirosa luz la oscuridad de tu alma.
-115-
En tus manos hay nieve. En tus ojos hay l谩grimas. En tu voz hay, apenas un eco de palabras. Cuando callas parece que el silencio se calla. Tu coraz贸n es noche oscura de tu alma.
-116-
A mĂ me da lo mismo que tu sombra sea sombra o no lo sea. Me importa que si viene del infierno, al infierno se vuelva. Porque si es vida o muerte lo que esconde su ilusoria apariencia, lo es de un mundo de sueĂąo del que nunca el alma se despierta.
-117-
cosas que a cosas llegan CERVANTES
Cosas que a cosas llegan, y otras cosas que no llegan a serlo, le dan al corazรณn un impaciente, atroz desasosiego. Como si mรกs allรก de lo invisible temblase otro misterio, mรกs solitario y tenebroso y mudo que el de los astros muertos.
-118-
En la vida todo llega pero todo llega tarde. A la semilla, la flor, y a su fruto, madurarse. Llega tarde a lo que llega el que muere y el que nace. Tardanza es el tiempo mismo que nos hace y nos deshace.
-119-
Estoy pensando que siento tan apagada mi alma como agotado mi cuerpo. Siento que me estoy perdiendo a mĂ mismo sin sentirme ni por fuera ni por dentro. Como si mi pensamiento se soĂąara sin pensar si estĂĄ dormido o despierto.
-120-
Detrรกs de la noche oscura hay siempre otra noche clara. La oscuridad de la noche es transparencia del alma. Del alma que estรก en tus ojos transparente en tu mirada como una sombra que huye del resplandor de la llama.
-121-
Quiero en esta soledad, solo y a solas conmigo, pensar que no estoy en mí, ni estoy fuera de mí mismo. Que no soy yo ni soy otro, ni nunca seré ni he sido ningún animado muerto, ningún esqueleto vivo.
-122-
Voy huyendo de una sombra que me viene persiguiendo dĂa y noche sin dejarme solo ni un solo momento. Una sombra que no es mĂa, que no es sombra de mi cuerpo, que es la sombra de una llama escapada del infierno.
-123-
Estoy oyendo tus pasos, muerte perezosa y larga, cuando escucho tu silencio con los oĂdos del alma. La escucho como lluvia cuando cae sobre el agua. Y la mĂşsica celeste de las estrellas que callan.
-124-
El tiempo que estรกs perdiendo lo pierdes porque estรกs vivo. Vivir es perder el tiempo. Los que no pierden el tiempo, y es porque ya lo han perdido para siempre, son los muertos.
-125-
Todos vivimos muriendo. El que no muere no vive porque estรก muerto de miedo. Todos vivimos matando. El que no mata no vive porque estรก muerto de espanto.
-126-
Imagen espantosa de la muerte no es el sueño cruel, es el desvelo del corazón, más que la muerte, fuerte. Y que porque el amor no se despierte lo encierra en el sepulcro de su celo que en polvo y en ceniza lo convierte.
-127-
Todo lo que tú callas, todo lo que yo sueño, es más oscuro y triste que el gemido del viento. ¡Ay! todo lo que siente el corazón es ciego abismo que le abren los profundos infiernos. Y es eco temeroso del sepulcral silencio que se esconde en la noche infinita del tiempo.
-128-
3 El dulce son de Dios del alma oĂdo ALDANA
Cierra tú mis ojos cuando yo me muera para que en mis párpados todavía sienta la caricia viva que en tu mano tiembla.
-132-
Por debajo del sueño de la vida no es sueño el de la muerte: es despertar del alma que dormía. Que dormía y despierta de repente a una noche que vela su desvelo de eternidad durmiente.
-133-
¡Ay! El tiempo va pasando sin que sepamos por qué es tan corto y tan largo. Sin que podamos saber si el que nos lo va contando se equivocará tal vez
-134-
Dormido en mi sueño estoy y no sé si ya es mañana o si todavía es hoy. Oigo campanas lejanas y no sé dónde las siento sonar, ni si son campanas o es la lluvia o es el viento, o alucinaciones vanas de un sonoro fingimiento. O es un fantasmal sonido como el oscuro latir del corazón en mi oído
-135-
Hoy como ayer, mañana como hoy y siempre igual G. A. BÉCQUER
Hoy, como ayer, no es mañana. (Mañana será otro día) La noche parecería una noche sevillana. ¿Dónde estará Doña Ana? Lucía no está en la reja. Alguien suspira y se queja. (Vuelve a la reja Lucía) y por la calle sombría pasa un fantasma y se aleja.
-136-
Voz de dolor y canto de gemido HERRERA
Oscurece la noche del sentido la vaga so帽aci贸n del pensamiento a su oscura cadencia adormecido. Pero es tanto el sentir, tan dolorido, que suspira y se queja en su lamento voz de dolor y canto de gemido.
-137-
Saltarines de tiniebla, vagabundos de vac铆o, sois mis mejores maestros y mis mejores amigos. Sois la tierra para el aire. Para el fuego, de ceniza. Y para mi coraz贸n sombras de su sombra huidas.
-138-
Yo veo que la sombra de tu llama no cabe en el espacio de los cielos y se esconde en la luz de tu mirada. Y oigo tu voz, que huida de su eco, del velo de su vuelo desvelada, se oculta en el abismo del silencio.
-139-
Yo de mi canto me espanto porque es canto de gemido, Voz de dolor que ha perdido el encanto de su canto por no llorar... Pues ¿a quién suena la música bien, pudiendo escuchar el llanto?
-140-
Si el sueño es vida, si la vida es tiempo si el tiempo es alma: ¿qué despertar del sueño de la vida es el que nos aguarda? ¿Qué despertar o qué dormir eterno del alma, para siempre sepultada por la mentida fábula engañosa que le dio la esperanza? Si quieres que el dolor no desespere tus amorosas ansias, no tengas más que amor, pero no quieras ni esperes nunca nada.
-141-
En todo hay cierta, inevitable muerte. CERVANTES
De una luz, de una voz, de un sueño huido, tu corazón que calla te lo advierte al pulso de la sangre en su latido: en todo hay cierta, inevitable muerte. En el eco engañoso de tu oído; en la llama que en sombra se convierte; en tu cansado corazón vencido: en todo hay cierta, inevitable muerte.
-142-
La sombra de la noche cae sobre la tarde que adormece el silencio penumbroso del parque. Apenas tiembla un alma viviente en el paisaje al vuelo tenebroso que ha estremecido el aire. Un Ăşltimo destello de luz hiere el instante. Y es una estrella muerta la que en el cielo arde.
-143-
Sembrador de vientos amargos, tus palabras no llegan al surco porque se las comen los pĂĄjaros. No cosecharĂĄs tempestades. La tierra no alberga en tu entraĂąa los vanos fantasmas del aire.
-144-
Vivir es ver tramarse y destramarse el tejido ilusorio de la vida como la verde red que a Don Quijote tejieron manos de melancolĂa. Primero son manos de nieve albas que arpegian melodĂas infinitas. Al fin, serĂĄ la mano de una sombra que a su silencio sepulcral te invita.
-145-
Parece que la luz de las estrellas se mira en tu mirada. Y si cierras los ojos, de repente parece que se apaga. Entonces me parece mĂĄs oscura la noche de mi alma, que abisma en la tiniebla de los cielos la agonĂa del alba.
-146-
Cada vez que tus pasos temerosos te acercan al abismo, sientes c贸mo tus ojos al mirarlo te apartan de ti mismo. Y sientes que al volver atr谩s tus pasos, una angustia infinita pesa en tu coraz贸n como si hubieras traicionado tu vida.
-147-
Hoy como ayer, mañana como hoy, ¡y siempre igual! Un cielo gris, un horizonte eterno y andar... andar G. A. BÉCQUER
La noche se va acabando y viene el amanecer. Y yo te sigo esperando hoy como ayer. Y yo te estaré esperando, sin saber por qué lo estoy, ni en dónde, ni desde cuándo, mañana como hoy. Y sin saber hasta cuándo, para bien o para mal, yo seguiré andando... andando... ¡Y siempre igual!
-148-
No sé si va a acabarse con la muerte este largo cansancio de mi vida o va a seguir después eternamente. Como si la espantosa pesadilla que sueña el corazón no despertara de la ansiedad mortal de su fatiga.
-149-
En este abatimiento de mi vida siento que va a acabarse el eco de un voz que yo escuchaba y no escucharĂĄ nadie. Y siento que en la noche de otro cielo, cada vez mĂĄs distante el Ăşltimo destello de una llama acaba de apagarse.
-150-
Al pecho melancólico y mohíno CERVANTES
¡Con qué oscura impaciencia de estar muerto golpea mi corazón con su latido contra la viva jaula de mis huesos! De un pecho melancólico y mohíno quiere romper el débil instrumento pulsándolo en sus huesos doloridos.
-151-
Las cosas que tú dices que ahora vuelven son las que no se fueron: las que en ti se quedaron para siempre como vivo recuerdo. La visión luminosa de un instante extasiado en el tiempo como imagen de un sueño que ilumina tu oscuro pensamiento.
-152-
Tú has rechazado un mundo que era el tuyo. Yo he rechazado un mundo que era el mío. Y ahora nos encontramos los dos solos en un mundo vacío. Un mundo que creemos otro mundo y siegue siendo el mismo, y en el que jugaremos a perdernos como cuando jugábamos de niños. Tú con tus manos cerrarás mis ojos para guiarme por tu laberinto y fingir que no estamos donde estamos, que nos hemos perdido.
-153-
Se aleja como un canto de mi oído la música callada de tu voz y otro canto que es música de llanto calla tu corazón. Y en el silencio eterno de los cielos para siempre cesó aquel otro silencio que escuchábamos como un canto, tú y yo.
-154-
4 ... ¿a quien suena la música bien pudiendo escuchar el llanto.? CALDERÓN
¡Qué largo, qué cansado es el camino sin camino, del tiempo! ¡Qué lento el paso de su andar perdido fuera del pensamiento! ¡Qué lejos nos separa su horizonte de la tierra y el cielo! ¡Y cómo sobre el agua sosegada nos pesa su silencio!
-158-
En esta soledad de la llanura en la que duerme el alma del paisaje siento la mĂa como oscura noche poblada de silencios estelares. Y escucho el eco de una voz, que apenas se aposenta en el aire, y hace temblar, como al posarse el vuelo del pĂĄjaro, las ramas de los ĂĄrboles. Y veo o entreveo en la penumbra, transparente de sombras fantasmales, aparecer la raya luminosa de una aurora distante.
-159-
Sombras, todas son sombras infernales las que siguen tus pasos, si vuelves la mirada, si escuchas el eco de su llanto. SombrĂas EurĂdices, ilusorios fantasmas del pasado: despojos cenicientos del recuerdo para siempre olvidados.
-160-
La sombra de una nube es como el alma temblorosa del aire que apenas deja huella de su paso como un eco distante. Y cuando al vuelo vivo de su llama se duerme en el sosiego de la tarde, es sombra entre las sombras, prisionera del sueĂąo de los ĂĄrboles.
-161-
Se va apagando la luz de la tarde, poco a poco en los olivos de plata y en los viĂąedos de oro. Sombrea la tierra hĂşmeda el llamear de los chopos, y paso a paso en la noche se va adentrando el otoĂąo.
-162-
El árbol solo en la llanura sola vuelve más solitaria la soledad de soledades tristes que le dieron su alma. Y espera que la música que el viento a su ramaje estremecido arranca dé al pájaro perdido y solitario cobijo entre sus ramas.
-163-
He vuelto a mirar al cielo, limpios de sueĂąos mis ojos y veo que las estrellas me miran del mismo modo. Siento que en su lumbre viva arde un silencio sonoro. Y late en mi corazĂłn otro sueĂąo luminoso.
-164-
Estoy oyendo el silencio que separa de la tierra el mar, y del mar el cielo. Como si estuviera oyendo el silencio que separa tu silencio y mi silencio. Y me parece escuchar en mi coraz贸n vac铆o un silencio sepulcral.
-165-
Viniste a m铆 como una luminosa aparici贸n en medio del camino. Quise seguirte y tropez贸 mi pie. Y resbal贸 mi cuerpo hacia el abismo.
-166-
in fondo agli occhi suoi ardeva un riso DANTE
Aquella luz que en tu mirada ardía como chispa de fuego, como llama que apenas si se esconde en la ceniza, con tan gozosa risa burló mi corazón, que tu mirada ya para siempre se apagó en la mía.
-167-
the rest is silence SHAKESPEARE
Cuando ciegue mis ojos una mano de sombra, mi lengua estarรก muda, mi alma estarรก sorda. Y en el hueco sin eco de la profunda fosa, me acogerรก el silencio del Dios que no se nombra.
-168-
¡Ay! Si tu mano de nieve se vuelve mano de sombra para guiarme y perderme. ¡Ay de mí! si por la muerte, más allá de las estrellas me perderá para siempre.
-169-
Y cómo pesa el mar. Y sobre el mar el cielo. UNAMUNO
El alma, a su pesar, siente el peso del cielo sobre el mar. Y no sabe hasta cuándo le pesará pensar que está pensando. Sin dejar de soñar.
-170-
Si escucho tu silencio, me parece que oigo una extraña música lejana. Y si miro tus ojos esa música parece que se calla.
-171-
Y a単ade su silencio a tu silencio tan honda resonancia, que se pierde en la noche del sentido, y no veo ni oigo nada.
-172-
Yo me iré a la media noche antes de la madrugada; me iré cuando todos duerman sin que nadie sepa nada. Y esa noche no veré clarear la luz del alba; ni escucharé entre la niebla lejano son de campanas.
-173-
Si yo tuviera otra voz también tendría otro eco en tu corazón, la sombra sonora de mi silencio. Y más allá de mi voz, de su silencio y su eco, escucharía el alma la queja oscura del viento.
-174-
Sólo los héroes son vencidos HOMERO
El dolor de corazón es dolor de pensamiento que se siente dolorido y conmovido sintiéndolo. A veces nos duele el alma y más nos duele su sueño. Nos duele a veces, vencido, el dios que llevamos dentro.
-175-
Cuando me estás hablando, hablas a otro que creo que no soy yo. Te escucho y te contesto, y me parece que no es mía mi voz. Son dos voces que nunca se responden, ninguna de las dos. Y que no encuentran eco en el vacío de nuestro corazón.
-176-
La muerte que ahora espero no es la misma muerte que yo esperaba: no es tan ciega, tan sorda, ni tan muda, tan perezosa y larga. Es invisible sombra que me acecha, decidida y callada, tan cierta, tan certera y repentina como una pu単alada.
-177-
Siento que voy a morirme mañana (¡siempre mañana!) Como el que de oscura noche despierta de madrugada. Y siento que estaré muerto sin pensar ni sentir nada, tal vez para que otro sueñe lo mismo que yo soñaba.
-178-
Me parece mirando las estrellas tan quietas en el cielo, que lo que estoy mirando es el abismo sin fondo de un espejo. En el correr del río me parece que también estoy viendo transparentarse en el cristal del agua la imagen temblorosa del silencio. No sé cómo es el tiempo el que se queda inmóvil en el tiempo, pero sé que un momento, que un instante, puede volverse eterno.
-179-
En los atardeceres penumbrosos del parque el sauce es largo llanto que cae en el estanque. Con lรกgrimas de risa el surtidor es sauce que se calla de pronto y enmudece la tarde.
-180-
Muy poco a poco, lentamente, me estoy muriendo de repente. Y de mi vida desconfĂo porque no corre como el rĂo.
-181-
Este vago fantasma del hastío que me sigue los pasos, lo siento que se acerca más de mí conforme voy andando. Parece que se acerca poco a poco, al par de mi cansancio, como si acompañase con el suyo mi corazón cansado.
-182-
La muerte pasó a mi lado, le pregunté adónde iba y a quien buscaba. Me dijo que ella nunca lo sabía. Le dije que me esperara. Me dijo que tenía prisa, y que tuviese paciencia porque pronto volvería.
-183-
En mi corazón fui herido por una mano de nieve que fue heridora de amor y ejecutora de muerte. Sus dedos de ardiente hielo, del fuego sutiles huéspedes, cerrarán mis ojos muertos cegándolos para siempre.
-184-
Cuando nos separamos no supimos, tú y yo, que separaba todo de nosotros nuestra separación. Y así fuimos andando por caminos separados los dos; separados de todo ¡ay! separados de nuestro corazón.
-185-
No cerréis los ojos a los muertos, pues es cegárselos a la ilusión luminosa de un cielo eterno. Cerrarle los ojos a los muertos es abrírselos a la ilusión espantosa de los infiernos.
-186-
Voz de dolor y canto de gemido HERRERA
Yo quisiera que el olvido velara tu coraz贸n como una leve neblina luminosa vela el sol. Y ese alborear tu alma sentir铆a, como un temblor, otro gemido de canto, otra dolorida voz.
-187-
Yo tengo una soledad de la que nadie se entera. Una soledad tan sola que ninguno la sospecha. Una soledad del alma que no quisiera tenerla y que ni a Dios ni al Diablo les importa que la tenga.
-188-
Me estoy muriendo cada día hace ya muchísimo tiempo; no sé si desde que nací soy un muerto de nacimiento. Si sé que desde que empecé a sentirme en mi sentimiento como un corazón enjaulado por su fantasmal esqueleto.
-189-
Vosotros no me sentĂs y yo no os siento. Vosotros no me pensĂĄis y yo no os pienso. Sin oĂrnos, sin hablarnos, como sin vernos, estamos solos, tan solos como los muertos.
-190-
El eco de tu voz en mis oĂdos parece que se aleja, cuando mĂĄs tristemente temeroso al corazĂłn se acerca. Como si, disfrazado de silencio, eco de voz no fuera, sino una llama viva que al tocarlo lo ilumina y lo quema.
-191-
Pesan sobre tu alma, el cielo, las estrellas, el mar y las monta単as. Con pesadumbre tanta como pesan los sue単os con todos sus fantasmas. Como pesa en el agua la sombra de una nube solitaria que pasa. Y como las palabras, hojas muertas que el viento del oto単o arrebata.
-192-
Hay sombras en la pared y en el suelo y en el techo: me miran y no me ven; las miro yo y no las veo. Tal vez me sientan a m铆 como yo a ellas las siento. Como las oy贸 en el aire el Caballero de Olmedo.
-193-
Ni fe ni amor engendran esperanza: la esperanza ha nacido del recuerdo, porque no es más que un vano y engañoso espejismo del tiempo. El niño, porque es niño, no la tiene; ni el viejo, porque es viejo. No la pudo tener el Paraíso. No la tiene el Infierno.
-194-
Conforme voy andando voy sintiendo que mis pasos apenas dejan huella sobre el desnudo suelo. Son pasos andariegos que acompasan su paso pesaroso con el andar del tiempo. Y cada vez mรกs lentos sienten cerca otros pasos invisibles que los vienen siguiendo.
-195-
Si escucharas el llanto triste de la llovizna caer sobre el agua quieta del estanque, oirías otro llanto, otra música más triste todavía, caer sobre tu alma con tristeza infinita.
-196-
Ya despojado de sus hojas, mira el ĂĄrbol la desnuda silueta de su sombra en el suelo; y ya no siente la amarga sed de su raĂz secreta. Como si ciego y sordo y mudo el tiempo en su raigambre viva no sintiera latir bajo la tierra el mismo fuego que arde en las estrellas.
-197-
Tránsito de agonía del otoño al filo del invierno, el sol crepuscular hunde en mis ojos su luz, que es luz sin fuego. Torbellino de luz, celeste abismo que prende en su reflejo a mi alma dormida y la despierta más allá de la muerte y sus infiernos.
-198-
Y brilla en el celeste abismo Lucifer. Rubén DARÍO
Me está pareciendo el cielo, de día como de noche, abismo infernal del alma que en su apariencia se esconde. Sueño con una eterna muerte el vacío de sus dioses. Sepulcro de un solo Dios, sin voz, sin eco y sin nombre.
-199-
Una noche soñé que estaba muerto y tú no lo creías. Y estabas a mi lado y me mirabas creyendo que dormía. No sé cuándo ni cómo despertaba de aquella pesadilla, pero sé que la muerte que soñaba la sueño todavía.
-200-
Pulso en mi coraz贸n el coraz贸n del tiempo y no siento el latido de la sangre en mis dedos. Los astros luminosos al parecer no han muerto. Una estrella invisible se ha encendido en el cielo.
-201-
Saber de sabiduría es hondo saber del tiempo para el alma desvelada que transparenta su sueño. Saber de un corazón cuerdo que, más allá de su noche, guarda profundo silencio.
-202-
Me olvidaré de ti y olvidaré tu olvido; olvidaré tu nombre; me olvidaré a mí mismo. Y cuando mi cansancio me aparte del camino, olvidando la muerte, me quedaré dormido.
-203-
5 serรก ceniza mas tendrรก sentido QUEVEDO
Recuerde el alma dormida, Avive el seso y despierte J. MANRIQUE
No está el alma dormida ¿para qué despertarla? ¿para qué despertar con el recuerdo el sueño en que descansa? Si la corta agonía de la muerte puede hacerse tan larga ¡por qué no adormecerla en el olvido de su memoria amarga?
-206-
vencido del sueño SANTILLANA
Vencido del sueño como Santillana “perdí la carrera” del tiempo y mi alma. Como la perdieron, por tanto soñarla, tantos Segismundos y tantas Rosauras. Tantos Don Quijotes, tantas Galateas, tantos Don Fernandos, tantas Doroteas.
-207-
Las luces y las sombras, las voces y los ecos, se pagan y se callan en un profundo sueño. Y cuando despertamos de su oscuro silencio no vemos lo que oímos, no oímos lo que vemos.
-208-
TambiĂŠn hay noche en tu voz como la de tu mirada: noche de corazĂłn ciego, oscura noche sin alma. Noches de todos los tiempos, eterna noche que entraĂąa en tu voz, la voz de un llanto sollozante de palabras.
-209-
¡Qué oscura pesadumbre cae sobre mis párpados y adormece en su sueño a mis ojos cansados! Como dedos de sombra de una invisible mano de nieve, que acaricia mis ojos al cegarlos. Y mi corazón siente su infinito cansancio dormirse en las cenizas del hogar apagado.
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Todos están dormidos, yo sólo estoy despierto, pero todos estamos dentro de un mismo sueño. Y si todos despiertan y yo sólo me duermo ¡quién seguirá soñando el sueño de los muertos?
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Hay una sombra en tu sombra. En tu voz hay otra voz. Y en tu corazón vacío tal vez otro corazón. Otro sueño hay en tu sueño que no es sueño de tu alma. Y hay otra noche en la noche oscura de tu mirada.
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Todas las cosas se apagan cuando se posa en la luz la sombra de tu mirada. Todas las cosas se callan si se aposenta en el aire el silencio de tu alma.
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Y una voz como Lázaro espera que le diga: levántate y anda. G. A. BÉCQUER
Todas las mañanas cuando me despierto levanto el cadáver que yace en mi lecho. Saco del vacío sepulcro del sueño a un Lázaro vivo de un Lázaro muerto. ¡Y con qué cansado, inútil esfuerzo, pongo en pie al fantasma que huye en mí del tiempo!
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¿Esto es mirar o morir? CALDERÓN
Para poder durar hay que ser duro. Para poder vivir hay que matar. Hay que poner el pecho contra el muro para poder morir y no mirar. (Hay que tener un corazón seguro para poder llorar).
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Matáis las voces y los ecos; y las sombras y los fantasmas. Matáis en la oscura noche el día que la traspasa. Matáis las soledades y sus músicas calladas. Matáis los pensamientos y matáis las palabras. Matáis el sueño y la vida. Matáis el cuerpo y el alma. Matáis, matáis, matáis... Y a vosotros nadie os mata.
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Cayó una estrella en el lago y el agua se volvió amarga M. BARRÉS
Nada. No es nada. Una sombra en el suelo de la nube que pasa. Y en los árboles altos, leve temblor de ramas. Una pequeña estrella que se ha caído al agua del estanque dormido y ha vuelto el agua amarga. Nada. No es nada.
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Cuando la angustia pesarosa y fría me oprime el corazón y las entrañas, siento que su abismático vacío me va invadiendo el alma. Como si un eco o sombra de mí mismo de mí se separara, y se escondiese en su silencio oscuro huyendo mis palabras.
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Ya no tengo alma. Ya no tengo cuerpo. No tengo tampoco ni vida ni sueño. Tenga lo que tenga, no sé lo que tengo. Sólo sé que ahora ya no tengo tiempo.
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En el silencio del agua Narciso escucha una voz que es la del Eco en su alma. Y en el luminoso espejo cree oĂr que esa voz es suya y ĂŠl es otro en su reflejo.
-220-
Vivo lejos de m铆 mismo por vivir y desvivirme. Y vivo sin desasirme de mi vano narcisismo. Y es un narcisismo tuerto que cojea el coraz贸n, porque es s贸lo una ilusi贸n abismal, de no estar muerto.
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Amigo que no me lee, amigo que no es mi amigo: porque yo no estoy en mí más que en aquello que escribo. Yo estoy en mí en lo que escribo, tal vez porque estoy en ti, fuera de mí y no conmigo.
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Yo soñaba que en la tarde oscura en que me perdía tú ya estabas perdido y yo no te encontraría. Y yo te estaba llamando. Y nadie me respondía. Y la noche era tan larga que nunca amanecería.
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Buscando voy un camino que no encontró nunca nadie: un camino tan perdido que no va a ninguna parte. Es un camino que sueña el alma, al caer la tarde, y que se pierde en la noche como una sombra en el aire. Descaminado camino, que conforme voy andando me voy soñando a mí mismo y lo voy desensoñando.
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En el fondo del aire es frĂo y sonoro de canciones: de lejanos ecos tristes de melancĂłlicos sones. En el cielo hay nubes blancas que empaĂąan nacientes soles. Y el horizonte ilumina crepusculares albores.
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Tú te fuiste alejando, sepárandote para siempre de mí, dejándome más hueca, más vacía mi soledad sin ti. Y fue tejiendo el tiempo con tu olvido lo que fue y lo que fui: ilusoria pasión de un amor vano que contigo perdí.
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Ayer no es más que un nombre, una sola palabra que nos dice lo mismo que hoy y que mañana. Tres palabras que, juntas, son una sola máscara de la nada del tiempo, del vacío del alma.
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En vano busco ya por el recuerdo aliento a mi esperanza: no veré más arder la llama viva en la hoguera apagada. No espero que una luz reveladora ilumine mi alma: ni dé a mi corazón calor de fuego que se durmió en la brasa.
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Velado por la neblina el sol matinal parece que busca una noche blanca donde poder esconderse. Un anoche que apacigĂźe sus resplandores ardientes, posĂĄndose en nuestros ojos como una mano de nieve.
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Todo se apaga: el eco como la voz, la sombra como la llama. Todo se calla: el día como la noche, el corazón como el alma. Todo se acaba: el sueño como la vida, la risa como las lágrimas. Todo se muda y se pasa: sin esperanza ninguna más allá de su mudanza.
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Una sombra en la sombra, aparente fantasma, enemigo que huye, al clarear del alba: como sombra de un sue単o que de luz se enmascara aposenta en su noche la claridad del alma.
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Se va apagando en mi o铆do como se apaga en mis ojos el sentir de lo sentido. Y s贸lo me va quedando en el coraz贸n vac铆o un dolorido cansancio.
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COMO UNA SOMBRA SIN FUEGO4 (Seis Poemas autógrafos)
4
Estos seis poemas autógrafos fueron publicados en Minas de Riotinto (Huelva) el 14 de abril, día de la república, de 1983, en el nº 3 de la colección Pliegos de Mineral, siendo su director Juan Delgado López.
A Pepe Gil, en Sevilla, dĂa del Corpus de 1981
Como una playa sonora se pierde la voz del mar sin eco que la responda, mi voz se pierde sin eco en la Ăntima lejanĂa luminosa del recuerdo.
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Mi voz se busca en sĂ misma y no se encuentra en el eco de otra voz que no es la mĂa. Otra voz que apenas siento apagarse en la penumbra de un rescoldo ceniciento. En el corazĂłn del tiempo se va apagando mi voz como una sombra sin fuego.
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El que fue esqueleto en mí se fue volviendo fantasma. Y el fantasma fue volviéndose humo, sombra, sueño... y nada.
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‘Peregrinas andanzas CERVANTES
Me han enterrado en mi tierra, en esta tierra de EspaĂąa, bajo cielos enemigos tierra maldita y extraĂąa. De tanto peregrinar sus peregrinas andanzas, soy peregrino en mi tierra y en ella pierdo mi alma.
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Y andar, andar G. A. BÉCQUER
Anduve tantos caminos, me perdĂ en tantas andanzas, que ahora que ando buscando no hay camino que me valga. De tanto andar, siempre andar, mis pasos no dejan huellas; y sigo andando y andando sin parar, campo traviesa.
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Cay贸 de su altivez mi pensamiento como torre del tiempo derribada. O铆 en mi coraz贸n temblar el viento. Mir茅 a mi al(r)rededor y no vi nada.
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ÍNDICE ESPERANDO LA MANO DE NIEVE El esqueleto herido (Bergamín en Fuenteheridos), Manuel Moya, 7 ESPERANDO LA MANO DE NIEVE, 41 1, 43 2, 95 3, 131 4, 157 5, 205 COMO UNA SOMBRA SIN FUEGO, 235