8 Primavera 2013 “Burros, mulas y serranos, como hermanos” Los burros, las mulas, el patrimonio equino en general, están desapareciendo de nuestros campos y, lo que es peor, de nuestra memoria. Bajo el nombre genérico de “bestias”, se han conocido en la comarca diversos tipos de animales que han acompañado las tareas domésticas y los viejos oficios del hombre y la mujer serranos. Ha sido, siempre, un apelativo cariñoso, alejado del significado peyorativo que ofrece en algunos casos. Su presencia ha marcado el devenir de la propia existencia humana, ya que el burro ha formado parte del paisaje serrano diario. Desde su fuerza aplicada a la agricultura y los trabajos forestales, hasta las labores de artesanía que ha propiciado, los ratos de ocio que ha proporcionado en fiestas y romerías, los oficios relacionados con este animal e incluso el urbanismo tradicional serrano, todo ello se ha visto influido por la actividad equina. Aún quedan algunas bestias, que surcan sus caminos y sendas. A ellas se les debe mucho, ya que han soportado una buena parte de la actividad agraria de la comarca, además de formar parte de nuestras vidas, de nuestro urbanismo, de nuestro medio ambiente y de nuestras artesanías, entre otros méritos. Sin embargo, hoy en día, las “bestias” han perdido su funcionalidad práctica y el abandono de las actividades agrarias ha precipitado su desaparición de la vida de los serranos. Han sido una nueva víctima del “progreso” que se ha adueñado de las costumbres y los parajes de la comarca.
“Burros, mulas y serranos, como hermanos” Para salvar este patrimonio fundamental de la sierra hay que rescatar la amplia nómina de valores que rodean a la presencia de estos animales. Han procurado compañía, fuerza bruta, calor, materias primas para el campo, soporte para la talabartería y tantas aportaciones que han hecho más fácil la existencia de los serranos en tiempos difíciles El ir a apañar cagajones, por ejemplo, se convertía en una de las actividades habituales del serrano de hace unas décadas, para poder ser utilizado como abono o como fuente de energía. Los caminos de la comarca se empedraban, entre otras razones, para facilitar el tránsito de las bestias a su través. Otra forma de condicionar el urbanismo y la arquitectura popular de la zona, era la costumbre de empedrar el pasillo de entrada de las casas, para que el animal recorriera el trayecto que separaba el zaguán de la cuadra, situada normalmente en la parte trasera.
“Burros, mulas y serranos, como hermanos” Esta forma de construir dio lugar a una artesanía de gran valor, como es el empedrado decorativo serrano. Todavía quedan en la mayoría de pueblos algunos ejemplos de estas formas geométricas, vegetales, conmemorativas y siempre originales, que estudió con gran acierto el recordado José Mª Medianero. En localidades como Linares de la Sierra o Alájar, quedan como recuerdo los famosos “llanos”, que son la zona de calle empedrada antes de entrar a la vivienda, y que se han convertido en un atractivo reclamo turístico.
Otra forma artesanal vinculada estrechamente a los burros es la talabartería, en la que algunos serranos son aún verdaderos maestros. Con esta práctica, los hombres cosían aparejos, reparaban utensilios y reciclaban todo lo que podían, además de construir ropajes que a veces presentaban gran calidad y colorido.
El abardón, el ropón, las armas, las sobrearmas, el saco, la cincha con las tarabiscas, el atajarre, el pechopetral, la soga, con su reata, garabato y cincho, y sus lazos, eran parte fundamental del aparejo de las bestias. Luego, esquilones, cuerdas y más cuerdas y el imprescindible sombrero, adornaban la estampa de arrieros y personas que trabajaban con las “bestias”
Aún hoy, son muchos los serranos que recuerdan estos vocablos que están en peligro de extinción, e incluso los recitan de carretilla, en un auténtico alarde de memoria, de amor por una profesión y de recuerdo de este rico patrimonio.
“Burros, mulas y serranos, como hermanos”
Los arrieros eran los auténticos dueños de los caminos serranos y de toda la provincia. El viajero romántico Washington Irving, los describía a mediados del siglo XIX, con especial lirismo: “Es asimismo muy pintoresco el tropiezo con una fila de arrieros en un puerto de la montaña. En primer lugar se oyen las campanillas de las mulas de delante, que rompen con su sencilla melodía la paz de las colinas; o quizás, la voz de un arriero que grita a alguna bestia perezosa o salida de la recua, o canta alguna balada tradicional con toda la fuerza de sus pulmones. Ves, en fin, las mulas en lentos zigzags a lo largo del escarpado desfiladero, o bajando muchas veces tajos profundos hasta que su silueta se perfile sobre el horizonte, o subiendo por las simas ásperas y profundas abiertas a sus pies”. En este texto puede sintetizarse gran parte de los valores que acumulaban los arrieros. Personas unidas a la recua de mulas, que intercambiaban productos de primera necesidad y que transitaban sin descanso sendas y montañas. En este número de “La Regaera”, hemos pretendido llevarles la vida de las “bestias”, víctimas del progreso humano, pero inseparables compañeras del serrano, aún hoy.
En este número de “La Regaera” y del audiovisual “¡Arrreee...!”, hemos recibido la colaboración de amigos como Emilio R. Beneyto, Jan Nimmo, Angelika Weidmann, Vicente Beltrán, J.A. González, Antonio F. Tristancho y Santiago González Flores,entre otros. Muchas gracias a los arrieros, a sus familiares, a los establecimientos, al Ayuntamiento de Galaroza, a la URPF, a Iñaki Salazar y a los que han colaborado en estas Jornadas “¡Arree...!”