Barreduela del Puñal - Carlos Muñiz Romero

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BARREDUELA DEL PUÑAL

Melanio Mantecón echó la mano hacia adelante para prender el humo de la paella, metió la nariz entre los dedos y la palma, olió profundamente y supo que al arroz sólo le quedaban tres minutos de cocción. -Id mojando ya el saco. No le importaba tanto su oficio de pintor como aquel rito culinario. La inspiración viene a rachas: "no la puedes tener todos los días a las cinco de la tarde" decía Cagancho. Aunque intentemos evitarlo, Píndaro vuelve siempre. Como los líricos griegos del siglo V a. J. C., Melanio Mantecón había optado por el afanés; la belleza invisible le importaba más que lo inmediato, a pesar de que su arte pictórico se reducía al phanerón, Tangencialmente, como un pespunte guadiana, se amalgamaban los sofistas y los presocráticos. Esos ritos de la paella respondían mejor a la "armonía interior". Ya Pitágoras había dicho que las cosas participan de los números. Y es la exactitud, no el ojo, la que le da al arroz el punto. Melanio Mantecón pasaría a los diccionarios como maestro del paisaje pero estaba seguro de que la memoria popular lo recordaría más humanamente por sus glorias de paellero. No le importaba la fama artística, absurdamente potenciada por su padre con aquella historia estúpida de los frescos de la ermita: -Mire usted bien hacia arriba, al angelito pelirrojo. Lo pintó mi hijo Melanio, cuando reparó los frescos de esa bóveda, No se había casado todavía, fue el año quince. Y ahora, conozca usted a su hija, que nació mucho después, y vea que su padre la había pintado ahí, antes de que ella naciera. Le digo a usted que mi nieta tiene la misma cara, el mismo pelo, la expresión pareja a la de ese angelito que está usted contemplando. Eso es el arte, amigo mío. Para Melanio Mantecón, su padre nada entendía. El arte es lo casual, y la artesanía es lo armónico. Sólo un buen artesano logra evitar la tentación de Antígona, que confundía la belleza con la ética. Allí estaba aquel arroz para demostrarlo, amainando a la hora exacta sus burbujas. Como en el perol dominguero de los cordobeses, la maestría del ritual supera el pronto del Mito; los círculos del Kronos cunden más que el Kairós. Siempre va el calendario, en esta tierra, por encima del acontecimiento. Una vieja sabiduría de tapeo calculado, el vino justo y a su hora bajo el emparrado, los sarmientos dirigidos según los hierros de sostén, los arriates de geráneos en paralelo, el agua exacta por el canalillo que cruzaba la mesa de mármol donde llenaban el vaso, mientras comían, y se lavaban los dedos manchados por la fruta. -Un andaluz de los antiguos. Así osaba calificarse, sin razonarlo mucho; tal vez, por distraer, mientras le mezclaba al jerez seco unas gotitas de Málaga para amodorrar a los curiosos, que, alrededor del fuego, se contagiaban mutuamente las impaciencias del estómago. Todavía quedaba un


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