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Teatro brevísimo 1. Un río, por Mónica Hoth

Un río

A River

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Mónica Hoth

Dramaturga Correo electrónico: mmhoth@gmail.com

Fecha de recepción: 25 de mayo Fecha de aceptación: 25 de mayo

Texto dramático para dos actrices

1.

ANA: Mi mamá me despierta jalándome las cobijas. ¡Mamá! MAMÁ: Arriba, Ana, que ya hay caldo en las fondas y ya los perros buscan sombra. Ándale. ANA: ¡Ya! Hoy es sábado. MAMÁ: Día del concierto de tu banda, ¿no? ¿Cómo se llama? No me acuerdo, pero necesito que antes de que te vayas me ayudes con unas cosas, aquí, de la casa. ANA: No voy a ir al concierto. MAMÁ: ¿No? ¿No vas a ir a escuchar a tu banda favorita? ANA: Le trato de explicar que David quiere estar conmigo y que me pidió que nos quedáramos juntos en su casa. MAMÁ: Pero si sabe que te encanta. ANA: Mis papás, al igual que los de David, son bastante “pro” y nos dejan quedarnos a dormir juntos. MAMÁ: Ellos ya saben que deben cuidarse. ANA: Pero es que David no quiere ir. MAMÁ: Pues ve tú, con tus amigas.

ANA: Es que tampoco quiere que vaya. MAMÁ: ¿Cómo? ¿Por qué no quiere que vayas? A ver, déjame adivinar: ¡¿Por Sonia?! Ana, Sonia ha sido tu mejor amiga toda la vida, y si ahora se declara abiertamente lesbiana, que, por favor, David no se sienta amenazado. ANA: Me choca contarle cosas a mi mamá, porque siempre usa todo en mi contra. ANA: No es eso. Lo que pasa es que David dice que solo duerme bien cuando duermo con él. MAMÁ: O sea, no deja que hagas lo que te gusta y además en tus manos pone su bienestar. No, Ana, no te la compres. No te tomes esa carga. ANA: ¡Mamá! Por favor ¿sí? MAMÁ: Está bien, está bien. Me voy a hacer el café.

2.

ANA: Cuando llego a la cocina, mi mamá trae una bonita caja entre las manos. MAMÁ: Ven, mira, te voy a contar la historia de mi abuela. Nunca te la he contado y ahora que estuve arreglando mis cajones apareció esta caja, así que sírvete café y siéntate por acá. ANA: Primero quiero desayunar. MAMA: Abro la caja y saco una fotografía. MAMÁ: Mira, te pareces a ella. ANA: La veo. Es verdad. Me parezco a ella. MAMÁ: Mi abuelo tenía una pequeña imprenta en Comitán, en la que trabajó toda su vida. Tenía dos o tres empleados y a mi abuela, sola, le tocaba cocinar para los hombres y para sus hijos, atender la casa, y tener la ropa de la familia siempre limpia. Yo la conocí, era chaparrita y nunca paraba. Mis abuelos no eran ricos, pero sacaron adelante a sus cinco hijos. ANA: Mi mamá hurga en la caja y saca otra fotografía. MAMÁ: Ana se sirve café. MAMÁ: Mira, aquí es cuando se casaron. ANA: Pero aquí no se ve tan chaparrita. MAMÁ: No ¿verdad? MAMA: Ana se sienta a mi lado. MAMÁ: Tal vez la vida dura la empequeñeció. Vivieron muchos años juntos, luego él se enfermó y murió. Entonces mi mamá y sus hermanos se reunieron para ver qué iban a hacer con ella. Mi mamá quería que se fuera

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a vivir a mi casa; mi papá la quería mucho y nosotros también, pero mi tío Lucas dijo: “Yo me puedo ir de regreso a la casa a vivir y cuidarla”. ¿Te acuerdas de mi tío Lucas? ANA: ¿El que se reía cuando me ponía sus zapatos? MAMÁ: Sí, el hermano menor de mi mamá. De pequeño le dio polio y por eso usaba un zapato con una suela muy gruesa y otro normal y tú te los ponías y él se reía. Se hizo electricista, se casó y tuvo un montón de hijos. Fue el único de mis tíos que se quedó en Comitán. ANA: ¿Y él se quería ir a vivir a casa de su mamá, con todos sus hijos?

MAMÁ: Sí. ANA: ¿Y? MAMÁ: Pues no. Mi abuela les dijo a todos que no, que muchas gracias. Que ella estaba bien en su casa y que tampoco quería que se fueran a vivir con ella. ANA: ¿Y qué dijo el tío Lucas? MAMÁ: Me imagino que se habrá molestado, pero mi abuela ya había dicho, y solo les pidió a sus hijos, que los que pudieran, la apoyaran con algo de dinero mensualmente. ANA: Saco otra fotografía vieja de la caja. Mamá se asoma a verla. MAMA: Esa era su casa. Nada más de pensar en ella me llega el recuerdo del olor de la tinta. Aquí estaba la imprenta. Luego vendieron todo y con eso pagaron unas deudas que mi abuelo había dejado, y todos estuvieron de acuerdo en mandarle dinero a la abuela, solo el tío Lucas dijo: “Yo tengo muchas bocas que alimentar, pero me ocupo de ella y los mantengo informados”. Ahora imagínate que en esas épocas muy pocas casas tenían teléfono, por lo que toda la comunicación era por correo, y aquí están algunas de las cartas que le escribió el tío Lucas a mi mamá. Mira esta: ANA: Mi mamá saca una carta de un sobre ribeteado con un marco azul, blanco y rojo, con un timbre pegado, un perfil prehispánico, sellado, de 50 CTS, Correo Aéreo México. MAMA: “Comitán, Chiapas a 23 de febrero de 1963. Querida hermana: no sabés* el gusto que me da escribirte. Espero que te encontrés* bien en compañía de tus seres queridos. Pasando a otra cosa, te cuento que no he visto seguido a mamá porque solo nos invita a merendar los domingos y aunque yo seguido paso a verla en la tarde, ella casi nunca está, y tampoco es

que venga a visitarnos a menudo, más bien, dice mi esposa, que un día le dio a entender que no se sentía cómoda en nuestra casa, porque está muy apretujada, porque como sabés*, es pequeña, mientras ella está muy cómoda en la casa grande. ¿Pero qué le vamos a hacer? Si así lo quiso ella. Nosotros estamos bien y paso a contarte que pronto vas a tener otro sobrino o sobrina. Cuando nazca, te mando su foto. Ahora no me queda más que despedirme y mandarte muchos saludos. Tu hermano, Lucas”. ANA: Ups, seguro que le dio coraje que tu abuela no lo aceptara de vuelta. MAMA: Ana se asoma a la caja y coge otra carta. ANA: “Comitán a 30 de marzo 1963. Bla, bla, bla, yo también me preguntaba a dónde iba y lo acabo de descubrir. Una, se va al cine. Me lo dijo la señora de la papelería que está enfrente, que seguido la ve entrar, y me preocupa, porque no se ve bien que una señora de su edad vaya sola al cine, a donde pasan puras películas de matones o de enamorados y a donde solo van las parejas a besuquearse en lo oscurito. Yo, la verdad, no entiendo qué es lo que quiere que la gente piense de ella: que tiene tanto dinero, que no sabe qué hacer con él y por eso lo tira, o que está buscando algo”. ANA: ¿Y no puede ser que tan solo le gustara ir a ver películas? ANA: Mamá me quita la carta de las manos. MAMÁ: Qué más dice “…y dos, la han visto por casa de un viejo marinero, que vive atrás del mercado, en un barrio pobre y de no muy buena reputación. Ese hombre tiene fama de que le gusta hacer fiestas, donde cantan, bailan, declaman y toman cerveza y aguardiente y, además, critican al gobierno. Cuando le dije que esas amistades no le convenían, ¿sabés* qué me contestó? ¡Que ese hombre ha visto mucho más mundo que yo! Es imposible discutir con ella. Te seguiré informando, pero si podés*, por favor escribíle* vos y decíle* que no está bien lo que está haciendo, ya que a mí no me hace caso. Tu hermano que te quiere, Lucas”. ANA: Abro otra carta que dice: “15 de agosto 1963. Nosotros estamos bien, pero figuráte*vos si no voy a estar preocupado. No han pasado ni seis meses desde que murió papá y en el cementerio me han dicho que, si acaso mamá ha ido dos veces a visitarlo, es mucho, por lo que el domingo pasado le propuse que fuéramos juntos una vez a la semana al panteón y me dijo que, si yo quería ir, que fuera, pero que ella tenía otras cosas que hacer. Y en verdad, no sé qué tiene que hacer, si ahora ya ni siquiera cocina para ella, porque le ha dado por ir a comer un día sí y otro también a una fonda del centro”.

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MAMÁ: Mi abuela, que toda su vida había cocinado para un montón de gente y que literalmente se conformaba con las sobras, ahora había decidido ir a comer todos los días a una fonda y eso le molestaba a mi tío. ANA: “Y prefiere ir al cine o a ver a su marinero, antes de ir a visitar a sus comadres y amistades de antaño o pasar el día con sus nietos. Por favor, escribíle* vos, así como que no supieras, sugeríle* que lleve más seguido flores al panteón y también que no se gaste el dinero a lo tarugo. Tu hermano que…” ANA: ¿Y le escribió? MAMÁ: Me imagino, pero no sé qué le diría. Y mira esta otra. ANA: Una postal, con la imagen de un río que se abre camino entre escarpadas montañas. MAMA: “Querida Angélica, recibe saludos cariñosos desde el Cañón del Sumidero. Tu mamá que te recuerda con amor y te envía muchos besos”. Recuerdo cuando era niña e íbamos a visitar a los abuelos: mi abuelo nos llevaba a pasear, pero mi abuela nunca venía con nosotros. Se quedaba cocinando y limpiando la casa. ANA: “¿Le escribiste a mamá? Porque a mí no me ha dicho nada y quería pedirte que mejor me mandés* el dinero a mí y yo se lo administro, porque se lo está gastando con esa mujer tan corriente que te comenté en la carta anterior, y con la que le ha dado por ir a todas partes. Imagináte* si no es el colmo, su nieta no tiene ropón nuevo para su bautismo, mientras ella se gasta el dinero paseándose con una extraña. A mí me parece que eso no es normal ni tampoco digno. Para mí, que está perdiendo sus facultades”. MAMÁ: Esta es la anterior. “Mamá se ha hecho amiga de una india ladina que no me inspira ninguna confianza. Trabaja en la cocina de la fonda donde va a comer. Ahora van muy juntas a todas partes: al cine y a la casa del capitán y hasta las he visto, un día que me asomé por la ventana, jugando cartas en la cocina y tomando cerveza; y lo peor es que todo mundo ya está hablando de ella. El otro día mi suegra me dijo: Por lo visto a tú mamá le ha dado por divertirse, ¿eh?, y yo no supe dónde meter la cabeza de vergüenza”. ANA: Y mira lo que dice ésta: “Querida Angélica, con mucha pena te cuento que ahora sí estoy seguro de que mamá ha perdido la razón. Un conocido mío, me dijo que una noche que tuvo insomnio se asomó por la ventana y la vio, de madrugada, caminando sola por las calles desiertas del pueblo. Y dice que desde entonces la ha visto varias veces”. ANA: ¡O sea que se dedicó a espiarla!

ANA: “Yo no sé qué pensás*vos, pero yo creo que sería bueno llevarla con el psiquiatra. Y por favor, te lo ruego, decíles* a mis hermanos que ya no le manden dinero a ella, porque no sé qué otras locuras pueda hacer y a mí me está haciendo pasar muchas vergüenzas. Recibe saludos cariñosos de tu hermano que te quiere. Lucas”. ANA: ¿Y la llevaron? MAMÁ: ¿Al psiquiatra? Claro que no. Nadie le hizo caso y siguieron mandándole el dinero a ella. ANA: Me asomo a la caja. ANA: ¿Ya no hay más cartas? MAMÁ: Pues no. Tal vez el tío Lucas se enojó y dejó de escribir. ANA: Al fondo hay unas tijeras viejas. Las saco. Intento abrirlas. Están oxidadas. MAMÁ: Y al poco tiempo mi abuela murió. Sentada en su casa, frente a una ventana abierta. Había invitado a su amiga al cine, por lo que no murió sola. ANA: ¿Y la casa? ¿Se la quedó el tío Lucas? MAMÁ: No. Sin decirles nada a sus hijos, la hipotecó. No supieron qué hizo con el dinero, pero según el tío Lucas que se lo dio a sus amigos: porque luego se enteró que el capitán se había ido a Tabasco y se había hecho de una embarcación mercante y que navegaba de arriba a abajo por el río Grijalva y que la “india” había puesto un restaurante en Tuxtla Gutiérrez. Bueno, eso decía el tío Lucas. Yo no creo que haya alcanzado para tanto. ANA: Mi mamá junta las cartas y las coloca de regreso en la caja. MAMA: Tu bisabuela vivió dos vidas. Una como hija, esposa y madre; sirvienta de todos, como era costumbre, y otra, sin obligaciones y con medios modestos pero suficientes para vivir y hacer lo que quisiera. ANA: Con libertad. MAMÁ: Así es, aunque no faltó quien la considerara egoísta, finalmente hizo lo que quiso. ANA: ¿Y estas tijeras? MAMÁ: No lo sé. Ahí han estado siempre, desde que mi mamá me entregó la caja. Y ahora yo te la entrego a ti. MAMA: Finalmente Ana logra abrir las viejas tijeras y corta el aire. ANA: Ma, ¿tú crees que debería ir al concierto? MAMÁ: No lo sé Ana. Eso te toca decidirlo a ti.

Fin

San Miguel de Allende, Guanajuato. México, mayo 2022.

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