Siete calle de la Luz Por Ángel Fernández S. En el número nueve de la calle de la Paz vivía una típica familia, los padres con dos hijos, la mayor de siete años y el pequeño de cinco. No tenían nada en particular, sólo que eran pobres igual que todos en su barrio. El padre era el barrendero de la colonia. Todas las madrugadas, en punto de las tres de la mañana, salía de su modesta casa para realizar su primer trabajo, que terminaba a las diez de la mañana, regresaba a casa a comer algo y salía nuevamente a trabajar en la fábrica cercana. No ganaba mucho en sus dos empleos, pero era suficiente para mantenerse él, a su esposa, que también ayudaba lavando y planchando ajeno, y a sus dos pequeños hijos; su situación financiera no es lo más importante para esta historia, más bien era lo que él encontraba todas las madrugadas. Salía de su casa y realizaba el mismo recorrido barriendo las calles, cuando pasaba por el número siete de la calle de la Luz la encontraba, una pieza de un rompecabezas, como si deliberadamente alguien la dejara ahí, pero lo más curioso de todo es que siempre se trataba de la misma pieza. No era pequeña, mediría unos cinco centímetro por cada lado, era de un color rojo sangre con tonos negros. Siempre que pasaba por ahí se encontraba con la dichosa pieza, no importaba la hora que fuera. Hasta que se decidió a recogerla y la guardó en su bolso. Al llegar a casa se la regaló a sus hijos para que jugaran con ella. Al siguiente día, él esperaba encontrar la misma pieza, pero no, encontró una diferente, de color verde oscuro con líneas naranjas, se le hizo extraño pero como a sus hijos les había gustado mucho la primera, la recogió y la guardó en su bolso. Los niños esperaban con ansias a su padre, cuando llegó les dio la segunda pieza, los días siguientes fueron iguales, cada vez que pasaba por el número siete de la calle de la Luz encontraba una nueva pieza, se volvió una rutina para él y para sus hijos, el primer mes transcurrió recolectándolas.
Poco después, él llegó con la bolsa vacía, era la primera vez que no había nada en la calle de la luz. Los siguientes días fueron iguales, ya no volvió a encontrar nada. Los dos niños jugaban con las treinta piezas recolectadas, cuando de pronto notaron que unas embonaban en las otras, creando así poco a poco un hermoso cuadro, ellos querían saber qué imagen mostraba. No sería muy difícil armar un rompecabezas de treinta piezas grandes, sin embargo, todo se complicaba por que las piezas mágicamente cambiaban de forma dependiendo las circunstancias: cuando sus padres discutían o ellos se peleaban, éstas hacían más pequeñas, gruesas, cambiaban de color, y un poco de forma, podían tener casi embonadas dos piezas y al momento eran totalmente diferentes. Les costó trabajo armarlo, lo querían tener completo para la Navidad, sería el regalo para sus padres, ya tenían preparado el pegamento y unas tablas de madera que harían de marco al extraño cuadro. Los días pasaron, comenzó diciembre y muy pronto se encontraban a mediados del mes, los niños lo tenían que tener terminado, lográndolo un día antes de la Nochebuena. Ya listo, los dos pequeños lo observaron, el chico vio un hermoso parque de diversiones, con columpios, toboganes, una montaña rusa al final, lleno de globos, perros calientes y algodón de azúcar. La niña vio un hermoso tiovivo con su cadencia de sube y baja, lleno de caballos, carrozas y otros animales como elefantes y jirafas. Guardaron el regalo envuelto en papel periódico debajo de su cama, ellos añoraban tener un gran árbol lleno de luces y decorado con muñecos y esferas, como se ven en los grandes almacenes, lleno de regalos y al lado un gran nacimiento. La madre cocinaba una sencilla cena en la cocina de la pequeña casa, su padre había salido, no sabían por qué. Unos golpes en la puerta los alertaron, su madre les pidió que abrieran, lo más seguro era su padre de regreso, se les hizo raro, él siempre traía sus llaves, presurosos abrieron, parado en el quicio de la puerta con una grande sonrisa, enseñando sus dientes blancos, estaba su padre llevando un hermoso pino. Las risas y alegría inundaron el hogar, el cuadro luchaba por salir de su escondite, la felicidad lo animaba más y más. La familia junta colocó y
decoró el arbolillo, la madre de una caja sacó los más hermosos arreglos navideños para un árbol, no eran muchos y estaban viejos pero para ellos eran como nuevos. También salieron tres figuras de porcelana, casi nunca las sacaba ya que eran su tesoro más preciado, recuerdo de su madre, consistía en un pequeño nacimiento, la figura de la Virgen María, de San José y del Niño Jesús. La cena estaba preparada, y la casa relucía con las luces que despedía el árbol. Rezaron dando las gracias por la deliciosa cena, compuesta de sopa y un pollo al horno y de postre una gelatina de colores. Era la hora de los regalos, aunque ellos sabían que no habría ninguna caja que desenvolver en esa noche, estaban entusiasmados por la sorpresa que tenían preparada para sus padres, corrieron a su habitación y sacaron el regalo, entre abrazos y felicitaciones se lo entregaron. Una vez abierto el paquete los cuatro observaron tan inusual cuadro. Todos sonrieron. Cada uno vio un paisaje diferente, pero lo más importante fue que se sintieron reconfortados y felices con sólo el hecho de verlo, lo colgaron sobre la chimenea y desde ese día en adelante, por la puerta de la casa entró la abundancia para la familia siendo felices por siempre.
¿Te has preguntado qué verías tú en el cuadro?, pero créeme que es más importante lo que hay detrás del mismo. Pero ese, es otro cuento que algún día espero poder contarte…