Autora: Liliana Castillo Girona
Mテコsica de テ]geles Primera Parte
2012
Bajé de la estación y allí estaba “Él”, apoyado sobre la espalda del banco de madera, esperando. Al verle me pareció un tanto increíble que nadie se hubiese interesado en “Él”, pues un violín Stradivarius sin dueño aparente resulta una tentación difícil de evitar. Como hubiese sido su vida anterior y como había llegado hasta allí no me importó, los dos estábamos solos, así que, decidí llevarlo conmigo.
Sabía que tan desnudo no lograría sobrevivir, así que, me acerque a una tienda del pueblo especialista en música y accesorios para instrumentos y le compré una funda para taparlo y protegerlo; ya tendría tiempo más tarde de probar sus delicadas cuerdas, intentando y no componiendo alguna melodía. Nunca había estudiado solfeo, ni siquiera conocía la escala del Do y mucho menos la clave de sol, pero, sabía con certeza que aquel extraño instrumento, me ayudaría. Una vez en casa me decidí a “despertarle”, tocando una de sus muchas cuerdas, atónita permanecí, pues creyendo escuchar algo estridente o desafinado, una dulce nota musical asalto mis oídos, era suave, tanto, que sin saber cómo, me inundó una sensación de paz, que adentrándome en “Él”, me perdí entre sus cuerdas. Las notas parecían querer acariciar el cielo, pues ascendían lentamente al ritmo que mis dedos se deslizaban entre ellas. No recuerdo cuanto tiempo estuve tocando aquel mágico instrumento, solo sé que al finalizar mi aventura musical, la gente del pueblo miraba sorprendida por la ventana de mi comedor, sonriéndome. La magia que desató aquel extraño violín fue tal que tuve que aceptar una invitación para tocar en el teatro del pueblo. Una sala sin acústica ni preparación, pero no podía rechazar la invitación, pues el pueblo nunca aceptaba un NO. Todos, incluida yo, sabíamos que no era músico, nunca había estudiado música y no distinguía un pentagrama de una corchea, sin embargo era como si aquel violín solo lo pudiese tocar yo. Así pues, acepte tocar en el teatro. Pensé que él me llevaría. . . y empecé. Lo coloqué sobre mi hombro izquierdo sujetándolo ligeramente con mi mentón, la mano derecha liberada ya de tensiones sostuvo el arco y con la mayor suavidad lo deslicé lentamente sobre las cuerdas, las cuales al compás del viento que entraba y salía de su interior, empezó a componer a sorpresa de todos los presentes, la combinación más bella de notas musicales que jamás
habían percibido oídos humanos. Los ángeles hablaban a través de “Él”. Yo, solo era su transmisor. Con los ojos cerrados y entregada totalmente a “Él” fuimos uno. La rueda del tiempo se detuvo, solo le sentía a “Él” mientras el arco y mis dedos se deslizaban sobre su cuerpo de madera. Me movía, daba vueltas alrededor del escenario y las luces a veces me deslumbraban, devolviéndome a la realidad. Hasta que sin saber ni cómo ni porque paré. Abrí los ojos y todos aquellos que me conocían se levantaron, algunos lloraban emocionados, otros sonreían y otros me lanzaban flores. Aplaudieron durante mucho rato, y emocionada, me incline y saludé junto a ese extraño violín, dispuesto a cambiarme la vida para siempre. Aquella noche no conseguí dormir; la fiesta tras la audición se fue hasta bien entrada la madrugada y me desveló. Tranquila y satisfecha por la noche anterior, me preparé el desayuno cuando alguien llamó a mi puerta. . . No sabía si abrir o dejar que sonara el timbre: (- quizá se canse y se vaya): pensé, pero transcurridos unos minutos de tregua, el timbre de la puerta volvió a sonar, así pues dejé la taza de café sobre la mesa y me dirigí hacia ella. Antes de abrir decidí echar un vistazo por la mirilla de la puerta y curiosamente mis ojos no alcanzaban a ver figura humana existente.
Permanecí un rato esperando distinguir a alguien cuando de pronto no fue el timbre el que sonó sino unos suaves y rítmicos golpes en la puerta. Un extraño frio se apodero de mi cuerpo mientras las piernas empezaban a temblar, teniéndome en pie a duras penas. Los golpes seguían y entonces pregunté quién era, no obtuve respuesta, volví a preguntar y entonces escuche un lejano susurro que no comprendía. Me armé de valor y giré la llave para abrir, el silencio y la oscuridad se apoderaron de la escalera, pero era extraño no tenía miedo, sentía una gran curiosidad, pero no encontré nada. Creyendo que alguien del pueblo me había gastado una broma di la vuelta y me dispuse a entrar en casa cuando de repente un gélido viento me rozó la cara y situándose al lado me susurró en un extraño lenguaje, “un”: (- déjame entrar). En lugar de ser presa del terror, aquella voz me tranquilizó, era profunda pero suave y me gustó la forma de hablar, me recordaba a las lenguas del Este de Europa quienes siempre conseguían seducirme y sumergirme en antiguas leyendas y mitos de grandes personajes históricos considerados héroes por unos y sádicos tiranos y asesinos, por otros. Tal como me pidió la voz le deje entrar. A partir de aquel momento compartía mi vida con un violín y una extraña voz, ¿acaso de un fantasma?
Emocionada por esta insólita situación me senté y continúe mi desayuno. El violín descansaba en su estuche cuando el gélido viento que me asaltó con su leve susurro, se deslizó lentamente sobre éste, abriéndolo. -Tócalo de nuevo: dijo. Tengo una sorpresa para ti -Ahora no puedo, ¿Qué te parece si lo dejamos para luego? -No, tócalo ahora, éste era mi violín, lo dejé solo en el banco de madera de aquella estación esperando encontrar a alguien que él aceptara, y ese alguien eres tú, así que, tócalo de nuevo por favor, estoy esperando. La música que saldrá de su alma te dará poder sobre todas las bestias de esta tierra incluyendo a la especie humana, tócalo de nuevo y el gran poder será tuyo. Viajarás a lugares que nunca has imaginado ni siquiera soñado, tócalo y vuela hacia nuevos mundos. Dispuesta a obedecer me llamaban nuevamente pero por la ventana. Eran conocidos del pueblo que todavía asombrados, me felicitaban. -Vente con nosotros, el pueblo te espera en la calle, ¿qué haces que no sales? -Pero si son las 9 de la mañana, aun tengo que arreglarme, no querréis que salga tal como voy, ¿verdad? Quedamos mejor a las 12 en la plaza del mercado y os invito a tomar un aperitivo, ¿os parece bien? - Vale de acuerdo a las 12. Hasta entonces. Cuando les despedí y me quede sola con mis nuevos acompañantes hice caso a la voz o al fantasma y nuevamente con el violín apoyado sobre mi hombro izquierdo sujetado por mi mentón, la mano derecha alzó el arco y lo colocó con suavidad sobre su carcaj. Empecé con distintas escalas musicales sin rumbo, notas dispuestas de cualquier manera, sin orden aparente, melodías inconclusas y estridentes desafiaban el oído humano. Gran cantidad de notas musicales desordenadas luchaban unas contra otras para dominar hasta que al fin cerré los ojos y el violín se calmo, ya no había lucha en su interior y la música celestial nació.
Era algo diferente, mezclando corcheas y semicorcheas combinadas con las notas blancas y negras en diferentes claves de sol y de fa, incomprensible para un violín, la magia musical lleno la habitación. Cuando abrí los ojos no había luz, todo estaba oscuro, y mis pies no tocaban el suelo. Incontables estrellas, planetas, y los tan temidos monstruos negros del universo, aquellos "cuerpos" donde ni siquiera el tiempo y la luz sobreviven a su ferocidad, aparecían ante mis atónitos ojos a una velocidad vertiginosa. Al compas de la música del violín viajaba a la velocidad de la luz, cruzando distintos espacios y tiempos, hasta que de repente volví a la Vía Láctea, nuestra galaxia. Asombrada pude comprobar cómo cada planeta seguía un rumbo elíptico y fijo, sin desplazarse ni un milímetro de su órbita habitual. Siguiendo una línea invisible, giraban todos alrededor de aquel gigantesco astro rey, el cual a solo uno lo acariciaba con sus potentes rayos , inundándolo con luz, calor y vida, mientras que al resto los azotaba con su látigo de muerte y destrucción. Siempre había sentido una gran pasión hacia el planeta de los anillos: Saturno. Así que teniéndolo tan cerca, y con mi mágico violín y este extraño compañero que nunca dejaba de susurrarme al oído, decidí acercarme al magnífico planeta de los anillos y descubrir su místico interior.
-
Estas segura de lo que quieres hacer?. Me susurro la extraña voz de mi compañero invisible.
-
Si le respondí, no puedo volver a la realidad sin admirar al bello y extraño planeta Saturno.
-
Si este es tu deseo, te lo concedo, entra y admira el planeta más bello de este inmenso vacío.
Cerré los ojos sin dejar de acariciar las cuerdas del violín, cuando un gélido viento me envolvió y sin saber cómo me transporto. Ligeramente abrí los ojos envuelta en su extraña atmósfera de bandas oscuras y otras más claras, como si el día y la noche lucharan sin cesar por sobrevivir. El azote de su fuerte viento me golpeaba sin tregua, pero, protegida por mi invisible amigo, no conseguía acabar conmigo, y así, conseguí atravesar las mortíferas nubes con forma de pequeños cristales, que siendo capaces de destruirse a sí mismas, cubrían su bello cielo. Tras las nubes de cristal observé sobre ellas como se extendía una espesa y blanca niebla, uniforme y perfecta. No podía respirar, estaba atrapada en aquel
horrible mundo, pero tenía que seguir, la niebla me envolvía, me encerraba, me asfixiaba. Cuando creí morir, la voz de mi amigo me susurro al oído: -
Cierra los ojos y sueña. Déjate llevar por la mágica música que te ofrece mi querido violín, y vuela.
Así lo hice y la espesa niebla me liberó. Seguí avanzando por su superficie, y nada. Solo los gases eran los únicos habitantes posibles de aquel infierno. Su potente fuente interna de energía por querer atrapar al sol, lo podrían haber convertido en la estrella más bella y radiante del Universo pero su hambrienta y posesiva atmosfera nunca se lo permitiría. Y ahí iban, envueltos en su invisible danza, helio e hidrogeno desencadenando lluvias gravitaciones hacia su corazón de hierro, debilitándolo, hiriéndolo, rompiéndolo. . . Ya había visto suficiente y suplique a mi amigo volver. De repente me precipite hacia su suelo girando entre sus invisibles gases, y cayendo, vacía, sin vida, junto a mi violín. . . Abrí los ojos y me encontré nuevamente en el sofá de mi casa. No sabía cuánto tiempo había transcurrido, estaba agotada, y puesto que mis ojos no alcanzaban a ver nada por tanta luz recibida, me quede tumbada en el sofá, hasta que los demonios del sueño se apoderaron de mi. (continuara . . .)
Liliana Castillo Girona