MUSICA DE ANGELES

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Autora: Liliana Castillo Girona

MÚSICA DE ÁNGELES

2013


Bajé de la estación y allí estaba “Él”, apoyado sobre la espalda del banco de madera, esperando. Al verle me pareció un tanto increíble que nadie se hubiese interesado en “Él”, pues un violín Stradivarius sin dueño aparente resulta una tentación difícil de evitar. Como hubiese sido su vida anterior y como había llegado hasta allí no me importó, los dos estábamos solos, así que, decidí llevarlo conmigo. Sabía que tan desnudo no lograría sobrevivir, así que, me acerque a una tienda del pueblo especialista en música y accesorios para instrumentos y le compré una funda para taparlo y protegerlo; ya tendría tiempo más tarde de probar sus delicadas cuerdas, intentando y no componiendo alguna melodía. Nunca había estudiado solfeo, ni siquiera conocía la escala del Do y mucho menos la clave de sol, pero, sabía con certeza que aquel extraño instrumento, me ayudaría. Una vez en casa me decidí a “despertarle”, tocando una de sus muchas cuerdas, atónita permanecí, pues creyendo escuchar algo estridente o desafinado, una dulce nota musical asalto mis oídos, era suave, tanto, que sin saber cómo, me inundó una sensación de paz, que adentrándome en “Él”, me perdí entre sus cuerdas. Las notas parecían querer acariciar el cielo, pues ascendían lentamente al ritmo que mis dedos se deslizaban entre ellas. No recuerdo cuanto tiempo estuve tocando aquel mágico instrumento, solo sé que al finalizar mi aventura musical, la gente del pueblo miraba sorprendida por la ventana de mi comedor, sonriéndome. La magia que desató aquel extraño violín fue tal que tuve que aceptar una invitación para tocar en el teatro del pueblo. Una sala sin acústica ni preparación, pero no podía rechazar la invitación, pues el pueblo nunca aceptaba un NO. Todos, incluida yo, sabíamos que no era músico, nunca había estudiado música y no distinguía un pentagrama de una corchea, sin embargo era como si aquel violín solo lo pudiese tocar yo. Así pues, acepte tocar en el teatro. Pensé que él me llevaría. . . y empecé. Lo coloqué sobre mi hombro izquierdo sujetándolo ligeramente con mi mentón, la mano derecha liberada ya de tensiones sostuvo el arco y con la mayor suavidad lo deslicé lentamente sobre las cuerdas, las cuales al compás del viento que entraba y salía de su interior, empezó a componer a sorpresa de todos los presentes, la combinación más bella de notas musicales que jamás


habían percibido oídos humanos. Los ángeles hablaban a través de “Él”. Yo, solo era su transmisor. Con los ojos cerrados y entregada totalmente a “Él” fuimos uno. La rueda del tiempo se detuvo, solo le sentía a “Él” mientras el arco y mis dedos se deslizaban sobre su cuerpo de madera. Me movía, daba vueltas alrededor del escenario y las luces a veces me deslumbraban, devolviéndome a la realidad. Hasta que sin saber ni cómo ni porque paré. Abrí los ojos y todos aquellos que me conocían se levantaron, algunos lloraban emocionados, otros sonreían y otros me lanzaban flores. Aplaudieron durante mucho rato, y emocionada, me incline y saludé junto a ese extraño violín, dispuesto a cambiarme la vida para siempre. Aquella noche no conseguí dormir; la fiesta tras la audición se fue hasta bien entrada la madrugada y me desveló. Tranquila y satisfecha por la noche anterior, me preparé el desayuno cuando alguien llamó a mi puerta. . . No sabía si abrir o dejar que sonara el timbre: (- quizá se canse y se vaya): pensé, pero transcurridos unos minutos de tregua, el timbre de la puerta volvió a sonar, así pues dejé la taza de café sobre la mesa y me dirigí hacia ella. Antes de abrir decidí echar un vistazo por la mirilla de la puerta y curiosamente mis ojos no alcanzaban a ver figura humana existente. Permanecí un rato esperando distinguir a alguien cuando de pronto no fue el timbre el que sonó sino unos suaves y rítmicos golpes en la puerta. Un extraño frio se apodero de mi cuerpo mientras las piernas empezaban a temblar, teniéndome en pie a duras penas. Los golpes seguían y entonces pregunté quién era, no obtuve respuesta, volví a preguntar y entonces escuche un lejano susurro que no comprendía. Me armé de valor y giré la llave para abrir, el silencio y la oscuridad se apoderaron de la escalera, pero era extraño no tenía miedo, sentía una gran curiosidad, pero no encontré nada. Creyendo que alguien del pueblo me había gastado una broma di la vuelta y me dispuse a entrar en casa cuando de repente un gélido viento me rozó la cara y situándose al lado me susurró en un extraño lenguaje, “un”: (- déjame entrar). En lugar de ser presa del terror, aquella voz me tranquilizó, era profunda pero suave y me gustó la forma de hablar, me recordaba a las lenguas del Este de Europa quienes siempre conseguían seducirme y sumergirme en antiguas leyendas y mitos de grandes personajes históricos considerados héroes por unos y sádicos tiranos y asesinos, por otros. Tal como me pidió la voz le deje entrar. A partir de aquel momento compartía mi vida con un violín y una extraña voz, ¿acaso de un fantasma?


Emocionada por esta insólita situación me senté y continúe mi desayuno. El violín descansaba en su estuche cuando el gélido viento que me asaltó con su leve susurro, se deslizó lentamente sobre éste, abriéndolo. -Tócalo de nuevo: dijo. Tengo una sorpresa para ti -Ahora no puedo, ¿Qué te parece si lo dejamos para luego? -No, tócalo ahora, éste era mi violín, lo dejé solo en el banco de madera de aquella estación esperando encontrar a alguien que él aceptara, y ese alguien eres tú, así que, tócalo de nuevo por favor, estoy esperando. La música que saldrá de su alma te dará poder sobre todas las bestias de esta tierra incluyendo a la especie humana, tócalo de nuevo y el gran poder será tuyo. Viajarás a lugares que nunca has imaginado ni siquiera soñado, tócalo y vuela hacia nuevos mundos. Dispuesta a obedecer me llamaban nuevamente pero por la ventana. Eran conocidos del pueblo que todavía asombrados, me felicitaban. -Vente con nosotros, el pueblo te espera en la calle, ¿qué haces que no sales? -Pero si son las 9 de la mañana, aun tengo que arreglarme, no querréis que salga tal como voy, ¿verdad? Quedamos mejor a las 12 en la plaza del mercado y os invito a tomar un aperitivo, ¿os parece bien? - Vale de acuerdo a las 12. Hasta entonces. Cuando les despedí y me quede sola con mis nuevos acompañantes hice caso a la voz o al fantasma y nuevamente con el violín apoyado sobre mi hombro izquierdo sujetado por mi mentón, la mano derecha alzó el arco y lo colocó con suavidad sobre su carcaj. Empecé con distintas escalas musicales sin rumbo, notas dispuestas de cualquier manera, sin orden aparente, melodías inconclusas y estridentes desafiaban el oído humano. Gran cantidad de notas musicales desordenadas luchaban unas contra otras para dominar hasta que al fin cerré los ojos y el violín se calmo, ya no había lucha en su interior y la música celestial nació.


Era algo diferente, mezclando corcheas y semicorcheas combinadas con las notas blancas y negras en diferentes claves de sol y de fa, incomprensible para un violín, la magia musical lleno la habitación. Cuando abrí los ojos no había luz, todo estaba oscuro, y mis pies no tocaban el suelo. Incontables estrellas, planetas, y los tan temidos monstruos negros del universo, aquellos "cuerpos" donde ni siquiera el tiempo y la luz sobreviven a su ferocidad, aparecían ante mis atónitos ojos a una velocidad vertiginosa. Al compás de la música del violín viajaba a la velocidad de la luz, cruzando distintos espacios y tiempos, hasta que de repente volví a la Vía Láctea, nuestra galaxia. Asombrada pude comprobar cómo cada planeta seguía un rumbo elíptico y fijo, sin desplazarse ni un milímetro de su órbita habitual. Siguiendo una línea invisible, giraban todos alrededor de aquel gigantesco astro rey, el cual a solo uno lo acariciaba con sus potentes rayos , inundándolo con luz, calor y vida, mientras que al resto los azotaba con su látigo de muerte y destrucción. Siempre había sentido una gran pasión hacia el planeta de los anillos: Saturno. Así que teniéndolo tan cerca, y con mi mágico violín y este extraño compañero que nunca dejaba de susurrarme al oído, decidí acercarme al magnífico planeta de los anillos y descubrir su místico interior. - ¿Estás segura de lo que quieres hacer?. Me susurro la extraña voz de mi compañero invisible. - Si le respondí, no puedo volver a la realidad sin admirar al bello y extraño planeta Saturno. - Si este es tu deseo, te lo concedo, entra y admira el planeta más bello de este inmenso vacío. Cerré los ojos sin dejar de acariciar las cuerdas del violín, cuando un gélido viento me envolvió y sin saber cómo me transporto. Ligeramente abrí los ojos envuelta en su extraña atmósfera de bandas oscuras y otras más claras, como si el día y la noche lucharan sin cesar por sobrevivir. El azote de su fuerte viento me golpeaba sin tregua, pero, protegida por mi invisible amigo, no conseguía acabar conmigo, y así, conseguí atravesar las mortíferas nubes con forma de pequeños cristales, que siendo capaces de destruirse a sí mismas, cubrían su bello cielo. Tras las nubes de cristal observé sobre ellas como se extendía una espesa y blanca niebla, uniforme y perfecta. No podía respirar, estaba atrapada en aquel


horrible mundo, pero tenía que seguir, la niebla me envolvía, me encerraba, me asfixiaba. Cuando creí morir, la voz de mi amigo me susurro al oído: - Cierra los ojos y sueña. Déjate llevar por la mágica música que te ofrece mi querido violín, y vuela. Así lo hice y la espesa niebla me liberó. Seguí avanzando por su superficie, y nada. Solo los gases eran los únicos habitantes posibles de aquel infierno. Su potente fuente interna de energía por querer atrapar al sol, lo podrían haber convertido en la estrella más bella y radiante del Universo pero su hambrienta y posesiva atmósfera nunca se lo permitiría. Y ahí iban, envueltos en su invisible danza, helio e hidrogeno desencadenando lluvias gravitaciones hacia su corazón de hierro, debilitándolo, hiriéndolo, rompiéndolo. . . Ya había visto suficiente y suplique a mi amigo volver. De repente me precipite hacia su suelo girando entre sus invisibles gases, y cayendo, vacía, sin vida, junto a mi violín. . .

Abrí los ojos y me encontré nuevamente en el sofá de mi casa. No sabía cuánto tiempo había transcurrido, estaba agotada, y puesto que mis ojos no alcanzaban a ver nada por tanta luz recibida, me quede tumbada en el sofá, hasta que los demonios del sueño se apoderaron de mí.


Segunda Parte Me despertó un golpe en la puerta, pero, al estar todavía cansada de aquel increíble viaje, no hice caso; los párpados me pesaban y cerré nuevamente los ojos. El golpe en la puerta volvió a sonar y esta vez más fuerte, así que me incorporé y fui a ver quién era. Menuda sorpresa tuve cuando la abrí, pues alguien me había dejado una bolsa de magdalenas al lado, sin manías de ninguna clase, las cogí, y como tenía hambre me preparé una infusión para acompañar estos dulces, que tan amablemente alguien me regaló. Al cabo de un rato decidí salir a pasear, eran cerca de las 9 de la noche, fuera hacia frio y era ya muy oscuro, no habría casi nadie por las calles del pueblo, pero, estaba descansada y me apetecía. Anduve mucho rato y curiosamente no me crucé con nadie, era como si todos hubiesen desaparecido. Cuando me acercaba a la plaza del pueblo, una extraña niebla apareció de repente, era tan espesa y blanca que no se veía nada, solamente se oían unos pasos lentos, cautelosos, cada vez más próximos a mí. Un extraño escalofrío me recorrió la espina dorsal, pero era tal mi curiosidad que seguí adelante, adentrándome en aquella fantasmal niebla. Al llegar al centro de la plaza, solo el vacío y el silencio me acompañaban, sorprendida pensé que la imaginación me había jugado una mala pasada, y aquellos misteriosos pasos, fueron fruto de una mente cansada. Ya convencida de mi fatiga, decidí volver a casa, cuando de repente vi lo que quedaba de una larga y negra capa, desapareciendo entre aquella espesura blanca. Desorientada y confusa por toda aquella situación, en cuanto crucé la puerta de mi casa fui directa a la cama, dejándome vencer por un sueño reparador o al menos es lo que yo deseaba. .../. - ¡No puedes pasar, vives en sueños, no estás muerta, lo siento, no te puedo dejar pasar! Abrí los ojos al oír aquella extraña voz, y me encontré de repente en una tierra extraña que me recordaba a los mundos fantásticos descritos por Dante Alighieri en su Divina Comedia. Todo era gris, el mar agitado se confundía con el cielo tormentoso, no conseguía ver la línea del horizonte, no existía la separación entre cielo y mar, y en el centro de aquella inmensidad una embarcación sencilla, no muy grande, parecida a un antiguo bote de madera, flotaba esperándome. Sobre ella iba un hombre cubierto únicamente por una sábana blanca, la cual ocultaba sus partes más íntimas. Su pelo y su barba eran blancos y rizados, extremadamente largos, le llegaban ambos hasta la cintura. El resto de su cuerpo era muy atlético, fuerte, de brillante piel ceniza. - ¿Dónde estoy?: pregunté al extraño hombre.


- Estas en la entrada del infierno, solo es para los que han muerto, tú no puedes pasar. - Estaba en mi casa durmiendo, no sé cómo he llegado hasta aquí. Por favor quiero regresar: le rogué. - Lo siento, pero solo regresan aquellos que atraviesan estas tierras malditas enfrentándose a sus propios demonios. Solo aquellos dignos del respeto de Satanás, logran saltar por encima de él, liberándose de su yugo. Pero tú no puedes pasar, antes debes morir. Desesperada por no saber qué hacer, busque el violín, pero no estaba conmigo y mi invisible amigo tampoco, estaba sola, y pensé durante un largo rato. - Si muero y consigo atravesar el infierno llegando hasta Satanás, ¿podré regresar a mi sueño? - Sí, pero corres un grave riesgo, si sucumbes a los vicios y depravaciones eternas y la tristeza de las ciénagas grises se instala en tu corazón rompiéndolo, nunca regresaras a tu mundo: respondió el barquero. - Debo morir para regresar, yo no quería esto, no lo quería, no sé quien me ha traído hasta aquí, deseo morir para regresar a mi sueño, por favor, mátame: le supliqué. - Que así sea: afirmó el barquero. El dolor invadió mi cuerpo, un horrible dolor, el fuego ardía dentro de mí, el corazón me golpeaba violentamente el pecho y no podía respirar, la asfixia llegó al máximo de mi resistencia hasta que de repente todo desapareció sintiendo un agradable alivio. .../. - Ahora ya puedes entrar en mi barca, te conduciré hasta la primera puerta del infierno, y que Dios se apiade de tu alma: me habló el barquero. Subí a la barca gobernada por ese extraño ser. Cruzamos el mar bajo una violenta tormenta, la barca se agitaba sin cesar, yo me sujetaba a los lados, resbalaba, las olas implacables chocaban con furia contra nosotros. Cerca estuve de hundirme en ese océano gris, pero el barquero consiguió sujetarme. Estaba desesperada, quería salir de ahí. Cuando ya todo lo daba por perdido, se alzó ante mí la puerta más grande que jamás había visto, era impresionante y parecía no tener principio ni fin. El barquero me dejó en la orilla, ante aquella majestuosa obra del Diablo. Tras descansar un rato y recuperarme, entré.


El paisaje que se abría ante mí no tenía nada que ver con el infierno. Dominado por un extenso valle de frescos y verdes prados con un castillo dorado, fue lo primero que captaron mis ojos, aquello era el paraíso. A medida que avanzaba en su interior me daba cuenta de las extrañas personas que allí había, algunos estaban retorcidos físicamente pero no sufrían dolor, otros hablaban un lenguaje incomprensible, otros reían, otros lloraban, otros se mutilaban, pero ninguno gritaba de dolor, miraban hacia arriba con los brazos extendidos y las palmas de las manos abiertas, rezaban o imploraban, pero no había dolor. Me fije en un señor, elegante, y formal, tranquilo, estaba sentado leyendo y me acerque a él. - Creía que esto era el infierno: le dije. - Y lo es: respondió - Pero, si parece el paraíso, ¿dónde está el fuego y el azufre?, ¿dónde está el diablo? Aquí no hay sufrimiento, ¿qué hacen entonces estas gentes? - Estas en el limbo, es un lugar neutral, donde los que no aceptaron a Cristo sin ser pecadores se les separa de Dios condenándolos a una vida eterna sin felicidad. No pueden sentir, aunque parezca que sí. Ellos ríen, lloran pero no sienten nada, están vacios. - ¿Y tu quien eres?: pregunté - En mis tiempos fui un gran sabio que desafió a Dios, y ahora permanezco aquí solo, con mis pensamientos y frustraciones sin poder hacer nada al respecto. - ¿Qué debo hacer para salir de aquí?: pregunté - Si consigues intercambiar tus reflexiones e ideas con todas las almas perdidas del limbo sin que éstos influyan en tus pensamientos, podrás abrir la segunda puerta. Y así lo hice, me despedí de aquel sabio, y fui hablando con unos y con otros, las dudas atacaban mi mente, y la debilidad hacía lentamente su aparición. Intentaba mantenerme firme y fiel a mis ideas, pero, ellos me confundían, las contradicciones me perdían cada vez más y la desorientación se apoderó de mí. No sé el tiempo que permanecí dando vueltas por aquellos prados hasta que me encontré ante las puertas del castillo dorado. Llamé, pero nadie respondió, me acerqué y empujé la puerta. Grata fue mi sorpresa cuando cedió a mi mano rebelando su majestuoso interior. Me quedé atónita contemplando aquella estancia, era enorme, las paredes estaban decoradas con inmensos tapices mostrando diferentes pasajes de antiguos hechos históricos, el suelo estaba formado por perfectas baldosas cuadradas de oro, y los muebles eran de cristal, que al igual que los diamantes cegaban


con sus brillantes destellos. En el fondo de aquella estancia había una chimenea de mármol, tan blanco que con solo una diminuta mota de polvo, ya rompería su equilibrio celestial. Por más que me esforzaba en encontrar a alguien, estaba sola, en aquel castillo no vivía nadie o al menos eso era lo que creía, cuando de repente una voz salió a mi encuentro. - ¿A dónde crees que vas?: dijo la voz - Busco la salida, tengo que cruzar la segunda puerta, pero no sé cómo debo hacerlo, ¿me puedes ayudar? - Lo haré si has comprendido el significado de la dolencia de todos estos seres, obligados y condenados a vivir en un eterno vacío: respondió la voz. - Creo que sí. - Bien, pues explícame que hay en sus almas: insistió la voz. - En sus almas siempre ha reinado la falsedad y la mentira, ellos han creído en un mundo superficial, engañando y engañándose a sí mismos para obtener satisfacción personal, pero nunca han sido sinceros por temor a mostrarse tal cual son, y eso les ha hecho desdichados e infelices. Han vivido un mundo de mentiras y frustraciones, quizá todos ellos hayan conseguido ser amados alguna vez, pero ese amor nunca ha sido verdadero, y por ello sus espíritus vagan vacíos entre estos verdes prados: le respondí. - Veo que has sabido mantenerte fiel a tus pensamientos y creencias. No te han fracturado, sigues entera. Tu mente es fuerte y tu honestidad hacia los demás y hacia ti te han hecho aun más resistente, creo que estas preparada para cruzar la segunda puerta: dijo la voz. Y en unos instantes aquella obra del Diablo apareció de nuevo ante mí. Me acerqué temerosa de lo que pudiera encontrar al otro lado y con cautela giré su pomo. . . El paisaje era atroz, el viento azotaba con una violencia extrema las gentes que se encontraban en aquel espacio, siendo empujados y lanzados brutalmente contra las paredes, suelo y entre ellos mismos, algunos se partían por la mitad, otros solo perdían alguna extremidad y los más desafortunados eran los que se aplastaban, reventándose desde dentro y vomitando sangre sin cesar. El viento los levantaba y lanzaba continuamente sin piedad. No morían, se rompían con gran dolor y luego volvían a juntar sus miembros para nuevamente volver a chocar y quebrarse, y así, sucesivamente. Aquellas almas estaban condenadas a un sufrimiento extremo y eterno. Andando entre ellos intentaba esquivar sus "impredecibles vuelos", pero, a veces me resultaba casi imposible, y cuando ya todo lo daba por perdido, vi una cueva a lo lejos. Con mucho cuidado me dirigí hacia ella sólo para


protegerme. Cuando conseguí llegar me encontré con un hombre pequeño, más bien era un enano de frente muy prominente. Estaba sentado junto al fuego comiendo, me acerqué. . . - ¿Qué les sucede a estas gentes?: pregunté - Por sus pecados carnales, llevados al extremo de la locura, son eternamente castigados. Son seres depravados y malvados que han reflejado su rabia y su odio a través de la lujuria y el sadismo. Han violado, mutilado y descuartizado, solo con el fin de satisfacer su más que hastiado placer. ¿Eres tú como ellos? - No: respondí. - Si quieres que te crea, tendrás que superar una prueba. Coloca las manos sobre este fuego; si mientes se quemarán y serás eternamente embestida por la fuerza del viento, si no te quemas, te ayudaré a cruzar la tercera puerta. Obedecí, yo decía la verdad por tanto no tenía nada que temer. Coloqué las manos sobre el fuego y solo sentí calidez. El enano sonrió, y cogiéndome de la mano me llevó hacia la tercera entrada de aquel extraordinario infierno. En cuanto crucé la puerta unos terribles ladridos casi ensordecen mis oídos, pero no solamente fue esto lo que me sorprendió, sino también el olor a putrefacción que provenía de aquel espacio. Había poca luz y parecía tan lejana que casi no conseguía ver nada. Tenía miedo de avanzar. El suelo que pisaba parecía blando y resbaladizo, sucio, pero seguí avanzando bajo una inclemente lluvia de granizo. No tardé mucho tiempo en darme cuenta que pisaba barro y en él yacían atrapados nuevas almas de condenados, quienes además eran despedazados y desgarrados por un gigantesco perro. Siendo mutilados continuamente, el círculo del castigo se repetía para aquellas desdichadas almas. Intentando no pisarlos, y con las manos en los oídos para no oír los gritos de dolor y los ensordecedores ladridos de aquel perro, me abrí camino, hacia la cuarta puerta. No encontraba a nadie para preguntar sobre aquellas gentes, así que me acerque a uno de los condenados y le pregunté: - ¿Quiénes sois? - Somos los glotones. Nosotros solo hemos vivido para gozar de los placeres de la comida y la bebida, no nos ha importado nada más que comer y beber y por culpa de estos vicios ahora somos almas condenadas. Hemos robado, engañado y matado, solo para comer y beber y no hemos sabido amar ni respetar a los que nos han querido, pues para nosotros la comida y la bebida estaban en primer lugar. Hemos vivido ciegos a todo lo que nos rodeaba, solo queríamos saciar nuestro estomago y sin importarnos aquellos que necesitaban alimentos. Nunca hemos


compartido nada, hemos sido egoístas y fríos, y hemos dejado morir de hambre a niños, solo para saciar nuestro voraz apetito. Ahora nosotros somos la comida de Cerbero (el perro maldito), y estamos condenados a lamer este sucio barro bajo la incesante lluvia de granizo. ¿Eres tu una de nosotros? - No - Bien, si dices la verdad conseguirás entrar en la antesala de Satanás sin hundirte en los barros eternos de esta maloliente ciénaga, pero si mientes tu alma compartirá nuestra desgracia y condenación eternas. Cerré los ojos, pues había visto suficiente. Deseaba escuchar la voz de mi invisible amigo y volver a tocar aquel violín mágico. Era tan fuerte el deseo que me precipité a través de los barros malditos sin pensar. No podía respirar, aquel aire maloliente y pesado me asfixiaba, no podía correr, los pies eran enormes cargas a levantar, las piernas me dolían y a ratos no respondían, no se movían, no obedecían las órdenes dadas por mi cerebro. Tropezaba y caía, una y otra vez. Las fuerzas me abandonaban, el cansancio y la desesperación se apoderaron de mi debilitado cuerpo. Hundida en el nauseabundo barro, lloré. Derrotada permanecí un rato esperando que las fuerzas volvieran a mí. Todo intento fue en vano. Lentamente aquel infierno fue apoderándose de mi alma y allí estaba yo, aparentemente derrotada por aquel inmundo barro, compartiendo la misma desgracia y condenación eternas que aquellas desoladas almas. Las lágrimas de pasados tristes recuerdos era lo único que me quedaba, gracias a ellas sabia que aún albergaba esperanza de ser liberada, pues seguía siendo humana. Cuando ya todo lo daba por perdido, oí la extraña voz que me susurraba al oído y recordé a mi invisible amigo: - Levántate, no tienes nada de lo que arrepentirte, no eres culpable de nada. Sal de este barro y cruza la antesala de este infiero. No permitas que la inmundicia humana que habita este barro ensucie tu alma, recuerda, estás conmigo. Cuando la voz de mi amigo calló, escuche el violín y con gran esfuerzo me incorporé. Fue él quien me dio la fuerza necesaria para mi liberación. Aún me hundía en aquel barro, pero los pies no me pensaban, eran más ligeros, y el aire dejó de molestarme. No respiraba bien pero tampoco me asfixiada, así que, caminé hacia la última puerta. Estaba cada vez más cerca, ya faltaba muy poco y cuando la tuve cerca, salté hacia ella.


Entré y estaba vacía, curiosamente no había nada, era una sala normal. Busqué la forma de llegar al final pero todo intento fue en vano, el vació era el único protagonista de aquella estancia. Observándola detenidamente y pensando la forma de llegar hasta Satanás un espantoso rugido golpeó las paredes de la vacía sala. Los rugidos eran cada vez más fuertes y un intenso calor inundó la estancia. Era abrasador, la piel enrojecida me dolía por ese fuego invisible que me quemaba. Cuando creía que moriría abrasada, un gélido aire empezó a congelar paredes y suelo, mientras que unas enfurecidas carcajadas anularon aquel espantoso rugido. De repente todo cesó y del centro de la vacía sala surgió la criatura más horrible que jamás han visto ojos humanos. Era un gigante, una espantosa bestia roja. De su cabeza surgían dos largos cuernos anchos y afilados en sus puntas, sus ojos eran amarillos, muy brillantes y penetrantes, su boca entreabierta permitió exhibir cuatro enormes colmillos blancos como el marfil. Atentamente me observaba, inclinó su cuerpo rojo como la sangre, y acercó una de sus garras, mostrando uñas extremadamente largas y afiladas. - ¿Quién eres tú?: preguntó el Diablo. - Soy un alma que quiere volver a su sueño. - Ja,ja,ja. Y, ¿quién te crees que eres para que yo el Diablo te permita salir de aquí? - Aunque eres el Diablo, sabes quién debe o no debe ser castigado - Razón tienes y además eres diferente al resto de las almas que se han presentado ante mí, dime que has visto a lo largo de tu camino hacia aquí. - Desesperación, tristeza y sobretodo miseria humana: Respondí - ¿Crees que merecen mi compasión?: preguntó - No soy yo quien debe juzgar los pecados de los humanos, Señor. Yo soy solo un alma más de entre todas aquellas, que, sin pecar en exceso casi se ha visto corrompida por males mayores: respondí. - Una respuesta inteligente, verdaderamente no consigo ver pecados que justifiquen tu condenación eterna, pero escondes un poder en tu interior y algún día, quizá quiera que vengas nuevamente a mí, hasta entonces, sal de mi vista. Mis oídos no alcanzaban a creer aquellas palabras, (- salta por encima de su cabeza), recordé, pero era imposible, aquel ser era gigantesco, cómo iba yo a superar aquel obstáculo. Fijándome en todos los puntos posibles para efectuar el salto sin encontrar forma alguna, el Diablo se agachó. Aún así seguía siendo


imposible, cerré los ojos dispuesta a saltar, fui corriendo hacia él, y salté. No toqué suelo durante unos segundos y al abrir los ojos me encontré volando, sujetada por manos invisibles, volé. Suspendida en el aire oí la voz de mi extraño amigo. - Estoy a tu lado, soy yo quien te eleva, pues el Diablo no es muy diferente a mí. Cruza la puerta de la libertad y despierta.


Ultima Parte

El sol dio paso a un nuevo día, los últimos acontecimientos transcurridos en mi vida todavía eran muy recientes. No conseguía olvidar aquel extraño sueño real. Mentalmente me encontraba muy cansada, pero físicamente no, de hecho me sentía extremadamente rara. Sin saber porque miré las manos, eran mucho más blancas que antes, y las uñas parecían haber sufrido una manicura muy reciente, pues estaban elegantemente perfiladas y afiladas, formando un triangulo perfecto en su punta. Me dirigí al cuarto de baño para darme una ducha y recuperar mi equilibrio mental, en definitiva despertarme cuando el espejo me mostró un casi nuevo rostro, el cual me sorprendió. Había cambiado, tenía el pelo larguísimo casi hasta la cintura cuando antes me llegaba a la altura de los hombros, su color también era diferente, ya no era castaño oscuro sino negro como el ébano y rizado con tirabuzones deslizándose por mi espalda. Mi piel era blanca como la nieve, con tan solo algunas pecas que la decoraban, dándole un toque aniñado. Los labios rojos como la sangre contrastaban con los dientes blancos como el marfil, mientras que los ojos, mis ojos habían adquirido un color entre ámbar y miel, dándoles una extrema calidez. Eran ojos de color beige muy difíciles de encontrar, pues dicho color en humanos, no existe. Realmente seguía siendo yo solo que algo cambiada físicamente. Pasó un rato hasta que no quedé lista para salir a la calle, cuando de repente escuché un sonido extraño en el comedor. Entré y lo primero que vi fue una capa larga y negra sobre el sofá. - ¿Quién eres?: pregunté - No te asustes, nada tienes que temer, acércate - La otra noche vi una capa parecida a la tuya desapareciendo entre la niebla. - Efectivamente era yo, aunque decidí que era pronto para presentarme a ti. - Tu aspecto me recuerda a alguien, un personaje histórico del siglo XV, pero no puede ser. ¿Eres tu realmente, Príncipe? - Sí, soy el Príncipe Vlad III y este es mi violín. - Y ahora, que se supone que soy yo, pues ha sido contigo con quien he viajado y soñado estos últimos días.


Con tu violín he subido a los cielos, he descendido a los infiernos y he viajado por el Universo descubriendo otros mundos. ¿Es que vas a convertirme en vampiro? - Hace mucho tiempo que te observo, más de lo que imaginas y de lo que tu mente humana puede comprender y creo que después de estos viajes ya estas preparada para acompañarme. Estoy aquí con ese único fin, transformarte. Abandonarás este mundo y a los tuyos. ¿Estás preparada para ello? - ¿Qué debo hacer? - Asistirás al último concierto en el teatro del pueblo tal como quieren ellos y te despedirás, yo vendré a visitarte para llevarte conmigo. - ¿No puedes darme más tiempo?: le rogué. - Lo siento, no puede ser. Has superado todas las pruebas que te he puesto y fue mi violín quien te encontró. Tu aspecto ha cambiado y se darán cuenta, puedes recogerte el pelo para que no se note su crecimiento, pero la piel y los ojos ya es más complicado. No puedes seguir siendo humana. Tu corazón no lo resistiría y morirías sin conversión. Tu nobleza junto al poder que te daré como vampiro harán de ti mi sucesora, yo debo regresar junto a Arel un diablo antiguo mucho más sabio y primitivo que Satanás. Ya reclama mi presencia. - ¿Me conviertes para dejarme sola?, no entiendo - No estarás sola, hay mas como yo y seré tu compañero junto a Arel, solo que físicamente no estaré. Permaneceremos conectados mentalmente, tú serás el líder y guiarás a mi especie. - Tengo algo de miedo. - No debes tenerlo pues serás el ser más poderoso del Universo - Gracias príncipe - Ahora dirígete hasta el teatro, quieren saber de ti. Seguí las instrucciones del Príncipe y fui al teatro del pueblo, en cuanto entré recibí una cálida recepción. Me pidieron que tocara aquella misma noche, pues personas muy importantes habían oído hablar de mí y deseaban conocerme. Así que acepté, no me quedaba más remedio. Todo había estado controlado desde un principio por el Príncipe Vampiro.


Llegó la noche de mi exhibición, algunos se habían dado cuenta de mi cambio físico aunque lo llevaban en silencio. Pero como mis poderes aumentaban aún no siendo vampiro, podía percibir sus pensamientos. El teatro estaba lleno e incluso había gente de pie pues las sillas se habían agotado. Estaba nerviosa no por la actuación sino por lo que sucedería al acabar, y me costaba decir adiós, de hecho no sabía. Subí al escenario con mi mágico violín; en cuanto me coloqué frente a toda la gente del pueblo, y otras personas muy importantes del mundo de la política, la ciencia, la economía y un sinfín de inteligencias, el silenció reinó en la estancia. Ni siquiera lograba percibir la respiración humana, nadie hablaba, nadie reía, nadie murmuraba, solo pensaban. Yo, de pie, sujeté con fuerza el violín, lo coloqué sobre mi hombro derecho y toqué. De nuevo escuchaba la melodía que cantaba él, mis dedos solo movían el arco quien dulcemente se paseaba y acariciaba cada una de las teclas del carcaj. Miles de notas musicales adornaron el espacio vacío del teatro y la gente que allí permanecía escuchando lloraban de emoción. Las notas eran como ecos de otro mundo y éstas golpeaban con fuerza las paredes y el techo del teatro haciéndose más poderosas frente a aquellos frágiles oídos humanos. Hacía horas que tocaba y ya tenía que ir acabando pues el tiempo transcurría rápido y el Príncipe esperaba. Pero no era yo quien tocaba, solo acompañaba el arco, era el propio violín, que simplemente, cobraba vida y hablaba. Así que me concentré en él y le supliqué que parara. Tras la última nota que salió de su alma, el teatro entero se puso en pie, primero en silencio, algunos aún se secaban las lágrimas de la emoción, pero de pronto los aplausos y los gritos de felicitación alejaron el silencio. La gente quería acercarse a mí para abrazarme y felicitarme directamente pero los de seguridad no lo permitieron. El escenario se llenó enseguida de flores que me lanzaban los asistentes. Habían quedado maravillados, estaban hechizados, aunque yo también. De pronto recordé que tenía que esconderme tras el telón, pues él me esperaba, no sin antes despedirme, levanté los brazos en señal de silencio a lo que ellos comprendieron. - Este, es y será mi último concierto. Os agradezco vuestro cariño y vuestra sincera amistad, nunca podré olvidaros y espero que vosotros a mi tampoco. Sé, que algunos de vosotros ahora me veis diferente. Hace días desde que encontré este violín, que me han sucedido cosas que no puedo contar, ni siquiera la música que oís os la puedo explicar. Soy rara y parece que solo encajo en el corazón de las montañas, por eso vivo aquí, solo os pido que no me olvidéis, y que esta historia la contéis. Ahora debo irme.


Cuando bajó el telón los aplausos seguían y los gritos de alabanza eran más fuertes aún. Durante unos minutos el escenario permaneció cerrado, la gente pedía volver a verme para seguir felicitando, así pues, alguien subió el telón y de repente el silencio regresó.

Ya no aplaudía nadie, ya no gritaba nadie, solamente incomprensión es lo que quedó en ese teatro, pues junto a una sencilla silla quedaba lo que tanto les había hecho sentir: un solitario violín de madera que esperaba de nuevo otro dueño con quien compartir su camino. Liliana Castillo Girona


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