El tres por ciento

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“El tres por ciento”

Una aventura De: Alberto Zumarras

Original de: Adolfo Quibus García Portada de: Tomás C. Gilsanz


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Estaba sentado en la terraza del Zurich tomándome un raf tranquilamente cuando sonó mi móvil de forma intempestiva. -

Si – respondí de mala gana.

-

¿Alberto Zumarras?

-

Cuando Salí de casa lo era.

-

Necesito hablar con usted, es un asunto muy delicado.

-

Ahora estaba… - no me dejó terminar.

-

Soy Alberto Ridiuoms y le espero en mi despacho, Balmes 220, dentro de media hora.

-

Oiga no…

Me había colgado el teléfono, se notaba que aquel hombre estaba acostumbrado a mandar y a que nadie le llevase la contraria, claro que a mi eso me importaba un rábano. Un rábano y una zanahoria, que puestos a importar me parecía mejor la segunda que según decían era buena para la vista. Alce mi raf y bebí un trago. La verdad es que el nombre de Alberto, me sonaba por que yo también era Alberto, lo que no dejaba de ser una mera coincidencia, ya que estaba seguro de que de Albertos estaba el mundo lleno pero de Albertos Ridiuoms, no tantos. Ese apellido me sonaba, vaya si me sonaba. Tras otro trago empezó a sonarme menos. De todas formas, la verdad es que estaba sin trabajo en aquellos instantes y aunque mi cuenta corriente estaba saneada, cosa rara en mi oficio, si por que yo era Alberto Zumarras,


el famoso detective privado, desde el caso de la Duermevela S.A. y algunos otros que me llevaron al estrellato. Pagué al camarero del Zurích que me sonrió al recibir la buena propina que le dejé. Era triste ver la cara de los camareros a los que cada vez la gente dejaba menos propina, y es que desde la llegada del euro la gente lo pasaba un poco mal, pese a que cada vez teníamos más comodidades, que por supuesto no teníamos tiempo de disfrutar, ni pagar. Tome un taxi y me fui a la cita con mi tocayo Ridiuoms. Tenía un despacho fenomenal y una secretaria impresionante. Morena de tetas prominentes y ancas prietas y desbocantes. Me quedé un poco parado al verla y más al oírla con esa voz capaz de levantar cualquier aparato alicaído y no me refiero a chismes electrónicos tan en boga en pleno siglo veintiuno. -

El señor Ridiuoms le está esperando señor Zuarras.

-

Zumarras – la pude corregir casi balbuceando.

-

¿No he dicho eso? – me preguntó frunciendo sus morritos de tal forma que desarmaba a cualquiera, a la par que lo armaba.

La seguí y entré en un suntuoso despacho, en el mismo estaba mi tocayo. Un hombre de unos sesenta años, calvo natural, no de peluquería y de estatura más bien tirando a poca. -

Pase señor Zumarras, gracias por haber venido.

-

Ha sido un placer – le dije por decirle algo y por que en aquel momento no se me ocurrió nada mas. La verdad es que en mi retina todavía estaba presente la delantera de la secretaria que no desmerecía de la del Barsa actual.

-

Siéntese por favor. ¿Un güisquito?

-

Hombre si se empeña.


-

Yo nunca me empeño, pero me tomaré uno con usted.

Aquello debió alertarme, pero no lo hizo y seguro que mas adelante acabaría pagándolo. -

Tome señor Zumarras – me alargó el whisky

-

Gracias.

-

Supongo que estará intrigado con mi llamada.

-

No – le dije por que era verdad, a mi me importaba un pimiento el motivo por el que aquel hombre, que parecía muy influyente, me hubiese llamado, lo único que me importaba en aquel momento era su secretaria.

-

Ya veo que tiene usted un gran sentido del humor, ya me lo habían advertido.

-

¿Quiénes? – quise saber.

-

Unos amigos suyos, que quedaron muy impresionados con su trabajo.

No me dio nombres y debí sospechar, pero yo como casi siempre iba con la flor de lis bajo el brazo. -

Bueno, pues usted dirá.

Y empezó a decir. Yo casi no daba crédito a lo que llegaba a mis oídos pero a los pocos minutos, me percaté de que aquello no iba en broma y prometía convertirse en el caso mas sonado de mi carrera, incluso mucho mas que el famoso asunto de la Duermevela SA. - ¿Y usted pretende que yo? - Encuentre ese tres por cierto, que por lo visto todo el mundo ha oído hablar de él, pero que nadie es capaz de encontrar. - Eso no será fácil. -Lo se por eso hemos pensado en usted. No tengo ni que decirle que confiamos en su más completa discreción.


- Ese ha sido siempre mi lema- Lo se amigo Alberto, es curioso hasta ahora no me había percatado de que éramos tocayos. Y se quedó tan tranquilo después de decirlo. - Mi secretaria Mari Pili, le dará un cheque por el importe que estime oportuno para sus primeros gastos. Se levantó dando por concluida nuestra entrevista. Me quedé un instante parado, pero reaccioné enseguida y tomé las de Villadiego, bueno las de Villadiego y la puerta, tras ella Mari Pili, que estaba de buena que embobaba y la muy puñetera lo sabia. El gran capital se podía permitir aquellos lujos, los detectives como yo, no, aunque estuviéramos de moda y fuésemos hasta algo famosos en “petit comité”, que diría Matías, mi buen escudero en alguna ocasión. Por cierto hacia mucho que no veía a Matías y estaba seguro que esta vez me iba a resultar útil. -

¿Cuánto necesita?

-

¿Para qué?

-

Me ha dicho el jefe que le extienda un cheque, pero la cantidad la ha de poner usted.

-

¿Sin limite?

-

Siempre hay limites – dijo sonriendo mientras sus tetas se agitaban embutidas en un opresor suéter.

-

Doce mil euros para empezar – le dije para ver su reacción. Ni se inmuto. Hizo el cheque, yo le extendí un recibo.

-

¿A nombre de quién el recibo?


-

Al mío naturalmente. El señor Ridiuoms no debe figurar en nada, es mas usted no lo ha visto nunca – iba a decir algo pero no me dejó – Yo soy la que le contrato para encontrar a mi hermano.

-

¿Y como se llama su hermano?

-

Marcelo, pero le llamamos cariñosamente tres por ciento.

-

Esta bien

-

Eso espero, tenga mi numero, las novedades tendrá que comunicármelas a mi y le advierto que es urgente, si necesita mas dinero, lo pide. Hasta pronto.

Me indicó la puerta y yo la tomé no sin antes haber tomado el cheque. Me fui directamente al banco a pedir conformidad. Me la dieron y lo ingresé. Los muy ricos a veces olvidan pagar sus cuentas, parecía que Mari Pili no, bueno ella, que estaba mas buena que el caviar ruso, no, si no su jefe, al que no había visto, pese a que yo estaba seguro de que si. De repente una luz iluminó mi cabeza, sacándome de las obsesivas tetas de Mari Pili. Era otra vez el tres, el maldito numerito que me estaba persiguiendo últimamente. Recordé el caso del viajero del espacio y comencé a temblar, aquel seria un caso complicado y peligroso. Extremadamente peligroso. Llamé a Matías, esta vez lo necesitaría.

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2

- ¿Qué tal Alberto? Tiempo sin verte. - ¿Qué tal vas de trabajo Matías? - ¿Hay pasta? - Conmigo siempre la hay. - Alberto, que soy yo, tu amigo Matías. Claro que desde el caso de la Duermevela, parece que ya no sea nada para ti – me dijo algo resentido Matías. - Trescientos por día mas gastos. - No jodas, ¿a quién hay que matar? - A nadie, ¿aceptas? - ¿Dónde hay que firmar? - Ah, los gastos con justificantes. - ¡Coño!, si que te has vuelto burócrata. - No me he vuelto nada, y prepárate por que tenemos trabajo, necesito que pongas la oreja por ahí. - ¿Qué buscamos? - Algo que nos lleve al tres por ciento. -¡No me jodas! - Ni se me ocurriría. - ¿Tu sabes en lo que nos metemos? - Si, pero si no quieres entrar, no lo hagas. - Pues claro que entro, ¿cuándo el Matías se ha rajado por algo?, dímelo, ¿Cuándo?


- Pues andando. Y Matías se fue a poner sus pabellones auditivos a trabajar. Sabia que si alguien podía escuchar algo medianamente bien, era él. Matías era un chafardero profesional, un fisgón de primera y por trescientos euros al día era casi capaz de ducharse una vez por semana y afeitarse. La primera parte del plan estaba en marcha, yo debía activar la segunda. Se trataba de algo difícil, pero no había duda de que el sitio ideal para ello era el ídem, y viendo que se acercaba la hora del aperitivo, hacia allí me dirigí. El día era soleado y el frío parecía empezar a remitir, habíamos tenido un invierno bastante crudo, aunque los últimos coletazos tal vez estaban aun por llegar. Entré en el ideal y la barra estaba vacía, en uno de los rincones sin embargo una pareja desigual se estaba haciendo arrumacos, a una hora en que seguro que sus respectivos cónyuges estaban currando o encamados en cualquier hotel de tres estrellas. - ¡Hombre señor Zumarras! tiempo sin verlo – me dijo el barman que conocía de tiempos a... - Me alegro de verte Agustín, y preferiría pasar un poco desapercibido. - Eso será muy difícil, pero por mi parte ya sabe que soy el colmo de la discreción – me dijo mientras se estaba preparando la suculenta propina que solía darle cada vez que iba por allí, y que era bastante a menudo, pese a que a él no se lo pareciera, ya que mis propis eran un buen sobresueldo. - ¿Has visto a Gómez Francis? – quise saber - Hace días que no viene, una rubia despampanante, ya sabe como es él. - Estará recuperándose del primer asalto. - Si es que llegó a culminar, por que la rubia estaba de doble ración de viagra.


_ Nunca escarmentará, pero ya se sabe como es él. Cuando lo veas, le dices que quiero verle. - Lo haré. ¿Lo de siempre? - Si, voy a sentarme en mi mesa, quiero leer las noticias tranquilamente. - Ya le llevaré la prensa, ¿Algo especial? - No al fin y al cabo solo tienes que saber quien escribe y quitar aquello que sabes que no es exactamente como lo refieren. Me fui a mi rincón, al cabo de unos instantes el raudo barman me trajo la prensa, unos canapés y mi whisky de malta. Desde luego se acababa de ganar la propina. No pude ni llegar a los deportes cuando apareció Rafael Tamargo, industrial de reconocido prestigio y gran influencia política. Le saludé con la mano. Me devolvió el saludo y se vino hacia mi mesa. -

Hombre Alberto, me alegro de verte por aquí, quería hablar contigo.

-

Siéntese – le dije recordando que mi numero de teléfono estaba en todas las guías que corrían por Barcelona, Internet incluido.

-

No me hables de usted por favor para ti ya sabes que soy Rafael, tan solo Rafael.

Se sentó, unos segundos después apareció raudo el barman con la copa del señor Tamargo. -

Bueno, ¿Qué tal el trabajo? – me preguntó a bote pronto.

-

No puedo quejarme.

-

Es que me gustaría encargarte un asunto, digamos que algo delicado.

-

No se si podré…-quise decirle sin hacerlo, que estaba muy ocupado con mi caso actual, pero no me dejó concluir.

-

Quiero que encuentres al tres por ciento.


Me quedé de piedra. No podía ser, aquello se estaba convirtiendo en algo obsesivo, parecía que en este país, que me guste o no, es el mío, todo el mundo hablaba del maldito tres por ciento, sin saber, que o quien era y no solo eso, si no que dos prebostes del mismo, de tendencias no muy afines en cuanto a partido pero si en cuanto a poder, estaban interesados en ser los primeros en encontrarlo y se habían fijado en mi humilde persona para hacerlo. -

Tu eres la única persona en el mundo capaz de lograrlo Alberto, de eso no tengo la menor duda y además estoy seguro de que tu discreción será la de siempre. Yo también era amigo de Roberto Duermevela.

-

Si, dicen que está en el caribe.

-

Claro, en la cárcel hay un doble, que desaparecerá antes del verano.

-

¿Quiere, quieres decir?

-

Que el pobre sustituto desaparecerá para siempre. Últimamente se ha convertido en un peligro para Roberto.

-

Oye, ¿no será él, el tres por ciento?

-

Yo también lo había pensado, pero no Alberto, no lo es. Bueno – dijo sacándose la chequera. - Cuanto para empezar.

-

Rafael no se…

-

Sesenta mil euros para los primeros gastos, no dudes en pedirme mas si los necesitas.

Fui a sacarme el recibo del bolsillo que había firmado para Riuodoms, pero Tamargo se me adelantó. -

No, no quiero recibo. Yo no te he contratado, esta cantidad es un donativo por servicios prestados. Yo no te pido nada a cambio. Si necesitas más dinero, será en negro. ¿Entendido?


-

Hombre Rafael, me abrumas.

-

Nada, no se hable mas y ahora si me perdonas. Si descubres algo, llámame aquí, todos los días pasaré a la misma hora para saber tus adelantos. Y lo dicho, máxima discreción.

Cuando fui a levantarme para despedirme, el ya se había marchado. Miré el cheque y pensé que lo mejor que podría hacer es ingresarlo en mi cuenta de Caixa Cataluña. dado que era jueves y los jueves las cajas abren por la tarde. No me gustaba llevar tanto dinero encima y además el cheque en cuestión era al portador, lo que quería decir que podría cobrarlo cualquiera. Pedí otro trago al barman y mordisqueé uno de los canapés con que me había obsequiado la casa. Era ideal aquel lugar y a mi me pagaban por lo mismo dos veces, No era demasiado ético, ¿o si? Al fin y al cabo yo había intentado explicarle mi situación, pero con los poderosos esto es misión imposible. -

Le llaman al teléfono señor Zumarras – me dijo el barman.

-

¿A mi?

-

Desde luego señor.

Me extrañaba ya que no le había informado a nadie de mi paso por el bar. Me levanté y fui al teléfono, que estaba en un lugar discreto y apartado de oídos indiscretos. -

Zumarras al aparato.

-

Señor Zumarras, soy García Entiero, necesito verle cuanto antes, es asunto de vida o muerte.

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3

Estaba en el despacho de García Entiero sin saber como había llegado. Un coche enorme me había estado esperando frente a la puerta del bar, con orden de llevarme ante García. Salí del bar, subí en el coche y estaba allí frente a García, que era un hombre de unos sesenta años, calvo y bajito, prototipo de importante. -

Gracias señor Zumarras, tenga – me dijo mientras me entregaba un maletín.-

-

Muy bonito el maletín ¿es para mí?

-

Desde luego.

-

Le agradezco la gentileza pero para regalarmelo, no hacia falta que se hubiera molestado en enviarme su coche.

-

Ya me habían hablado de su sentido del humor. Ábralo.

Lo hice y casi me quedé helado, estaba repleto de euros. Billetes de quinientos euros. -

Hay un millón, puede contarlo si quiere.

-

No, me fío de su palabra.

-

Pues son para usted en pago a sus servicios.

-

¿Y qué se supone que tengo que hacer?

-

Encontrar al tres por ciento.

Me lo temía, faltaba un tercero. El tres era un número que me perseguía de una forma persecutoria y tenaz. -

Lo siento, pero no puedo aceptar.

-

¿Por qué?


-

Ya tengo cliente

-

Y eso que importa.

-

No seria ético.

-

Mire amigo Alberto, yo sólo quiero que encuentre el tres por ciento y me diga quien es o que es, si además se lo dice a Maria Teresa Campos para que aumente su audiencia en Que Tiempo tan Feliz, me importa un pimiento. ¿Está claro? O sea que coja ese maletín con ese dinero que yo no le he dado y cuando resuelva el enigma me lo dice por teléfono, a este teléfono – me dio un papel – antes que a la Campos o la Quintana y ya está. ¿de acuerdo? ¡Damián! – apareció al instante como si hubiera estado escuchando tras la puerta.- lleve al señor Zumarras donde quiera ir.

-

A sus órdenes.

-

Ha sido un placer el no haberle visto nunca amigo Alberto.

-

Lo mismo digo – respondí un poco confuso, cada vez estaba más liado y con más dinero en el bolsillo.

Salí con Damián, el chofer y me dirigí a mi casa. Era una casa antigua del eixample, la izquierda por aquello que mi padre era rojo, cerca del Hospital Clínico. En la puerta de mi casa me esperaba una rubia despampanante. -

Hace horas que le espero Alberto.

-

Si lo llego a saber vengo antes – lo dije no por cumplido, si no por que era verdad, aquella rubia estaba de toma pan y mojame, y yo solo pensaba en mojar ante la vista de sus senos, cosenos y tangentes que es por donde salio al decirme.

-

Se que está usted en un lío morrocotudo y yo puedo ayudarle.

-

Si quiere subir – le dije ofreciéndole mi casa.

-

No prefiero bajar.


Aquello me desconcertó aun más. -

Vivo en el sótano de ahí enfrente.

-

¿Está segura?

-

Por supuesto hace más de cinco años que vivo ahí.

-

¡Increíble! – Exclamé.

-

¿Qué es increíble?, ¿Qué seamos vecinos?

-

No, que seamos vecinos no, el que siéndolos no me haya percatado nunca de su presencia.

-

Me gusta pasar desapercibida.

-

Si me permite, tengo que dejar algo en aquel bar, señale el bar de Antonio, no quería llevar encima el millón de euros y el lugar mas seguro que se me ocurrió en aquel momento era el bar de mi buen amigo y nunca bien ponderado Antonio.

-

Te espero aquí – dijo empezando a tutearme lo que me indicó que entrábamos en confianza.

-

No tardo, es solo un segundo …

-

Churry, llámame Churry es como me llaman mis íntimos.

Aquello comenzaba a prometer. Las mujeres siempre me han hecho perder la cabeza, si es que alguna vez la he tenido. Me fui al bar de Antonio, por suerte en aquel momento no había casi nadie. -

Hola Antonio, tienes que hacerme un favor.

-

Lo que quieras Alberto, si vas mal de dinero, ya sabes que…

-

No, quiero que me guardes este maletín, pero que no sepa nadie que lo tienes.

-

Nadie…

-

Bueno solo lo sabremos tú y yo. ¿De acuerdo?

-

Bien, esto me huele a caso nuevo.


-

Pues te huele bien.

-

Hoy fabada, ya sabes que a Puri le sale de muerte. ¿Te guardo un plato?

-

No, otro día – dije pensando en la rubia a la que los resultados ruidosos de una buena fabada no le parecerían seguramente muy románticos y yo estaba romántico en aquellos momentos.

Antonio cogió el maletín y disimuladamente lo guardó tras el mostrador. -

Gracias y no lo olvides.

-

No te preocupes.

Salí de allí, frente a mi portal pude ver como un coche paraba frente a la rubia, dos hombres salían de él y la metían a la fuerza dentro del coche. Antes de que pudiese reaccionar el coche con Churry dentro salió de estampida vaquera, levantando una nube de polvo que me impidió ver la matricula. -

¡Maldita sea!

-

¡Que locos! – exclamó una señora que pasaba por delante de mis narices.

Todo aquello empezaba a ser extraño. ¿Quién era Churry? ¿Por qué se la habían llevado frente a mis narices? ¿Qué tenia que ver todo aquello con el tres por ciento? A lo mejor resultaba que el tres por ciento era una comisión. ¿pero quienes formaban la comisión? Decidí entrar en mi casa y llamar por teléfono a Fermín... Así lo hice. -

Fermín, soy Alberto.

-

Hombre el gran Zumarras, ¿Qué puedo hacer por ti?

-

¿Podrias venir a mi casa?

-

¿Ahora?

-

Ahora es tarde.

-

Voy volando.


Y no se si lo hizo volando, con o sin paracaídas, pero lo cierto es que Fermín aterrizó en mi casa a los diez minutos, tiempo record, ya que no había tenido tiempo para poner en orden mis ideas, unas ideas, que mas parecían ideotas, que lo propiamente dicho con anterioridad y es que mi sistema neuronal a veces tomaba unos derroteros harto complicados, aunque tengo que reconocer que la mayoría de las veces me habían hecho un gran servicio. - ¿Para que soy bueno Alberto? - Tú no eres bueno para casi nada pero... - Quieres saber algo extraoficial, que puede ser oficial sin serlo. - Eso mismo - Pues dispara. -. El tres por ciento. Se quedó helado. -

Alberto, déjalo estar.

-

Luego tú sabes algo.

-

Algo no, se demasiado.

-

Ya sabía que eras mi hombre Fermín.

-

¿Te has pasado de cera?

-

Ni de cera ni de bando, me refiero a que yo sabía que tú estabas al cabo de la calle de lo que sucede en las altas esferas.

-

Me soportan, ¿y sabes porqué?

-

Por que sabes demasiado.

-

Eso mismo.

-

Pues habla.

-

El tres por ciento…-no pudo decir más un certero disparo acabó con su vida……


4

Había sido todo muy rápido, Fermín yacía en el suelo con una bala entre las dos cejas y mi casa se había llenado de policías. Si, yo les había llamado y enseguida se habían presentado con mi amigo el inspector Segries a la cabeza. Cosa que agradecí, pues mi amigo era el único que podía verme de todos los cuerpos de seguridad del estado, y es que habíamos hecho el bachillerato juntos y eso une mucho, o al menos en mi época unía mucho. -

Vamos a ver Alberto, me lo quieres explicar de nuevo.

-

Pues está muy claro, alguien siguió a Fermín hasta aquí y desde esa ventana disparó.

-

¿Estas seguro de que la bala iba dirigida a él?

-

¿A quién si no?

-

A ti por ejemplo.

-

Eso no tiene sentido.

-

Hay muchas cosas de las que me has dicho que no tienen sentido y supongo que con mas calma y fuera de servicio me las aclararas, por que si no te empapelo al instante.

-

Amigo mío, sabes que yo nunca te mentiría.

-

Tienes una extraña forma de explicar las cosas, haciendo que la trola mas infumable parezca real amigo Alberto.

-

Me preocupas inspector. ¿otra vez la ulcera? – quise saber en un acto de amistad que no se si el supo apreciar bien.


-

Bueno chicos, aquí ya hemos terminado, dejen las pruebas en mano de científica y que venga el forense a levantar el cadáver.

-

Tranquilo inspector, me iré a dormir al Balmoral.

-

¿Tendrán habitaciones?

-

Para mí siempre, Román es amigo mío.

-

Pues no te retengo más. ¿Quieres que te acompañen al hotel?

-

Cogeré un taxi, no te preocupes, estaré bien.

-

Cuídate muchacho, sabes que te aprecio.

-

Lo se.

Y la verdad es que lo sabía. Salí de allí bastante preocupado. Tomé un taxi y me fui directo al Balmoral, estaba lleno, pero para mi había habitación. Una de las facilidades que tenemos algunos en nuestro país. - Encantados de tenerle de nuevo con nosotros señor Zumarras. - Gracias Román, yo también os echaba de menos. - ¿Muchos días? - Depende. - ¿De incógnito como siempre? - Eso es. Llegué a la habitación 333, que era la que siempre me daban y que estaba reservada para casos como el mío. Tan solo entrar llamé a Matías. -

¿Dónde dices que estás?

-

En el Hotel de siempre.

-

¡Ah, coño!, eso es que ha pasado algo.

-

Estás en lo cierto Matías, vente para aquí, coje un taxi.

-

¿Lo cargo a gastos?


-

Si, pero pides un recibo.

-

A sus ordenes jefe.

-

Venga, volando.

-

Voy.

Matías era un poco pelota y hasta algo gilipollas, pero en lo suyo era muy eficiente y me tenía ley. Y no había duda de que en aquellos momentos yo necesitaba gente de ley. Pedí algo de comer y bastante de beber al servicio de habitaciones, el servicio de comida rápida había perdido desde que habían cerrado la cafetería, pero no me quejaba, había quien estaba peor, sobre todo el pobre Fermín. No podía quitármelo de la cabeza. Si ni le hubiese llamado, seguro que seguiría vivo. Si eso era así, es que me querían matar a mí, como dijo Segries. Era todo demasiado deslavazado. Y lo peor es que empezaba a estar en el ojo del huracán, un huracán que nadie sabia de donde venia, pese a que todo el mundo hablaba de él: El tres por ciento. Seria una comisión de tres notables, que manipulaban, extorsionaban y eran capaces de dominar el poder. Si era un triunvirato, al estilo de Cesar, Pompeyo y Craso. Seria un craso error simplificar aquel asunto de esa manera. Estaba empezando a dolerme la cabeza, cuando llamaron a la puerta de mi habitación. Abrí, era Matías. -

Acabo de enterarme. Pobre Fermín.

-

¿Lo conocías?

-

Trabajamos juntos en un caso – dijo Matías que estaba visiblemente afectado.

-

Ah, es verdad lo había olvidado.

-

¿Pensabas que nos ayudase?

-

Si, le había pedido que viniese a mi casa.

-

Pues por eso se lo han cargado.


-

¿Quién?

-

Alguien relacionado con el tres por ciento.

-

¿Tú crees Matías?

-

Desde luego Alberto, se han cargado a Fermin, para darte un serio aviso a ti.

-

¿Quiénes?

-

Los del tres por ciento, sean quienes sean.

-

Así, que ¿crees que son mas de uno?

-

Por lo menos tres.

-

El tres, siempre el tres, me persigue el numerito, desde el día del caso del viajero del espacio.

-

¿El del alcalde?

-

El mismo.

-

Pues si que vamos bien.

-

Bueno, ¿que has averiguado?

-

Tres nombres.

-

¡Coño!, ¿lo ves?

-

¡Osti tu!, pues tienes razón, es el tres otra vez.

-

Me persigue, es como un estigma, y no olvides Matías, que en ese maldito número está la clave, aunque ahora no sepamos verlo, pero seguro que está.

-

Puede que tengas razón jefe, pero yo solo escucho y trasmito lo escuchado, el cerebro lo pones tú.

Asentí, pese a que no estaba muy seguro de que mí cerebro estuviera en condiciones de poder encajar ninguna de las piezas de lo que empezaba a ser un rompecabezas sin sentido, claro que me faltaban los nombres de las tres personas que iba a trasmitirme Matías en aquel momento.


-

Venga suelta los nombres de una vez.

-

El primero Juan Ortuño.

-

¡Joder!.

-

El segundo Astruells Lobato.

-

¡Coño!

-

Oye deja de soltar tacos, que luego dices que soy yo el malhablado.

-

Vale Matías, prometo quedarme mudo.

-

No creo que seas capaz. ¿Una apuesta?

-

No es momento.

-

Sin apuesta no largo.

-

Venga un euro.

-

Cien.

-

Cincuenta.

-

Sesenta.

-

Vale pero ni un euro más.

-

Pues agarrate. Lorenzo Da Silva.

-

No puede ser.

-

Los sesenta euros.

Los pague sin rechistar, aquello daba un vuelco completo al asunto. Era sin duda el caso más difícil y escandaloso de mi vida. La muerte de Fermín no había sido más que el principio.

<><><><><><>


5

Venia en todos los periódicos en primera plana Lorenzo Da Silva había sufrido un accidente y había muerto. ¿Un accidente? Todo aquello me sonaba a crimen en toda regla, pero claro Da Silva era demasiado importante como para que fuera asesinado así como así y cargarle el muerto a los terroristas no hubiese resultado conveniente. A mi aquello me parecía el principio del fin de algo que estaba siendo mas lioso y complicado a cada instante que pasaba. En el momento que los asesinatos se suceden, mi vida empieza a valer cada vez menos. Debía salir de Balmoral lo antes posible. Me vestí sin ducharme ni afeitarme y salí casi abrochándome los pantalones. No había pasado ni un minuto cuando una explosión terrible me sacudió tras de mi. Me giré y pude ver como la que había sido mi habitación, acababa de saltar por los aires y hacia un minuto yo estaba dentro. No hacia falta ser demasiado inteligente para saber lo que eso significada. Yo era el numero tres de la serie, por suerte o por yo que coño se, me había salvado y estaba vivo. Decidí aprovechar la confusión que se lió tras la explosión para largarme sin ser visto. Tal vez en aquellos momentos me interesaba que la gente creyese que estaba muerto, sobre todo la gente que había intentado matarme. No me fue muy difícil salir sin ser visto. La gente comenzó a arremolinarse frente al Hotel. Un cordón de pánico, que por suerte pude cruzar antes de que se formase, rodeo toda Vía Augusta. Tome un taxi Balmes abajo. -

¿Qué ha sido eso señor?

-

No lo se, tal vez han empezado las fallas, lléveme a Colón.


-

Enseguida – me dijo no muy convencido, ya que la curiosidad le concomia por dentro y por fuera.

-

No se preocupe en las noticias de mediodía podrá verlo con todo detalle.

Aquello pareció convencerle, pues arrancó rumbo a Colón. Llegamos bastante deprisa si tenemos encuenta que era un día laborable en hora punta. Pagué y salí a la calle, el aire fresco me vendría bien, para intentar poner en orden las ideas. No había empezado mi investigación sobre el tres por ciento y ya había dos muertos, pese a lo que pusieran los periódicos, estaba seguro de que a Da Silva se lo habían cargado. ¿Por qué? ¿Quién? Sin duda alguien relacionado con el tres por ciento o el propio tres por ciento, ya fuera hombre o mujer, por que lo que no podía ser es un porcentaje como había apuntado Matías, que se decía por ahí. En pleno siglo veintiuno, nadie se movía en asuntos de dinero por menos de un diez por ciento y yo añadiría que por un veinte por ciento, o sea que podíamos descartar que fuese una comisión, a no ser que fuese una comisión de personas que formaban una especie de mafia moderna. O tal vez Da Silva era el susodicho tres por ciento y estorbaba ahora que se había aireado su existencia. Llamé a Matías y lo cité en la Barceloneta, en el bar de un buen amigo mío. Cuando llegó, yo acababa de meterme un bocata de jamón entre pecho y espalda. -

Joder Alberto, no te estás de nada. ¿te has enterado de lo de Da Silva?

-

Si, y alguien ha intentado liquidarme a mi también – Le conté lo del hotel.

-

¿Así que no ha sido el butano?

-

No, ¿quien ha dicho semejante barbaridad?

-

Pues la versión oficial ya sabes.

-

Vaya con las versiones oficiales, no habíamos quedado que había cambiado el gobierno precisamente por la opacidad del anterior.


-

Todos dicen lo mismo, pero a la hora de la verdad son iguales.

-

Matías, Me parece que estamos metidos en algo que nos sobrepasa, si quieres puedes abandonar ahora, te pago una semana, pero déjalo.

-

Alberto, desde cuando he aceptado yo cobrar sin trabajar – me lo quedé mirando fijamente – bueno, pero ahora estoy regenerado por completo, yo sigo con esto contigo hasta el final.

-

Aunque el final sea el cementerio – se quedó pensando un momento.

-

Algún día tiene uno que morir.

Debo reconocer que sus palabras me llegaron al alma. -

Gracias Matías, me alegro de no estar solo en esto.

-

¿Lo dudabas?

-

Bueno dejémonos de pequeñeces y veamos, ¿Quién sabia que yo estaba en el Balmoral?

-

Oye a mí que me registren, yo no he hablado con nadie.

-

De acuerdo Matías, ¿Quién mas lo sabia?

-

Lo sabían en el Hotel.

-

Román imposible.

-

Alguien más del personal.

-

Me gustaría que...

-

Me pongo a ello. ¿Tu que vas a hacer?

-

El que piensen que estoy muerto me beneficia.

-

Pero no te podrás mover por ahí.

-

No, te advierto que soy un as del disfraz, ¿no lo recuerdas?

-

Bueno si tú lo dices.

-

Vale es tarde y quiere llover.


-

Como te gusta pegarle patadas al idioma.

-

Yo no le pego patadas a nada.

-

Cuídate Alberto.

Se que lo dijo de corazón. Aquello me llegó al alma. Pedí la cuenta. Pagué y Salí de allí. Cogií un taxi. -

A la calle Hospital.

-

Volando.

-

Prefiero ir tocando el suelo.

-

Era una metáfora señor – me dijo el taxista poeta.

-

Me gustan las metáforas.

En la calle Hospital, encontré todo lo que necesitaba para cambiar mi aspecto, incluso un DNI falso, que me suministro Roven, que era un viejo amigo que no se llamaba así, para que la poli no lo trincase. . ¿Este DNI le da el pego hasta al Ministro del Interior. Me lo quedé mirando fijamente. -

Bueno Alberto, convengamos que los Ministros del Interior no tienen ni puta idea de falsificaciones, pero este da el pego a cualquiera que entienda de ellos.

-

Vale, tengo suficiente con tu palabra, sabes que siempre me he fiado de ti.

-

De todas formas si estás metido en algo con relación a Da Silva andate con cuidado.

-

Con cuidado y con bastón – le dije mostrándole uno que me había comprado en la tienda de disfraces del callejón, cercano a casa de Roven.


-

Te puede servir de arma de contraataque si eso fuera necesario.

-

Espero que no sea necesario.

-

¿Puedo sugerirte un hotel?

-

No, prefiero que nadie sepa donde voy.

-

Alberto de mi puedes fiarte.

-

Lo se, pero alguien podría apretarte las tuercas.

-

A nadie le interesa estar a mal conmigo Alberto, siempre me necesitan para algo y se demasiado.

-

Podrías representar un peligro para ellos.

-

¿No me digas?

Nos pusimos a reír como dos antiguos camaradas, que en realidad era lo que éramos. Ni más ni menos. Le pagué holgadamente su servicio y salí de allí como Daniel García Ibáñez profesor de Historia del Arte. ¿Qué sabia yo de arte? ¿Qué sabia nadie de arte? Ahora debía buscar un hotel mas o menos seguro y comenzar a encontrar al tres por ciento si es que existía, cosa de la que empezaba a estar seguro, ya que en torno a el, ella o ellos y ellas se había formado un gran revuelo que había conducido a dos asesinatos. Tres ¿Quién había dicho el número fatídico?

<><><><><>


6

Efectivamente eran tres lo asesinados, aquella tarde había pasado a mejor vida mi tocayo Riudioms, el primero que me había contratado para descubrir el tres por ciento. Lo habían dado todas las radios y las televisiones le estaban dando una cobertura impresionante. El amigo era mucho más importante de lo que yo mismo había imaginado en un principio. Pensé en su secretaria Mari Pili, y decidí llamarla por teléfono, al fin y al cabo era ella mi contacto y seguía estando viva, aunque no sabía por cuanto tiempo. Iba a ciegas y todo daba a entender que así seguiría, bueno si antes no me dejaban ciego del todo, claro que los que me habían intentado liquidar estaban seguros de que mi pobre persona estaba hecha añicos bajo los escombros de una habitación de hotel de lujo. Como Mari Pili no contestaba me fui directo a encontrarme con Matías. -

¡Osti tu!, si no te había conocido.

-

Matías, hice teatro durante el bachillerato.

-

Eso fue en el siglo pasado.

-

Si, ahora que lo dices, claro que este siglo solo tiene catorce añitos.

-

Pues será un siglo adolescente.

-

Está en la edad del pavo. ¿Qué has averiguado?

-

A Da silva le pegaron un tiro entre ceja y ceja.

-

Igual que ha Fermín.

-

Se ve que es marca de la casa.


Aquello me daba que pensar, solo faltaba que la misma marca estuviera en mi tocayo. -

Me parece Matías, que o mucho me equivoco o estamos muy cerca del asunto que me traigo entre manos.

-

¿Podrías ser mas claro?

-

Si.

-

Pues venga soy todo oídos.

-

He dicho que podría, no que lo vaya a ser.

-

Alberto, sigues siendo un cachondo.

Tal vez tuviera razón, pero yo la verdad es que en esos momentos sentía mas bien un ligero temblor en las piernas. Un temblor que no había sentido desde hacia mucho tiempo y es que pese a mi nueva personalidad no las tenia todas conmigo, parecía como si alguien o algo se me estuviera adelantando a todos mis pasos, y me vino a la memoria Churry, tanto la extraña forma como apareció como su rapto. Seria una trampa o en verdad estaba allí para darme una pista sobre el tres por ciento. Por lo visto había mucho revuelo en toda la sociedad por el tema y parecía que había todavía más interés en que todo se enterrase. Que el tiempo reparador de casi todo menos de las moquetas de mi despacho cubriera un tupido velo, más bien de amianto para evitar el terrible incendio que se iba a producir. -

Alberto, Daniel o como te llames ahora, ¿Dónde estas?

-

Aquí – le dije demostrando una gran cantidad de reflejos, pese a que me seguían temblando las piernas como a Rambo y es que me sentía como el: ACORRALADO.

-

Pues me da la sensación de que tu espíritu estaba lejos.


-

Mira Matías, no me gusta que elucubres, lo tuyo es lo practico.

-

Si lo mío fuera lo práctico me iría ahora mismo al Caribe.

-

¿Y por que no te vas?

-

Pues por que no tengo pelas en primer lugar, en segundo por que no quiero dejarte solo en esto y en tercero…

-

¡Claro!, coño, claro, en tercer lugar. Vamos Matías, creo que van a matar a Gomes Francis.

-

¿Estas seguro?

-

Estoy seguro.

-

¿Y que hacemos?

-

De momento ir al Ideal a tomar una copa.

-

Vaya menos mal que tienes un detalle conmigo.

-

Vamos completamente de incógnito, recuerda que allí conocen a Alberto Zumarras, pero jamás han oído hablar de Daniel García Ibáñez.

-

Bueno el caso es que vamos allí.

Levante la mano y paré un taxi. Subimos los dos y di la dirección del Ideal. Llegamos y nos sentamos en una mesa de las que utilizaban los clientes de paso, como se suponía que éramos nosotros. -

¿Qué desean los señores? – nos preguntó Agustín con su aire mas profesional, sin reconocerme, lo que me tranquilizó un poco.

-

Un Dry Martíni bien seco con cebollita, y ¿tu? – le pregunté a Matías que flipaba por un tubo como me dijo después.

-

Lo mismo que Al, bueno lo mismo que él.

-

Enseguida señores y sean bienvenidos al Ideal.


-

Se notaba que sabia o creía saber que era la primera vez que entramos allí.

-

Joder Alberto, que lujazo.

-

No es para tanto Matías.

Nos sirvieron los Dry Martines y Matías cometió la imprudencia de beberse el suyo de un trago. -

¡Caray, que fresquito está!

-

Matías no seas burro, que esto se bebe despacio.

-

¿Por qué?, si hay tampoco.

-

Bueno, otro día te lo explicaré,- en aquel momento entraba Gómez Francis, miró dentro y por supuesto no vio nada extraño, como yo tampoco había visto nada extraño, hasta que desde un rincón del bar salió una pistola con silenciador, que escupió un simple floop, que fue suficiente para que Gómez Francis comenzara un baile mortal del que no volvería nunca mas. Fui hacia él, pero el hombre de la pistola me propinó un culatazo.

-

Ve tras él, Matías, -pude decir, mientras me recuperaba ante el desconcierto reinante en el local. Me incorporé y pude ver que a Gómez Francis ya no podía servirle de nada por lo que salí a la calle y eche a correr confundiéndome entre la gente. Cogí un autobús al vuelo y me alejé de allí en el mismo instante que sonaba una sirena de la policía. “Justo a tiempo” pensé, aunque había sido tarde para evitar la muerte de Gómez Francis. Ya teníamos el tercer cadáver y parecía que la cosa no se detendría ahí.

Bajé a la primera parada y paré en una farmacia a comprar un botiquín de primeros auxilios, al verme la cara el farmacéutico me preguntó: -

¿Un accidente?

-

No, me he golpeado en la ducha con una barra que tengo para mi padre.


-

Pues debería forrar la barra con algo, si su padre resbala puede resultarle fatal.

-

Lo tendré en cuenta. Gracias por preocuparse.

-

Es obligación del farmacéutico.

No parecía muy convencido. Salí de allí. La verdad es que me importaba un bledo lo que pensase el farmacéutico. Me preocupaba encontrar al tres por ciento, por que ahora estaba seguro de que existía y debía encontrarlo antes de que se produjese una autentica masacre, por que dimitir, en este país no dimite nadie a menos que se lo carguen que es lo que estaba haciendo alguien. ¿Quién? No había duda de que era el tres por ciento y su entorno, a no ser que… Una extraña idea me cruzo la cabeza y recordé algo. Mis pensamientos me tuvieron demasiado ocupado y no pude ver aquella sombra que me estaba siguiendo y se acercaba cada vez más a mi espalda. Tanto que pude oír su aliento pegado a mi cogote y cuando fui a girarme, algo golpeó mi cabeza con fuerza y precisión. Con tanta fuerza y precisión, que dejé de ver la calle, para no ver nada. Luego nadie. Aun pude oír un cuerpo cayendo al suelo. Era el mío. <><><><><>


7

Un dolor de cabeza muy fuerte sentí al abrir los ojos. Todo estaba negro y tenía los pies y las manos atadas. -

¿Dónde estoy? – pregunté en voz alta como si alguien pudiera escucharme en aquel sórdido lugar, sin embargo ante mi extrañeza una voz débil me susurró.

-

¿Estás en el infierno?

-

¿Quién eres?

-

Soy Churry, teníamos una cita.

-

Desapareciste.

-

Me hicieron desaparecer. ¿Qué ha pasado por ahí?

-

La gente es asesinada.

-

Me lo temía.

-

Me gustaría saber como han dado conmigo. Creí que les había convencido de que estaba muerto.

-

Según oí, al principio lo creyeron, pero son más listos de lo que parece.

-

¿Y quienes son Churry?

-

Calla, oigo pasos, alguien se acerca. Hazte el dormido, será mejor para ti.

Y así lo hice. La puerta se abrió y aparecieron dos hombres, que se acercaron y me zarandearon. -

Parece que le dimos demasiado duro.

-

Es un debilucho.

-

Sois unos salvajes – oí que decía Churry.


-

Mira la zorra aun tiene ganas de gresca.

-

Déjala.

-

Ni hablar, le voy a enseñar modales.

En ese momento sonó un móvil y uno de ellos lo cogió. -

Si, aquí estamos. Está todavía inconsciente. Si, lo que usted diga. Vamos es el jefe, deja esto para mas tarde.

-

Serán solo unos minutos.

-

Ni minutos ni leches, es una orden y las ordenes se cumplen.

Aquello pareció convencer al belicoso y salieron cerrando tras de si. Volvimos a quedar solos. Atados y solos en aquel sótano, gheto o lo que fuera. -

Alberto, ya se han ido.

-

¿Estás segura?

-

Si, he podido oír su coche al marchar, es el mismo que usaron para traerme aquí.

-

Desde luego Churry, eres un portento de oído, me dejas anonadado.

-

No te anonades Alberto, que tenemos que buscar la forma de salir de aquí.

-

Pues así atados, ¿ya me dirás como…? le dije viendo que nuestra situación no era la mejor que podíamos tener.

-

Te lo diré, comiendo, acércate aquí.

Me fui serpenteando como si fuera la serpiente que tentó a Eva en el paraíso y llegué hasta su altura, no sin un gran esfuerzo, que consiguió que el sudor perlara mi frente, que por suerte y por que era soltero, no estaba coronada. -

Un poco mas a la derecha – dijo Churry.

-

Voy a intentarlo, pese a que mí padre era rojo.

-

Déjate de ideologías y pon tus manos al alcance de mi boca.


-

Vale – respondí haciéndolo, aunque tengo que reconocer, que pese a los trágicos momentos en los que nos encontrábamos, le habría puesto de buena gana otra cosa al alcance de la boca. Ella comenzó a roer mis ligaduras con gran esfuerzo y dedicación. Pasada una larga media hora dijo:

-

Ya está, prueba.

Moví las manos y pude soltarme con relativa facilidad. -

De muerte, ha sido de muerte.

-

Suéltame rápido.

-

Aun me faltan los pies.

-

Suéltame las manos, luego ya nos soltaremos los pies.

Aquello empezó a ser un perfecto juego de despropósitos, y es que tengo que reconocer que soy un poco patoso en las labores de deshacer nudos, no así entuertos, pero por fin lo conseguí, y ella, habilidosa donde las haya, me soltó los pies y los suyos como si de una podóloga experta se hubiese tratado. -

Bueno ya estamos sueltos. ¿Ahora que? – pregunté con cara de no saber la respuesta.

-

Alberto, tienes que encontrar la forma de abrir esa puerta antes de que vuelvan, no creo que nos traten demasiado bien cuando lo hagan, igual quieren atarnos un bloque de cemento en los pies.

-

Eso debe ser muy pesado.

-

Si y se hunde en el mar con extremada rapidez.

En aquel momento mis células cerebrales empezaron a despertarse, no me apetecía nada que me enviasen al fondo del mar con un bloque de cemento en los pies, entre otras cosas por que no había tenido tiempo de desarrollar branquias para poder


permanecer bajo el agua salada o dulce, que en estos tiempos debía ser dulce sin azúcar y baja en sal. Churry me dio un golpe, que me volvió a la triste y cruel realidad. -

Ya vuelven a estar aquí.

-

¿Quiénes? – quise saber, pese a que lo sabia perfectamente.

-

Nuestros torturadores.

-

A mi aun no me han torturado.

-

Lo harán, a menos que…

-

¿Tienes alguna idea Churry?

-

Si.

Me la explicó. Asentí. Era arriesgada. No había otra posibilidad, por suerte había una barra de hierro en un rincón, la blandí y no precisamente por que fuese blanda. Me puse a un lado de la puerta, ella en el centro. La puerta se abrió lentamente, los dos hombres entraron sin mirar, estaban muy seguros de que no éramos ningún peligro para ellos. Una vez dentro Churry se fue hacia uno de ellos que se quedó clavado al verla libre, el otro no tuvo tiempo de darse cuenta de nada pues le arree con la dura barra de hierro que blandía y le abrí la cabeza dejándolo en brazos del inconsciente colectivo en un plisplas. -

¿Que coño haces ahí libre? – quiso saber el que quedaba en pie, que al oír el ruido de su compañero desplomándose en el suelo, se giró, pero tarde - ¿Qué pa…? – No pudo terminar la frase pues yo había vuelto a blandir y descargar mi


bate de béisbol particular con el mismo resultado anterior logrando el segundo HOUM ROOM de la temporada. -

Listos

-

Si nosotros, vamonos cagando leches – dijo ella, lo que no me pareció muy fino por su parte pero sin lugar a dudas resultaba práctico.

-

Te sigo.

-

Vigila.

Y lo hice, ya que estuve a punto de tropezar y caer en un pozo sin fondo que había bajo mis pies como si un túnel del metro mal planificado se hubiese abierto a mi paso. - Es culpa del tres por ciento – Dijo Churry ante mi extrañeza... - ¿Tu crees? - Estoy segura, pero no es el momento para discutir sobre eso. Larguémonos. Y lo hicimos sin más.

<><><><><><>


8

Churry tenía una casita encantadora cerca del Hospital de San Pablo. -

Nadie sabe que la tengo – me dijo para tranquilizarme, pues desde que había comenzado aquel maldito asunto del tres por ciento no me habían pasado más que cosas horribles y un reguero de sangre posteaba a mí alrededor.

-

Toda precaución es poca.

-

Lo se Alberto, yo puedo llevarte hasta el tres por ciento.

-

¿No será peligroso?

-

Si, pero es la única salida que tienes.

-

¿Yo?

-

Si, yo después de esto me voy en el primer vuelo al Brasil y que me busquen.

-

Me gustaría ir contigo.

-

Y a mi que vinieses, pero eso se que es imposible.

Iba a decir que por que, pero ella no me dejó, se abalanzó sobre mi y me metió su lengua en mi boca semi abierta con tal fuerza y deseo, que por poco me ahogo. Quise balbucir algo pero ella me silenció y a partir de aquel momento ya nada tenía sentido, ni el tres por ciento, ni el cuatro por mil, ni el presidente del gobierno. Solo ella y yo. En un abrir y cerrar de ojos llegamos al clímax. -

Eres único Zumarras.

-

Y tu…

-

No hables y actúa.- no me quedó mas remedio que seguir actuando.

Dos actuaciones mas tarde, ella miró el reloj y me dijo: -

Vamos, que si no llegaremos tarde.


-

¿Ahora?

-

Si ahora – me dijo dejándome medio muerto y con los pantalones caídos. – venga date prisa.

-

Hago lo que puedo.

-

Y lo haces muy bien, pero ahora toca acción.

Iba a preguntarle que había sido lo anterior, pero opté por callar y vestirme lo mas rápidamente que pude. A los pocos minutos estábamos en la calle montados en una motocicleta de gran cilindrada. Yo iba de paquete naturalmente y por suerte no me convertí en un paquete de milagro, ya que estuve a punto de quedarme empotrado en una farola, un camión del ayuntamiento una ambulancia y un puesto de pipas que había en plena acera. Y es que Churry, que estaba muy buena, no era muy ídem como piloto de motos, vamos que en el campeonato del mundo hubiese ido al suelo más veces que el Criville en su etapa besa asfalto. -

¿Falta mucho? – quise saber.

-

Un par de vueltas y ya está.

-

Vale – dije respirando profundamente.

Un frenazo brusco y caí de la moto, quedándome sentado sobre un contenedor de basura. Ella se bajo de la moto y al verme de esa guisa me dijo: -

¡Coño Alberto!, ¿se puede saber que haces ahí?

-

Nada estaba esperándote.

-

Venga déjate de bromas, vamos.

Baje del contenedor y me agarré de su brazo. Cruzamos la calle y entramos en un tétrico portal. Ella sacó una linterna y comenzamos a subir. -

Es el ultimo piso – me dijo no se si para darme ánimos o para hundirme en la miseria.


-

Bueno, me he visto en situaciones peores – y era cierto, si me ponía a recordar había tenido casos tan complicados como aquel, claro que en este, todo el país estaba esperando una respuesta de sus mandatarios. Yo estaba seguro que todo quedaría diluido en la correspondiente comisión de investigación, que en el fondo no investigaban nada pues ya se sabe aquello de que el que este libre de pecado que tire la primera piedra. Claro que podemos esperar de una sociedad pecadora como la nuestra.

-

Aquí es – dijo por fin.

-

Buff – dije mas bufando que hablando y es que después del secuestro el meneo que me había dado ella, aquellas escaleras eran como un suplicio. Llamó a la puerta.

-

Parece que no hay nadie – dije ante el silencio reinante.

-

Espera.

Y esperé, no un minuto ni dos, si no tres, en ese momento la puerta se abrió. Iba a gritarle a ella que cuidado, pero fue demasiado tarde, una bala se le metió entre ceja y ceja y el cuerpo de Churry sin vida cayo a peso sobre mi. No pude sujetarla y caímos rodando por las escaleras. Aquello me salvo la vida, porque después del primer disparo, vinieron dos más y una explosión, que me hubiera convertido en picadillo a no ser por la caída libre escaleras abajo que sufrimos los dos. Bueno yo y la fallecida Churry, que se marchó de este mundo sin decir ni pío ni poder largarse a Brasil como hubiera sido su ilusión. No recuerdo como, pero alguien me cogió del brazo, y me saco de allí ante mi desconcierto. -

Sígueme.

-

¿A dónde?


-

Fuera de aquí.

La seguí pues se trataba de una mujer, aunque debo confesar que hubiese seguido hasta a un perro que me lo hubiese pedido en aquel momento. -

Sube – me dijo indicándome un Mercedes último modelo.

-

No se si darte las gracias.

-

Ya me las darás mas tarde, ahora vamonos de aquí, tu vida está en peligro.

Salimos con rapidez pero sin llamar la atención. Aquello me gustó, y me hizo fijarme bien en la mujer que en principio acababa de salvarme la vida, Era pelirroja y pecosa, pero con un culete y una delantera de primera división. -

Veo que aun tienes ganas de juerga – me dijo como si estuviese leyendo mis pensamientos.

-

No, lo que pasa es que siempre me ha gustado admirar la belleza…

-

Carlota, mi nombre es Carlota Expósito, de los Expósito del hospicio, como bien sabrás.

-

Pues yo soy...

-

Se quien eres Zumarras y se que buscas al tres por ciento y crees que él es el culpable de todo el follón que se ha organizado en el país. Pues no, él no lo es.

-

¿Cómo lo sabes?

-

No solo lo se, si no que te lo voy a demostrar.

-

¿Cómo?

-

Primero comeremos algo y luego ya lo verás.

Dejamos el coche en un parking y caminamos hacia Provenza esquina Dos de Mayo. bar Nike, se llamaba el local. -

¿Habías estado alguna vez aquí?

-

Debo confesar que no.


-

Pues ahora vas a conocer el sitio donde se come mejor de Barcelona.

Me sonreí. -

No te rías.

-

No lo hago.

Entramos y una persona amable se dirigió hacia nosotros. -

Bienvenida a mi humilde morada Carlota.

-

Hola Pepe, te presento a un buen amigo. Queremos reponer fuerzas, hemos tenido un día duro.

-

Se nota – dijo Pepe, que empezó a caerme bien desde el primer momento, ya que no mencionó el aspecto sucio y desastrado que llevaba yo después de aquella maldita explosión y los acontecimientos que se habían sucedido en las últimas horas.

-

Sentaos que os preparo algo enseguida.

Nos sentamos. Y nos preparo algo. No he comido mejor en mi vida. Terminé lleno y revitalizado. No volvería a dejar de ir al bar NIKE cada vez que pudiera. Por fin llego el postre. Carlota fue el remate, pues vivía sobre el bar NIKE.

<><><><><><>


9

Era un hombre bajito, tan bajito que parecía un enanito sacado del cuento de la Blancanieves, y tal vez lo fuera. -

Alberto, te presento al tres por ciento.

-

Mucho gusto señor Zumarras, lamento que se haya organizado tanto revuelo por mi culpa, creía que ya nadie se acordaba de mi.

-

Entonces ¿existe?

-

Claro que existo, lo que pasa es que deje de ser vigente hace casi cuarenta años.

-

O sea que usted es hijo de la dictadura.

-

Más o menos. Me encargaba de canalizar las obras y otras cosillas por el módico tres por ciento del importe total de la operación resultante, de ahí mi sobrenombre, el mío autentico nunca se supo ni creo que importe demasiado-.

-

¿Y ahora que hace?

-

Como aquel que dice no he tenido mas remedio que trabajar, mi chollo se acabó, vivo casi en la indigencia.

-

¿Con el dinero que ganó?

-

Era solo el tres por ciento.

-

Se hicieron muchas obras entonces.

-

Pantanos, preferentemente pantanos, pero no era como ahora.

-

O sea que lo del tres por ciento…

-

Señor Zumarras, ya nadie mueve un dedo por menos del veinte y eso es lo que hay.

-

¿Entonces el revuelo armado?


-

Cuando hay corrupción generalizada todos los corruptos se piensan que se habla de ellos y entonces se movilizan unos y otros.

-

Pues vaya descontrol.

-

Y que lo diga señor Zumarras. Usted fue contratado para encontrar el tres por ciento y ya lo ha hecho, o sea que cobre todo lo que pueda y larguese al Caribe que se está mejor que aquí, pues mucho me temo que aun quedan algunas cabezas que cortar.

-

¿Usted cree?

-

Cabezas por supuesto débiles y casi inocentes si no lo son del todo, pues ya se sabe que aquí ni dimite nadie, ni nadie reconoce sus culpas.

-

Si – respondí – Como decía mi amigo Melquíades, el secreto está en negar siempre. Niega siempre aun en el caso de que te pillen con las manos en la masa. Si tu mujer te piílla con otra en la cama, niégalo, ve hacia ella diciendo que ve visiones, mientras la otra se viste y se larga. Hay que negar. Siempre negar.

-

Pues eso es una buena táctica fíjese usted el lío que se ha organizado y ahora será mejor que demos por terminada esta reunión. Usted ya sabe lo que quería saber.

-

La verdad es que no estoy muy seguro de saberlo.

-

Lo sabe y basta, convéncele tu – dijo dirigiéndose a Carlota.

-

No se si podré, es muy tozudo.

-

Si que puedes, tienes buenos argumentos, ¿No le parece? – me preguntó ahora a mi, que había padecido en mi persona los argumentos de Carlota.

-

Me parece, me parece.

-

Me alegro que estemos de acuerdo.


-

Bueno siempre es posible llegar a un acuerdo dialogando, aunque esta vez ha sido más bien un monólogo.

-

No… - no pudo continuar, de repente se interrumpió en su discurso y comenzó un extraño baile que dio con el de bruces en el suelo. No tardó nada en llegar al suelo, pues ya he dicho que era muy bajito.

-

¿Qué ha sido eso? – pregunté a Carlota.

-

No se Alberto, no he oído nada.

Me acerqué al cuerpo del tres por ciento y pude percatarme de que la vida le acababa de abandonar. -

Está muerto.

-

¿Cómo ha sido?

-

Un balazo entre ceja y ceja – le dije a Carlota tras ver el impacto en dichase la parte del pobre hombre y es que tal y como estaban los precios desde la entrada del euro, con el tres por ciento no había para nada y si encima hacia un montón de años que nadie se lo pagaba. En fin el tres por ciento había dejado de sufrir y había pasado a mejor vida, pero nosotros estábamos allí y corríamos peligro.

-

Alberto larguémonos, ya nada podemos hacer.

-

Tienes razón.

Y salimos casi volando, porque no bien habíamos llegado a la puerta una explosión voló lo que había sido el escondite del tres por ciento. - Uff, de un pelo, nos ha ido de un pelo. - Pues a mi se me ha erizado – me dijo Carlota y era cierto su cabellera parecía la de un puerco espin, mas por lo de espin que por lo de puerco, pues Carlota era muy limpia y se duchaba y lavaba la cabeza a diario. Yo también, pese al poco pelo que me quedaba, no se vayan a creer.


- Yo me largo Alberto, y tu deberías venir conmigo, aquí no estamos a salvo. - Supongo que tienes razón. - La tengo. Fuimos a casa de Carlota sobre el bar NIKE, donde deguste un vino excelente servido por ese somelier, cocinero y gran gastrónomo que era Pepe, del que me hice amigo enseguida y es que el hombre era de Aragón y ya se sabe lo noblotes que son los de esa tierra. -

Se os ve cansados – nos dijo Pepe, con el que ya habíamos intimado lo suficiente para tutearnos, y es que hay personas con las que conectas enseguida y otras con las que no llegaras a conectar nunca.

-

Es el cambio de estación.

Lo dije y me quedé tranquilo. Después de todo aun estaba vivo y en las circunstancias actuales era mucho. -

Voy a hacer las maletas, ¿Vienes?

-

Te espero. Si subo en vez de hacer las maletas desharíamos la cama.

-

Te quiero Zumarras.

-

Y me largó un beso tremebundo.

<><><><><>


10

Mientras esperaba a Carlota, sentado en una mesa tranquila del NIKE y degustando un jamón ibérico cortesía de Pepe, pensaba en todo lo que había sucedido desde que Alberto Ridiuoms me había contratado para encontrar al tres por ciento, y la verdad es que todo parecía un sin sentido. Incluso la muerte del tres por ciento, que por cierto me había parecido simpático pese a ser tan poca cosa. Estábamos en un país casi desconocido para mí. Las mafias extranjeras no dejaban de encontrarse cómodos entre nosotros, que pese a saberlo no hacíamos nada al respecto, pero quienes éramos nosotros pobres mortales para poder… Me estaba marchando del tema central y éste era del cachondeo que se había formado desde que en el Parlamento de Cataluña, años atrás, se había mencionado el tres por ciento sin referirse a nada en concreto, pero por lo visto todo el mundo sabia a que se refería o al menos querían saberlo. Luego la Gurtel, Hansen y Gretel, como cuentos, mas todo lo demás. Tres personas me habían encargado que encontrase que era o quien era el tres por ciento y yo lo había encontrado. Bueno mejor dicho, era el quien me había encontrado a mi. Era como si en todo momento las cosas hubieran sucedido de una forma premeditada, como si se me fuesen adelantando y sugiriendo los pasos a realizar. Sin embargo no había duda de que me habían intentado matar. Por otra parte podían haberlo hecho después del primer fracaso. Mucho me temía que en aquel horrible y sangriento embrollo, estaba metida mucha mas gente de la que parecía a simple vista. ¿Por qué yo? O es que mi amistad con el inspector Segries, había tenido algo que ver. ¿Era eso? No me gustaba ni la pregunta ni la respuesta,


mientras tanto los políticos se hacían el sueco sin serlo, ya que la mayoría eran de la meseta o la periferia, pero suecos no. -

Alberto, ya estoy lista, ¿te vienes?

-

Te aseguro que me encantaría, pero debo terminar este asunto.

-

¿Pero que asunto ni que niño muerto? ¿Quieres que te maten?

-

Ya lo han hecho.

-

A veces tu sentido del humor me desconcierta.

-

A mi siempre – le respondí con la mejor de mis sonrisas y es que Carlota era una mujer cañón.

-

¿No vienes?

-

No, me quedo con Pepe comiendo un poco de jamón.

-

Pepe, cuídamelo bien, es un poco raro, pero es muy majete.

-

Lo haré – dijo Pepe con aquella bonhomía que le daba el ser aragonés.

-

Adiós.

Salí a la calle despidiéndose de nosotros con la mano. -

Es una buena chica – dijo Pepe.

-

Y está muy buena – dije yo. En aquel momento se pudo escuchar un golpe y un frenazo, luego alguien que aceleraba. Pepe y yo salimos hacia la calle. Yo me temía lo peor. Y lo peor había sucedido, un coche que se estaba dando a la fuga había arrollado a Carlota, que estaba en medio de la calle hecha un guiñapo. Fui corriendo hacia ella. Le cogí la cabeza.

-

Carlota, Carlota, ¡que alguien llame una ambulancia! – grite mientras vi. que intentaba decirme algo.


-

Es inútil Alberto, me han matado, me han matado. Coge una llave de mi bolso y vete a la taquilla 223 de la estación de Sants, es lo ultimo que puedes hacer por mi. Cuídate, ya no podré hacerlo…..

-

Carlota, noooo…

Dejo de respirar. Era horroroso, otro nuevo cadáver en el camino, aquello empezaba a cabrearme y decidí ir a la cabeza, a la persona que había lanzado la palabra tres por ciento que había sido la espoleta desencadenante de todo aquel mar de sangre e intrigas. La ambulancia llegó enseguida, pero ya era tarde. Para Carlota ya no había más tres por ciento, ni cinco, ni veinte, ni nada. ¿Y para mí? Yo aun estaba vivo y me empezaba a cansar de ser usado como un pañuelo de celulosa. -

Alberto, ¿estás vivo?

-

Si amigo, lo estoy – era mi amigo el inspector Segries.

-

Me dijeron que habías muerto en la explosión del Balmoral.

-

¿Y quien te lo dijo?

-

Astuells Lobato.

-

No jodas.

-

Es el hombre mas importante en seguridad después del ministro – me dijo mi amigo el inspector, y yo lo sabía pese a que estaba en mi lista de sospechosos. ¿Quién había confeccionado la lista? Matías, pero quien se lo había dicho a él, y donde coño estaba ahora Matías. Como si estuviera leyéndome el pensamiento Segries me dijo.

-

Matías estaba seguro de que estabas muerto y le vi. muy afectado.

-

Pues no veo por que.

-

Hombre creo que te apreciaba.


-

Apreciaba el dinero que le pagaba – en aquel momento una idea me pasó por la cabeza. El dinero que le deje a Antonio en su bar. Antonio era un tío de mí entera confianza, pero sabía que Matías estaba conmigo y tal vez…

-

¿Qué te preocupa Alberto? He visto antes esa mirada.

-

Nada que no pueda solucionar una buena copa. Entremos. - Y entramos al NIKE, Pepe estaba bastante afectado, Carlota era una buena clienta y se notaba que la apreciaba.

-

Es la fatalidad, la fatalidad – decía una y otra vez Pepe. No le quise llevar la contraria, pues el hombre no sabía nada de todo lo que estaba sucediendo en aquellos momentos.

-

Alberto, parece que algo grave está sucediendo.

-

¿Te parece poco el escándalo de los políticos?

-

Bah, eso no tiene importancia.

-

La gente cada vez los ve más lejanos y no cree en ellos.

-

Alberto la gente es muy sabia y nunca ha creído en los políticos. Aquí se hizo la transición de unos bolsillos a otros, pero sin vaciar los que ya estaban llenos, de otra forma la democracia, si esto lo es, no seria nuestro modo de gobierno.

-

Segries, siempre he pensado que hubieses sido un gran político.

-

Prefiero ser un buen policía, que tampoco está mal.

Bebimos nuestras copas y pedimos otras más. -

No debería de beber, estoy de servicio – me dijo mi amigo el inspector.

-

Vamos, que nos conocemos hace años.

-

Por eso deberías tenerme mas respeto.

-

Y te lo tengo inspector.


-

Pues empieza a explicármelo todo y esta vez quiero toda la verdad. Y no me vengas con que proteges la integridad de tu cliente por que hay demasiados cadáveres por medio para que puedas escudarte en eso.

-

Nunca me he escudado en nada, sabes que soy un hombre que siempre va a pecho descubierto.

Y era verdad, lo que me había llevado a pillar muchos resfriados. Empecé a explicar al inspector casi todo lo que sabia, que tampoco era mucho, claro que me dejé algunos episodios en el tintero sin tinta, como por ejemplo mi encuentro con el tres por ciento, suponiendo que aquello hubiese sido algo real, pues empezaba a creer que había vuelto Carmelo Pérez y era de verdad un viajero del espacio. Me quedé parado un momento. El viajero del espacio. Eso era. Como no se me había ocurrido antes. Ahí estaba la solución de todo. -

Alberto, ¿eso es todo?

-

Si, y espero que no haya mas. Tengo mucho sueño y me gustaría descansar veinticuatro horas seguidas.

-

Vente a casa, a Marta le hará ilusión tenerte un par de días en casa hasta que pase todo esto.

-

No quiero ponerla en peligro.

-

Es la mujer de un policía y por supuesto mi casa es el lugar mas seguro.

Me negué cortésmente. Tenía algo que hacer


Resolver de una vez por todas el caso del tres por ciento.

<><><><><><>

11

Me costó mucho dar esquinazo a mi amigo el inspector, pero lo conseguí. No me quedaba mas remedio que coger el toro por los cuernos, todo aquello habia sucedido de una forma demasiado casual y yo no creía en tantas casualidades que terminaban con la vida de tanta gente. Mi ciudad se estaba convirtiendo en el Chicago años treinta y no me gustaba que fuese recordada como Barcelona 2014 año de la Consulta, la Churry y la Carlota. No, me negaba a ello. Pillé un taxi y fui a casa Antonio. Llamé a Antonio con mi móvil y al llegar me estaba esperando por la puerta trasera. -

Alberto, me alegro mucho de verte, empezaba a estar preocupado.

-

Necesito mi lugar secreto, para un par de días, tal vez más.

-

Sabes que mi establecimiento es tu casa y además en la bodega tienes preparado tu escondrijo como en los buenos tiempos.

Antonio era muy novelero y el que yo fuese un deshacedor de entuertos como Don Quijote de la Mancha, le hacían ser el ayudante ideal y además incondicional. Siempre estaba dispuesto. Me llevó a lo que en tiempos había sido una bodega. Me había colocado hasta televisión. -

Vinieron a buscar tu maletín, pero yo les di el falso.


-

¿Qué falso Antonio?

-

Cuando me diste el maletín, me apresuré a comprar otro igual, pues me temía que algo extraño llevabas entre manos.

-

¿Cómo…? – quise saber.

-

Alberto me lo diste en jueves y los jueves pongo paella. No has dejado de venir ningún jueves a comer desde ni se sabe. O sea que algo raro estaba pasando y lo pude comprobar cuando vino una tía buenísima a buscarlo.

-

¿Te pidió el maletín?

-

No exactamente, me pedió lo que Alberto Zumarras había depositado aquí.

-

¿Cómo era ella?

Me la describió. No había duda, era Mari Pili la secretaria de mi tocayo. -

¿Te sirve de algo? – quiso saber Antonio.

-

Si.

Antonio se marchó. Yo me senté en el cómodo sofá cama que había instalado allí y puse la radio. Estaban en una de las múltiples tertulias radiofónicas que nos mostraban como estaba nuestro `país, si es que estaba de alguna forma mas o menos ortodoxa. -

Pues es una barbaridad y en bien de la transparencia el gobierno debería contestar a las preguntas de nuestro partido.

-

Que no las contestaba cuando ostentaba el poder.

-

Esa no es la cuestión.

-

Entonces cual es la cuestión.

-

Bueno, lo que ocurre es que mucho hablar y hacéis lo que os da la gana con la mayoría absoluta.


-

Nosotros gobernamos, vosotros no habéis aun digerido la derrota.

-

Todo el mundo sabe de que forma ganasteis…

Y así seguían una y otra vez, unos que el talante y los otros machacando y aferrándose a un poder absoluto que detentaban con el mayor de los despotismos.Desde luego si mi abuela levantase la cabeza diría que tenemos los políticos y los comentaristas que nos merecemos y yo volvería a decirle que no me quería conformar con esa teoría, que la justicia reluciría y la transparencia seria la norma de conducta habitual de los seres humanos y que su nieto yo, como el hidalgo de la mancha se trasformaría en el detective de pueblo seco y desde ahí lucharía contra los molinos de viento que eran los corruptos y los delincuentes que legislaban o dejaban de hacerlo en dejación del mandato que le habíamos dado los ciudadanos. - No lo conseguirás...- me dijo una voz que me asustó pues pensé que era la de mi abuela, mas que nada por que en el mas allá la voz de mi abuela sonó como la de Matías. -

Matías, ¿Qué haces aquí?

-

Alberto creo que trabajamos juntos en este asunto.

-

Si, eso creía yo también.

-

¿Qué quieres insinuar?

-

Que eres un puerco traidor.

- ¿Yo? -

Si tu, malandrín.

- Oye eso no te lo consiento – me dijo mientras sacaba una de mis pistolas, que seguro había sustraído de mi despacho.


- Desde luego resultas patético Matías. ¿Cuándo te ha dado ella? ¿Acaso te la has cepillado? Puso los ojos en blanco, no por mi pregunta si no por que Antonio le acababa de pegar un batazo con el ídem de béisbol que había sido de mi sobrino antes de matarse en un accidente de coche y que el bueno de Antonio guardaba por si alguna vez superaba el trauma y se lo pedía. Matías cayó al suelo como un saco de patatas viejas, que aun no era el tiempo de las nuevas. -

Gracias Antonio, ¿Cómo sabias?

-

Lo vi. el otro día muy acaramelado con la tía del maletín y me dio muy mala espina.

-

Desde luego esto parece que aclara algunas cosas pero no todas.

-

Alberto yo se que tu sabrás de que va todo esto, pero ¿Qué hacemos con este?

-

Atalo y amordázalo, déjalo aquí hasta que yo vuelva.

-

Si me necesitas, cierro el bar y voy contigo.

-

Te lo agradezco Antonio, `pero prefiero ir solo. ¿Me guardas aun mi pistola? – la sacó de su bolsillo. Guarda la de este, también es mía.

-

Aquí la tendrás cuando la necesites.

-

Eres un sol. Pídeme un taxi.

Mientras Antonio ataba y amordazaba a Matías, estuve pensando en todo aquel lío, estaba bien claro que las palabras lanzadas en el parlamento sobre el tres por ciento, y que en principio se habían quedado quietas varios años, tenían que ver con las comisiones ilegales, y al remover yo el asunto, se formaron tres bandos o bandas, siempre el numero tres que comenzaron a eliminar todo aquello que pensaban que me iba a llevar a descubrir la verdad. Cuando se dieron cuenta que habían fallado en su intento de matarme los digamos del grupo dos entraron en acción y me pusieron


en bandeja gracias a Carlota el tres por ciento, que había que eliminar en cuanto yo lo hubiese visto, para que así lo pudiese comunicar a todo el que quisiera escucharlo, pero los digamos grupo tres se cepillaron a Carlota, pues creían que era mi confidente o algo por el estilo. Los tres grupos estaban asustados, por que los tres cobraban comisiones ilegales, cosa que se había hecho en este país siempre. Pese a que lo negasen algunos, hasta incluso es posible que hubiese alguien de buena fe, que creyese que no existía nada de corrupción, pero si existía nadie había sido capaz de dar con ella. -

Alberto, tienes un taxi en la esquina.

-

Gracias, si no vuelvo en cuatro horas, llama al inspector Segries y le explicas lo de Matías.

-

¿Dónde vas?

-

Ha evitar que la gente se siga matando sin necesidad. Matarse es un deporte francamente horrible y cuando se hace sin ton ni son, todavía más. Tengo que evitar una masacre, ojala pudiese evitarlas todas.

-

Algún día lo conseguirás.

-

Si Antonio, algún día.

Salí de allí como un Quijote con su lanza, transformada en pistola y un deseo, que no fuese demasiado tarde. ¿Solo eso? Bueno, también que mi corazonada fuese cierta.

<><><><><><>


12

El taxi me dejó frente a la estación de Sants llevaba la llave de consigna que me había dado Carlota antes de morir, si lo que había allí era lo que me imaginaba, estaba seguro de poder solucionar de una vez por todas el caso del tres por ciento. Miré por todas partes hasta estar bien seguro de que nadie me estaba siguiendo, ya que en aquel asunto yo no había sido más que un pelele. No me había seguido nadie, así que cogí y me fui directo a consigna, busqué el número al que correspondía la llave y abrí. Allí estaba un cuadernillo viejo y destartalado de guaflex negro. Lo cogí, me lo guardé en el bolsillo y volví a cerrarlo. Tiré la llave en el lavabo de la estación. No quería que nadie pudiese seguir aquella pista. Me senté en un banco de la estación y ojee la libreta. Tal y como había imaginado, allí estaban los nombres las cifras, las cuentas cifradas en paraísos fiscales y un sin fin de cosas mas que demostraban que alguien estaba haciendo chantaje a esos de la lista, que a su vez hacían chantaje a otros. Era un caos de poder y corrupción inimaginable. Aquello en poder de Segries podía ser una bomba. Decidí llamarle. Cogí mi móvil, que por cierto estaba muy bajo de batería, que es lo que suele suceder cuando mas lo necesitamos. -

Inspector soy Alberto.

-

Joder, ¿Dónde estas?


-

En una estación.

-

¿En cual? ¿Dónde vas?

-

A evitar una masacre.

-

Alberto que te conozco, espera a que hablemos.

-

Si hablamos será tarde, pero puedes ir dentro de una hora a donde te diga.

-

Dime.

-

Te enviaré un mensaje de texto, estate atento.

-

Alberto esta vez te empapelo.

-

Gracias amigo.

Le colgué antes de que pudiera decirme alguna cosa, que terminase por convencerme. Hice tres llamadas desde un teléfono público de la estación. Luego cogí un taxi y fui a mi despacho. Estaba seguro de que todos vendrían. Por suerte llegué antes que ellos o al menos así lo creía, pero no. Allí estaba Mari Pili apuntándome con una pistola. -

Bueno Alberto, el juego ha terminado.

-

¿Tú crees?

-

Estoy segura, al menos para ti.

-

No tan deprisa – dijo Astruells Lobato que acababa de entrar detrás mío, también iba armado.

-

Bueno – dije yo – parece que esto se anima.

-

Usted me llamó.

-

Y a ella también,..

-

Y a mi – dijo Juan Ortuño el tercero de los implicados según me había dicho Matías, antes de venderse al enemigo.


-

Antes de que empiecen a pegarse tiros, quiero que me escuchen – les dije intentando conservar una calma que sin duda no tenia pues había olvidado los conservantes y edulcolorantes, y tal vez algún excipiente, necesario para aquella mezcla – ustedes, con todo el poder que tienen o aparentan tener. Si usted también Mari Pili, su presunto jefe, mi tocayo Alberto no era mas que un segundón que le hacia de tapadera y que pagó el pato cuando las cosas fueron mal dadas y ustedes señores también son unos pringaos, pese a que pertenezcan a grupos de presión diferentes. Pero no es eso lo que quería decirles.

-

Entonces dígalo de una vez.

-

Tranquilo Ortuño, hoy es el día de suerte de los tres. Nadie busca al tres por ciento ni al cobrador del frac, por que eso es lo que representáis los tres. Mafiosos de vía estrecha que en cuanto han sentido la poltrona peligrar no han hecho más que dar órdenes a los sicarios para que vayan quitando de en medio a los del grupo rival.

-

¿Y eso por qué?

-

Para crear una cortina de humo, sobre el verdadero quid de la cuestión que no es otro que el del cobro de comisiones ilegales, que pagáis y practicáis todos, los del poder y los opositores. Fui un tonto cuando tres personas me contrataron para descubrir que era el tres por ciento. Por cierto muy buena la representación del pobre hombre bajito como un napoleón catalán que venia de la época franquista. Muy bueno si señor. Lastima que al pobre lo tuviste que silenciar.

-

Yo...

-

Me da igual de quien de los tres grupos partió la orden. Sois tan mezquinos que habéis sido incapaces de crear un solo plan de despiste. Mientras para unos estaba mejor muerto, para los otros yo era necesario para dar carpetazo al caso


del tres por ciento, por que mientras la gente sospeche que alguien se mete al coleto un tres por ciento y no se pueda probar, todos tranquilos, lo malo es que se demuestre que todos estáis metidos y va de un veinte por ciento mínimo, con total desprecio del consumidor, que somos nosotros. -

Yo también…

-

No tú no eres consumidor, tú eres un cerdo.

Saqué la libreta. -

Aquí tengo material y datos que os implican a los tres.

-

Eso no saldrá de este cuarto – dijo Mari Pili, que parecía tomar la voz cantante – chicos, podríamos llegar a un acuerdo.

-

No os servirá de nada.

-

Yo creo que si – dijo Ortuño.

-

Muerto el perro se acabó la rabia. Venga Zumarras la libretita.

-

Ni hablar.

-

Matalo y después se la coges – dijo Mari Pili, que pese a estar muy buena, era muy mala.

Ortuño levantó el arma, iba a disparar. -

Alto, suelten el arma, o el que va a disparar soy yo. ¿Estás bien Alberto? – preguntó mi amigo Segries al que había olvidado enviar el mensaje.

-

Ahora si, ¿Cómo?

-

Amigo nos conocemos de pequeños, no lo olvides.

-

Nos veremos – amenazó Mari Pili.

-

Lleváoslos – dijo Segries a sus hombres que empezaron a leerles los derechos a los tres detenidos por el caso del tres por ciento – déjame la libreta.

Se la di.


La miró. La volvió a mirar. -

Me temo que se perderá antes de llegar al juez.

-

O después, yo también se que se perderá.

-

Demasiados intereses para que salga adelante.

-

Me alegro de no ser policía.

-

¿Por qué Alberto?

-

Al menos yo no me siento frustrado, ante la injusticia, y es que a los ciudadanos nos han perdido el respeto. Y encima nos toman por imbeciles.

-

Me gustaría invitarte a comer – dijo el inspector – ahora que ha terminado todo.

-

Si, pero no ha servido de nada.

-

Peor podía haber sido.

-

Muchos murieron por nada. Cada día muere gente por nada. Me gustaría ser Don Quijote, para luchar contra la injusticia.

-

Ya lo eres, Alberto Zumarras el ingenioso hidalgo de pueblo seco.

Se puso a reír. Yo también sonreí, pero de amargura.

<><><><><><>


Epilogo

Tal y como había supuesto las cosas se iban diluyendo poco a poco, Mari Pili y compañía fueron puestos en libertad sin cargos ya que la libreta se había perdido y luego desaparecieron de la vida social como si nunca hubiesen estado. Estaba seguro de que otros los sustituirían. Al mencionar el tres por ciento, todos se habían sentido amenazados, por que todos eran culpables. Que mas daba, de momento unos pocos estaban fuera del país y eso ya era algo. Me compré una cámara de fotos digital en una tienda, de la calle Villarroel cerca de mi casa y cerca también del Clínico. Aun no había desprecintado la cámara que la vi. cuarenta euros mas barata en la misma tienda, yo pague 159 euros y ahora estaba a 119, lo comenté pues era un buen cliente de la casa y casi se ríen de mi, “Son cosas que pasan”. Me sentó muy mal, llamé a atención al cliente, les comenté que estaba en el periodo en que podía deshacer la compra y me dijeron que ya me llamarían de central. Tomaron mi móvil. No me han llamado, pero si han retirado la cámara rebajada del escaparate, lo que me hace suponer que desde central, les han dado la orden para que no pueda demostrar lo que digo y cometí dos errores, primero no grabar la conversación telefónica cuando reclamé, segundo no hacer una foto del mostrador donde estaba la cámara y tercero, si por que el numero tres me persigue, por que soy un detective de


buena fe que cree en las cadenas y tiendas como la de al lado de mi casa, sin saber que nos desprecian a los consumidores de una forma vil. Me siento mal y me solidarizo con todos los que nos sentimos estafados cada dĂ­a, no solo por las instituciones si no por los comerciantes, los publicitarios y todos aquellos que creen que el consumidor es una mierda de cifra. Han olvidado que somos seres humanos, no depredadores. Me marche un poco mĂĄs triste. A lo lejos un chico joven acompaĂąaba a un ciego a cruzar la calle y una chica le daba un bocadillo a un pobre. NO ESTABA TODO PERDIDO

Fin



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