Elogio de la desobediencia - ReL
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Elogio de la desobediencia La ley injusta no obliga en conciencia, no es ley, es una corrupción de ley, como lo es el cadáver humano respecto del hombre vivo, materia sin forma. José Luis Bazán Actualizado 13 octubre 2009 Compartir:
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Quiere el gobierno tratarnos como a carne y sangre, como diría Thoreau, el gran desobediente. Pretende abolir la conciencia de la persona, «el don más divino que ha concedido Dios al hombre», en palabras de Cicerón. Y de paso, arrinconar sus dictados hasta ahogarlos en atmósfera irrespirable. Los piratas de la ley inicua apartan constituciones, incumplen su parte en el contrato y nos exigen, a pesar de ello, que demos prestación, sin que los supremos tribunales enderecen lo torcido. En la noche oscurecida de la conciencia, los hackers del alma ocultan con sus triquiñuelas goebbelsianas la luz de la naturaleza humana, y promulgan sus tropelías exigiendo sometimiento por deber de ciudadanía. La ciudadanía, dicen, es una condición moral del hombre. Con ello nos han despojado de nuestra supremacía ética: no significa otra cosa la condición de persona. Nos han arrancado nuestro rostro, que es nuestra identidad. Nunca, decía Tomás de Aquino, la persona puede someterse en cuanto tal a la comunidad, como parte al todo, ya que la persona no tiene razón de parte sino de todo, un todo moral insometible. Y sin embargo, quienes nos gobiernan, quieren hurtarnos nuestra personalidad y reducirnos exclusivamente a la condición de ciudadanos.
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Hay quien se emociona y ensalza la ciudadanía por sus ventajas y derechos. Pero no repara en que el ciudadano es para el poder estatal solo un sujeto de derechos y obligaciones, esto es, un súbdito que posee los derechos que el Estado quiera reconocerle y las obligaciones que quiera imponerle. El ciudadano es considerado parte del todo sujeto y objeto al mismo tiempo- de la voluntad estatal plasmada en sus mandatos legales. La ciudadanía que se nos intenta imponer no admite reservas morales. Sin embargo, la persona no se reduce a su individualidad y su pertenencia a una comunidad: no está sujetado en su ser y condición a poder humano: sólo su obrar puede ser objeto de regulación. Posee un irreductible núcleo incomunicable que está fuera del ámbito de la potestad humana. La potestad pública solamente puede ordenar sobre la conducta humana en la medida en que ello sea preciso para el bien común, pero nada tiene que decir sobre la interioridad del hombre, sobre la que no tiene competencia. No debemos al Estado ni nuestros sentimientos, ni nuestras emociones y menos aún nuestra conciencia. Bien habló Calderón de la Barca por boca de Pedro Crespo, alcalde de Zalamea: «El honor es patrimonio del alma y el alma sólo es de Dios». Verdad a repetir por doquier sin permiso de la SGAE. http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=4902
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