Le Monde Diplomatique Honduras

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Ignacio Ramonet: Dos horas más con Fidel Agosto 2014 Edición N°10

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Un evento determinante

Brasil, fútbol y protestas » Pág. 12

»Edición Honduras-UNAH » Edición 10 Agosto 2014

L. 35.00 Mensual - 12 Páginas

Creencias y percepciones y sentidos del fútbol T

odas las investigaciones sobre las relaciones entre fútbol y nacionalismo, latinoamericanas o europeas, coinciden en que es imposible formular una teoría general: sobre la base de ciertas coincidencias, los modos en que el fútbol –el deporte, en general– permite la aparición más o menos estrepitosa de los relatos nacionalistas se modifica en función de múltiples variaciones. en la relación del fútbol con los nacionalismos no hallamos más que particularismos: la idea de que el mundo entero entra en una fiebre nacionalista en cada Copa del Mundo es una mala interpretación publicitaria.

Por Pablo Alabarces

Pags. 6 y 7

Algo está cambiando

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Por primera vez, una personalidad que aspira a la Presidencia de Estados Unidos afirma públicamente que el bloqueo im- puesto por Washington –¡desde hace más de cincuenta años!– a la mayor isla del Caribe no cumple “ninguna función”. O sea, no doblegó a ese pequeño país a pesar del gran sufrimiento injusto que le causó a su población. Lo principal, en la consta- tación de Hillary Clinton, son dos aspectos: primero, rompe un tabú diciendo en voz alta lo que desde hace tiempo todos saben en Washington: que el bloqueo no sirve para nada.

Por Ignacio Ramonet

Págs. 8y 9

Al final los pueblos siempre pierden

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astaron 31 euros para que el grupo francés Veolia emprendiera una guerra contra una de las únicas victorias de la “primavera” que, en 2011, ganaron los trabajadores egipcios: el aumento del salario mínimo de 400 a 700 libras por mes (de 41 a 72 euros). La suma es considerada inaceptable por la multinacional que denunció a Egipto, el 25 de junio de 2012, ante el Centro Internacional de Arreglos de Diferencias relativas a las Inversiones (CIADI), institución del Banco Mundial. ¿Motivo invocado? La “nueva ley sobre el trabajo” contravendría los compromisos que se concretaron en el marco de la “asociación público-privado”, firmada con el gobierno de la ciudad de Alejandría para el tratamiento de los residuos.

Por Benoît Bréville y Martine Bulard

Págs. 4 y 5

Sueño luego existo

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l sueño REM, el movimiento frenético de ojos durante la quietud de la noche, es una usina de nuevas posibilidades, mutaciones del pensamiento, una fuente de variaciones de los espacios y soluciones posibles. Las anécdotas del sueño creativo abundan. Los científicos suelen contar el relato de August Kekulé que revolucionó la química encontrando, en el sueño de una serpiente que se mordía la cola, la forma circular de la estructura del benceno. Qué mejor manera de convencer a los escépticos racionalistas del día de la importancia de la creación nocturna.

Por Mariano Sigman

Pags. 10 y 11


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Editorial

Gran Mercado Transatlántico

Los poderosos redefinen el mundo La negociación de un Gran Mercado Transatlántico (GMT) entre Estados Unidos y la Unión Europea confirma la determinación de los liberales para redefinir el mundo. Pero la finalidad del acuerdo también es estratégica: aislar a Rusia y contener a China justo cuando ambas potencias se acercan.

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Por Serge Halimi*

l águila del libre comercio estadounidense cruza el Atlántico para devorar un rebaño de desamparados corderitos europeos. La imagen invadió el debate público en la estela de la campaña para las elecciones europeas. Chocante, y políticamente peligrosa. Por una parte, no deja ver que también en Estados Unidos hay colectividades locales que corren el riesgo de ser víctimas de nuevas normas liberales que les prohibirían proteger el empleo, el medio ambiente, la salud. Por otra parte, desvía la atención de ciertas empresas bien europeas –francesas, como Veolia; alemanas, como Siemens– y tan ávidas como las multinacionales estadounidenses de llevar a la justicia a los Estados que fantasearan con amenazar sus ganancias (véase Bréville y Bulard, pág. 18). Por último, ignora el papel de las instituciones y de los gobiernos del Viejo Continente en la formación de una zona de libre comercio en su propio territorio. El empeño contra el Gran Mercado Transatlántico (GMT) no debe por tanto apuntarle a un Estado en particular, ni siquiera cuando ese Estado sea Estados Unidos. El desafío de la lucha es a la vez más amplio y más ambicioso: concierne a los nuevos privilegios que reclaman los inversores de todos los países, tal vez para recompensarlos por la crisis económica que ellos mismos provocaron. Bien llevada, una batalla planetaria de estas características podría consolidar solidaridades democráticas internacionales que hoy en día están lejos de las que existen entre las fuerzas del capital.

Sumario Contenido Los poderosos redefinen el mundo

Pags. 2 y 3

Al final los pueblos siempre pierden

Pags. 4 y 5

Creencias, percepciones y sentidos del fútbol

Pag. 6 y 7

Algo está cambiando

Pags. 8 y 9

El neogolpismo

Pag. 9

Sueño luego existo

Pags. 10 y 11

Brasil, fútbol y protestas

Pags. 12

Staff En este asunto, entonces, más vale desconfiar de las parejas que se quieren unidas para toda la eternidad. La regla se aplica tanto al proteccionismo y al progresismo como a la democracia y a la apertura de fronteras. En efecto, la historia demuestra que las políticas comerciales no tienen contenido político intrínseco (1). Napoleón III unió al Estado autoritario con el libre comercio casi al mismo momento en que, en Estados Unidos, el Partido Republicano pretendía estar preocupado por los obreros estadounidenses para defender mejor la causa de los trusts nacionales, de los “barones ladrones” del acero que mendigaban protecciones aduaneras (2). “Habiendo nacido del odio al trabajo esclavo y del deseo de que todos los hombres sean realmente libres e iguales –indica su plataforma de 1884–, el Partido Republicano se opone irrevocablemente a la idea de hacer competir a nuestros trabajadores con cualquier forma de trabajo esclavizado, ya sea en Estados Unidos o en el extranjero” (3). En aquella época, ya se pensaba en los chinos. Pero se trataba de miles de jornaleros llegados de Asia y reclutados por compañías de trenes californianas para que hicieran trabajos forzados a cambio de salarios miserables. La realidad de una época Un siglo más tarde, habiendo cambiado la posición internacional de Estados Unidos, demócratas y republicanos juegan a ver quién entona la serenata del libre comercio más melosa. El 26 de febrero de 1993, a poco más de un mes de haber llegado a la Casa Blanca, el presidente William Clinton tomó la delantera gracias a un discurso-programa destinado a promover el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que sería votado unos meses más tarde. Clinton admitía que la “aldea global”

alimentaba el desempleo y los bajos salarios estadounidenses, pero se propuso apurar el paso en el mismo sentido: “La realidad de nuestra época es y debe ser la siguiente: la apertura y el comercio nos van a enriquecer como nación. Eso nos incita a innovar. Eso nos obliga a enfrentar a la competencia. Eso nos asegura nuevos clientes. Eso favorece el crecimiento global. Eso garantiza la prosperidad de nuestros productores, que también son consumidores de servicios y de materias primas”. Para esa época, los diversos “rounds” de liberalización del comercio internacional ya habían hecho caer la media de los derechos de aduana de un 45% en 1947 a 3,7% en 1993. Pero poco importaba: la paz, la prosperidad y la democracia exigían ir cada vez más lejos. “Como hicieron notar los filósofos, de Tucídides a Adam Smith –insistía Clinton–, las costumbres del comercio contradicen a las de la guerra. Así como los vecinos que se ayudaron a construir sus respectivos establos después son menos propensos a prenderlos fuego, quienes aumentaron sus niveles de vida mutuos están menos dispuestos a enfrentarse. Si creemos en la democracia, tenemos entonces que dedicarnos a reforzar las relaciones comerciales.” La regla sin embargo no era válida para todos los países, ya que el presidente demócrata firmó, en marzo de 1996, una ley que endurecía las sanciones comerciales contra Cuba. Diez años después de Clinton, el comisionado europeo Pascal Lamy –un socialista francés que más tarde sería director general de la Organización Mundial del Comercio (OMC)– retomaba su análisis: “Creo, por razones históricas, económicas, políticas, que la

Francia Serge HALIMI, Presidente, Director de Publicación Alain GRESH, Director Adjunto Bruno LOMBARD Director Gestión Anne-Cécile ROBERT Responsable de Ediciones Internacionales
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Editorial

apertura de los intercambios se mueve en el sentido del progreso de la humanidad. Que se han ocasionado menos malestares y conflictos cuando se abrieron los intercambios que cuando se los cerró. Allí por donde pasa el comercio, las armas se frenan. Montesquieu lo dijo mejor que yo”. En el siglo XVIII, sin embargo, Montesquieu no podía saber que los mercados chinos se abrirían un siglo más tarde, no gracias a la fuerza de convicción de los enciclopedistas, sino tras la estela de las artillerías, de las guerras del opio y del saqueo del Palacio de Verano. Lamy, por su parte, seguramente no lo ignora. Contener a Oriente Menos exuberante que su predecesor demócrata –se trata en él de una cuestión de temperamento– el presidente Barack Obama toma la posta del credo del libre comercio de las multinacionales estadounidenses –también europeas, y, a decir verdad, de todos los países– para defender el GMT: “Un acuerdo podría aumentar nuestras exportaciones en decenas de miles de millones de dólares, inducir a la creación de cientos de miles de puestos de trabajo suplementarios, en Estados Unidos y en la Unión Europea, y estimular el crecimiento en ambas orillas del Atlántico” (4). Apenas mencionada en su declaración, la dimensión geopolítica del acuerdo, sin embargo, tiene más importancia que sus hipotéticos beneficios en términos de

crecimiento, de puestos de trabajo, de prosperidad. Washington, que tiene una mirada de largo alcance, no piensa en apoyarse en el GMT para conquistar el Viejo Continente, sino para desviarlo de cualquier perspectiva de reunificación con Rusia. Y, sobre todo, para… contener a China. Ahora bien, también en este punto la convergencia con los dirigentes europeos es total. “Vemos cómo ascienden estos países emergentes que constituyen un peligro para la civilización europea –estima por ejemplo el ex primer ministro francés François Fillon–. ¿Y nuestra única respuesta va a ser dividirnos? Es una locura” (5). Justamente, encadena el diputado europeo Alain Lamassoure, el GMT podría permitirles a los aliados atlánticos “ponerse de acuerdo en normas comunes para luego imponérselas a China” (6). Estructurada por Washington, una asociación transpacífica a la que Pekín no está invitada apunta exactamente al mismo objetivo. Seguramente no sea un azar que el partidario intelectual más encarnizado del GMT, Richard Rosecrance, dirija en Harvard un centro de investigaciones sobre las relaciones entre Estados Unidos y China. Su alegato, publicado el año pasado, desarrolla la idea de que el debilitamiento simultáneo de los dos grandes conjuntos transatlánticos debe llevarlos a cerrar filas frente a las

potencias emergentes de Asia: “A menos –escribe– que estas dos mitades de Occidente se junten, formando un conjunto en los campos de investigación, desarrollo, consumo y finanzas, ambas van a perder terreno. Las naciones de Oriente, dirigidas por China e India, van a superar entonces a Occidente en materia de crecimiento, innovación e ingresos; y, para terminar, en términos de capacidad para proyectar una potencia militar” (7). La idea general de Rosecrance recuerda el célebre análisis del economista Walt Whitman Rostow sobre las etapas del crecimiento: después del despegue de un país, aminora su ritmo de progreso, pues ya realizó los aumentos de productividad más rápidos (nivel de educación, urbanización, etc.). En este caso en particular, las tasas de crecimiento de las economías occidentales, que llegaron a la madurez hace ya algunas décadas, no van a alcanzar a las de China o India. La unión más estrecha entre Estados Unidos y Europa constituye entonces la principal carta que les queda. Les va a permitir seguir imponiendo su juego a los recién venidos, impetuosos, es cierto, pero desunidos. Así, al igual que después de la Segunda Guerra Mundial, la evocación de una amenaza externa –ayer, la de la Unión Soviética, política e ideológica; hoy, la del Asia capitalista, económica y comercial– permite juntar bajo el cayado del buen pastor

(estadounidense) las ovejas que temen que pronto la piedra angular del nuevo orden mundial ya no esté en Washington, sino en Pekín. Un temor tanto más legítimo, según Rosecrance, cuanto que “en la historia, las transiciones hegemónicas entre potencias en general coincidieron con un conflicto mayor”. Pero un medio permitiría impedir que “el traspaso de mando de Estados Unidos hacia una nueva potencia hegemónica” no desemboque en una “guerra entre China y Occidente”. Como no se puede esperar juntar a las dos principales naciones asiáticas con socios atlánticos penalizados por su decadencia, habría que sacar partido de las rivalidades que existen entre ellos y contenerlos en su región gracias al apoyo de Japón. Un país cuyo temor a China lo une al campo occidental, a punto tal de convertirse en su “terminal oriental”. Aunque este gran diseño geopolítico invoca la cultura, el progreso y la democracia, la elección de ciertas metáforas traiciona en este caso una inspiración menos elevada: “El productor al que le cuesta vender una mercadería dada –insiste Rosecrance– por lo general se verá llevado a fusionarse con una compañía extranjera para ampliar su oferta y aumentar su porción de mercado, como hizo Procter & Gamble cuando compró Gillette. Los Estados

se enfrentan a incitaciones del mismo orden”. Es sin duda porque ningún pueblo considera todavía su nación y su territorio como productos de consumo corriente que la lucha contra el GMT recién comienza.

1. Véase Le Protectionnisme et ses ennemis, Le Monde diplomatique y Les Liens qui libèrent, París, 2012. 2. Véase Howard Zinn, “Au temps des ‘barons voleurs’”, Le Monde diplomatique, París, septiembre de 2002. 3. Citado por John Gerring, Party Ideologies in America, 1828-1996, Cambridge University Press, 2001. 4. Conferencia de prensa conjunta con el presidente de Francia, François Hollande, Casa Blanca, Washington, 12-2-14. 5. RTL, 14-5-14. 6. France Inter, 15-5-14. 7. Richard Rosecrance, The resurgence of the West: how a Transatlantic Union can prevent war and restore the United States and Europe, Yale University Press, New Haven, 2013. Válido para las citas siguientes. *Director de Le Monde diplomatique. Traducción: Aldo Giacometti


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Las multinacionales mandan, los Estados obedecen

Al final, los pueblos siempre pierden Es muy posible que el acuerdo del Gran Mercado Transatlántico (GMT) que se está negociando incluya un mecanismo legal que permitirá a las empresas demandar a los países que lo integran cuando consideren dañados sus intereses. Así han sido castigados, recientemente, países como Argentina, México o Egipto.

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tribunales quedaría cargadísima. Existen veinticuatro mil filiales de empresas europeas en Estados Unidos y cincuenta mil ochocientas sucursales estadounidenses en el Viejo Continente; cada una de ellas tendría la posibilidad de atacar las medidas que considere perjudiciales para sus intereses.

Por Benoît Bréville y Martine Bulard*

astaron 31 euros para que el grupo francés Veolia emprendiera una guerra contra una de las únicas victorias de la “primavera” que, en 2011, ganaron los trabajadores egipcios: el aumento del salario mínimo de 400 a 700 libras por mes (de 41 a 72 euros). La suma es considerada inaceptable por la multinacional que denunció a Egipto, el 25 de junio de 2012, ante el Centro Internacional de Arreglos de Diferencias relativas a las Inversiones (CIADI), institución del Banco Mundial. ¿Motivo invocado? La “nueva ley sobre el trabajo” contravendría los compromisos que se concretaron en el marco de la “asociación público-privado”, firmada con el gobierno de la ciudad de Alejandría para el tratamiento de los residuos. El Gran Mercado Transatlántico, en proceso de negociación, podría incluir un mecanismo que permitirá que ciertas empresas entablen juicios contra países (eso desean, al menos, Estados Unidos y algunas organizaciones patronales). Todos los gobiernos firmantes quedarían así expuestos a las mismas desventuras que los egipcios. El lucrativo filón del Arreglo de las Diferencias entre Inversores y Estados (ADIE) ya enriqueció a numerosas sociedades privadas. En 2004, el grupo estadounidense Cargill, por ejemplo, hizo pagar 90,7 millones de dólares (66 millones de euros) a México, que fue declarado culpable por la creación de un nuevo impuesto sobre las gaseosas. En 2010, la Tampa Electric Company ganó 25 millones de dólares a Guatemala, cuando la emprendió contra una ley que establece un techo para las tarifas eléctricas. Más recientemente, en 2012, Sri Lanka fue condenado a pagar 60 millones de dólares al Deutsche Bank en razón de la modificación de un contrato petrolero (2). La denuncia de Veolia, aún en curso, fue presentada en nombre del tratado de inversión concluido entre Francia y Egipto. Exis-

Hace como sesenta años que las empresas privadas pueden litigar contra los Estados. Durante mucho tiempo, este procedimiento fue poco utilizado. De los aproximadamente quinientos contenciosos contabilizados en todo el mundo desde los años 50, el 80% se inició entre 2003 y 2012 (3). Fundamentalmente, emanan de empresas del Norte –las tres cuartas partes de los reclamos tratados por el CIADI vienen de Estados Unidos y la Unión Europea–, y apuntan a países del Sur (57% de los casos). Los gobiernos que pretenden romper con la ortodoxia económica, como los de Argentina o Venezuela, se hallan particularmente expuestos.

ten más de tres mil tratados de ese tipo en el mundo, firmados entre dos países o incluidos en acuerdos de libre comercio. Estos protegen a las sociedades extranjeras contra toda decisión pública (una ley, un reglamento, una norma) que pueda causar perjuicio a sus inversiones. Las regulaciones nacionales y los tribunales locales pierden poder jurídico, viéndose éste transferido a una corte supranacional que extrae su poder… de la renuncia de los Estados. Arbitrajes arbitrarios En nombre de la protección de las inversiones, los gobiernos son conminados a garantizar tres

grandes principios: la igualdad de tratamiento de las empresas extranjeras y las nacionales (que hace imposible, por ejemplo, una preferencia nacional a favor del empleo); la seguridad de la inversión (los poderes públicos no pueden cambiar las condiciones de explotación, expropiar sin compensación, ni proceder a una “expropiación indirecta”); la libertad, para la empresa, de transferir su capital (¡una empresa puede irse al otro lado de las fronteras con armas y bagajes, pero un Estado no puede pedirle que se vaya!). Los recursos de las multinacionales son procesados por

alguna de las instancias especializadas: el CIADI, que arbitra la mayoría de los casos, la Comisión de Naciones Unidas para el Derecho Mercantil Internacional (CNUDMI), la Corte permanente de La Haya, ciertas cámaras de comercio, etc. En la mayoría de los casos, los Estados y las empresas no pueden apelar las decisiones tomadas por esas instancias: a diferencia de una corte de justicia, una corte de arbitraje no está obligada a otorgar ese derecho. No obstante, una aplastante mayoría de países optó por no incluir en sus acuerdos el derecho de apelación. Si el acuerdo transatlántico incluyera un mecanismo de ADIE, la agenda de los

Las medidas tomadas por Buenos Aires para hacer frente a la crisis de 2001-2002 (control de precios, restricciones a la salida de capitales…) fueron sistemáticamente denunciadas ante las cortes de arbitraje. Tras su llegada al poder, posteriormente a unas revueltas que costaron vidas humanas, los presidentes Eduardo Duhalde y luego Néstor Kirchner carecían, no obstante, de toda aspiración revolucionaria; se proponían solucionar la emergencia. Pero el grupo alemán Siemens, sospechado de haber sobornado a representantes políticos inescrupulosos, se volvió contra el nuevo poder –reclamándole 200 millones de dólares– cuando éste cuestionó ciertos contratos establecidos por el ex gobierno. Asimismo, el grupo Saur, filial de Bouygues, protestó contra el congelamiento del precio del agua, argumentando que “atentaba contra el valor de la inversión”. Se presentaron cuarenta denuncias contra Buenos Aires en los años inmediatamente posteriores a la crisis financiera (19982002). Unas diez de ellas desembocaron en la victoria de las empresas, por una factura total de 430 millones de dólares. Y la fuente no se agotó: en febrero de 2011, Argentina aún enfren-


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taba veintidós denuncias, quince de ellas vinculadas a la crisis (4). Desde hace tres años, Egipto se halla bajo los disparos de los inversores. Según una revista especializada (5), el país pasó a ser, en 2013, el principal destinatario de los recursos de las multinacionales. La industria de la injusticia Para protestar contra este sistema, algunos países, como Venezuela, Ecuador o Bolivia anularon sus tratados. Sudáfrica aspira a seguir el ejemplo, seguramente escarmentada por el largo proceso en que enfrentó a la compañía italiana Piero Foresti por el tema del “Black Economic Empowerment Act”. Los italianos consideraron que esa ley, que otorgaba a los negros un acceso preferencial a la propiedad de las minas y las tierras, era contraria a “la igualdad de tratamiento entre las empresas extranjeras y las nacionales” (6). Es curiosa la “igualdad de tratamiento” reivindicada por estos empresarios europeos, en relación con la población de negros sudafricanos, que representan el 80% de la población, sólo poseen el 18% de las tierras y cuyo 45% vive por debajo del umbral de pobreza. Así funciona la ley de inversión. El proceso no llegó a su fin: en 2010, Pretoria aceptó otorgar concesiones a los demandantes transalpinos. Es así como, cada vez, se impone un juego “ganador-perdedor”: o bien las multinacionales reciben enormes compensaciones, o bien ellas obligan a los Estados a moderar sus normas, en el marco de un compromiso o para evitar un proceso. Alemania acaba de tener su primera experiencia amarga de este tipo. En 2009, el grupo público sueco Vattenfall denuncia a Berlín, reclamándole 1.400 millones de euros, con motivo de que las nuevas exigencias ambientales de las autoridades de Hamburgo vuelven “antieconómico” (sic) su proyecto de central de carbón. El CIADI considera de recibo el reclamo, y tras múltiples batallas, se firma un “arreglo judicial” en 2011: éste conduce a una “flexibilización de las normas”. Hoy, Vattenfall está en juicio contra la voluntad de Angela Merkel de cerrar sus centrales nucleares de aquí a 2022. No se avanza oficialmente ningún monto, pero en su informe anual de 2012, Vattenfall estima la pérdida debida a la decisión alemana en 1.180 millones de euros. Por supuesto, a veces ocurre que se desestiman las demandas de las multinacionales: de los 244 casos juzgados hasta fines de 2012, el 42% culminó con la victoria de los Estados, el 31% con la de los inversores, y el 27% dio lugar a un arreglo (7). Las empresas pierden, entonces, los millones destinados al juicio. Pero algunos “aprovechadores de la injusticia” (8), según titula un informe de la asociación Corporate Europe Observatory (CEO), esperan recuperar el botín. En este sistema cortado a medida, los árbitros de las instancias internacionales y los estudios de abogados se enriquecen, sea cual sea el resultado del proceso. Para cada contencioso, las dos partes se rodean de toda una

batería de abogados, seleccionados entre las grandes empresas y cuyos honorarios oscilan entre los 350 y los 700 euros la hora. Los casos son seguidamente juzgados por tres “árbitros”: uno es designado por el gobierno acusado, el otro por la multinacional acusadora y el último (el presidente), en común por las dos partes. No hay necesidad alguna de ser calificado, habilitado o solventado por una Corte de Justicia para arbitrar en casos de este tipo. Una vez elegido, el árbitro recibe entre 275 y 510 euros por hora (a veces mucho más), por casos que suelen superar las quinientas horas, lo cual posiblemente despierte vocaciones. Los árbitros (en un 96% masculinos), provienen principalmente de grandes estudios de abogados europeos o estadounidenses, pero es raro que su mera pasión les otorgue tal derecho. Con treinta casos en su haber, el chileno Francisco Orrego Vicuña es uno de los quince árbitros más solicitados. Antes de lanzarse a la justicia comercial, desempeñó importantes funciones de gobierno durante la dictadura de Augusto Pinochet. También miembro del Top 15, el jurista y ex ministro canadiense Marc Lalonde pasó por los consejos de administración de Citibank Canada y Air France. Por su parte, su compatriota Yves Fortier navegó entre la presidencia del Consejo

de Seguridad de la ONU, el estudio Ogilvy Renault y los consejos de administración de Nova Chemicals Corporation, Alcan o Rio Tinto. “Integrar el consejo de administración de una empresa cotizada en Bolsa –y yo integré el consejo de varias de ellas– me ayudó en mi práctica de arbitraje internacional”, admitió en una entrevista (9). “Me dio una visión sobre el mundo de los negocios que como simple abogado yo no habría tenido.” Una auténtica garantía de independencia. Unos veinte estudios, principalmente estadounidenses, proporcionan la mayor parte de los abogados y árbitros solicitados para los ADIE. Interesados por la multiplicación de ese tipo de casos, ellos persiguen la menor oportunidad de denunciar a un Estado. Por ejemplo, durante la guerra civil libia, la empresa británica Freshfield Bruckhaus Deringer aconsejó a sus clientes iniciar juicios en Trípoli, dado que la inestabilidad del país causaba problemas de seguridad perjudiciales para las inversiones. Entre los expertos, los árbitros y los abogados, cada contencioso reporta, en promedio, cerca de 6 millones de euros por cada expediente en la maquinaria jurídica. Involucrada en un proceso de largo aliento contra el operador aeroportuario alemán Fra-

port, Filipinas debió desembolsar la suma récord de 58 millones de dólares para defenderse –el equivalente del salario anual de doce mil quinientos docentes– (10). Se entiende que ciertos Estados con bajos recursos vacilen en gastar semejantes sumas y busquen a todo precio hacer arreglos, a riesgo de renunciar a sus aspiraciones sociales o ambientales. No es sólo que semejante sistema beneficie a los más ricos, sino que de juicios a arreglos amistosos, desplaza a la jurisprudencia –y por ende al sistema judicial internacional– fuera de todo control democrático, en un universo regido por “la industria de la injusticia”.

1. Fanny Rey, “Veolia assigne l’Egypte en justice”, Jeune Afrique, París, 11-7-12. 2. “Table of foreign investor-state cases and claims under NAFTA and other U.S. ‘trade’ deals”, Public Citizens, Washington, febrero de 2014; “Recent developments in investor-state dispute settlement (ISDS)”, Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, Nueva York, mayo de 2013. 3. Shawn Donan, “EU and US pressed to drop dispute-settlement rule from trade deal”, Financial Times, Londres, 20-3-14. 4. Luke Erik Peterson, “Argentina by the number: where things

stands with investiment treaty claims arising out of the Argentina financial crisis”, IAR, Nueva York, 1-2-11. A la suma señalada se le agregan los intereses. 5. Richard Woolley, “ICSID sees drop in cases in 2013”, Global Arbitration Revue (GAR), Londres, 4-2-14. 6. Andrew Friedman, “Flexible arbitration for the developping countries: Piero Foresti and the future of bilatéral investment traities in global south”, Brigham Young International Law and Management Review, Clark (New Jersey), Vol. 7, N° 37, mayo de 2011. 7. “Recent developments in investor-state dispute settlement (ISDS)”, Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, Nueva York, mayo de 2013. 8. “Profiting from injustice”, Corporate Europe Observatory/ Transnational Institute, Bruselas, noviembre de 2012. Los datos provistos en este informe se apoyan en los casos juzgados por el CIADI. 9. Global arbitration review, Londres, 19-2-10. 10. “Fraport v The Philippines”, International Investment Arbitration, www.iiapp.org *Jefes de redacción adjuntos, Le Monde diplomatique, París. Traducción: Patricia Minarrieta


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La vulgata del Mundial

Creencias, percepciones y sentidos del fútbol Más que ningún otro deporte, el fútbol se ha convertido en un mecanismo de identificación, en reemplazo de la clase, el trabajo o la etnia, con particularidades según los países. Pero hoy la pasión nacional parece no ser más que una estrategia comercial, consecuencia de la fragmentación social.

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Por Pablo Alabarces*

odas las investigaciones sobre las relaciones entre fútbol y nacionalismo, latinoamericanas o europeas, coinciden en que es imposible formular una teoría general: sobre la base de ciertas coincidencias, los modos en que el fútbol –el deporte, en general– permite la aparición más o menos estrepitosa de los relatos nacionalistas se modifica en función de múltiples variaciones. El fenómeno es distinto en Brasil o en Argentina, en Ecuador o en México, en España o en Escocia, para nombrar sólo algunos casos.

En Ecuador, las clasificaciones a los Mundiales constituyen acontecimientos desmesurados, por lo excepcional, pero también porque la selección es uno de los pocos elementos que permiten superar las diferencias identitarias abismales –que el fútbol local reproduce– entre la sierra y la costa; diferencias que reaparecen incólumes, por supuesto, una vez terminado el Mundial. En el ínterin, la muerte del goleador Christian “Chucho” Benítez en 2013 fue vivida –y conmemorada– como la de un héroe popular, con la presencia de las autoridades nacionales en su funeral multitudinario. En México, por su parte, el fútbol canaliza cada cuatro años una expectativa desbordada: pero parece tratarse más de un desborde publicitario y político que realmente popular –las necesidades de un mercado local en expansión que precisa de un éxito internacional para conquistar nuevas posiciones económicas, y de un poder político jaqueado por las crisis económicas y por el narcotráfico que espera una “suspensión de las hostilidades” durante el ritual futbolístico–. En España, el fútbol se presenta como una solución imaginaria

a las diferencias regionales: pero esa solución es un deseo del poder central, frente a los nacionalismos comunitarios –vascos y catalanes, especialmente– que rechazan toda identificación con lo que llaman “el Estado español” y en esa bolsa meten a su selección (para los catalanes, el Barça ocupa ese símbolo nacionalista, como para los vascos el Athletic de Bilbao: la selección nacional les importa un bledo). En Escocia, los estudiosos hablan de un “nacionalismo de 90 minutos”: la identidad escocesa se condensa en sus selecciones, aunque el éxito es tan efímero –o, más bien, inexistente– que esa identidad se torna más un chiste local (o una transferencia hacia todo lo que se oponga a Inglaterra: los escoceses son, de más está decirlo, fervientes maradonianos). Las coincidencias son a esta altura más o menos obvias: el fútbol –nuevamente, los distintos deportes– es un mecanismo típico de articulación de fenómenos de identidad, desde el nivel micro del barrio hasta el mayor de la nación. También ha sido largamente estudiado que en ese sentido el deporte ha tendido a cumplir funciones anteriormente reservadas a los mecanismos de la modernidad: la etnia, la clase, la política, el trabajo. Y que ello responde a la reestructuración feroz que han sufrido las sociedades luego de la era neoconservadora –si es que puede afirmarse que ésta ha terminado–: el saldo de desintegración y fragmentación se cobra en desafiliaciones de las viejas identidades estables de la modernidad, y en nuevas afiliaciones afirmadas sobre consumos simbólicos. Allí, el deporte –el fútbol a la cabeza– ha revelado su eficacia: por su calidez, por su baratura, por su omnipresencia a través de los medios de comunicación masivos, por la facilidad con la que encarna el poderoso discurso de lo pasional –nada aparece tan indiscutible como lo sentimental, y el fútbol es un territorio fértil para esos argumentos–. Pero esto no es novedoso.


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Éstas son las cosas que la antropología y la sociología latinoamericanas han trabajado largamente en los últimos veinticinco años, al punto de que ya se han vuelto vulgata. Lo que resta, en esa dirección, es la producción de más investigación que revele las diferencias, los particularismos; la manera en la que un hincha mexicano difiere de un colombiano, en la que un hincha del ascenso se diferencia del hincha de un equipo grande; sus relaciones con las clases sociales –correlación que es hasta hoy mítica, porque nadie la ha estudiado–; los modos en que los públicos femeninos se están incorporando de manera acelerada; entre tantos otros temas que quedan sin indagar. Nacionalismos de mercado Entonces, en la relación del fútbol con los nacionalismos no hallamos más que particularismos: la idea de que el mundo entero entra en una fiebre nacionalista en cada Copa del Mundo es una mala interpretación publicitaria. Es imprescindible atender a cada caso local, y también a cada momento histórico. Los brasileños, por ejemplo, son más nacionalistas que los argentinos: pero la Copa Mundial de 2002 fue celebrada como una “Copa gaúcha”, y los clivajes regionales brasileños tienen una enorme envergadura, difícil de superar. En el caso particular de su propia Copa, el cuadro oscila, por ahora, entre el nacionalismo de marketing exhibido por todas las publicidades, por un lado; y, por el otro, la tensión por las movilizaciones y protestas que acaecieron a partir de la Copa de las Confederaciones en 2013 y han continuado larvadamente hasta hoy. Aunque no podamos pronosticar lo que ocurrirá, sí podemos ver que las protestas señalan con claridad nítida que el presunto “opio de los pueblos” brilla por su ausencia. Por el contrario, y no paradójicamente, las protestas ocurrieron por el fútbol, y no a pesar de él: mientras las viejas presunciones sobre el fútbol como cortina de humo no abandonan la conversación cotidiana, las movilizaciones brasileñas afirman que todos los sectores –esas movilizaciones fueron ampliamente transclasistas– decidieron debatir lo social, lo político y lo económico en el fútbol, con los dispendiosos gastos de organización y las imposiciones desaforadas de la FIFA como eje crítico. Los argentinos aparecen como históricamente ligados a los ava-

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tares de sus selecciones: pero esto se comprueba apenas en el período de esplendor de Diego Armando Maradona, mientras que después de la Copa de 1994 los hinchas se replegaron a sus aficiones locales, dejando la selección en un modesto segundo plano (que se activa, claro, con una buena campaña: entre el final de la primera ronda y la consabida derrota en cuartos de final de cada Copa, siempre se produce una pequeña explosión de expectativas). El peso de los tribalismos hinchísticos por sobre una presunta “pasión argentina” es una necesaria consecuencia de la fragmentación y desarticulación de nuestras sociedades: la propuesta de una inverosímil “hinchada argentina” es una abstracción, difícil de construir frente al peso irrefutable de la pasión local –digamos: ser hincha de Racing es, aún, mucho más fácil–. La imagen de los hinchas y jugadores de Boca Juniors festejando un título local y cantando “la selección/se va a la p… que la parió” es una imagen incontrastable. Lo que domina hoy el panorama local es que la pasión argentina es apenas un argumento publicitario, un nacionalismo de mercado que transforma las expectativas más o menos deportivas en fanatismos ofrecidos como mercancía. La pasión no se compra ni se vende, dicen los hinchas: los sponsors oficiales de la selección lo desmienten cotidianamente, con prepotencia y perseverancia. Esa transformación, ese repliegue, son explicables en el análisis de tiempos largos. La figura de Maradona permitía que el fútbol encarnara el imaginario nacional-popular a través de un símbolo tan notoriamente “peronista” –aunque en su versión posmoderna–. Para colmo, eso se producía en tiempos desangeladamente neoliberales, en los que el Estado abandonaba al mercado también las narrativas de la patria. Para eso el fútbol era sencillamente perfecto: con Maradona, con un héroe nacional-popular y plebeyo (exasperadamente plebeyo); sin Maradona, transformando cualquier mercancía en portadora de la unión, la pasión, el patriotismo vuelto simplemente consumo y horas de televisión. El Estado, narrador patriótico Pero en mayo de 2010, apenas un mes antes del comienzo de la Copa del Mundo de Sudáfrica, la Argentina celebró el Bicentenario. Y esas celebraciones callejeras oficiales remataron en un desfile

Las protestas brasileñas señalan con claridad nítida que el presunto “opio de los pueblos” brilla por su ausencia. de carrozas alegóricas proponiendo una versión de la historia argentina en clave nacional-popular y progresista, ante una concurrencia masiva y fascinada por el espectáculo. El éxito de las celebraciones fue descomunal –incluso los críticos más acérrimos del gobierno se llamaron a silencio, ante los millones de espectadores y participantes de los actos–; y muchos analistas coinciden en que el suceso marcó el comienzo de un crecimiento de la imagen positiva del gobierno que remató, poco más de un año después, en la reelección de Cristina Fernández de Kirchner con el 54% de los votos. Lo que resulta decisivo es que el evento marcó la reaparición del Estado como gran narrador de la patria. Si la relación del fútbol con las narrativas nacionales a comienzos del siglo XXI estaba marcado por el retiro del gran narrador de la mayor parte del siglo XX –y que, entonces, la figura de Maradona había agigantado su representación patriótica en su ausencia–, esta nueva presencia del Estado como productor de discursos de nacionalidad cambiaba todo el panorama. Algo de esto clausuró la posibilidad de que Maradona volviera a funcionar como centro patriótico en 2010; si su figura había crecido hasta la desmesura en tiempos conservadores, quedaba desplazada –¿por redundante?– ante la reaparición del relato populista. Porque los festejos del Bicentenario significaban una suerte de coronación, de puesta en escena de masas, de una tendencia que venía de los siete años anteriores. El kirchnerismo había propuesto una nueva validez para los discursos tradicionales del peronismo: el viejo relato nacional-popular, con cierta adecuación a los nuevos tiempos que incluía la condena de la década neoconservadora –aunque también hubiera sido peronista–. Esa nueva validez implicaba la afirmación explícita del retorno del Estado como actor central de la vida social y económica. Aunque esto no se verificara por completo –la organización económica siguió estan-

do centralmente en manos de las corporaciones privadas–, la afirmación fue estentórea: el Estado había regresado para cumplir las funciones que nunca debió haber perdido. Entre ellas, aun cuando esto no se dijera explícitamente, sus funciones narrativas. Si el rol central del Estado como narrador patriótico en la sociedad argentina había retornado con fuerza, con una puesta en escena de masas sin precedentes, el fútbol no podía proponer discursos alternativos, porque jamás lo había hecho, ni siquiera en tiempos conservadores. Cuando la figura de Maradona había permitido algún relato al menos autónomo, éste había consistido en exhibir la continuidad del viejo relato nacional-popular del peronismo. Al retornar éste a escena, y nuevamente propuesto por el Estado, como en los viejos y añorados tiempos del primer peronismo, el fútbol no puede volver a encarnar ningún relato nacional eficaz. Apenas proponer su supervivencia como mercancía, a cargo, una vez más, del mercado, con la publicidad comercial como gran soporte de sus textos. En tanto los sentidos de la patria han vuelto a discutirse en los espacios políticos, al fútbol sólo le quedan las retóricas vacuas pero altisonantes de los sponsors, que continuaron y continuarán, con especial énfasis en los días que corren, plagadas de los lugares comunes de las prédicas patrioteras –hasta el hartazgo; y no lo dudemos, ciertos anunciantes ya son claramente de mala suerte, especialmente alguna cervecera–. Mediocridades Junto a este cuadro, no podemos dejar de referirnos a la vulgata, reaparecida con cierta fuerza en estos días, de una presunta utilización del Mundial como mecanismo manipulatorio y fantasmático, una fenomenal cortina de humo que distraiga las mentes populares de los avatares político-socio-económicos. Sobre esto, es preciso remarcar dos cuestiones. La primera: al hablar sobre la capacidad manipulatoria del Estado y el fútbol, nadie se incluye a sí mismo entre los manipulados; ellos siempre son otros, presuntamente más débiles frente a las argucias maquiavélicas de Fútbol para Todos. (Seguramente, se trata de los mismos otros capturados por el clientelismo o las garras pérfidas de la propaganda gubernamental.)

Esta percepción, además de profundamente etnocéntrica, es probadamente errónea. Los tiempos excepcionales de los grandes eventos deportivos –entre nosotros, los Juegos Olímpicos no causan el mismo efecto– no cambian las percepciones socio-políticas; como mucho, las suspenden un poco. Lo ocurrido en 2002, en medio de la peor crisis de la historia y el simultáneo peor desempeño de una selección argentina en un Mundial, es buena prueba: la sociedad estaba más preocupada por la crisis que por la mayor o menor fortuna de las gambetas de Orteguita, y eso permanecería así antes o después de la eliminación temprana. La segunda cuestión es, justamente, esa relación presunta entre éxitos deportivos y éxitos políticos (o viceversa, o a la inversa: entre fracasos). Toda la bibliografía ha probado largamente que no hay un solo ejemplo en la historia de la humanidad en que esto haya ocurrido: ni siquiera la Guerra del Fútbol entre Honduras y El Salvador, en 1969, fue provocada por el fútbol (esa pretensión llevaría a explicar la Guerra de los Balcanes y la disolución de Yugoslavia por la rivalidad entre el Dínamo Zagreb y el Estrella Roja de Belgrado). La dictadura argentina no se prolonga por el Mundial de 1978 ni cae por el Mundial de España; el éxito mundialista de 1986 es seguido por la derrota alfonsinista en 1987. Pero, a despecho de esta explicación, la clase política –no sólo la argentina– cree a pie juntillas en esta segunda vulgata, y se debate a los codazos para sacarse una foto con Lionel Messi o para pegar de alguna manera su imagen a cualquier presunta victoria. Eso no habla de una relación entre fútbol y política: habla, una vez más, de la mediocridad exasperante de esa clase.

*Doctor en Sociología, profesor de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) e investigador principal del CONICET. Autor de Fútbol y Patria, Prometeo, Buenos Aires, 2006-2012. En septiembre aparecerá su nuevo libro El fin del fútbol (Aguilar). © Le Monde diplomatique, edición Cono Sur


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Cuba y Estados Unidos

Algo está cambiando Tan arcaica como inútil, la política de bloqueo de EE.UU. hacia Cuba sigue hundida en la parálisis. Aunque se avizoran aires de cambio con el giro de algunas importantes personalidades de la gran potencia, como Hillary Clinton, quien ya se prepara para las elecciones de 2016.

por una estrategia que promueva el restablecimiento diplomático entre ambos países (6)–. Y es que, contrariamente a las esperanzas que surgieron después de la elección de Barack Obama en noviembre de 2008, Washington ha mantenido una suerte de inmovilismo en sus relaciones con Cuba. Justo después de asumir su cargo de Presidente, Obama anunció –en la Cumbre de las Américas, celebrada en Trinidad y Tobago, en abril de 2009– que le daría a las relaciones con La Habana, un “nuevo rumbo”. Pero se limitó a gestos poco más que simbólicos: autorizó que los estadounidenses de origen cubano viajasen a la isla y enviasen cantidades acotadas de dinero a sus familias. Después, en 2011, adoptó nuevas medidas, pero también de escaso alcance: permitió que grupos religiosos y estudiantes viajaran a Cuba, consintió que los aeropuertos estadounidenses acogieran vuelos chárter a la isla y amplió el límite de las remesas que los cubano-estadounidenses podían transferir a sus parientes. Poca cosa en relación con la formidable disputa que separa a los dos países.

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Por Ignacio Ramonet*

n el libro que acaba de publicar sobre sus experiencias como secretaria de Estado durante el primer mandato (enero 2009-enero 2013) del presidente estadounidense Barack Obama, titulado Decisiones difíciles (1), Hillary Clinton escribe, a propósito de Cuba, algo fundamental: “Al terminar mi mandato, le pedí al presidente Obama que reconsidere nuestro embargo contra Cuba. No cumplía ninguna función y obstaculizaba nuestros proyectos con toda América Latina”. Por primera vez, una personalidad que aspira a la Presidencia de Estados Unidos afirma públicamente que el bloqueo impuesto por Washington –¡desde hace más de cincuenta años!– a la mayor isla del Caribe no cumple “ninguna función”. O sea, no doblegó a ese pequeño país a pesar del gran sufrimiento injusto que le causó a su población. Lo principal, en la constatación de Hillary Clinton, son dos aspectos: primero, rompe un tabú diciendo en voz alta lo que desde hace tiempo todos saben en Washington: que el bloqueo no sirve para nada. Y segundo, aun más importante, declara esto en el momento en que arranca su trayectoria hacia la candidatura demócrata a la Casa Blanca; es decir, no teme que esa afirmación –a contracorriente de toda la política de Washington hacia Cuba en el último medio siglo– constituya un hándicap para ella en la larga batalla electoral que tiene por delante hasta las elecciones del 8 de noviembre de 2016. Si Hillary Clinton sostiene una

Entre los diferendos, está el caso de “los Cinco” (7) que ha conmovido a la opinión pública internacional (8). Esos agentes de inteligencia cubanos, detenidos en Florida por el FBI en septiembre de 1998 cuando realizaban misiones de prevención contra el terrorismo anticubano, fueron condenados en un juicio político típico de la Guerra Fría (auténtico linchamiento jurídico) a duras penas de prisión. Sanciones tanto más injustas cuanto que “los Cinco” no cometieron ningún acto de violencia, ni procuraron información sobre la seguridad de Estados Unidos. Lo único que hicieron, corriendo riesgos mortales, fue prevenir atentados y salvar vidas humanas.

postura tan poco convencional es, en primer lugar, porque asume el desafío de responder sin temor a las duras críticas que no dejarán de formularle sus adversarios republicanos, ferozmente hostiles a todo cambio de Washington con respecto a Cuba. Y, en segundo lugar, y sobre todo, porque no ignora que la opinión pública estadounidense ha evolucionado sobre ese tema y es hoy “mayoritariamente” favorable al fin del bloqueo. Incoherencia e inmovilismo Al igual que Hillary Clinton, un grupo de unos cincuenta importantes empresarios (2), ex altos cargos estadounidenses de

distintas tendencias políticas e intelectuales, sabiendo que el Presidente de Estados Unidos no posee la facultad de levantar el embargo, que no depende del Gobierno sino de una mayoría calificada de demócratas y republicanos en el Congreso, acaban de pedirle a Obama, en una carta abierta (3), que utilice las prerrogativas del Poder Ejecutivo para introducir “cambios más inteligentes” en su relación con Cuba y se acerque más a La Habana en un momento en el que, señalan, la opinión pública es favorable a ello. En efecto, una encuesta realizada en febrero pasado por el centro de investigación Atlantic

Council afirma que el 56% de los estadounidenses quiere un cambio en la política de Washington con La Habana. Y, más significativo, en Florida, el estado con mayor sensibilidad hacia este tema, el 63% de los ciudadanos (y el 62% de los latinos) también desea el fin del bloqueo (4). Otro sondeo más reciente, realizado por el Instituto de Investigación Cubano de la Universidad Internacional de Florida, demuestra que la mayoría de la propia comunidad cubana de Miami (5) pide que se levante el bloqueo a la isla –un 71% de los consultados considera que el embargo “no ha funcionado”, y un 81% votaría por un candidato político que sustituya el bloqueo

Washington no es coherente cuando dice combatir el “terrorismo internacional” y sigue auspiciando en su propio territorio a grupos terroristas anticubanos (9). Sin ir más lejos, el pasado mes de abril, las autoridades de la isla detuvieron a un nuevo grupo de cuatro individuos, vinculados a Luis Posada Carriles (10), venidos una vez más de Florida con la intención de cometer atentados. Tampoco hay coherencia cuando acusan a “los Cinco” de actividades antiestadounidenses que jamás existieron, mientras Washington sigue empeñado en inmiscuirse en los asuntos internos de Cuba y en fomentar un cambio de sistema político. Lo acaban de volver a demostrar


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El objetivo es que la economía cubana sea compatible con la de sus principales socios en la región donde coexisten Estado y mercado. las recientes revelaciones sobre el asunto “ZunZuneo” (11), esa falsa red social que una agencia del Departamento de Estado (12) creó y financió solapadamente entre 2010 y 2012 con la intención de provocar en la isla protestas semejantes a las de las “revoluciones de colores”, de la “primavera árabe” o de las “guarimbas” venezolanas, para exigir después, desde la Casa Blanca o el Capitolio, un cambio político. Cambios frente al cambio Todo esto demuestra que Washington sigue teniendo hacia Cuba una actitud retrógrada, típicamente de Guerra Fría, etapa que terminó hace un cuarto de siglo... Semejante arcaísmo choca con la postura de otras potencias. Por ejemplo, todos los Estados de América Latina y del Caribe, cualesquiera sean sus orientaciones políticas, han estrechado últimamente sus lazos con Cuba y denuncian el bloqueo. Esto se pudo comprobar, el pasado enero, en la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) reunida precisamente en La Habana. Washington sufrió un nuevo desaire el mes pasado, en Cochabamba (Bolivia), durante la Asamblea General de la Organización de los Estados Americanos (OEA), cuando los países latinoamericanos –en una nueva muestra de solidaridad con La Habana– amenazaron con no acudir a la próxima Cumbre de las Américas, que tendrá lugar en 2015 en Panamá, si Cuba no es invitada a participar. Por su parte, la Unión Europea (UE) decidió, el pasado febrero, abandonar la llamada “posición común” en relación a la isla, impuesta en 1996 por José María Aznar, en ese momento presidente del Gobierno de España, para “castigar” a Cuba rechazando todo diálogo con las autoridades de la isla. Pero resultó estéril y fracasó. Bruselas lo reconoció y dio inicio ahora a una negociación con La Habana para alcanzar un acuerdo de cooperación política y económica. La UE es el primer inversor extranjero en Cuba y su segundo socio comercial. En este nuevo espíritu, varios ministros europeos ya han visitado la isla. Entre ellos, en abril pasado, Laurent Fabius –primer canciller francés que realiza una visita a la nación caribeña en más de treinta años–, quien declaró que buscaba “promover las alianzas entre las empresas de nuestros dos países y apoyar a las sociedades francesas que deseen desarrollar proyectos o establecerse en Cuba” (13). Y es que, contrastando con el inmovilismo de Washington, muchas cancillerías europeas observan con interés los cambios que se están produciendo en Cuba impulsados por el presidente Raúl Castro, en el marco de la “actuali-

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zación del modelo económico” y en la línea definida en 2011 en el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC), que representan transformaciones muy importantes en la economía y en la sociedad. En particular, la reciente creación de la Zona Especial de Desarrollo en torno al puerto de Mariel así como la aprobación, el pasado marzo, de una nueva Ley de Inversión Extranjera suscitan un gran interés internacional. Las autoridades consideran que no existe contradicción entre el socialismo y la iniciativa privada (14). Y algunos responsables estiman que esta última (que incluiría las inversiones extranjeras) podría abarcar hasta el 40% de la economía del país, mientras el Estado y el sector público conservarían el 60%. El objetivo es que la economía cubana sea cada vez más compatible con la de sus principales socios en la región (Venezuela, Brasil, Argentina, Ecuador, Bolivia), donde coexisten sector público y sector privado, Estado y mercado. Todos estos cambios subrayan, por contraste, el empecinamiento de la administración estadounidense, autobloqueada en una posición ideológica de otra época. Aunque, como hemos visto, cada día son más numerosos aquellos que, en Washington, admiten que esa postura es errónea y que, en la política hacia Cuba, es urgente salir del aislamiento internacional. ¿Los escuchará el presidente Obama? g

1. Hillary Rodham Clinton, Hard Choices, Simon & Schuster, Nueva York, 2014. 2. Entre los empresarios figuran: J. Ricky Arriola, presidente del poderoso consorcio Inktel; los magnates del azúcar y del sector inmobiliario, Andrés Fanjul y Jorge Pérez; el empresario Carlos Saladrigas, y el petrolero Enrique Sosa, además de otros emprendedores multimillonarios. 3. Véase El Nuevo Herald, Miami, 20-5-14. 4. Véase Abraham Zembrano, “¿Se acerca el fin del embargo a Cuba?”, BBC Mundo, Londres, 20 -2-14, www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2014/02/140211_ cuba_eeuu_embargo_az.shtml 5. En Miami, principal ciudad de Florida, viven unos 650.000 expatriados cubanos. 6. El País, Madrid, 17-6-14, http://internacional.elpais.com/ internacional/2014/06/17/actualidad/1403022248_144582.html 7. Los Cinco son Antonio Guerrero, Ramón Labañino, Gerardo Hernández, René González y Fernando González. Estos dos últimos han sido liberados y se encuentran en Cuba. 8. En Washington, del 4 al 10 de junio pasado, tuvo lugar el Tercer Encuentro “Cinco días por los Cinco” que reunió a participantes procedentes de decenas de países del mundo, los cuales se manifestaron delante de la Casa Blanca y del Capitolio exigiendo la liberación de “los Cinco”, www. answercoalition.org/national/ news/5-days-for-the-Cuban-5. html 9. Cuba es uno de los países del mundo que más padeció la lacra del terrorismo (3.500 personas asesinadas y más de 2.000 discapacitados de por vida).

10. Jefe de diversos grupos terroristas anticubanos, Posada Carriles es en particular el responsable del atentado contra el avión de pasajeros de Cubana de Aviación cuya explosión en vuelo provocó, en 1976, 73 muertos. Reside en Florida, donde goza de la protección de las autoridades estadounidenses. 11. Las revelaciones fueron realizadas por la agencia de prensa AP (Associated Press), www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2014/04/140403_zunzuneo_ cuba_eeuu_msd.shtml 12. La Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos (USAID, por su sigla en inglés), un organismo que opera bajo la dirección del Departamento de Estado. 13. Alrededor de sesenta grandes empresas francesas están presentes en Cuba. Entre las principales, se destacan el grupo Pernod Ricard, que comercializa el ron Havana Club en el mundo, los grupos Accor, Nouvelles frontières, FRAM voyages en el sector del turismo, Bouygues en obras públicas, Alcatel-Lucent en telecomunicaciones, Total y Alstom en energía, y Air France en transporte, entre otras. 14. Se estima que ya hay unos 450.000 “cuentapropistas” (trabajadores por cuenta propia, comerciantes y pequeños empresarios) en Cuba.

*Director de Le Monde diplomatique, edición española © Le Monde diplomatique, edición española

Rupturas constitucionales de nuevo signo

El neogolpismo Los venezolanos tienen, sin lugar a dudas, buenas razones para expresar su descontento frente a un poder al que le cuesta transformar las estructuras del país (aparato productivo, fiscal...). Pero la protesta padece de la manipulación de una franja de la oposición.

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por Juan Gabriel Tokatlian*

ace un lustro (Página/12, 13-7-09), y a raíz de las características de algunos de los golpes de Estado ocurridos en el mundo desde el inicio del siglo XXI, señalé que era momento de matizar y ampliar la definición habitual de golpe de Estado que prevaleció durante el siglo pasado y que remite al hecho de que los militares desplazan por la fuerza a un gobierno establecido. Usualmente las fuerzas armadas, con algún tipo de apoyo civil, inician una serie de presiones directas sobre, por ejemplo, un gobierno electo democráticamente. A esto le sigue un conjunto de reclamos más ostensibles y luego amenazas elocuentes. En un momento dado, y tal como lo supo explicar Samuel Finer en un texto clásico (El hombre a caballo), se produce el derrocamiento violento de un determinado gobierno. En América Latina, el golpe de Estado implicó la irrupción brutal de las fuerzas armadas que, contando con el apoyo de sectores sociales clave y el impulso o tolerancia externa (particularmente de Estados Unidos), procuraba fundar un nuevo orden político. A pesar de que aún persista el golpe de Estado convencional, el neogolpismo es una modalidad formalmente menos virulenta, encabezada por civiles (con soporte implícito o complicidad explícita de los militares) que, preservando cierta apariencia institucional y sin involucrar de manera directa a actores externos, pretende resolver, al menos de entrada, una encrucijada social y política crítica que incluso puede derivar, en el peor de los casos, en una guerra civil. Similitudes y diferencias Varios elementos caracterizan el neogolpismo. Por lo general, se trata de fenómenos graduales: no tienen la dinámica vertiginosa que les imprimían los militares a los golpes de Estado sino que poseen la lentitud de los procesos intrincados en los que acciones variadas de diversos grupos civiles van configurando precondiciones para la inestabilidad. En el caso del golpe de Estado convencional sobresale la ejecución

de un alzamiento expeditivo; en el caso del neogolpismo, la gestación de un caos dilatado. En el primero, prevalece el cuartel; en el segundo, la calle. A su vez el “lenguaje” neo-golpista no remite a proclamas y provocaciones abiertas típicas del golpismo tradicional. Se tiende a invocar la noción de una imperiosa salida “institucional”, “constitucional” o “legal” ante los presuntos equívocos, arbitrariedades y dislates del gobierno establecido. Los viejos golpistas descreían de la democracia y suponían que el Estado y la sociedad debían ser plenamente reorganizados. Los neogolpistas remarcan que el empujón final para destituir al gobernante y la coalición de turno es necesario para salvaguardar la democracia. Los golpistas del pasado y los actuales abrazan, con discursos retóricamente distintos pero sustantivamente idénticos, el llamado “cambio de régimen”. En un plano más amplio, el golpe de Estado convencional típico de la Guerra Fría se produjo en circunstancias de una intensa disputa bipolar en la que la atención por la estabilidad entre Estados Unidos y la Unión Soviética era más trascendental que el interés por la democratización. El neogolpismo se produce en un escenario post 11 de Septiembre en el que es manifiesto el estancamiento y, más recientemente, la retracción democrática y el aumento de la desigualdad. En este sentido, la persistencia y multiplicación de variaciones de autoritarismo, por un lado, y el ensayo contradictorio de formas de democracia mayoritaria, por el otro, han generado un contexto fluido y complejo en el que el neogolpismo se inclina por lo primero porque percibe lo segundo como peligroso. Como su antecesor, el neogolpismo es básicamente restaurador aun cuando se presente con un formato y un lenguaje distintos. Dar cuenta de estos cambios es hoy fundamental para poder saber a qué nos referimos y a qué nos enfrentamos cuando ocurre lo que ha venido sucediendo en nuestra región y en el mundo.

*Director del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la Universidad Di Tella. © Le Monde diplomatique, edición Cono Sur


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Viaje a los orígenes del sueño

Sueño luego existo

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Por Mariano Sigman*

atemáticos y taxónomos c o m p a rten cierta afinidad por buscar en las distintas implementaciones de una presunta categoría una excepción a la regla –en apariencia infalible– que la define. Más allá del fetiche destructivo o de una innata vocación de refutadores de reglas, esta exhaustiva búsqueda de excepciones conlleva su opuesto. Así, detrás de un mamífero que ponga huevos o de un impar que no sea primo –para poner dos ejemplos de fácil escrutinio– está la búsqueda de definiciones puras, de reglas generales, de verdades. Esto, claro, es más fácil en la matemática que en la biología. No sólo por su naturaleza formal (aun cuando la matemática no deje de ser una ciencia natural) sino por la estrategia de esta búsqueda. La creación de números, conjuntos o espacios involucra una simulación mental de situaciones. La búsqueda de especies implica un rastreo por la memoria de vagas trazas fósiles. Estas historias se encuentran en dos puntos en situaciones que se parecen y que ocupan gran parte del tiempo no ocupado: jugar y dormir, o, más precisamente, jugar y soñar. Sin ser la definición esencial del reino animal, una regla tal vez inequívoca, digna de los mejores refutadores de reglas, es la fragmentación o intermitencia del tiempo de vida de todos los animales en dos estados metabólicos: un estado activo, de movimiento, búsqueda, ataque y trabajo, y un estado de reposo. A este estado de conservación de energía y de recuperación metabólica se lo llama sueño (definido en el diccionario de la Real Academia Española como “El acto de dormir”). En castellano, en un extraño y confuso abuso de notación, la misma palabra designa un proceso creativo a veces sincrónico (“Acto de representarse en la fantasía de alguien, mientras duerme, sucesos o imágenes” y “Estos mismos sucesos o imágenes que se representan”). Por cierto, en francés, como en la mayoría de las lenguas, cada uno de estos significados goza de una palabra propia: el sueño de dormir es sommeil y el sueño representativo es rêve que, según la etimología, deriva de la construcción galo-romana esvo, que a su vez deriva del latín popular, de la más conocida vagus. La riqueza del diccionario, el detalle léxico de asignar palabras distintas a significados distintos, además de útil comunicativamente suele revelar la historia de los significados. El sueño representativo es de hecho un proceso

de pensamiento vago, confuso, en el mejor sentido de ambas palabras. La mecánica del pensamiento Así pues, lo que casi todos los animales hacen de alguna manera u otra es dormir. Pero, ¿sueñan todos ellos? De golpe nos hemos metido en un terreno barroso, difícil, de definiciones complicadas y búsquedas aun menos definidas. ¿Cómo saber si un tapir o un yacaré –o un vecino por cierto– representan en su noche una narrativa fantasiosa de sucesos e imágenes? Los procesos arquetípicos, por su relevancia casi literaria, por su misterio, por su desconocimiento, son el sueño (representativo) y la conciencia. Aquí esbozo una hipótesis: que en la historia de la vida la emergencia del sueño y la de la conciencia están intrínsecamente relacionadas. Se sabe mucho más de la fisiología del sueño que de la conciencia. A mediados del siglo XIX el médico de Liverpool Richard Caton y luego el fisiólogo alemán Hans Berger comenzaron la gesta moderna de observar la mecánica de la maquinaria del pensamiento. Esto, claro, presupone ante todo que esta maquinaria existe y que descifrarla debería ser funcional al entendimiento de los procesos que genera. Un tempranero adepto de esta corriente, un médico de Viena, estableció un modelo de extraordinaria intuición en la época en la que Santiago Ramón y Cajal establecía que las neuronas eran los ladrillos de esta maquinaria. En un texto inédito, conocido como “El proyecto para una psicología científica” o, simplemente, como “El proyecto”, Sigmund Freud postuló uno de los primeros modelos mecanicistas de la conciencia, en base de sus hoy célebres neuronas (sensoriales), (mnemónicas) y (conscientes). Luego Freud, urgido por el tiempo, pasaría a dedicarse a un estudio de la mente librado de toda mecánica, y en algún sentido, de forma. Si bien sus textos aportan un entendimiento extraordinariamente claro de la “forma” de los sueños, su trabajo enfocado al tratamiento de las psicosis desde el psicoanálisis está centrado en el contenido. La herramienta utilizada por Berger y Caton para observar el cerebro funcionando fue el electroencefalograma. Una serie de captores eléctricos ubicados en la superficie, capaces de registrar grandes procesos macroscópicos. Algo así como un micrófono en un estadio que, entre el ruido incomprensible de las multitudes producto de una suma desordenada de voces, detecta eventos salientes: goles, protestas, errores, penales y otros fenómenos o procesos del juego que resultan en un estado coherente colectivo.

Uno de los procesos más evidentes en el electroencefalograma es el cambio que se produce con los estados de vigilia, pasando del estado altamente desordenado y desestructurado del día a estados de mucha menor actividad y sincronía, como el sonar esporádico de unos tambores lentos, durante la somnolencia. Según una secuencia de patrones distintivos, altamente reproducibles, del electroencefalograma, el sueño se divide en un ciclo detallado de cinco pasos. Los cuatro primeros consisten en progresiones de estados rítmicos y se los denomina genéricamente “sueño de onda lenta”. En el último paso, conocido como sueño paradojal o más sintéticamente como REM (del inglés rapid eye movement, movimiento rápido de los ojos), los ojos se mueven bruscamente bajo los párpados cerrados y la forma del electroencefalograma se asemeja a la de la vigilia; una actividad sostenida y desordenada. Este ciclo de cinco pasos, que dura aproximadamente dos horas, se repite varias veces durante la noche. Un primer puente evidente entre la sensación y la mecánica es el siguiente: el sueño (representativo) se da predominantemente durante el ciclo REM y muy raramente durante los otros ciclos. Siendo que uno es consciente de sus sueños, de esta observación se infiere un posible corolario importante; el electroencefalograma sirve como un posible candidato de un estado, por lo menos permisivo, de la conciencia. Peligros de la noche Ahora, vía una hipótesis probable, hemos trasladado la pregunta original a una pregunta laboriosa pero mucho más simple. ¿Qué animales tienen un período de REM en su ciclo de sueño? Uno querría sugerir, y en cierta medida a eso se prestan los argumentos esbozados previamente, que esto equivale a saber qué animales sueñan. Luego, en otro salto riesgoso en el espacio de posibles inferencias veremos que esto tal vez nos diga también qué animales tienen conciencia. Si bien se ha pasado a una pregunta mucho más simple, quedan aun unas cuantas piedras difíciles en el camino, entre otras, que los procesos neuronales no tienen trazos fósiles. ¿Cómo saber entonces si un dinosaurio soñaba? Hasta ahora, la única manera posible es explorando las especies que pueblan el presente y extrapolando por relación de continuidad o parentesco hacia especies desaparecidas en el curso de la historia. Todos los reptiles, los mamíferos y los pájaros, así como las moscas y los cangrejos, manifiestan dos estados neuronales claramente distintivos: el de la vigilia y el del sueño de onda corta. Durante la vigilia, predan,

se escapan, copulan. Durante el sueño de onda corta, se establece un estado de quiescencia y se apagan los sentidos y las acciones motoras. De todos ellos, los mamíferos, los pájaros y los cocodrilos (con esto quedan afuera gran cantidad de reptiles) tienen además, insertado en el sueño, un ciclo de sueño REM. En pájaros y cocodrilos, estos episodios duran apenas unos segundos; en los mamíferos, hasta alrededor de una hora. Si un rasgo es común a una gran cantidad de familias, es probable que sea propio de sus antecesores comunes. Por ende, este rasgo ha de tener una cierta ventaja evolutiva (o, al menos, no presentar ninguna desventaja) en algún tiempo de la historia remota. Si el sueño de onda corta es común a todos los reptiles, mamíferos y pájaros (todos pertenecientes a los amniotas), es lícito suponer que correspondía a un rasgo positivo durante su linaje,

en el peregrinaje del agua a las tierras secas durante el Período Carbonífero, hace aproximadamente 300 millones de años. Tiene cierta lógica asumir que con la conquista de la tierra, la influencia de un ritmo circadiano impuesto por la falta de luz (que se hace mucho menos evidente bajo el agua) imponga un estado de quiescencia durante la noche. En ausencia de luz, no es demasiado sensato salir a cazar ni exponerse a los peligros del movimiento. Los proto-reptiles tal vez hayan inaugurado el sueño en cuevas u otros lugares seguros en este nuevo (y persistente) mundo en el que la noche se había vuelto peligrosa. Refugiados en sus caparazones, tal vez, los primeros dormilones hayan sido los antecesores de las tortugas. Más allá de la ventaja adaptativa de la quiescencia nocturna, el sueño de onda corta puede haber conllevado un segundo ingrediente importante para su selec-


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ción. Una larga serie de trabajos recientes han mostrado que durante este período del sueño ciertas memorias son consolidadas, en un proceso de reverberación y recapitulación de la actividad diurna (en una demostración fisiológica de uno de los pilares importantes de la idea freudiana del sueño). Sin que esto sea más que una idea, es posible que la emergencia de este sueño, del establecimiento de un modo de funcionamiento del cerebro desligado de la urgencia, del mundo exterior y dedicado a consolidar ciertas experiencias mediante un ejercicio de la memoria, haya potenciado la capacidad de estos individuos. Tal vez haya sido un elemento importante que consolidó a los saurios –los primeros proto-soñadores– en dominadores del Mesozoico durante los siguientes 200 millones de años. El sueño creativo Los pájaros y los mamíferos vertebrados de sangre caliente, a diferencia de tortugas, lagartijas, serpientes y otros tantos que se quedaron en el preludio de un gran evento, desarrollan una nueva fase del sueño, el ciclo REM. Durante esta fase, exceptuando el movimiento ocular, toda actividad queda completamente inhibida, tal vez como manera de asegurar que toda actividad mental esté desligada de las acciones. Esta inhibición de toda actividad motora tiene por supuesto un costo tal vez demasiado alto para los pájaros, cuya estabilidad requiere de un cierto esfuerzo muscular. Quizás por esta razón el sueño REM extendido y duradero sea exclusividad de los mamíferos. La consolidación del ciclo REM puede haber dado lugar a un nuevo proceso en la historia de la cognición: la abducción. A diferencia del entrenamiento y la consolidación de memorias, o la estabilización de aprendizajes ya gestados que sucede durante el sueño de onda corta, algunas referencias –cierto que en gran medida anecdóticas– sugieren que durante el sueño REM se da una forma diferente de aprendizaje creativo que resulta de un pensamiento menos ordenado. El sueño REM, el movimiento frenético de ojos durante la quietud de la noche, es una usina de nuevas posibilidades, mutaciones del pensamiento, una fuente de variaciones de los espacios y soluciones posibles. Las anécdotas del sueño creativo abundan. Los científicos suelen contar el relato de August Kekulé que revolucionó la química encontrando, en el sueño de una serpiente que se mordía la cola, la forma circular de la estructura del benceno. Qué mejor manera de convencer a los escépticos racionalistas del día de la importancia de la creación nocturna. Sin embargo, seguramente sea más pertinente la historia de un músico inglés que amaneció del sueño con una melodía que no le era propia y de la cual tampoco podía recordar dónde o de quién la había escuchado. Ejecutó rápidamente las notas en un piano y luego las fue repitiendo a distintos amigos y oídos en busca de un autor que nunca apareció. La melodía había emanado en sueños, no era la réplica de nada existente. Paul McCartney le puso una letra y un título, Yesterday, sin saber si tenía alguna referencia al sueño ni que iba a convertirse en el símbolo de la música de aquella época. En humanos, los periodos REM están casi inequívocamente asociados al sueño. Saber esto (salvo por algunas objeciones pertinentes) no es demasiado difícil. Basta interrumpir a un durmiente en distintos estados y preguntarle inmediatamente sobre el contenido de su sueño. La diferencia es sustancial según si ha sido despertado durante el REM o el sueño de onda corta. Pero, ¿cómo saber si un gato o un perro sueñan y, más aun, cómo saber el contenido del sueño? Casi cualquier persona suficientemente cercana a un gato o a un perro asume con certeza que estos sueñan, e incluso a veces parecen sueños plácidos, a veces pesadillas… Para evidenciar el sueño, y en parte su contenido, en un experimento difícil e inteligente llevado a cabo hace casi cuarenta años, Mi-

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chel Jouvet inhibió en una serie de gatos las neuronas que inhiben la acción motora. En la noche, el sueño de onda corta tenía la placidez habitual; sin embargo, durante el sueño REM, los gatos, agitados, maullaban, y movían las patas como defendiéndose o cazando. Ya no mediando la inhibición del músculo, los procesos mentales durante este estadio del sueño se plasmaban en acciones. En humanos, sobre todo en occidentales post-vieneses, la narrativa del sueño ha sido objeto de extenso estudio. Freud ahondó fuertemente en su contenido, distinguiendo, entre otras facetas, un sueño que replica el pasado (“el resto del día”) y un sueño que simula el futuro, que se evidencia en situaciones de ansiedad, donde el sueño se usa como un terreno de simulación. Muchos estudiantes han dado un examen la noche previa a rendirlo. Allan Hobson, un psiquiatra e investigador contemporáneo del sueño, ha trabajado con mucho más énfasis en la forma del sueño. En su descripción sintética, el sueño es una forma de psicosis o demencia, dada por cinco rasgos fundamentales: 1) desorientación en el tiempo, en el lugar y en los personajes; 2) alucinaciones visuales; 3) distractibilidad y déficit atentivo; 4) pérdida de memoria, y 5) pérdida de perspicacia o entendimiento (no saber qué soñamos durante el sueño). Simulaciones del yo Con excepción de la pérdida de perspicacia –cuya relevancia es tal vez pertinente para otros menesteres–, estos rasgos contribuyen a la narrativa desordenada, explorativa, ebria, libre-asociativa, propia del delirio. Estos rasgos son también necesarios para el pensamiento creativo, para generar nuevas situaciones que no se deducen ni inducen de manera simple de la experiencia previa. Dada una mano de cartas sensata, lo más posible es que al barajarla nos encontremos con una mano peor: en una partida (o en el mundo) real la mejor opción será mantener el statu quo. Cada tanto, sin embargo, algún nuevo desorden resultará en una mano sorprendente, imprevisible, y mejor que la del orden previo. La misma estrategia evolutiva de mutar y seleccionar se replica en la ontogenia cognitiva, con el sueño REM como una fuente de mutaciones. En la historia abunda la proliferación de estados estables que se suceden en cadenas discretas. Cada tanto, alguna variación intencional, alguna propuesta radical, algún accidente, alguna locura resulta exitosa, modifica el orden establecido y se vuelve norma. En la historia del deporte estas transiciones abruptas son bien conocidas. En el salto en alto, todos los saltadores, desde el siglo XIX, saltaban en un estilo conocido como “tijera”, lo que llevó a un salto máximo de 1,68 metros. Luego fueron siguiendo una serie de estilos, y con el advenimiento esporádico de cada uno se producía un salto discreto en la altura máxima del salto, hasta llegar, luego de casi una decena de cambios de estilos, al récord actual (del cubano Javier Sotomayor): 2,45 metros. Así, se consolida una idea intuitiva del sueño. Este funciona como un espacio inmune de simulaciones. Un teatro para poner a prueba sin riesgo nuevos escenarios. El fracaso (la muerte) en el sueño es triste, doloroso y preparativo, pero mucho menos grave que el fracaso (la muerte) durante el día. Durante la noche, en la espera de la vigilia donde uno ha de estar presto para la acción, existe un cierto tiempo donde uno puede preguntarse ¿Y si…? ¿Y si un personaje en realidad fuese otro? ¿Y si dos lugares compartiesen algo que nunca se me hubiese ocurrido? ¿Y si una situación frustrante no hubiese sucedido? A los soñadores ávidos, sin embargo, un hecho les llama la atención entre tanto ¿Y si…? Entre tanta mutación, permutación, alteración, discontinuidad y compresión del espacio de posibilidades, dos rasgos permanecen casi siempre invariantes: uno casi siempre es uno y uno siempre es el observador de sus sueños. Muy raramente, en el sueño, uno se viste de otro. Esta preservación de

la identidad en un pensamiento tan vago es un hecho llamativo. También es muy infrecuente que el sueño sea observado (o incluso narrado) por un personaje que no sea uno mismo. Estos ingredientes invariantes sugieren que tal vez un aspecto importante del sueño es una instancia en la que uno observa y evalúa un mundo de situaciones alteradas. Más allá del carácter bizarro de los sueños, esta duplicación de la primera persona –un agente (uno, yo) que evalúa un personaje (uno, yo)– fruto de la separación entre las historias y las acciones, establece una situación novedosa de un carácter muy similar a uno de los rasgos distintivos de la conciencia. Sin embargo, la conciencia florece en plena vigilia, en ausencia absoluta de sueño. ¿O no? El sueño no es el único territorio propio para la gesta de simulaciones. La otra situación arquetípica, aparecida en la historia de la vida poco después del sueño REM y propiedad casi exclusiva de los mamíferos, es el juego. Sean perros, gatos (o perros y gatos), niños o adultos los que juegan, ciertos rasgos icónicos compartidos con el sueño se replican: sucede en ausencia de objetivos fuera del contexto del juego (salvo en su versión profesionalizada), son de un carácter social marcado e involucran permutaciones, exageraciones, representaciones, cambios de roles, contienen un carácter explorativo y una trama con reglas propias, probablemente distintivas pero necesariamente consistentes. Muchas veces el juego viene acompañado de una falta total de perspicacia y de un dominio y ocupación de la realidad. A menudo nos olvidamos de que el juego es un juego. El juego, como el sueño, se desvanece, o se hace menos frecuente con la edad. Los adultos sueñan menos y juegan menos. Y, sobre todo, el juego, como el sueño, es un territorio inmune. En el juego y en el sueño todos podemos, como los gatos, poner varias veces a prueba nuestras vidas. La defensa de la vigilia Esta sucesión histórica –que el juego siga al sueño REM en la historia evolutiva– sugiere, sin que esta idea pierda demasiado sentido si se vuelve más metáfora que hecho, que el juego es una manifestación de una invasión del sueño REM en la vigilia. Fuera de la carcasa del encierro mental provisto por la inhibición muscular, este espacio narrativo donde la sucesión de pensamientos se desliga de las acciones, se vuelve confabulada y sostenida en un mundo no necesariamente consistente con el ambiente. La presión evolutiva contra este suceso no necesita de referencias a la selva. Los soñadores diurnos, los colgados, los volados, los fumados, salvo en contadas excepciones en décadas pasadas y pese a su celebrada fama creativa, pagan caro su falta de contacto o referencia con la realidad. La adicción al juego y la consolidación en una realidad soñada en la vigilia dan como resultado algunos casos raros, exagerados, patológicos, en los que aun las necesidades primarias (que son sin duda los despertadores más eficientes) como la sed o el apetito, son desatendidas, dando lugar a una “muerte lúdica”. Si en tamaña protección hogareña la distracción de los estímulos es peligrosa, en la selva este riesgo se hace mucho más evidente. En primer lugar, los jugadores o soñadores diurnos son predominantemente animales que, en su nicho, corren pocos riesgos de ser predados, grandes cazadores o especies bien escondidas. Entre ellos se encuentran algunos grandes jugadores: los tigres, los lobos, los delfines y los monos. En segundo lugar, la inducción del juego, la fábula o el sueño diurno emerge con el aburrimiento, con la falta de estímulos o con su monotonía. En ausencia de un mundo externo interesante, aun en la vigilia, los soñadores generan uno propio, más rico e interesante. Muchas veces esto

induce el sueño (aun cuando el estímulo es interno, es conocido que una buena receta para la inducción del sueño es la repetición periódica de un evento) y en algunas situaciones en las que la fisiología adecuada para pasar a un estado de reposo no está dada, se induce un sueño diurno. El sueño de soñar se separa del sueño de dormir. En tal situación uno puede persistir hasta que, salvo situaciones patológicas, un ruido abrupto, un movimiento brusco o una necesidad íntima llevan a una situación de contacto directo con la realidad. En tercer lugar, la mente reflexiva (pavloviana, la que sigue un estímulo de su adecuada respuesta) y la mente simulativa (la del sueño nocturno o de aquel que asalta la vigilia) se separan. Todos podemos conducir mientras divagamos en los pensamientos más extraños. Esta es, junto con la duplicación del “uno” producida por el sueño entre observador y actor, la segunda y última duplicación pertinente. Esta especie de embriague mental en el que la mente que compartimos con todos los invertebrados, deductiva, activa, que establece las cadenas bien determinadas en la experiencia cotidiana, pasa a coexistir con una mente más libre, capaz de hacer asociaciones arbitrarias, de simular escenarios distintos, de contener e inhibir los deseos primarios, de evaluar el futuro lejano. La emergencia de la conciencia Se va cerrando el círculo. En algún momento lejano de la historia de la vida, la mente más simple, emergente del sistema nervioso más simple, funciona como un operador capaz de establecer transiciones definidas. Alejarse del peligro, acercarse al alimento. En algún momento de la historia evolutiva, frente a la emergencia a la superficie, el día y la noche se separan y durante la noche se interrumpe la acción. Algunos animales repiten algunas acciones del día, escondidos en cuevas y en la oscuridad. El aprendizaje no se interrumpe y comienza un preludio de simulación. Pero este gesto repetitivo, esta replicación fidedigna no necesita una evaluación, un agente que mire la acción. La noche avanza y en algún momento, para aquellas especies que pueden desconectar el cerebro del músculo, se empiezan a producir gestos extraños, combinaciones y asociaciones bizarras. Ha empezado la exploración. Un buen uso de este teatro de posibilidades requiere un evaluador que elija las buenas barajas, aquellos elementos productivos del delirio. La mente se separa en una instancia ejecutiva, librada de toda acción, lo que le permite hacer aun lo aristotelianamente imposible, y otra instancia evaluativa. La mente se mira a sí misma. Este vicio nocturno se desencasilla y empieza a ocupar, además de la noche, el aburrimiento. La mente se vuelve ávida de estímulos y llena los huecos del día con más simulaciones y evaluaciones. Este ejercicio es duplicativo y reflexivo. Las dos maneras de funcionar coexisten, la vieja mente que actúa y la nueva mente que simula y evalúa. Las simulaciones y la acción. En este círculo que se cierra, en este teatro que se ha creado y en esta instancia de monitoreo, evaluación, selección, de un gran espacio posible ha surgido un nuevo proceso, cuya consecuencia subjetiva es drástica. Estas mentes han creado una imagen de ellas mismas (o más precisamente del ambiente en el que se desarrollan), de sus acciones, y de todo elemento, sensorial, motor, mnemónico que contribuye a ella. Aún no hay (o no han aparecido necesariamente) lenguaje ni símbolos precarios, pero los tigres, gatos y delfines ya han esbozado la conciencia. g

*Investigador del CONICET, profesor de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad Torcuato di Tella.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur


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Un evento determinante

Brasil, fútbol y protestas

El acontecimiento deportivo con el que más se identifican los brasileños se ha convertido paradójicamente en la mira del descontento social, para denunciar lo que no funciona en el país y la corrupción que reina en el seno de la FIFA.

E

Por Ignacio Ramonet*

materiales dignas para todos, porque las desigualdades siguen siendo abismales.

s poco probable que los brasileños obedezcan a la procaz consigna que lanzó Michel Platini –otrora gran futbolista francés y hoy politiquero presidente de la Unión Europea de Asociaciones de Fútbol (UEFA)– el pasado 26 de abril: “Hagan un esfuerzo, déjense de estallidos sociales y cálmense durante un mes” (1).

Al no disponer de mayoría política –ni en la Cámara de Diputados ni en el Senado–, el margen de maniobra del PT siempre fue muy limitado. Para lograr los avances en la distribución del ingreso, los gobernantes del PT –y en primer lugar el propio Luiz Inácio Lula da Silva– no tuvieron más remedio que aliarse con otros partidos conservadores (3). Esto creó cierto vacío de representación y una parálisis política en el sentido de que el PT, a cambio, tuvo que frenar toda revuelta social.

La Copa Mundial de Fútbol comienza en San Pablo el 12 de junio para concluir el 13 de julio en Río de Janeiro. Y hay efectivamente preocupación. No sólo en las instancias internacionales del deporte sino también en el propio gobierno de Dilma Rousseff, por las protestas que podrían intensificarse durante el evento deportivo. El rechazo al Mundial por parte de la población ha seguido expresándose desde junio del año pasado, cuando empezó todo con ocasión de la Copa FIFA Confederaciones. La mayoría de los brasileños afirman que no volverían a postular a Brasil como sede de un Mundial. Piensan que causará más daños que beneficios (2). “Subirse al ómnibus” ¿Por qué tanto repudio contra la fiesta suprema del balompié en el país considerado como la meca del fútbol? Desde hace un año, sociólogos y politólogos tratan de responder a esta pregunta partiendo de una constatación: en los últimos once años –o sea, desde que gobierna el Partido de los Trabajadores (PT)– el nivel de vida de los brasileños ha progresado significativamente. Los aumentos sucesivos del salario mínimo consiguieron mejorar de forma sustancial los ingresos de los más pobres. Gracias a programas como “Bolsa Familia” o “Brasil sin miseria”, las clases modestas vieron mejorar sus condiciones de vida. Veinte millones de personas salieron de la pobreza. Las clases medias también progresaron y ahora tienen la posibilidad de acceder a planes de salud, tarjetas de crédito, vivienda propia, vehículo privado, vacaciones... Pero aún falta mucho para que Brasil sea un país menos injusto y con condiciones

De ahí que los ciudadanos descontentos se pusieran a cuestionar el funcionamiento de la democracia brasileña. Sobre todo cuando las políticas sociales comenzaron a mostrar sus límites. Pues, al mismo tiempo, se producía una “crisis de madurez” de la sociedad. Al salir de la pobreza, muchos brasileños pasaron de la exigencia cuantitativa (más empleos, más escuelas, más hospitales) a una exigencia cualitativa (mejor empleo, mejor escuela, mejor servicio hospitalario). En las revueltas de 2013 se pudo ver que quienes protestaban eran a menudo jóvenes pertenecientes a las clases modestas beneficiarias de los programas sociales implementados por los gobiernos de Lula y Dilma. Esos jóvenes –estudiantes nocturnos, aprendices, activistas culturales, técnicos en formación– son millones, están mal pagados, pero tienen ahora acceso a Internet y poseen un nivel bastante alto de conexión que les permite conocer las nuevas formas mundiales de protesta. En este nuevo Brasil, desean “subirse al ómnibus” (4) porque sus expectativas aumentaron más que su condición social. Pero entonces descubren que la sociedad está poco dispuesta a cambiar y a aceptarlos. De ahí su frustración y su descontento. La Copa como símbolo El catalizador de ese enojo es el Mundial. Obviamente, las protestas no son contra el fútbol, sino contra algunas prácticas administrativas y contra los chanchullos surgidos de la realización del evento. El Mundial ha

supuesto una colosal inversión estimada en unos 8.200 millones de euros. Y los ciudadanos piensan que, con ese presupuesto, se hubieran podido construir más y mejores escuelas, más y mejores viviendas, más y mejores hospitales para el pueblo. Como el fútbol es el universo simbólico y metafórico con el cual se identifican muchos brasileños, es normal que lo hayan utilizado para llamar la atención del gobierno y del mundo sobre lo que, según ellos, no funciona en el país. En ese sentido, el Mundial ha sido revelador. Para denunciar, por ejemplo, esa forma de hacer negocios turbios con el dinero público. Sólo en la construcción de los estadios, el costo final ha sido un 300% superior al presupuesto inicial. Las obras fueron financiadas con dinero público a través del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), el cual confió la edificación de los estadios y las gigantescas obras de infraestructura a empresas privadas. Estas, con frío cálculo, programaron el atraso en los plazos de entrega, con vistas a realizar una extorsión sistemática. Pues sabían que, ante las presiones de la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA), cuanto más se atrasara la construcción, mayores serían los pagos adicionales que recibirían. De tal modo que los costos finales se triplicaron. Las protestas denuncian esos sobrecostos efectuados en detrimento de los precarios servicios públicos ofrecidos en educación, salud, transporte, etc. Asimismo, las manifestaciones denuncian la expulsión, en algunas de las doce ciudades sede del Mundial, de miles de familias, desplazadas de sus barrios para liberar los terrenos donde se edificaron o ampliaron aeropuertos, autopistas y estadios. Se estima que unas 250.000 personas fueron víctimas de expulsiones. Otros protestan contra el proceso de mercantilización del fútbol, que la FIFA favorece. Según los valores dominantes actuales – difundidos por la ideología neoliberal–, todo es mercancía y el mercado es más importante que el ser humano. Unos pocos jugadores talentosos son presentados por los grandes medios de comunicación como “modelos” de la juventud, e “ídolos” de la

población. Ganan millones de euros. Y su “éxito” crea la falsa ilusión de un posible ascenso social mediante el deporte. Muchas protestas son dirigidas directamente contra la FIFA, no sólo por las condiciones que impone para proteger los privilegios de las marcas patrocinadoras del Mundial (Coca-Cola, McDonald’s, Budweiser, etc.) y que son aceptadas por el Gobierno, sino también por las reglas que impiden, por ejemplo, la venta ambulante en las cercanías de los estadios. Varios movimientos contestatarios tienen por lema “Copa sem povo, tô na rua de novo” (“Copa sin el pueblo, estoy en la calle de nuevo”), y expresan cinco reivindicaciones (por los cinco Mundiales ganados por Brasil): vivienda, salud pública, transporte público, educación, justicia (fin de la violencia de Estado en las favelas y desmilitarización de la policía militar) y, por último, que se permita la presencia de vendedores informales en las inmediaciones de los estadios. Los movimientos sociales que lideran las manifestaciones se dividen en dos grupos diferentes. Una fracción radical, con el lema “Sin derechos no hay Mundial”, pacta objetivamente con los sectores más violentos, incluso con los “Black Bloc” y su depredación extrema. El otro grupo, organizado en Comités Populares de la Copa, denuncian el “Mundial de la FIFA” pero no participan en movilizaciones violentas. De todos modos, las protestas actuales no parecen alcanzar la amplitud de las de junio del año pasado. Los grupos radicales han contribuido a fragmentar la protesta, y no hay una dirección orgánica del movimiento. Resultado: según una reciente encuesta, dos tercios de los brasileños están en contra de las manifestaciones durante el Mundial. Y, sobre todo, desaprueban las formas violentas de las protestas (5). ¿Cual será el costo político de todo esto para el gobierno de Dilma Rousseff? Las manifestaciones del año pasado supusieron un golpe duro para la Presidenta que, en las tres primeras semanas, perdió más del 25% del apoyo popular. Después, la man-

dataria declaró que escuchaba la “voz de las calles” y propuso una reforma política en el Congreso. Esa enérgica respuesta le permitió recuperar parte de la popularidad perdida. Esta vez, el desafío será en las urnas, porque las elecciones presidenciales son el 5 de octubre próximo. Dilma aparece como favorita. Pero tendrá que enfrentar a una oposición agrupada en dos polos: el del centrista Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), cuyo candidato será Aécio Neves; y, mucho más temible, el polo del socialdemócrata Partido Socialista Brasileño (PSB), constituido por la alianza de Eduardo Campos (ex ministro de Ciencia y Tecnología de Lula) y la activista ecologista Marina Silva (ex ministra de Medio Ambiente de Lula). Para este escrutinio, decisivo no sólo para Brasil sino para toda América Latina, lo que ocurra este mes durante el Mundial podría ser determinante.

1. www.dailymotion.com/ video/x1rao84_mondial-2014platini-le-bresil-faites-un-effortpendant-un-mois-calmezvous-25-04_sport 2. Folha de São Paulo, San Pablo, 8-4-14. 3. Desde la época de Lula, la base de la coalición que gobierna Brasil está formada fundamentalmente por el PT y el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB, centro-derecha), además de por otras pequeñas fuerzas como el Partido Progresista (PP) y el Partido Republicano de Orden Social (PROS). 4. Véase Antônio David y Lincoln Secco, “Saberá o PT identificar e aproveitar a janela histórica?”, Viomundo, 26-6-13, www.viomundo.com.br/politica/ david-e-secco-sabera-o-pt-identificar-e-aproveitar-a-janela-historica.html 5. www.rebelion.org/noticia. php?id=183873&titular=entre-goles-negociados-y-especulaciones-electorales *Director de Le Monde diplomatique, edición española. © Le Monde diplomatique, edición española.


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